Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Con la muerte en los talones
Mario Polanuer

Presentación realizada incialmente en la Fundación Europea para el Psicoanálisis, en la Conferencia-coloquio: "Desafíos para la clínica psicoanalítica", "La perversión en la mujer", en marzo de 1995.
Corregido en septiembre 1997

Cuando se me invitó a participar de este ciclo "desafíos para la clínica psicoanalítica" y se me planteó como tema la perversión, partí de la base de que se trataba de una ponencia exclusivamente teórica, y empecé a recorrer la literatura para intentar centrar el tema.

En ese momento, pude constatar que la literatura sobre el tema es sumamente dispersa, que las observaciones clínicas son discordantes y que en las referencias al tema de la perversión en la mujer prácticamente no hay consenso.

Por ese motivo, cuando se me aclaró que se trataba de una presentación clínica, y al no tener entre los análisis que he conducido ningún caso en el que se pudiera hablar con seguridad de una estructura perversa, pensé en Julia: Poco tiempo después de recibirla, mientras teníamos las primeras entrevistas, comenté brevemente su caso en una sesión clínica. Me insistía entonces (aunque no podía precisar el motivo), la idea de que había en este caso algo del orden de la perversión. Al comentarlo surgió un interesante debate en el que el diagnóstico de perversión fue rebatido.

Sin embargo, el asunto no ha dejado de rondarme, y esta es una buena ocasión para ponerlo, nuevamente, a debate.

¿Hay lazos que relacionan la posición subjetiva de Julia con la perversión?

Si es así, ¿de qué naturaleza son?

Si no lo es, ¿por qué me insistió esta idea durante algún tiempo, aún después de que Julia haya interrumpido su análisis? ¿Hay algunos rasgos que podemos denominar perversos?

Indudablemente, lo veremos, este caso responde al título general del ciclo (desafíos para la clínica psicoanalítica), e intentaré orientar la exposición del mismo de manera que, desde el trabajo sobre este análisis (muy fragmentario) podamos interrogar a la perversión como estructura, como organización particular de relación a la función fálica (y por ende a la castración).

Para comenzar debo recordar una afirmación que, aunque muy conocida, no ha perdido actualidad. Desde Freud, en el campo de las perversiones, en el movimiento para explorarlo, hay un intento, bastante logrado, de deslindar su descripción y estudio de toda connotación ideológica. La perspectiva freudiana, en los Tres ensayos, nos remite siempre a considerar la sexualidad llamada normal, como un lugar de llegada, una síntesis más o menos lograda, de la sexualidad infantil, en tanto perversa polimorfa. Lo que conduce a la perversión es (dicho en freudiano y muy en general) una fijación en el desarrollo libidinal, en un estadio previo a la fase fálica en función de la renegación de la castración materna.

Esta concepción deja abierto el problema del lugar del padre en la estructura, en tanto es la castración en la madre, y su deseo por el padre lo que abona el terreno para el funcionamiento de lo que Lacan llamó la metáfora paterna (recordar: D. M. / N. P.). El interjuego entre estos elementos es determinante para la entrada del sujeto en su relación al universo simbólico, y marcará la modalidad de su relación con la ley.

Podemos, entonces, afirmar que el sujeto perverso tendrá una modalidad particular de relación con la castración y la ley, distinta de la del psicótico (en la que el significante del nombre del padre está forcluido y no hay un acceso del sujeto en ciernes al discurso) y de la del neurótico (en la que la inscripción del significante del nombre del padre conduce a la dialéctica de la represión a un "no querer saber nada de eso").

En la perversión, ("ya lo sé, pero sin embargo") el padre está reducido a la función de partenaire del sujeto, en una escisión que podemos nombrar de la siguiente manera:

De allí que las relaciones del sujeto con la ley sean problemáticas (es lo menos que puede decirse): Desafío y transgresión son componentes esenciales del cuadro perverso, y se constituyen, muchas veces (si no la mayoría) en punto de límite al trabajo analítico. Éste conduce inevitablemente a un punto de encuentro con la roca de la castración, de la falta en el otro que, dadas las características del fundamento de la estructura, resulta insoportable para el sujeto perverso. Él reniega de ello, a la vez que muestra, en sus actos, aquello de lo que reniega.

