Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Tergiversaciones deliberadas de J. Lacan
Jorge Baños Orellana

Fragmento del capítulo 3 de "El escritorio de Lacan"

Pero es leyendo mal que hemos leído bien, a pesar de todo.

J. Lacan, "Juventud de Gide o la letra y el deseo"

 

En el n° 42, primavera de 1995, de la revista Uno por uno apareció la "Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos", un breve escrito de Lacan que buena parte de nosotros ignorábamos. Publicado en alemán en 193 y en francés en 195, llegaba, veinte años después, a nuestra lengua por gestiones de la Escuela Europea de Psicoanálisis (EEP), que lo recuperaba para su relato del ix Encuentro Internacional del Campo Freudiano que habría de realizarse en Buenos Aires en el invierno de 1996.

Como de costumbre, la oportunidad de acercarse a un texto desconocido de Lacan renovó la ocasión para el hallazgo y el riesgo. Para el hallazgo de nuevas enseñanzas acerca de la tarea del analista y para el riesgo de subinterpretarlo o sobreinterpretarlo. Aunque me apuro a aclarar que ninguno de estos dos riesgos de la lectura equivalen, necesariamente, a caminos seguros hacia el error. El alcance heurístico e inspirador de las sub y de las sobreinterpretaciones o, para reunirlas en una palabra, del misreading --como llama Harold Bloom a estas eventualidades (misreading se traduce como tergiversación o, más literalmente y resignando todo valor peyorativo, como mala-lectura)--, es un hecho largamente admitido en la actualidad. El mejor lector (el que consigue llevar más lejos las potencias de un texto) es frecuentemente el que lee del modo más sesgado y aun más "equivocado", escabullendo los hábitos más acostumbrados de la recepción e incluso burlando los cálculos previstos por las intenciones del autor. El mismo Bloom ofrece demostraciones muy convincentes de la hipótesis de que detrás de las grandes obras y de los autores decisivos se levanta siempre una escena de escritura hecha de negaciones y apropiaciones desviantes de la tradición instalada.1

Ahora bien, no es menos cierto que hay tradiciones difíciles de merecer, que hay textos que se elevan, a veces, a alturas a las que no conseguimos acompañarlos, y de los que se sacan, por eso, interpretaciones caprichosas, nacidas más de los giros del vértigo que de la subversión del genio. Baste pensar en Freud y en Lacan. Tanto uno como el otro generaron una legión de críticos incompetentes tentada por prematuros misreadings. Por muy superables que sean sus obras, entre los dos instauraron una nueva tradición cuyo acceso reclama competencias severas. No es poco aspirar a la recuperación de los sentidos que ellos procuraron dejar fijados.

¿Pero se puede seguir buscando el sentido o el significado de un texto? ¿Tiene algún porvenir el paradigma del Texto? A lo largo del siglo han ido cayéndose los grandes organizadores del pensamiento. Sucesivamente fueron anunciadas la muerte de Dios, más tarde la del Hombre y la de la Libertad, casi inmediatamente la del Autor, y, desde los 80, se insiste con enterrar el Texto y su correlato, la Interpretación (¡en el mencionado ix Encuentro, pareció que no se hablaba de otra cosa que de la declinación y el eclipse de la interpretación psicoanalítica!). ¿Podemos seguir preguntándonos, entonces, por el sentido de un texto y por su interpretación sin trastabillar en las respuestas irónicas de nuestro tiempo?

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La secesión de las lecturas

¿Hay Texto? ¿O el paradigma del texto no admite más adhesión, y sólo cabe reconocer que hay lecturas? Lecturas, diversas lecturas de un texto, todas igualmente admisibles. Infinitas lecturas que hacen estallar la ilusión de que el texto en sí mismo pueda decir algo y sirva de garante de algún sentido en particular.2

