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El tiempo se da en la memoria, perfectamente ligado a la personalidad del hombre, comprendido entre un eterno futuro y un eterno pasado, porque no creo que el presente sea algo mensurable y evidente, sino que se equilibra intangible entre el presente-pasado y el presente-futuro.
Jorge Luis Borges (2)
- ¿Y usted ? pregunta, ¿qué enseña?
- La historia, dice Max Thor, del porvenir.
Marguerite Duras (3)
I) Introducción
La Simposia (Mesa) que tengo bajo mi responsabilidad en este Congreso, donde se integra la presente ponencia, se titula Piaget y el Psicoanálisis. Convergencias y Divergencias. Como su nombre lo indica consideramos que las relaciones de Piaget con el psicoanálisis, como disciplina y cuerpo teórico, así como movimiento institucional, han sido complejas, en especial para el joven Piaget. No en vano, como hemos podido investigar el Dr. Guillemo Delahanty y yo, Piaget no sólo se analizó durante ocho meses, en Ginebra, con Sabina Spielrein (4), dato bastante conocido, sino que fue él mismo "psicoanalista", integrando los rosters de la Sociedad Psicoanalítica Suiza por varios años; claro está, en los tiempos en que bastaba casi interesarse por el psicoanálisis como para convertirse rápidamente en psicoanalista (5). El propio Piaget reconocía, en su madurez, todo lo que el psicoanálisis le había aportado:
De hecho aprendí mucho del psicoanálisis. Ese punto de vista psicodinámico renovó completamente la psicología. Pero creo que el futuro del psicoanálisis se iniciará el día en que llegue a ser experimental. (6)
En la presente ponencia se hará un nuevo acercamiento, desde un ángulo diferente y complementario, a la temática de la memoria (y la temporalidad) en Freud y en Piaget, sobre las que ya he tenido ocasión de escribir y publicar (7). Una problemática esencial en donde las convergencias teóricas entre dichos autores resultan tan asombrosas, como enriquecedoras, a pesar de que el gran epistemólogo suizo, como tendremos ocasión de discutirlo, no haya podido percibirlo él mismo.
Se trata de abrir una discusión muy precisa sobre la necesidad de buscar profundizar las diferentes formas de interdisciplinariedad, tarea esencial de las próximas décadas, pero también de pensar sus límites y sus peligros, en un simposio que lleva precisamente por título Desarrollo del conocimiento. Espejismos Reduccionistas. Las grandes líneas de convergencias que encontraremos en cuanto a la teoría de la memoria en estos dos grandes investigadores, que marcaron profundamente el siglo que termina, nos permitirá discutir también problemas esenciales vinculados a las diversas modalidades de interdisciplinariedad que lejos están de encontrarse resueltos, generándose a menudo, a partir de lecturas simplistas, fuertes caídas en dichos espejismos reduccionistas.
Porque efectivamente debemos retornar a preguntas epistemológicas esenciales, a partir del tema que nos ocupa en la presente ponencia, tan sólo un ejemplo posible entre otros muchos que nos permite abrir esas preguntas. ¿Es posible analizar la problemática de la memoria, y sus repercusiones sobre la dimensión de la temporalidad, partiendo de abordajes múltiples, desde diferentes disciplinas y puntos de vista, como si se tratara de un objeto de estudio homogéneo? ¿Constituye la memoria un objeto empírico? ¿o hablamos de muy diferentes concepciones de "memoria", si lo hacemos desde la biología en general, desde la neurofisiología o la biología del cerebro humano, la psicología genética, el cognoscitivismo, el psicoanálisis, la historia, la psicología social, la sociología, etcétera? Vale decir, objetos formal-abstractos que cada disciplina construirá y conceptualizará a partir de sus propios referentes y sus propios cuerpos teóricos.
Sin embargo, y pese a ello, ¿no cabe pensar en algún nivel, o algunos niveles, de convergencia de esos diferentes objetos teóricos "memoria" para la comprensión del objeto empírico memoria, que permita de todas formas aproximaciones más ricas a partir de lecturas intertextuales multi, pluri, inter o transdisciplinarias? ¿Las diferentes miradas, de carácter multirreferencial, y pese a su heterogeneidad, no permitirán un enriquecimiento y correcciones mutuas, en términos de complementariedad? ¿Será posible acceder a lo que precisamente, a partir de un intento de articulación de conceptualizaciones etnopsicoanalíticas de G. Devereux y socioanalíticas de J. Ardoino, he denominado complementariedad multirreferencial (8), en torno a las complejas temáticas de la memoria y la temporalidad? ¿Nos permitirá ello movernos dentro de los márgenes de lo que el gran sociólogo Edgar Morin ha denominado epistemología de la complejidad?
II) Memoria y biología del cerebro humano: algunas esquemáticas menciones
Veamos para empezar, y antes de meternos en la especificidad de nuestro tema, algunos ejemplos curiosos de históricas convergencias anticipatorias, que pueden resultar sorprendentes para muchos representantes de las disciplinas que mencionaremos.
Recordemos que en las últimas décadas ha habido un considerable avance en la biología del cerebro humano. Se tiene ahora bastante certeza que hay que diferenciar dos, o para ser aún más precisos, tres grandes tipos de memoria, con base en sus localizaciones y sus modalidades funcionales. Por una parte la memoria a corto plazo, por otro la memoria a largo plazo, y por último, la memoria de actividades rutinarias o mecánicas, aquélla que, como luego veremos, Piaget denominaba esquemas o memoria en el sentido amplio.
Se ha podido comprobar que la memoria a corto plazo es almacenada dentro de las estructuras del sistema límbico, antiguo territorio cerebral en el nivel filogenético, más específicamente en la circunvolución del hipocampo donde se hallan alineadas filas de aproximadamente 40 millones de neuronas. Allí se guardan, en forma provisoria, los paquetes de nueva información proveniente de nuestros sentidos, recuerdos recientemente creados, convertidos en complejas señales electroquímicas. El hipocampo realiza un procesamiento de dicha información, la que posteriormente es enviada de la misma forma, viajando a través de las fibras de las complejas redes neuronales, a la corteza del cerebro para su almacenamiento más definitivo en verdaderos "archivos" diferenciados y especializados. Ello se realiza por medio de impulsos eléctricos, y luego de intercambios químicos, a cargo de los neurotransmisores, que bombardean a las neuronas vecinas con sus moléculas (sinapsis). Al llegar a la corteza cerebral, la información es dispersada y almacenada en forma fragmentaria en diferentes zonas de dicha corteza, siguiendo una compleja ordenación lógica que lejos está, todavía, de haber revelado todos sus secretos a los investigadores del cerebro humano. La tercera de las memorias, concerniente a determinados tipos de habilidades más mecánicas (manejar un coche, tocar un instrumento, etcétera) es almacenada directamente en otras zonas de la corteza, sin auxilio alguno del hipocampo y del sistema límbico, requiriéndose para ello también de otras partes del cerebro, como el cerebelo. En síntesis, el cerebro almacena diferentes tipos de memoria en lugares muy diferentes, desde el sistema límbico (siendo esencial el hipocampo), hasta diversas zonas de la corteza y aun del cerebelo.
Para el punto que nos interesa destacar, en este momento, nos bastará con esa información tan elemental como neófita (cuyo esquematismo provocaría, tal vez, el sobresalto del especialista en biología del cerebro o del neurofisiólogo). Vale decir, entonces, que para que un recuerdo pueda ser evocado, y recuperado, deben volver a juntarse, reensamblarse podríamos decir, los diferentes fragmentos dispersos en la corteza, allí codificados y almacenados en base con criterios de categorización, en algunos de los billones de intrincados circuitos de redes neuronales en ella contenidos. Así, por ejemplo, un recuerdo cualquiera nos hace evocar, por vía de cadenas asociativas, diferentes niveles: percepción visual, táctil, olfativa, sonora, motora, corporal-kinestésica, nexos afectivos, coyuntural-históricos (en cuanto a la cronología o historización de nuestras vivencias), lingüísticos, etcétera. Un recuerdo debe entonces construirse o reconstruirse al ser evocado, a partir de ese complejo ensamblaje promovido por nexos asociativos, convocándose todos la información archivada en torno a él, que permite ese complejo proceso de evocación.
Estamos hablando de hallazgos efectuados en las últimas décadas que parecen desacreditar de modo definitivo teorías neurofisiológicas anteriores que suponían el archivo de informaciones enteras, en forma más global y menos fragmentada, en regiones muy precisas de la corteza cerebral. Citaremos ahora un párrafo de un viejo texto escrito por un joven investigador, todavía desconocido en ese momento. Pese a estar refiriéndose a la palabra y lo que entonces denominaba el aparato de lenguaje (9), sus sorprendentes puntos de vista pueden perfectamente ser extrapolados al tema de los recuerdos (y a su almacenamiento y formas de recuperación-evocación):
Para la psicología, la unidad de la función del lenguaje es la "palabra": una representación compleja que se demuestra por elementos acústicos, visuales y kinestésicos [...] Suelen citarse cuatro ingredientes de la representación-palabra: la imagen sonora, la imagen visual de letras, la imagen motriz del lenguaje y la imagen motriz de la escritura. Pero esta composición se muestra más compleja cuando se entra a considerar el probable proceso asociativo que sobreviene a raíz de cada operación lingüística: [...] Aprendemos a hablar en cuanto asociamos una imagen sonora de palabra, con un sentimiento de inervación de palabra. Una vez que hemos hablado, entramos en posesión de una representación motriz de lenguaje (sensaciones centrípetas de los órganos del lenguaje), de modo que la palabra, desde el punto de vista motor, queda doblemente comandada para nosotros [...] La palabra es, pues, una representación compleja, que consta de las imágenes que hemos consignado; expresado de otro modo: corresponde a la palabra un complicado proceso asociativo, en el que confluyen los elementos de origen visual, acústico y kinestésico enumerados antes. (10)
Quien se expresa en este texto, y en el esquema que adjunta, es nada menos que Sigmund Freud, en una obra claramente pre-psicoanalítica, titulado La afasia, publicado en el año 1891. Se trataba de su primer libro, luego de haber escrito 19 artículos neurológicos. Fue también el primer autor de habla alemana que intentó someter a una rigurosa reflexión crítica la teoría de la localización estricta y precisa de todas las funciones cerebrales, entonces en boga, que reinaba como dueña absoluta del campo. Por ello Freud, siguiendo a Hughlings Jackson, poco respetado a la sazón, se atrevía a proponer en contraposición un punto de vista funcional y no lineal y estático, donde se acepta la idea de localizaciones cerebrales, pero regidas con gran plasticidad por procesos dinámicos que le dan sentido. Su manera de pensar la emergencia del recuerdo, en 1891, se observa claramente en la siguiente cita:
¿Cuál es pues el correlato fisiológico de la simple idea que emerge o vuelve a emerger? Obviamente, nada estático, sino algo que tiene carácter de proceso. Este proceso no es incompatible con la localización. Comienza en un punto específico de la corteza y a partir de allí se difunde por toda la corteza y a lo largo de ciertas vías. Cuando este hecho ha tenido lugar, deja tras sí una modificación, con la posibilidad de un recuerdo en la parte de la corteza afectada. (11)
Se anticipaba así en casi un siglo, al modo de un genial Julio Verne, a líneas que cobrarían todo su sentido a partir de los actuales descubrimientos microscópicos del cerebro o a partir de máquinas de exploración como la TEP (Universidad de Washington, en Saint Louis), que permiten ya trazar mapas del curso de la memoria, en el momento mismo en que se va almacenando información en la corteza. En las propuestas de Freud se ve la misma línea de pensamiento que los especialistas del cerebro parecen aceptar actualmente: la palabra (o los recuerdos, lo que resultaría equivalente en este contexto) debe ser entendida como esa representación compleja que se construye, en un momento determinado, a partir de complejos procesos asociativos que permiten el ensamblaje de múltiples y muy diferentes fragmentos conceptuales archivados en zonas corticales muy diversas.
