Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La locura contenida
Jesús R. Martínez Malo

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Las reflexiones que a continuación se leerán parten de una pregunta, para mí ya antigua, en relación con Jorge Cuesta 2, en quien la locura estuvo presente en diferentes momentos de su vida y, además, en una relación particular con su obra, o por lo menos con parte de ella. La pregunta que organiza mi reflexión es la siguiente: ¿el acto creativo, la misma creación artística -ya sea poética, pictórica, escultórica o cualquier otra- contiene, en su acepción de "reprimir, refrenar, detener o moderar una pasión, un ímpetu o arrebato", a la locura, o bien la contiene en aquélla otra significación que es la de "tener, llevar dentro una cosa. Tener una cosa dentro de sí algo que forma parte de ella, encerrar dentro de sí, abarcar una cosa a otra"? 3.

Formuladas así, las preguntas aparecen completamente disparatadas, pues parecieran sugerir que en todo creador existe, por decirlo así, la locura o que es loco, por lo menos en potencia. Nada más alejado de mi intención que sostener tal locura. Por el contrario, se trata de reflexionar y, en todo caso, responder a la pregunta sobre un creador específico, poeta en nuestro caso. Pero ni siquiera aun formulada así la pregunta sería válida, pues de esta forma pareciera dar por sentado que en ese poeta en particular, toda su obra, toda su creación poética, tendría la función de contención o bien de llevar "escrita" en sí misma a la locura.

No, se trata más bien de hacer una lectura literal de una parte, mínima por cierto, de la escasa producción poética conocida (poca con relación a sus numerosos textos críticos) de nuestro poeta 4, para ver si en alguno de ellos encontramos algún contenido, alguna huella, algún trazo en la letra escrita, de la locura que se le atribuye y también examinar si acaso el acto poético –la escritura, insisto, de algunos poemas- sirvió para contenerla (en su significación de detener).

 

I

El episodio por el cual es, desafortunadamente, más conocido Jorge Cuesta, ha servido como corona –más de espinas que de diamantes- al triste reinado que le han creado algunos de sus exégetas y comentadores, al investirlo con el manto, supuestamente honroso, de ser considerado –como si esto fuera motivo de orgullo- "el único poeta maldito de nuestra literatura". Me refiero, por supuesto, al acto con el cual, al parecer, se produjo a sí mismo una herida en los testículos, causándose una lesión lo suficientemente cruenta como para que los médicos realizaran, también al parecer, la ablación de dichos órganos, es decir, que llevaran a cabo en su cuerpo una castración quirúrgica.

"El público no nos recuerda sino por nuestra última obra [se lamentaba Wilde]. Ahora sólo recordarán en mí al presidiario". Esta cita la transcribió el otro de los "dos jóvenes extraordinariamente delgados e inteligentes" descubiertos por Xavier Villaurrutia en 1924, jóvenes que habían visto asociados sus nombres por vez primera a raíz de "una expulsión", de "un "rechazo" y que, a pesar de sus respectivas timideces provincianas, unieron sus soledades para formar, en palabras de uno, "una agrupación de expulsados" y en las del otro, "una agrupación de forajidos".

Después de citar el lamento de Wilde, Gilberto Owen escribiría el suyo ante el grave riesgo de que con su querido Jorge Cuesta se cumpliera -¡y vaya que si se cumplió!- el designio del irlandés. Owen, a continuación, dejó constancia de su temor: "existe el peligro inmerecido de que sólo se recuerde, de Cuesta, el último acto de su vida [...]. De su muerte supe por recortes de periódicos que me llenaron de asco y de vergüenza por la prensa de mi país. El espíritu más naturalmente distinguido de mi generación, en las notas de la policía" 5.

Sin entrar en detalles, diré solamente que la producción de Cuesta, publicada, parte de ella, dispersa en periódicos y revistas en vida del autor, no fue recopilada –sólo parcialmente- y editada (en cuatro volúmenes) hasta 1964 y reimpresa en 1978. Tres años después apareció un quinto tomo y en 1994 una nueva edición, corregida y aumentada, vio la luz por poco tiempo, pues pronto se agotó. Hoy en día estas ediciones son prácticamente inencontrables. Si su obra ha sido poco difundida, de su vida se sabe mucho menos, a diferencia de lo extendido de la leyenda forjada frente al desconocimiento y oscuridad en torno a su vida, a la que han convertido en lo que llamo el gran mito cuestiano. Figura romántica e idealizada que pretende "salvar" a Cuesta de la locura e investirlo, al mismo tiempo, con un halo entre demoníaco y angelical. ¡Como si hablar de su locura estigmatizara su vida y desmeritara su obra!

Jorge Cuesta estuvo internado en, por lo menos, cinco ocasiones en instituciones asilares psiquiátricas entre septiembre de 1940 y agosto de 1942. Fue en la última ocasión, en el sanatorio del Doctor Rafael Lavista, en la que murió como consecuencia de las complicaciones ocasionadas, al parecer, por un intento de suicidio, fallido en su inmediatez, pues fue "descolgado" aún con vida para morir después de una terrible y prolongada agonía.

Si digo "al parecer" al referirme al intento de suicidio -ya que a pesar de existir las más diversas variantes al respecto, es la versión que se da por hecho- no puedo dejar pasar la falta de certeza, no sólo por la misma multiplicidad de versiones, sino, sobre todo, porque una de las notas periodísticas (la de La Prensa, del mismo jueves 13 de agosto 6) deja ver la posibilidad de que Cuesta no hubiera intentado suicidarse, sino que en sus esfuerzos por desasirse de la camisa de fuerza que le fuera impuesta el día anterior, frente a la "crisis" que lo indujo a "tratar de sacarse los ojos [...], el escritor, lejos de calmarse, dio muestras de una tremenda irritabilidad, y en uno de sus violentos movimientos logró sacar las manos, intentando asirse de algún mueble a su alcance. En sus esfuerzos por hacerse daño, no obstante la camisa de fuerza, el paciente hizo tal presión en el cuello de la camisa de fuerza hasta estrangularse materialmente".

Tiempo antes de ocurrir este internamiento Cuesta llevó a cabo, en la soledad de su casa el acto mencionado antes. Desconocemos con precisión tanto la fecha como las condiciones en las que se encontraba en los momentos que rodearon la realización de tal acto. Dado que siempre se afirmó que había estado internado solamente en dos ocasiones, se dio por hecho que este episodio ocurrió, necesariamente, poco antes de la que se creyó como la segunda y última de las hospitalizaciones. Habiendo consultado buena parte de la correspondencia familiar, he podido establecer que, al menos, hubo otros tres internamientos, lo cual pone en entredicho a la versión circulante y aceptada hasta ahora.

Parte de la leyenda cuestiana está sostenida en la muy "poética" versión de que Jorge Cuesta, escribió Louis Panabière, "cuando en su segunda 'crisis' los enfermeros van a buscarlo para llevárselo, les ruega que lo esperen un momento, se rasura, se prepara y escribe sobre la esquina de una cómoda las últimas estrofas del "Canto a un dios mineral" [...]". Páginas más adelante tenemos un complemento aún más estilizado de los renglones anteriores: "Cuesta les pidió [a los enfermeros] que tuvieran la gran bondad de esperarlo un momento. Se preparó, afeitó, lavó y vistió con el mayor cuidado; luego, de pie, apoyado en una esquina del aparador del comedor, redactó de un plumazo las últimas tres 'silvas' del poema antes de ponerse a disposición de quienes lo esperaban" 7. ¡Nada hay más falso que esto!

Por su parte, Nigel Grant Sylvester afirmó: "Las tres últimas estrofas las terminó un poco antes del segundo período de hospitalización que terminó con su suicidio" 8.

Miguel Capistrán, en dos textos diferentes, escribió que después de un intento de suicidio -el de la "emasculación", ocurrido dos meses antes de su muerte (desde mi punto de vista resulta insostenible que este acto hubiera sido un intento de suicidio)- escribió la "Plegaria" y que "secuestrado" y recluido en una clínica psiquiátrica "escribía algunos textos, entre los cuales lo último trasladado al papel -después de una prolongada permanencia de rodillas y con los brazos en cruz-, fueron las estancias finales del "Canto a un dios mineral". Estas estancias fueron escritas momentos antes que se le trasladara a la clínica donde poco después, con las cuerdas de la camisa de fuerza que le había sido impuesta para evitar un nuevo intento de sacarse los ojos, pudo, al fin, ahorcarse" 9. Cuatro años después diría: "Las dos últimas estrofas, Cuesta las escribió cuando los loqueros llegaron por él, y les rogó que lo esperaran, escribió las dos últimas estrofas, y le pidió a su hermana que las añadiera al texto" 10.