Ciertos autores, como Richard Rorty, admiten que hay lecturas más felices o más oportunas o más provechosas que otras, aunque sin dejar de subrayar que eso no las vuelve más cercanas a ningún sentido presuntamente verdadero del texto; en cualquier caso, todas disfrutan --gnoseológicamente hablando-- de iguales derechos, garantizados por la deriva sin fin de la significancia: todas igualmente admisibles e inadmisibles, fundadas e infundadas.3 Desde la otra vereda, en una disputa que lleva más de una década, Umberto Eco, entre otros, viene reclamando por una entidad más cierta para el paradigma del texto, intentando volver los ataques más radicalizados de la deconstrucción y el pragmatismo contra sí mismos. Se trata, desde luego, de una defensa "minimalista", restringida a aspectos esqueléticos de la anterior fe de la New Critic de los años cincuenta y del primer estructuralismo de los sesenta en la inmanencia del texto. Para ponerlo en una fórmula, sus defensores actuales se restringen a mantener separado lo innumerable de lo infinito. Vale decir, admiten abiertamente que un texto permita y aun aliente muchas lecturas, innumerables, incalculables lecturas; a lo que no se resignan es a conceder vía libre a cualquier lectura, a infinitas lecturas.4

Naturalmente, nadie pretende negar que se pueda leer cualquier cosa en un texto; la discusión se limita a si es o no legítimo sostener la existencia de ciertas fronteras de admisibilidad, las cuales haría falta cruzar para estar en condiciones de leer cualquier cosa. Fronteras que, cuando el lector las traspasa, abandona la disciplina de las «interpretaciones», para pasar a la sublevación de los «usos» del texto. Uno puede leer un escrito de Lacan como si fuera un largo fragmento presocrático, o el credo de un moralista del siglo xviii, o los versos en prosa de un poeta simbolista o un artículo irónico de Carnap para la revista Erkenntnis. Y es posible que algunos de estos ejercicios entreguen resultados promisorios: no se trata de endemoniar los usos (los misreadings), sino de convenir o no que de esa manera se imponen tergiversaciones de una violencia que escapa a la legalidad de lo que sería mejor diferenciar y reservar bajo el título de «interpretación». El paradigma esquelético del Texto, al suponer reglas (móviles) y fronteras (difusas) que acotan sus sentidos (innumerables), está preservando, hoy, la condición de posibilidad de su interpretación.

 

El texto perezoso

Lo que parece unánimemente expulsado es la idea clásica de la autonomía y la autosuficiencia, para la que el texto es un producto acabado, portador de un sentido único y definitivo. En su lugar, los partidarios que aún le quedan conciben al texto con una existencia potencial e inconclusa, como un dispositivo al que hay que poner en funcionamiento para que actualice sus efectos de sentido. Eco llega a calificarlo de "máquina perezosa": el texto como una máquina que únicamente entrega resultados si le toca un lector que sea capaz de detectar sus reglas y que esté dispuesto a seguirlas. Hay texto, pero no como producto sino como máquina; hay interpretación, pero no como certeza, sino que el sentido sólo se dibuja como línea de horizonte. "Un mensaje descifrado puede seguir siendo un enigma", dice Lacan en la "Introducción a la edición alemana".5

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Tal vez el ejercicio anterior, de atribuirle firmas anacrónicas a un texto Lacan, haya sido tomado por una simplificación didáctica excesiva. Paso, entonces, a otro de más aristas, el de la lectura del segundo y tercer párrafo de la "Introducción a la edición alemana", cuya plataforma deconstruccionista, en la metáfora del texto como tonel con fugas, parecería difícil de disimular:

El sentido del sentido de mi práctica se capta (Begriff) por el hecho de que se fugue: que hay que entender como de un tonel, no como un salir al escape.

Es por el hecho de que tenga fugas (en el sentido: tonel) que un discurso toma su sentido, esto es: por el hecho de que sus efectos sean imposibles de calcular.5

¿Lacan derridiano?

Este fragmento plantea una linda paradoja. Obsérvese que quienes sostienen que, como almacén de sentido, un texto no es más confiable que un tonel agujereado, se verán compelidos a admitir muy literalmente lo que Lacan escribe; haciendo suyas cada una de las frases entre paréntesis y aclaraciones anticipadas por los dos puntos puestas allí por los cuidados que Lacan se toma para que a sus lectores no se nos escape el sentido de su texto: la afirmación de que el sentido se escapa... ¡Y que se escapa fatalmente! No accidentalmente, no eventualmente, como puede fugarse un prisionero de una cárcel, sino fatalmente: se trata de una fuga estructural. No es el líquido el que se las ingenia para escapar, es el tonel que lo desaloja por los canales de sus juntas resquebrajadas y de las efracciones de su madera abombada. Nieto y bisnieto de prósperos vinagreros, Lacan estaba más que familiarizado con las enfermedades de los toneles.

