Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Preguntas y comentarios previos al
Reportaje a Gloria Leff


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Preguntas y Comentarios

1) “Arreglárselas” con los “vaivenes” de la erótica analítica: ¿respuesta fantasmática del analista?

En la página 241, usted resume los problemas analizados a lo largo del libro, del siguiente modo: "o bien el analista es la sede del objeto parcial, o bien el análisis es el espacio donde yace el objeto parcial". La primera opción corresponde a la impasse freudiana respecto a la angustia de castración, y a la concepción freudiana de la contratransferencia: el analista, en tanto sede del objeto parcial, queda embarazado del objeto a, se mantiene en posición de amo, es eróticamente inaccesible y el análisis es interminable.
En la segunda opción, en cambio, "el objeto puede ponerse a jugar en el analizante", el analista
activa su contratransferencia "a la manera de un artificio" y el análisis no queda detenido en la angustia de castración, tal como se ejemplificaría con el análisis exitoso del paciente de Lucia Tower. Esa posición es la que ubica al analista como "partenaire femenino". El analista asume las consecuencias eróticas que  suscita, incluso  las  fomenta o  las  apacigua,  no  se  presenta  como teniendo lo que no tiene, ni sabiendo lo que no sabe; se deja llevar por el malentendido y llegado el momento, simplemente no opone ninguna resistencia a que se revele el equívoco.

En la página siguiente (242) usted subraya que esto no se logra como aplicación de una técnica ni como un cálculo o una estrategia, mucho menos de una elaboración teórica. No ocurre por la “voluntad” del analista”, sino de cómo "se las arregla con los vaivenes de la erótica analítica” (negritas mías)

Lo que quisiera retomar, o interrogar, es ese "arreglárselas".

En principio, y tal como vino siendo desarrollado en todo el libro (con los casos de Lucía Tower y Freud), esto es algo que sólo podría darse en el juego (o manejo) de la contratransferencia.
Lo que no me queda claro es, por un lado, el estatuto de este elemento contratransferencial, y por el otro, el carácter de esta operación que permitiría poner en juego la contratransferencia "a la manera de un artificio".

El elemento contratransferencial solo puede ser inconsciente, y por lo tanto sorpresivo para el propio analista. Pero luego se plantea la cuestión de lo que el analista es capaz de hacer a partir de ahí.

El sueño de Lucía Tower es sorpresivo para ella. Pero la interpretación que hace del mismo y la posición en que se coloca a continuación, ya incluye una reflexión o elaboración. Este par de cuestiones (la sorpresa de la situación contratransferencial y la reflexión y operación que el analista haga de ella) son las que, por lo menos en el caso de Lucía Tower, constituyen este “arreglárselas” con los vaivenes de la erótica analítica.

Usted destaca que, en su interpretación del sueño, Lucía Tower "no se dedica a desenmascarar cuál había sido el deseo inconsciente que la llevó a tal sueño, o a buscar en él información sobre ella o sobre su propia infancia. En cambio el sueño le informa sobre el estado de ánimo de la esposa de su paciente" (página 193). Pero esto no es tan así. En su artículo, Lucía Tower dice que "mi respuesta contratransferencial se debía a la reactivación de un conflicto edípico inconsciente bajo la forma de una decidida competitividad hacía, y un temor frente a, otra mujer en una situación triangular" (página 133 del número 3 de la revista “Me cayó el veinte”) (negritas mías). Este sería el núcleo de su "neurosis de contratransferencia".

Esta situación se resuelve positivamente en el primer caso, en la medida en que su interpretación del sueño le permite salirse de la situación de rivalidad reprimida con la esposa, lo que le permite poner en juego su deseo, como lo indica Lucía Tower (en la página 135 de MCV) cuando dice que "solo a partir de la resolución de mi respuesta contratransferencial a la situación marital (...) fue que este hombre empezó a agradarme mucho como persona" (negritas mías) (recordemos que al comienzo el que le agradaba más era el segundo paciente).

Con el segundo paciente, cuyo análisis resulta fracasado, el punto de viraje también resulta de una situación sorpresiva para la analista: "la explosión de sentimientos homicidas" en esa cita solitaria en el consultorio "desierto", cuyo resultado, para Lucía Tower, es que "nunca más confié en mi habilidad para trabajar psicoanalíticamente con este hombre, ni volví a recibirlo fuera de horas habituales" (página 137 de MCV), motivo por el cual, racionalizaciones mediante, lo termina despachando con otro analista.
En esa misma página de MCV Lucía Tower dice que con el primero ella pudo prestarse al juego de "una mujer ante un hombre" porque su propio inconsciente percibió que el yo del paciente tenía "controles incorporados", controles que "parecen haber estado ausentes" en el segundo, motivo por el cual, según Lucía Tower, era necesario que los obtuviera mediante identificación e incorporación "antes de que él pudiera experimentar la vivencia afectiva de su sadismo subyacente o llevarme a confiar en él como mujer" (negritas mías) (es decir, vuelve a interpretar su posición en términos de las posibilidades de su fantasma, para el caso, en relación a disposición de “controles” en su partenaire).

En suma, lo que habría determinado tanto el éxito de un análisis como el fracaso del otro, sería lo mismo: su “neurosis de contratransferencia”. Usted señala que para Lucía Tower, “el destino de ambos análisis descansa en que los pacientes logren ‘forzarla’, ‘plegarla’, ‘empujarla’” (página 227 del libro). Es este fantasma de lo que sería una “mujer” (y, concordantemente, lo que sería una posición masculina) lo que le permitió "abajarse" a la posición de "una mujer ante un hombre" (página 137 de MCV) en el caso exitoso, de modo tal que el inconsciente del paciente percibiera "que de hecho él había forzado una respuesta contratransferencial en mi" (página 135 MCV).

