1. TGV: Train de Grande Vitesse
Mientras viajaba a Estrasburgo, el cuarto destino del circuito por ocho ciudades que tan eficientemente organizó la EPEL para la presentación de El idioma de los lacanianos, sentía que todo, el tren que me transportaba y el texto que iba leyendo, me llevaba hacia adelante en un movimiento lineal uniforme, veloz y cordial. El tren flecha era el TGV, el texto flecha es el que Jean Allouch acaba de pronunciar. La noche anterior a la partida a Estrasburgo, él me adelantó que iba a hablar en el coloquio acerca de mi segundo libro y que, por tratarse de un comentario polémico, creía conveniente que yo lo leyera con anticipación y, si era mi deseo, que fuera preparando una contestación de unos veinte minutos. Estoy muy agradecido de su gesto.
Créanme que, por disciplina o por pánico, esperé al otro día y hasta el momento de estar sentado en el TGV con el billet debidamente composté, para abrir su texto. Pero a partir de entonces nada consiguió distraerme. La estructura, la novedad y la energía de la argumentación de Allouch son tan atrapantes que les aseguro que lo leí como una novela, olvidando que, en buena medida, esas páginas progresaban a expensas de un cortés pero también severísimo cuestionamiento de uno de los capítulos clave de El escritorio de Lacan. Necesité de una segunda lectura para ponerme a la defensiva y de una tercera para organizar mi defensa.
Pero antes de poner en consideración de ustedes esa defensa, permítanme contarles que en mi primera impresión también sentí que algo me enviaba hacia atrás. Esas páginas nunca vistas tenían algo de deja-vu. Eso se debía al querido recuerdo de Alicia Páez, la brillante discutidora del debate del último capítulo de El idioma de los lacanianos. Por eso, cuando alcancé el punto final del comentario crítico de Allouch, mi entusiasmo y reconocimiento se mezcló con el lamento (sí, soy insaciable) de haberlo leído una vez ya publicado El escritorio de Lacan. De haberlo conocido antes, me decía en el TGV, yo me habría animado a pedir autorización a Allouch para convertirlo, acompañado de la respuesta que ahora pasaré a dar, en un final más vibrante y eficaz para mi segundo libro. Me gusta que los libros luchen por alcanzar un máximo de coherencia y unidad, pero también que den espacio a las críticas que les cabe; en especial aquellas que no consiguen resolver enteramente --como sucederá ante las objeciones que acabamos de escuchar. Teóricamente hablando, es posible que un autor horade la lógica de su propia argumentación, que anime cierto distanciamiento interior; es lo que ensaya Allouch cuando primero censura que yo haya puesto en boca de Lacan frases que nunca dijo y luego, un poco más adelante, él se permite la misma impertinencia: «Laissez venir à moi les petits garçons frais et moulus de l'université, miam miam !» Sin embargo, por muy brechtianos que procuremos ser, nada es más convincente que delegar el propósito descompletador en otra voz, en otra firma. Alicia Páez, y ahora Jean Allouch, me hicieron el honor de ocupar ese lugar difícil y generoso.
Es cierto que los dos lo cumplen con un rigor y esplendor que, sin quererlo, humillan la medianía de mi texto; pero fundamentalmente lo que hacen es regalarme dos grandes oportunidades. Una es la de darme la posibilidad de precisar aquello que, sin proponérmelo, dejé inconcluso o ilegible; la otra es la oportunidad de que yo vislumbre desarrollos inimaginados que conducen mucho más lejos los pasos dados por mi texto. Al respecto, A. Páez me ayudó sobre todo en el primer sentido; su lectura persigue sin distracciones la argumentación y se concentra en preguntarse hasta qué punto esas páginas consiguen o no demostrar lo que pretenden. La toma de distancia de Alicia era de ese orden, ella conseguía que uno se agarrara la cabeza por lo que había dicho, no por lo que no se le había ocurrido decir. La lectura de Allouch, en cambio y con no menores beneficios para mí, sigue el método crítico inverso.
