Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Algunas reflexiones sobre cultura, ciencia, ética y psicoanálisis
Hernando Bernal

Vivimos en un mundo donde es paradójico que, a medida que la ciencia avanza y trae como resultado nuevas tecnologías que hacen mas cómoda la vida, ésta se llena de problemas que van desde lo ético hasta lo ambiental. A esto Freud lo denominó malestar en la civilización. Ese malestar surge desde el momento en que el hombre, para poder fundar la cultura, debió resignar, por medio de una prohibición, todos sus impulsos y pasiones más primitivas —canibalismo, incesto y asesinato—.

La cultura humana se funda en el momento en que se instaura una ley que sirve para regular las relaciones entre los hombres. Aceptar esa ley implica renunciar a la satisfacción de esas pasiones y deseos.

Todo esto se ve claramente en el aprendizaje por el que pasa un niño para llegar a ser un sujeto civilizado: debe renunciar a sus impulsos y respetar las reglas que lo norman y le permiten desenvolverse en sociedad. El malestar es el precio que se paga por el sometimiento a las exigencias de la civilización, la cual impone su cuota de sacrificio sobretodo a la sexualidad y a la agresividad de los seres humanos; de ahí que la presencia de los otros se haga hostil y difícil de soportar.

Lo que Freud no imaginó fue que ese malestar producido por la culturización, se llegara a multiplicar por el hecho de que la civilización incluyera en ella el progreso de la ciencia y sus efectos. Desde su aparición, la ciencia desencadenó un desarrollo acelerado de tecnología, con lo que se llegó a pensar que iba en la vía de mejorar considerablemente la vida de los seres humanos, pero sus efectos muestran en muchos aspectos un empeoramiento de dicho malestar: el consumo de drogas lícitas e ilícitas no cede; las expresiones de violencia son cada vez más acentuadas; el racismo, el regionalismo, los conflictos étnicos y religiosos estallan por todos los rincones del planeta; el terrorismo y las guerras que se están viendo aparecer en diferentes puntos del planeta son pan de cada día ya. El hombre, forjador de la cultura, se convierte así en su principal enemigo: él ha construido una civilización que puede destruir en cualquier momento.

¿Existe acaso una relación directa entre el progreso científico y el actual malestar social?

El discurso de la ciencia, discurso que hoy orienta a la humanidad toda, es un discurso de reciente nacimiento —siglo XVII—. En el momento en que se utilizó una fórmula para expresar un fenómeno que permanecía inexplicado, surgió la ciencia con todas sus consecuencias. Con la llegada de cada nueva fórmula matemática, de cada explicación científica, el universo dejó de ser mágico y dejó de pertenecer a los dioses para convertirse en ecuaciones que pasaron a gobernar el destino de los hombres.

Con el discurso de la ciencia se produce algo sorprendente, y es la operatividad y eficacia que llegan a tener esas fórmulas matemáticas sobre el mundo físico real. Por eso cuando se dice discurso de la ciencia, se habla de ese discurso que ha logrado con una ecuación, capturar, enmarcar, formular un saber en el orden de lo real.

Desde el momento en que nace la ciencia, se inicia un progreso en el que se ha visto cambiar el mundo de una manera tan radical, que a diario vemos sus efectos en la forma acelerada como se introduce la tecnología en todos los ámbitos de nuestra vida. Su presencia tiene un lugar privilegiado en el ámbito de lo humano, lo que hace que el sujeto padezca las consecuencias de su discurso; el sujeto siente sobre él todo el peso de la civilización, las exigencias del mundo moderno se le hacen difíciles de cumplir o de conciliar con sus verdaderos deseos, lo que lo hace un sujeto sufriente.

Llama la atención que a medida que se ha desplegado este progreso científico, nuestro mundo ha sido inundado por objetos que se acumulan como desechos en espacios que se denominan basureros. Pareciera ser que la acumulación de basuras es uno de los signos del paso del Hombre por este mundo; ella se cuenta por millones de toneladas. Abarca desde el indegradable plástico, hasta los desechos nucleares; desde las envolturas de los comestibles, hasta las toneladas de chatarra que flotan en el espacio alrededor de este planeta. Es un hecho que la transformación de lo real siempre produce un resto, un objeto de desecho.