Por eso la problemática del acto es fundamental en su clínica.

Pero al mismo tiempo, la tendencia al acto del perverso, siendo efecto de la estructura más que elemento estructurante, puede considerarse una de las causas de la reentrada de lo ideológico en el psicoanálisis. Ya no se trata de que tal o cual conducta sexual sea mejor o peor que otra, sino de que la actuación cuestiona en profundidad; y es ésta la que aparece rechazado por una normativa reintroducida en la contratransferencia (en los prejuicios del analista).

En sí, la cuestión del desafío y la transgresión, que durante el desarrollo de un análisis van a jugarse en la transferencia, no son exclusivos, de la perversión. Pero indudablemente nos la recuerdan, nos permiten interrogarla y pienso que esta es la causa de que Julia me hiciera pensar en ella.

Por otra parte, hay una coincidencia (de movimiento y no de estructura) entre el "hacia el padre" del perverso, y la entrada freudiana al complejo de Edipo de la mujer.

Del vínculo preedípico con la madre, como otro primordial, la mujer debe salir "hacia el padre". ¿Fetichizando el pene, es como acaba la historia? ¿Con una decepción que no acaba de asumirse?

Entonces no hay razón estructural para la perversión como estructura en la mujer. De hecho Freud daba tres salidas del vínculo primitivo a la madre vía castración. Extrañamiento de la sexualidad; complejo de masculinidad (distintio de homosexualidad pero que puede acabar en elección de objeto homosexual) o tomar el padre como objeto (salida hacia el Edipo).

De la perversión en la mujer como salida Freud nada dice aquí. Y como sabemos, solo algunos autores sostienen su especificidad (Ej. P. AULAGNIER).

En cambio sí hay mujeres actuadoras, y Julia es una de ellas.

Es una mujer de 34 años que acude a mi consulta de una manera que es absolutamente coherente con su manera de moverse por el mundo, es decir: en una actuación.

Pasa por la puerta (es vecina del barrio) y sube a pedir hora. Se trata de una Clínica Psicoanalítica, y ella pide hora con un psicoanalista. Ninguna precaución, ningún nombre propio, no hay indicaciones.

Un estímulo desencadena una actuación: ve el cartel y sube. No piensa ,no se da tiempo para meditar y tomar una decisión.

De entrada, es una modalidad que me resulta profundamente llamativa (nunca antes me había sucedido). Además, cuando la veo, un par de días más tarde, no parece tener dudas: quiere "hacerse" un psicoanálisis.

Así lo afirma, cuando la entrevisto, lo dice y calla. Espera ser interrogada.

La situación es extraña. Una mujer, de apariencia normal, viene a pedir un análisis y no suelta prenda. Rápida en acciones, lenta en palabras, le comento. Y entonces habla de una profunda depresión, en la que está sumida desde la muerte del marido, dos años atrás.

Decir que habla de forma entrecortada no es suficientemente gráfico, ya que literalmente se interrumpe en cada frase. Dice algo y se queda a la espera, pendiente de la interrogación que está segura de suscitar en su interlocutor.

Sólo tras experimentar que no hallará en mis intervenciones una señal acerca de los caminos que debe recorrer su relato, comienza a hablar. Esta modalidad, esta cadencia en su discurso va a mantenerse durante todo el desarrollo de su fragmentario análisis.

Enseñar una punta y esperar a que el otro muestre su deseo, así es como Julia busca, permanentemente una guía para hallar la respuesta a la cuestión del suyo propio.

Por eso, son necesarias varias entrevistas para que se dibuje el cuadro en el que se inscribe su pedido.

Primero habla de un estado de profunda tristeza,y de un insomnio pertinaz que resuelve con la toma de antidepresivos recetados por un psiquiatra.