No estoy negando que su lectura tenga intensos momentos de una atención microscópica dirigida a lo que puse por escrito, sólo quiero decir que, a mi entender, sus comentarios más logrados ocurren cuando él se ocupa de desarrollar lo que no se me ocurrió; es algo que sucede a partir del apartado "Un aperçu de l'analyse de Jacques Lacan", y cada vez que emplea mi texto como pre-texto, cuando hace una lectura de mi capítulo que, implica no sólo un despegamiento temático sino incluso un forzamiento del sentido. Sí, los cargos de Allouch en contra de los derechos que le concedo a Lacan para tergiversar, no lo privan de cometer a su vez tergiversaciones para volver esos cargos más persuasivos. Lo cual me parece muy bien. En primer lugar, me parece bien por razones tácticas. Si, como intentaré probar, "Jacques Lacan s'analysant" tuerce la argumentación de "¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?" (que es el título del capítulo en discusión) y eso no impide que, al mismo tiempo, "Jacques Lacan s'analysant" sea un texto valioso para el psicoanálisis, entonces, "Jacques Lacan s'analysant" es una confirmación complementaria de lo que se empeña en invalidar en el orden metodológico... En segundo lugar, lo apruebo porque, en tanto autor, es inútil e ingrato quejarse de las tergiversaciones productivas de las que se pueda ser objeto. Pretender que a uno se lo lea únicamente al pie de la letra, es desestimar injustamente el valor de provocación del propio texto. Un libro puede valer tanto o más por los malos entendidos que provoca, que por lo que da a entender. ¿Pero es autor de esos dos efectos por igual? En un sentido amplio, él es causa no sólo de lo que afirma sino de los malos entendidos a que induce; sin embargo, muy excepcionalmente se podrá decir que es el autor intencional de estos últimos. Lamentablemente, no cabe que se me atribuya responsabilidad alguna en la notable hipótesis que a Allouch se le ocurrió para explicar la tergiversación lacaniana por la cual Kris se levanta del sillón de analista: "l'indication selon laquelle Kris (en fait Loewenstein) se serait levé de son fauteuil, aurait donc quitté sa position d'analyste nous apprendrait que ce fut à la suite d'un tel dérapage de Loewenstein que Lacan se serait mis à manger des jeunes universitaires mâles devant Loewenstein." Como en psicoanálisis sostenemos que la verdad tiene la belleza de lo ingenioso, seguramente esta interpretación es verdadera. Otro tanto debo reconocer frente al hallazgo suyo de ese fragmento de un artículo de Loewenstein que muy probablemente se trate del relato disfrazado del caso Jacques Lacan. Al respecto, la única veleidad que puedo tener es la de suponer que para realizar esos vuelos tuvo que pagar el precio (nada exorbitante) de tergiversar un poco mi capítulo; aunque admito para mis adentros que, tarde o temprano, él iba a alcanzar esas conclusiones por algún otro camino. Porque se puede alcanzar una conclusión a partir de distintas premisas, incluso a partir de premisas falsas (no hablo de la justificación lógica última de la conclusión, sino de cómo es que efectivamente se genera en nosotros). No, no soy el autor responsable de sus hipótesis. Anduve unos meses dando vueltas alrededor de la cuestión Kris/Lacan y no se me ocurrieron. Admito mi envidia. Sin embargo, al mismo tiempo, no soy menos sincero si digo que de habérseme ocurrido algo de eso, de haber yo tenido esa enorme suerte, no me hubiese permitido incluir tales ideas en El escritorio de Lacan... ¡Desde luego que las habría guardado como un tesoro!, pero para emplearlas en otra ocasión, no en este libro puesto que no sería pertinente. Veamos por qué.
Sucede que para El idioma de los lacanianos y después para El escritorio de Lacan, me impuse una regla extraña y hasta contraria a lo que hacemos en los consultorios: la de dejar de lado lo que una expresión pudiese tener de carga sintomática, de inclusión fantasmal. No es que esa dimensión no me importe (¡los analistas vivimos de eso!), lo que sucede es que quise subrayar lo que, en la enseñanza de Lacan, su estilo tiene (también) de racionalidad deliberada, de recurso metódico. Pasar por alto lo que su estilo evidenciaba de su propia subjetividad y restringirme a lo que evidenciaba de su reflexión acerca del Sujeto. Admito que tiene un alto precio, desentenderse del deseo de Lacan significa mucho más que apartarse de los intereses del biógrafo, porque es algo que desborda su singularidad y que afecta a todos los que seguimos su enseñanza --Lacan decía otro tanto a propósito del deseo de Freud. Ciertamente eso falta en "¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?"; Allouch lo señaló con razón e intentó reparar esa ausencia. ¡Pero convengamos que se trata de una falta reglada, de una falta de interés metódica!