Ninguno de los tres comentadores citados tuvo conocimiento de los al menos otros tres internamientos, y menos aún de lo escrito por Alicia Echeverría en sus casi inencontrables Memorias 11, en las cuales hace un extenso relato de las condiciones en las que se encontraba Cuesta cuando, nada menos que el Dr. Gonzalo Rodríguez Lafora 12 acudió a su casa, por supuesto haciéndose acompañar por algunos enfermeros, para llevarlo, contra su voluntad y por la fuerza, por última vez al sanatorio del Dr. Rafael Lavista en Tlalpan, lugar en el que habría de morir poco después.

En esa ocasión, dice la autora, "le dijimos [Víctor Cuesta, uno de sus hermanos, y ella] a Jorge que se vistiera porque íbamos a salir con él. Después de darse un baño, afeitarse y ponerse su mejor traje nos preguntó a dónde íbamos. Le informamos que al consultorio de un médico y se desconcertó [...]" 13. Además, Echeverría relata las condiciones en las que Jorge Cuesta se encontraba antes de ser internado. Entre otras cosas, se decía amenazado y perseguido por los judíos y los masones, quienes querían matarlo, motivo por el que se cambiaba frecuentemente de casa creyendo que ya lo habían "descubierto", no comía absolutamente nada si los alimentos no habían sido preparados por quien había sido su novia y era, desde hacía algún tiempo, su amiga y cuñada 14, pues creía que iba a ser envenenado.

Nadie, en un estado tal de "exaltación, insomnio, perseguido, amenazado, desconfiado, escondido, hambriento, alterado, intranquilo, excitado, hablando solo, gesticulando, con una expresión diabólica y malvada, etc.", como el que se describe en las Memorias, pudo haber redactado, y menos aún "de un plumazo", las dos o tres estrofas finales de un poema de tal rigor en cuanto a su forma y de tal complejidad de contenido como el "Canto a un dios mineral", mientras que los gentiles enfermeros, amable y pacientemente, esperaban a que el poeta pusiera punto final al que es considerado su más excelso poema, iniciado, se dice, en 1938 y terminado precisamente en ese fatídico momento.

Como se ve, las versiones que leímos antes caen por su propio peso y con esta caída, se derrumba buena parte del romántico mito del poeta maldito, que en medio de su locura y ante la inminencia de ser llevado al manicomio –y a la muerte- realiza, en un acto de lucidez extremo, su último acto creativo. Pero, ¿de dónde salieron o cómo es que se originaron estas tan poéticas como románticas versiones que han formado uno de los más sólidos pilares del gran mito cuestiano? 15

 

II

Por principio existió el desconocimiento respecto al número de veces que Cuesta estuvo internado: no es lo mismo dos que cinco. La primera de las cinco ocurrió poco después de la mal lograda visita al Dr. Lafora y de la carta que el cordobés escribiera al psiquiatra en su afán de hacer-saber lo que el intuía que le pasaba en su cuerpo (19 de septiembre de 1940). La última ocurrió, necesariamente, antes del 13 de agosto de 1942, las otras tres ocurrieron, obviamente, entre estas dos fechas 16.

En el archivo de la correspondencia familiar existe una carta de Natalia Virginia Flora, fechada el 28 de mayo de 1941, en la cual le da noticias a su padre acerca de su hermano, quien en ese momento se encontraba internado. Existe un párrafo revelador que dice lo siguiente: "le dimos [a un tal doctor Carrión] todos los detalles de su enfermedad de Jorge, desde un principio así como de sus actividades, en fin todo lo relacionado á él, el Domingo le llevamos varios escritos, tanto como de política, como literatura, hasta sus últimos versos escritos el día que se internó" [sic.] 17.

Estas líneas, además de permitirnos situar con precisión la fecha del segundo de los cinco internamientos, hacen mención a ciertos versos escritos ese mismo día, los cuales no pueden pertenecer a ningún otro poema más que a "Paraíso encontrado", fechado -cosa curiosa- el 22 de mayo de ese mismo año, es decir, precisamente seis días antes de la carta escrita por Natalia 18. Esto no carece de importancia, pues, aunque desconocemos totalmente por qué fue internado en aquella ocasión Jorge Cuesta, los versos escritos ese mismo día tal vez puedan ayudarnos a plantear una hipótesis respecto no a los motivos por los que fue hospitalizado, pero sí, en cambio, a ciertas condiciones que en su vida pudieron estar relacionadas.

De estos motivos o causas que originaron los internamientos, poco o casi nada sabemos. Sin embargo, podemos deducir que respecto al primero de ellos, ocurrido después de la visita a Lafora, tuvo que ver con el contenido de la carta, es decir, con el "temor" a que en su cuerpo estuvieran ocurriendo cambios que lo conducirían a un estado intersexual o de androginismo y, cosa no menos importante, a su creencia –así plasmada en la carta- en una equivalencia entre "funciones hormonales, enzimáticas, sexuales y reproductivas", por lo que llegó a la conclusión de que no sólo veía "una sexualidad en las funciones enzimáticas", sino a sostener que las teorías biológicas de la época reconocían "en la sexualidad o la reproducción el centro funcional de las unidades enzimáticas vivas".

Es necesario consignar que Cuesta, en su trabajo químico de laboratorio, realizó diversos experimentos e investigaciones, entre otros, y para lo que nos ocupa, mencionaré solamente que desarrolló un método de producción sintética de enzimas con propiedades digestivas, mismas que ingería con el objetivo específico de experimentar en sí mismo su acción desintoxicante. Ahora bien, Cuesta convirtió a su cuerpo en un laboratorio para desintoxicarse, pero ¿de qué habría de hacerlo?, es decir, ¿con qué sustancia, producto o preparado se habría "intoxicado" previamente como para después ingerir las enzimas por él sintetizadas para que éstas ejercieran su función "desintoxicante"?

Su amigo, médico y confidente, el también poeta Elías Nandino nos da la clave cuando dice: "Supe por él mismo los secretos estudios que hacía sobre la ergotina, la que ametrallada por diferentes cuerpos enemigos, se transformaría en la 'panacea' para la mayor parte de los padecimientos [...]. Cuando hablábamos de su descubrimiento científico, iba eslabonando pensamientos diferentes pero con la dirección única de convencerme, de anonadarme, de hacerme su cómplice en la desequilibrada hilera de carbones con que presentaba a la ergotina remozada, plena de actividad y de milagro" 19.

Jorge Cuesta cambiaba la estructura molecular de la sustancia hasta dejarla "remozada, plena de actividad y milagro". Pero, ¿cuál era el remozamiento final de la molécula? y ¿qué "actividad y milagro o milagros" producía de esta tan "remozada" manera? El trabajo de Cuesta con la ergotina ¿hasta dónde habrá llegado?, ¿llegó o se quedó un paso antes que Albert Hofmann en la síntesis del LSD (pues esta potentísima sustancia se obtiene del ácido lisérgico, componente natural presente en el Seigle ivre o centeno embriagado, el Tollkoriz o grano enloquecido, Ergot o Claviceps purpúrea. La ergotina, alcaloide derivado de la ergotamina, es uno de los componentes que se encuentran en forma natural en el hongo ascomiceto que parasita algunos cereales, hongo conocido en nuestra lengua como cornezuelo de centeno), o descubrió, sin "patentarlo", la 25-dietilamida del ácido lisérgico, antes de que lo hiciera Hofmann en 1943, un año después de la muerte del mexicano? Tal vez, sin proponérselo y sin tener el mérito que le correspondería y que hoy en día tiene el suizo, el mexicano, si no descubrió el LSD algunos años antes 20, por lo menos estuvo muy cerca de hacerlo al descubrir algún preparado cercano, derivado también de la ergotina.

