Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Ciencias sociales y psicoanálisis
Algunas dificultades en la articulación
Omar Acha

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Las ciencias y sus disciplinas

Las ciencias sociales surgieron en el panorama intelectual occidental y se consolidaron a lo largo del siglo XIX. Los años iniciales del siglo XX atestiguaron las polémicas con las formas del saber que no ostentaban el ideal nomológico de las ciencias positivas. La sociología y la economía fueron los paradigmas de un saber que poseía el interés manifiesto de explicar las "leyes" de la sociedad contemporánea y que, gracias a una esperada influencia sobre el poder constituido, también pretendía gobernarla. Una disciplina de prosapia más extensa, la historiografía, en ese siglo adquirió una función específica: era la encargada de narrar el devenir de una nación en el marco más general de la evolución de la especie humana. La historiografía aspiraba, por esa condición de fundadora narrativa de la identidad nacional, a la condición científica.

Cuando el psicoanálisis comenzó a expandirse en la primera década del siglo XX, Sigmund Freud establecía en la herida que el psicoanálisis causaba al narcisismo del sujeto uno de sus "intereses" fundamentales. Así Freud entendía que la ciencia del inconsciente pertenecía al mismo horizonte desmitificador de Copérnico y Darwin (1913). Una consecuencia que enunciaba más adelante era la "resistencia" que se debía esperar de la condición herética del psicoanálisis (1925).

Pasada la Gran Guerra, Freud inició una reconfiguración de psicoanálisis cuyos dos términos fundamentales concernieron a su metapsicología: la modificación de la teoría pulsional con la aparición de la Todestrieb (1920) y de la primera tópica en El yo y el ello (1923). El "interés" del psicoanálisis sufrió un cambio importante en ocasión de la polémica sobre el "psicoanálisis profano". Conversando con su interlocutor imaginario, Freud señalaba que el futuro del psicoanálisis residía más en su "extensión" al conocimiento de la sociedad y la cultura que a sus aplicaciones eminentemente clínicas (1926). Esto se observa en las obras posteriores de Freud, donde libros como El malestar en la cultura y Moisés y la religión monoteísta apasionaron al sabio de Viena tanto como las preocupaciones clínicas.

Las incursiones freudianas en el territorio demarcado por las ciencias sociales fueron rápidamente conjuradas por el saber académico. La amonestación de A. Kroeber (1920 y 1939) en torno a la hipótesis de Tótem y tabú fundaron una circunspección que marcó las subsiguientes articulaciones con las ciencias sociales.

Dichas ciencias, como las "humanidades", han inteligido sus estatutos epistemológicos con un cientificismo defensivo que sólo fue abandonado en los últimos lustros gracias a las sensibilidades "lingüísticas" e "interpretativas" que ocuparon espacios relevantes en las universidades. Pero así como cuando el cientificismo de raigambre empirista y causalista imperaba como epistemologia "espontánea" de las ciencias sociales, tampoco hoy que las aproximaciones hermenéuticas o deconstruccionistas son aceptadas parcialmente la articulación entre el discurso universitario y la teoría psicoanalítica muestra una articulación dinámica remarcable. La influencia decisiva del psicoanálisis se ha centrado en el terreno específico de los Cultural Studies, con lo que se conjura una extensión mayor al nervio mismo de las ciencias sociales, que reside en la homología entre realidad y lo real.

La continuidad de la incompatibilidad entre ciencias sociales y psicoanálisis se manifiesta en la constitución de ámbitos efectivos de la interdisciplinariedad. Pues, si existe una demografía histórica, una historia antropológica, o una sociología política, no existe une entrecruzamiento auténtico entre el psicoanálisis y la geografía, la historiografía, la sociología o la antropología. La utilización, aquí y allá, de ciertos temas asociados a la teoría psicoanalítica no modifican sino que más bien confirman la escisión entre el descubrimiento de lo inconsciente y las "ciencias humanas". ¿Cómo fue posible que la disciplina que afectó más radicalmente la imagen del sujeto permaneciera básicamente al margen de las "sciences de l'homme"? ¿Es que basta con declarar, como por lo demás se debe, que el "hombre" y el sueño antropológico fracasaron? Incluso si partimos de la ficción como estructura del sujeto, si nos deshacemos de la palabra mal encaminada de "hombre", persiste que esa ficción moderna encuentra su bisagra en lo real. ¿Qué temas y problemas emergen en la discusión de una articulación posible? Estas son las preguntas que intentaré, si no responder, al menos diseñarlas y establecerlas para un diálogo venidero.

