Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Consideraciones éticas sobre
la formación del deseo del analista
Jesús Manuel Ramírez Escobar

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Más allá de una orientación común en la práctica, en el psicoanálisis se esconden ciertos impasses cuando la teoría ha salido de la clínica misma. Ya Freud lo anticipaba en 1937 cuando en Análisis Terminable e Interminable colocaba la solución por la formación analítica:

"Entonces, ¿dónde y cómo adquiriría el pobre diablo aquella aptitud ideal que le hace falta en su profesión? La respuesta rezará: en el análisis propio, con el que comienza su preparación para su actividad futura" 1

Sin embargo, unos párrafos anteriores han develado la realidad del analista como incompletas en lo que a la normalidad psíquica se refiere. Se debe haber cursado el trayecto de un análisis, pero ¿qué quiere decir cursar un análisis y haberlo llevado a un buen puerto para poder analizar? No debemos olvidar que detrás de toda intención de ser un analista, se esconde un ideal, mismo que enmascara un fantasma que deberá ser atravesado para cumplir un verdadero fin de análisis 2

Una vez mencionado lo anterior, convienen destacarse los efectos clínicos que un paso por el análisis, sin un efecto concreto cercano a su fin, conlleva al futuro analista a ciertos atolladeros en su práctica. Uno de ellos, y sobre el que girará el orden de este trabajo, es aquel que concierne al atravesamiento del fantasma y a las deleznables consecuencias que esto trae para el paciente. Lo anterior, tomando en cuenta que para entablar un diálogo prolífico en materia clínica entre analistas, es observable de entrada una notoria diferencia en la comprensión de lo que es un fin de análisis, así como de la forma en que se deviene analista.

En una época donde la verdad ha sido cuestionada apelando a su relativismo, el psicoanálisis mismo como práctica en la actualidad debe ser conciente del peligro de caer en una provocación, aproximándose a tomar un lugar como discurso de producción de verdad, esto es algo a lo que debe escaparse en todo análisis desde la ética que la funda. Sin embargo, la diversificación extrema de prácticas psicoanalíticas, lleva a buscar verdaderos canales de comunicación y discusión entre pares o colegas. Este mismo trabajo pretende poner como tema a discutir las incidencias clínicas de la formación de un analista, buscando un espacio posterior de debate aunque siempre desde una posición previa.

La pregunta por la ética del psicoanálisis será entonces la directriz por la cual abordaremos el problema en cuestión sobre el atravesamiento del fantasma en el análisis de un analista. Dicha investigación pretenderá arrojarnos una nueva consideración que obligue a los analistas a interrogar los fundamentos de su práctica teniendo como referente principal su propia formación en el análisis, así como a aquellos que se encargan de su transmisión, al reconsiderar su ejercicio cuando apelan a la conformación de axiomas que podemos observar en muchas de las escuelas y prácticas analíticas.

UN INICIO, EL PROBLEMA.

Rubistein (2004) nos alerta en su texto ¿Por qué un analista?, de ciertos efectos que la transmisión del psicoanálisis tiene en algunos estudiantes en formación:

"Una estudiante de psicología pide una entrevista y, al llegar pregunta: Vos sos lacaniana? Porque a mí me dijeron en la facultad que el objetivo del psicoanálisis es angustiar al paciente y yo no quiero eso, no quiero seguir angustiada siempre" 3

Como podemos apreciar, la repetición de ciertos textos y su conformación en axiomas de la clínica llevan a ciertas iatrogenias en la práctica. Una de ellas es la de apelar a la angustia como operador analítico. ¿Cuántas veces no escuchamos como ideal comunitario el orientarse hacia lo real, y, como uno de los afectos que no engaña es la angustia, se apela a esta como lugar de producción? No obstante estamos frente a un impasse que debemos develar desde sus orígenes en el análisis personal, dado que no se trata de una coordenada errónea, sino de una aplicación casi temeraria por parte de algunos analistas que bien pueden encausar una cura hacia lo peor cuando no se calcula un efecto que se encuentra en el borde de la teoría: el goce mismo que el fantasma del analista encapsula, al "ser" el objeto del analizante en la transferencia y no su semblante.