Cuesta se "intoxicaba" con la ergotina "ametrallada" en los matraces y probetas de su laboratorio y luego experimentaba en el laboratorio de su cuerpo con las enzimas desintoxicantes por él preparadas. Después, por lo menos en el primer momento del florecimiento de su locura 21, ésta se sirvió de sus conocimientos de la química, tomó de ella -de la química- los elementos, piezas, materiales, que le sirvieron para empezar a construir el edificio de su delirio – plasmado en la carta a Lafora-, mismo del cual sólo pudo colocar apenas los cimientos, pues fue internado casi inmediatamente en el Manicomio General de la Castañeda, lugar en el que "silenciaron" temporalmente su decir con la inducción de estados de coma mediante la aplicación de dosis crecientes de insulina, procedimiento que no fue el único, pues, sabemos que por lo menos en éste internamiento también le fueron aplicados electrochoques.

Los "cimientos" del edificio delirante, así silenciado, permanecieron. Sobre ellos construyó el acto por el cual, decía, es desafortunadamente más conocido Jorge Cuesta.

 

III

Como vimos antes, todas las versiones respecto al mencionado acto, afirman que ocurrió previo al segundo internamiento (mismo que se creía el último, pero que hemos demostrado que no lo fue). Por otra parte, tenemos un testimonio de Guadalupe Marín -quien fuera su mujer por algunos años y la madre de su único hijo- en el que llegó a afirmar, como respuesta a la pregunta de si Cuesta "¿se cortó los testículos antes de ahorcarse?; No, eso había sido mucho antes. Todos los intentos de cortarse los testículos fueron anteriores [...]" 22.

De estas frases cabe destacar la categórica afirmación del "mucho tiempo" transcurrido entre la realización del acto con relación a su muerte (13 de septiembre de 1942) y el plural utilizado respecto a "los intentos". De este plural no sabemos absolutamente nada, es más, es Guadalupe Marín la única23 que lo menciona. Aunque la entrevistada no precisa cuánto tiempo antes ocurrió, quedémonos pues con que el acto en el que "se cortó los testículos" ocurrió mucho tiempo antes de su muerte.

En base a lo que hemos visto hasta ahora, establezcamos una primera conjetura: si las versiones transcritas hablan de que el acto ocurrió antes del segundo internamiento (recordemos que sólo se tenía conocimiento de dos) y si la versión de Guadalupe dice que ocurrió "mucho antes" de aquél en el que habría de morir, ese segundo internamiento de las versiones mencionadas no puede ser otro más que el segundo, pero de los cinco de la secuencia por mí establecida, es decir aquél que ocurrió precisamente el 22 de mayo de 1941, día en el que escribió los "versos" –todos o algunos- de "Paraíso encontrado". Si esta conjetura es acertada, tendríamos que la consecuencia del acto, ocurrido antes de la fecha consignada, es decir, la ablación de los testículos, se encontraría plasmada en el cuarto verso de la primera estrofa del poema. Si la conjetura no se sostiene y es inválida, tenemos entonces en ese verso un "anuncio" de lo que tiempo después ocurriría, es decir, que en el poema mismo estaría presente, como contenido (en ambas acepciones), lo que más adelante devendría acto: la carne estéril y marchita, así como la meditación respecto a la (su) muerte.

El soneto en cuestión dice lo siguiente:

Piedad no pide si la muerte habita
y en las tinieblas insensibles yace
la inteligencia lívida, que nace
sólo en la carne estéril y marchita.

En el otro orbe en que el placer gravita,
dicha tenga la vida y que la enlace,
y de ella enamorada que rehace
el sueño en que la muerte azul medita.

Sólo la sombra sueña, y su desierto,
que los hielos recubren y protejan,
es el edén que acoge al cuerpo muerto
después de que las águilas lo dejan.

Que ambos tienen la vida sustentada,
el ser, en gozo, y el placer, en nada. 24

El adjetivo estéril aparece también en otros poemas de Cuesta: "del estéril consumo de su suerte" (verso 4, estrofa 1, de "Al gozo en que el instante se convierte", publicado en 1930); "Del tiempo, estéril contacto" (v.1, e. 3, de "Qué sombra, qué compañía", fechado en 1934); "soy el residuo estéril de su brasa" (v. 3, e. 2, de "Soñaba hallarme en el placer que aflora", publicado en 1937); y "Ya estéril, vida ensimismada y dura" (v. 1, e. 3, de "No se labra destino ni sustento", encontrado entre sus manuscritos después de su muerte, publicado en 1958, aunque se desconoce la fecha de su escritura).

Del último, vale la pena transcribir el siguiente verso, puess dice: "Ya estéril, vida ensimismada y dura / vana es también tu obscura subsistencia". Aquí el adverbio es usado como locución conjuntiva condicional, a la manera de "una vez que", o bien "dado que", con lo cual, el verso en cuestión diría algo así como que "si la vida es ya estéril, no tiene ningún sentido vivirla", más aún tomando en cuenta lo que dicen los dos últimos versos del soneto: "antes que se divida tu presencia / entre lo que serás y lo que fuiste" (¿antes de ser estéril y después de serlo, es decir, sin testículos ya producto de la ablación quirúrgica derivada de la herida autoinflingida?).

Por otra parte, en la poesía de Cuesta se repiten un buen número de veces los términos muerte, muerto y morir (tan sólo en los treinta y cuatro sonetos aparecen en veinticinco ocasiones diferentes); ojo, vista, ciega, ciego, ceguera (en once ocasiones). Aparecen también: cuerpo inútil, tumba, fatiga de la vida, el peso del cuerpo, cuerpo muerto, cuerpo desvanecido en el aire, aire despojado, la vista vacía, respiración, asfixia, el hueco de los ojos, arrancar, fragmentos, imagen mutilada, etc. palabras que, todas, remiten inexorablemente tanto a las condiciones de su muerte, recordemos por un intento de suicidio por colgamiento, así como al intento de arrancarse los ojos.

Pero aún hay más, pues en el transcurso del primer internamiento en el Manicomio General de la Castañeda, Cuesta escribió una fábula, "La cigarra y la hormiga" 25, fechada el 24 de octubre de 1940, en la que las cuatro estrofas versificadas y rimadas muestran un estilo absolutamente diferente al resto de su poesía, ya que es de una sencillez, claridad y simpleza que, si no estuviera firmada por nuestro autor, cualquier lector atribuiría su autoría a otra pluma. Esta escritura simple y lisa, diáfana y concisa, sin enigma alguno y que muestra una ruptura total con el estilo usual del poeta, ¿fue debido al efecto de las "bondades" de la insulina que le aplicaron hasta producirle los tan anhelados –para los médicos- estados de coma?

En esta fábula, además de la enseñanza moral que toda fábula que se precie de serlo tiene, hay algo que se repite en tres ocasiones en los veintitrés versos: la palabra "desvergüenza". El término "vergüenza" significa "reserva, pudor, respeto, modestia", mientras que su plural significa "las partes pudendas", por lo que si se antepone el prefijo "des" (que denota negación o inversión del significado de la voz al que va antepuesto), ciertamente tendríamos algo así como "sin partes vergonzosas o sin partes pudendas". El término aparece precedido en dos ocasiones y seguido en una del hay que tener (en dos ocasiones hasta con signos de admiración). Esto pareciera un imperativo anuncio o aviso de lo que más tarde sucedería.

 

IV

De entre la correspondencia familiar que me fue posible consultar, existe un fragmento de otra carta que para el tema interesa particularmente. Se trata de una misiva dirigida por Natalia Cuesta Porte-Petit a don Néstor Cuesta Ruiz, su padre, en la que le informaba del estado en que se encontraba su hermano Jorge en algún momento durante el que he establecido como el cuarto y penúltimo de los internamientos.

Este fragmento resulta interesante ya que nos permite ver, con todas sus letras, cómo Jorge Cuesta se valía de su poesía en el combate que mantenía con las "voces que oía". Este internamiento lo pudimos establecer gracias a la carta en cuestión y a otra, dirigida a Jorge Cuesta por su padre, fechada en Córdoba, Ver. el 14 de abril de 1942. En los doce renglones que forman esta última, su padre, entre otras cosas, menciona: "esperamos tu pronto restablecimiento [...], esperando que para entonces te encuentres bien y en condiciones de regresarte con él [con su hermano Néstor] para que pases por allá en Pharr 26 unos días".