En este trabajo sigo, pues, la problemática inaugurada por el psicoanálisis para las ciencias sociales. Comienzo por las aporías que instauró la intervención primera de Freud. Esas primeras aproximaciones constituyen una prehistoria de la posterior y más reciente aparición de Jacques Lacan en el horizonte de las ciencias sociales. Esta segunda parte del trabajo explica brevemente el "interés" del psicoanálisis lacaniano para el saber científico de la sociedad, refiere trabajos recientes de vinculación entre lacanismo y conocimiento social, y establece una puntuación de los problemas más pertinentes de la agenda epistemológica que ampara las preguntas enunciadas.

 

Cuestiones del psicoanálisis freudiano

Luego de la célebre carta de Freud a Wilhelm Fliess del 21 de setiembre de 1897, el psicoanálisis surgió como saber anudado a una práctica clínica de los procesos inconscientes. Esa delimitación estaba cribada, sin embargo, por una expansión del campo de la imaginación asociada a los conocimientos psicopatológicos en los bordes de la "normalidad".

Los trabajos primeros de Freud fueron explícitamente determinados por la voluntad de inscribirlos en una subversión teórica: debían demostrar que la nueva disciplina del psicoanálisis concernía a la "vida normal". Para ello estableció sus temas capitales alrededor de experiencias del sueño o de la vida de vigilia. Para ingresar a las dinámicas conflictivas de tales experiencias cotidianas, Freud proponía investigarlas como formaciones sintomáticas. Esto es, como frases reprimidas que retornan en lo real, interrogando al sujeto. La patología, entonces, abriría a una mejor comprensión de la normalidad sin establecer una escisión radical sino más bien una juntura en la que se concernía a la condición del sujeto. Sólo en esas condiciones el psicoanálisis podía instituirse como disciplina autónoma, irreductible al positivismo de entonces.

Una consecuencia de las determinaciones epistemológicas de este movimiento de construcción de su objeto condujo a una superación de los límites, naturalistas, de lo que hasta entonces se imaginaba como insumo del tratamiento de las "enfermedades mentales". La inscripción de los sujetos en la tríada esencial edípica habilitó al psicoanálisis como teoría de una clase muy particular de lazo social. Exonerado del imperio de la consciencia y del yo, la deriva freudiana se ubicó en un espacio intervalar: entre las diversas elecciones de objeto en la biografía del sujeto y la amenaza de castración por un tercero, que prohibía el incesto y estatuía la posición del deseo en torno a una tramitación de la diferencia sexual. En este momento teórico aun el psicoanálisis podría ser una materia ilustrativa de las nacientes ciencias sociales. Como efectivamente sucedió a lo largo del siglo XX, el horizonte inaugurado por Freud era pasible, bajo el rasero de una lectura restringida, de alimentar metafóricamente las exigencias del saber universitario de las ciencias sociales. La vía política ensayada por el freudomarxismo (el de W. Reich y el de la Escuela de Frankfurt) fue considerada desde la posguerra como fundamentalmente fracasada, a pesar de la celebridad de H. Marcuse en los años ´60. El obstáculo general de esta lectura "materialista" era que desligaba la teoría pulsional del lenguaje.

Con el historial del Pequeño Hans aparecía en Freud el problema que estaba presente en las carta a Fliess en los meses febriles donde se preguntaba por las similitudes entre las fantasías de las "brujas" de la Alta Edad Media y la temprana modernidad y las que presentaban sus histéricas. Era el problema de la repetición histórica de estructuras y formaciones del inconsciente. En efecto, la fobia del Pequeño Hans obedecía a un temor a la castración por parte del padre real, aunque Freud sabía perfectamente que el padre del niño no había proferido ninguna prohibición contra la masturbación. Fue la madre quien ejerció la amenaza castratoria. ¿Cómo explicar el decurso paterno de esa amenaza? ¿Acaso no sucedía lo mismo cuando la amenaza provenía de una sirvienta?

En la teoría de la función paterna es donde se encuentra la bisagra entre psicoanálisis y teoría social, y por ende se hace posible pensar una articulación con las ciencias sociales.

¿Cuáles son las preguntas fundantes de la episteme de las ciencias sociales? No aquella enunciada polémicamente por Foucault en su arqueología de las ciencias humanas: ¿qué es el hombre? Es preciso despejar esta cuestión: aquí no se trata de continuar la batalla contra el sueño antropológico del hombre. Basta con referir a las obras centrales de las ciencias sociales: Marx, Durkheim, Weber, Parsons, para notar que la relevancia de Lévi-Strauss y Lacan que Foucault recordaba como las inspiraciones de Les mots et les choses, estuvieron presentes en el nacimiento mismo de las ciencias sociales. Estudiar a los seres humanos como a las hormigas: he allí el programa de la sociología de Durkheim. ¿Acaso es muy alejada de la sociología de Weber, donde las hormigas están ligadas por una Sinnzusammenhang? Incluso una lectura menos polémica de la etnometodología nos distancia de las ingenuidades del individualismo metodológico.