Pero es también ese mismo fantasma el que no le permitió a Lucía Tower asumir, ficcionalmente, la posición de "amo" que le requería el caso fracasado. A diferencia de la situación menos sexualizada que le plantea el primer paciente (“nunca había hecho referencia alguna al ‘amor sexual’” (página 211)), en el caso del segundo se paralizaría ante "el temor de inclinar la demanda de su lado con un hombre  ‘varonil,  controlado  y  recto’,  que  le  agrada  y  cuyas  demandas  eróticas  no  puedecircunscribir" (página 227). El resultado es que no logra desplazarse y, colocada “en el lugar de objeto amado", "siente que la amenaza está dirigida contra ella y rompe los límites del marcoanalítico" (página 228). Es decir, se mantiene como sede del objeto parcial y, por lo tanto, no puede "localizar su contratransferencia y desplazarse por ella".
Usted afirma que la indicación de Lacan le hubiera venido como anillo al dedo. Pero, ¿realmente habría sido capaz de escuchar o registrar una indicación así? Incluso, podríamos preguntarnos si no es por este mismo fantasma que la reacción contratransferencial se puede jugar como un sueño en el primer caso, en tanto que conduce a una huida en el segundo.

En suma, "responder como una mujer ante un hombre" funcionó en un caso porque puso en juego el deseo de Lucía Tower para sostener el "escrutinio" del paciente, y no funcionó en el otro porque la condujo a un pasaje al acto (es decir, caerse, salirse de la escena). La relación supuestamente más simplificada que tendría, como mujer, con el deseo del Otro, que habría de traducirse en una facilidad para valerse de un artificio, funcionó en el primer caso, pero no en el segundo.

Me pregunto: ¿El destino de los análisis depende de cómo se abrochan eróticamente analizante y analista? ¿La puesta en juego del deseo del analista, supone una implicación fantasmática del analista? ¿Qué relación tiene el manejo que el analista hace de su reacción contratransferencial con su neurosis, su propio análisis, su formación? Cuando el analista se mantiene como sede del objeto parcial, ¿es su goce el que interviene? ¿Cómo se entiende que el analista deba dejar de ser la sede del objeto parcial, y que dicho objeto deba yacer en el espacio analítico, es decir, pueda estar en el analizante, con la idea de la posición del analista como objeto a?

La pregunta apunta a debates conexos y habituales acerca de si la intervención del analista está al nivel del deseo o del goce (1). Y a eso me refiero con lo de “implicación fantasmática”.

Para el caso del paciente de Lucía Tower, usted subraya, siguiendo a Lacan, que lo que se puso en juego no es una relación de sadismo por parte del paciente y masoquista por parte de la analista. Más allá de la cuestión de que no hay complementariedad entre sadismo y masoquismo, el punto en relación al caso de Lucia Tower es subrayar que la diferencia es entre la “quête sadique” y el sadismo. El “escrutinio” que pone en juego su paciente no es sadismo sino esta “quête sadique”, es decir, una búsqueda del objeto en el plano del deseo. De ahí la conclusión de Lacan de que Lucía Tower “no está hecha para entrar en el diálogo masoquista”. Es decir, en el caso exitoso de Lucía Tower, las cosas se ponen en juego por el lado del deseo.

Pero la pregunta respecto al goce, o la implicación fantasmática, queda de todos modos abierta.

2) Angustia y deseo del analista

En la sesión del 30 de enero de 1963, página 157 de la edición Paidós, Lacan señala cómo Margaret Little es llevada al extremo de su posición contratransferencial teórica de suponer que el analista debe brindar una "respuesta total" al paciente, en el caso de la paciente cleptómana que comienza a llorar y entra en duelo ante la muerte de una persona en Alemania "con la que había tenido relaciones muy distintas de las que había tenido con sus padres". ML interpreta pero nada funciona, hasta que, conmovida, le confiesa a la paciente que "ya no entiende nada y que verla así le da pena".
Entiendo que podemos considerar esta intervención como un elemento contratransferencial. En todo caso es lo que plantea Lacan al señalar que esa intervención le hace percibir a la paciente que en la analista hay angustia, y así se "abre una dimensión que permite a este sujeto femenino captarse como una falta". Lacan subraya que, de este modo, Margaret Little "introduce por una vía involuntaria lo que está en juego y debe estarlo siempre en el análisis (...) la función de corte" (página 158 de Paidós) (negrita mía).

Volviendo al caso de Lucía Tower, podríamos asociar aquél “plegarme afectivamente a sus necesidades”, con lo que pasa con Margaret Little. Ella sostenía la teoría de que el analista debe poder ofrecer una respuesta total a las necesidades del paciente, pero ese saber referencial termina verificándose como inoperante, incluso como una resistencia. La situación puede dar un viraje cuando, finalmente, la analista se quiebra y se angustia.

En los dos casos (LT y ML) tenemos un "quiebre" de la resistencia del analista en cuanto a su adhesión a su saber referencial. En ambos casos tenemos que ese "quiebre" produce un vacío que sirve al desarrollo del análisis de sus pacientes en la medida en que ópera como deseo del Otro.

Podríamos decir que, a semejanza de Alcibíades, el analizante busca quebrar la resistencia del analista, lograr la caída del A al objeto a. Que eso ocurra, o no, podría ser la diferencia entre un análisis y el banquete de Platón. En un análisis, Sócrates debería poder caer, hacer jugar su no saber de otro modo que como reserva del objeto transicional (2).