Después me cuenta que bebe cuando la pastilla es insuficiente, luego que está así desde hace dos años, cuando falleció su marido. Que vive con sus padre, una tía, e Irina, su hija de cinco años. Y se detiene en el relato de las incomodidades propias de vivir con sus padres, a los que oculta las visitas a mi consulta.

Más tarde aparece una cuestión: Albert, el marido, era heroinómano y murió de una sobredosis. Luego de varias entrevistas, en las que habla de los avatares de la accidentada historia de su matrimonio, cuenta que ella también se inyectó heroína durante tres años, y sólo dejó de hacerlo cuando Albert murió.

Y, finalmente, aparece la pregunta que la obsesiona ¿es ella culpable de la muerte de Albert?

Es que carga con un trágico secreto: Ella inyectó a Albert la dosis de heroína que le mató. Lo cuenta de la siguiente manera: "Estábamos en nuestra casa en las afueras de Barcelona. Irina dormía. Yo habia ido a "pillar" dos papelinas. Noté que una estaba excesivamente llena, y lo comprobé al preparar las inyecciones. Se lo dije a Albert, que esperaba ansioso. No quiso escucharme, me dijo que se la inyectara. Yo lo hice, sabiendo que era demasiado. Pensé que podía matarlo. Me interrumpí en la mitad, y él me dijo que siguiera, mientras iba "colocándose". Así lo hice, y él tuvo un espasmo y murió".

Su muerte, a nivel judicial, fue calificada de accidental, pero ese sobreseimiento, como es evidente, no la tranquiliza. Viene a preguntar, una vez más, si es culpable. Lo preguntó al policía, al juez y al psiquiatra y ahora lo pregunta al psicoanalista.

Frente a la falta de respuesta, Julia dice entender que ninguna respuesta de nadie que no sea ella misma le será de utilidad, acepta que ésta no está en el otro. Tras la búsqueda de sobreseimiento, se asoma la pregunta por su responsabilidad en tanto sujeto.

Ha habido un suceso inscrito en la dinámica de su relación al otro, determinado por el funcionamiento de su deseo. Sólo que esta vez es llevado al extremo del acto. Extremo en el que (al decir de Lacan en Función y Campo de la palabra) "el histérico cautiva ese objeto en un intriga refinada, y su ego está en el Tercero, por cuyo intermedio al sujeto goza de ese objeto en el cual se encarna una pregunta... Tenéis que hacer reconocer dónde se sitúa la acción, para la cual el término acting out toma su sentido literal, puesto que actúa fuera de si mismo" (Escritos I, 121).

La cuestión estaba entonces, puesta sobre el tapete.

Aquí se juega una apuesta: en ese momento pienso que se trata de una puerta de entrada para un análisis posible.

Asunto que no está libre de ser cuestionado. En ese punto apuesto a que no se trata de un pasaje al acto que responde a una voluntad de goce, sino de un acting out en el contexto de una histeria, Y así comienza este análisis.

No me parece que esté de más puntualizar, en relación a lo que planteaba al principio, sobre la disparidad de criterios que podría haber alrededor de este inicio.

Para algunas líneas, la contraindicación de un análisis estaría en el aire, ya que se trata de una paciente "actuadora", pero mi apuesta es que si un síntoma remite a una verdadera interrogación subjetiva, y se instaura la transferencia, la posibilidad de un análisis está abierta.

Me parece que la experiencia indica que algunos sujetos puedan poner (bajo transferencia) en palabras, lo que las actuaciones venían a decir a un Otro, que varía en su condición con el inicio de un análisis, ya que el analista deviene interlocutor privilegiado.

Y está claro que el trabajo aquí debe ser conducido en la transferencia, más allá de los avatares sintomáticos.

Al revertir (ella) su inquirir por la culpa en pregunta por su condición de sujeto responsable, un análisis es posible.

La falta de respuesta del analista instaura una diferencia respecto a los demás lugares e instaura el sujeto supuesto al saber. Conducirla a interrogarse abre para Julia la posibilidad de cuestionamiento sobre su existencia. Su pregunta se condensa en el significante muerte, que una vacilación en el discurso esconde (en la frase "muerte de Albert"). Adquiere (y ya veremos más razones para entenderlo así) la condición de llave, de puerta de entrada. Y el análisis se inicia.