Desconocemos por completo por qué fue internado Cuesta en esa cuarta ocasión, excepto por un elemento -completamente desconocido hasta el momento de la lectura de esta carta de Natalia- que no es cualquiera: la presencia de alucinaciones. Desafortunadamente, de éstas no sabemos absolutamente nada más; si las voces las podía ubicar "proviniendo" de alguien preciso, si hablaban de él o a él y, sobre todo, qué decían o le decían. El fragmento que nos interesa es el siguiente:

"Vió el Dr. Carreón a Jorge, estaba allí cuando llegó el Dr. Guevara también, dice que lo encuentra muy tranquilo y en muchas mejores condiciones mentales que antes, pués él mismo se da cuenta ya, que las voces que habi oía son alucinaciones y por supuesto anormales, y que poniendose a leer en voz alta, o a recitar sus poesías auyenta esas voces que tanto le molestaban. Dicen los médicos que esta es una buena señal pués ya hay en él el reconocimiento de lo anormal, y al mismo tiempo él quiere luchar contra esto, al tener el arma de que hablando aleja esas alucinaciones. El Dr. Guevara se muestra optimista, aún cuando no define el tiempo para que estará más en el Sanatorio pués esto indica mejoría pero no el que esté ya curado. Ha estado algo mal del estomago, con estreñimiento, y le suspendieron los choques con cardiasol por algunos dias [...]" 27.

Su médico seguía siendo el mismo que sería hasta el momento de su muerte (el doctor Manuel Guevara Oropeza) y se agrega, a los "tratamientos" recibidos en los anteriores internamientos, uno que no por nuevo resultaba menos dramático: los estados de choque para producir crisis convulsivas provocadas por la administración intravenosa de cardiazol.

Las "mucho mejores condiciones mentales" que se mencionan como "buena señal [por el] reconocimiento de lo anormal" es lo que en la semiología psiquiátrica se denomina "conciencia de enfermedad". Ésta constituye un "buen" signo para los psiquiatras, ya que, según ellos, significa que, entre los muchos síntomas que puede manifestar el loco, existe uno que es precisamente el "no tener conciencia de la propia enfermedad". En esto los psiquiatras se equivocan. El "no tener conciencia de la enfermedad" no quiere decir necesariamente que el sujeto no se da cuenta de que algo en su realidad sucede y le concierne a él, precisamente a él y no a otro y que, además, eso que le sucede lo perturba profundamente. Que esto sea más confuso o más preciso, localizado o difuso, importa mucho menos que la perturbación que esto le ocasiona, en la medida que es algo en lo que él está concernido e implicado hasta la médula. La angustia ante el caos en su mundo, que es el resultado de esta perturbación, con frecuencia llega a ser desbordante. Existe el mito de que el loco está "desconectado" e incluso "fuera de la realidad". Qué más dentro de la realidad que de la suya propia (llámesele "interna" o "externa" -para el caso es lo mismo, no importa- como si para el sujeto hubiera un "adentro" y un "afuera" y no una continuidad). ¡Qué más muestras de estar "conectado con la realidad" (what ever that means) que la angustia que lo desborda! No es verdad que el loco no se da cuenta de que algo le pasa, de que algo lo perturba profundamente, aun a pesar de que no lo nombre como a un psiquiatra le gustaría que lo hiciera (locura, psicosis, perturbación o enfermedad mental).

Volvamos a las alucinaciones28 que tenía Cuesta en ese momento, o más bien al "arma" que encontró para combatirlas: "recitar sus poesías". Esto, que a simple vista podría parecer un tête a tête (o más bien un combate "voz contra voz") fue, dice su hermana, un recurso eficaz que Cuesta encontró, aun a pesar del cardiazol, para ahuyentar a las molestas voces. Esta lucha entre palabras recuerda, inevitablemente, al Presidente Schreber, quien utilizó el recurso de la consonancia para "sorprender, engañar, emocionar" y hasta "desorientar" a los "pájaros parlantes" que le lanzaban insistente y "monótonamente" palabras que lo molestaban enormemente, recurso no sólo eficaz, sino hasta "entretenido". Schreber lo testimonió en los siguientes términos:

"Los pájaros formados milagrosamente no comprenden, según ya se dijo, el sentido de las palabras pronunciadas por ellos, pero en cambio parecen tener una sensibilidad natural para la consonancia de las Voces. Por ello, mientras están ocupados en recitar las frases aprendidas de memoria, no bien perciben, o en aquellas vibraciones de mis nervios que proceden de mí (mis pensamientos) o en lo que se habla en mi ambiente, palabras que tienen el mismo o semejante sonido que lo que ellos tienen que pronunciar (recitar), esto les provoca aparentemente un estado de sorpresa, de resultas del cual se dejan, por así decirlo, engañar por la consonancia, o sea, olvidan por la sorpresa el resto de las frases que aún les quedan por recitar y sienten repentinamente una auténtica emoción.

La consonancia, según se dijo, no necesita ser total; como el sentido de las palabras no es captado por los pájaros, basta que perciban sonidos que suenan de manera semejante; les importa poco, por ello, que se diga:

Santiago o Karthago,
Chinesentum o Jesum Christum,
Abendrot o Atemnot,
Ariman o Ackermann
Briefbeschwerer o Herr Prüferschwört, etc. etc.

La posibilidad que así se me brindaba de desorientar a los pájaros que hablaban conmigo, mediante la acumulación intencionada de palabras de sonido semejante me sirvió con frecuencia como una especie de entretenimiento en medio de la casi insoportable monotonía de la cháchara de las Voces y habría de proporcionarme un pasatiempo ciertamente bastante singular. Por más cómico que esto pueda sonar, el asunto tenía para mí un significado muy serio, y lo sigue teniendo en parte aún en el presente [...]" 29.

Schreber mismo es quien recalca la importancia de la "consonancia" más que del "sentido" de las palabras de las que se sirvió para ahuyentar a las molestas voces y, al mismo tiempo, nos da testimonio de la eficacia de su recurso 30. Existe otro punto importante, Natalia Cuesta, en la misma carta, dice que el "arma" de su hermano era, específicamente, "leer en voz alta o recitar sus poesías". No es lo mismo leer un texto en prosa que un poema. Leer en voz alta un texto en prosa implica, por lo menos, dar cierta entonación a la voz de acuerdo al contenido de lo escrito y establecer ciertas pausas dadas por la puntuación. Leer un poema va más allá, sobre todo si se trata de un poema con una versificación, una métrica y una rima precisas 31. Además de las escansiones dadas por la puntuación, el número de sílabas propio de la estructura misma del poema (número específico para un soneto, alejandrino, hexámetro, endecasílabo, etc.), la rima -léase consonancia o asonancia- determina una acentuación silábica específica así como un corte entre un verso y otro. Esto último produce un ritmo, una cadencia, una entonación y un tempo -sí, como en la música- propios. Es así que la poesía adquiere una sonoridad rítmica, armónica y melódica.

En el habla o en la escritura, sea ésta literaria o no, pero en prosa, lo que en general se persigue es otorgar una sola y precisa significación, se pretende decir sólo aquello que se quiere decir recurriendo a expresiones y construcciones que apuntan específicamente a eso. Para conseguirlo pretendemos utilizar las palabras precisas, eliminando así, por ejemplo, la polisemia. Se trata de otorgar a cada significante un sólo significado para que la palabra, convertida así en signo, someta al habla y se convierta en un instrumento de comunicación preciso y eficaz. La anhelada linealidad del flujo del discurso sin fracturas lo muestra.

En la novela, el ensayo, la crítica, el relato, etc. por supuesto hay una escritura, pero es una escritura que generalmente obedece a reglas de construcción sintácticas y de un uso léxico comúnmente aceptadas. En cambio, la poesía rompe con esas reglas, las deshace y libera así a la palabra del rigor de la sintaxis y del uso aceptado convencionalmente. La poesía no comunica nada, lo que hace es que revela al ser al rebelarse a la sujetación de las amarras del signo y posibilita de esta manera el despliegue polifónico, sincopando ritmo, sonido, canto, métrica, cadencia, escansión, melodía, imágenes y sentido.