Y sin embargo, la referida dificultad de las ciencias sociales con el psicoanálisis persiste. ¿A qué se debe?

Sigamos un trecho aun con Freud. La investigación sobre la función paterna a través del tiempo y la diversidad de los recorridos empíricos de los sujetos produjo dos obras capitales: Tótem y tabú (1912-1913) y Moisés y la religión monoteísta (1939). Los textos estandarizados de interpretación sociológica o historiográfica del psicoanálisis se apoyan repetidamente en esos materiales extremadamente difíciles de interpretar (Enriquez, 1983; Gay, 1987; Assoun, 1993). Se extrae de ellos que la repulsa universitaria a otorgarles credibilidad erraban el blanco que el mismo Freud señaló: la clínica necesita de esos mitos para dar cuenta de las exigencias de la cura. De allí que esa mitología sea la expresión de estructuras de constitución del sujeto y no "arquetipos".

El retorno de lo reprimido conduciría así el evento mortífero donde se origina la cultura y la historia. Los investimientos libidinales de meta inhibida constituirían los lazos sociales, las identificaciones sustentarían las formaciones de masa, las restricciones libidinales explicarían las creaciones culturales y las explosiones de las pulsiones de muerte según la dialéctica explicada por el mismo Freud en El malestar en la cultura.

En esta vía, dos son los obstáculos enunciados por las ciencias sociales al "psicoanálisis aplicado". En primer término su ahistoricidad (Febvre, 1938). ¿Qué significa el complejo edípico en el siglo IV griego y qué significa en el Japón de los samurais? ¿Qué fantasma castrador comunica al habitante del desierto del Kalahari con el labrador indígena de Yucatán?

El estructuralismo sin concepto de estructura de Freud se encuentra situado en la diferencia temporal. El asesinato de Moisés por el pueblo que él había liberado de la opresión egipcia, según Freud, sólo pospondría su férula que retornaría multiplicada por el rigor del monoteísmo. Pero: ¿la repetición no establece siempre una sedimentación que rinde irrepetible el proceso, incluso en su forma esencial? ¿Lo reprimido retorna? ¿O cuando retorna ya es otro "contenido" el que regresa?

El segundo obstáculo, es que el momento crítico del Edipo, esto es, la aparición de la instancia castratoria, o bien no es universal o bien opera de manera diversa en cada caso. De ese señalamiento las ciencias sociales derivaron el reproche elemental: que el psicoanálisis en su articulación con el conocimiento de lo socio-histórico era incontrastable empíricamente. Porque si se presume la universalidad del Edipo, toda demostración es superflua. O porque si está presente incluso en la multiplicidad de la diferencia histórica, pierde su especificidad teórica. El psicoanálisis se convertiría así en una batería de fórmulas.

La práctica de la angewandte Psychoanalyse y sus dificultades están presentes en Freud. En su estudio sobre Leonardo da Vinci se fustigó el error de traducción de "milano" que realiza Freud, y se señaló entonces la irremediable laxitud del psicoanálisis una vez salido del contexto clínico. Los problemas importantes son otros. En Leonardo se conjuga la ahistoricidad de la identificación materna, las trayectorias de las pulsiones, y la función paterna. Según la información disponible, la madre de Leonardo había sido abandonada por su amante, el padre biológico de aquel. ¿Qué consecuencias tuvo para su condición subjetiva la identificación materna? Freud menciona su "homosexualidad". ¿Pero acaso la definición del sujeto alrededor de la articulación entre diferencia sexual y deseo no es una construcción posterior a la época de Leonardo? ¿O la identificación con la madre lo condujo a mantener su completitud, esto es, a negar la castración del otro, convirtiéndose en su falo imaginario? De acuerdo a las proposiciones de Freud, esto se debería a la ausencia real del padre. También de esa carencia es que Leonardo estaba habitado por una incertidumbre de su posición yoica frente a la superyoica: la inscripción simbólica no habría suturado y estaría situado en la incerteza que le impidió acabar sus obras.

El mito de la horda primitiva ensayado en Tótem y tabú intentaba fundamentar la ubicuidad del lugar del padre en las sociedades históricas (que Freud no limita a las poseedoras de la escritura). Las huellas del crimen originario y la culpa posterior serían los momentos de consolidación de la cultura, y se habrían registrados indeleblemente en la memoria humana. Este era el sucedáneo del concepto de estructura, que el libro sobre Moisés hacía uno sólo con la transmisión transgeneracional.