Otro sorprendente adelanto a su tiempo lo haría Freud pocos años después, en 1895 para ser más preciso, al proponer la noción de barreras de contacto en su famoso Proyecto de psicología (un simple manuscrito especulativo, remitido a su amigo W. Fliess, escrito con prisa y furor creativo tan sólo para esclarecer sus ideas). Dicha noción es analizada con lujos de detalles por Freud, adelantándose en forma asombrosa a la idea de sinapsis, que sería conceptualizada pocos años después. Por ello grandes neurólogos como Karl H. Pribram (12) han llegado a reconocer la importancia de esa obra casi visionaria que, inentendible en su momento, anticipaba hallazgos que la neurofisiología tardaría mucho tiempo en producir. En el mismo texto pero en otra dimensión, también puede leerse, como en una apretada sinopsis premonitoria, muchas de las inquietudes estrictamente psicoanalíticas con las que Freud se confrontaría a lo largo de su extensa obra posterior.
Desde luego, ante estas líneas de pensamiento del joven Freud se me podría objetar que el camino seguido por él con posterioridad, en la creación y fundación de esa nueva disciplina: el psicoanálisis, no ha permitido acercamientos o convergencias con otras ramas del saber como, en el caso que ahora nos ocupa, la psicología o la epistemología genéticas piagetianas. Pasaremos entonces a discutir el tema de la memoria y la temporalidad a partir de ambas perspectivas y conceptualizaciones para poder apreciar si una objeción tal se halla realmente fundada o debe ser considerablemente repensada y matizada.
III) Piaget: el problema de la memoria y de la temporalidad a ella asociada
Para empezar a esbozar la concepción de Piaget, nada mejor que recordar sus afirmaciones en su gran obra Biología y conocimiento (1967). Distingue allí claramente dos formas de memoria: una memoria en el sentido muy amplio y la memoria en su propia especificidad, en un sentido estricto. La primera tiene que ver con la conservación de los esquemas de acción, en cuyo caso ni siquiera sería necesario hablar de memoria: "la conservación de un esquema, nos dice, no es más que este esquema como tal" (13). En ese sentido tan general, debiéramos referirnos a la "memoria" (entre comillas) o, como la llama en otro texto, "memoria en el sentido del biólogo" (14), ya que para la biología se estaría más cercano a nociones de aprendizaje, condicionamiento, hábito, etcétera, debido a que la memoria de evocación es propia del hombre y de los primates superiores.
La memoria en su sentido estricto, en cambio, resulta muy diferente, ya que supone tanto el reconocimiento como la evocación (imagen-recuerdo). La primera, memoria de reconocimiento implica una forma muy elemental. El objeto es reconocido en su presencia perceptual, pero no puede ser evocado. La memoria de evocación, en cambio, que presupone ya la función simbólica, implica en su complejidad procesos de inferencia y de organización lógicas, así como la posibilidad de reconstitución del pasado. Por ello, Piaget ha propuesto intercalar entre ambas formas de memoria lo que denominó precisamente memoria de reconstitución (15).
Desde luego, a nuestros efectos de buscar convergencias con la teoría psicoanalítica de la memoria y de la temporalidad, nos moveremos exclusivamente en el presente trabajo en torno a las memorias de evocación y de reconstitución, que abren toda la problemática de la inscripción y conservación de la información recibida y su procesamiento interno, con todas las "deformaciones" allí implicadas (orden de la verdad o veracidad objetiva del recuerdo), tema esencial para nuestra reflexión.
Para Piaget, como bien sabemos, hay una continuidad entre los esquemas generales, la memoria de reconocimiento y la memoria de evocación, que tiene que ver con toda la creciente estructuración y reestructuración permanente de los procesos cognoscitivos. Es decir, no es posible entender la memoria si no se la analiza a la luz de lo que significa la inteligencia, entendida como desarrollo de los estadíos intelectuales. No en vano, entonces, su obra central sobre el tema se denomina precisamente Memoria e inteligencia (1968). Por ello, entonces, la imagen-recuerdo también está ligada a esquemas de acción, pudiendo postularse muchos escalones intermedios entre el puro recuerdo-motor, basado en un simple reconocimiento, y la evocación como esquema superior, totalmente alejada de la acción sensorio-motora, siendo entendida dicha evocación por Piaget, al igual que todo pensamiento y toda posibilidad de pensar, como acción interiorizada.
Sería por demás absurdo pretender, en este congreso que reúne precisamente a expertos y especialistas en psicología y epistemología genéticas, resumir un libro de Piaget tan importante y tan conocido como el que se acaba de citar. Recordaremos entonces, en forma muy condensada y esquemática, algunas de sus importantes conclusiones sobre la temática de la memoria, aquéllas que nos serán imprescindibles para poder avanzar en nuestros propios desarrollos y propuestas. Utilizaremos en muchos casos sus propias palabras.
- La memoria no se vincula con el dato presente, como la percepción, sino con la organización, estructuración y reconstitución del pasado.
- Hay un claro desarrollo psicogenético de formación de la memoria con la edad, a través de organizaciones y reorganizaciones progresivas. Ese orden genético de formación implicaría la serie: formación de acciones ® esquemas ® imágenes-recuerdos.
- Se pueden entonces fijar tres grandes etapas psicogenéticas de ésta: la memoria de recognición, la memoria de reconstitución y la memoria de evocación, pudiendo postularse la existencia de una multiplicidad de subniveles de transición en cada una de ellas.
- Piaget propone concretamente diez subniveles para entender la unidad y continuidad funcional de la memoria, desde las recogniciones más elementales hasta las formas superiores de evocación, que tampoco escaparían a la esquematización activa que realiza todo sujeto. Estos subniveles de transición serían, respectivamente, tres, cuatro y tres, en cada una de esas memorias (Cf., pp. 354 y ss.), pero no entraremos en esos detalles ahora.
- La memoria de recognición inicial de los niveles sensoriomotores está claramente ligada a acciones repetidas (reflejos, hábitos, etc.)
- La memoria de reconstitución constituye una evocación en acción, por medios de esquemas, de allí su superioridad sobre las puras evocaciones. Los esquemas se reactivan y reorganizan mucho más fácilmente que las evocaciones (de pensamiento) en sus formas superiores.
- La memoria de evocación (recuerdo-imagen) resulta más pobre mnemónicamente, en sus resultados, que la de reconstitución por estar más basada en asociaciones que en acciones (evocación más "puras").
- Estos recuerdos-imágenes por su gran movilidad e independencia, plantean aún problemas difíciles para vincularlos con claridad a los esquemas de la inteligencia.
- Hay que pensar en tres fases esenciales del proceso mnemónico: la de fijación (estructuración general del dato a ser retenido), la de retención (organización de las "huellas") y por último la de evocación o reconstitución (reelaboración de lo conservado).
- La memoria sólo puede ser entendida como una forma de organización, especialmente figurativa, apoyada sobre el esquematismo íntegro de la inteligencia.
- En cada etapa vital se reorganizan los recuerdos y la visión del pasado, a partir del presente, agregándose otros elementos susceptibles de generar modificaciones a la significación, por el cambio de perspectiva producido.
- El recuerdo-imagen no obedece a simples leyes de la Gestalt, a estructuras perceptivas elementales, estando más referido al esquema que al modelo perceptivo. Por ello es posible afirmar que el niño retiene lo que ha comprendido, y no lo que ha visto. Por ello, los progresos intelectuales en torno al esquema significarán siempre progresos del recuerdo, en forma de reestructuración y reinterpretaciones del pasado.
- La conclusión más obvia, pero no por ello menos interesante, es que se recuerda siempre desde el presente, a partir de la estructuración intelectual alcanzada, utilizando diversos elementos (que llegan a la decisión y al juicio), y no evocando pasivamente recuerdos "puros", supuestamente fijados en el pasado.
IV) Piaget, crítico de Freud
Piaget ha insistido, en diferentes textos, que existen dos grandes posturas frente a la memoria entendida en sentido amplio. Se puede pensar, por una parte, que es el mecanismo central de la mente, teniendo como papel la conservación de todo el pasado. Por otra parte, se la puede entender como inteligencia en cuanto conocimiento del pasado. En la primera de las vertientes se supone que la memoria se halla totalmente organizada y determinada, hasta en sus más mínimos detalles, por el desarrollo vital. Mientras que en la segunda de las perspectivas antes mencionadas --obviamente la suya-- hay que pensar en una estructuración selectiva, que supone una reorganización permanente de la memoria.
Lo interesante para nuestro tema actual es que Piaget ubica en la primera de las perspectivas, y siempre de la misma forma en sus diferentes escritos, a autores como Bergson y Freud, visualizándolos como representantes absolutos de la idea de conservación inalterada de los recuerdos, de "engramas" aislados y simplemente impresos, y de una reproducción-evocación pasiva de los mismos.