Lucia Tower se deja doblegar, lo mismo que Margaret Little.
Pero  en  esos  quiebres,  ninguna  se   sale  de  su  fantasma  personal,  de  su  “ neurosis  de contratransferencia” (en términos de LT). De lo que se salen es del fantasma como saber referencial teórico. Margaret Little se sale del formato teórico porque el mismo se le agotó, aunque con su respuesta de "ya no sé qué hacer por ud", se mantiene en su fantasma de ayudar a la gente. Lucía Tower también se sale del formato teórico de su fantasma masoquista, para dar lugar a su manera de entender lo que es una "mujer", que es su manera singular de hacer funcionar ese fantasma masoquista.
Pero en tanto lo hacen jugar desde la singularidad, y no desde el lugar de saber referencial, lo ponen en juego desde una falta. Esa es, justamente, la operación del deseo del analista, tal como lo señala Lacan cuando nos dice que más allá de lo que Margaret Little entiende que ocurre, su intervención fue operativa porque puso en juego el deseo del Otro en el proceso de duelo de su paciente.

Y en cuanto a Lucia Tower, Lacan indica que ella funciona como analista por responder como mujer y no como analista. Es decir, deja de lado la posición de analista que le dicta su saber referencial, y su modo de adecuarse al saber textual del paciente es funcionar como mujer. Mejor dicho, al salirse de la posición que la teoría le comanda no cabe otra cosa que abajarse a su singularidad, a su fantasma personal de mujer, y jugar como tercera mujer y dócil. Como usted bien señala, Lucía Tower deja de ser "analista mujer" para ser "mujer analista" (198).
El paciente pliega a una mujer que, accidentalmente, es su analista.

La pregunta sería si podemos asociar el paso del saber referencial como marco de no saber para el saber textual, a la puesta en juego de una situación contratransferencial. En otros términos, si es de ese modo que, efectivamente, el deseo del analista puede ofrecerse como un lugar vacante ofrecido al deseo del paciente para que el mismo se realice como deseo del Otro.

3) Angustia del analista y pasaje al acto

En esta tercera pregunta quisiera asociar el caso del análisis fracasado de Lucía Tower y su pasaje al acto con el pasaje al acto de Freud con la joven homosexual femenina.

En el caso del segundo paciente, del análisis fracasado, usted caracteriza la ruptura del marco analítico como un “pasaje al acto de Lucía Tower” (página 230).

Lacan también habla de pasaje al acto respecto de Freud con la joven homosexual femenina. Aquí quisiera retomar unos comentarios volcados en su momento en: http://www.sauval.com/angustia/s9dejarcaer.htm

En la sesión del 23 de enero de 1963, cuando Lacan da cuenta de la estructura del pasaje al acto, distorsiona la referencia freudiana de la caída del puente de la joven homosexual con el famoso “niederkommen lassen”: solo el primer término es de Freud, el segundo es de la cosecha de Lacan. El agregado del “lassen”   permite el pasaje de la formulación del acto simbólico (el parto) a la estructura del pasaje al acto (dejar caer). Sin embargo, como bien señalara Allouch (en “La sombra de tu perro”), la expresión "niederkommen lassen" se ajusta bien a la fórmula "dejar caer", pero no tanto para la fórmula "dejarse caer", para la que más bien correspondería la expresión "niederkommen sich lassen". Pero Lacan solo agrega el "lassen" ("dejar"), y no el "sich" ("se").¿Por qué prioriza el "dejar caer" al "dejarse caer"?. No es lo mismo una cosa que la otra.

Las oscilaciones entre las dos expresiones reproducen las oscilaciones entre la escena de la caída del puente y el final del análisis de la joven homosexual. No es lo mismo que la joven homosexual "se" "deje caer" desde el puente, a que Freud "la" "deje caer" del análisis. En ambos casos "la" que "cae", es la joven homosexual.
Pero el "agente", si se puede hablar de tal, no parece ser el mismo en un caso u otro, salvo que traslademos la correspondencia, detectable en varios aspectos, entre la posición de Freud y la del padre, en términos de una equiparación del escenario del encuentro de la joven con el padre cerca del puente, y del escenario del fin del análisis que Freud impone con la derivación de la joven. De hecho, es lo que, de algún modo admite Thomas Gingele cuando, en su postfacio del libro "Sidonie Csillag. La joven homosexual de Freud", dice que "a semejanza del padre que habría dejado caer a su hija, se trata de imputarle a Freud la responsabilidad de haber hecho lo mismo, claro que dentro de su ámbito" (página 402). En cuyo caso, la "expresión" "niederkommen lassen" se ajustaría a ambos escenarios.

Pero esta no es la lectura que hace Lacan de la escena del puente. En esta sesión del 23 de enero vuelve a subrayar la acción de la propia joven que "salta por encima de la pequeña barrera que la separa del canal por donde pasa el pequeño tranvía semi subterráneo" (página 129 de la edición Paidos). En cambio sí es su lectura para la escena del final del análisis, ya que insistirá en subrayar la acción por parte de Freud: "pasa al acto" (página 143 de la edición Paidós), "la deja caer".

Con lo cual, tenemos dos "variantes" del pasaje al acto. Una corresponde a la situación en que lo que cae "se deja caer", y la otra corresponde a la situación en que "alguien deja caer" algo. Quizás por eso Lacan entiende necesario aclarar que el "dejar caer" es visto "del lado del sujeto": "el pasaje al acto está del lado del sujeto en tanto que éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el de mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es entonces cuando, desde allí donde se encuentra - a saber, desde el lugar de la escena en la que, como sujeto fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en su estatuto de sujeto - se precipita y bascula fuera de la escena. Esta es la estructura misma del pasaje al acto" (página 128 de la edición Paidós).

Esta descripción, se ajusta a la caída de la joven homosexual desde el puente. Pero no a la "caída" de la joven de su análisis con Freud.
En efecto, la imputación a Freud es fundamental, porque constituye el meollo, no solo de su crítica respecto a este caso, sino de la diferencia que Lacan quiere establecer respecto a los límites de los análisis freudianos, es decir, de los impasses de "Análisis terminable e interminable" y la roca viva de la castración. El trasfondo de este debate con Freud permite entender la preferencia de Lacan por la formulación más general del "dejar caer", que podría aplicarse tanto a la caída del puente como al final de análisis que Freud impone.

