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"Lo curioso en todo esto es que el analista en los próximos años dependa de lo real y no lo contrario. El advenimiento de lo real no depende para nada del analista. Su misión, la del analista, es hacerle la contra. Al fin y al cabo, lo real puede muy bien desbocarse, sobre todo desde que tiene el apoyo del discurso científico". (1)
I
Hay épocas en las que la separación entre aquello que aconteció con anterioridad y lo actual, está absolutamente marcada, como un corte transversal. Hay otras, donde a pesar de los cambios y modificaciones, pareciera mantenerse cierta continuidad, al menos en ámbitos y temas de importancia.
Precisamente, lo que viene sucediendo desde hace algún tiempo, es de tal índole que sólo puede ser incluido en el primero de los casos. ¿A qué nos referimos?. Muy sucintamente, y desde diversos enfoques, podríamos decir que lo que se ha cambiado repentina y abruptamente son las relaciones económicas, jurídicas, sociales y éticas. Esto ha traído consecuencias, desde la perspectiva psicoanalítica, que intentaremos despejar. Pero sin duda también las repercusiones se han extendido a los ámbitos que antes citamos.
Iremos por parte. Por un lado, el incremento inusitado de la globalización, pareciera requerir cada vez más un centralismo en cuanto a la autoridad y a la toma de decisiones, para afianzar, defender o extender su dominio. Es así -como lo vemos en nuestros días-, que el simple consenso -y nos los tratados o acuerdos jurídicos internacionales históricos- legitima las medidas a tomar, aún aquellas que implican intervenir en territorios ajenos. No escapa entonces -a quien mínimamente observe tal estado de cosas- que dicha legitimidad se basa estrictamente en la efectividad con que utiliza la fuerza -ya sea de coerción, contención, o represión aplicada al castigo-. En este avance hacia el poder centralizado y global, lo que llama la atención es algo que a manera de contrapunto se va dando simultáneamente: la división o mejor dicho escisión o dispersión, en múltiples parcelas, de lo que antaño aparecía como la oposición al mismo. Hay algo así como la partición en esquirlas de los antagonismos, una especie de "deconstrucción" que abarca a todas las áreas; por ejemplo, problemas étnicos, grupos ecologistas, ahorristas, jubilados, deudores de créditos, gays, lesbianas, cartoneros, travestis, caceroleros, prostitutas, grupos religiosos, desempleados, gremios combativos, piqueteros, grupos de vecinos, asambleas barriales, los "inseguros", los familiares de muertos en accidentes, los damnificados del "gatillo fácil", etc.
Todo este florecimiento de diversidades -que no hacen sino reducir los conflictos a una pequeñísima expresión-, puede llevar a mínimas alianzas entre algunos de estos grupos, pero meramente contingentes y fugaces.
Lo que se esconde tras esta parcelación y dispersión al infinito, es que subyacente a ello -y tras la máscara de la democracia ampliada a las multitudes- el poder se reafirma cada vez más como UNO.
Esta creciente multiplicación de protestas y reclamos -que evidentemente no son antagonistas, por sí mismos, del poder- es absorbida globalmente por el sistema y sirven de mero señuelo.
En Bienvenidos al desierto de lo real de Slavoj Zizek, encontramos lo siguiente: "Es un hecho bien conocido que el botón de cerrar la puerta en muchos ascensores es un placebo sin utilidad, dispuesto en el lugar sólo para darle a los individuos la impresión de que participan de algún modo, contribuyendo a que el ascensor apure su jornada cuando apretamos ese botón. La puerta se cierra exactamente en el mismo tiempo que cuando apretamos el botón que indica el piso al cual vamos -sin que apretar el botón de cerrar la puerta acelere el proceso. Este caso extremo de falsa participación es una metáfora apropiada de la participación de los individuos en nuestro proceso político "postmoderno"... Por supuesto, la respuesta postmoderna a esto sería que el antagonismo radical emerge sólo a medida que la sociedad es aún percibida como totalidad. ¿No fue acaso Adorno quien dijera que contradicción es diferencia bajo el aspecto de identidad?. De modo que la idea es que con la era postmoderna, el retroceso de la identidad de la sociedad involucra simultáneamente el retroceso (o la desaparición) del antagonismo que parte en dos el cuerpo social, y aquello que recibimos a cambio de esto es el Uno de la indiferencia como el medio neutral en el cual la multitud (de estilos de vida, etc.) coexiste. La respuesta de la teoría materialista a esto es demostrar cómo, este verdadero Uno, este territorio en común en el que múltiples identidades florecen, reposa de hecho en determinadas exclusiones...".