Nuestro propósito, en las líneas que siguen, consiste en tratar de mostrar sucintamente que si bien Piaget leyó a Freud, no fue un lector sistemático de su obra, ni realizó nunca un seguimiento crítico del complejo pensamiento freudiano. Ello explica esa esquemática mirada de Piaget, de efectos reductores, en lo que concierne a la postura de Freud sobre el tema de la memoria y, por ende, sobre la temporalidad psíquica. Y este desconocimiento de Piaget de la teoría psicoanalítica, teniendo en cuenta el lugar esencial que ocupó dentro de la Escuela de Ginebra por él creada, provocó graves efectos en sus discípulos, que también tendieron a relegar los encuentros y la discusión con el psicoanálisis y los psicoanalistas, todo lo que hemos tenido ocasión de analizar detalladamente en otro lugar (16).
Decía Piaget, en una entrevista que concediera, una frase que transcribiremos textualmente, dada su importancia como reveladora de un fuerte malentendido sobre el tema. Ante la pregunta de R. Evans sobre su opinión en torno a la teoría freudiana del desarrollo psicosexual, contestó textualmente:
No creo que las etapas iniciales determinen todo lo que vendrá. Creo que la verdad se encuentra más bien en Erikson: el pasado determina el presente, pero el presente influye en nuestras interpretaciones del pasado, de modo que siempre se interpreta en función de la situación actual; hay una interacción entre el presente y el pasado (17).
Acotemos que Piaget se manifestó muchas veces, en sus escritos y reflexiones, exactamente en la misma línea, por lo que no podemos tomar esta aseveración como un simple comentario, sino como su postura frente al pensamiento freudiano y su incomprensión del mismo. Porque resulta interesante señalar que difícilmente se encontraría a un solo psicoanalista que no pueda suscribir la frase antes citada de Piaget. Y no sólo un psicoanalista contemporáneo, seis décadas después de la muerte del fundador del psicoanálisis, sino el propio Freud, tal como intentaremos mostrarlo en nuestras reflexiones siguientes.
Piaget, entonces, toca con su reflexión un punto muy importante y muestra la rigurosidad de su pensamiento cuando dice no aceptar que las etapas iniciales determinen todo lo que vendrá. Es cierto que en el psicoanálisis se han creado muchos equívocos al respecto, por una lectura muy lineal y superficial del texto freudiano y las concomitantes sobresimplificaciones a que lo han sometido algunos de sus discípulos y continuadores. Aunque hay que reconocer que el propio Freud, con algunas afirmaciones, también contribuyó al equívoco. Pero también, como veremos a continuación, lo que Piaget parece desconocer en la obra de Freud (además de sus desarrollos específicos sobre las huellas mnémicas y la memoria, dispersos en su obra) es el concepto esencial de nachträglichkeit por el propuesto que, con su sola existencia, tira por la borda la idea simple de que el pasado determina el presente y el futuro, en otros términos de que la infancia es destino, en esa frase vuelta famosa en nuestro medio.
Esta aseveración se origina en los aportes de un reconocido psicoanalista mexicano, Santiago Ramírez, fundador de la Asociación Psicoanalítica Mexicana y pionero de esta disciplina en nuestro país. Recordemos inicialmente que este autor se apoyó en un texto de Silverger Chilhood experience and personal destiny (1952), que ya proponía esta idea de "destino personal", asociado a los avatares de la infancia. A partir del mismo presentó una ponencia (hacia 1963) que llevó el título que luego se haría famoso "Infancia es destino", compilada luego en un libro homónimo, muy difundido en sus múltiples reediciones, publicado por primera vez en 1975. Estas precisiones son interesantes ya que la postura del propio S. Ramírez sobre el tema no es tan lineal como se podría suponer en la fórmula que nos ocupa, enunciada como afirmación. Así, por ejemplo, en el prólogo al libro, escrito en 1974, Ramírez parece revelar una postura teleológica, en especial cuando dice lo que sigue: "El troquel temprano, infancia, imprime su sello a los modelos de comportamiento tardíos; en otros términos, práxis es devenir o la infancia es el destino del hombre" (18).
Sin embargo, años antes, su ponencia inicial sobre el tema terminaba diciendo las siguientes palabras, al referirse al tema de la interpretación: "Será tanto más cercana a la dimensión terapéutica si llena cabalmente su función: modificar el pasado y demostrar que a la postre lo más adecuado no es precisamente hacer de la infancia un destino inevitable" (19). Como se puede apreciar entonces, habla aquí el psicoanalista que no puede pensar nunca en un destino inexorable. Compartimos plenamente esta opinión ya que, en ese caso y llevado a su extremo, de ser la infancia un destino inevitable, todo el psicoanálisis, a nivel clínico, se tornaría tan inútil como inoperante. Si trabajamos como psicoanalistas es porque estamos precisamente convencidos de lo contrario: pese a la importancia de las vicisitudes de la infancia, que ningún analista ha negado (y que tampoco podría negar Piaget, en términos de la estimulación y el equilibrio emocional necesarios en el niño para un adecuado proceso de desarrollo de las estructuras cognoscitivas), sus consecuencias psíquicas no pueden ser nunca consideradas totalmente inexorables e inmodificables. Se trata precisamente de algunos de los aspectos que discutiremos en esta ponencia, mostrando diferentes modos de la temporalidad, en especial en sus diferentes articulaciones con la realidad material y la realidad psíquica.
Regresando al nachträglichkeit freudiano, habitualmente traducido al español como a posteriori, retroactividad, resignificación, con posterioridad, etc., es preciso recordar que debemos a Lacan el hecho de haber señalado la importancia sin igual de ese concepto en la obra de Freud, de haberlo rescatado y "puesto a trabajar", así como de haberlo desarrollado, con la denominación francesa de après-coup. La teoría psicoanalítica, la clínica psicoanalítica, su misma ética, tan vinculada a los otros dos planos, giran en torno del nachträglichkeit, como verdadero eje estructurante a través del que todo encuentra su orden lógico. Conceptos psicoanalíticos esenciales como el del mismo inconsciente o el de la transferencia, la novela familiar, o consideraciones sobre la misma estructuración del psiquismo, sólo pueden ser estudiados a la luz del nachträglichkeit. Porque efectivamente es en la idea de un trabajo del tiempo, como bien lo conceptualiza una psicoanalista contemporánea Sylvie Le Poulichet, que podemos pensar los aportes esenciales de Freud y la incidencia misma de la cura psicoanalítica como forma de historización simbolizante del paciente. De la forma en que el analizando puede reeinscribir y reescribir su historia, reconstruir su pasado a partir de nuevas significaciones que le son brindadas por el presente. Porque, tal como lo percibe la gran novelista Marguerite Duras, citada en nuestro epígrafe, estamos siempre historizando nuestro porvenir, a partir de un complejo movimiento en nuestra temporalidad psíquica. Pasado, presente y futuro, se movilizan incesantemente a partir de la reconstrucción que hacemos de nuestro pasado, sobre la base de resignificaciones del mismo, que emergen precisamente a partir de nuestro presente. No en vano decía Freud, con gran belleza poética: "pasado, presente y futuro son como las cuentas de un collar engarzado por el deseo" (20).
En ese sentido habría una convergencia muy interesante con la teoría psicogenética de la memoria, tal como fue desarrollada por Piaget. Y como veremos las "ingenuas" preguntas que un psicoanalista podría hacerle a un psicólogo y epistemólogo genéticos, a un neurofisiólogo o biólogo del cerebro, a un sociólogo o psicólogo social, etcétera, si son bien escuchadas, pueden abrir nuevas vetas de investigación para ellos. Igualmente las preguntas que estos especialistas podrían hacernos a nosotros, psicoanalistas, nos obligarían a repensar muchas de nuestras certezas y a crear nuevas teorizaciones que contemplen muchos de los hallazgos experimentales de esas disciplinas. A ello arribaremos en nuestras conclusiones, en aras de hacer un urgente llamado a un trabajo interdisciplinario en el que los representantes de diferentes disciplinas podamos escucharnos seriamente, reconociendo los límites de todo saber unidisciplinario, abandonando nuestros narcisismos defensivos y las miradas cargadas de desprecio que solemos dirigir a nuestros vecinos más cercanos. Si nos atreviéramos a dejar de lado ese "narcisismo de las pequeñas diferencias", como lo llamaba Freud, generador a través de los siglos y milenios de cruentas luchas étnicas, religiosas, políticas, doctrinales, etcétera, se podrían abrir, gracias al intercambio de miradas, reflexiones, y marcos referenciales heterogéneos, ricos caminos de investigación a partir de los cuestionamientos de disciplinas "fronterizas", tal como lo he propuesto en publicaciones anteriores.
V) Freud y su concepto de "recuerdo encubridor": memoria y temporalidad
Ya hemos recordado, en lo que antecede, algunas de las reflexiones del joven neurólogo Freud sobre la palabra y la memoria, que se abren a consideraciones muy actuales sobre el tema. Leemos en una carta sumamente importante, pocos años después, el siguiente fragmento, totalmente concordante con los primeros esbozos de su época neurológica:
Tú sabes que trabajo con el supuesto de que nuestro mecanismo psíquico se ha generado por superposición de capas porque de tiempo en tiempo el material existente de huellas mnémicas experimenta un reordenamiento según nuevas concernencias, una inscripción. Lo esencialmente nuevo en mi teoría es entonces la tesis de que la memoria no existe de manera simple sino múltiple, registrada en diferentes variedades de signos" (21).
Se trata entonces, como lo reseña muy pertinentemente S. Le Poulichet (22), de una memoria plural, que no puede de ninguna forma dar lugar a un registro único de una vivencia. La memoria plural no sería sino una red en donde sólo la relación de un elemento con otro podrá darle valor a un recuerdo. Salta a la vista que este concepto "relacional" de memoria, de haberlo conocido, hubiera sido del total agrado de Piaget quien en clara oposición a la teoría de la Gestalt solía conceptualizar las totalidades como no compuestas de elementos sino de relaciones.
