Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Obras Completas de Don Luis de Góngora en CD
Hector Piccoli

Ediciones Nueva Hëlade, editorial especializada en la publicación electrónica de grandes obras de consulta (Freud Total 1.0), acaba de lanzar -en el marco de una proyectada serie sobre el barroco- las obras completas de uno de los más grandes y controvertidos poetas de todos los tiempos en lengua castellana.

Las siguientes son las características fundamentales del título:

1. se trata de una edición revisada y anotada. Las notas incluyen, por ejemplo en el caso de los sonetos y las letrillas, comparaciones verso a verso de las variantes en las principales ediciones de Góngora conocidas: las que proceden de Foulché-Delbosc y, en última instancia del manuscrito Chacón, por un lado, y las que –fundamentalmente a través de la edición de Alfonso de Castro (Biblioteca de Autores Españoles)– reconocen otras fuentes (Rivas Tafur, Pellicer, Hoces, Faria, etc.). La revisión incluye un restablecimiento de la puntuación de la totalidad de la obra poética y dramática;

2. un diccionario etimológico, lexical, enciclopédico y mitológico gongorino. Contiene más de 2.700 entradas; las etimologías latinas y griegas con fuentes (tipos de letra) específicas, las árabes transliteradas; la reproducción de las partes sustanciales del artículo de Covarrubias (1611) y/o del Diccionario de Autoridades correspondiente a cada término (con grafía y caracteres antiguos); indicación clásica de las acepciones; indicaciones de los siglos en que se documenta cada una; ejemplos de Góngora respecto a cada acepción, siguiendo básicamente al léxico de Alemany y Selfa. A este diccionario se accede simplemente haciendo clic sobre una palabra, aunque también puede convocárselo como herramienta independiente;

3. las partes sustanciales de los comentarios de García Salcedo Coronel (siglo XVII) a los sonetos y a las Soledades, asociadas al propio aparato de notas, también con grafía y caracteres antiguos;

[diccionario y notas corporizan en hipertexto el ‹espesor barroco›, merced a un doble juego de contrastes –subrayado por la grafía–: Covarrubias / indicación actual de acepciones y etimologías; Salcedo Coronel / notas actuales a los poemas.]

4. una galería de reproducciones de pinturas y esculturas, de la antigüedad, el clasicismo y el barroco, que ilustran –en su mayoría– los artículos mitológicos del diccionario;

5. potentísimas funciones de navegación y búsqueda, que posibilitarán al investigador, no sólo un acabado manejo de los operadores booleanos, sino también filtrar las consultas por fecha, tipo de composición, etc.;

6. lectura escogida de ciertos poemas, por voces masculinas y femeninas;

7. composiciones y fragmentos musicales sobre textos de Góngora: interpretaciones de Paco Ibáñez y de la mezzosoprano Graciela Mozzoni (acompañada al piano y arpa por músicas argentinas).

Dado el interés literario e informático del título, que retoma los temas siempre actuales de la polémica secular entre los gongoristas, reproducimos aquí el Prólogo del curador de la edición, Héctor A. Piccoli.

Sobre la presente edición

dedicada a Bernardo Alemany y Selfa

a. Propósitos e integración

La presente publicación en CD-ROM se propone como una herramienta de lectura, investigación y consulta sobre el conjunto de textos considerado tradicionalmente la ‹obra completa› de don Luis de Góngora (cfr. Ayuda, Introducción, Concepto del presente libro electrónico). De carácter no erudito, se dirige fundamentalmente a dos tipos de público: 1. el del investigador (críticos, académicos, docentes de literatura, etc.) o del poeta cuyo campo de acción es el trabajo con el tenor de la poesía de Góngora; 2. el del lector medio y el estudiante –futuro hispanista, sea o no hispanohablante–, que necesita aviarse de una serie de recursos para abordarla.