Por esa vía mis dos libros quieren focalizar la atención sobre ciertos rasgo de estilo complicados de Lacan. Hablo de rasgos, vale decir de recursos que Lacan emplearía sistemáticamente, y de rasgos complicados, que lo son o bien por su hermetismo (no en vano El idioma de los lacanianos se tradujo como De l'hermétisme de Lacan), o bien por su carácter inesperado y hasta reprochable para el canon de los textos psicoanalíticos --como creo que lo son sus tergiversaciones y otros recursos (de los que se ocupa El escritorio de Lacan). La identificación de tales rasgos implica, entonces, la búsqueda de generalidades, es decir una búsqueda de ojos entrecerrados que se desentienden del detalle particular, por más que esas particularidades sean decisivas para investigar otros propósito. Mi estudio de las tergiversaciones lacanianas del caso de Kris es eso: subraya lo que tienen de rasgo general y de empleo eventualmente generalizable. Si Lacan dice que Kris se levanta del sillón de analista, no habiendo nada en la versión original que lo avale, lo que importa es lo que esa tergiversación tiene de puro desvío y de cómo se la puede sumar a otras que aparecen en diferentes textos y a propósito de diferentes cuestiones, y no lo que manifiesta en tanto desvío puntual acerca de, por ejemplo, las vicisitudes de Lacan analizante.
¿Acaso no pueden coexistir los dos tipos de análisis? Teóricamente sí, sin embargo tienen una cohabitación complicada. Las justificaciones interpretativas tienen, entre nosotros, una enorme pregnancia y dejan poco lugar a las consideraciones funcionales y racionales del mismo acto. Por eso, si Jean Allouch hubiese revelado su hipótesis (seguramente verdadera) acerca de por qué Kris se levantó del sillón en las tergiversaciones de Lacan, yo seguramente no habría escrito "¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?" con el subtítulo de "Las siete maneras de Lacan de contar un caso de Kris", sino, por ejemplo, con el de "Las algo más de siete maneras de Lacan de contar Mencious on the Mind de I.A. Richards" o uno vinculado a sus modos de tergiversar al obispo Berkeley. En el viaje en el TGV de Bruselas a París, Graciela Siciliano Bouquet me indicó que debía incluirse al Dante en la lista. Este cambio no sería por razones de validez (el anticipo de Allouch no habría convertido en falsas mis observaciones acerca de Kris/Lacan), pero sí por razones de persuasión.
¿De qué quiere convencer mi capítulo? De que hay que tomar en cuenta ciertas precauciones para leer a Lacan y no convertirnos en víctimas de nuestra ingenuidad. Si en El escritorio privilegié largamente las tergiversaciones que Lacan comete con el caso publicado por Kris y con la vida y obra de Joyce por sobre otras posibles ilustraciones, eso fue porque son las dos tergiversaciones que más número de víctimas trajo entre los ultralacanianos y los antilacanianos. Entre los ultralacanianos porque, en su sencillismo hagiográfico, ellos presumen que para decir la verdad, Lacan debía ser necesariamente veraz. Y entre los antilacanianos porque, en su incredulidad, sólo pueden presumir que si Lacan no era veraz, únicamente podía no serlo para ocultar la verdad, y/o para cerciorarse de su poder maléfico sobre sus adeptos.
En resumen, cuando se hace hincapié sobre el carácter generalizado de las tergiversaciones de Lacan, lo cual creo que no es una banalidad como guía de lectura, se toma por no pertinente (aunque no por eso inexistente o intranscendente) lo que, una por una, tales tergiversaciones tienen de particular y privado.
2. TGV: Tale of the Given Versions
Ahora bien, cuando uno se concentra en la singularidad de una expresión, se ve obligado a sacrificios semejantes; la única diferencia es que el escotoma cambia de lugar. Siempre habrá algún detalle que permite definir el orden de lo general que quedará fuera de la visión. Eso se nota en "Jacques Lacan s'analysant". Para llevar adelante su interpretación acertada de las tergiversaciones de Lacan a propósito del caso publicado por Kris, lo que hace Jean Allouch es insistir en dos cosas y descuidar una.