En el manuscrito de 1895, el Proyecto de psicología, ya citado, Freud escribía una frase que merece ser comparada en forma yuxtalineal con alguna de las afirmaciones de Piaget, que acabamos de citar, producidas durante su investigación sobre la memoria:
Aquí se da el caso de que un recuerdo despierte un afecto que como vivencia no había despertado, porque entretanto la alteración de la pubertad ha posibilitado otra comprensión de lo recordado. Pues bien; este caso es típico para la represión en la histeria. Dondequiera se descubre que es reprimido un recuerdo que sólo con efecto retardado (nachträglich) ha devenido trauma (23).
Pocos años después, Freud reafirmaría y profundizaría esta línea en la monumental obra que funda al Psicoanálisis como disciplina, La interpretación de los sueños (1899). Acotemos que existen evidencias que este libro fue conocido y citado por el joven Piaget. Freud insiste en el texto, ahora en términos psicológicos y no neurológicos, en su idea de la existencia de complejos e intrincados sistemas de huellas mnémicas (siendo la memoria la función a ellos atinente) en los que los recuerdos son archivados por categorías en función de relaciones (de semejanza, simultaneidad, etcétera). "Nuestras percepciones ¾ nos dice Freud¾ se revelan también enlazadas entre sí en la memoria, sobre todo de acuerdo con el encuentro en la simultaneidad que en su momento tuvieron. Llamamos asociación a este hecho" (24).
No ahondaremos ahora en estos textos, pero su simple señalamiento nos basta para percibir que estamos muy lejos de la concepción de memoria que Piaget, erróneamente, atribuye a Freud (25). Todo ello puede ser reafirmado aún más categóricamente al acercarnos a la forma en que Freud articula la memoria con la temporalidad, a partir de su concepto de recuerdo encubridor. Es allí donde veremos las mayores zonas de convergencias teóricas entre Freud y Piaget a partir, claro está, de los propios marcos referenciales y las búsquedas específicas de cada uno de ellos.
Los recuerdos encubridores son, para Freud, una de las cinco grandes formaciones de compromiso observables en la vida psíquica (junto con los actos fallidos, el sueño, el chiste, y el síntoma), en las que siempre está en juego la solución de compromiso entre el deseo y la defensa. A través de ellas se puede percibir con claridad cómo un contenido reprimido puede reingresar a la conciencia, por estar lo suficientemente "disfrazado", y ser irreconocible, manteniéndose así el equilibrio del aparato psíquico (o generándose así, en el caso del síntoma, una nueva forma de equilibración, de homeostasis, del psiquismo). El recuerdo encubridor suele caracterizarse por su especial nitidez mnémica, por su insistencia y recurrencia, y por la poca importancia (aparente) de su contenido, provocando habitualmente la extrañeza: ¿por qué retuve de toda mi primera infancia tan sólo este recuerdo tan insignificante? Desde luego, como su nombre lo indica, está al servicio de encubrir, por vías de mecanismos de desplazamiento y condensación, otros recuerdos significativos para la estructuración del psiquismo, y su expresión fantasmática, todo lo que debió ser reprimido.
La temática del recuerdo encubridor, discutida en relación con los recuerdos de la infancia, fue muy tempranamente conceptualizada por Freud, encontrándose lo medular de su importante teorización en su artículo "Sobre los recuerdos encubridores", publicado en 1899 y en un capítulo de su famoso y muy difundido libro Psicopatología de la vida cotidiana, de 1901. No tenemos duda de que el joven Piaget debió leer ese libro y, muy probablemente, también el artículo antes citado en su primera época "psicoanalítica". Pero resulta evidente que, por algunos motivos, no pudo integrar o terminar de comprender esa conceptualización freudiana porque siguió pensando toda la vida que Freud, y a fortiori los psicoanalistas en general, proponían la idea de "recuerdos de infancia puros":
Antes me preguntó sobre mis reticencias con relación al freudismo. Tengo la mayor desconfianza de los recuerdos de infancia utilizados por los psicoanalistas porque creo que en buena parte están reconstruídos...(26)
Precisamente, y anticipándose en varias décadas a Piaget, lo que Freud precisamente intenta mostrar a través de su concepto de recuerdo encubridor, es que no existen recuerdos de la infancia puros en el ser humano, sino que todos nuestros recuerdos infantiles, sin excepción, se hallan deformados a partir de la acción de complejos procesos psíquicos.
Para Freud es preciso diferenciar las nociones de "recuerdos de la infancia", de los "recuerdos sobre la infancia", todo lo que desarrolla minuciosamente en su primer artículo sobre el tema. Pese a que pensamos, desde nuestra subjetividad, que nuestros recuerdos más antiguos son auténticos, es decir, recuerdos de la infancia, la más mínima investigación que hagamos sobre ellos nos permite vislumbrar fácilmente que son en realidad recuerdos sobre la infancia, es decir, totalmente reconstruidos nachträglich, en función de los movimientos afectivos, los intereses, las exigencias del presente, al servicio siempre de mantener defensivamente una forma de homeostasis de nuestro psiquismo. A menudo nuestros recuerdos más vívidos de la primera infancia no son otra cosa que construcciones en torno a lo que nos han narrado nuestros familiares acerca de nuestros primeros años, tal como lo es el recuerdo infantil más vívido de Piaget, el de haber sido secuestrado cuando era un bebé de cuna, un verdadero recuerdo encubridor en el sentido psicoanalítico, que hemos analizado en forma detallada en una publicación anterior (27). A través de su análisis, y contrariamente a lo que pensaba Piaget, se comprueba la enorme convergencia existente entre su concepción de la memoria y la temporalidad y las teorizaciones psicoanalíticas freudianas.
Pero este hecho de construir nuestros recuerdos en función de lo que oímos sobre nosotros mismos, no resulta nada extraño, si simplemente pensamos que en todo momento, en toda situación vital, no dejamos nunca de deformar nuestros recuerdos en función de complejos fenómenos vinculados a nuestro narcisismo, a nuestra necesidad de ser reconocidos, de existir para otro, etcétera. Tomemos cualquier ejemplo, incluso el más nimio: recordar tan sólo la escena del desayuno familiar de la mañana. Al evocarlo no sólo vemos la imagen de los protagonistas de la escena como los vería una cámara fotográfica como fotos fijas, o una cámara cinematográfica como un traveling en movimiento de dichos protagonistas. También nos vemos a nosotros mismos en la escena, por más insignificante que ésta sea, lo que sería imposible si somos la cámara externa que fotografía o filma. Porque psicológicamente, no podemos dejar de vernos en los ojos de los otros, en la otredad, por motivos puramente narcisísticos. Veo al otro, pero también me veo a mí mismo, desde el otro, me miro en sus ojos, me veo en su mirada. Miro y soy mirado como un proceso único, inseparable, donde sujeto cognoscente y objeto de conocimiento, tal como Piaget lo ha estudiado hasta el cansancio en los procesos cognoscitivos, se van constituyendo simultáneamente. Por ello en cada situación que vivimos en relación con un otro, la más simple y cotidiana, ya estamos construyendo un recuerdo deformado, modificado, que nos aleja totalmente de ser una aséptica cámara, fija o móvil, para incluirnos siempre imaginariamente en la escena, por acción de la imaginación creadora, de la fantasía (del fantasma) y vernos a nosotros mismos desde la perspectiva múltiple de todos los personajes intervenientes. A partir de esa deformación narcisista, tan necesaria como inevitable, es que se construyen nuestros recuerdos cotidianos, y se deforman también en su misma constitución fundante, a partir de nuestra dimensión de sujetos deseantes.
Por ello, sólo se podría hablar de la existencia de ciertos recuerdos de la infancia, y no sobre la infancia, cuando no estamos presentes en nuestro recuerdo, cuando no nos percibimos a nosotros mismos "actuando" en nuestro pasado. Pero esos recuerdos "más puros", o tal vez un poco "menos contaminados" por nuestro narcisismo, son bastante pocos en términos estadísticos, casi inexistentes. Nos resulta muy difícil no ser los protagonistas absolutos de nuestro pasado más lejano, en el que siempre estamos incluidos, en una inevitable deformación narcisista de los recuerdos infantiles. Por ello la definición misma de "recuerdo encubridor" implica una escena en donde nos percibimos visualmente como niños en una escena del pasado, a menudo interactuando con otros.
No resulta extraño entonces que, en su Psicopatología de la vida cotidiana, publicada en 1901, Freud haya llegado a afirmar contundentemente que:
Así desde distintos lados se nos impone esta conjetura: de esos recuerdos de infancia que se llaman los más tempranos no poseemos la huella mnémica real y efectiva, sino una elaboración posterior de ella, una elaboración que acaso experimentó los influjos de múltiples poderes psíquicos posteriores. Por lo tanto, los recuerdos de infancia de los individuos llegan con total universalidad a adquirir el significado de unos recuerdos encubridores, y de este modo cobran notable analogía con los recuerdos de infancia de los pueblos, consignados en sagas y mitos" (28)
No dudo que Piaget se hubiera extrañado que esa afirmación proviniera de la pluma de Freud, pero resulta más que probable que, en términos generales, la hubiera podido suscribir.
VI) Temporalidad y "futuro perfecto": El "nachträglichkeit" freudiano y el "après-coup" lacaniano. Algunas consideraciones y convergencias desde la gramática y la lingüística
"La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado".
J. Lacan (29)He mencionado en lo que precede la importancia sin igual del concepto freudiano de nachträglichkeit (30), que atraviesa toda su conceptualización, pudiendo servir como un eje organizador de las diferentes dimensiones del Psicoanálisis (epistemológica, teórica, clínica, psicopatológica, técnica, ética), todo lo que necesitaría de desarrollos específicos que mucho nos alejarían del propósito del presente ensayo. Esta noción de resignificación se halla presente como esencial dentro de muchas ciencias sociales, pese a no haber sido tan claramente conceptualizado como lo está en el picoanálisis. Ello aporta, por una parte, confirmaciones mutuas para distintas teorizaciones en ciencias sociales; pero aún más, la "importación" propositiva del concepto freudiano antes citado, teniendo en cuenta todos los complejos matices que tiene en su "lugar de producción teórica" (por llamarlo de algún modo) podría ser de gran ayuda para otras disciplinas, a pesar de los "impuestos" de importación que sean necesarios abonar para efectuar dichas transacciones.
Nos permitiremos retomar una cita de Borges, que ya hemos tenido ocasión de utilizar en otro artículo. Decía el gran autor argentino, hablando de los libros, que releer es aún más importante que leer ya que: "Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra" (31). Esta misma idea puede ser aplicable a la dimensión de la temporalidad psicoanalítica en la clínica.