Entre las innumerables secuelas de esta cultura del capitalismo global -más allá de las consabidas consecuencias referidas a lo económico y a la exclusión de grandes grupos sociales-, no podemos no estar atentos -desde la perspectiva psicoanalítica- a los demoledores embates contra el lenguaje; y me explico.
Conocemos, por un lado, el peso enorme que se ha dado a todo aquello que priorice la imagen, lo imaginario. El mismo nombre con que se designa -globalización- remite, por dos vertientes, a lo imaginario.
Por un lado, el globo, la esfera, fue considerada desde antaño la forma perfecta, la perfección de la imagen, el mundo cerrado que recién con Giordano Bruno, Nicolás de Cusa y otros, pudo abrirse a lo infinito. Tenemos entonces en el mismo término global la vinculación con la forma, con la imagen perfecta, las órbitas circulares que desmanteló Tycho Brahe con su hipótesis de la elipse.
Por otro lado, lo global también refiere a lo total: el saber como totalidad es precisamente uno de los rasgos del capitalismo sostenido por el discurso científico. Y sabemos que la idea de totalidad es introducida por la imagen del cuerpo. Por tanto, desde ambas perspectivas, se constata la vinculación entre el dominio de lo global y el cosmos imaginario.
Pero también sabemos la primordial operación que sostiene a una cultura consumista: la producción de objetos, el intercambio de bienes. El lenguaje, la riqueza del lenguaje, su cualidad de siempre decir más de lo que dice, sus equívocos, sus indeterminaciones, son un peligro para los amigos de lo concreto, del mandato o de la imposición. La estrechez estúpida y patética de las vías verbales o escritas de los medios -y también de la literatura best seller de la época- no es sino la mejor prueba del aplastamiento a que el lenguaje es sometido pues se sabe que en sus matices, en su riqueza, radica su mayor potencia crítica. Luego, veremos algunas consecuencias correlativas a esta degradación del lenguaje.
Hablaba antes de la producción de objetos. Aquí es donde juega su papel la ciencia. Cito a Lacan: "...¿qué nos procura la ciencia a fin de cuentas?. Algo para distraer el hambre en lugar de lo que nos falta en la relación, la relación de conocimiento, como decía antes. Nos procura en su lugar algo que para la mayoría de la gente, en particular todos los aquí presentes, se reduce a gadgets..." (2).
Ahora bien, todos estos temas -más los que podría n agregarse: desastres ecológicos, manipulación de la información, bloqueos económicos que dejan en absoluto aislamiento y desamparo a poblaciones enteras o naciones, intromisión en las legislaciones de otros países, fuerzas de ocupación que exigen inmunidad para ejercer sus tareas, etc.-, toda esta gama de despropósitos que imperan con la anuencia global, tienen, como esbozamos al comienzo, otras consecuencias además de las apuntadas. Trataremos de señalar aquellas que el psicoanálisis nos permite despejar.
II
Hay una vieja leyenda de la mitología griega donde su personaje central es Procusto o Procustes.
Este era un bandido, un asaltante de caminos, que tenía una posada. En ella había dos camas: una muy corta y otra larga. Procustes acostaba a los altos en la cama pequeña, y cortaba la parte de piernas que excedían el tamaño de la cama. Y, a los más bajos, los acostaba en la cama larga, y como no llegaban a cubrirla toda, los estiraba hasta matarlos.
Así, como Procustes, es la ilusión del discurso del Amo: que todos se avengan a su medida.
Ante esta disyuntiva ¿qué hacer desde el psicoanálisis?, ¿cómo transitar los caminos sin caer en el lecho de Procustes, es decir, sin que se nos recorten los fundamentos básicos o sin estirar al psicoanálisis para transformarlo en un recurso más del sistema? (como efectivamente sucedió con la Psicología del Yo en los Estados Unidos).
Freud fue muy cuidadoso en deslindar la especificidad del psicoanálisis y en apartarlo de otras prácticas (hipnosis, sugestión, medicina, etc.). Y Jacques Lacan, prácticamente a lo largo de toda su enseñanza, no deja de indicar la dimensión ética del psicoanálisis -incluso dedicando un año de seminario a dicho tema-.