¿Y que ocurre con "La introducción" y su puntuación implacable? ¿Queda el enunciado de estos dos párrafos invalidado por la transparente legibilidad de su propia escritura? No exactamente. No encuentro motivo para la objeción ni para la risa en que semejante contenido proposicional se presente con una envoltura tan prolija --aunque sí lo encontraría si, en lugar de la firma de Lacan, llevara la de un partidario enérgico de la deconstrucción...--, porque estoy convencido de que la interpretación de estos dos párrafos no puede dejar de reparar en el empleo que Lacan hace allí de las itálicas:

El sentido del sentido de mi práctica se capta ....

Este «mi» destacado señala la especificidad de un campo de aplicación. No se puede pasar por alto que su práctica (nuestra práctica) es la de interpretar al sujeto del discurso (al sujeto a través de su discurso) y no el discurso del sujeto. Se psicoanaliza el régimen de la autoría, no el del texto. La diferencia es decisiva. Tómese en cuenta que, por un lado, si los analistas no adhiriéramos, al menos en cierta medida, al paradigma mínimo del texto, si no acordáramos positivamente acerca de su estabilidad (parcial) y de la legalidad de sus límites (difusos), nos veríamos impedidos de focalizar los deslices de la lectura y de la escritura: el capítulo VI de Psicopatología de la vida cotidiana quedaría refutado por el imperio del agnosticismo sobre el sentido del sentido en la práctica psicoanalítica. Y que no es menos cierto que simultáneamente, por otro lado, adoptamos el paradigma de la fuga del sentido en la práctica analítica; de otra manera, toda la línea de reflexiones que siguieron a Análisis terminable e interminable de S. Freud quedaría sin lugar en nuestra biblioteca. Sin embargo, la coincidencia de la estabilidad y la fuga no vuelve al psicoanálisis contradictorio, porque no recae sobre lo mismo. La estabilidad de las fronteras del sentido, defendidas por el paradigma del texto, no compite ni detiene la dispersión del paradigma de la fuga del sentido en el sujeto. No se trata de dos aspectos contrastantes atribuidos a una misma cosa. El régimen del sentido de un análisis en curso no es ni podría ser idéntico al régimen del sentido de un texto; el cual, por mucho que se lo estudie en su movimiento con los discursos que emplazan su identidad, no deja de merecer, al menos en su dimensión temporal, el calificativo de texto acabado.

Es así, en primer lugar, por la razón elemental de que, en un psicoanálisis, la participación del interprete forma parte indisoluble de lo interpretado. Cuando un paciente realiza una lectura fallida del título de una novela, que quedó en el consultorio al alcance de su vista, o cuando recuerda de un modo disparatado la síntesis de su argumento, me siento autorizado a ensayar una interpretación, puesto que soy partidario del paradigma del texto (creo firmemente que el argumento de esa novela no es cualquier argumento); pero, ¿a qué responde el desvío de ese fallido de la lectura o la memoria? ¿a qué insistencia de lo que trajo, o a qué incidencia de lo que ha dicho o le he dicho o se prefirió callar? La novela testigo, en cambio, por más máquina perezosa e inacabada que sea, es, indudablemente, una máquina ya producida: por abierto que llegue a ser un texto, su lectura será siempre un enigma de recepción, nunca de coproducción; al menos, no de un modo tan incontestable como un análisis.

Además, ¿por qué la interpretación analítica y la interpretación textual habrían de ser del todo semejantes? ¿Por qué pretender un campo unificado del saber? En la primera reunión del seminario de Los Cuatro Conceptos Fundamentales, hay una ocurrencia oportuna para responder a este debate:

No hay ninguna necesidad de que el árbol de la ciencia tenga un solo tronco. No pienso que tenga muchos. Hay tal vez, según el modelo del primer capítulo del Génesis, dos diferentes.6

Todo sugiere que, en el Paraíso, los frutos del psicoanálisis y de la semiótica crecieron de árboles distintos.