Igualmente, como hemos podido apreciarlo en la concepción piagetiana de memoria en el niño, sucede lo mismo, en función de los progresos intelectuales de éste. En su lenguaje diríamos que cada vez que se evoca algo, que emerge un recuerdo-imagen, lo que se evoca es un esquema, y no un modelo perceptual, esquema que es reinterpretado en función de las posibilidades presentes en las estructuras cognoscitivas.
En términos psicoanalíticos (32) diríamos, de modo bastante convergente, que cada vez que nos asomamos a nuestro pasado, que lo "releemos" desde las significaciones del presente, va cambiando en sus modulaciones y en sus matices, al igual que en sus efectos sobre nuestro presente y nuestro futuro. Es posible así estar reescribiendo, y también reinscribiendo, en la medida que siempre estamos reinterpretando nuestra novela familiar, aquélla que siempre nos contamos a modo de una historia oficial para justificarnos ante nuestros propios ojos de nuestras limitaciones o fracasos. Hablamos pues de escritura y de inscripción, dos problemas esenciales también para las "ciencias del lenguaje", como veremos a continuación.
El concepto que nos ocupa puede llegar a constituir, en el Psicoanálisis como disciplina, una de las vías primordiales para reflexionar sobre el tema de la memoria, el olvido y el recuerdo, en la medida que se trata de una dimensión estrechamente vinculada a la acción del fantasma y de la estructura deseante, otro de los tantos temas que, por su especificidad y complejidad, no pretendemos desarrollar ahora.
El término nachträglichkeit, concepto esencial en el pensamiento y en la obra freudiana, y eje estructurante de la misma, había pasado desapercibido en su especificidad y significaciones durante largas décadas en el movimiento psicoanalítico, ya que era traducido indistintamente, sin ningún rigor, como si se tratara de un término descriptivo y no de un concepto (así como de una categoría epistemológica). Fue necesaria la exégesis efectuada por Lacan del texto de Freud para que se develara esta dimensión temporal esencialmente psicoanalítica y su importancia. Como es bien sabido la traducción francesa del término nachträglichkeit, propuesta por Lacan, es el après-coup, comúnmente empleada en los ensayos psicoanalíticos, aun en los de habla castellana que, ¡oh, colonialismo cultural!, suelen introducir a nuestra bella lengua frecuentes e innecesarios galicismos.
En este concepto, como decíamos, está presente la temporalidad primordial del psicoanálisis que une el pasado a las expectativas de futuro, en torno a resignificaciones siempre cambiantes, efectuadas desde un presente. Desde esa perspectiva, el pasado no se "recupera", en forma definitiva, en una supuesta "verdad objetiva" sino que se construye y se constituye todo el tiempo, en interpretaciones renovadas de los "datos" de ese pasado. Esta temporalidad compleja, que liga las tres dimensiones del tiempo al movimiento deseante, tal como lo expresaba Freud en su metáfora del collar, ha estado bastante obturada por las concepciones de temporalidad lineal finalista a que antes aludíamos (33).
He tenido ocasión de referirme en otro lugar (34), a la necesidad que tenemos de hablar de una "doble temporalidad" para el psicoanálisis, en la que se articularían permanentemente ambas perspectivas, en forma compleja, debiendo ponerse el acento sobre la dimensión del nachträglichkeit, pese a no desplazar totalmente la temporalidad más tradicional y "lineal", en especial en cuanto a ciertos efectos del pasado y a un posible núcleo de "verdad objetiva" de ese pasado y de los recuerdos, que no debe ser despreciado (35).
Esa concepción de temporalidad más lineal es la que se halla presente en el "sentido común" general. No resulta extraño encontrarla, por lo tanto, en un cúmulo de autores. La ejemplificaremos, en dicho nivel elemental, a través de las palabras de ese maravilloso poeta del arte cinematográfico, recientemente desaparecido: Andrei Tarkovski. Resulta asombroso que, con sólo siete largometrajes, haya dejado una huella profunda e imperecedera en la historia del cine, redescubriendo el estricto sentido del lenguaje cinematográfico. Decía este realizador, en una entrevista, lo que sigue: "La infancia determina toda la vida del ser humano, en especial si éste tiene ulteriormente una relación con el arte, con problemas internos, psicológicos" (36).
Pero es preciso dar un salto hacia Lacan, en torno al problema del après-coup, que nos permita profundizar estas reflexiones. Oigamos sus propias palabras:
Me identifico en el lenguaje, pero sólo perdiéndome en él como un objeto. Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser (37).
La conceptualización efectuada por Lacan del nachträglichkeit freudiano nos introduce de lleno, como lo acabamos de ver en la cita de ese autor, en el orden del lenguaje y, también, en algunas consideraciones de tipo gramatical que, aunque muy obvias, no dejan de resultar sumamente interesantes.
Lacan habla en su texto del tiempo verbal que en francés se conoce como "futur antérieur" (futuro anterior) del verbo ser: habré sido, que se opone al "futur simple" (futuro simple): seré. La nomenclatura castellana, tal como ha sido propuesta por la Real Academia es la siguiente: futuro perfecto y futuro imperfecto. Algunos autores (por ej., J. Roca-Pons) prefieren hablar de verbos perfectivos e imperfectivos, mientras que ese tiempo es conocido en la clásica obra del filólogo y gramático venezolano Andrés Bello (1781-1865) (quien marcó profundamente la gramática de muchos países latinoamericanos), como antefuturo. Son frecuentes en los traductores de Lacan y en sus seguidores los galicismos que proponen para el castellano la noción de "futuro anterior", así como en muchos jóvenes lacanianos de habla castellana, no siempre respetuosos de las especificidades y riquezas de nuestro propio idioma.
Más allá de esas delimitaciones, nos interesa una breve reflexión sobre ese tiempo del verbo. En mi formación primaria, en la que todavía se hablaba en términos de la gramática más tradicional, nos enseñaban que en las partes de una oración, el verbo tenía que ver siempre con la acción. No sabíamos en aquel entonces que las bases constitutivas de la enseñanza eran, finalmente, las clásicas categorías aristotélicas que seguían impregnando tantos campos del conocimiento: sustantivo=sustancia, adjetivo=cualidad, verbo=acción, la oración como expresión de un juicio, etcétera. No pretendemos hacer un análisis de ese "futuro perfecto" desde la gramática estructural o de la gramática generativa y transformacional de Chomsky, lo que superaría nuestras actuales posibilidades.
El lingüista Pierre Guiraud, desde una gramática más tradicional nos recuerda que la acción puede ser considerada tanto con relación al tiempo (pasado, presente, futuro) como al aspecto (otra categoría lingüística muy polémica), según esté cumplida o en vías de cumplimiento (comienzo, duración, repetición, etcétera). Se habla habitualmente en gramática de tiempos absolutos (donde la acción se expresa en una sola dimensión del tiempo) o relativos (donde dicha acción concierne a varias dimensiones del tiempo simultáneamente).
Todo ello resulta significativo para nuestro punto en análisis ya que la misma idea de futuro "perfecto" o "imperfecto" está cargada de curiosas connotaciones. ¿Lo "perfecto" tiene que ver entonces, gramaticalmente, con acciones no acabadas en el tiempo? El futuro perfecto se suele entender como expresión de que la idea significada por el verbo está cumplida con anterioridad a otra acción que no se ha cumplido aún. Si parafraseamos la idea de "futuro del pasado", que se emplea comúnmente para el modo condicional (o pospretérito, para Bello), podríamos hablar para el futuro perfecto de pasado del futuro, línea que no deja de ser sumamente sugerente para el tema del nachträglichkeit freudiano.
De eso se trataría precisamente en la conjugación futura habré sido: de una acción o hecho en el pasado que tiene que esperar a que algo en el futuro la resignifique, le dé nueva existencia, la reinscriba o reescriba para poder emerger y existir. Con otra formulación se podría decir que algo del futuro debe "apresar" un elemento del pasado para que éste pueda adquirir una existencia significativa.
No estaríamos lejos, por lo menos en la especificidad del punto, de la forma en que un filósofo como Heidegger se refería al tiempo: en su formulación sobre la temporalidad, hacía referencia a que ésta se temporaliza como un futuro que va al pasado viniendo al presente.
Debemos agregar ahora, para terminar estas digresiones en torno a ciertas convergencias con las ciencias del lenguaje, un plano más estrictamente lingüístico. Podemos apreciar, en este nivel, que la significación, a diferencia del significado (del signo saussuriano), es procesal y nunca preexistente y predeterminada. Se trata de algo eternamente cambiante, siempre un siendo podríamos decir, como bien lo expresaba el literato y ensayista Noé Jitrik, al mostrar que los textos producen significaciones, mientras que no tienen "significado". Para él la significación sería más bien el fruto de un proceso (38).
Esta línea nos retrotrae directamente a todo lo que hemos planteado anteriormente en torno al a posteriori y a sus complejas dimensiones temporales, al nachträglichkeit, no en vano traducido también como "resignificación", acepción española de resonancias claramente lingüísticas donde, a nuestro entender, adquiere su sentido más pleno.
No podemos dudar de la importancia que concede Jitrik a la significación, en especial cuando comprobamos que una de sus poesías, lleva precisamente ese nombre. En uno de sus versos, en una bellísima metáfora, la caracteriza de la siguiente manera:
y la locura
emerge en la forma de su sueño
en el espacio de su forma en la
significación que es como
el batir de alas de la palabra que se expande (39)Si hablamos entonces de la significación como de un proceso, siguiendo a Jitrik, nos encontramos inmediata e inevitablemente sumergidos en la dimensión del tiempo, como antes lo decíamos, ya que no puede existir un proceso que no remita a esa dimensión esencial. Y el tiempo, precisamente, constituyó una preocupación central del padre fundante de la lingüística, Ferdinand de Saussure, quien introdujo en las ciencias sociales, desde la primera década de este siglo, la reflexión sobre la sincronía y la diacronía, problemática que atraviesa todos sus cursos (40). Como nos lo recuerdan Ducrot y Todorov: "Saussure es, sin duda, el primero que reinvindicó explícitamente la autonomía de la investigación sincrónica" (41).