En uno de sus Escritos tempranos -año 1957- plantea lo siguiente: "La heteronomía radical cuya hiancia en el hombre mostró el descubrimiento de Freud, no puede ya recubrirse sin hacer de todo lo que se utilice para ese fin una deshonestidad de fondo" (3). Es decir, requiere una condición sine qua non para aquel que practica el psicoanálisis: debe ser honesto.
¿Qué significa esto?.
Daremos un rodeo para terminar refiriéndonos a ello.
Hemos visto que el discurso capitalista -coaligado al científico- procura completar, obturar con objetos -gadgets- la falta estructural, constitutiva, del sujeto humano. Lacan, en El saber del psicoanalista, plantea con todas las letras que lo característico del discurso capitalista es un rechazo -verwerfung- de la castración (a lo que hay que sumarle la exclusión del sujeto en el discurso científico).
Por otro lado, en El envés del psicoanálisis, va a plantear lo siguiente: "Toda canallada se basa en esto, en querer ser el Otro (...) de alguien, allí donde se dibujan las figuras que captarán su deseo." (4); esto es, usufructuar el lugar del Otro para recubrir la falta en ser del sujeto.
Si el psicoanálisis -a partir de la lectura que J. Lacan hace de los textos freudianos- parte del presupuesto de que el ser humano está constituído por palabras, hay que proseguir el camino y plantearse sus efectos y consecuencias.
Primero: debemos admitir que este estar inmersos en un mundo de palabras, trae como correlato aquello que Freud descubre bajo el nombre de Inconsciente.
Segundo: aceptar lo inconsciente -como efecto de esa apropiación del organismo por la palabra- implica una constitución subjetiva caracterizada, entonces, por la no adequatio, es decir, una falta de acuerdo.
Esta falta de acuerdo se expande a todos los niveles y registros: ya no hay acuerdo entre el hombre y el mundo -como sí puede haberlo a escala vegetal o animal, o, desde la perspectiva religiosa-, ya no hay acuerdo entre los sexos -toda la gama de desacuerdos puede ser expuesta-, ya no hay acuerdo entre la palabra y la cosa, por ende entre yo y el otro, y, para colmo de males, ya no hay acuerdo con uno mismo. Es decir, la hipótesis del Inconsciente -que es resultado de la inmersión del ser en el lenguaje- mina toda ilusión de completud, de plenitud.
Tercero: además de estas consecuencias, todo el estatuto de la verdad con que se ha manejado la filosofía y la lógica durante siglos, pierde consistencia. Toda verdad se constituye sobre un fondo de mentira; o, si quieren, aquel movimiento que lleva a Descartes a suponer un genio maligno que puede engañarlo y, luego, desestimar esta hipótesis pues Dios en su infinita bondad no podría aceptar que sea engañado, este movimiento -digo- queda totalmente subvertido: al suponer el inconsciente, al suponer la dimensión de la Otra escena -como la menciona Freud-, al suponer el deseo, entonces, siempre puedo ser engañado. La exclusión del sujeto como operación esencial, según Lacan, en la constitución de la ciencia, no es sino el intento de exhorcisar esa dimensión subjetiva para que nada tenga que ver en las condiciones de formalización del saber.
De allí que, a partir de estas coordenadas, desde la perspectiva del psicoanálisis la verdad tenga estructura de ficción.
Cuarto: esto implica la disyunción verdad / saber. Una de las consecuencias del cogito cartesiano es la coalescencia de verdad y saber: si el razonamiento es correcto, consistente, formalmente coherente, no contradictorio, entonces, Dios es garante de que sea verdadero. En cambio, desde el enfoque que nos provee el psicoanálisis, es imposible tal conjunción. Podríamos pensar la dialéctica verdad / saber en términos de la teoría de la incertidumbre: allí donde se despliega el saber, la verdad queda excluída (es la verwerfung de la verdad de la que habla J.Lacan refiriéndose a la ciencia), y allí donde la verdad emerge, el saber es sorprendido, conmocionado.
Desde estas perspectivas, entonces -hemos mencionado sólo un mínimo de ellas- el discurso psicoanalítico opera en las antípodas de lo que caracteriza al discurso del amo sostenido por la ciencia: de allí que el Seminario 17 se titule El envés -o el reverso- del psicoanálisis.