Si es verdad que «el barroco es especialmente apto para un despliegue o presentación hipertextual» (Oehrlein), una edición electrónica de estas características lo demuestra de varias maneras: abriendo nuevos caminos a la lectura (cuando simplemente no la facilita, es decir, suaviza la anfractuosidad de los existentes) gracias a sus posibilidades de navegación, permitiendo el hallazgo instantáneo de expresiones complejas mediante las funciones de búsqueda, y poniendo en manos del lector dos instrumentos auxiliares: el diccionario gongorino y el aparato de notas. Ambos están construidos –aquél en su totalidad, éste en los sonetos y las Soledades– como un discurso a dos voces:

Don Sebastián de Covarrubias Horozco

Portada de las «Soledades» de D. Luis de Góngora,
comentadas por D. García de Salcedo Coronel (1644 - 1648)

la de Covarrubias (o Autoridades) y la de Salcedo Coronel, es decir, una voz epocal, concurriendo en cada caso –diccionario y notas respectivamente– con la nuestra propia, con la voz actual. Este juego de proximidades y lejanías no sólo hace patente el ‹espesor› del barroco, sino figura nuestra relación paradójica con la palabra de Góngora, su ajenidad y su pertenencia, su transparencia y opacidad, su presencia a la vez flagrante y recóndita.

El diccionario gongorino reconoce una deuda fundamental: con el Vocabulario de las obras de D. Luis de Góngora y Argote, de Bernardo Alemany y Selfa; a él hemos seguido sobre todo en la elección de los ejemplos, y él nos ha asistido en la aclaración de innúmeros lugares de difícil interpretación. Se trata de una obra a nuestro entender injustamente valorada, insustituible para el abordaje de Góngora, de la que han abrevado otras de la talla de la Enciclopedia del Idioma de Martín Alonso, en no pequeña medida (cfr. infra [c] Unas palabras sobre la dedicatoria).

Nuestro diccionario, con todo, hace una elección inicial distinta de la del Vocabulario: no pretende dar cuenta de todas las palabras, sacrifica la exhaustividad (por lo menos en esta primera edición), y parte de un corpus de algo más de 2.700 vocablos de la obra poética y dramática, integrado por: a. aquéllos que están lo suficientemente extrañados del lenguaje, como para inducir al lector medio a ‹buscarlos en el diccionario› (sean arcaísmos, cultismos fonéticos o de acepción, etc.); b. los nombres propios, con especial consideración de los que corresponden al fabulario grecolatino (el carácter mitológico del nombre está realzado por un cambio de color en la ventana). Repárese en que, aunque excepcionalmente figure un término de otra sección –incluido por alguna razón especial–, y aunque más de una acepción pueda estar ilustrada con ejemplos procedentes de la obra atribuible, o incluso del epistolario, las entradas del diccionario gongorino proceden básicamente de la obra poética y dramática considerada auténtica desde Foulché-Delbosc (cfr. infra [b] Nuestra versión del texto). Conscientes de la falibilidad de los criterios de determinación de (a), creemos no obstante haber aprehendido en lo esencial el vocabulario ‹problemático›, como para brindar un importante apoyo a la lectura. Los trabajos de Dámaso Alonso han sido en este sentido una valiosa referencia, sobre todo en lo que se refiere al inventario de los cultismos: además de haber pasado los términos escogidos por el tamiz de sus listados, indicamos cuáles fueron considerados por él cultismos (con la abreviatura en azul: cult.); si se trata de un cultismo de acepción (por medio de la anteposición del asterisco: *cult.) y si se trata de un término afectado por censuras o parodias literarias del siglo XVII (mediante el ícono J). Una lista de términos señalados como cultismos por el gran gongorista y no incluidos en la presente edición, se incluye entre los apéndices. La abreviatura latin. señala los vocablos utilizados como latinismos que registra Alemany en su Prólogo.