Si bien entre entrevistas e inicio del análisis hay una decantación de la pregunta que la trae, se acuerda un contrato, el diván comienza a ser usado y se inicia la asociación libre, no se ve un cambio en la modalidad de su discurso propiamente dicha.

Julia sigue, en la transferencia, jugando un juego de acertijos, haciendo lo posible por encontrar una guía que le marque un rumbo. Pero esto empieza a hacerse evidente, y en un primer tiempo se constituye un relato sobre la situación.

Verdaderamente, la muerte está presente de una forma particular e insistente en su vida y en su historia.

Actualmente, conserva todos los objetos que pertenecieron a Albert. Su ropa, sus libros y ...sus cenizas. Conserva, también, fuertes lazos con la familia de Albert, a la que idealiza en comparación con la suya propia. Con el padre de Albert fueron a esparcir las cenizas al mar, pero Julia no pudo resistir la tentación de conservar una parte, que guarda en su cómoda.

Y al poco tiempo, revela una cuestión a mi juicio fundamental: cuando tenía 3 años, y (según la leyenda familiar) por descuido médico, falleció su hermana melliza, Mariana. No conserva ningún recuerdo de ella, pero sí lleva profundamente grabadas palabras de su madre, que referían como Mariana era más lista, más rápida para aprender, para crecer, en fin... Para Julia la conclusión es clara: es ella la que debería haber muerto, y no su hermana; eso es lo que escucha en los comentarios de su madre.

Mariana es la que debería seguir viva, "seguramente ella hubiera sido más lista, no hubiera necesitado siempre, como yo, algo que le ayude a vivir". Porque Julia dejó de dormir cuando murió Mariana. Y sus padres empezaron a darle somníferos, hasta la adolescencia. Recuerda la ansiedad de cada noche, que terminaba cuando venía su madre a darle la pastilla, que la sacaba de la angustia insomne.

Ya adolescente empezó a beber, robando de la bodega de su padre alcohol para toda la clase. Bebía con intención de encontrar valor pra enfrontarse con el sexo... contrario (dice ella). Y es una tímida inaccesible o (al beber) una chica fácil. Sólo sale de esa oscilación al encontrar a alguien... a quien redimir.

El padre, bodeguero de oficio, era escandaloso y gritón. Cuando se daba cuenta de sus hurtos se ponía frenético, y eran frecuentes las regañinas y las terribles amenazas. Pero no los castigos.

Su forma de decirlo: "lo que más rabia me daba ( y me da) es que montaba (y monta) todas esas escenas para nada, que no cumplía (ni cumple) sus amenazas".

Así se pone de manifiesto ese "hacia el padre" que aparece en el deseo (frustrado) de ser castigada.

Esa alternancia se apoya en su posición narcisística que podría condensarse en una fantasía (mejor un fantasma) de ser solo la mitad (y la peor) de lo que venía a completar a su madre. En su relación al sexo "contrario", oscila entre la posición de objeto para aquellos cuyo deseo desea, al intento (como veremos con mayor detalle sobre todo en su relación con Albert) de constituirse en aquello que falta al otro.

Pero aquí es necesario algo que la venga a suplementar (pastillas, alcohol, heroína, etc). Y el odio que genera la insuficiencia revierte en sí misma... y en el otro.

Por otra parte, el llamado al padre, al Otro de la ley, al tercero, haciendo de eso (me parece) un síntoma. Esto resignifica lo aparecido en las entrevistas preliminares, y la posición de juez a la que invitaba al analista con su pregunta inicial. Y adelanta lo que pasa más adelante en la transferencia. El primer movimiento en ese sentido, aparece cuando luego de un par de ausencias: viene y me dice que ha de interrumpir el análisis. Le han embargado la cuenta corriente por impago de multas, y no dispone de dinero. Yo respondo fijando un margen de tiempo para pagar, que ella cumple. Y en esa sesión revela el placer que siente cuando llega el coche, encuentra la multa, y la tira. Que siempre que puede hace pequeñas violaciones a la ley y que eso le da placer, la hace "vibrar", salir de la monotonía de la vida cotidiana.