Veremos ahora, entonces, las derivaciones que pueden extraerse de lo expuesto.
III
Partiendo de esta repulsa de la verdad -de la que hemos hablado- por parte de la ciencia, Lacan introduce la responsabilidad que le cabe al psicoanálisis -es decir, qué puede responder-.
El psicoanálisis debe recoger el efecto de verdad que responde a la p roducción de un nuevo saber. Freud ya había nombrado este efecto, de forma genérica, como malestar.
En su época, la represión característica de la moral victoriana era el fenómeno más constatable, y a partir de allí elaboró gran parte de su teoría y de su práctica.
Hoy, la producción masiva de objetos de recuperación de goce -los gadgets de que hemos hablado- es el recurso por excelencia del discurso capitalista. ¿Recurso ante qué?. Ante la falta. Pero no sólo la falta entendida como falta en ser, a la que tantas veces se menciona, sino, más específicamente, como el intento de suturar la falta de relación sexual..
Allí donde es necesario inventar para soportar el encuentro entre los sexos -es decir, el paso por la castración- y en el territorio que nos es permitido como hablantes -el del goce fálico-, allí, precisamente, la operación del discurso capitalista -reiteramos, sostenido por el de la ciencia- nos provee de objetos tendientes a colmar el otro goce, el goce del Otro, taponando el deseo y coagulando lo fantasmático. Es decir, un goce no fálico, por fuera de los senderos del significante.
Este goce del Otro, ubicado entre lo real y lo imaginario -por fuera de lo simbólico- sabemos que es introducido o por las estructuras -cada una, a su manera, psicosis, perversión y neurosis tienen un tratamiento particular de este Otro goce-, o por el amor -como un intento de suplir la falta de relación sexual-, o, por último, inventado por la ciencia, que a través de los mencionados gadgets logra colmarlo -cosa que, gracias al psicoanálisis, sabemos que no sucede ni con las estructuras ni con el amor-. Pero colmarlo ¿a qué costo?.
Este rechazo de la castración -pero no al modo de la represión sino manifiesto y explícito- no es tan difícil de comprender si lo pensamos desde la perspectiva del todo puede ser mostrado, todo puede ser percibido, todo puede ser dicho, o las multiples variantes que a Uds. se les ocurran. ¡Es notable que los reality shows hayan aparecido en la época en que hemos abandonado la realidad por la inclemente dedicación a la invisible red digital donde el orden virtual es, precisamente, el Gran Hermano!. Nuestra vida misma -un viaje aéreo, la compra en un supermercado, el funcionamiento de los semáforos de una ciudad, la información bancaria, los trenes subterráneos, las comunicaciones, la iluminación, la provisión de agua potable- pende totalmente de un orden virtual objetivado. (Recuerden los grandes temores a los efectos catastróficos que podían producirse en los programas de las computadoras por el cambio de siglo). Y entretanto, pareciera que a través de los medios se nos lanza a una realidad sin semblantes, es decir, sin acotamiento del goce.
Estos objetos del bien vivir se nos prometen por doquier, la distancia al deseo parece fácilmente eliminable; se ha generado así un sujeto global, el consumidor ideal, el neurótico distraído por los bienes de consumo masivo, anegado por un goce no sexual, no fálico y por tanto no fuera-del-cuerpo pero sí fuera-del-lenguaje.
Ubicando su producción entre real e imaginario, fabricando objetos a la mano de todos, la ciencia obtura el lugar del síntoma, es decir, lo que clásicamente ha sido la respuesta -entre simbólico y real- ante la falta de relación sexual.
Esto podemos rastr earlo también tomando la caracterización que da Heidegger de lo matemático como: "introducir en el conocimiento aquello que ya es conocido de antemano" (5), es decir, aquello que encontramos no es sino lo que hemos puesto. Y, teniendo en cuenta que para el mismo Heidegger, la ciencia moderna es matemática en ese sentido, no es difícil entonces considerar que este poner de la ciencia condice con su no querer saber nada respecto de la falta (verwerfung de la castración, como hemos dicho que lo menciona Jacques Lacan). (No queremos extendernos en ello, pero a modo de referencia complementaria, vale la pena agregar que en 1938, en el texto "La época de la imagen del mundo" incluido en Caminos de Bosque, dicho pensador plantea que el accionar de la ciencia moderna se basa, precisamente, en que el mundo es comprendido como imagen, es decir, pasa a ser imagen).