(1) El subraya algo en lo que estamos todos de acuerdo (la profesora Leibovich de Duarte, Allouch y yo): en que en cada oportunidad que Lacan menciona ese caso, lo hace torciendo el relato original de Kris. Y (2), que entre nosotros hay respuestas diferentes a propósito de por qué Lacan hace eso. Leibovich de Duarte denuncia que por deshonestidad; Allouch, interpreta que porque allí se juega el acting-out que queda como resto del análisis de Lacan con Loewenstein (alias Loew=love); yo, que por esa vía puede hablar encubiertamente de sus propios casos. Ahora bien, lo que Allouch descuida (y hace bien en descuidar) es (3) que en El escritorio yo insisto con que para estudiar ese porqué de las tergiversaciones de Lacan hay que considerar sus diferencias internas, vale decir, cómo difieren esas siete variaciones entre sí. Mi idea es que no alcanza con señalar que las siete tergiversaciones de Lacan tienen en común la voluntad de torcer el relato de Kris, ni con explicar a qué cosa en particular envía cada una; sino que hay que ver cómo difieren entre sí en su grado de alejamiento, de transformación del original Kris. En la práctica, eso es menos inmanejable de lo que puede parecer, porque pronto se distinguen dos nítidos subconjuntos: el de las tergiversaciones que se originan en el seminario, donde Lacan se atreve a desvíos audaces y muy distorsivos, y el de las publicadas en los artículos que, más tarde, se reunirán en los Escritos, donde las desviaciones son mínimas y respetuosas del diseño básico del relato de Kris.
El eje argumentativo de mi capítulo consiste en dejar bien establecida esta división y en desalentar explicaciones ligeras, como la de suponer que Lacan improvisaba de memoria en los seminarios, sin tener a mano los documentos del caso. De allí mi insistencia en cómo la memoria siempre le "fallaba" en el mismo sentido y mi minuciosidad con el detalle de las secuencias y las fechas, que demuestran que la redacción de esos escritos y el dictado de esos seminarios van alternándose y que, a veces, son prácticamente simultáneos. Esto último es lo ocurrido con la clase del 11 de enero de 1956 del seminario de Las psicosis, que coincide con las fechas de entrega de la "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite" para la revista La psychanalyse del mes de marzo; las dos se producen al mismo tiempo y, sin embargo, en esa clase aparece la lista completa de las tergiversaciones que enumeró hace un rato Allouch, mientras que en la revista figura sólo una de ellas, la más discreta. Focalizarse en estos detalles, permite reconocer que el no uso de comillas libertino que Lacan practica en el círculo privado de los seminarios (particularmente en el de los anteriores a 1964), contrasta con el no uso de comillas recatado de cuando escribe para el gran público (en el que sus alumnos son una fracción minoritaria, aunque asegurada). El principal propósito de mi capítulo es distinguir estos dos subconjuntos de las siete versiones e insistir con que su agrupación depende del soporte, oral-privado o escrito-público, en que fueron apareciendo; es por eso que lleva el título de "¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?". Se puede estar o no de acuerdo con la importancia de esa distinción, pero no es algo que pueda pasar desapercibido al leer sus páginas; por eso, en la medida en que la crítica de Allouch en ningún momento la nombra, la omisión me resulta tan llamativa que me atrevo a darle el título de "tergiversación".
¿A qué puede deberse esta tergiversación de "Jacques Lacan s'analysant"? Creo que responde a un importante motivo que, al menos ante mis ojos, justifica su pecado. Ocurre que si tomara en cuenta el detalle de las diferencias internas que guardan las siete versiones de Lacan, eso debilitaría el vigor persuasivo de su seguramente verdadera hipótesis de que en Lacan había algo del orden de un acting-out joyceano. Aceptar que Lacan modulaba su fantasma según hablara a pocos o escribiera para muchos, no es un dato que invalide a "Jacques Lacan s'analysant", pero le quita golpe retórico. No impide seguir conjeturando que hubo ahí un acting-out, pero fuerza a precisar que es uno que proviene del inconsciente de un maestro sutil. No hay nada más lacaniano que afirmar que lo inconsciente es muy intelectual, sin embargo, el retrato romántico de que el hombre es el zombie de su fantasma, sigue todavía resultando más electrizantemente verdadero, y eso es algo que el escritorio de Allouch no ignora.