Comencemos observando lo que Lacan señala con respecto a la neurosis de transferencia en relación con el deseo del analista:

"El verdadero motivo de sorpresa en lo referente al circuito del análisis es cómo, entrando en él a pesar de la neurosis de transferencia, se puede obtener a la salida la neurosis de transferencia misma. Sin duda es porque hay algunos malentendidos en lo referente al análisis de la transferencia. De otro modo no veríamos manifestarse la satisfacción que a veces he oído expresar – que haber dado forma a esta neurosis de transferencia no es quizás la perfección, pero es, con todo, un resultado. Es verdad. Es, con todo, un resultado, que lo deja a uno bastante perplejo. 4

Recordemos como en esta misma clase, Lacan enuncia el paso de la transferencia por el objeto a, como causa de deseo y único objeto a proponerse al análisis de la transferencia. Sin embargo, será hasta el Seminario XX, Aún, que Lacan coloca ese a como semblante en el análisis del ser y como semblante de real: "Lo simbólico, al dirigirse hacia lo real, nos demuestra la verdadera naturaleza del objeto a. Si antes lo califiqué de semblante de ser, es porque semeja darnos el soporte del ser" 5

Cuando un analista encarna ese soporte de ser, fuera de su faceta de semblante, puede generar en el analizante (en caso de que lo hubiere) un rechazo total de la transferencia perdiéndose como sujeto, o puede llevar al paciente a un acting, obligando al analista a repensar su lugar en la transferencia. Como menciona Aramburu (2004) el deseo de "ser" el analista lleva de suyo un efecto de sugestión que descarta la demanda misma del paciente, lo saca del análisis. Cuando el analista se encuentra en la búsqueda de una demanda "adecuada" de análisis, se encuentra en el lugar de "ser" el analista, demandándole ser tomado como tal y dejando totalmente de lado el deseo del analista. Ante dicho efecto, el analizante no podrá diferenciar los significantes de su demanda de aquella que le es proferida por el analista 6.

Lo anterior localiza sus raíces en el fantasma mismo del analista, lugar que no ha dejado su paso al atravesamiento, y desde donde se buscará cierta identificación en el lugar del saber o como agente del fantasma mismo del analizante en sesión. El analista que se coloca en la posición de demandante es aquel que no le falta el ser, hecho que trae consigo una aceptación de la satisfacción fantasmática que el paciente le trae, dándole consistencia. El analista entonces será a y no su semblante, encontrándose fuera del discurso analítico al responder a la Demanda del paciente, pues esto ha llevado a dejar intacta la identificación con el ser del sujeto instituido por el fantasma. Esto devela, a pesar de realizarse en una acción como puede ser la de "angustiar al paciente", una inhibición del analista que, al pretender la impostura del ser, confirma la coartada para reprimir la castración, dejando al analizante pendiente en un trabajo hacia la imposibilidad. La sugestión de un lugar que se ofrece para el analista practicante, cuando se compromete con una causa sin un verdadero fin de análisis, es un intento de reparar el narcisismo regresivo del placer dejando la repetición fuera del análisis, alejándose de su lugar en la trasferencia.

Pero ¿Cómo puede ocurrir tal circunstancia si dicho analista está o ha estado en un dispositivo analítico? Vayamos un paso más allá y veamos lo que podemos entender como tal desde su proceder, desde su ética.

EFECTOS DE UNA ÉTICA: LA DISTINCIÓN ENTRE EL DESEO DEL ANALISTA Y EL DESEO HISTÉRICO

Hagamos referencia a lo que no ha podido completarse cuando el fantasma del analista se ofrece a colmar el del paciente, cuando el fin de análisis ha transportado al sujeto a un lugar diferente de ese saber-hacer al que se le atribuye un lugar como conformador del futuro del analista.

Para dicho proceder, veamos cómo la ética del psicoanálisis se conforma entre el deseo histérico de un analizante y el deseo del analista, pues como vemos en ciertos casos problemáticos en la cura, su explicación se debe a que no existe un lugar para el analista cuando este ocupa el lugar de analizante, hecho que muestra un deseo de analista no depurado.

A partir del Seminario XVII, El Reverso el Psicoanálisis, Lacan observa el lugar de la histeria como discurso. Ubicará en éste, un lugar de ofrenda al Otro destinada a tapar su falta, a ocultar el abismo del deseo de éste último, su inconsistencia y, en última instancia, su inexistencia. Por lo tanto, dicho discurso busca garantizar que él exista en la medida en que se sostiene en el supuesto de que puede ser apaciguado de esa manera.

