Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Presentación de la sección
"Cosas béteras"
Albert García I Hernandez
Consejo de Redacción de Acheronta

Luego, ya lo sabemos, la historia se explicará como se explicará. Hay tantos ejemplos que empieza a resultar difícil encontrar la excepción a una regla.

La nueva andadura de Acheronta, desde que su director tuvo el coraje y la generosidad (conceptos difíciles en los tiempos que corren) de invitar a la confección de un consejo de redacción desuniformizado, ha dado un fruto carísimo por lo esporádico en un tiempo de abundancia global. Algo que uno desearía no significar para que, así, siguiera con su vuelo particular. Le llamaría encuentros si ese vocablo no hubiera padecido la misma contaminación que otras cosas y alguien -siempre los hay- no estuviera dispuesto a enseñarnos que no es eso sino lo otro.

Sorpresas? Hallazgos? Desconciertos? Heterodoxias? Confluencias?...

Como diría un viejo periodista castellano: ...y qué más da?

Un fruto adornado con algo valiosísimo, por lo escaso, como es el humor.

Fue que corrían -sí, corrían. Quizá huyendo hacia delante de lo que fue esa cosa rara de dos años antes- los años iniciados en el 70 y se recomponía y se lamía las heridas cada cual, cuando la segunda explosión de tanto material acumulado hasta la primera explosión trató de encontrar sitio y desahogo en algo.

También en las instituciones psico-psiquiátricas (cómo llamarlas si no, tratándose de bodas que unían dos campos?). Y, también, o sea, también, hubo lo que se llamó antipsiquiatría. Hay textos de Laing y de Cooper que habría que releer. No pasaría nada grave por hacerlo. Pero, como siempre, si la teoría se desarrollaba bajo el calorcito de países no regalados por el clima, la práctica -una vez más- hizo correr la sangre, sea ésta la que sea, allí donde vivir se hace más soportable fuera de las casas no acondicionadas para lo sesudo. Digamos, bajo ese paralelo que divide Europa en un lugar que toma el adjetivo de mediterráneo.

Valencia (España) no fue una excepción, aunque la historia no ha dado todavía cuenta de ello. Y, en Valencia, a unos pocos kilómetros, en un pueblo llamado Bétera del que no quisiéramos que su significante quedara fijado así, jóvenes doctores, trabajadores de lo social, incluso precursores de ONGs, se unieron en otro escalón de la utopía que renace en cada escalón del malestar.

Solicitamos una pequeña historia de algún coordinador de aquello. No pudo ser. Pero pudo ser esto que ofrecemos aquí y que supera, con su estilo impecable y su honestidad a prueba de calumnias, lo que también fue.

No exento de desconcierto en el consejo de redacción, éste optó por su publicación y, lo que da una idea de tal talante, por la creación de un nuevo sector en Acheronta, en homenaje difuso de lo que aterrizó: béteras.

Porque, en definitiva, estamos seguros de que mucha más gente, a su manera, vio y vivió algo parecido -que no igual- a esto.

Si la condición del analista también pasa por la solitud, quede aquí constancia de que no lo es tanto en algunos lugares que pueden ser vistos como colectivos sin sufrir un infarto teórico-ortodoxo.

Luego, ya lo sabemos, la historia se explicará como se explicará.

Albert García I Hernandez

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 13 - Julio 2001
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