Hay algo de mi propio escritorio que quisiera ahora aclarar, es respecto a mi decisión de poner en boca de Lacan uno o dos parlamentos y de haber novelado el final de la escena de Kris con su paciente. Veo que me equivoqué, los efectos que pretendí provocar no se producen. Fue un mal chiste y, como tal, genera desconcierto y tiene que ser explicado. Ocurre que mi intención no era la de abrir las puertas a un todo-vale en la lectura de casos, sino la de reproducir y llevar hasta el límite lo que hacía Lacan. Pretendí describir y al mismo tiempo ejecutar yo mismo, en caricatura, ese rasgo de estilo de Lacan. Yo creo que Lacan hacía frecuentemente esto del describir y mostrar, e incluso del mostrar en lugar de describir. Es otro rasgo complicado de su estilo, distinto al de las tergiversaciones, que desarrollé en otro capítulo de El escritorio que se ocupa de "Joyce el síntoma" y que lleva el título de "Cuando comentar es mostrar". Es una maniobra que puede dar lugar a consecuencias desopilantes e incluso más nefastas que las que traen las tergiversaciones. ¿Deberíamos nosotros mismos también practicarla? Tengo la duda desde hace tiempo. En El idioma de los lacanianos probé eso de un modo más inocente, incluyendo ilustraciones de cuentos infantiles en un capítulo sobre el apego al Kitsch de cierto lacanismo --es una ironía que hago caer dudosamente sobre mí mismo y que, prudentemente, la traducción francesa no recoge. A lo que voy, es a que estoy de acuerdo con las críticas de Allouch, hay que tener extrema prudencia con el uso de estos recursos, aun sin proponérselo pueden transmitir lo peor.
3. TGV: Tergiversación Generada por la Vitalidad
En cambio, hay otro punto en el que no puedo acordar con él. Me refiero a cuando insiste en distinguir netamente las tergiversaciones generadas por la vitalidad de su propia investigación, de aquellas otras que se encuentran en Lacan:
En un certain sens, nous nous sommes trouvés faire exactement ce qu'il propose comme pouvant être fait. Ce que nous avons introduit en effet, dans le cas de « l'homme aux cervelles fraîches », le déplacement que nous avons fait subir au cas, n'a d'autre statut, au moins en attendant vérification, que celui que donne Baños aux « falsifications » de Lacan : une série d'assertions qui pourraient s'avérer vraies. Mais avec cette différence que ces assertions ainsi déplacées, l'épreuve de cette vérité peut, pour chacune, être faite.
Es verdad que, en buena parte, las conclusiones de "Jacques Lacan s'analysant" podrían ser verificadas, incluso bajo las exigencias del realismo tradicional ("L'on pourrait aussi demander à Jean Laplanche, qui était allé voir Loewenstein à New York juste avant d'entreprendre son analyse chez Lacan, s'il lui est arrivé de parler, dans son analyse, des restaurants proches du consultoire de Loewenstein"). ¡Pero de Lacan debe decirse otro tanto! Su conclusión acerca del carácter reaccional del acting-out a las interpretaciones, puede comprobarse en el consultorio de cada uno de nosotros. Lo tergiversado en Lacan no es el punto de llegada, sino el de partida. Los escritos y seminarios que mencionan el caso publicado por Kris no tienen por asunto la obra de Kris, esa no es su meta. Cada vez que menciona dicho caso es como excusa para ilustrar consideraciones generales acerca de la negación o el acting-out. Lacan lo tergiversa a Kris porque lo emplea como un resto diurno, no como una premisa en la que sostiene su conclusión, ¡Allouch hace exactamente lo mismo!
Al comenzar señalé que "Jacques Lacan s'analysant" adquiere su vuelo más alto a partir de "Un aperçu de l'analyse de Jacques Lacan". Si se está de acuerdo con esto, es fácil convencerse de que Allouch comienza ese ascenso con una aserción imposible de verificar, esa en la que quiere que reconozcamos el objeto cervelles fraîches-garçons en el siguiente párrafo de la "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite":
Il semble accessoire de demander comment il va s'arranger avec les cervelles fraîches, les cervelles réelles, celles qu'on fait revenir au beurre noir, y étant recommandé un épluchage préalable de la pie-mère qui demande beaucoup de soin. Ce n'est pas là pourtant une question vaine, car supposez que ce soit pour les jeunes garçons qu'il se fût découvert le même goût, exigeant de non moindres raffinements, n'y aurait-il pas au fond le même malentendu ? Et cet acting-out, comme on dirait, ne serait-il pas tout aussi étranger au sujet ?