En la constitución del ser humano como sujeto civilizado, también produce un resto, algo que se pierde irremediablemente en ese paso a la civilidad. Dicha pérdida esta representada por la renuncia a la satisfacción de los impulsos sexuales y agresivos. Esta pérdida de satisfacción tendrá enormes consecuencias en la conformación del sujeto, en la estructuración del deseo y en la manera como se la va a pasar en la vida buscando pequeñas compensaciones, en un intento por reparar esa pérdida de satisfacción provocada por su ingreso a la cultura.

El progreso científico no deja de tener efectos concretos en la posición del sujeto en el mundo. Pero, ¿de qué sujeto se está hablando? Se habla del sujeto que la ciencia en su método sistemáticamente desconoce, debido a su interés por las cosas objetivas —la ciencia pone poco o ningún interés en la posición subjetiva de los seres humanos en el mundo—; se habla del sujeto que padece las consecuencias de ese saber aún cuando es él el que hace ciencia. Se trata del sujeto que renuncia en el momento de su ingreso a la cultura, a sus pasiones más primitivas y que día a día se las tiene que ver con el malestar producido por dicha renuncia. En fin, digámoslo de la manera más sencilla posible, estamos hablando del sujeto que sufre, o si se quiere, del sujeto del inconsciente, en tanto que el sujeto es inconsciente de la causa de su sufrimiento.

De este sujeto la ciencia no se ocupa, lo excluye de su discurso; se ocupa sí de su organismo: busca mantener vivo dicho organismo e inclusive, en ocasiones, mantenerlo vivo a pesar de las consecuencias que esto pueda tener sobre él. De este sujeto y de su subjetividad, con su particular manera de hacerse a un sufrimiento, es de lo que se ocupa el psicoanálisis.

Frente al malestar creado por la civilización se proponen diferentes y variadas respuestas, las cuales van desde las más esotéricas hasta las más técnicas, pasando por todo tipo de terapias. Todas ellas brindan una respuesta al sufrimiento humano. Básicamente estas respuestas se pueden reunir bajo tres modalidades: las de tipo esotérico o mágico, las que da la religión y las que se enmarcan dentro del mismo discurso científico.

¿Es casual que, en medio de tanto progreso científico, haya hoy por hoy una proliferación de discursos esotéricos, religiosos, y muchos otros que se denominan terapéuticos?. Nunca antes se había visto a la ciencia tan cogida de la mano del esoterismo como ahora. Se esperaría que la ciencia llegara a desplazar a la magia y a la religión, pero no es esto lo que ha sucedido. ¿Por qué en plena era científica hay cada vez más un surgimiento de discursos mágicos y religiosos?

Progreso y malestar son los dos nombres de la civilización moderna en todos sus ámbitos. El psicoanálisis no es más que una entre todas las respuestas a ese malestar, pero habría que aclarar que la respuesta del psicoanálisis al sufrimiento no es una respuesta ni religiosa, ni técnica. El psicoanálisis se sitúa más bien entre la religión y la ciencia, lo que quiere decir que el psicoanálisis no es ni lo uno, ni lo otro. La respuesta del psicoanálisis al malestar producido por la civilización, es una respuesta ética.

¿Qué significa esto? Primero, que no se trata de una respuesta técnica. La ética es algo que se opone a cualquier procedimiento técnico y por eso se dice que el psicoanálisis no es una terapéutica como otras que sí recurren a procedimientos técnicos para tratar el sufrimiento. Segundo, como se trata de una respuesta ética, apunta al deseo y a la verdad que contiene cada sujeto. El psicoanálisis se ocupa de interrogar la verdad del sufrimiento de cada sujeto, su causa, el por qué un sujeto se hace a un sufrimiento particular y se sostiene en él. Esa verdad que contiene cada sujeto es un saber no sabido por él: un saber inconsciente.