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El texto en el diván

Consideremos una última objeción: ¿qué pasa cuando ese mismo paciente trae un texto cualquiera, incluso un libro entero, de su autoría? Pasará que, desde su mera mención hasta su lectura prolongada, el episodio quedará encuadrado (encuadernado) en la dinámica de la transferencia, que le otorgará al texto un valor enunciativo que es propio de su escena, mostrando algo de la verdad singular del sujeto, que es la única que cuenta en un análisis: la interpretación del analista será un uso del texto.

De la misma manera en que estamos alerta acerca de las reducciones al contexto con que la sociología suele aplastar lo propio de la literatura,7 sin acusarla necesariamente, por eso, de ser mala sociología; hay que admitir, lejos del reproche o la decepción, que lo que el psicoanálisis practica frente a la excusa del texto es una reducción al sujeto. Reducción que dejará de lado buena parte de las propiedades de ese texto en tanto objeto cultural (estratégicamente posicionado en la red social de los otros textos, géneros y estilos con los que se emparenta y diferencia); aunque haciendo la salvedad de que nunca puede anticiparse cuáles de ellas quedarán apartadas en cada caso, puesto que aunque el analista no se ocupa de interpretar el texto en sí mismo, tampoco es que deba buscar el sujeto del texto en marcas que le incumben exclusivamente al psicoanálisis, en regiones que sean su propiedad privada, como pudieran ser ciertas ecuaciones de la fantasmagoría infantil. Si eventualmente desecha ciertos aspectos y sobrestima otros, será por método: por docta ignorancia no por ignorancia a secas. Si la interpretación analítica puede abstenerse (hasta el silencio) de buscar la exhaustividad, será por cálculo, no por inadvertencia.

Claro que esta regla de misreading sistemático de los analistas tiene una sola y seria excepción: cuando no nos toca leer un texto en psicoanálisis, sino un texto de psicoanálisis; vale decir cuando no es el momento de hacer lectura psicoanalítica desde el sillón, sino cuando, sentados al escritorio, uno se vuelve lector del psicoanálisis.

 

Con la finalidad de probar la consistencia y subrayar las ventajas prácticas de tener presente esta oscilación de la vida de los analistas, entre la lectura de consultorio y la lectura de escritorio, la someteré a una doble prueba. (1) La prueba de intentar una lectura de escritorio (vale decir, una búsqueda de los sentidos del texto) de la "Introducción a la edición alemana" de Lacan; intento que --como se acaba de ver-- los enunciados de la propia "Introducción" parecen venir a desalentar desde su primera página. Y (2) la de señalar la vigencia de la lectura de escritorio en Jacques-Alain Miller y en la corriente lacaniana que preside (a la que actualmente estoy adherido). Digo que referirme a Miller o a los ámbitos del millerismo es una segunda prueba, porque si la cuestión del sentido en el sujeto fuera idéntica a la del sentido en el texto, entonces Miller no podría practicar --como veremos que lo hace-- sino solamente condenar, por ilusorios, los oficios de la lectura de escritorio. Es sabido que desde 1983, con "Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma", si no antes, su trabajo teórico apunta decididamente contra la concepción del psicoanálisis como una cura por la hermenéutica del sentido.8