¿Cómo puede leerse? Yo lo hice a la manera más clásica, en dos pasos. Primer paso, consideré el antecedente inmediato de los párrafos anteriores. Lacan viene de subrayar (a) que ese ir por un plato de sesos frescos tiene que ver, en el paciente de Kris, con "una relación oral primordialmente cercenada" de la que ya había hecho observaciones su primera analista, y con (b) un pattern de introyección que se ocupa también de tragar el Yo del analista. A esta altura, Lacan ironiza, haciendo votos a favor de que esa introyección haya apuntado a la parte sana del Yo de Kris, a la parte que armonizaba con el ideal de productividad intelectual de los norteamericanos. Segundo paso, leí del modo más literal posible el párrafo señalado. Ahí encuentro que, sin perder el tono irónico, Lacan pasa a considerar un aspecto diferente de los sesos frescos; deja a un lado su carácter comestible y la función de los sesos en la producción de ideas y, en su lugar, se detiene en la ceremonia culinaria y en el valor de distinción social que supone la elección de ese plato en un restaurante. Describe cómo se preparan, demorándose en el detalle de la necesidad de despegar completamente los sesos de la membrana meníngea que los envuelve cuando se compran en la carnicería. Una vez que los sirve en la mesa de los jovencitos refinados, Lacan se pregunta hasta qué punto la elección gastronómica del paciente de Kris no fue también, o principalmente, otro resultado del anhelo de pertenecer a los elegidos y de ese deseo de hacerse de lo ajeno que lo gobernaba. En otras palabras, hasta qué punto no podemos sospechar que, incluso en ese acting-out, hay plagio. Esta lectura la resumí muy brevemente en mi capítulo, señalando que Lacan cuestiona acá "la posible originalidad del Hombre de los Sesos Frescos (¡ni siquiera sería capaz de crear un acting out sin espiar al vecino!)." Para entenderlo así, debí corregir una palabra de la traducción española, que comete el error de convertir la « pie-mère » en una devota «pía madre», en lugar de dejarla como la «piamadre» de los anatomistas.
En contraste, la lectura que lleva adelante Allouch es de una intrepidez alarmante:
Voici donc les cervelles fraîches devenues des jeunes garçons, préparés au beurre noir, après qu'on leur ait enlevé une enveloppe placentaire (la « pie mère » a-t-on traduit en espagnol, comme « la pie voleuse » !), et ajoutons, pour rassembler d'autres traits inventés par Lacan, servis chauds et condimentés dans un restaurant new yorkais.
Como puede verse, él lee ese fragmento de los Escritos sirviéndose de la mala traducción española hecha por Tomás Segovia, un poeta que sabe mucho francés pero nada de anatomía. "Jacques Lacan s'analysant" juega con el chiste de suponer allí algo maternal, y se toma la libertad de transformar la piamadre en una membrana placentaria, cuando como se sabe (y tanto más lo sabe Allouch, por ser médico psiquiatra como yo) la piamadre es la membrana interna de las meninges. Además, los jóvenes dejan de ser el modelo de los que saben qué elegir en un restaurante, y pasan a convertirse ellos en los sesos mismos. Reuniendo estas dos tergiversaciones y la razonable decisión anterior de atribuirle a Jacques Lacan el nombre de "el caso de los sesos frescos", Allouch obtiene, al término de su prestidigitación, un Lacan devorando a jóvenes recién despegados de la placenta universitaria...
¿Acaso el hecho de que "Jacques Lacan s'analysant" tergiverse un poquito mi capítulo y algo más un párrafo de la "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite", invalida sus conclusiones? No. En esta oportunidad, Allouch asciende a la manera en que solía hacerlo Lacan, a partir algunos ejercicios de tergiversación, para luego alcanzar conclusiones a cuya solidez lógica habrá que buscarle otros fundamentos. Lo que importa, en uno como en otro, es leerlos sabiendo que queda para nosotros el poner a prueba sus conclusiones y el buscarles premisas de las que se las pueda derivar y justificar consistentemente; porque los escalones por los que subieron ahí no tienen ninguna importancia, son los de la escalera de Wittgenstein: hay que deshacerse de ella una vez que se llegó arriba. Es a advertir esto último que apuntan varios capítulos de El escritorio. Destacar que hay que leer los seminarios e incluso los escritos de Lacan como un pensamiento que se va generando, no como un silogismo impecable; como una serie de conclusiones que no nacen siempre de premisas, en sentido estricto, sino muchas veces de fabulaciones. Al respecto, así como en El idioma de los lacanianos me ocupé de aspectos irritantes y aún vergonzantes del lacanismo, cuidando no caer en la injuria, en El escritorio de Lacan quise hablar de los aspectos más desconcertantes y aún decepcionantes de Lacan, cuidando no caer en la denuncia.