"Toda significación es tiempo", nos dice otro famoso poeta y lingüista, también muy vinculado al Psicoanálisis. Me refiero a Tomás Segovia, esforzado traductor de los Escritos de Lacan al castellano. Analiza en un interesante artículo (42), las diferencias radicales existentes entre las "ciencias objetivas" y las "ciencias de la interpretación". En el discurso de las primeras se parte siempre de "hechos brutos", que no tienen significación en sí mismos, adquiriéndola por medio de los postulados, la axiomática, la teoría y los métodos de la propia ciencia. Sólo en el interior de una teoría, nos dice, los hechos observados, clasificados, analizados, etcétera, adquirirán una significación. El recorrido en este caso sería de la no significación a la significación. En las ciencias interpretativas o conjeturales (a veces llamadas humanas o históricas) se procede siempre de la significación a la significación, lo que ha dado a estas disciplinas su carácter dudoso, desde una perspectiva estrictamente "científica". Y éste sería sin duda un punto extremadamente polémico en relación con Piaget y con su concepción y clasificación de ciencia, pero no incursionaremos ahora en estos registros tan polémicos.
Vale la pena transcribir un párrafo del artículo mencionado de T. Segovia:
en la significación, concebida como pensamiento de las totalidades, lo que sucede es que la significación -casi podríamos decir- es tiempo [...]. Pero el tiempo por definición es lo irrecuperable. Entonces podemos decir que ni la síntesis ni el análisis son tiempo. Aunque tal vez la síntesis contiene al tiempo, de todos modos no lo es, mientras que en la exploración de una totalidad, que es interpretativa, en el pleno sentido hegeliano de la palabra, y que es circular, en esta exploración, toda significación es tiempo (43).
Destacamos estas ideas de "circularidad de las interpretaciones", frente a la "linealidad de las ciencias objetivas" ya que nos parecen esenciales. En ellas se expresa el conflicto entre la concepción tradicional de ciencia y todo la dimensión de las disciplinas hermenéuticas, problema de graves consecuencias. Concuerdo con Segovia cuando sale de esa supuesta disyuntiva mostrando que, frente a lo circular o lo lineal, se necesita una tercera alternativa: "un movimiento de ida y vuelta", que para él se encuentra en el psicoanálisis freudiano. Y tal vez aún más expresamente, agregaría yo, en el concepto de nachträglichkeit que venimos desarrollando.
Recordaba Raymundo Mier cómo en todas las lenguas existen recursos para señalar el tiempo, mientras se preguntaba sobre la forma de organización de dicha dimensión temporal, en el ámbito lingüístico. El método organizador, decía, siempre tiene que ver con la ordenación a través del presente. "El solo acto de tomar la palabra frente a otro (presente o imaginario) está delimitando la frontera de un presente que tendrá que ser reconocido y asumido por el interlocutor como punto inequívoco de referencia" (44). Este punto es esencial porque conlleva la idea de "acto", al asumirse la palabra, siempre desde la dimensión presente. Ha sido Benveniste que ha denominado "enunciación" a ese "acto" y a sus condiciones, en donde se establece una interrelación entre la lengua (el código) y la enunciación. Agregaba este autor: "La enunciación es este poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización" (45).
Y todo esto, circularmente, nos evoca nuevamente el pensamiento de Piaget, por un lado, en torno a la importancia del presente para toda memoria de evocación y reconstitución, pero también, el del joven neurólogo Freud con quien hemos empezado este trabajo (el pasado de nuestro ensayo, podríamos decir, en muchos sentidos), en torno a la palabra y al recuerdo, entendidos como representaciones complejas, a la que corresponden complicados procesos asociativos para su enunciación o evocación.
Terminaremos entonces estas consideraciones recordando una hermosa frase extraída de un texto temprano de André Green, que nos muestra cómo debemos entender el trabajo clínico psicoanalítico a partir del concepto freudiano del nachträglichkeit: "No es el niño quien esclarece al adulto, es el adulto quien esclarece al niño que habla en el adulto que escuchamos" (46). No sería difícil extrapolar esta extraordinaria cita y parafrasearla en términos de las estructuras cognoscitivas recibiendo, posiblemente, la total aprobación de Jean Piaget.
VII) Algunas conclusiones
Queremos regresar, en estas breves conclusiones, al centro de la temática del evento que nos convoca. Me refiero a los espejismos reduccionistas que, como mencioné al principio, suelen ser muy frecuentes si no percibimos los límites profundos de todo saber (uni)disciplinario, frente a la complejidad y opacidad del entramado de la realidad humana que pretendemos investigar. El ser humano es simultáneamente, y desde su mismo nacimiento, un sujeto biológico, psíquico y social, y la articulación entre esos complejos niveles o dimensiones de análisis está lejos de ser lineal y sencilla, cayéndose fácilmente en lecturas reduccionistas de los otros registros que interactúan, provocando múltiples efectos (47).
Por ello, la imprescindible necesidad del trabajo interdisciplinario, en sus distintas modalidades, desde la simple acumulación de puntos de vista disciplinarios, la multi o pluri disciplinariedad, hasta las formas más complejas, y aún poco alcanzadas, de transdisciplinariedad. En otros términos, la importancia sin igual de las miradas multirreferenciales y de intentar encontrar en el trabajo conjunto complementariedades con otras disciplinas (la complementariedad multirreferencial que he propuesto).
Para nuestra temática actual tendríamos que reflexionar acerca de las grandes convergencias temáticas que hemos podido mencionar en nuestras aproximaciones al tema de la memoria y la temporalidad. En el presente artículo: de la psicología y epistemología genéticas con el psicoanálisis, con la gramática y la lingüística, e incluso con hallazgos recientes de la biología del cerebro. En nuestro artículo anterior: también con corrientes o ramas de la sociología, la filosofía, la historia, las teorías cognoscitivas estadounidenses y rusas, etcétera.
¿Esas convergencias servirán tan sólo para alegrarnos al reafirmarnos, parcialmente, en la justeza de nuestras investigaciones disciplinarias en torno a la memoria, entendida como objeto empírico? ¿No será posible ir más lejos que esto a partir de preguntas que cada disciplina puede formularle, desde su propio marco conceptual y la especificidad de sus investigaciones, a las demás disciplinas?
No desconocemos, y mucho hemos insistido al respecto, que esos marcos conceptuales suponen un objeto de estudio teórico "memoria" diferente. No se estudia la misma "memoria" en cada una de las disciplinas citadas. Pero no sería imposible que las "cartas abiertas", de disciplina a disciplina, cual urgentes llamados, permitieran abrir importantes vías de investigación que la labor interdisciplinaria podría abordar de manera ejemplar. Desde luego, si se consigue crear equipos respetuosos del saber disciplinario fronterizo, que acepte los límites de todo saber y no pretenda realizar los típicos y cotidianos "colonialismos imperialistas" en que todos incurrimos, de intentar dominar por la burla y el desprecio los campos vecinos con las verdades propias, convertidas en mortífera "Verdad", con mayúscula, a modo de una inmutable categoría filosófica.
Veamos solamente algunos ejemplos, en forma rápida y esquemática, a efectos de abrir zonas de problematización.
Desde el psicoanálisis resulta una obviedad total lo que mencionaré, y cualquier persona desprejuiciada lo puede comprobar en sí misma, en forma cotidiana: muchos "olvidos" tienen una clara causa afectiva. Olvidamos algo o perdemos un objeto, por una razón afectiva inconsciente que concierne a una persona, por ejemplo, o más bien a lo que esa persona nos produce, la forma en que nos afecta. Es común así "perder" un objeto cualquiera y luego de no encontrarlo en ninguna parte, pese a una búsqueda sistemática, resignarse a haberlo perdido para siempre. Hasta que un buen día, por motivos aparentemente misteriosos, vamos con gran precisión a un lugar (que ya habíamos revisado) y encontramos el objeto perdido. Como si siempre hubiéramos "sabido" donde estaba pero una represión, que bloquea nuestro "saber consciente" nos impidió conectarnos con ese saber inconsciente. Esos motivos lejos de ser misteriosos pueden ser fácilmente investigados y explicados, y siempre remiten a heridas en nuestro narcisismo (al confrontarse nuestro Yo con el Ideal del Yo, lo que la realidad nos demuestra que somos versus lo que desearíamos ser o creemos ilusoriamente ser). El objeto puede evocarnos esa herida, o estar conectado asociativamente con una persona determinada en quien no queremos pensar en ese momento por provocarnos ese cuestionamiento interno. Freud lo ha investigado y demostrado con gran claridad en su Psicopatología de la vida cotidiana, de 1901. Su discípulo V. Tausk, en un breve pero jugoso artículo de 1913 (48), profundizó dicho análisis en términos de narcisismo y de la desaparición de la represión cuando emerge una "recompensa" al yo herido que funciona como compensación de la herida recibida o de la devaluación vivida.
A partir de estos descubrimientos y teorizaciones totalmente banales para el psicoanálisis, ¿no podríamos hacer algunas preguntas a los campos vecinos? ¿Qué significaría para los impulsos electroquímicos del cerebro y las sinapsis neuronales, la presencia de esta represión? Como es posible que, pudiendo "evocarse" un recuerdo, al no estar dañada la vía y el recorrido de ese impulso nervioso, algo lo detenga, algo impida transitoriamente la facilitación de esa vía. ¿Cómo entender neurológicamente, o químicamente a partir de la acción o inhibición de ciertos neurotransmisores, la presencia de este fenómeno psíquico: la represión (por motivos afectivos), que tiene claras repercusiones anátomo-fisiológicas, al punto de impedir la evocación de ese recuerdo, de impedir momentáneamente la conexión de zonas corticales, de "archivos", que, en otro momento, puede ser lograda? ¿Las enzimas responsables, en el nivel bioquímico, de cambiar la estructura de los receptores y facilitar el paso de las corrientes eléctricas a través de las sinapsis, responden a fenómenos "afectivos" del ser humano, a sus conflictos inconscientes, bloqueándose por ellos su acción? Desde luego no sería nada extraño, pero tenemos que poder entender y explicar el cómo.. Por otra parte, ¿qué significa que los recuerdos queden "archivados" transitoriamente en el hipocampo, hasta ser procesados y enviados como paquete informativo a las zonas definitivas de archivo, la corteza cerebral, fragmentados en base con criterios organizativos muy específicos? ¿Qué determina que eso suceda de esa manera, en un momento determinado, que haya demoras para algunos recuerdos, y olvidos para otros, que haya tiempos diferentes para ese mecanismo de transferencia a un almacenamiento más permanente, enviándose las señales electroquímicas a la corteza cerebral? Se dice que la enfermedad de Alzheimer supone un autoataque del propio sistema inmunológico del cuerpo, bajando el nivel de acetilcolina (ACH) y aumentando el de la proteína llamada betamiloide, provocándose así en forma masiva la muerte de sistemas neuronales. Para entender este y otros fenómenos semejantes, que también pueden ocurrir en un sujeto joven y no sólo en un anciano, ¿podrá prescindirse de entender al sujeto como un todo, influyendo en él toda la dimensión afectiva de su sentido vital en el mundo, de su estructura como sujeto deseante, como sujeto del inconsciente? ¿No le será útil a un biólogo del cerebro, en este sucinto ejemplo, aun sin llegar a las profundidades de las teorías psicoanalíticas, saber algo en torno a los mecanismos de la memoria y aquéllos que provocan la represión de ciertos recuerdos, tal como son conceptualizados por el psicoanálisis? Incluso saber cómo se teoriza en el ser humano la compleja interacción de pulsión de vida pulsión de muerte, para dar cuenta de porqué algunos sujetos se aferran a la vida, pese a padecer de enfermedades orgánicas mortales, mientras que otros mueren demasiado fácilmente, como "deseando" morir, sin que las causas objetivas lo expliquen cabalmente.