En los últimos años, Miller probó arrinconar la práctica de la interpretación del sentido desde varios frentes: la descripción fenoménica ("el síntoma no parece relativo a un querer decir"),9 la historia del psicoanálisis ("el camino de Freud va del sentido al goce en el síntoma. (...) [Este] es el camino mismo, si se puede decir así, de la formación de la enseñanza de Lacan."),10 la gramatología ("El acento no debe ponerse en el hecho de que el inconsciente hable, sino en el hecho de que el inconsciente repite el Uno y nada más que el Uno, en el hecho de que el inconsciente cuenta. Parece un modo de significante, pero es el significante no considerado por sus efectos de sentido."),11 la lógica ("¿Es realmente posible para el síntoma juntar la referencia a lo real, Bedeutung,, y el calor semántico del Sinn? La cuestión es de la posibilidad lógica o conceptual de pensar un sentido en lo real"),12 y el libreto de un análisis ("Primero, hay sujeto supuesto saber, es decir un efecto de significación --el SsS está del lado del Sinn. A partir de ello, el sujeto se va hacia la Bedeutung, hacia el fantasma y supuestamente lo atraviesa.");13 deduciendo de todo ello largas consecuencias (v.gr.: "El objeto a es solamente la parte elaborada del goce, la parte fantasmática o semántica del goce. El objeto a es un falso real.")14.

Ni la concentración en la "Introducción a la edición alemana", ni la insistencia con el frente milleriano obedecerán, entonces, a un mero gusto por la paradoja; sino a la voluntad de responder las objeciones más serias que se levantan contra la idea de que el analista debe operar diferente cuando pasa del sillón al escritorio: de la práctica del psicoanálisis a su enseñanza.

Buenos Aires, enero 1998

Notas

1 Bloom, Harold [1975], A Map of Misreading, Oxford University Press, New York 1980. Para una breve introducción: Lentricchia, Frank [1880], Después de la Nueva Critica, Visor, Madrid, 1990; pp. 297-324; también: Alvarez de Morales Mercado, Cristina, Aproximación a la teoría poética de Harold Bloom, Univ. de Granada, Granada 1996.

2 Para un resumen del auge de la cuestión de la lectura en medio anglosajón: Freund, Elizabeth, The Return of the Reader: Reader-Response Criticism, Methuen, London 1987.

3 Cf. Rorty, Richard [1990], "El progreso pragmatista", incluido en Eco, Umberto [1992], Interpretación y sobreinterpretación, Cambridge University Press, Gran Bretaña 1995; pp. 96-118.

4 Cf. la última producción de U. Eco, desde Lector in fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo [1979], ed. Lumen, Barcelona 1981, hasta Seis paseos por los bosques narrativos [1994], ed. Lumen, Barcelona 1996; pasando por: Semiótica y filosofía del lenguaje [1984], ed. Lumen, Barcelona 1990; Los límites de la interpretación [1990], ed. Lumen, Barcelona 1992, e Interpretación y sobreinterpretación [1992], Cambridge University Press, Gran Bretaña 1995.

5 Lacan, Jacques, "Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos", rev. Uno por Uno, n°42, primavera 1995, ed. Latinoamericana, Buenos Aires; p. 9.

6 Lacan, Jacques [15-ene-1964], El Seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires 1987; p. 16-17.

7 Bourdieu, Pierre [1986], "Para una ciencia de las obras", incluido en su libro Razones prácticas: Sobre la teoría de la acción [1994], Anagrama, Barcelona 1997; pp. 53-73.

8 Para una introducción al tema, consúltese: López, Silvia, "El síntoma y su escenario de sentido", en aa.vv. La diversidad del síntoma, col. Orientación Lacaniana, Buenos Aires 1996; pp.69-76. Como ejemplo de sus detractores: Stoïanoff-Nénoff, Stoian [1996], Problemas cruciales para el psicoanálisis (Una lectura del Seminario xii de J. Lacan), Nueva Visón, Buenos Aires 1997; pp. 116-18.

9 Miller, Jacques-Alain, [21-23 feb 1997], "Los etcéteras del síntoma", rev. Pliegos n°5/6, 2da época, sept. 1997, Madrid; p. 9.

10 Id., [nov-dic 1996], "Seminario de Barcelona sobre Die Wege der Symptombildung", rev. Freudiana n°19, Barcelona 1997; p. 13.

11 Id., [10 my 1987], "Insignia", incluido en: Introducción al método psicoanalítico, Paidós, Buenos Aires 1997; p. 132.

12 Id., "Los etcéteras del síntoma", p. 10.

13 Id., "Seminario de Barcelona sobre Die Wege der Symptombildung", p. 26

14 Op. cit.; id.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 6 - Diciembre 1997
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