Aquello «no sabido» se puede traducir por un no deseo saber del inconsciente, o sea, un «no deseo saber sobre la causa de mi sufrimiento». ¿Por qué los sujetos no quieren saber nada sobre esto? Porque dicho sufrimiento representa para cada sujeto un bien muy preciado, porque con él obtiene una compensación a la pérdida, al sacrificio al que está obligado por ingresar a la cultura. Esto significa que el sufrimiento es una forma de satisfacción en 1a vida, y no, como se cree corrientemente, que la felicidad es la mayor forma de satisfacción.

El psicoanálisis ha puesto en evidencia que el más preciado bien del sujeto no es la felicidad, sino la manera particular como cada uno se hace a un sufrimiento propio. Se esperaría que los seres humanos busquen el placer y la felicidad en la vida, pero no: el ser humano, como lo descubre la clínica psicoanalítica, es un ser que busca la manera de procurarse un sufrimiento, con el cual se satisface. Es como si el ser humano encontrara la felicidad en el mal, lo que podría parecer incoherente si las cosas se miran desde la apariencia, pero si nos detenemos en la forma como se conducen los seres humanos en el mundo, se puede observar ese hecho.

Ahora bien, ese sufrimiento es particular a cada sujeto, por eso la verdad del sufrimiento que el psicoanálisis interroga, es una verdad singular. Es una verdad que el psicoanálisis propone a cada sujeto descubrir con otro, que es el psicoanalista, a partir del momento en que se decida a hacerlo. No se trata para nada de una verdad universal, sino de una verdad que concierne a cada sujeto, a uno por uno. Lo que precisamente le interesa al psicoanálisis es el malestar del ser humano en una civilización que no le asegura el logro de la felicidad.

Ya se vio aquí cómo a la ciencia no le interesa la singularidad de los sujetos por su búsqueda de objetividad y de generalidad. La manera de sufrir hace parte de esa singularidad de cada cuál. Los efectos de la ciencia van más bien en la vía de la universalización, en la vía de hacer a todos los sujetos iguales, reduciendo las singularidades a peculiaridades.

La universalización se ve cada día en el hecho de que todos los seres humanos adquieran los mismos productos de consumo, ven la misma televisión, estudian las mismas cosas, hacen uso de la misma tecnología, etc. Esto tiene como efecto el borramiento de las singularidades y eso mismo hace que dichas singularidades protesten, se reivindiquen, busquen la manera de existir, de hacerse un lugar propio dentro del mundo de lo universal. Esto es lo que se ve aparecer en los fenómenos sociales que acompañan la vida moderna, como por ejemplo, los regionalismos, nacionalismos, sectarismos, fanatismos, con toda la carga de agresión, guerra y terrorismo que ellos conllevan.

Algunas concepciones de la ética proponen establecer un código moral que gobierne la conducta del Hombre. A la ética se la llama ciencia de lo moral, arte de dirigir la conducta. Es una palabra que proviene del griego ethos y se traduce habitualmente como carácter. La ética hace parte de la producción cultural de una sociedad y busca la regulación de los vínculos recíprocos entre los seres humanos, lo que la convierte en una más de las exigencias de la cultura.

Freud concibió a la ética como un remedio, como un ensayo terapéutico, como una manera de alcanzar lo que todo el resto del trabajo cultural no habría conseguido: el control de la inclinación de los seres humanos a agredirse unos a otros. Hay que tener en cuenta que esta concepción de la ética implica una doctrina de valores, pero la ética del psicoanálisis es una ética que suspende todo juicio de valor. Esto significa que del psicoanálisis no es una ética para todos, sino que se trata de una ética relativa al psicoanálisis. Toda ética no es sino relativa a cada discurso; la ética del psicoanálisis es sólo una más entre muchas otras y por eso en el mundo existen, no una, sino varias éticas.

