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Para describir el fenómeno de la significación existen básicamente dos procedimientos que nos proporciona la disciplina semiótica. Estos modos se corresponden con las dos vertientes fundadas a partir de cada una de las dos figuras emblemáticas del campo: Saussure y Peirce. Para la vertiente desarrollada desde las reflexiones del lingüista ginebrino, la significación es un concepto que se ampara en la estructura que articula una dimensión formal expresiva y otra dimensión formal semántica o de contenido. En los últimos años, dicha vertiente ha experimentado una mutación que podría llamarse de "robustecimiento": la línea que separaba y conectaba la expresión del contenido ahora ha tomado literalmente "cuerpo".
Esta semiótica, pues, pone un énfasis particular a la dimensión corporal o, más precisamente, "sensible". Es por ello que, desde su perspectiva, la significación se constituye sobre el axioma del contacto entre cuerpos. Como esta vertiente tiene de raíz la correlación entre una expresión y un contenido, uno de dichos cuerpos en contacto es exterior, expresivo, e imprime en la superficie del otro una huella. Ésta moverá la carne interior, de contenido, del otro cuerpo. Desde este punto de vista, por lo tanto, son las presencias que se tocan lo que se pone de relieve.
No obstante, el fenómeno así planteado - de encuentro o contacto - , tiene por lo menos una dimensión descriptible más, a parte de la de las carnes que se amoldan la una con la otra. El fenómeno axiomático de la semiótica tensiva puede también ser objeto de una reflexión a partir de aquellas rendi jas que se forman en el momento y el lugar de su desaparición: el punto del contacto. En el primer énfasis, el de la semiótica tensiva, los labios, las membranas y las carnes semovientes se convierten en imprescindibles; mientras que en el otro énfasis, el contacto corporal adquiere el valor de un paso previo a lo que nos resulta más interesante desde la orientación psicoanalítica - que da un mejor marco para esta faceta del fenómeno: la hiancia como causa del contacto.
La hiancia del contacto, a diferencia de sus presencias, permite ampliar el horizonte de lo exclusivamente corporal. El contacto de los cuerpos es uno de los múltiples contactos que pueden existir; en consecuencia, hacer del acoplamiento corporal el eje de la experiencia del contacto es una hipótesis empobr ecedora. Puede servir como "elemento representativo", es decir, como el modelo para la reflexión del conjunto categorial formado por todos los modelos que pueden considerarse dentro de su campo, pero rápidamente se logra la comprensión de que debemos pasar a otro esquema teórico. El cuerpo puede "tocar" y "ser tocado" por una imagen, una idea, un significante, además de por otro cuerpo.
Estas reflexiones nos ponen en el camino de una complementación semiótica y psicoanalítica para el análisis de algunos poemas. En ellos se destaca la presencia representada del cuerpo propio como punto de inicio de la organización discursiva, pero no como única fuente a la cual se deba constantemente "embragar" para adquirir sus posibilidades significativas. No es el momento de discutirlo aquí, pero las nociones de desembrague y embrague se hacen problemáticas - no digo inconsistentes - si consideramos, como hace actualme nte la semiótica tensiva, a la enunciación no como una instancia hipostasiada, sino como un conjunto de procesos al margen del impreciso agente de la enunciación. Este sujeto unificado es, en todo caso, un efecto de sentido o una reconstrucción a posteriori. Se trataría de una suerte de eco de la costumbre de sentido común según la cual, una realización, cualquiera que esta sea, debe estar amparada por un agente humano o humanizado.
El poema elegido es uno de José Watanabe que pertenece a su libro Cosas del cuerpo. Leámoslo:
LOS RÍOS
Estos son mis ríos.
Giuseppe Ungaretti
Mi hermana viene por el pasillo del hospital
con sus zapatos resonantes viejos, peruanos.De pronto
alguien hace funcionar el inodoro, y es el río Vichanzao
terroso
corriendo entre las piedras.Ah, las heces
curiosidad primera de los médicos. Si fueron impecables
habrá curación para ese alguien.¿Habrá curación para mí, hermana?