En este sitio encontramos al deseo histérico como aquel que busca un bienestar en el bien del Amo, su ética sacrificial se coloca como eje rector de un masoquismo en relación con Otro que puede curar, desde su malestar lleva su queja al bien del Otro.

Cuando el analista se ubica en el lugar del deseo histérico, se corre el riesgo de alentar al analizante a un ir más allá del agujero en la simbólico [S (A)], tratando de restaurar la completud del Otro. Un analista que se acerca a la ética del sacrificio, aunque de forma velada, apelará entonces a un relativismo de la verdad, como esta no existe entonces puede ser cualquiera, el analista toma el lugar del superyó encarnando la muerte del Otro en el todo es nada, volviéndose el instrumento del Otro que invita a colocarse en los umbrales del "todo se puede". Como señala Aramburu (2004), cuando el analista se aviene al mandato del superyó, se ciega en la pureza de su ser idéntico al objeto del que pretende saber en tanto no dice más de lo que no tiene sentido 7

Un caso como el mencionado, donde se apela a trocar en el paciente el sentido logrado de su existencia hasta ese momento, conminándolo a la angustia, revela una voluntad de instaurar otra Ley, pues en este caso se invitaría a un lugar de complacencia en el mal, sitio que el relativismo de la época ubica como máxima al no asegurar ninguna garantía de verdad:

"Es necesario sobre todo tachar la voluntad de ser la ley, de hacer de su capricho la Ley. Declinar en la voluntad de hacer de su fantasma la ley; ya que si no hay verdad de la verdad bien puedo hacer mi voluntad, ya que la mía bien vale por la de cualquiera" 8

Los analistas que se preocupan por ocupar una posición en la transferencia, encarnando un lugar de respuesta frente al analizante, apelan a una función neurótica. Al parecer no han podido escaparse del deseo histérico en la medida en que se busca una restitución del goce del Otro como completo. Los pacientes que han concurrido ante ellos van más allá de los límites impuestos por el [S (A)], son impulsados a aquel goce de la transgresión que señala Lacan en el Seminario VII 9 acercándose a la realización de un fantasma del puro goce del Otro sin límites, verdadero fantasma sadiano, que como sabemos se oculta tras una ética kantiana de operar de la mejor forma.

En contraparte, un análisis que ha transitado por una ruta que obligue al atravesamiento del fantasma, lleva al analista a una destitución subjetiva, con lo que el sujeto se deshace de su objeto para hacer de éste semblante y no ser. Se ha avenido un sitio como no-todo en el semblante, pues como refiere Lacan: "De donde sale el analista es del no-todo. Lo prueba que el análisis es necesario para ello" 10

El deseo del analista surge, en cambio, al confrontar al Otro con una ética que lo devela inexistente, invoca el encuentro del sujeto con la inevitable falta del Otro. En este sentido puede decirse que se ubica se ubica en las antípodas de una ética a modo para el neurótico.

El analista, advertido del lugar que ocupa en la transferencia, escapa de la identificación con el significante todopoderoso de la demanda, va más allá de ese significante que –ubicado en el Otro como un rasgo de éste, [I(A)]- lo hace omnipotente, es lo que dejaría al sujeto atrapado en la sugestión. La alternativa ante esta posibilidad es la identificación con el objeto de la demanda de amor, que en este contexto no es el objeto que se demanda sino la causa de ésta, el objeto perdido: a.

Como hemos observado, la ética misma del psicoanálisis no puede proponer la búsqueda de un nuevo ideal en contraposición a los que tienen vigencia. Se basa más bien en la constatación de que todo ideal tiene el carácter de un bien a alcanzar para mantener al sujeto en la sumisión hacia el Otro. Por esto sólo puede pretender un bien: el bien-decir; este no significa decir bien sino permitir que el deseo no deje de hacerse su lugar pues es el único medio para que el decir no sea sacrificado al discurso dominante, el cual exige, hoy en día, la conformidad con el relativismo de la verdad que se ofrece cuando un analista ha sido tocado por el decir de la época y haya tomado parte del fantasma del paciente haciéndose un lugar por la ruta de su propio narcisismo. Caso contrario es lo que afirma Lacan en su Nota Italiana:

El analista, si se criba en el des-perdicio que he dicho, es gracias a que tiene una idea de que la humani-dad se sitúa en la buena fortuna y es en lo que debe haber circunscrito la causa de su horror, el suyo propio, el de él, separado del de todos, horror de sa-ber. Desde ese momento, sabe ser un desperdicio. Es lo que el análisis ha debido, al menos, hacerle sentir. Si ello no le lleva al entusiasmo, bien puede haber habido análisis, pero analista ni por asomo 11