A propósito de Schreber y de la poesía, Jacques Lacan otorga a aquél el estatuto de escritor -en tanto plasma palabras en un papel- más no el de poeta ya que, dice, en sus Memorias de un enfermo nervioso el jurista:

"[...] no nos introduce en esas nuevas dimensiones de la experiencia que tenemos cada vez que en un escrito somos introducidos en un mundo que es a la vez algo a lo que accedemos y que es otro que el nuestro, pero que nos da la noción de presencia de un ser, de una cierta relación fundamental que deviene, además, por allí en lo sucesivo, la nuestra, lo que hace que en San Juan de la Cruz no podamos dudar de la autenticidad de la experiencia mística, como tampoco en algunos otros, Proust, Gérard de Nerval, quienes aseguran que es la poesía lo que se llama creación para un sujeto, quien allí asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo [...]" 32.

Aunque su poema más excelso, el "Canto a un dios mineral", está compuesto por sextetos perfectamente medidos y rimados, podemos afirmar sin lugar a dudas, que la forma poética predilecta de Cuesta era el soneto 33. Esto no carece de importancia en lo que en este momento nos ocupa ya que si él "recitaba en voz alta sus poesías", es más que probable que se tratara de poemas con una estructura métrica y una rima específica e impecables, como eran los suyos. ¿Cuál o cuáles eran los poemas que llegaron a ser parte de su "arsenal" en el combate frontal contra las voces? Desgraciadamente tampoco lo sabemos, sin embargo, podemos aventurar la conjetura de que el acto de recitar sus poemas en voz alta no sólo le permitía ahuyentar a las molestas voces, sino también, por qué no, le servía para tratar de restituir, de reanudar algo (en ambos sentidos: continuar algo y/o volver a anudar algo), tal vez eso que Lacan llamaba "un nuevo orden de relación simbólica con el mundo", frente al fenómeno desbordante que lo inundaba en esos momentos. Esta conjetura apuntaría, finalmente, a considerar a la escritura poética de Cuesta, en tanto acto con un valor significante pleno, como un acto de creación que le permitió mantenerse, tal vez, fuera de los síntomas psicóticos la mayor parte de su vida. Esta conjetura podría encontrar un apoyo en dos elementos más.

En primer lugar, la relación cronológica establecida entre el tiempo transcurrido entre los diferentes momentos en los que la locura se hizo presente en Cuesta (o por lo menos, en algunos de los casos en que podemos inferirla por los descubrimientos de los diferentes internamientos en instituciones asilares) y el acto creativo de la escritura, tanto en prosa como, sobre todo, en poesía. Y, segundo, el conocimiento de la escritura de un fragmento de poema encontrado en la habitación que ocupaba en el momento en el que intentó poner fin a su vida –intento logrado aunque no con la inmediatez esperada- durante el transcurso del quinto internamiento.

En cuanto a los textos en prosa, el último escrito y publicado en vida, "Contestación a la encuesta de la revista Romance sobre el arte", está fechado el 1º de abril de 1940, o sea seis meses antes de la carta a Lafora y del primer internamiento. Hay, por lo tanto, una ausencia total de este tipo de escritura en los seis meses previos al testimonio escrito del delirio. Hasta donde se sabe, Cuesta no escribió nunca más un texto en prosa. En lo concerniente a la escritura poética vemos que hay una ausencia total de este tipo de escritura antes de la carta a Lafora y del primer internamiento, también de por lo menos seis meses. Los últimos poemas que publicó antes de la carta y del internamiento, aparecieron en el número X de la revista Taller, correspondiente a los meses de marzo-abril de 1940 (se trata de "La mano explora en la frente"; "Fue la dicha de nadie esta que huye"; " La flor su oculta exuberancia ignora"; y la segunda versión de "Hora que fue, feliz, aún incompleta", cuya primera versión fue escrita y publicada nueve años antes). En este apartado, la poesía, existen algunas excepciones: en primer lugar "La cigarra y la hormiga", escrita durante el primer internamiento; en segundo lugar, "Paraíso perdido" (aunque no sabemos cuándo fue escrito, fue publicado en el Vol. III, No. 1 de Letras de México el 15 de enero de 1941), y, como hemos visto ya, "Paraíso encontrado" (fechado -en su manuscrito- el 22 de mayo de 1941 y publicado en los números de septiembre-diciembre de ese mismo año de la revista Tierra Nueva); y, por último, están los seis versos del que fue llamado, por quien lo publicara por vez primera, "esbozo de poema psicótico", el cual leeremos y comentaremos a continuación.

 

V

En la sempiteromia Samarkanda
urge una extenua charamusca ilesa
la estreptococcia de una burinesa
con miríficos buergos de charanda.

........................................................

Mi pedúnculo cálido tropieza
con el ropijo númido de organda. 34

De este fragmento de poema podríamos decir muchas cosas. Para quien l o desconozca, bien podría parecer, en una primera lectura, incomprensible, una mera "ensalada de palabras", lleno de "neologismos, paralogias y glosolalia", tal cómo fue descrito en su publicación original.

Pero leído un poco más detenidamente, no sólo podemos darnos cuenta de que tiene una métrica impecable, sino que, además, está perfectamente rimado de acuerdo a la estructura de un soneto, forma poética no única, pero sí predilecta y dominada por Jorge Cuesta 35. Más allá de un posible sentido buscado y encontrado por algún avezado o sensible lector -pues un poema puede decir mucho, todo o nada a cualquiera que lo lea- vale la pena hacer algunos breves comentarios respecto a los términos que allí aparecen.

Después de haber revisado un buen número de diccionarios, doce en total, he encontrado que la mayor parte de las palabras que aparecen en el soneto tienen entradas específicas y que a las demás podemos considerarlas derivaciones: sempiteromia, para efectos de rima y métrica, de sempiterno; ropijo y organdí de ropaje y organda, respectivamente; burinesa como un término derivado de burin (equivalente arcaico de buril, e incluso hasta como un galicismo construido por Cuesta a partir del francés burin, que quiere decir buril o del verbo transitivo buriner, que traduce la acción de burilar, así como marcar36); y, finalmente, el buergos del soneto puede tener relación con el cultismo burgo, término que reemplazó al vocablo popular buergo. La grafía estreptococcia es académicamente errónea, ya que una c sale sobrando allí dónde se repite, sin embargo, en los ámbitos médicos en nuestro país, es así como se suele pronunciar. Ahora bien, a estas palabras derivadas de otras, ¿podemos considerarlas como neologismos?

Desde el punto de vista de la lingüística, y más específicamente del de la retórica y del de la poética, algunos de los significantes que aparecen en el fragmento de soneto, deben ser considerados como neologismos, aunque para el lingüista la presencia de uno, o de varios de ellos (sobre todo en un texto poético), más que ser la "expresión" de un síntoma de algo, sería un recurso válido, utilizado por el poeta, ya que es una de las tantas figuras de la retórica, en particular bajo la forma llamada metaplasmo, figura que consiste en ser:

"[Un] barbarismo o vicio contra la pureza ('puritas') de la lengua, tolerado como licencia poética en atención a las necesidades del ornato o las del metro [...], afecta a la composición fonética de la palabra y muchas veces es un fenómeno de la evolución de la lengua. Es decir, son metaplasmos cualesquiera de las figuras gramaticales denominadas 'de dicción', [son metaplasmos] cuando son deliberadamente empleados en el lenguaje literario para producir una sorpresa estética y se consideraron diversos tipos de alteración metaplásmica del cuerpo léxico [...], se dan en el nivel fónico-fonológico de la lengua, afectan a la morfología de las palabras, y se producen [...] por supresión-adición completa: sinonimia sin base morfológica, neologismo, invención, préstamo, juego de palabras [...]37.

Ahora bien, de acuerdo a la definición que acabamos de leer, podemos con toda justeza preguntarnos si acaso Jorge Cuesta -internado en ese momento en un sanatorio psiquiátrico desde algún tiempo antes (no sabemos cuánto, lo que sí sabemos son las condiciones en las que fue llevado por Lafora y los enfermeros, de acuerdo al testimonio de Alicia Echeverría), y, seguramente, sometido a los mismos "tratamientos" de choque por los que había pasado en internamientos anteriores- empleó "deliberadamente" los neologismos que hemos visto.

Esto no podemos responderlo, pero, en caso de que no hubiera sido así, tendríamos que contemplar la posibilidad de la presencia de un trastorno del lenguaje, elemento clave si, desde el psicoanálisis lacaniano, pretendemos ubicar en un sujeto algo que "va más lejos que aquél al que llamamos un hombre normal" en su relación con el lenguaje. La frase entrecomillada fue enunciada por Lacan el 17 de febrero de 1976, en el transcurso de su seminario Le Sinthome, precisamente cuatro días después de la presentación de un enfermo que habló de haber tenido el sentimiento –a todas luces sensato, insistió Lacan- de que ciertas palabras le eran impuestas.