Si comes tu kraft-bruhe, tal vez. Los corderos alemanes
son como los alemanes: optimistas, y corren
blancos
por los campos verdes. Come.Y mi graciosa hermana abre el caño
y lava el plato, y esta vez es el Moche, cristalino
y benéfico
entrando por las heridas de mis costados
abiertas como dos branquias.Rico ser pez entonces: una sensualidad que me permite
este dolor (1).Evidentemente, el cuerpo es la presencia eje del mundo representado por el poema. Ya desde el epígrafe lo encontramos, en el pronombre personal "mis", como centro de gravedad discursivo. Se trata, pues, de un volumen cuya aparición es sobre todo de naturaleza metonímica: "las heces", "las heridas", el acto de comer, la mención a los doctores y a la curación, nos remiten a un cuerpo doliente y de hospital. Por otro lado, la audición de los pasos de la hermana, del ruido del inodoro y del caño nos remiten implícitamente a la aud ición y así también queda representado el cuerpo por sus facultades. Todo esto, sin emba rgo, es del plano de la expresión; el cuerpo en la semiótica tensiva es más bien el punto de partida del discurso y sus representaciones. Para ello se convierte en "cuerpo propio" o instancia interoceptiva y correlaciona los estados de cosas del plano de la expresión (que se graban en la llamada "superficie de inscripción"), con los estados de ánimo del plano del contenido (que se corresponden con la carne envuelta por el continente).
De acuerdo con esto, es posible describir los fenómenos del plano de la expresión o exteroceptivos en un movimiento centrípeto hacia la membrana que los acoge y se deja imprimir e incluso traspasar por una sonoridad que r ecala por esa frontera porosa, y por la carne de cordero que se incorpora al dominio interior. De todas estas incorporaciones, una resulta especialmente difícil de ser descrita a partir de la toma de posición corporal, eje de la descripción semiótica: la del río Moche "entrando por las heridas de mis costados".
En primer lugar, el Moche es traído a la representación a partir del sonido del chorro contra los platos en el acto de ser lavados. Dicho acto hace del río Moche - al margen del contraste empírico que pudiera hacerse - un río "cristalino" y "benéfico". En este caso parece pertinente aludir la vieja noción freudiana de "desplazamiento", por medio de la cual, el "valor" del acto de lavado se traslada al río rememorado o, en todo caso, dichos valores ("benéfico" y "cristalino") podrían ser compartidos por ambas entidades contactadas por un valoración tímica eufórica equivalente.
Pero la pregunta es ¿cómo ingresan estas aguas al cuerpo y desde dónde? O, dicho de otro modo: ¿qué tipo de entidad es el río para que pueda tocar y traspasar el cuerpo propio desembragado para ser el arranque de esta semiosis específica? Finalmente, ¿en qué se convierte ese cuerpo infiltrado por las aguas de un río? Como sostuvimos al inicio, si ponemos de relieve las superficies membranosas en contacto, nos veremos en problemas cuando de lo que se trate es del encuentro de entidades de distintas naturalezas, de diferentes modos de presencia. En nuestro caso, qué deberíamos realizar para que el río se convierta en un cuerpo presente y luego convertirlo en agente de una inscripción o en expresión corporal del interior o "mí carne".
Sensible sí, pero también inteligible
Podría sostenerse que en el poema, el río Vichanzao y el inodoro por un lado, y el chorro de agua y el río Moche por el otro, se hallan armonizados a partir del cuerpo que realiza las correlaciones. Además se podría argumentar que, por lo tanto, es la dimensión propioceptiva el eje del "semisimbolismo" entre un fluido natural y uno cultural, y es dicho eje quien además realiza la correlación entre dichas correlaciones. Pero lo que se hace en esta argumentación es "corporizar" - digamos así - la noción de encuentro. Y la pregunta correspondiente es por qué tiene que haber un "algo" corpóreo que sirva de puente. Esta, en todo caso es una elección de nivel axiomático, es decir, un deseo puro sin justificación. En cambio si hacemos énfasis, no en las presencias, sino en el encuentro intersticial se abren posibilidades descriptivas más verosímiles y completamente diferentes.
De las entidades representadas que se encuentran en "Los ríos", pondré de relieve algunas que aparentemente son los nódulos de la articulación discursiva. Como acabamos de ver, se trata de los ríos Vichanzao y el Moche, del inodoro, del chorro del caño, pero también del cuerpo aludido a partir de "heridas abiertas", y las "dos branquias" que posib ilitan metonímicamente al "pez" de los últimos versos.