Si nos avenimos a considerar que el fantasma lleva de suyo un elemento de goce, podremos pensar entonces que, si la cura analítica se entiende como el develamiento de la verdad del síntoma como ficción, entonces tendremos ante nosotros una creencia en la cura como una sucesión de varios efectos de verdad 12, sin que nunca aparezca un elemento de aquel real de goce que el fantasma se encarga de obturar. Un analista no ha transitado un análisis si no ha desalojado de goce su fantasma permitiéndole atravesarlo.

Por lo tanto se volverá imperativo en la teoría analítica y en su transmisión, considerar el factor determinante de la concepción de síntoma en su proceder, puesto que si lo consideramos desde la vertiente estructuralista, el factor económico queda de lado. Este elemento es lo que Miller (1998) destaca en la última enseñanza de Lacan en relación con los procesos del fin de análisis, dado que si el síntoma se considera desde la economía de goce como una satisfacción y no una alteración, podremos encaminar un fin de análisis por los senderos de un atravesamiento del fantasma y de la identificación del síntoma como factores que posibiliten a un analista a enfrentar a un paciente sin los elementos fantasmáticos que fueron mencionados a lo largo del trabajo.

Por último, no queda si no mencionar que el procedimiento de "angustiar al paciente" efectivamente tendrá alguna consecuencia clínica que será la del acto, ya sea por la ruta del acting out o del mismo pasaje al acto, ubicando una dimensión completamente ajena al acto analítico, el cual se funda, como menciona Lacan, en el mismo hecho de que el analista devenga objeto a en la transferencia, puesto que de lo contrario, al afirmarse como objeto real del fantasma del analizante no será: "aquel que al fin de un análisis llamado didáctico recoge el guante de ese acto". Hecho que dejaría entrever una situación clara en su propio análisis, el cual devela un fin muy cercano a la genealogía, ya que su proceder dependerá de lo que haya experimentado previamente en la transferencia, entonces el analista opera:

"Sabiendo lo que su analista ha devenido en el cumplimiento de ese acto, a saber, ese residuo, ese desecho, algo arrojado. Restaurando el sujeto supuesto saber, retornando la antorcha del analista mismo, no puede ser que no instale aunque sea sin tocarlo, el (a) a nivel del sujeto supuesto saber, de ese sujeto supuesto saber que sólo puede retomar como condición de todo acto analítico, él sabe en ese momento que llamé el pase, el sabe que allí está el des-ser que para él, el psicoanalizante, ha golpeado el ser del analista" 13

Unas palabras claras para repensar nuestra práctica desde los principios mismos en que se concibe una ética de la dirección de la cura, elemento que no podrá ser desconocido en el debate entre analistas sin importar la proveniencia, ni la adscripción, ni mucho menos la escuela de la cual provengan.

Notas

1 Freud, S. (1937) Análisis Terminable e Interminable AE: XXIII Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2005 p.250

2 Al respecto de la entrada al análisis por la ruta del fantasma y por la ruta del síntoma Cfr. Clastres, G. (1989) El síntoma y el analista en: La Envoltura Formal del Síntoma Manantial, Buenos Aires, 1989. 39-45 pp.

3 Rubistein, A. ¿Por qué un analista? En: Rubistein A. (comp.) Un acercamiento a la experiencia. Grama Ediciones, Buenos Aires, 2004 p.20

4 Lacan, J. Seminario X: La Angustia Paidós, Buenos Aires, 2006. 303-304 p.p.

5 Lacan, J. Seminario XX: Aún Paidós, Buenos Aires, 2004 p.114

6 Aramburu, J. El deseo del analista Editorial Tres Haches, Buenos Aires, 2004, p. 64

7 Ibíd. p.67

8 Ibíd. p. 68

9 Cfr. Lacan, J. Seminario VII: La Ética del Psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires, 2003, 231-245 p.p.

10 Lacan, J. Nota Italiana (inédito)

11 Ibídem.

12 Miller, J.A. El Analista-Síntoma en El Psicoanalista y sus síntomas Eolia-Paidós, Buenos Aires, 1998, p. 24

13 Lacan, J. Seminario XV: El Acto Analítico Clase del 10 de enero de 1968 (inédito)

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 25 - Diciembre 2008
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