Como contrapartida de la reducción del número total de entradas y en aras precisamente de ese ‹espesor› mentado más arriba, el diccionario gongorino presenta las siguientes particularidades:

* indicación de la etimología (factor fundamental para la lectura de Góngora que, sin embargo, no incluye Alemany), incluso de gran parte de los nombres propios. En la mayoría de los casos de etimología controvertida, se privilegia la señalada por Corominas en su Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico (Gredos, 1991). Los vocablos latinos y griegos se reproducen con tipos de letra específicos, los árabes transliterados, modificando el sistema de transliteración de Corominas en lo siguiente:

macron ( ): tachado (ej. a );

punto inferior ( • ): cursiva (ej. s );

circunflejo inferior ( ^ ): tachado, cursiva (ej. u ).

* toda vez que un término figura en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Covarrubias, se reproduce al comienzo de cada artículo, inmediatamente después de la indicación etimológica moderna, lo sustancial de lo dicho por este autor sobre él. La contigüidad temporal con Góngora (el Tesoro es de 1611, y sólo las adiciones de Noydens proceden del año 1674) explica que lo antepongamos al Diccionario de Autoridades (1726), acudiendo a éste únicamente cuando el vocablo está ausente del Tesoro, o cuando su contenido lo justifica de manera especial. El lector apreciará de inmediato el sentido de la superposición de ambas voces, de la aceptación de un cierto grado de redundancia, cuando no de una franca contradicción entre ellas, como es el caso de gran número de indicaciones etimológicas, en que la básicamente especulativa, deductiva de Covarrubias, se contrapone a la moderna documentación del término. Para acentuar este carácter contrapuntístico en la exposición de las acepciones, el texto de Covarrubias –como el de Salcedo Coronel en las notas– se reproduce con la grafía original y distinto tipo de letra; sólo hemos modernizado la acentuación y corregido, en todos aquellos lugares en que resultó posible, la ortografía de los términos griegos; los hebreos se reproducen únicamente transliterados. El Tesoro de Covarrubias, esa «obra grande y de erudición desaliñada» en la que «el papel es más que la razón» (según aquel lugar de Quevedo en la dedicatoria del Cuento de cuentos, citado por Martín de Riquer), pero también ese «trabajo despreciado solamente de nosotros por ser Español su autor, siendo venerado con digna estimación de todos los estrangeros» (según Salcedo en sus comentarios a la Soledad Segunda), está concebido en muchos lugares como lo que llamaríamos hoy una enciclopedia. Nuestro diccionario ha conservado de propósito una cierta dosis de esa desmesura: la reproducción del famoso artículo sobre el elefante es un claro ejemplo de ello;

* la indicación moderna de las acepciones no se reduce a las utilizadas por Góngora: agrega, entre llaves {}, todas las demás, correspondan o no a su época. Las frases y locuciones van precedidas por el signo ||. Toda vez que nos pareció especialmente pertinente (y nos resultó posible), añadimos información sobre los siglos en que la acepción del caso es válida, para una mejor apreciación del espectro semántico gongorino. En esta tarea nos fue de gran utilidad la mencionada Enciclopedia del Idioma de M. A., aunque encontramos muchas dataciones erróneas, al cotejar con T. L., Autor. y D. C. E. C. e H.. Cada acepción va en general acompañada –como dijimos– de un ejemplo de Alemany. El soporte electrónico nos ha permitido abreviar en mucho la longitud de las citas, dada la facilidad con que el lector puede hallarlas en la obra. En todos los casos hemos tratado de evitar caer en el error, tan común en el Vocabulario, de confundir metáfora con acepción, lo que no siempre resulta fácil (este reparo teórico, empero, en nada mengua su mérito, desde que no yerra en el objetivo fundamental, que es el de arrojar luz sobre el sentido);

* la pertenencia de un término a ciertos registros, jergas o códigos (cuyo empleo en el discurso barroco tanto recuerda el trabajo de taracea del emblema), le depara un tratamiento especial: el contenido de los artículos correspondientes a las voces de la cetrería –verdadero emblema ella misma, por otra parte, de la poesía de Góngora en su totalidad– es un buen ejemplo al respecto;

* vinculación a una galería de poco más de 200 reproducciones de obras plásticas de la antigüedad clásica y, en su mayoría, de los siglos XVI - XVII, que se propone ilustrar la mitología, mostrando a la vez en qué medida nutrió a la imaginería de la época;