Si el Vichanzao se pone en contacto con el inodoro es a partir del ruido característico y su valoración relacionada con lo sucio. (Es interesante observar como las heces "ingresan" al discurso por su relación con los médicos hacia la posibilidad de tener salud). Por su parte, el río Moche se contacta con el chorro del caño a partir de la función de lavar. Vale decir que, si el chorro lava los platos como fluido de agua cultural, este acto "benéfico" remite a las aguas las naturales del Moche.
Todas estas correlaciones aluden a una toma de posición que si bien es sensible, además es inteligible. No podemos en ningún caso hacer de la dimensión sensible el origen de la semiosis como aparentemente si desea hacerlo Fontanille, un conspicuo representante de la semiótica tensiva. Según él, "en el momento inaugural que tratamos de aislar esa epifanía de la semiosis, un cuerpo en movimiento experimenta una presión, una tensión (atracción, empuje, traba, poco importa...) que es la resultante de su propio movimiento, de una parte, y de las líneas de tendencia y de las fuerzas de resistencia de la sustancia que afronta, de otra" (2). Es decir, la significación no es un efecto de una "diferencia" abstracta - como se sostenía a partir de las hipótesis iniciales de Saussure - , sino que proviene del contacto carnal, fundamentalmente sensorio motriz y sensible.
En ese artículo, el semiótico de Limonges aparece como un constructor de mitos, en este caso, el mito del origen de la semiosis. "Los ríos" de Watanabe no nos conducen evidentemente a un venero semejante aunque, en todo caso, sí se trata de una epifanía, es decir, de un hallazgo determinado por el azar de los encuentros. En todo caso, es difícil hacer de la dimensión propioceptiva una instancia exclusiva o fundamentalmente sensible; más eficaz como noción descriptiva es atribuirle una "doble faz" una sensible, sí, y además otra inteligible.
De este modo, no basta el aspecto sensible de lo marrón para establecer el vínculo entre las heces - las cuales están representadas por aquel ruido que a su vez remite al inodoro - y el río Vichanzao; es necesario, además, añadir el valor inteligible de sucio para que la conexión se realice. Lo mismo ocurre en los versos: "Y mi graciosa hermana abre el caño / y lava el plato, y esta vez es el Moche, cristalino / y benéfico". En este caso, lo que se nos presenta aquí haciendo las veces del agua, lo que la subroga, es el caño y el acto de lavar. Con mayor precisión puede decirse que el verbo "lava" se establece en conexión con el adjetivo "benéfico", debido a que dicho atributo puede entenderse como la categoría que incluye a lo que el verbo conjugado designa. Es decir, lavar estaría dentro de todo lo que puede ser considerado benéfico y en tal categoría se puede encontrar también al río Moche. El recodo fluvial que va de los versos 15 al 17 puede describirse, por lo tanto, como un salto de lo particular (el flujo de agua que lava un plato) a lo general (lo benéfico) para volver a otro particular (el Moche) dentro de la misma categoría.
Pero qué sucede, a continuación, en los versos finales del poema: " entrando por las heridas de mis costados / abiertas como dos branquias. // Rico ser pez entonces: una sensualidad que me permite / este dolor". Ya no puede decirse pertinentemente que la presencia desembragada en el discurso sea un cuerpo que ofrezca una superficie membranosa al contacto de otra superficie o cuerpo situado en el plano de la expresión. Las presencias que se encuentran y contactan son de naturaleza diferente: el río que penetra es una representación imaginaria, el cuerpo en el que se cuela no es un cuerpo, es un proceso de mutación entre el hombre y el pez. En todo caso, parece que dicha mutación no sólo es el resultado de este contacto, sino que también asume la forma de un engarce. No se trata, en consecuencia, de un cuerpo homologando la superficie de otro cuerpo, sino de un enfrentamiento de subrogaciones, es decir, de representaciones metonímicas: las heridas del hombre y las branquias del pez. Entonces, si las aguas del río llegan hasta él y entran por sus "heridas" que se tornan "branquias", ¿a que otra dimensión podríamos atribuirle la pr oblemática función de causa sino es a la "hiancia" o brecha entre tales representaciones? En otras palabras ¿qué sino tal intersticio hace posible la transformación aludida?