Lacan, desde épocas muy tempranas en su enseñanza, introdujo la cuestión, no sólo del neologismo, sino del lenguaje, del que aquél forma parte, en sus relaciones con la locura, otorgando, primeramente, una importancia fundamental a la presencia de neologismos y operando, después, un viraje respecto a lo mismo. Veamos:

"[Esos] modos originales que muestra el lenguaje, esas alusiones verbales, esas relaciones cabalísticas, esos juegos de homonimia, esos retruécanos [...], ese acento de singularidad cuya resonancia necesitamos oír en una palabra para detectar el delirio, esa transfiguración del término en la intención inefable, esa fijación de la idea en el semantema (que tiende aquí precisamente a degradarse en signo), esos híbridos del vocabulario, ese cáncer verbal del neologismo, ese enviscamiento de la sintaxis, esa duplicidad de la enunciación, pero también esa coherencia que equivale a una lógica, esa característica que marca, desde la unidad de un estilo hasta las estereotipias, cada forma del delirio, todo aquello por lo cual el alienado se comunica con nosotros a través del habla o de la pluma" 38.

Ocho años después, en el transcurso del que habría de ser el tercero de sus seminarios abiertos, Lacan vuelve, una vez más, sobre el tema, en forma por demás enfática, insistiendo en la importancia de los trastornos del lenguaje, aunque durante esa época de su recorrido se refería básicamente al neologismo como el trastorno del lenguaje por excelencia, al que incluso le otorga el adjetivo, no sin peso, de "clave":

"El lenguaje, de sabor particular y a menudo extraordinario que es justamente el del delirante, ese lenguaje en el que ciertas palabras toman un acento, una densidad especial, que es la que se manifiesta a veces en la forma misma de la palabra, en la forma misma del significante, es decir, que le da a la palabra un carácter francamente neológico, que es tan impactante en las producciones de la paranoia [...], hay palabras que son, de alguna manera, palabras clave, palabras originales, palabras plenas muy diferentes de las otras [...] a nivel del significante, en su carácter material, se distinguen precisamente por esa forma especial de discordancia con el lenguaje común que se llama neologismo [...] 39.

La referencia al cáncer verbal habría de repetirla treinta años después. En el transcurso de su seminario Le Sinthome, Lacan volvería a la carga, pero esta vez operando un amplio viraje en relación al neologismo:

"¿Cómo es que todos nosotros no sentimos que las palabras de las cuales dependemos no son de alguna forma impuestas? Así es en quien llamamos un enfermo que algunas veces va más lejos que aquél al que llamamos un hombre normal, llamado normal, no se da cuenta que la palabra es un parásito; que la palabra es la forma de cáncer del que el ser humano está afectado [...]" 40.

He aquí el viraje: ya no se trata del neologismo en tanto trastorno del lenguaje por excelencia en el sentido de que es "discordante" con relación al lenguaje común. Se trataría ahora, más bien, del carácter impositivo de las palabras, palabras impuestas para todos, pero ante las cuales el así llamado normal no se da cuenta, mientras que el enfermo sí estaría al tanto de tal carácter impositivo y, por lo tanto, se sentiría afectado por esa forma de cáncer que es la palabra.

Ahora bien, si la palabra es el cáncer que afecta al animal humano y lo convierte en ser-hablante, ¿por qué el llamado enfermo sí se da cuenta de esta afección del "parásito" que es la palabra, que son las palabras que se le imponen?, ¿por qué el llamado normal no se da cuenta de que también él está afectado? Tal vez ese hombre llamado normal sólo se da cuenta de algunas de las metástasis de ese cáncer, que serían, por ejemplo, los lapsus (cuando se da cuenta de ellos). Vayamos más lejos aún en nuestras interrogantes: ¿qué diferenciaría a alguien, llamémosle enfermo, de otro que no lo es, por ejemplo un poeta –aclaro, no enfermo- cuando ambos perciben el carácter impositivo y hasta persecutorio de ciertas palabras? 41. ¿Será acaso que esa otra voz que habla al poeta y le impone las fórmulas deslumbrantes es otra forma de metástasis de ese cáncer y que así es percibido por él?

De ninguna manera pretendo decir con esto que todos los poetas sean locos. Afirmar esto sería una locura mía. Lo que sí afirmo es que en su acto creativo, el poeta sí se da cuenta de ese carácter impositivo de ciertas palabras, a diferencia de quien no lo es, el llamado normal, quien sólo percibe, aunque no siempre, los efectos de ese cáncer. ¿Será acaso que esa otra voz que habla al poeta y le impone las fórmulas deslumbrantes es otra forma de metástasis de ese cáncer y que así es percibido por él? Ni todo poeta es loco, ni mucho menos no todo loco es poeta. Lo que también es cierto es, por qué no, que alguien en particular, además de ser poeta también esté loco. No existe otra persecución que no sea aquella del significante (léase: palabras impuestas). El llamado normal no se da cuenta de esto, mientras que el poeta y el loco sí lo perciben. Tal vez la diferencia entre estos dos últimos radica en lo que uno y otro hacen con esas palabras impuestas o, más bien, lo que esas palabras hacen con ellos.

VI

Para terminar, diré solamente que ni la lingüística, ni la retórica, ni la poética pueden dar cabal ni terminada cuenta de la esencia de un poema. Lo que sí pueden hacer, y de hecho hacen, es decir cómo está construido en sus diferentes planos (en su forma y en cuanto a sus aspectos sintáctico y léxico). El psicoanálisis tampoco puede dar cuenta de esa esencia. Lo que sí podemos hacer, desde el psicoanálisis, es pensar a la escritura en general, y poética en el caso que nos ocupa, con sus múltiples recursos, como un lugar en el cual -en lo singular de cada caso y de cada poema- aparece la relación de ese sujeto al significante.

Jorge Cuesta fue más lejos que otros hombres -a quienes podríamos llamar normales- en su relación con la palabra. En primer lugar porque fue un poeta, que aunque su obra poética fue escasa, no es por ello menos admirable y soberbia. En segundo lugar, porque también, lo hemos visto, la locura se hizo presente en algunos momentos de su vida. En ambos casos, en ambas situaciones, como creador y como enfermo, en algunos de sus poemas, hemos podido situar no la marca evidente ni irrecusable de la locura, pero sí apenas una huella, un trazo tenue, casi imperceptible de esa indisoluble y particular relación de dependencia del sujeto al significante.

Lo vimos en "Paraíso encontrado", en "No se labra destino ni sustento", en "La cigarra y la hormiga"; vimos la función que cumplían algunos de sus poemas, los cuales recitaba en voz alta para ahuyentar a las molestas voces (palabras impuestas) durante uno de los internamientos. Vimos también, finalmente, el último poema escrito poco antes de intentar quitarse la vida 42.

En éste último aparece en el segundo verso de la primera estrofa: "urge una extenua charamusca ilesa". ¿Será acaso la misma brasa que la del "soy el residuo estéril de su brasa / y me gana la muerte desde ahora", o de "y en la sangre una llama inextinguida", de "Hasta el aire se hacía como tenaza / a las cordiales brasas escondidas", o de "la enhiesta flama", o bien de "y el efímero pasto de su lumbre" : brasas, chispas, charamuscas, llamas, fuegos que apuntan, quizás, a la misma referencia, a "la palabra que arde" del "Canto a un dios mineral"? 43.

¿Será que la charamusca que aún permanecía ilesa finalmente se apagó, y entonces, Jorge Cuesta decidió poner fin a su vida con el lazo que esperaba que sólo fuera desatado de su cuello una vez muerto? 44.

"Desordénate, enloquece, entrégate
al ademán violento con que aspiras
a escapar de la ley que te contiene
o salir del azar donde te viertes:
nada podrás abandonar, y nada
se retira del cuerpo a donde vuelves"." 45

¿Estos versos llevan en sí un presagio, una admonición, un anuncio, la idea existente desde veinticuatro años, antes de su locura y las condiciones de su muerte? Recordemos que aspirar no sólo significa pretender algo, sino también atraer el aire a los pulmones.