Podemos apreciar con más contundencia, entonces, que lo característico del proceder científico, tal como lo plantea Jacques Alain Miller en De la naturaleza de los semblantes sea el descubrir (6); es decir, des-cubrir, des-velar lo que ya ha puesto de antemano -a diferencia del psicoanálisis que sería inventar alrededor de la falta-.
Esto, obviamente, ha cambiado las formas del síntoma. Es constatable -más allá de la estructura- la enorme frecuencia, en las consultas, de trastornos ligados a consumos tóxicos, de anorexias, bulimias, pasajes al acto, fenómenos psicosomáticos, etc. donde suele estar fuertemente comprometido lo corporal.
Es muy distinto acudir a análisis por la conmoción sufrida en los Ideales, es decir, por el desfallecimiento, la vacilación padecida en los significantes amos, como un sujeto, en fin, del inconsciente, que hacerlo por un goce desbordado, un exceso o un defecto de sustancia -alimenticia, tóxica, etc.-, un rechazo del Otro -como en los pasajes al acto-, o una comparecencia de lo real del cuerpo -en los trastornos psicosomáticos-.
Las condiciones particulares de estas últimas formas, presentes con abundancia en la actualidad, hacen que varíe enormemente el tipo de modalidad en que se manifiesta el pedido de atención.
Hay dificultades para hacer pasar los padecimientos por la vía de los significantes y, por ende, para constituir una demanda de análisis. En muchas circunstancias, la demanda proviene de un familiar, de una institución o de algún amigo, pero sin que el sujeto sepa demasiado bien si quiere acudir.
Este déficit simbólico no es sino el correlato del desamarre del sujeto de la referencia fálica -hecho al que ya hemos aludido-, y se corresponde con la constatable degradación del lenguaje, de lo simbólico.
¿Qué hacer desde el psicoanálisis?.
Aquí retomamos la pregunta que nos hicimos antes.
IV
Sabemos que el psicoanálisis está situado en el marco de lo que la ciencia deja fuera como imposible. Por ello mismo, tal como leíamos en el epígrafe citado al comienzo, Lacan se interroga sobre las perspectivas futuras del psicoanálisis, y nosotros debemos preguntarnos sobre cómo hacer frente a ese real.
Entramos así en la dimensión ética del psicoanálisis, una ética que no busca sustento en nada exterior a la praxis misma.
El rigor ético sobre los fundamentos y sobre los fines de la cura analítica, es la enunciación que subyace a todo enunciado sobre la técnica. Es decir, la táctica subordinada a una política referida a los fines y fundada en los principios.
No se trata de una ética aplicable al psicoanálisis, sino que éste es una ética -no sustentada en nada exterior a él sino consumada en el acto mismo que sostiene la experiencia y cuya condición es un deseo-.
¿Cuál puede ser un deseo tal?.
En la clase del 17 de junio de 1970, en el Seminario XVII, Lacan vincula honestidad y vergüenza, jugando con la proximidad (aunque sus raíces etimológicas nada tengan que ver) entre honnête -honesto- y honte -vergüenza-. Podríamos decir que toda esta clase está dirigida a provocar a sus alumnos, a suscitar en ellos el afecto de vergüenza y orientada a que no se dejen embaucar por los oropeles del discurso del amo capitalista ni los del discurso universitario. Para el analista, su deber es el deseo de analizar.
El deseo del analista, ya explicito en La dirección de la cura (de 1958 pero transformada en escrito en 1961) y luego formulado en el Seminario XI, aparece así como no siendo un deseo puro -ya que tras éste siempre yace la pulsión de muerte o el imperativo moral que concluye en el sacrificio-, sino que es el deseo de obtener la diferencia absoluta; es decir, que cada uno pueda desasirse de los significantes amos a que está sujeto y pueda confrontarse a su modo de goce.
En el Seminario XVII, al presentar el discurso psicoanalítico, Lacan plantea el lugar del analista en posición de semblante del objeto, es decir, sostenerse en ser un objeto más del mercado para, precisamente, desde allí, poder operar al revés del discurso del amo.