Si, merced a la vinculación hipertextual con cada palabra de la ventana principal o de las notas (cfr. Ayuda, Componentes, Diccionario), puede considerarse que los artículos del diccionario gongorino funcionan en buena medida como esas acotaciones al texto que el libro impreso incluye en forma de notas finales o de pie de página, el aparato de notas propiamente dicho del CD, toma a su cargo todas aquellas observaciones a determinado poema o a sus partes, que no corresponden al orden estrictamente lexical. Aparte de los comentarios de Salcedo (en el caso de las notas a los sonetos y a las Soledades, reproducidos siempre en primer lugar), el lector encontrará aquí fundamentalmente variantes textuales, sea de los epígrafes, sea de versos en particular, presentes en las distintas fuentes consultadas, que mencionamos más abajo. Como en el caso del diccionario, hemos elegido en esta primera edición, privilegiar la densidad por sobre la exhaustividad: nos hemos así limitado a anotar (con alguna excepción) la obra poética considerada auténtica desde F. D., ofreciendo una mayor cantidad de variantes, y reservándonos la notas de las otras secciones para una edición posterior.

Ya en 1915, L. Sorrento (Canzoni e madrigali di Luis Gongora, citado por Alfonso Reyes en Reseña de estudios gongorinos, o. c.) se lamentaba de que los críticos no hubieran dado al comentario de Salcedo Coronel toda la importancia que en su opinión merecía. El espacio concedido por esta edición a la palabra de Salcedo por sobre la de otros comentaristas de la época, obedece a nuestra absoluta coincidencia con ese juicio.

Los registros de audio comprenden la lectura de una serie de fragmentos e interpretaciones musicales de los textos de Góngora. Agradecemos muy especialmente la gentileza de Paco Ibáñez, un juglar que supo como ninguno hallar la música consubstancial a los poemas e infundirles nueva vida en un siglo que ya parecía volver a olvidarlos; él y su sello discográfico han autorizado generosamente la reproducción de un fragmento de cada una de sus creaciones. La grabación de la obra de M. de Falla y de las dos de A. Vives por las destacadas intérpretes argentinas Graciela Mozzoni (mezzo-soprano), Gabriela Russo (arpa) y Norma Scarafía (piano), fue encargada por la editorial Nueva Hélade especialmente para este CD.

En los apartados de la Ayuda encontrará el lector una descripción de los componentes y funciones de la aplicación e indicaciones precisas para su aprovechamiento óptimo.

b. Nuestra versión del texto

«¿Acaso la puntuación, en aquel siglo, estaba fijada al modo como hoy la entendemos? ¿Y no es el primer deber de toda reedición respetable y respetuosa el jardinar la anarquía que entonces era tan manifiesta y tan incómoda, el ajustar las arbitrariedades de aquella puntuación que tanto afean los viejos textos?»

A. R.

Es indudable que la obra de Góngora fue, en principio, «una obra estragada hasta Foulché-Delbosc». Su hallazgo del manuscrito, perteneciente a la biblioteca del conde-duque de Olivares, se convirtió en el acontecimiento decisivo para la reconstrucción posterior. Así, el papel del ilustre hispanista respecto al ‹redescubrimiento› de Góngora por parte del siglo XX, nos recuerda al desempeñado, en cercanos años, por Norbert von Hellingrath respecto a Hölderlin en el mundo germanoparlante. De su colaboración con Foulché-Delbosc, da testimonio Alfonso Reyes con estas palabras: «A fines de este año [1916] y hasta el 1921, colaboré con R. Foulché-Delbosc para la publicación del ms. Chacón, publicación que él dirigía desde París y yo ejecutaba en Madrid, a vista del precioso códice. Conservo la correspondencia que ambos nos cambiábamos entonces…» (o. c., pág. 220). Creemos que la reproducción del prólogo a la edición de 1921 es la mejor manera, no sólo de desplegar ante los ojos del lector el horizonte de su significado histórico, sino de introducirlo al complejísimo conjunto de problemas concernientes al establecimiento e interpretación del texto gongorino.