A la inversa, ¿puede un psicoanalista ignorar que el hipocampo, o las vías que a él conducen, pueden ser dañados por traumatismos o accidentes, y que con ello un sujeto perdería la memoria a corto plazo, quedando totalmente desorientado en tiempo y espacio, sin que esto se apuntale en la presencia de represiones o de conflictos inconscientes en el sentido psicoanalítico? ¿Puede ignorar el curso del envejecimiento que supone perder primeramente la memoria a corto plazo, depositada provisoriamente en el sistema límbico, para luego ir perdiendo también neuronas de grandes zonas de la corteza, y con ello la memoria a largo plazo? En el caso de ignorar esas verdades banales de otras disciplinas correrá el peligro, muy habitual, de tomar como represiones defensivas, ante conflictos inconscientes, lo que no son sino manifestaciones de una involución biológica motivada por el proceso de envejecimiento o de diversas enfermedades orgánicas del cerebro. Hemos tenido ocasión de trabajar todos estos reduccionismos del mundo psicoanalítico en relación con la evolución intelectual, tal como es entendida por la psicología genética, en artículos anteriores. Es bastante habitual que un psicoanalista, no formado en el estudio de la psicología genética, interprete como represiones en el niño, desde una óptica del adulto, niveles o elementos que todavía no están genéticamente constituidos (temporalidad, conservación, etcétera) mostrando simplemente toda su ignorancia. En relación con la memoria, tal como pudimos observarlo en las tres grandes categorías evolutivas de memoria, y los diez subniveles que propone Piaget, pasaría lo mismo. Sería un grave disparate interpretarle a un niño muy pequeño, claramente ubicado en una memoria de recognición, antes de emerger la función simbólica, en términos de un olvido por represión, concerniente a la memoria de evocación, y por tanto a otra etapa evolutiva de sus estructuras cognoscitivas, aún no alcanzadas. Y sin embargo, en el mundo psicoanalítico esas cosas suceden cotidianamente, y pueden leerse en la bibliografía especializada de reputados psicoanalistas, revelando tan sólo un profundo desconocimiento de los logros y avances de las disciplinas vecinas.
Pero, en su contraparte, ese saber neurológico a que antes aludíamos no explica, no podría hacerlo, un fenómeno psíquico afectivo esencial, que sólo la comprensión de la estructuración del sujeto psíquico, de su mundo vincular, puede explicar en términos de intersubjetividad. ¿Por qué el anciano, o el enfermo cerebral (por ejemplo, de Alzheimer) se refugia en los recuerdos de, o sobre, la infancia, en sus primeros recuerdos? (49). La explicación no es seguramente neurológica, ni neurofisiológica, ni neuroquímica, pese a haber fuertes repercusiones o manifestaciones en esos campos, en formas de expresión de ese complejo problema de la relación mente-cuerpo (frente al que varios milenios de reflexiones filosóficas, y siglos de investigación científica, no han sabido dar explicaciones definitivas). La respuesta seguramente tiene que ver con una profunda regresión psíquica narcisística (afectiva) a los únicos momentos o reductos en los que el sujeto encontraba seguridad psíquica, como niño protegido, amparado, no teniendo que responder a las exigencias de la vida, a las responsabilidades adultas a las que ya no puede enfrentarse como anciano o como enfermo, por su incapacidad o invalidez. Y sobre todo esto el psicoanálisis como disciplina tiene mucho que aportar a los campos vecinos del saber. Al igual que, desde una óptica muy diferente, la psicología genética, dando razón a por qué se desestructuran los niveles más tardíos regresándose a una etapa más nuclear, genéticamente hablando, de más sólida estructuración y homeostasis.
Decían Piaget e Inhelder que nada permitía distinguir una evocación reconstituida de una rememoración propiamente dicha, ni una falsa rememoración de una evocación correcta, ni un falso recuerdo de uno verdadero (50). No son entonces sus valiosos e imprescindibles aportes sobre la memoria los que darán respuesta a esta pregunta o a esta distinción. Pero la teoría psicoanalítica tiene desde donde responder a ello a partir de sus conceptualizaciones sobre el deseo, sobre el inconsciente, sobre el conflicto, sobre las ilusiones y las creencias con las que alimentamos nuestro narcisismo para poder valorarnos antes nuestros propios ojos, etcétera.
Hemos tenido ocasión de discutir detenidamente en otro lado (51) un problema que no retomaremos ahora sino como rápida mención recordatoria. Desde nuestro punto de vista, y mientras Piaget y la Escuela de Ginebra trabajaron sobre sujetos epistémicos, durante largas décadas, pudieron prescindir casi totalmente del psicoanálisis. Pensamos que la tendencia actual de sus discípulos de pasar de la psicología genética a la psicología del desarrollo, y de un sujeto epistémico a un sujeto psíquico individual y concreto, tornará paulatinamente ineludible las confrontaciones con las conceptualizaciones del psicoanálisis, que nos hablan de lo que le sucede a ese sujeto, entendido holísticamente como sujeto deseante y como sujeto escindido, donde vida afectiva y vida intelectual se combinan, emergiendo obstáculos concretos vinculados a la acción de los conflictos inconscientes inherentes a todo ser humano particular.
No son sino pocos ejemplos, totalmente obvio y elementales, pero creo que nos obligan a pensar que un trabajo de equipos interdisciplinarios, que busquen trascender la simple acumulación de puntos de vista, puede ser trascendente. Se trata de abrir espacios donde cada disciplina pueda cuestionar a otra vecina, fronteriza, desde su lugar y su forma de leer la compleja realidad. Si en vez de defendernos salvajemente ante las preguntas muy cuestionadoras de otras disciplinas, desvalorizando a quienes las formulan, las utilizáramos para investigaciones más precisas, para correcciones mutuas, para rectificaciones y ratificaciones, nuestras disciplinas podrían realmente avanzar en un esfuerzo mancomunado.
No desconozco las dificultades inherentes a estas ilusiones. En un artículo anterior de carácter epistemológico he intentado mostrar, partiendo de las reflexiones de J. Hamburger, los grandes problemas que se abren para ello. A partir de un ejemplo concreto, este gran epistemólogo de la biología concluía mostrando los graves efectos de lo que denominaba cesura (discontinuidad radical e irresoluble entre resultados). Esa discontinuidad entre resultados existía en el análisis del rechazo corporal a un injerto al ser estudiado en escalas diferentes. La conclusión general es que los factores de rechazo son tan numerosos y tan variados que quizá nunca se obtenga una coincidencia adecuada entre los resultados obtenidos, en el nivel biológico, con una escala microscópica y otra macroscópica. Decía Hamburger: "Es que no nos acercamos al objeto por caminos del todo convergentes. Los haces de luz de métodos que trabajan en escala diferentes no se encuentran forzosamente en una descripción del todo homogénea y completa del objeto" (52).
Si un mismo problema biológico, tan claro y tan bien delimitado, pero estudiado con distintas escalas, aportaba esa discontinuidad, me preguntaba yo mismo en ese artículo: "¿Qué pasará con los haces de luz de intentos multirreferenciales y complementaristas entre diversos órdenes de la realidad, discursos totalmente heterogéneos, escalas diferentes, objetos irreconciliables, métodos diversos, etcétera?", para arribar a la conclusión de que: "Podemos suponer por lo tanto, sin temor a equivocarnos, que el camino será aún largo, muy largo..." (53)
Pero los seres humanos, y también los investigadores, no podemos vivir sin utopías, que no son sino una forma de creencia y de ilusión. Las mías son éstas: la de pensar que en las próximas décadas ese respetuoso trabajo interdisciplinario se convertirá en moneda corriente de todas las investigaciones que se realicen. Y de que, mayor utopía aún, todavía podré alcanzar a ver los inicios de esa labor y disfrutarlos.
Es tiempo de terminar este trabajo, que ya se ha alargado en demasía para desventura de los que deban escucharlo y/o leerlo. No podemos dejar, para ello, de volver a la dimensión del Tiempo. Lo haremos, como se podrá apreciar, desde muchos lugares simultáneos. Nuestro primer epígrafe fue del gran escritor de nuestra lengua Jorge Luis Borges. A él retornaremos para cerrar, utilizando su poema "Final de año", que antecede a dicho epígrafe en más de medio siglo. Nos vemos pues arrastrados, en un cierto sentido, por el pasado; en realidad, ha sido el poeta quien se dejó arrastrar por su propio pasado. Pero un pasado que fue modificado por el presente en la medida que Borges corrigió este poema, publicado inicialmente en 1923, para la edición de su compendio de su Obra Poética, agregándole el verso final que citaremos, que antes no figuraba y que tanta importancia tiene, psicoanalíticamente hablando, al dar cuenta de la estructura deseante de todo ser humano.