El tránsito entre la determinación histórica del mito, que Freud creía posible, y sus variaciones espacio-temporales, se constituyó en el quid de la siempre peligrosa y discutible extensión del psicoanálisis a otros dominios de saber.

 

Problemas del psicoanálisis lacaniano

Con Lacan asistimos a una refiguración de la teoría psicoanalítica, con profundas consecuencias para su práctica clínica, pero también para las diversas articulaciones del saber freudiano. Dichas consecuencias debían ser necesariamente desiguales. En lo que nos interesa aquí, las derivaciones respecto a las ciencias sociales son fundamentales.

En contraste con la "aplicación" del psicoanálisis que realizó la primera generación del psicoanálisis (Rank, Ferenczi, Freud), en Lacan la eficacia de las ciencias sociales está en el cogollo más íntimo de su "retorno a Freud". Durkheim y Lévi-Strauss, Saussure y Jakobson, fueron referencias capitales en el inicio del Lacan de los años 50 (Zafiropoulos, 2001, 2003). Pero es también cierto que una vez iniciados los seminarios en Saint-Anne, las "fuentes" de Lacan no son teóricas sino más bien clínicas, y que de esa dominancia de la clínica sobre los discursos de las ciencias sociales emergen los conceptos más novedosos que hoy conocemos como el psicoanálisis lacaniano.

Es posible, sin embargo, interrogar la obra de Lacan a partir de sus eficacias sobre toda ciencia social posible. En otras palabras, más que comparar o contrastar discursos heterogéneos, se trata de mensurar qué sería una ciencia de la sociedad después de Lacan, para interrogar luego sobre qué sería dicha ciencia que inscriba la problemática de Lacan. En cualquier caso, no sería ya de "ciencias humanas" de lo que se trata. "On sait ma répugnance de toujours", escribía Lacan, "pour l'apellation de sciences humaines, qui me semble être l'appel même de la servitude" (1965, p. 859). En revancha, él proponía unas "ciencias conjeturales" calculables, con lo que la oposición aparente con las ciencias exactas se esfumaría (idem, p. 863; 1953, p. 150-151; 1956, p. 472; 1954-1955, p. 341).

La distinción analítica entre los órdenes simbólico, real e imaginario que se encuentra en el "Discurso de Roma" se indica usualmente como el mojón inicial, fundador, del pensamiento de Lacan. La teoría del espejo, muy anterior, o la de los tres tiempos, aparecen como reelaboraciones après coup de aquella puntualización teórica sólo comparable con la enunciación del objeto a como objeto causa de deseo. Tampoco el artículo sobre los "complejos familiares" de 1938, de singular relevancia para la historia de la trayectoria intelectual de Lacan, me parece imprescindible pues la especificidad del pensamiento lacaniano se sitúa precisamente en ruptura con la "declinación del padre" real que preocupa al conservador psiquiatra de entonces. El primer texto inevitable es sin duda el dedicado en 1950 a las "funciones" del psicoanálisis en la criminología.

En la "Introduction théorique aux fontions de la psychanalyse en criminologie", una comunicación escrita con Michel Cénac, Lacan no se hallaba aun en la senda rigurosamente antihumanista. Tampoco su desconfianza respecto a las "ciencias humanas" era absoluta. Por el contrario, nociones como "sciences de l'homme" y "sens" aparecían conectadas a la pregunta sobre la criminología. El psicoanálisis debía situarse, en la comunicación teórica con una ciencia humana, como vinculada al "individuo de la experiencia" analítica. Por ende no debía pretender el análisis de ningún objeto sociológico. Esa restricción metodológica no impedía que el descubrimiento de las "tensiones relacionales" que existen en toda sociedad tuvieran una "función basal" por lo que era posible realizar "ecuaciones" bajo la reserva de operar lo que llamaba una "transformación correcta" (1950, p. 127). La apertura de esta transformación tiene una importancia de primer orden pues si convive con la distinción freudiana que Lacan repetiría en numerosas ocasiones, entre Realität y Wirklichkeit, esto no implica necesariamente que entre ambas exista un abismo infranqueable. ¿Cómo elaborar la transformación sin hipostasiar un "inconsciente colectivo" ni un "super-yo social"?

En el seminario de 1954-1955 coexisten dos formulaciones que atestan una transición. Por una parte, Lacan marcaba la afinidad del psicoanálisis con las ciencias humanas en tanto "c’est de l’action humaine qu’il s’ agit, mais je le crois trop vague, trop noyauté par toutes sortes d’échos confus des sciences pseudo-initiatiques qui ne peuvent qu’en abaisser la tension et le niveau", y por otra parte porque lo humano era matematizable: "Le passage de l ’homme de l’ordre de la nature à l’ordre de la culture suit les mêmes combinaisons mathématiques que servirent à classifier et expliquer" (1954-1955, pp: 341 y 354). Un lustro más tarde, en el seminario sobre la ética, afirmaba de modo terminante que encuadrar al psicoanálisis entre las ciencias humanas no sería "une autre chose qu’une méconnaissance systématique et prncipielle de tout ce dont il s’agit dans l’affaire" (1959-1960, p. 373), esto es, una "ciencia del deseo".