Pero esto genera una ambigüedad sobre la estructura del pasaje al acto, que habría que analizar y tener en cuenta. Esa ambigüedad se plantea nuevamente en el caso de Lucía Tower: ¿cómo es el pasaje al acto en ese caso? ¿Es Lucia Tower quien deja caer a su paciente o es ella quien se deja caer al romper el dispositivo analítico? ¿Si en esos casos el analista se mantiene como sede del objeto parcial, qué es lo que cae? ¿Quién (o qué) cae en esos casos?
¿Es válido hablar de pasaje al acto en los análisis fallidos donde el analista deriva al paciente?

Aquí estoy tentado de asociar el caso Hirschfeld que usted ha estado trabajando, según he visto en algunos anuncios de seminarios. ¿Es un pasaje al acto también la decisión de Freud de dejarla en manos de Pfister en 1911 para irse de vacaciones, para no retormarla luego?

4) Contratransferencia y deseo del analista

Hasta donde pude leer, su texto se anuncia, ya en el título, entre la noción freudiana de contratransferencia y la expresión lacaniana “mujeres analistas” del seminário VIII, lo que, como se demuestra en el desarrollo del libro, no deja de ser una opción de método, que recupera los trabajos de analistas de la década del 50 y otros anteriores (como Ferenczi, mencionado en el prólogo, Ed. 2005), leídos con nociones y formalizaciones lacanianas, tales como objeto “a”,  "mujer", "goce", y especialmente “deseo del analista” .

Usted afirma, en el mismo prólogo, que el desplazamiento desde la noción de contratransferencia hasta la de “deseo del analista” no resuelve la cuestión. Casi al final, en la página 238, escribe que "la noción de contratransferencia tiene un vicio de origen, que sus defensores empantanaron aún más. Y haberla sustituido por la  de "deseo del analista" no zanjó los problemas suscitados en su nombre". A continuación, afirma que la contratransferencia puede (también) ser leída como "la palmaria manifestación en el analista de su propia implicación en una situación estructuralmente erótica". A propósito, me parece que la expresion "estructuralmente erótica" permite restaurar un cierto equilibrio entre el orden de la estructura por un lado, y la erótica, como poesía y como atracción.

¿Podría desarrollar más por qué ese "deseo del analista" no resolvió, "no zanjó" los problemas suscitados, o sea esa zanja, justamente, entre contratransferencia y deseo del analista? Hasta donde entendí, es en ese intervalo, en ese hiato, donde aparece la mención a la tesis de los antecedentes del pase lacaniano (págs 146/148/159 entre otras).

Con el foco puesto en la clínica psicoanalítica ¿se puede, actualmente,   considerar   la contratransferencia, en realidad su manejo, como operador* en un análisis? Teniendo también en cuenta que el lenguaje freudiano solo se superpone parcialmente con el de Lacan,  ¿qué se ganaría y que se perdería en relación a lo que supuestamente la desplazó, el deseo del analista? Esto en el sentido de cómo pensar un análisis que pueda llegar no sólo a buen término, como en el primer paciente de Lucy Tower, sino simplemente también terminar, en el sentido del final de análisis.

[*Operador   (RAE):   Mat.   Símbolo   matemático   que   denota   un   conjunto   de   operaciones {psicoanalíticas en este caso} que han de realizarse.
Operación  (RAE): Conjunto  de  reglas  que  permiten,  partiendo  de  una  o  varias  cantidades o expresiones, llamadas datos, obtener otras cantidades o expresiones llamadas resultados.]

5) El "pase" de Lucia Tower

La cuestión de lo que actualmente se puede llamar “final de análisis”-“pase” de Lucia Tower,¿estuvo presente en el horizonte de la investigación o fue dado en après-coup por el hallazgo del primer borrador de Lucy Tower en los archivos muertos del Instituto Psicoanalítico de Chicago?

6) Producción de psicoanalistas prelacanianos y transmisión del psicoanálisis

¿Qué es lo que estaría en juego en  la lectura de textos de psicoanalistas prelacanianos para la transmisión y la praxis del psicoanálisis lacaniano?

7) “Talking cure” - “et pour” - “chimney sweeping

Respecto al punto "¡Qué bien deshollinaron!", del primer capítulo ("Una cuestión de método"), páginas 44 a 50, donde se analizan las referencias de Lacan a las expresiones de Ana O. "talking cure" y "chimney sweeping", uno de los fragmentos que Gloria Leff analiza en detalle es un párrafo de la sesión del seminario sobre la angustia, de la sesión del 23 de enero de 1963, donde Lacan marcaría lo que sería el "punto ciego" de Freud.
El análisis de Gloria Leff se concentra en las páginas 46 a 49.
Hay una operación de lectura de varias transcripciones del seminario.

En su momento me tomé el trabajo de seguirla y hacer lo mismo. Fue en ocasión de mis notas y comentarios de lectura del seminario sobre la angustia. Lo encontrarán en http://www.sauval.com/angustia/s9chimenea.htm

Gloria Leff busca rescatar la expresión "et pour" (traducida como "en cuanto") entre la "talking cure" y el "chimney sweeping", para establecer una diferencia, o distancia, entre ambas expresiones inglesas, ya que si nos atenemos a las versiones que solo colocan "y" entre ellas, habría que considerarlas como equivalentes.

Esto es lo que dice GL a la mitad de la página 47: "al sacar la expresión "en cuanto a" (que venía antes del chimney sweeping en la versión JL), y poner en su lugar la conjunción "y", se pierde la distinción entre la talking cure y el chimney sweeping (y esta dificultad no se subsana con la mayúscula  de  Chimney):  como  si  "hablar  en  la  cura"  y  "deshollinar  la  chimenea"  fueran sinónimos, o dos operaciones del mismo orden, que sugirieran lo mismo".