Hace pocos días, leyendo los ejes temáticos de las próximas Jornadas Anuales de la EOL en Buenos Aires, encontré resumido lo que podríamos considerar como los tres principios que rigen la práctica del psicoanálisis, en contraposición a las psicoterapias.
Por su sencillez y su rigor voy a citarlos:
- La transferencia no se ejerce en el sentido de la sugestión.
- El psicoanálisis promueve la desidentificación.
- El psicoanálisis no desconoce lo real -y por ello no especula con el sentido-.
Tenemos allí una guía para responder al ¿qué hacer? con que nos confrontamos a diario en la práctica clínica.
No debemos retroceder ante lo real, aunque este se presente al modo del horror.
Jacques Lacan, en el Seminario La ética del psicoanálisis (año 1960), dice lo siguiente: "...esta formidable elucubración de horrores (está hablando del Marqués de Sade), ante la cual flaquean, no sólo los sentidos y las posibilidades humanas, sino la imaginación, no es estrictamente nada al lado de lo que se verá efectivamente a escala colectiva si el gran, el real desencadenamiento que nos amenaza, estalla. La única diferencia que hay entre las exhorbitantes descripciones de Sade y una tal catástrofe, es que ningún motivo de placer habrá intervenido en esta última. No serán los perversos quienes la desencadenarán, sino los burócratas, acerca de los cuales ni siquiera habrá que saber si serán bien o mal intencionados. Será desencadenada por una orden, y ésta se perpetrará según las reglas, los engranajes, los escalones, las voluntades doblegadas, abolidas, encorvadas, por una tarea que pierde aquí su sentido. Esta tarea será la reabsorción de un desecho insondable, dado aquí en su dimensión constante y última para el hombre." (...) "Allí donde hay una acumulación de desechos, en desorden, hay hombres". (7)
Y en el último punto de su última clase dice: "Creo que a lo largo de este período histórico, el deseo del hombre largamente sondeado, anestesiado, adormecido por los moralistas, domesticado por los educadores, traicionado por las academias, se refugió, se reprimió muy sencillamente, en la pasión más sutil y también la más ciega, como nos lo muestra la historia de Edipo, la pasión del saber. Es ella quien está marcando un paso que aún no ha dicho su última palabra" (...) "La organización universal tiene que enfrentar el problema de saber que hará con esa ciencia en la que se despliega manifiestamente algo cuya naturaleza se le escapa" (...) "Acerca de aquel que comió el libro y el misterio que sostiene, se puede en efecto hacer la pregunta -¿es bueno, es malvado?. Esta pregunta aparece ahora sin importancia. Lo importante no es saber si en el origen el hombre es bueno o malo, lo importante es saber qué dará el libro cuando haya sido totalmente comido". (8)
Voy a finalizar con una breve digresión.
Quizá, a los aquí presentes que hayan visto la película Belleza americana de Sam Mendes, el título de este trabajo les pueda resultar familiar.
En dicha película se registra -a mi gusto- una de las imágenes más bonitas que el cine nos ha deparado: unos breves minutos dedicados a la proyección -dentro de la filmación- de un video acerca de una bolsita plástica vacía mecida por el viento. Es un momento de pausa, de equilibrio y cadencia entre la delgada transparencia -el semblante por excelencia de lo que envuelve todo objeto de consumo- y el vacío interior que le concede elevarse y volar al son de la brisa.
Es la imagen -precisamente con lo más banal- del último velo, la belleza, velando y desocultando precisamente lo que queda, el resto, el desecho, lo que quedará como testigo del paso del hombre cuando todos los otros semblantes hayan caducado.
Notas
Lacan, J. - "La tercera"-Intervenciones y textos - Ed. Manantial- Bs. As. 1993 - pg.87
Lacan, J. - Idem - pg. 107
Lacan, J. - "La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud" - Escritos I - Siglo XXI editores - Méjico 1976 - pg. 209
Lacan, J. - El reverso del psicoanálisis - Ed. Paidós - Bs. As. 1992 - pg. 64
Heidegger, M. - La pregunta por la cosa - Ed. Alfa Argentina - Bs. As. 1975
Miller, J.A. - De la naturaleza de los semblantes - Ed. Paidós - Bs.As. 2001
Lacan, J. - La ética del psicoanálisis - Ed. Paidós - Bs. As. 1988 - pgs. 280/281
Lacan, J. - idem - pgs. 385/386/387