La distinción de los tres órdenes posee consecuencias graves para la inteligencia de la constitución de los lazos sociales que superan largamente las delimitaciones edípicas. Si bien es cierto que en Freud la posición paterna es el precipitado de procesos sociales diacrónica y sincrónicamente excedentes del padre real, esa determinación que se encuentra en los historiales publicados fluctuaba entre la instancia filogenética de la sedimentación cultural de larga duración y la contingencia de la instancia ontogenética de la experiencia subjetiva.

Al cuestionar la diferencia metafísica entre un "interior" y un "exterior" de la subjetividad que es perceptible en las dos tópicas freudianas, Lacan desplazaba la condición intervalar en la que se hallaba entrampada la reflexión de Freud. Lacan se desliga rápidamente del "sueño" de Tótem y tabú. "Mais quel besoin surtout d’aller si loin dans le temps, voire dans l’espace, pour comprendre la relation de l’homme au langage ?", decía Lacan en una inequívoca polémica con Freud (1953, p. 154). El padre simbólico se constituye teóricamente como un representante de una representación. El padre simbólico lacaniano está siempre "muerto". Es, pues, un operador estructural de la castración. Introduce al sujeto al orden sexuado de la cultura. En consecuencia esa estructuración subjetiva que se deriva de la función significante, refiere a una condición doble de la construcción subjetiva. En primer lugar destaca la subordinación del sujeto a su castración simbólica, y a las inevitables manifestaciones de forclusión, represión y denegación (Verleugnung). En segundo lugar, establece que es en el lenguaje donde se resuelven las diversas modalidades del ser histórico, despejando la problemática de la memoria en Freud.

En los últimos años la apelación de la teoría lacaniana en Francia fue utilizada para discutir las modificaciones legales de las convenciones ligadas a los lazos familiares. En modo alguno el psicoanálisis lacaniano fue unánime al respecto, pero que fuera concernido al menos parcialmente es significativo. Frente al Pacto Civil (Pacs) que permite el contrato quasi-matrimonial entre personas del mismo sexo y frente a la llamada homoparentalité, esto es, a la adopción por parte de una pareja homosexual, diversos argumentos contrarios a estas reivindicaciones se ampararon en conceptos psicoanalíticos donde la inspiraci ón presuntamente lacaniana fue importante.

La argumentación despejaba la contingencia histórica de los diversos modos de subjetivación por una "ley del padre" que presidiría en última instancia la regulación social. Dicha "ley", principio básico de la diferenciación sexual (binaria) y de la limitación de las pulsiones en sus manifestaciones antisociales, sería cuestionada por una familia y una filiación homosexual. Los trabajos de Pierre Legendre (1997) constituyen la expresión más autoconsciente de esta deriva del psicoanálisis como "ciencia de lo social". Un artículo reciente que aboga por una "aproximación lacaniana" para las ciencias sociales no atina sino a mostrar cómo el orden simbólico en tanto instituyente del sujeto en tanto que tal podría ser leído con conceptos lacanianos, despejando la subversión de cualquier legitimidad sustantiva de dicho orden que es esencial para comprender el anudamiento de los tres órdenes (Beckouche, 2003).

Esta intervención, más allá de sus significaciones políticas concretas (que deberían ser discutidas en otro lugar), interesa por la traducción de la teoría lacaniana a un saber de lo social capaz de producir amplios efectos en la vida pública.

Los temas caros al pensamiento lacaniano como la división del sujeto, su dependencia de lo inconsciente estructurado como lenguaje, contrastaban con la estructura del deseo como irreducible a un objeto real, con la falta como causa. El psicoanálisis aparecía en esta intervención como Partido del Orden, como saber garante de la reproducción de lo social. La diferencia sexual biológica, según el binarismo varón-mujer, aparece así como la condición de tramitación de toda condición subjetiva normativizada. La filiación normal se realiza con la identificación entre generaciones. La generación mayor debería ser una pareja heterosexual. Fuera de esos marcos, presuntamente, hallaríamos sujetos psicóticos o perversos.

Parece relativamente sencillo conjurar la reducción de lo simbólico a una configuración histórica de la conformación subjetiva. El mismo Lacan había aclarado tempranamente que su posición nada tenía en común con el "culturalismo" que refiere a un criterio social de la norma psíquica, pues la fundación de dicha norma es –según entendía que se enunciaba en Tótem y tabú- anterior a lo social (1958, p. 166).