La ética del psicoanálisis no es de aplicación universal; el psicoanálisis no es para nada un directorio de conciencia o de conductas para la vida. Se trata de una ética que se corresponde con la manera como se practica el psicoanálisis, el cual no procede más que por la vía de la palabra en el campo del lenguaje. Si existe una ética psicoanalítica esta no es otra que la ética del bien decir. ¿Qué significa esto? El decir del que se trata no es únicamente decir palabras, ya sean estas elocuentes, eruditas o bellas; el decir, tal y como se define en psicoanálisis, es la palabra en tanto que ella funda un hecho; o sea que se trata de un decir que tiene consecuencias sobre lo real del sufrimiento del sujeto; un decir que tiene como efecto una renuncia al sufrimiento. Se trata, para decirlo de otro modo, de una ética del deseo. La ética del psicoanálisis es una ética el deseo y no una ética de la satisfacción en el sufrimiento.

El psicoanálisis lleva al sujeto a enfrentarse con la verdad de su deseo —que puede ser un deseo de sufrir— lo que no significa una liberación del deseo. Se trata más bien de una ética que busca hacer responsable al sujeto de su sufrimiento y de su deseo. Es una ética que le permite a él como sujeto ocupar el lugar donde se satisface en el sufrimiento; ocupar el lugar donde sin saber muy bien cómo ni por qué, se garantiza un sufrimiento.

Esto tiene como consecuencia una subversión del sujeto, o sea un cambio de su posición subjetiva, un cambio en la manera como él ve el mundo, de tal manera que el sujeto renace como aquel que sabe la causa de su deseo y de su sufrimiento. Y por lo tanto, un sujeto responsable de su posición.

¿Y qué tiene que ver el deseo con el bien decir ? Pues que decir la verdad sobre el deseo —el deseo es esencialmente una falta, se estructura alrededor de una falta: solamente se desea cuando se carece de eso que se desea— es algo bien difícil, ya que el sujeto lo pone al servicio de su malestar —de su sufrimiento— porque se trata de un deseo inconsciente, no sabido, y de una verdad no dicha. El psicoanálisis es un discurso que apunta a la verdad como causa del sufrimiento del sujeto, un sujeto que de la verdad como causa no querría saber nada. El psicoanálisis pone a la verdad en el lugar de la causa, entendiendo a la verdad como una palabra que se define por ser idéntica a aquello de lo que habla.

La ética del psicoanálisis también hace referencia a la responsabilidad que los psicoanalistas tienen, uno por uno, de la presencia del inconsciente en la cultura. De la existencia de los psicoanalistas depende también la existencia del inconsciente, existencia que es precaria en tanto que, si hemos definido al inconsciente como un saber no sabido por el sujeto, un saber separado de él, es porque le resulta muy fácil evadir en sus manifestaciones, en las formas como se presenta el inconsciente al sujeto: sueños, lapsus, equívocos, olvidos, síntomas, fenómenos sobre los cuales el sujeto no quiere detenerse a pensar lo qué pueden significar.

Se espera que la movilización de ese saber inconsciente tenga un efecto real no sólo sobre la posición del sujeto respecto a su sufrimiento - que su sufrimiento ceda- sino también con respecto a su malestar dentro de la civilización. Por eso el psicoanálisis tiene como nueva tarea dar respuesta al malestar de la civilización.

 

Bibliografía.

 

AGUILAR, Julián. Cultura y Ética en el Pensamiento de Freud. En Disparatorio #4. Revista Colombiana de Psicoanálisis. Febrero de 1993. Fundación Freudiana de Medellín, pág. 67.

FREUD, Sigmund. El Malestar en la Cultura. En Obras Completas, Amorrortu editores. Tomo XXI, Buenos Aires, pág. 57.

LACAN, Jacques.

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QUINET, Antonio. La Ética. En Disparatorio #1. Revista Colombiana de Psicoanálisis, Abril de 1989. De. Fundación Freudiana de Medellín, pág. 57.

SOLER, Colette. El Psicoanálisis y la Ciencia. En Disparatorio #3. Ibis. Noviembre de 1991. Pág. 9.

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 5 - Julio 1997
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