Ahora bien, lo que no se si GL se ha percatado es que el "talking cure" no figura en la estenotipia. Lo que aparece es « …elle l’a fait, là donc, et pour la chimney sweeping… »

Lo que han hecho en los “establecimientos” del texto (sea el de Roussan, el de la AFI, o el de Miller) es suponer que el "là donc" es erróneo y que lo que corresponde colocar ahí, apelando a una supuesta homofonía, sería el "talking cure".
Pero si el "là donc" es erróneo, y es una homofonía de "talking cure", es solo parte de esa expresión, y requiere del "et pour" para completar esa operación. Es decir, si hay homofonía (y correcciones a establecer en el texto a partir de la misma) debería ser entre "là donc, et pour" y "talking cure". En "là donc" hay algo que suena como "talk", pero no hay nada que suene como "cure". El "pour" podría ser la parte homofónica del "cure".

En suma, si vamos a hacer aparecer “talking cure” no hay manera de que no se nos pierda el “et pour”. En consecuencia, la transcripción de Roussan, en ese sentido, sería la más correcta.

Ahora bien, aunque el "en cuanto a" no exista, el razonamiento de GL no pierde coherencia.
Me recuerda el ejemplo del "niederkommen lassen" de Lacan para la cuestión del pasaje al acto en relación al caso de la joven homosexual. Alguno le podría haber dicho a Lacan porque no explica y presenta el pasaje al acto sin referencias a Freud, o al menos sin forzar el texto de Freud. Pero la invención de esa formalización del pasaje al acto en Lacan, no es sin Freud, ni es sin el caso de la joven homosexual femenina. Y en ese pasaje por Freud, aun siendo necesario, no es sin ser diferente de Freud. Justamente, por eso es una invención.
En suma, no se trata de “exactitud” sino de la operación de lectura en juego.
Volviendo  a  Gloria  Leff,  quizás  la  mayúscula  del  "Chimney",  aunque  insuficiente  para  ella, igualmente sea el rastro de lo que ella viene a subrayar en el texto: la distinción entre las dos expresiones. Es decir, Gloria Leff podría tener "razón", aunque no pueda encontrarla “escrita” (en términos de exactitud) en el "texto" del seminario!

8) Reflexiones

La lectura del libro de Gloria Leff lleva indefectiblemente a interrogarse por la operatoria del psicoanálisis, la función del analista y de qué modo este puede intervenir exitosamente conduciendo al paciente a un cambio de posición subjetiva. La transferencia y la “mal llamada contratransferencia” definida por la autora como “la palmaria manifestación en el analista de su propia implicación en una situación estructuralmente erótica” (pag. 238) se encuentran en el centro del asunto.

Al abordar el texto surge la pregunta respecto de qué lugar dar y cómo pensar lo que vendría “del lado” del analista en un análisis.
Me pregunto: ¿Qué del inconsciente del analista en su función? Inconsciente del analista y función del analista como vacío operatorio del deseo del Otro ¿son opuestos irreconciliables? ¿Se excluyen mutuamente? ¿Se encuentran coordinados? ¿Cómo situar sus relaciones?
La cuestión del inconsciente del analista, o del analista como “persona” ¿queda zanjada con apelar a la recusación de la intersubjetividad? (Respecto de la intersubjetividad, como de  otras nociones criticadas por Lacan, no habría que olvidar  la contextualización de sus proposiciones y  el frecuente recurso a extremar y hasta forzar posiciones para diferenciarse de lo que le parecía necesario rechazar.  No tener presente esto nos podría llevar a confundir recursos retóricos con posiciones teóricas.)

Retomando las preguntas. Lo que se suscita del lado del analista ¿Es sólo efecto del decir del paciente, de ser tomado, en términos freudianos,  por su economía libidinal o se pueden distinguir otras reacciones que serían completamente independientes, o descoordinadas de “las transferencias” del paciente?

Cómo entendamos la contratransferencia afecta las posibles respuestas. Esbocemos al menos tres opciones:

1 - La contratransferencia da cuenta y es correlativa de estar ubicado en un determinado lugar transferencial, y lo que experimenta el analista se limita a ser la manifestación de los efectos por ser objeto soporte de dicho lugar. Entendida así la contratransferencia, no se aclara para qué mantener este término, ya que no es más que la  manifestación en el analista de los efectos de la transferencia. Lo que se experimenta sería, si se quiere,  completamente “adecuado”, en términos lógicos, a la lógica que presenta dicho discurso particular (a partir de aquí pueden derivar distintos modos de concebir qué uso darle o no darle, cómo valorar estas “reacciones”, “experiencias” o como se las quiera nombrar, en un análisis, cómo maniobrar con ella.  Y según estos distintos modos entonces: Interpretar, construir, confesar…)

2 - La contratransferencia se relaciona con ser objeto de la transferencia pero se restringe únicamente a lo que sobre eso se monta del lado del analista, suscitando una respuesta inconsciente fantasmática o no analizada a dicha transferencia, lo que se entiende como un “punto ciego del analista”.  Este responde desde su propia neurosis. Esta respuesta implica  una lógica propia, distinta de la que es propuesta por la transferencia en juego y no se entrama, en principio, con la neurosis del paciente. En esta opción la contratransferencia  funciona como resistencia del lado del analista y es necesario analizarla y  combatirla.

3 - La contratransferencia no tiene ninguna relación con la transferencia, puede tratarse de prejuicios de cualquier clase, saberes referenciales, incluso transferencias del analista al analizado pero en todo caso descoordinadas de lo que sucede en ese análisis.  