La deriva del psicoanálisis de inspiración lacaniana como Partido del Orden no fue, sin embargo, la única. Para restringirnos a las producciones políticas e ideológicas, hallamos en los estudios de Ernesto Laclau (1996) y Slavoj Zizek (1994) dos aproximaciones que, si no son idénticas, comparten un punto de partida: la división del sujeto que desanuda la teoría política del liberalismo subjetivista. Entonces la condición de la democracia no es el individuo sino el sujeto. La incompletitud de toda identidad, su negociación permanente, es el supuesto de la vida democrática que es incierta y contingente. La dinámica identificatoria de las ideologías y las identidades políticas se apoya en del deseo antes que en un anclaje entre posiciones en la estructura social e intereses esenciales. Pero sobre todo, el abordaje lacaniano reposa en la aceptación del carácter "imposible" o "virtual" de lo social. Ninguna identificación, incluso la más estabilizada, está exenta de su fracaso ante lo real. A diferencia de una mirada como la de Legendre, Zizek observa que la guerra es la contraparte de la simbolización, no como su exterior, sino como su verdad. La polaridad de la segunda teoría pulsional freudiana, entonces, es el suelo de una articulación entre saber de lo social y psicoanálisis.

Nos hallamos en presencia de dos aproximaciones entre ciencias sociales y psicoanálisis. Una se ampara en la omnipresencia del "orden simbólico" como condición de normalidad del sujeto, esto es, como supuesto inevitable de la vida socializada. La otra insiste en la arbitrariedad de esa estructuración subjetiva en la misma medida en que el Gran Otro no posee a su vez un otro que lo avale. El "orden simbólico" que sutura en la identificación de capitonado se caracteriza por la represión de la autoafección imaginaria, por su lugar de "tercero", y no por otra cualidad que esta condición de operador de castración. En concepto, ese orden coincide con el lenguaje social. El hogar de las ciencias sociales de andadura psicoanalítica es, entonces, el de la investigación de las diferencias de la construcción de lenguajes de subjetivación.

 

Tránsitos, disparates, convergencias

Me permito aquí establecer algunas indicaciones sobre las consideraciones anteriores en torno a una investigación concreta, que espero conocer al menos en sus problemas capitales.

Como historiador emprendí hace un lustro un proyecto de iluminación psicoanalítica de la construcción de la hegemonía peronista inicial en la Argentina (1945-1955). Los ensayos al respecto eran muy endebles, tanto por la teoría movilizada como por las "evidencias empíricas" utilizadas (Langer, 1957; Rozitchner, 1985; Kraniauskas, 1993-1994). Es un dicho ampliamente conocido en la tradición peronista el que dice que "uno no se hace peronista, sino que peronista se nace". La he oído en boca del ex-presidente Eduardo Duhalde, pero es sólo uno caso entre otros. Ese carácter, por lo demás, fue recientemente recordado por el ministro de la producción del gobierno de N. Kirchner, Aníbal Fernández, que habló de un "gen peronista". Esas bravatas peronistas que afirman gozosas la condición de que el peronismo no era un partido de ideas sino una formación de masa, me parece profundamente significativa. No podría hallar casos de "formación de lo inconsciente" más adecuados para explicar que se entiende por ello en psicoanálisis. En efecto, la vivencia natural de la identidad peronista era el modo exacto en el cual el sujeto es introducido inconscientemente en el mundo de su experiencia. El sujeto peronista goza a posteriori de ser objeto de una transmisión. Por otra parte, no había indicación más evidente de la condición identificatoria del peronista que la relevancia del apellido "Perón" para autorizar toda condición de sujeto. Incluso eso era válido para entender las dialécticas identificatorias, consideradas sobre todo desde el ángulo imaginario, que reinaba en el mundo de Eva Perón. Se entiende por qué en este periplo de investigación la teoría lacaniana, que transita por las avenidas de la relación del sujeto con el significante, constituye la estación esencial de una teoría de la hegemonía peronista cimentada sobre –como se dice- evidencia empírica.

Como perspectiva general, el discurso peronista en la Argentina apareció (y persistió) como un saber de la política, o lo que es lo mismo, como discurso del amo. Perón era un principe que no necesitaba consejeros. El mismo elaboró una doctrina peronista, que era sólo la justificación de si poder de líder. Si el psicoanálisis es el reverso de dicho discurso como lo señala Lacan en su seminario 1969-1970: ¿cómo no leer el revés de la trama peronista en rastreo psicoanalítico?