Nuestra versión sigue en lo fundamental a Chacón (a través de F. D. y de una serie de ediciones posteriores) pero incorpora en múltiples lugares lecciones y enmiendas que reconocen diversas fuentes. De acuerdo con el fin instrumental y no erudito de la publicación, hemos procedido a una modernización general de la ortografía, con las excepciones mencionadas en la Advertencia. En el mismo espíritu, el aparato de notas se propone precisamente poner a disposición del lector las principales variantes, sobre todo de las ediciones modernas más conocidas. En este contexto, no creemos improcedente la siguiente dicotomía: ediciones que proceden de Foulché-Delbosc y, en última instancia del manuscrito Chacón, por un lado, y ediciones que –fundamentalmente a través de la de Alfonso de Castro (Biblioteca de Autores Españoles)– reconocen otras fuentes (Rivas Tafur, Pellicer, Hoces, Faria, etc.). Esto explica la preponderancia del nombre de Alfonso de Castro (A. d. C.) en la virtual comparación verso a verso de amplios sectores del poemario.

En la sección Advertencia sobre la ortografía, al tiempo que suministramos una lista de términos de localización eventualmente problemática, exponemos los criterios adoptados respecto a la normalización ortográfica, imprescindible para una edición electrónica de estas características. A un tema en particular, empero –especialmente complejo y determinante de la calidad del texto que se ofrece a la lectura–, queremos referirnos aquí por separado: el de la puntuación.

Los principales gongoristas de este siglo –esgrimiendo diversos argumentos– han incurrido, y siguen incurriendo, en un error fatal: confundiendo la puntuación con un sistema autónomo de notación gráfica, independiente de la realidad del uso, toman determinados signos (fundamentalmente la coma) por un instrumento de ‹parsing›, de análisis sintáctico. El resultado es desolador:

A. Reyes (de quien, con toda intención, escogimos el epígrafe del ítem):

«Erizo es, el zurrón, de la castaña;
y –entre el membrillo o verde o datilado–
de la manzana hipócrita, que engaña
–a lo pálido no–: a lo arrebolado;

A renglón seguido, el mismo Reyes: «Mi puntuación, cierto, es torturada, cuanto lo es la sintaxis de la estrofa. Creo que el empleo de guiones y comas, etc., se defiende solo. Puse, por ejemplo, ‹el zurrón› entre comas. Ello era indispensable para destacar el sujeto transpuesto.…» Esta curiosa idea de que la coma elimina anfibologías, ni se limita al sujeto, ni es privativa de Reyes. Veamos algunos ejemplos:

dos pobres, se aparecen, pescadores,
nudos al mar, de cáñamo, fiando.

(Millé y Giménez, Soledad Segunda, v. 35 - 36)

efectos, si no dulces, del concento
que, en las lucientes, de marfil, clavijas,

(Arturo Marasso, Soledad Primera, v. 345 - 346; el v. 345 está mal puntuado en todas las ediciones que hemos visto, ya que el sentido es: si no dulces efectos del concento etc.)

Tú, infestador, en nuestra Europa nuevo,
de las aves, nacido, aleto, donde

(Dámaso Alonso, Soledad Segunda, v. 772 -773)

cuando velera paloma,
alado, si no, bajel,

(J. M. de Cossío, «Cuatro o seis desnudos hombros…», v. 49 - 50)

Tus bordes beso, piloto,
ya que no tu quilla buzo,

(P. Henríquez Ureña, «La ciudad de Babilonia…», v. 249 -250)

a las, sostenidas, pilas
de alabastro, en pedestales,

(A. Carreira, «Ilustre ciudad famosa…», v. 47 - 48)

y, porque el aire, de abajo,
corría, pican apriesa.