Según Freud,  el manejo de la transferencia es el verdadero escollo del análisis. Comparada a las dificultades que ésta representa para un analista, la interpretación resultaría algo bastante sencillo. El modo en que Freud alude a la transferencia en distintos textos, las metáforas bélicas que utiliza y las palabras que elige para dar cuenta de ella, incluyendo la referencia a los espíritus del Averno, ilustran vívidamente la dimensión poderosa que esta implica. Mayor escollo pero nada a evitar ni eludir. Todo se da allí. Sólo en el doloroso camino de la transferencia, nos dice,  es que algún cambio se torna posible.

Así, el mayor “obstáculo” se erige como la mejor palanca para impulsar el análisis, a condición de poder operar eficientemente con ella, de saber cómo maniobrarla. La dificultad le es fatalmente inherente. Su “manejo” no puede dejar de ser “accidentado” pero se verá seriamente amenazado o directamente impedido, si el analista no ha logrado llevar a buen puerto su análisis. Esto quiere decir haber realizado una especie de purificación analítica del inconsciente, que libre ahora de fantasías y resistencias puede ponerse en sintonía con el inconsciente del paciente y no erigir obstáculos al devenir del discurso analítico. Al menos, nos dice Freud, no debe sustituir con sus propias censuras la regla impuesta al paciente.

En esta dirección, los aspectos no analizados del analista, entendidos como contratransferencia, limitan, obstruyen u obstaculizan la cura. A cada una de las represiones no vencidas en él se corresponde un punto ciego en su percepción analítica. Los deseos y fantasías inconscientes del analista obstaculizan la cura. Esto es la contratransferencia y ella hace alusión al deseo del analista. Pero, siguiendo aún a Freud decimos, al deseo en tanto no purificado: deseos edípicos reprimidos.
Luego del recorrido freudiano, volvamos ahora a las preguntas por el deseo del analista y abordemos luego algunos interrogantes sobre el texto de GL.

¿De qué deseo hablamos? ¿Se trataría de uno purificado de cualquier fantasma? ¿El deseo del analista sería el deseo de sostener un análisis, el deseo de psicoanalizar? ¿Y cómo entender este deseo? ¿En términos de conducir al paciente por la vía del deseo como falta,  operando un corte en cuanto a lo que lo mantiene cautivo, rehén, fijado a cierto goce que encuentra su marco en una escena que la repetición nos lleva a construir? Y ¿Cómo logra el analista operar esa función de corte? ¿De qué depende? ¿Para operar como analista sería necesario ser un puro vacío (o pantalla en la versión freudiana), y evitar al máximo la intervención del determinismo inconsciente o estas relaciones son más complicadas, más “sucias” (3) y cómo se trama un análisis implica caminos más intrincados y complejos entre analista y analizado?
GL luego del recorrido que realiza en su libro propone pensar la contratransferencia de la siguiente forma: “La mal llamada contratransferencia no es propiamente el obstáculo para la cura; tampoco la brújula requerida para orientarnos, sino la palmaria manifestación en el analista de su propia implicación en una situación estructuralmente erótica” (pag. 238)

En este modo de plantear las cosas el asunto de los “puntos ciegos” o del inconsciente del analista parece quedar desdibujada. La cuestión se ubica en términos de cómo el analista se “las arregla” o no con los vaivenes de la erótica analítica.

Si se las arregla “bien” entonces puede desplazarse por su contratransferencia (pero la contratransferencia aquí no parece ser más que soportar la erotización  a la que lo sujetan). Así está dispuesto (no en el sentido de una voluntad sino de la disponibilidad) a asumir el lugar que se le asigna, y a jugar con él. Puede vacilar y reposicionarse. Puede “activar” su contratransferencia como un artificio, representar un lugar sin quedar preso de él. El análisis no queda detenido en la angustia de castración.

Si se las arregla “mal” -y aquí habría que interrogar las coordenadas que sitúen de qué depende de que se las arregle bien en un caso y en otro no- no puede desplazarse por su contratransferencia,  no puede vacilar, queda preso siendo sede del objeto parcial. Podemos pensar que ya no se lo representa, sino que se lo es  -se cree que se los es-. Así, no parece ser casual que los casos más representativos de este “arreglárselas mal” terminen muy frecuentemente con un pasaje al acto del analista.

Dijimos entonces, que la cuestión del deseo inconsciente del analista y las complejidades  de cómo se entrama este en un análisis determinado queda dejado de lado. No se explica, por ejemplo, si su intervención tiene lugar respecto de las posibilidades de poder operar en un sentido u otro (arreglárselas bien o mal) o al menos en qué dirección convendría orientarnos para situarlo.

Los casos

En el libro hay referencias a varios casos. Pero principalmente se examinan dos “historias de amor” de Lucía Tower (capítulo 10, pag. 179). De estas dos historias de amor sólo una tiene un final “feliz”. Se trata del caso “exitoso”.
Tomando la información que aportó Michel Sauval (4) respecto de cómo piensa Lucía Tower su contratransferencia en el caso “exitoso” (dato que no aparece en el libro de GL) en tanto que sostiene “mi respuesta contratransferencial se debía a la reactivación de un conflicto edípico inconsciente bajo la forma de una decidida competitividad hacia, y un temor frente a, otra mujer en una situación triangular", se puede entonces reintroducir la cuestión que sostenemos es dejada de lado y repensar los movimientos de dicho análisis.
De hecho, tanto en este caso como en el que trabaja respecto del “acting out” (capítulo VIII), podemos situar los movimientos del analista (y los efectos correlativos en el paciente) en relación a la intervención de su inconsciente (del inconsciente del analista o en todo caso de la subjetividad que soporta dicha función) Se trata en ambos casos de dos formaciones del inconsciente que produce el analista.  Un olvido y un sueño. Con estatuto diferentes ambos pero operando sin dudas como función de corte. Volveré sobre esto más adelante.
Si tomamos el caso “exitoso”, la secuencia es la siguiente: dos años sin ninguna mejoría ni movimiento. La mujer del paciente desarrolla una enfermedad psicosomática, la analista toma nota de esto y reflexiona al respecto pero no deriva ello en un cambio de su  posición. Un año más tarde, tiene el sueño que implica un viraje y el cual remite a su contratransferencia en términos de un conflicto edípico de rivalidad con una mujer. En el sueño esta rivalidad parecería disiparse  y resolverse la contratransferencia (aunque no queda claro por qué refiere que el sueño la asusta tanto). Lucía Tower sostiene que la posición de rivalidad con una mujer y la amenaza que la misma representaba,  es lo que le habría impedido tomar en consideración el punto de vista de la mujer de su paciente, y la había mantenido tres años plegada al punto de vista del paciente respecto de la situación marital.