Instalado en un medio institucional donde los protocolos de conocimiento exigen una inscripción social de los procesos históricos, me parecía que la comprensión de la hegemonía peronista sobre los sectores populares debía estar relacionada con la historia social de la familia de la primera mitad del siglo XX. En efecto: ¿dónde se habían aprendido las identificaciones con el Padre Perón y con la Madre Evita? ¿Qué otra figura sino la del padre podía sostener el significante "Perón" como instancia estructurante de una realidad simbólico-política?

Por otra parte, este desarrollo a partir de una historia no podía explicar todo. El lugar material y simbólico del Estado como configurador de la realidad aparecía como una novedad peronista. Antes de 1945, para los sectores populares comprender al Estado como una "idea moral" (Hegel), esto es, como una totalidad con sentido, era impensable. El Estado era un conjunto empírico y desarticulado de instituciones, personas y discursos, como hoy lo es en Colombia, en Afganistán, o en Irak.

La revolución militar del 4 de junio de 1943 terminó con una etapa de hegemonía de una coalición de políticos liberal-conservadores que gobernó la Argentina desde 1930, conocida como "Concordancia". La revolución de los coroneles entre los que se destacó Juan Perón rechazó el pasado como contrario a los intereses nacionales y desplegó una política y un discurso de la justicia social y de fortalecimiento del Estado como representante eminente de los intereses nacionales. Con la victoria electoral del 24 de febrero de 1946, el peronismo legitimado constitucionalmente se articuló con la noción de "voluntad popular" y modificó su vínculo con el aparato estatal. Por otra parte, como sucedió en Occidente en la posguerra, el Estado desplegó nuevas fuerzas e instituciones. Los Planes Quinquenales, incluso si materialmente lograron menos de lo que se propusieron, instalaron una imagen distinta del Estado, que dejó de ser ese compuesto heterogéneo para devenir una unidad.

La nueva potencia del Estado se anudaba subjetivamente como unidad a través de una identificación múltiple desde los sectores populares y parcialmente desde la clase media. Dicha identificación (entendible al singular sólo en cuanto es uno el significante que preside) produce formas infinitas, ligadas por parecidos de familia conflictivos. Podía ser un proceso e incontables procesos, en contemporaneidad. La visibilidad de la identificación como un todo se realizó a través de una identificación primera, que encontró a Perón como figura de reconocimiento de la nueva condición del obrero y de la obrera en la Argentina. Perón fue en esta dialéctica un Dos, como el monarca de la teología política medieval que estudió Kantorowicz. Fue Juan Perón como forma y biografía, como imagen y objeto. Juan Perón fue representante de una representación, como padre simbólico representante de un Estado en construcción. Aquí la investigación del desarrollo estatal (los Planes Quinquenales, la Ley de Ministerios, la sanción de la nueva Constitución Nacional en 1949, las diversas políticas públicas) no podría ser escindida radicalmente de las transformaciones imaginarias y simbólicas asociadas a Perón y a Evita. En esa urdimbre es donde la reflexión sobre la posible articulación entre ciencias sociales y psicoanálisis halla su pertinencia, e incluso su necesidad.

En otros sectores de los temas que comprendía la cuestión peronista la teoría freudiana aparecía como muy útil. Entendía que el afecto y la pulsión sexual debían hallar un espacio decisivo en la investigación, porque el peronismo inauguró una nueva época del amor y la sexualidad. No fue ninguna revolución radical en la sensibilidad y en los discursos amorosos, pero de todos modos marcó un quiebre. La emergencia de figuras de identificación tan poderosas como las de Juan Perón y Eva Duarte (de Perón) acusaban la incidencia de un lazo libidinal muy preciso.

A diferencia de las lecturas que pretendían fundar una diferencia de Evita respecto a Perón (aquella revolucionaria, este dubitativo y conservador), la indicación de Freud en Psicología de las masas y análisis del yo según la cual hay una precedencia en la identificación paterna era preciosa porque resolvía la supremacía de Perón en cualquier economía subjetiva de la época.

En el seminario La logique du fantasme (clase del 10-5-1967), Lacan precisaba que antes que situar la política como lo inconsciente había que aceptar que "l'inconscient c'est la politique" (esta es una afirmación que debe comprenderse como lógicamente posterior a la aserción contra J. Laplanche: "el lenguaje es la condición de lo inconsciente" y no viceversa).