Punto difícil: una paciente grave que pone a prueba, en la transferencia, la consistencia del otro. Decirle que vuelva cuando lo pueda sostener me parece una maniobra expulsiva y que ignora la cuestión que está en juego, lleva a sumarse a la serie de repeticiones, complementando el fantasma. Otra vez, apuesta por el sujeto: instaurar una palabra que comprometa. Una terceridad en el análisis.

En este momento el riesgo es colocarse del lado del "padre insuficiente" en la transferencia, el que no sanciona el incumplimiento de un pacto. Pero a mí me parece que desde aquí es posible intervenir. El análisis ha avanzado sus primeros pasos, Julia ha relatado sus circunstancias, y poco a poco parece irse produciendo un giro de su posición respecto a su historia.

Ya no cuela presentarse como víctima (no cuela ante ella misma), la irresponsabilidad y la pasividad de estar "a merced de la corriente". Julia empieza a darse cuenta de que, aunque no de una manera consciente, el timón de su barco ha estado siempre (en la medida en que lo está en los seres humanos) en sus manos en tanto sujeto.

Por eso pienso (ahí) que resulta más operativo para el análisis la segunda de las alternativas. La apuesta (como decía más arriba) de que en la escena transferencial se juegue una pieza de la que ella es protagonista.

La maniobra funciona, y un par de sesiones después abona su deuda.

Mientras, el análisis avanza, no sin angustia ni sin dificultades, pero avanza. La cuestión de la hermana fallecida empieza a cobrar un relieve que no había tenido hasta entonces en la historia de Julia. Habla mucho acerca del asunto, y aparece una fantasía. Cuando escriba algo y lo publique (recordemos que es profesora de Literatura, y de vocación escritora), lo firmará con el nombre de su hermana.

Variante de la idea de "ser la mitad fallida", el proceso de despertar al hecho de hacer las cosas en su propio nombre, es decir a responder a la cuestión de su responsabilidad en tanto sujeto, va produciendo una agrietamiento del montaje de "inocencia por omisión" que se había construido.

Entonces produce un sueño: "mi madre se hunde en el mar, y yo voy detrás de ella. Me hundo con gran placer. Mi madre me empuja hacia arriba y yo quería hundirme".

Sus asociaciones: "Mar, mariana, la hermana. El placer unido a la muerte. Una sensación de estar empezando a masturbase. Placer y muerte para los toxicómanos están unidos".

A partir de entonces empiezan a faltar. Por un lado roblemas con el pago, actitudes reivindicativas, y por otro, en tono de confesión, la revelación de que sigue consumiendo drogas, ahora cocaína. Después de ausentarse de varias sesiones, me cuenta que se encontró con un amigo (de la época en que vivía Albert), y que éste la invitó a una "fiesta". Al llegar ella vió que la fiesta era para ella sola. Le dio miedo pero entró. Y pasaron la noche hablando, y tomando unas lineas que él decía que eran de cocaína, pero que en realidad llevaban heroína mezclada. Está asustada. La heroína tiene para ella efectos devastadores...y se promete no volver a verlo.

En los intervalos en los que sus actuaciones se detienen, va surgiendo un discurso cada vez más preciso en la dirección que señalaba más arriba. Relata un episodio en el que deben matar las crías de su perra, con una inyección de pentotal. Albert era incapaz y ella decide hacerlo. Cuenta: "Experimenté una sensación rara. Pensé que me podía pasar con Albert. Que la situación se repetiría". "Todo el que se pincha sabe que la puede palmar, y me pareció que eso pasaría otra vez. Yo le inyectaría hasta que el muriera; ¿le odiaba? Al mismo tiempo no podía vivir sin él"." Los perros los mataban los hombres. Los hombres mantienen el hogar. Yo maté los perros, yo trabajaba. Yo era el hombre de la pareja".

"Entonces aún no le odiaba...un año después quizás sí..."