Según Tower a partir de este sueño, entonces, reconsidera su modo de entender las cosas y puede identificarse con la mujer del paciente, y volver así más decididamente a ubicar la agresión de aquel hacia su esposa.
Este reposicionamiento tiene el siguiente efecto: el paciente dirige con más intensidad que nunca su sadismo contra ella, la somete a un escrutinio muy incómodo, al punto que ahora es ella  la que está a riesgo de enfermar. Anteriormente había pensado que la enfermedad desarrollada por la mujer podía ser “una salida” respecto de la situación marital y  de la agresión de su marido. Ahora es ella la que está a riesgo de enfermar  debido a los “sentimientos sádicos y depresivos con que la cargaba el paciente” (pag 221).
GL propone la hipótesis de que lo que sucede aquí es que Lucía Tower, luego de este sueño se “abaja”, de “analista mujer a friendly wife”. Esto le permite tomar entonces el lugar al cual se la requiere en la transferencia, y el modo en que vuelve “activamente” a abordar al paciente luego de este sueño tiene “el más puro estilo de un pleito matrimonial” (pag 195). O sea, se deja tomar, se aviene al lugar al cual es requerida por la transferencia.
En el libro se sostiene que el modo de plantear el asunto por Lacan, mediando la comedia de Oliver Goldsmith “She Stoops to Conquer” como apoyo de su lectura, tiene por consecuencia entender “que lo que ella llamó su neurosis de contratransferencia implicó abajarse: pasar de analista mujer a friendly wife; al hacerlo, Lucía Tower habría recurrido a un artificio y a esto se debería el éxito de ese análisis” (pag. 195).

Un  problema que encuentro en esta lectura es que parecería trastocarse como está planteada la cuestión para Lucía Tower. Si el núcleo de su contratransferencia es el conflicto edípico no resuelto que la llevó a una rivalidad con la mujer de su paciente, el sueño (mejor dicho la interpretación que hace del mismo) es lo que la saca de dicho lugar. No hay ninguna activación de su contratransferencia, sino que al resolverla, al rever y analizar  ese “punto ciego”, pudo volver a repensar lo que no estaba pudiendo interpretar (al menos no eficazmente -refiere que todo lo dicho en ese momento ya lo venía diciendo pero sin suscitar efectos-).

Si articulamos esto con lo que GL ubica al respecto, como punto donde efectivamente la analista se abaja y pasa a ser tomada por la transferencia, entonces  sería su contratransferencia  lo que le impidió por tres años poder abajarse a dicho lugar.
Poniendo las cosas en estos términos, parecería que nos acercamos  a la concepción freudiana respecto de la contratransferencia como obstáculo, punto ciego que debe ser analizado para permitir el desarrollo de un análisis. Pero esto sería así sólo si consideráramos que los tres primeros años de dicho análisis, en los cuales “el paciente logra que su analista vea la escena doméstica desde el punto de vista de él” fueron un obstáculo a su posterior “abajamiento”. Cosa por demás dudosa, ya que haberse plegado al punto de vista de su paciente es parte del proceso analítico y más bien confirma la versatilidad y la posibilidad de dejarse llevar por lo que allí sucede. Más aún, considerando lo importante que podía ser para dicho paciente comprobar que podía efectivamente conmover o afectar a una mujer. Esto último es directamente reconocido por Lucía Tower (se encuentra en una cita del libro en la página 180)

En el afán de otorgar su complejidad a algo que, se lo piense o se lo teorice de la forma que sea, debe ser inevitablemente complejo (me refiero a la relación entre analista y analizado y los caminos particulares por los cuales se da un análisis y se teje aquella relación tan singular) se podría pensar que esos tres años fueron necesarios para que se pudiera dar lo que siguió y que el devenir del análisis muestra una dinámica compleja donde incluso los puntos contratransferenciales (entendiéndolos acá como deseos o fantasías inconscientes del analista) pueden abrocharse felizmente con la neurosis del paciente.  Que la función del deseo del analista no es pura, o en todo caso que un análisis “marche” no es sin estos vaivenes donde el analista queda incauto: en este caso  tomada por el punto de vista de su paciente (de la neurosis de este).
El paciente así, se incautó del analista (incautarse: apoderarse arbitrariamente de algo). Luego, sueño mediante, la analista cambia de posición, y se da un punto de viraje decisivo. No sabemos por qué el sueño se dio en ese preciso momento. Las circunstancias que lo rodearon no se explicitan. Pero los tiempos de un análisis son demasiado singulares y en hartas ocasiones misteriosos.

Podemos ahora retomar lo dejado en suspenso más arriba. La cuestión de que en dos de los tres casos de Lucía Tower que se mencionan en el libro, se encuentran formaciones del inconsciente  -del analista-  (si se acepta el olvido como ta,l en vez de tomarlo como acting out. En el caso restante, el que fracasó, lo que encontramos es un pasaje al acto-). Encontrar en la presentación de estos casos dichas manifestaciones del lado del analista, no es casual sino que coincide con el interés de Lucía Tower puesto en “ofrecer indicios de que los fenómenos contratransferenciales  pueden ser de vital importancia en el curso de un análisis” (pag. 192).