Las presencias que contactan - una representación a partir de sus cualidades, el río cristalino y benéfico, y las branquias como faceta de presencia de un pez - , parecen permitir la correlación y el desplazamiento de un cuerpo humano a un cuerpo de pez. Pero lo interesante es que esto se hace posible al margen de sus modos de estar articulados con otras presencias de acuerdo con lo verosímil. En otras palabras, lo que importa es el nexo no el modo de ese nexo: aquí no incumbe que, de acuerdo a la coherencia del sentido común, el pez deba estar en el río; lo que interesa es la pura correlación pez río.
La hiancia, el ser y sus modos
Todo esto necesita de una breve apostilla. Hemos hablado de la hiancia como causa de la transformación y ahora esta hiancia se vuelve vínculo. ¿En qué sentido, entonces, estamos usando la palabra?
La noción de hiancia proviene de las reflexiones del psicoanálisis y con más precisión de las realizadas por Jacques Lacan; este psicoanalista incluye dicha noción, de raíz kantiana, en distintos momentos de su enseñanza. Uno importante es aquel de la descripción del acoplamiento entre el principio de realidad y el principio del placer. En el seminario 4, llamado La relación de objeto, el psicoanalista francés sostiene que si bien entre ambos existe una relación de continuidad o "prolongación" - es decir que lo que compone lo propio del principio de realidad es lo que constituye una suerte de suspenso a la satisfacción del principio de placer - , "de todos modos, entre ambos, y esto es lo esencial que aporta la teoría freudiana, hay una hiancia que no cabría distinguir si uno fuera sólo la prolongación del otro"(3). En este caso se trata de la percepción de un corte o una diferencia entre elementos que mantiene una continuidad. Ya sólo con esto vemos que el término "hiancia" contiene tanto la noción de vínculo como la de separación o brecha.
Sin embargo, para continuar navegando y de modo más seguro por los recodos de este río lírico de Watanabe, podemos observar otro momento lacaniano de la utilización de aquél término. Se trata del imprescindible seminario 11, el denominado Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Allí, la palabra se emplea para explicar la imprecisa noción de causa; hablando de un ensayo de Kant, sostiene que en él: "podemos percatarnos de la precisión con que se discierne la hiancia que, desde siempre, presenta la función de la causa a toda aprehensión conceptual" (4). Se trata, pues, de un cuestionamiento del concepto de causa, o más precisamente de su explicación racional. Pero si esto es así respecto de la racionalización del concepto, también es pertinente en cuanto a la noción misma. Como sostuvo en su momento David Hume, entre los elementos que se correlacionan sobre la base de la causalidad no hay más que una relación de costumbre. Podríamos añadir, con Lacan, que a la causa sólo se la puede describir como un vacío, como una brecha que cumple esa función (5). En síntesis, la hiancia no sólo es brecha y vínculo sino que además puede atribuírsele la función de causa. Pero quisiéramos complementar esta argumentación con otra también de raíz kantiana. Se trata de un breve merodeo por el " ser".
Heiddeger, el filósofo alemán, publicó en 1961 una muy impresionante glosa de la Crítica de la razón pura cuyo objetivo era extraer de ella el sentido de la palabra ser para el filósofo criticista. Entresacando una serie de pasajes secundarios de la obra fundamental, Heiddeger encontró que para Kant el ser era, "simplemente la posición" . La cita completa es: "Ser no es evidentemente un predicado real, es decir un concepto de algo que pueda añadirse al concepto de una cosa. Es sencillamente la posición de una cosa o de ciertas determinaciones en sí"(6). Habrían para Kant dos usos o aplicaciones del ser uno lógico o relacional y otro óntico o de existencia. En este caso, se trata del uso lógico respecto del concepto de ser en donde se destaca la cópula del juicio; como sostiene el autor de Ser y tiempo : "La proposición: Dios es Todopoderoso confiere dos conceptos que tienen sus objetos: Dios y omnipotencia; la partícula es, no es otro predicado más, sino solamente lo que pone al predicado [acusativo] en relación con el sujeto" (7). Es precisamente en el estar "en relación con" donde debemos ubicar, según Heiddeger, al ser. De este modo el ser es el vínculo establecido y no las presencias o entidades vinculadas.
Pero en la cita de Kant también se mencionan "ciertas determinaciones en sí". Esto designa, según el filósofo existencialista, las modalidades del ser, dentro de su aplicación lógica, entendidas no como determinaciones predicativas que aumenten algo al sujeto de la proposición, sino como distintas posiciones respecto de los elementos en relación. En este sentido, Heiddeger destaca en los postulados su dimensión topológica: "Posibilidad es: coincidir con...; Efectividad es: guardar relación con..., Necesidad es: enlace [conexión] con..." (8). De esto se sigue que el hombre percibe la realidad de un objeto, su estar presente, sólo por causa de su "objetividad", es decir, por el ser del objeto o su ser algo que está "frente a" (ob- jectum).