En el interín, el padre muere. Ella falta a un par de sesiones sin avisar y luego viene, se echa en el diván. Y cuenta que el padre fue ingresado y falleció. Que la noche anterior a la muerte ella tuvo unas imágenes terribles. Pensaba: "que solos se quedan los muertos", y tenía miedo.

Sin embargo está asombrada de lo tranquila que estuvo luego. Llora un momento y luego hipertranquila. Bebió para dormir y por la mañana despertó en medio de un orgasmo, tras un sueño del que sólo recordaba que era erótico.

Está horrorizada . No soporta haber despertado con esa sensación. El padre ha muerto y ella no solo no se angustia, sino que despierta en medio de un orgasmo...

Al pagar, pregunta si debe pagar la sesión a la que se ausentó por la muerte del padre. (Hasta ahora había pagado, tal como habíamos acordado, todas las sesiones concertadas). Yo la remito a nuestro acuerdo.

Y a partir de entonces se desencadena una batalla (en su interior) que acabará con la interrupción de su análisis.

Reencuentra al viejo conocido, de cuando vivía con Albert, que la vuelve invitar a una fiesta. Ella acude y al llegar se da cuenta que es una fiesta otra vez solo para ellos dos. Dice indignarse y ofenderse, pero toca el timbre. La situación es idéntica. Él (cuyo nombre nunca dice) tienen preparadas unas rayas y las toman juntos. Ella creía (otra vez) que era coca, pero era coca mezclada con heroína. Dice que se dió cuenta demasiado tarde, y que a ella la heroína le hace muy mal.

Unas semanas quejándose de la resaca y de la insistencia del amigo (al que ella se hace negar) hasta que deja de acudir a sus sesiones. Le telefoneo y viene, me paga las sesiones a las que no vino, y cuenta: "su llamada fue fundamental: Cedí al asecho de este hombre y empecé a fumar crack con él". Estuvo casi enganchada y paró cuando la llamé. Además él la incitaba a tener relaciones y ella empezaba a tener ganas...

Esa fue la última vez que ví a Julia. Tres semanas más tarde la llamé y me dijo que no podía continuar, que no quería ni hablar de ello, y que me enviaría los honorarios que me debía.

Efectivamente me deja un sobre en la consulta, días más tarde con un talón con el importe de todas las sesiones...menos una.

Como es propio de cualquier presentación, esta es necesariamente fragmentaria. El criterio para elegir qué relataba obedece a las directivas señaladas al inicio.

Puntuar algunos momentos del desarrollo de este tratamiento señalando la hilación entre su posición en la transferencia, que obedece a una estructura a mi juicio histérica, y la producción de actuaciones en lo real, que aparecen claramente relacionados con los momentos que este incipiente análisis iba atravesando.

Dichos actings llaman a la modificación del manejo de la transferencia, llevando las cosas a un punto tal que Julia logra poner los términos en una posición extrema, en la cual el pasaje al acto implica una salida de la escena... analítica.

Sus actings son llamadas a un Otro para, cuando se presenta, marcar su insuficiencia. Dejarlo en la impotencia.

Sin embargo, escapan a su control, al punto que podrían parecer perversos (particularmente, la escena de la muerte de Albert) si el otro hubiese sido su objeto de goce, Lo que sucede a mi juicio, es que por un lado, le funciona como indicador para su deseo, pero a la vez le marca la falta. Ella no lo completa, ni siquiera al tener una hija. La dimensión del odio, en una relación que acabó siendo casi fraterna, aparece y resignifica el pasaje al acto.

En la transferencia, intenta también primero el lugar de objeto, pero al encontrarse con un interlocutor que no complementa el fantasma que subtiende dicha posición, su discurso se histeriza, el sujeto en su división aparece como causa. Y ello la conduce por una doble vía: La del inicio de un acercamiento a la falta, y la de su responsabilidad en sus actos.

Ha pasado tiempo desde entonces, y la pregunta por un posible manejo distinto de la transferencia sigue abierta.

Con esta pregunta lo traigo a este foro, y concluyo la primera parte de esta presentación.