(ídem, «Desde Sansueña a París…», v. 131 - 132)

La lista sería interminable. La hiperpuntuación, lejos de despejar ambigüedades –como pretende la fantasía de sus defensores–, resulta irremediablemente en una lectura espasmódica que, precisamente por su artificiosidad, lleva no pocas veces al lector a una confusión mayor que la que se pretendió aclarar. Que nadie tergiverse el sentido de nuestras palabras: no estamos desestimando a ninguno de los gongoristas citados; de todos hemos aprendido; todos, con sus explicaciones, nos han aclarado el sentido correcto de más de un lugar; estamos diciendo que no puede confundirse el eventual valor didascálico de determinado señalamiento sintáctico, con la puntuación de un texto poético. En todo caso: ¿por qué no aplicar el rigor erudito a la sintaxis mediante un sistema de notación gráfica que no interfiera en la práctica normal de la lectura, es decir, que no se superponga a los signos de puntuación? ¿Por qué no perfeccionar, para la marcación de incisos oracionales, de complejas secuencias subordinadas o estructuras hiperbáticas, un sistema con signos del tipo dobles dos puntos (::), como el creado por Méndez Plancarte para su edición de Sor Juana? (Este signo es utilizado también por Alberto Pérez Amador Adam en la edición crítica del «Primero Sueño,…», contenida en su bellísimo libro El precipicio de Faetón –aunque con criterios de puntuación distintos de los nuestros–).

Cómo se imbrica el problema de la puntuación con el de la mera interpretación, lo demuestra este lugar de Antonio Carreira, quien, precisamente en el ítem Puntuación de su –por lo demás, excelente– edición crítica de los Romances, nos dice: «Frente a la puntuación relajada que suele defenderse en la lírica, hemos optado, allí donde era conveniente, por una hiperpuntuación rigurosa, que en todo momento dejase claro cuál es nuestra manera de entender cada poema. Antes hemos dado ejemplos de dislates ocasionados por puntuación desastrada. Muchos más se podrían poner de indeseables anfibologías.…» Y, excusándose por ofrecer «variedad de casos, ya que constituyen la mejor demostración de cómo en estos poemas el riesgo de malentendido acecha por todas partes», transcribe el comienzo del romance Nº 90 en Ch.:

«La cithara que pendiente
muchos dias guardò vn sauce,
solicitadas sus cuerdas
de los zefiros süaues,
a Amarilis restituie,
que orillas de Manzanares
viste armiños, &c…»

Como le parece evidente que en este pasaje «el verbo restituie (v. 5) queda sin sujeto, o si se entiende que es la cíthara (v. I), queda sin complemento directo», quiere demostrarnos cómo «nuestra puntuación trata de restablecer la sintaxis y el sentido:

La cítara que pendiente
muchos días guardó, un sauce,
solicitadas sus cuerdas
de los céfiros süaves,
a Amarilis restituye,
que, orillas de Manzanares,
viste armiños, &c…»

Y añade: «En prosa: ‹Un sauce restituye la cítara que guardó muchos días pendiente (sus cuerdas, solicitadas de los céfiros suaves) a Amarilis, que, orillas de Manzanares, viste armiños, &c.›»

Pues bien, hemos de confesar que, admitiendo la posibilidad de la reconstrucción sintáctica propuesta, no nos parece que sea la única, ni tampoco la más verosímil: antes bien, ¿por qué no leer el verbo «restituir» como latinismo, con «cítara» como sujeto y «Amarilis» como complemento directo de la oración principal (lectura que, por otra parte, es también la que propone Alemany)?

La sobreestructuración del español por el latín es uno de los pilares de la poesía de Góngora; la extrema torsión sintáctica resultante, el rasgo más característico de semejante arquitectura: ¿no parece a priori una utopía pretender ‹ordenar› ese edificio, forzando el uso de comas, guiones y paréntesis?