México, D. F. septiembre, 2003México, D. F., junio, 2002

Notas

2 Jorge Mateo Cuesta Porte-Petit nació en Córdoba, Veracruz, el 21 de septiembre de 1903 y murió en Tlalpan, en la Ciudad de México, el 13 de agosto de 1942.

3 Nueva Enciclopedia Sopena. Diccionario Ilustrado de la Lengua Española. T. II, Ed. Ramón Sopena, Barcelona, 1952. Voz: "contener"; y Diccionario Básico del Español de México. El Colegio de México, México, 1986. Voz: "contener".

4 De los cuarenta y cinco poemas que conocemos (no contamos entre éstos a los poemas tempranos, sino sólo a los escritos a partir de 1926), hay al menos cinco sonetos que admiten variantes mínimas en algunos versos y que constituyen ya, con esas variantes, otras versiones.

5 A la muerte de Cuesta, aparecieron en por lo menos tres periódicos de circulación nacional (Novedades, El Universal y La Prensa, jueves 13, viernes 14 y sábado 15 de agosto), cinco notas sobre su muerte y sobre las condiciones en las que ésta se produjo. Todo lo publicado, además de no coincidir entre sí en diversos puntos y de estar plagado de imprecisiones, coincide en poner el acento en tres aspectos: el lugar en el que su muerte ocurrió ("sanatorio para enfermos mentales, recluido en el sanatorio del doctor Rafael Lavista, etc."); las condiciones en las que Cuesta se encontraba ("perturbado de sus facultades, enfermedad mental, con desequilibrios, obsesión, acceso nervioso, delicado padecimiento nervioso, crisis, etc."); y, por supuesto, en la forma en que sucedió ("se mató, suicidio, ahorcado, colgado, se estranguló, con camisa de fuerza, etc."). Cuatro de las cinco notas se publicaron, obviamente, en las páginas conocidas como "nota roja". La quinta sólo mencionó, en unos cuantos renglones saturados de inexactitudes, quién fue Jorge Cuesta.

Las citas transcritas arriba, en el cuerpo del trabajo, se encuentran entre las reflexiones que el poeta sinaloense hiciera sobre su amigo. Véase: Owen, Gilberto. "Encuentros con Jorge Cuesta". En: Obras. F.C.E. México, 1979, pp. 240 y 246.

6 Dicho diario publicó la noticia el mismo día de la muerte del poeta, los demás lo hicieron el día 14 y hasta el 15. Sin embargo, dato interesante, en el momento en que el reportero de la fuente redactaba la noticia, Cuesta aún vivía, ya que se lee: "se encontraba agonizante". Murió a las 3.25 de la madrugada de ese día.

7 Panabière, Louis. Itinerario de una disidencia. Jorge Cuesta (1903-1942). F.C.E., México, 1983, pp. 82 y 169.

8 Grant Sylvester, Nigel. Vida y obra de Jorge Cuesta. Premiá Editora, México, 1984, p. 100

9 Capistrán, Miguel. "Nota a la Carta de Jorge Cuesta al doctor Lafora". Vuelta, No. 6, mayo de 1977, p. 21.

10 Galindo, Magdalena. "Intimidades literarias de los Contemporáneos. Entrevista a Miguel Capistrán". Los Empeños. La vida literaria. Nueva época. No. 1. Abril-Junio, 1981. México, p. 35.

11 Echeverría, Alicia. De burguesa a guerrillera (Memorias). Joaquín Mortiz, México, 1986.

12 Gonzalo Rodríguez Lafora (1886-1971), eminente neuropsiquiatra español refugiado en México entre 1938 y 1946. A este médico fue llevado a consultar por vez primera Jorge Cuesta el 19 de septiembre de 1940. De la breve y malograda entrevista tenemos constancia de puño y letra del poeta, pues éste, frente a los desatinos del médico, la interrumpió y, una vez en su casa, redactó una carta a Lafora (misma que no sabemos si fue entregada a su destinatario, aunque se conserva una copia al carbón, misma que sirvió de fuente para su primera publicación). Esta carta fue otro intento fallido más, en su esfuerzo por hacer-saber lo que en ese momento creía que sucedía en su cuerpo: Jorge Cuesta temía que el carácter que habían tomado unas hemorroides que padecía desde hacía diez y seis años, se tratara de modificaciones anatómicas con caracteres de androginismo o de un estado intersexual. Véase en Cuesta, Jorge, "Carta al Dr. Gonzalo R. Lafora" . En: Obras, T. II, Ed. Del Equilibrista, México, 1994, p.p. 326-330.

13 Echeverría, A. Op. Cit., p. 115.

14 Alicia Echeverría primero fue su novia y después, casi gracias a instancias de él, lo fue de su hermano Víctor. Mientras esta última relación duró, Jorge Cuesta y ella fueron grandes amigos, además de haber sido, como lo menciona la autora, prácticamente la única gente en quien Cuesta confiaba hacia el final de su vida.

15 Si bien es cierto que las versiones arriba transcritas han servido para construir y sostener sólidamente el edificio del gran mito del que han hecho portador a Jorge Cuesta, existen otros elementos más que han contribuido a su construcción, firmeza y permanencia. Tal es el caso, por ejemplo, de la confusión y desconocimiento que han querido transformar su trabajo como químico (pues tal carrera estudió y a ello se dedicó, aun sin tener el título profesional que como tal lo reconociera, en su trabajo de laboratorio hasta el día que fue internado por última vez), en una misteriosa gnosis y praxis alquimista. Xavier Villaurrutia gustaba llamarlo "el más triste de los alquimistas", en referencia al verso que así dice en el soneto "Alquimia del dolor" de Baudelaire. No es el objetivo de este trabajo demostrar y, en el mejor de los casos, derrumbar esta parte de la leyenda. Solamente diré que la actividad que como químico Jorge Cuesta llevaba a cabo no era, en modo alguno, ni siquiera remotamente cercana, a la de un esotérico "buscador del elíxir de la vida" (pues esto se ha llegado a afirmar). Jorge Cuesta era, en todo caso, un alquimista, pero de la palabra.

16 He podido establecer que los cinco internamientos ocurrieron en las siguientes fechas: el primero de fines de septiembre de 1940 hasta por lo menos el 5 de enero del año siguiente. El segundo del por lo menos 22 de mayo al, por lo menos también, 16 de julio de 1941. Del tercero sólo he podido establecer que Cuesta se encontraba internado en diciembre de 1941. El cuarto, por lo menos, durante abril de 1942. El último ocurrió entre los últimos días de julio y los primeros de agosto de 1942. Lo que me ha permitido establecer estas fechas aproximativas ha sido la consulta del archivo epistolar familiar, en el cual existen cartas -principalmente de Natalia, pero también de su padre, así como de sus hermanos Juan y Víctor- que así lo demuestran.

17 Natalia Cuesta Porte-Petit. "Carta a su padre". 28 de mayo, 1941. Inédita.

18 Desconocemos más detalles, por ejemplo cuántos versos del poema escribió ese día o si es que acaso escribió el soneto completo. El uso del adjetivo "curioso", obedece a que de toda la producción poética cuestiana sólo este soneto, así como "No para el tiempo, sino pasa; muere " y "Qué sombra, qué compañía", se encuentran fechados (y, además, dedicados estos dos últimos).

19 Nandino, Elías. "Retrato de Jorge Cuesta". En: Cuesta, Jorge: Poemas, Ensayos y Testimonios. Tomo V. U. N. A. M. México. 1981, p. 180.

20 Jorge Cuesta trabajó, investigó y experimentó en sí mismo con la "panacéica" ergotina desde 1938, si no es que desde un año antes. El número 25 que forma parte del nombre químico del popular LSD, colocado allí por Hofmann, quiere decir que hubo 24 preparados experimentales anteriores al producto final -el más potente- todos ellos con propiedades y efectos similares, aunque de menor intensidad en sus efectos. Del cornezuelo de centeno, mismo del que se obtiene la ergotamina, podríamos escribir muchas páginas, basta decir por ahora que fue precisamente dicho hongo el ingerido en el uso ceremonial al que se dieron algunos privilegiados griegos al cruzar las puertas de Eleusis, hace más de dos mil años en los rituales dedicados al culto a Demeter, diosa de la agricultura, misterios asociados a Dionisio y a su culto, Dios éste que era representado en esas fiestas, entre otras maneras, como un joven afeminado y hasta como un andrógino.