Hace pocas semanas, ya redactado lo anterior, un hombre se presenta en mi consulta derivado por una colega. Me habla de sus problemas en el trabajo, de que no valora lo que hace y eso le impide "venderlo". Y que quiere resolverlo, que piensa que esa dificultad tiene profundas raíces en su historia, y por eso cree que un psicoanálisis puede ayudarlo.

Tiene 45 años, y le pregunto porqué ahora.

Me cuenta que es homosexual, y que desde hace un año sabe que su compañero es immunodeficiente. Yo intento que me aclare si es seropositivo o está enferemo de SIDA. Y no sabe hacerlo... Pero cuenta que hasta ahora (y desde hace diez años) vivió, prácticamente, de lo que ganaba su compañero. Y que esta noticia le hizo sentir mal, y con miedo. Por eso aquello que hasta ahora era "normal" se convirtió en un síntoma.

En la incertidumbre entre seropositivo y enfermo, interrumpo la primera entrevista.

Y viene a la siguiente diciendo que hizo las averiguaciones que esclarecer esta duda requería, y que su compañero es seropositivo. Que llamarlo immunodeficiente (se da cuenta) implicaba hacerlo candidato seguro a un muerte immediata.

Y confiesa, no sin dificultad (se confiesa, diría) que sintió un deje de alegría cuando supieron que él (que casualmente se llama igual que el marido muerto de la paciente de la que antes os hablé) era seropositivo (el paciente no lo es). Qué pensó: "si Albert está enfermo ya no me dejará, me necesitará para cuidarlo" (tiempo después y en otro contexto, David cuenta que su madre era "experta en revivir a los muertos".)

Finalmente, se siente culpable (con respecto a Albert) por su compulsión indominable de ir a ciertos lugares donde "folla con todo bicho que camina". Lavabos de estaciones, de cines, de grandes almacenes, lugares en general degradados cuya atracción le resulta irresistible.

Las características de las condiciones de goce para este sujeto se resumen en la necesidad de que el otro esté reducido a la condición de puro objeto. ("No quiero ni saber sus nombres").

De esto no habla con Albert, y nunca lo había dicho hasta ahora.

En la tercera entrevista dice: "Tenía la fantasía de que estaba llegando una hora tarde a la visita, que usted me cobraba sin recibirme y que yo mandaba el psicoanálisis a la mierda".

No hay nada que explique esta fantasía, a su juicio, ya que él está muy interesado en comenzar un análisis. Pero esta fantasía se le presenta insistentemente.

Enseguida una sorpresa: hace unos días (desconozco cuántos) que se abstiene de sus incursiones en el oscuro mundo donde hallaba su goce. Y que no lo quería decir para que "yo no me haga ilusiones", y "porque no sé cuanto durará", etc. Pero que persiste cierta estupefacción ante este hecho.

Más allá del acto perverso, lo que subrayo como posibilidad de construcción de un síntoma analítico, es algo que aparece también en acto: su responsabiliadad (que intentará burlar) en su relación a dichos impulsos.

Este paciente, se coloca en una posición de desafío frente a lo que apunta a aquello de lo que él reniega. Y escucharlo en su condición de sujeto (de la responsabilidad, dividido a la vez y necesariamente) es lo que a mi juicio hace posible una entrada en análisis.

El "hacia el padre" de David, apunta a colocar al otro en el puesto del legislador (para burlarlo). Pero su relación al significante de la ley es precaria en tanto va a buscarlo desde una identificación con la madre, es un partenaire y no un tercero... Y ese es el lugar al que apunta en la transferencia.

Creo que este segundo caso enseña algo (en su respuesta al primero) de la diferencia entre histeria y perversión, y de sus formas respectivas de ponerse en juego en la transferencia.

Una vez más, vemos como en realidad no es la estructura (de entrada) la que constituye un desafío para lo clínica psicoanalítica, sino la manera particular en que cada sujeto se juega . Cada análisis exige renovar una apuesta, que no sería tal si hubiera la seguridad de ganarla.


Comentarios del caso :

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 6 - Diciembre 1997
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