El triunfo del peronismo no residió en promover una "política de lo inconsciente". Es cierto que hizo de la movilización controlada una dinámica de subjetivación de masa, y es indudable que Evita articuló al "fanatismo por Perón" como goce y reivindicación de clase. El peronismo se articuló como pulsión a través de expresiones como "La vida por Perón" (luego traducida por "Perón o muerte"), o cuando un día soleado, de vacaciones, de domingo o de huelga, se denominaba como "día peronista". Pero no fue la política peronista lo que significó la victoria subjetiva y social, sino la época del inconsciente en que se incrustó. El peronismo no surgía entonces como causa exterior del sujeto, sino como horizonte que lo trascendía, y que lo sometía a sus propias exigencias. La precisión era fundamental si se deseaba superar el providencialismo o las explicaciones carismáticas. El psicoanálisis estaba prohibido en una traducción similar a la del Althusser de los "aparatos ideológicos de Estado" que concibe un poder en lo alto operando sobre una base inerme. La supremacía del significante debía convivir con la indicación de Foucault de que el poder es una formación reticular y estratégica.

En la zona que imbricaba la historia de las subjetivaciones (asujetissements), los dos cuerpos de Perón referidos inauguraban una nueva narrativa de las identidades. La refiguración de lo nacional y popular que a partir de 1945 fue prácticamente prohibida para la izquierda, y la confianza en el Estado (léase el Estado-de-Perón) que se instituía como sitio fundamental de la soberanía se consitituyó como el espacio exclusivo del poder. La consigna "Luche y vuelve" (Perón) significaba: Perón vuelve al Poder Ejecutivo.

Si se produjo un quiebre profundo en la política argentina luego de los días del 19 y 20 de diciembre de 2001 fue precisamente que esa confianza en el Estado como ente soberano fue conmovida por primera vez, luego de casi sesenta años, por una diversidad de formas organizativas populares. Hoy sabemos mejor que en esos meses agitados que sucedieron a diciembre de 2001 que la conmoción del inconsciente peronista de la política en la Argentina resistiría el embate mejor de lo esperado. La confianza lograda por Kirchner y su relegitimación de casi toda la clase política concernida por la consigna "Que se vayan todos" muestra con toda claridad esa dureza de que lo inconsciente es la política. En cualquier caso, el tipo de legitimidad en que descansa el lugar presidencial varió sustancialmente, y ya no se sostiene por sí mismo, como sitio de Perón.

El psicoanálisis destaca la contingencia de las identificaciones pues su lugar de intervención específico, el de la clínica, es precisamente aquel intervalo entre las identificaciones en curso y sus imposibilidades. En cada interpretación los conceptos se articulan según las instancias en conflicto.

La adecuación de un conjunto restringido de conceptos que se hacen operativos de acuerdo al "objeto" de interpretación es el modo posible de una convergencia crítica, siempre provisoria, entre psicoanálisis y ciencias sociales. En ese cruce la aplicación "salvaje" del discurso psicoanalítico parece ser el más dañino para la coherencia analítica. Esto es necesariamente así porque las exigencias del discurso universitario donde las ciencias sociales encuentran su espacio conducen a una adaptación sistematizante de la episteme freudiana. Incluso ante el ideal de la ciencia de Lacan, que aspira a un entendimiento matemático (Milner, 1991), las ciencias sociales marcan una tendencia a la descripción de continuidades y lazos, que más allá de las aporías (e incluso más astutamente alimentándose de ellas) pervierten el élan heterológico del psicoanálisis.

¿Qué es un fantasma para las ciencias sociales? ¿Cómo escribir una historia o una etnografía luego de la destrucción de la coherencia archivística que obligan los "recuerdos encubridores"? ¿De qué antropología, e incluso de qué etnología, de pueden organizar viajes etnográficos, cuando ya no hay "hombre"? Sobre todo, se impone una cuestión política: ¿cómo conciliar con rigor al psicoanálisis que destituye al sujeto hegeliano con las ciencias sociales que defienden su cientificidad ante la mirada sobradora de las ciencias físico-naturales?

¿Es que esa conciliación imposible debe ser sólo un pasatiempo de analistas? El cruce, cruzamiento y conflicto, entre psicoanálisis y ciencias sociales, aun está por ser construido. Nada garantiza que sea posible.

Todo diálogo o debate disciplinar debe partir de aquellos principios sobre los cuales el psicoanálisis se funda como tal. Esta aceptación no es una determinación anterior, sino posterior a todo diálogo disciplinar posible. Los principios implican el desplazamiento de la noción de in-dividuo, que es la prehistoria del sujeto, la dependencia del sujeto respecto al lenguaje, su posicionamiento frente a la pulsión y al deseo, el carácter excéntrico de toda identidad y la multiplicidad identificatoria de dicha identidad, la ubicación histórica de las identificaciones y el "a priori histórico" de la distinción entre los órdenes imaginario, simbólico y real. Antihumanismo, contingencia de lo social e identificación: he allí los tres temas molares, imprescindibles en mi parecer, para tentar articulaciones virtuales entre ciencias sociales y psicoanálisis.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 18 - Diciembre 2003
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