«Estas que me dictó rimas sonoras,»

Ni pausas ni cambios de tono compulsivos pueden legítimamente alterar la sonoridad de ese dictado. Ningún argumento es válido (sea gramatical, filológico o histórico-literario), para ofrecer desmembrado a la lectura uno de los cuerpos poéticos más bellos de nuestra lengua. Y además:

«En orden a la recta puntuación no hai que añadir a lo que está tratado, notado y prevenido en varios Discursos y Epítomes orthográphicos a fin de saber quándo se debe usar de coma, de punto, de coma y punto, de dos puntos, y assí de otras señales, para la mejor inteligencia y divisiones de las palabras y cláusulas, de los períodos y oraciones: sólo se debe advertir, que assí como por la falta de la coma, punto, u otra división queda imperfecto lo escrito, y sin claridad en el sentido de lo que se desea explicar, también lo queda por el excesso, y demasiadas comas, y otras divisiones con que algunos suelen cortar las cláusulas, juzgando que con esso hacen más perceptibles y claros los significados, sucediendo tan al contrario, que los dexan sujetos a equivocaciones, y a veces dan motivo a otras confusiones y absurdos.» (Autor., Discurso Proemial, § I, Modo de puntuar…)

En cuanto a la ordenación cronológica, cuyos datos son naturalmente los que utiliza el filtro Tiempo de nuestro Bogador, sólo diremos que sigue la datación de Ch., indicando eventuales rectificaciones de F. D. o M. y G. entre corchetes. El siguiente pasaje de D. A., resume perfectamente el tema de la cronología en Góngora:

«Han fracasado casi todas las correcciones de fechas propuestas por Foulché-Delbosc en la edición de 1921. Cierto que atina en algún caso, como, por ejemplo, al retrotraer a 1589 el soneto Sacros, altos, dorados capiteles (de 1609, según el ms.), que, desde luego, no puede ser posterior a 1598. Pero se equivoca en la corrección más importante: hay una serie de doce composiciones de carácter cortesano (serias y jocosas) que el manuscrito asigna a 1603 y el hispanista francés a 1605. Pues bien: Artigas ha demostrado que el manuscrito tenía razón.

De las veintiocho fechas del manuscrito Chacón, alteradas por Foulché-Delbosc, han de descartarse, pues, doce. Admitiendo ocho correcciones más a las fechas de Chacón, propuestas todas por el Sr. Millé en su reciente edición de Obras completas de Góngora, resultan veinticuatro poesías en Chacón, cuya fecha era inexacta, contra un total de cuatrocientas veintitrés poesías contenidas en el manuscrito, es decir, aproximadamente un cinco y medio por ciento de errores. ¿Y qué errores? En un caso, de veinte años; en otro, de diez; en dos poesías, de tres años; en cuatro, de dos; en dieciséis, de sólo un año. Es decir, quitando la poesía en que la diferencia es de veinte años y otra en que es de diez (probablemente errores manuales), los otros casos de equivocación prueban mejor que nada (por la insignificancia del error mismo) la exactitud de la cronología de Chacón. (Pocos poetas de obra medianamente copiosa, podrían recordar con error menor de un año la fecha de sus poesías). Y sobre todo, un error de uno o dos años es en absoluto indiferente para el estudio de la variación de la lengua poética de Góngora a lo largo de su vida,…. Cierto que quedan otras poesías para las que no poseemos dato externo alguno que permita comprobar la fecha atribuida por Chacón. Sin embargo, el fracaso de muchas de las rectificaciones intentadas, la exactitud absoluta o con mínimo error de los datos de Chacón para otras poesías que, por causas externas, podemos nosotros fechar con entera precisión, la perfección del texto, la seguridad de las notas aclaratorias que a veces se intercalan, las protestas que el colector hace de su rigor crítico y de la colaboración del mismo Góngora, son causas suficientes para poder afirmar que la cronología atribuida en el manuscrito de que tratamos a las obras de Góngora es exacta en la mayor parte de los casos, aunque sea rectificable en alguno concreto.»