21 Establezco, digámoslo así, dos tipos de locura en Cuesta: la "locura" (con comillas, a fortiori) inducida por la química, aquélla buscada por él y alcanzada temporalmente por el efecto de la ergotina remozada, y la otra, la que no tiene necesidad de ningunas comillas, aquélla que se sirvió de sus conocimientos y trabajo con la química para tomar forma. En este trabajo hacemos referencia, por supuesto, a la última.

22 Cuevas, Bertha. "Últimas confesiones de Lupe Marín. Yo pagué con sangre las grandes pasiones de mi vida". Sábado, Suplemento de Uno más uno, No. 309, 1º de octubre, 1983.

23 La única, sí, tal y como ella se ubica en la novela autobiográfica que lleva ese mismo título. En ella, Guadalupe, al escribir y publicar el libelo, divulga por lo menos nueve imputaciones hechas a quien había sido su segundo marido (el primero fue Diego Rivera, quien dibujó la cruel portada). Todas las imputaciones tocan, de una manera u otra, algo del orden de lo sexual o del ejercicio de la sexualidad en Cuesta. En primer lugar e insistentemente repetida está la supuesta homosexualidad del cordobés. Guadalupe Marín, también paciente del Dr. Lafora, acudió con éste antes de que Jorge Cuesta lo hiciera el 19 de septiembre de 1940. El muy freudiano diagnóstico que el eminente galeno emitiera respecto al poeta fue el de "una inclinación homosexual reprimida" y, párrafos más adelante desaparece la "inclinación" y queda "una homosexualidad reprimida". ¿Casualidad? Véase: Cuesta, J. Op. Cit. p. 326 y 329. Así mismo, véase: Marín, Guadalupe. La Única. Ed. Jalisco, México, 1938.

24 Cuesta, Jorge. "Paraíso encontrado". En: Obras, T. I, Ediciones del Equilibrista, México, 1994, p. 45 (las cursivas son, naturalmente, mías).

25 Cuesta, Jorge. "La cigarra y la hormiga". Op. Cit. p. 97.

26 Pharr, población del estado de Texas, fronteriza con México, a la que su hermano Néstor Gregorio (1905-1992) se fue a vivir en 1930, se dice que "huyendo" de su padre, para radicar allí hasta su muerte.

27 Cuesta Porte-Petit, Natalia. "Carta inédita a su padre", 21 de abril de 1942. La transcripción de este fragmento –ortografía y tachones incluidos- respeta fielmente el original.

28 Con este término, siguiendo a Lacan, me refiero única y exclusivamente a las palabras impuestas, las cuales, como todas, lo son, pero con la pequeña gran diferencia que el loco sí se da cuenta de su carácter impositivo, mientras que el llamado normal no.

29 Schreber, Daniel Paul. Memorias de un enfermo nervioso. Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1979, p. 173. Subrayados del autor.

30 Para mayores comentarios sobre el recurso schreberiano para ahuyentar a las molestas voces que lo atormentaban, el lector podrá consultar, además del mismo texto ya citado de Schreber, a Freud: Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente. 1910. Tomo XII, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1980, pp. 1-76, en particular el Capítulo II, llamado "Intentos de interpretación"; así como a Lacan en su seminario de 1955-56. Las estructuras freudianas en las psicosis, en particular la sesión del 9 de mayo de 1956; y el artículo de Viltard, Mayette: "Scilicet", aparecido en el No. 2 de la revista L'unebévue (L'Élangue), E.P.E.L., Paris, Printemps, 1993, pp. 71-92, del cual hay versión en nuestra lengua en el No. 15 de la revista Litoral "(Saber de la locura)", Edelp, Córdoba, octubre de 1993, pp. 83-110.

31 Recordemos aquí, a propósito de esto y sólo de pasada, la coincidencia que parece existir entre los historiadores de la literatura cuando afirman que la poesía precede, en su aparición, a la prosa. Esto se debe, dicen, a la mayor facilidad de recordar frases que, versificadas, riman.

32 Lacan, Jacques. Seminario de los años 1955-56. Las estructuras freudianas en las psicosis. Sesión del 11 de enero de 1956. Versión no publicada de la transcripción denominada J.L. Traducción mía.

33 De la no muy basta producción poética conocida de Jorge Cuesta (tan solo cuarenta y cinco poemas), ¡treinta y seis de ellos son sonetos!

34 Publicado por Pérez-Rincón, Héctor, en: "La muerte de un poeta". En: Literatura y Psique. Colección Doble Espiral. Universidad Autónoma Metropolitana. México. 1990, p. 75. Transcribo el poema tal como fue publicado por primera vez, aunque desconocemos si fue escrito en esta forma, ya que el Dr. Pérez-Rincón lo escribió y publicó así, pues su informante –el Dr. Mario Barona Lobato, en aquél entonces, 1942, joven interno del sanatorio, quien rescató el fragmento de poema "de entre los que Cuesta escribía y tiraba a la basura en su último internamiento"- se lo "dictó por teléfono".

35 Aunque la forma clásica de la rima de los cuartetos de un soneto (incluidos todos los escritos por Cuesta) es ABBA ABBA, en este fragmento se opera una inversión de los versos 5 y 6, es decir, ABBA BA. Annick Allaigre-Duny ha realizado un análisis literal detallado, desde el punto de vista de la forma, la sintaxis y el plano léxico de este poema: "Nommer la transformation: l'exemple du dernier poème de Jorge Cuesta", in Littéralité 4, Nommer, Presses Universitaires de Bordeaux, Collection de la Maison des Pays Ibériques, Bordeaux, 2002, pp.260-281.

36 Afirmamos que Cuesta, a pesar de su falsa modestia al respecto, dominaba el francés, ya que ésta era la lengua de sus abuelos maternos y de su madre; además, publicó versiones suyas de poemas de Paul Éluard y Stéphan Mallarmé; y, por último, sabemos que buena parte de su biblioteca eran libros en esta lengua. Además, en una de las hospitalizaciones, le escribe a su hermana unas líneas y le pide que le lleve (escritos los títulos en francés): Divagations y Poésies de Mallarmé y Crime et Chatiment de Dostoievski, así como La Chimie Colloidale.

37 Beristáin, Helena. Diccionario de retórica y poética. Ed. Porrúa, México, 1985, pp. 322-323. Subrayados de la autora.

38 Lacan, Jacques. "Acerca de la causalidad psíquica" [1946]. En: Suplemento de Escritos. Ed. Argot, Barcelona, 1984, pp. 78-79. La frase subrayada es mía.

39 Lacan, J. Las estructuras freudianas en las psicosis. Seminario de los años 1955-1956, sesión del 30 de noviembre de 1955, versión J. L., transcripción no publicada. Los subrayados son míos.

40 Lacan, J. Le Sinthome. Seminario de los años 1975-1976, sesión del 17 de febrero de 1976, versión Taillandier, transcripción no publicada. Los subrayados son míos.

41 Por razones de espacio no las transcribo, pero el lector podrá consultar, de entre muchas existentes, referencias al respecto, algunas de Octavio Paz, José Gorostiza, Paul Valéry y Jorge Luis Borges, entre otros, cuando hablan "del carácter inconsciente e involuntario; de la aparición, como regalo, de la primera frase, escrita al dictado de ciertas iluminaciones verbales imperiosísimas que imponen de repente una determinada combinación de palabras, etc.".

42 Este sí el último y no el tan legendario "Canto a un dios mineral".

43 Respectivamente: Versos 3 y 4, estrofa 2 de "Soñaba hallarme en el placer que aflora" (1931); V. 3, E. 4 de "Paraíso perdido" (1941); V 4, E. 1 de la Coda de "El viaje soy sin sentido" (¿?); V. 2, E. 2 de " Signo fenecido" (¿?); V. 3, E. 4 de "Cómo esquiva el amor la sed remota" (¿?); y V. 6, E. 33 de "Canto a un dios mineral".

44 "porque sujeta más con menos lazo", V. 3, E. 4 de "Signo fenecido" (¿?) y "que ya no habita el alma que la mira, / aun muerto se desata y se retira", V. 1 y 2, E. 4 de "Rema en un agua espesa y vaga el brazo" (¿?).

45 Versos 1-3, E 4 de "Réplica a Ifigenia cruel" (1928).

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 18 - Diciembre 2003
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