Con todo esto, y con un afán exclusivamente descriptivo, podemos añadir a la secuencia anterior: "hiancia", "brecha", "vínculo", "causa", el concepto de "ser". El ser entendido en los términos kantianos, es decir como una relación o brecha vinculante - posiblemente causal - pero que además posee modalidades.
Enunciado y enunciación de la Tyche
Como sostuvimos, las presencias que se encuentran y contactan en los versos finales de nuestro poema son de naturalezas diferentes. De ello concluimos que resulta poco pertinente reducir el modelo del contacto al contacto corporal. La pequeña deriva filosófica que acabamos de ensayar, nos permite darle relieve a esa dimensión no corporal del fen ómeno, aquella de la hiancia y del ser.
En el poema que describimos, los versos finales pueden ser fragmentados en dos momentos de articulación que constituyen una secuencia doblemente articulada. Volvamos a leerlos:
Y mi graciosa hermana abre el caño
y lava el plato, y esta vez es el Moche, cristalino
y benéfico
entrando por las heridas de mis costados
abiertas como dos branquias.Rico ser pez entonces: una sensualidad que me permite
este dolor.El primer momento es el que se establece entre el "Moche" y el hablante lírico representado por "mis". El segundo se establecer entre el mismo hablante, presumiblemente representante de un cuerpo humano ausente, y el "pez". Estos dos momentos constituyen una secuencia que hace del cuerpo humano un gozne entre las otras entidades representadas, lo cual permite decir que el río entra por las branquias en el pez. Evidentemente esto subvierte el sentido común de la articulación, el pez debe estar en el río y no a la inversa. Sin embargo, ambas formas del vínculo son posibles sobre la base de la correlación pura del ser.
En ese sentido, las correlaciones establecidas exclusivamente por el ser, al margen de sus modalidades, permiten que se establezcan lazos más libres entre los aspectos de presencia representados en el poema y así crear una articulación que podríamos considerar, en cuanto a sus efectos, completamente arbitraria, inopinada y contingente, proveniente del azar o la fortuna, es decir, de aquello que los antiguos llamaban tyche. ¿Acaso no parece un monstruo fabuloso - semejante, en su construcción, a un grifo o a un animal de la mitología pictórica de Tilsa Tsuchiya - este hombre que es pez y que puede albergar a través de sus heridas-branquias el flujo de un río? El efecto de esta art iculación es la experiencia de lo imposible y del goce ("Rico ser pez entonces" , dice la voz poética), lo que podría llamarse en el psicoanálisis la experiencia de lo real. Este "real" fabuloso resulta estar articulado, ser el efecto azaroso o "tíquico" de una articulación cuyo agente representado parece ser algo tan contingente como una hermana que lava un plato bajo un caño.
Podría decirse entonces que el azar es el levantamiento de los modos del ser - las modalidades de articulación de los aspectos de presencia - dejando lo que en palabras de Kant es "simplemente la posición", es decir, el ser en general.
Este levantamiento o incluso anulación de los modos del ser presupone por lo menos un proceso o un conjunto de procedimientos. Ellos se corresponden con lo que se denomina en semiótica la instancia de la enunciación. La forma de acceder a dicha instancia es conceptualizada por medio de la noción de "embrague". Ahora bien, a diferencia del embrague semiótico que busca reconstruir de manera imposible la toma de posición corporal originaria, si asumimos como "tíquica" la articulación de este poema, no resulta propio hipostasiar un agente de esta enunciación. En todo caso, puede ser reconstruido como una causa retrospectiva e indeterminada. La tyche, como diría Lacan, es entonces el ser de la estructura, el ritmo reconstruido a partir de los casos concretos repetitivos, pero más allá de ellos. Lo importante de la tyche es este "más allá", puesto que se manifiesta como una crisis y es resultado de los propios mecanismos articulatorios.