Volvemos entonces a tomar esos ejemplos para seguir interrogando la complejidad de la relación analítica y las vías no tan lineales, no tan simples de seguir, en las que el analista puede intervenir eficazmente, operando un corte. Corte que puede incluso introducirse involuntariamente (este parece ser el modo en que sucede en los casos de Lucía Tower a los cuales nos estamos remitiendo). De un modo parecido al que Lacan, en el seminario 10, refiriéndose a  una intervención eficaz de Margaret Little con una paciente, dice: "introduce por una vía involuntaria lo que está en juego y debe estarlo siempre en el análisis (...) la función de corte" (página 158 de Paidós)

Así, en el caso del olvido,  el corte se opera respecto de la paciencia infinita de Tower, correlativa de la acusación y demanda infinita de su paciente. Y en el caso del sueño, respecto de su conflicto edípico inconsciente y de las  gratificaciones transferenciales que obtenía su paciente presentando la escena conyugal del modo que la presentaba (pag 194). Notemos que estas formaciones del inconsciente operan como corte en la analista misma, y generan luego efectos nuevos en sus intervenciones y reposicionamientos en los pacientes.
De esto parecen derivar dos estatutos distintos del inconsciente: uno que porta los deseos reprimidos, fantasías, puntos de fijación, etc -y corresponde a la contratransferencia-, y otro que opera, vía formación, volviendo a situar con el corte,  la ley y el deseo. Otro modo de proponer esta distinción es situarla en torno a la diferencia entre fantasma e inconsciente, o al problema de  las relaciones entre  fantasma, inconsciente y deseo. Más esquemáticamente (y es probable que más limitadamente): en términos de goce y deseo.

Cuando Lucía Tower se olvida de su cita con la paciente que la tiene (sin haberse percatado del todo hasta el momento del olvido) completamente harta, colmada en su paciencia hasta la saciedad (fed up), sale de paseo y come una comida que disfruta particularmente.  GL remarca que para que esto sea posible, es necesario  no estar “fed up”, ya que si alguien estuviera completamente saciado, no podría tener hambre, menos disfrutar de una comida. El olvido es correlativo entonces de dejar de estar, como lo venía estando, fed-up.                                                      Luego, el modo en que dicho olvido opera en el encuentro con la paciente pone fin a la acusación insaciable de esta, quien termina testimoniando, con una risa y el abandono de dicha posición,  que aquel olvidó funcionó como una intervención. Finalmente ese análisis llega a “niveles transferenciales profundos”.

Con el sueño del caso exitoso y lo que sigue a él, se da un importante movimiento donde la analista pasa a situarse en el ojo de la tormenta, siendo sometida a un implacable escrutinio.  Y permite, luego de soportar más o menos pacientemente este lugar embarazoso, que los síntomas del paciente se vayan resolviendo. Se desbloquea el problema de comunicación y surge material onírico y fantasioso. Se abre la vía regia. En el medio Tower vacila.  Por un tiempo desespera, está al borde de la enfermedad debido a las presiones con las cuales la carga su paciente. Si tomamos la idea que la analista había tenido respecto de que enfermar podría haber sido para la mujer del paciente una vía de escape, una salida respecto de la situación marital y el sadismo que le dirigía su marido, podemos decir, entonces: desespera estando al borde de enfermar, al borde de salirse del juego. Pero no lo hace. Cuando advierte que no es ese ojo, que la amenaza no es contra ella, puede tolerar mejor ese lugar y llevar a un buen desenlace dicho análisis.

 

Notas

1 - Tal como comenté en “El ‘afecto’ del analista”, en ocasión de la realización del último congreso de la AMP, un analista de dicha internacional “en su muro/biografía de Facebook  (el 26 de abril, a las 14 hs) comentaba las presentaciones de una de las mesas del congreso de la AMP del siguiente modo: " Esta mañana, Antoni Vicens dijo que el analista se define por un modo de gozar. Toda la mesa de los carteles del pase en la cual participó parecía converger en esa osada afirmación enunciada por él" (subrayado mío). Obviamente, el problema no es cuál sería el
modo de gozar o no del analista, incluso el contrasentido de que el analista goce en su acto, sino que, a semejanza de lo visto respecto a la "calificación" de los títulos, o al uso de las referencias al "entusiasmo" o el "desapego", la distorsión radica en usar el "modo de gozar " para una absurda "definición" del analista”. Ver en http://www.sauval.com/articulos/afecto.htm

2 - Recordemos, justamente, que lo llamativo del diálogo de Platón es que se interrumpe antes de que Sócrates inicie el elogio del reenvío a Agatón, y que Lacan rescata este punto de "ignorancia" que se produce como final del diálogo para subrayar que lo que hace Sócrates, lo hace sin saberlo, y eso es lo que permite esclarecer la función del objeto parcial en el amor

3 - El libro “juntos en la chimenea”, retoma una anécdota talmúdica, en la cual se propone esta pregunta, que también hace las veces de conclusión: “¿Cómo podrían dos hombres pasar por la misma chimenea, y uno de ellos salir limpio y el otro sucio?” La autora escribe a continuación “Con la salvedad de que dentro de la concepción lacaniana de la transferencia sólo hay un sujeto, y el analista (objetivado) es una función.”(pag 237). Pero esta “salvedad” no termina de zanjar el asunto y la anécdota parece introducir que lo “sucio” cuenta para ambos.

4 -Información que obtuve de un escrito de Michel Sauval que se dio en el contexto de las conversaciones que mantuvimos dentro del CR de Acheronta en torno a la lectura del libro y con vistas a realizar una entrevistar a su autora.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 28 - Febrero 2014
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