Dos abreviaturas han de tenerse especialmente en cuenta: Co, consultar, tiene el sentido de cfr. (confróntese), pero limitado a las entradas del diccionario; Bu, buscar, invita a emprender una búsqueda textual (" "). Como señalamos más arriba, la extrema facilidad con que se puede hallar cualquier expresión buscada, nos ha permitido abreviar considerablemente la longitud de las citas (intratextuales). En las citas de otros autores, hemos modificado algunas abreviaturas, adaptándolas a las del Registro que figura en el Prólogo.

Con algunas ediciones (parciales) importantes que no hemos podido ver al cierre de ésta, nos sentimos especialmente en deuda: esperamos poder saldarla a la brevedad, ampliando el aparato de notas de la presente.

b. Unas palabras sobre la dedicatoria

Alfonso Reyes y Dámaso Alonso se refieren a Alemany y su Vocabulario con menosprecio, evidentemente por razones más personales que literarias o filológicas:

Alfonso Reyes: «Progresan las generaciones, y si, como aseguran, el señor Alemany, padre, se opuso a que la Real Academia Española se asociara a la celebración del tricentenario gongorino, ‹por ser Góngora un escritor obsceno›, ahora el señor Alemany, hijo, nos hace olvidar aquel error y publica un vocabulario de Góngora que ha sido premiado por la Academia. Pero…» [en Boletín gongorino, Obras completas, tomo VII, pág. 248, F. C. E., México, 1981; los puntos suspensivos son del original]. Y más adelante, citando a Dámaso Alonso (Revista de Filología Española, Madrid, 1931): «Yo no hubiera escrito la anterior reseña, porque el libro de B. no merece tanta extensión en una revista científica, a no haber concurrido en su publicación circunstancias muy graves. Porque este libro ha sido premiado por la Academia Española e impreso a sus expensas. Porque, más aún, este libro sirvió de mérito a su autor al pretender la cátedra de latín que ha obtenido en la Universidad Central no hace aún mucho tiempo. Para la Academia Española, todos mis respetos. Ha dado días de gloria a las letras de España; los dará aún. Pero puesto que la Academia, por desidia [con c en la edición del F. C. E. –N. d. E.–] tal vez o dejadez, ha cometido un error gravísimo, no le queda más que una solución: anular el premio concedido, retirar la edición del Vocabulario. Para terminar, Alemany y Selfa se muestra en su libro como antigongorista furioso. Antigongoristas como éste no pueden preocupar mucho a los amigos de Góngora.»

Es difícil no sentirse tentado a interpretar la palabra «antigongorista» como un lapsus de Alonso: porque, si hemos de admitir que un autor que abunda en comentarios del tipo «Pésimo gusto llamar al castillo de Hero una casa de descalzos» es ‹antigongorino› (tal lo que parece haber querido decir Alonso), ¿no deberíamos admitir también (no habrá llegado finalmente la hora de admitir) que, gongorista aunque más no sea a pesar suyo, este supuesto ‹enemigo› prestó al gongorismo uno de los más meritorios servicios recibidos en sus casi cuatro siglos de existencia, dotando a los amigos de Góngora del instrumento más imprescindible para abordar su obra? Pues, a pesar de la importancia decisiva de las investigaciones de Alonso y Reyes –como de tantos otros gongoristas del siglo XX– para nuestra comprensión actual del poeta, lo cierto es que no existe hasta el momento, al menos en lo que se refiere a la sistematización del estudio lexical, obra que supere al Vocabulario de Alemany. No obstante, y aunque resulte increíble: ¡cuánta observación y nota a pie de página con pretensiones de originalidad no leemos aún hoy en trabajos ‹eruditos›, cuyos ‹aportes› fueron señalados por Alemany hace más de seis décadas! «Anular el premio…, retirar la edición del Vocabulario.», pedía Alonso… –No, por cierto: en pocas oportunidades un premio de la Academia debe haber estado mejor concedido; en menos aún, un estudioso haber sido más injustamente ignorado. Dedicando a su memoria esta primera edición electrónica de las obras completas de Góngora, hemos querido, modestamente, contribuir a la reparación de esta injusticia.

Héctor A. Piccoli.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 9 - Julio 1999
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