En este sentido, "Los ríos" es un efecto de las condiciones básicas del ser como "simplemente la posición", pero resulta ser un límite deslumbrante, paradójico, mortificador y que se aproxima al goce. Con todo esto puede decirse que estos ríos nos conducen, no a un venero original y mítico, sino a la tyche. Su estructura nos interpela porque se presenta como una construcción lingüística y poética, es decir convencional y determinada por las expectativas que genera el hecho de estar en un poemario de José Watanabe. Pero principalmente nos interpela porque además de todo eso, y en contraste con su lozana superficie, hace aflorar lo real como tyche. En el conjunto de correlaciones que presenta, genera su coherencia (como vimos, la correlación entre el Vichanzao y el inodoro, permite la segunda articulación entre el chorro de agua y el Moche). Sin embargo, la coherencia así creada permite un afloramiento indeterminado y tíquico de los nexos puros sin modulaciones o atributos. El poema es como un bote que flota en la tyche o que se hunde en ella.
Como en el caso del curso fluvial entre los versos 15 y 17, en los últimos se pasa de un modo de estar relacionados el pez en el río, un modo particular, para luego pasar al vínculo puro - el ser en general: el pez y el río, con lo cual se puede llegar a otro modo particular de correlación: el pez contiene al río. En este caso diremos, más kantianamente, que este recodo final salta de un modalidad a otra del ser gracias al ser puro.
En este sentido, existiría una operación retórico-ontológica en el sustrato del poema. Pero a diferencia de una ontología definible por sus modos, lo que ocurre en "Los ríos" es el azar de los encuentros, una tyche que gobierna las determinaciones, a través de sus repeticiones, pero más allá de ellas.
Petit a de la argumentación
Pero qué es el ser así constituido: un vacío en posición de causa. Y decimos causa porque parece generar la necesidad constituir una presencia que represente el representante ausente de ese vacío.
Todo el poema es un representante que está en el lugar de la ausencia no de lo real, sino de lo que lo representa: la articulación como hiancia
Sin embargo, también podríamos entenderlo como una especie de "sutura", estos tránsitos de una modalidad del ser al ser en general y de ahí otra vez a una nueva modalidad es un movimiento de zurcido o costura que pretender cerrar esas brechas. El poema es la cicatriz que marca el lugar de la ausencia generadora.
Notas
(1) WATANABE, José. Cosas del cuerpo; p. 41.
(2) Fontanille, J "Figuras semióticas del cuerpo. La envoltura y el movimiento"; p. 22
(3) Lacan, J. El seminario. Libro 4. La relación de objeto. p. 16
(4) Lacan, J. El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis; p. 29
(5) Este es el sentido en que Jacques-Allain Miller reflexiona sobre la causalidad. Cf. "Como se inventan conceptos nuevos en el psicoanálisis". http://www.eol.org.ar/virtualia/003/index.html 20/03/03 10:32
(6) Kant, Inmanuel. Crítica de la razón pura. A 598, B 626. Citado por HEIDEGGER, Martin. La tesis de Kant sobre el ser http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/textos.htm 20/03/03 10:32
(7) HEIDEGGER, M. La tesis de Kant sobre el ser. http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/textos.htm 20/03/03 10:32
(8) Ibídem.
Bibliografía
FONTANILLE, Jaques. Semiótica del discurso. Lima, FCE U. de Lima, 2001.
-----------------------------. "Figuras semióticas del cuerpo. La envoltura y el movimiento". En: Seminario internacional. Nuevos Horizontes de la semiótica. U. de Lima, Escuela de Postgrado. 20 a 29 de agosto del 2001.
HEIDEGGER, Martin. La tesis de Kant sobre el ser (1961). Traducción de Eduardo García Belsunce (modificada teniendo a la vista la versión de Helena Cortéz y Arturo Leyte). http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/textos.htm 20/03/03 10:32. En: ¿Qué es metafísica? y otros ensayos. Bs. As., Fausto, 1992: 133-164.
LACAN, Jacques. El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires, Paidós, 1999.
-----------------------. El seminario. Libro 4. La relación de objeto. Buenos Aires, 1ª Reimpresión, Paidós SAICF, 1998.
MILLER. Jacques-Alain. "Cómo se inventan nuevos conceptos en psicoanálisis". En. Virtualia Octubre 2001 Año I Número 3 http://www.eol.org.ar/virtualia/003/index.html 20/03/03 10:32
WATANABE, José. Cosas del cuerpo. Lima, Editorial Caballo Rojo, Enero de 1999.