Estamos pues nuevamente frente a una manifestación del nachträglichkeit, resignificando al viejo Borges, el pasado desde un presente, pero también mostrando la continuidad que siempre une a esas dimensiones temporales, lo que también le permite reconocerse a través del joven Borges de entonces y prolongarlo. Como no podía ser de otra manera este poema también tiene que ver, en su mismo contenido, con el Tiempo. Estos son entonces sus versos finales:
La causa verdadera
es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo;
es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares,
de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito,
perdure algo en nosotros:
inmóvil,
algo que no encontró lo que buscaba.(54)Notas
(1) El presente ensayo fue escrito para el 29º Simposio Anual, de carácter internacional, de la Jean Piaget Society, titulado Desarrollo del conocimiento. Espejismos reduccionistas, realizado en México, DF, entre el 1º y el 5 de junio de 1999, para ser presentado dentro de una Simposia que propuse al comité organizador del Congreso, organicé y coordiné con el nombre de Piaget y el Psicoanálisis. Convergencias y divergencias. En esa Mesa intervinieron además, presentando ponencias, mis colegas Guillermo Delahanty y María del Carmen Pardo. Sólo fue posible leer un breve resumen del presente ensayo, dada su extensión. Por lo tanto es ésta la primera vez que se pone a consideración el texto completo que fue escrito
(2) J. L. Borges, en Waldermar Verdugo-Fuentes: En voz de Borges, p. 53.
(3) M. Duras: Destruir dice, p. 76.
(4) Figura muy compleja, de gran importancia histórica para las vicisitudes del movimiento psicoanalítico, tal como lo ha desarrollado nuestro colega Guillermo Delahanty en su ponencia a este Congreso, dentro de la Simposia a mi cargo.
(5) Recordemos al respecto una afirmación de Freud: "El que comparte nuestros puntos de vista pertenece por este mero hecho a nuestra escuela, sin ninguna ceremonia especial de admisión", en Correspondencia Sigmund Freud - Oskar Pfister 1909-1939, p. 25.
(6) J. Piaget, entrevistado por R. I. Evans, en el libro de este autor, Jean Piaget. El hombre y sus ideas, p. 44.
(7) Cf., nuestro ensayo "De aduanas y fronteras", cuyas reflexiones anteceden a las presentes, siendo reforzadas, amplificadas y complementadas por la presente ponencia. Intentaré, en la medida de lo posible, no retomar aspectos allí analizados sobre el tema que nos ocupa, especialmente la discusión de las convergencias temáticas sobre la temporalidad en diferentes disciplinas (historia, sociología, psicología cognoscitiva, etcétera). La excepción estará constituida por algunos contenidos provenientes de la gramática y la lingüística, así como menciones a investigaciones actuales sobre biología del cerebro, que no habían sido abordados en ese artículo, a cuya lectura remito al interesado.
(8) Cf., entre otros, mis artículos "Psicoanálisis y complementariedad multirreferencial: reflexiones epistemológicas" (1989) y "Complementariedad multirreferencial y formas de interdisciplinariedad: problemas y encrucijadas" (1995).
(9) Concepto que bien puede ser leído, como lo hace inteligentemente el prologuista del libro E. Stengel, en su edición anglosajona, como el "hermano menor del aparato psíquico", mostrando la gran la continuidad existente en Freud entre su período "neurológico" y su período "psicoanalítico".
(10) S. Freud, La afasia (1891). Estamos citando en este momento a partir del fragmento traducido en sus Obras completas por J. L.Etcheverry, vol. XIV, pp.207-8 y 211-2, pero también citaremos otros fragmentos de la traducción del libro completo, efectuada por Ramón Alcalde, para la editorial Nueva Visión.
(11) Ibíd., de edición completa del libro, p. 71.
(12) K. H. Pribram y M. M. Gill, El Proyecto de Freud. Una introducción a la teoría cognoscitiva y la neuropsicología contemporáneas (1976).
(13) J. Piaget, Biología y conocimiento (1967), p. 172.
(14) J. Piaget y B. Inhelder¸ Memoria e inteligencia (1968), p. 3.
(15) Ibíd., p. VI.
(16) Cf., J. Perrés: "Freud y Piaget: notas sobre la escuela de Ginebra pospiagetiana y el psicoanálisis".
(17) J. Piaget, en R. E. Evans, op.cit., p. 45.
(18) Ibíd., p .8, subrayado de mi responsabilidad.
(19) S. Ramírez: Infancia es destino, p. 19, cursivas en el original.
(20) S. Freud, "El creador literario y el fantaseo", p. 130.
(21) S. Freud, carta a Wilhelm Fliess del 6/12/1896, p. 218, cursivas en el original.
(22) S. Le Poulichet, op .cit., pp..22-23
(23) S. Freud: "Proyecto de psicología (1895), vol.1, p. 403, las primeras cursivas son de nuestra responsabilidad, mientras que las segundas estaban en el original..
(24) S. Freud, La interpretación de los sueños (1899), p.532, cursiva en el original.
(25) Es preciso acotar sin embargo, en descarga de Piaget, que es posible encontrar algunas afirmaciones fuertes de Freud en el sentido de la conservación general de lo que se formó anímicamente e incluso (lo que es más discutible) de su posibilidad eventual de evocación. Las encontramos, por ejemplo, en su gran obra de la línea antropológico-social El malestar en la cultura (p.69 y ss.), pero pueden ser relativamente válidas si se las interpreta en relación a otra forma de temporalidad, la del inconsciente sistémico, donde el tiempo no pasa, y los efectos de esa memoria inconsciente pueden ser incesantes para el sujeto a lo largo de su vida. Pero sólo este punto daría para un extenso ensayo tan complejo como polémico. No podemos sino aplazarlo por ahora, manteniéndonos en niveles menos especializados.
(26) J. Piaget, entrevistado por J .C .Bringuier, en Conversaciones con Piaget, p. 209.
(27) J. Perrés, "De aduanas y fronteras", op .cit.
(28) S. Freud¸ Psicopatología de la vida cotidiana, p. 52, la cursiva es de nuestra responsabilidad.
(29) J. Lacan: Los escritos técnicos de Freud (1953), (el Seminario de Jacques Lacan. Libro I), p. 27.
(30) Nachträglich en su forma adjetiva y/o adverbial, nachträglichkeit, en su forma sustantiva.
(31) J. L. Borges: Conferencia sobre "El libro", en Borges, oral.
(32) Desde luego, por ser éste un congreso piagetiano, no estoy pretendiendo traer a la discusión los complejos aportes del pensamiento psicoanalítico más contemporáneo, sobre esta temática, que necesitarían por sí solas de extensos desarrollos, poco pertinentes en el presente contexto. Remito al interesado a obras como la citada de S. Le Poulichet, en donde encontrará reflexiones psicoanalíticas muy significativas sobre dos tipos de tiempo: el que pasa y el que no pasa. Porque efectivamente "los procesos inconscientes dejan a los acontecimientos psíquicos en la insistencia de lo que no cesa (así ocurre, por ejemplo, con los verbos pulsionales, que no cesan de conjugar una vida volviéndose en todos los sentidos sin devenir, nunca pasados. En este tiempo que no pasa se realizan, en efecto, acontecimientos que no cesan [...] acontecimientos que no terminan, que no tienen término y que no devienen pasados, pero que no por ello permanecen inmóviles e idénticos", op .cit., p. 45.
(33) Y tambien por ciertas formulaciones poco felices del propio Freud como, por ejemplo, la noción de "llenado de lagunas mnémicas", peligrosamente mecánica.
(34) J. Perrés: El nacimiento del Psicoanálisis. Apuntes críticos para unadelimitación epistemológica.
(35) Véase para este punto, la discusión que entablo sobre las relaciones entre realidad psíquica y realidad material, en mi ensayo: "La problemática de la realidad en la obra de Freud: sus repercusiones teóricas y epistemológicas" (1989).
(36) A. Tarkovski, en entrevista concedida a D. Balivo: "El cine como poesía", p. 16.
(37) J. Lacan: "Función y campo de la palabra" (1953), en Escritos I, p. 288.
(38) N. Jitrik: Temas de teoría, p. 17.
(39) N. Jitrik: Díscola cruz del sur ¡Guíame!, p. 118, el subryado es de nuestra responsabilidad.
(40) Veáse, en su ya clásica obra, Curso de lingüística general, la reiterada presencia de la temporalidad, en sus distintas facetas, como problema teórico.
(41) O. Ducrot y T. Todorov: Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, p. 167.
(42) T. Segovia: "Significación y Psicoanálisis" (que constituyó inicialmente una ponencia).
(43) Ibid., p. 122.
(44) R. Mier: Introducción al análisis de textos, p. 20; no se ha retomado el subrayado del autor que abarca todo el párrafo citado
(45) E. Benveniste: "El aparato formal de la enunciación" (1970), en Problemas de lingüistica general, Tomo II (1974).
(46) A. Green, "El psicoanálisis ante la oposición de la historia y la estructura", p. 14.
(47) Cf., mi reciente ensayo sobre este tema titulado: "La categoría de subjetividad, sus aporías y encrucijadas: apuntes para una reflexión teórico-epistemológica" (1998).
(48) V. Tausk: "Desvalorización del motivo de la represión por recompensa" (1913).
(49) Todos los psiquiatras conocen muy bien, en el plano fenomenológico, los trastornos de la memoria en la demencia senil. Por ej., leemos en el Tratado de Psiquiatría de H. Ey y colaboradores: "La regresión mnésica de la evocación se hace de lo más reciente a lo más antiguo, de lo más frágil a lo más sólido. Son los recuerdos infantiles, o los que poseen una fuerte carga emotiva, los que resisten más este olvido" (p. 892).
(50) J. Piaget y B. Inhelder, Memoria e inteligencia, p.359.
(51) Cf., J. Perrés: "Freud y Piaget: notas sobre la escuela de Ginebra....", op. cit.
(52) J. Hamburger: Los límites del conocimiento, p. 54.
(53) J. Perrés: "Complementariedad multirreferencial y formas...", op. cit., p. 295.
(54) J. L .Borges, de "Fervor de Buenos Aires" (1923), en Obra poética 1923-1977, Alianza / Emecé, Madrid, 2a. edición ampliada, 1981, p. 43. [Compárese esta versión del poema con la que se publicó en sus Obras Completas 1923-1972 (Tomo I), Emecé, Buenos Aires, 15a. impresión, 1985, p. 30. No es improbable, tampoco, que la primer versión del poema, en su publicación original, también haya sido distinta...]
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