Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Un caso clínico
Gerardo R. Herreros

Hay muy pocas maneras de dar cuenta de la clínica que no sean la singularidad de un caso. Ejercicio imposible por donde se lo mire pero que en un intento de transmisión, los analistas no retrocedemos. Singularidad entonces cuya dificultad de transmisión se redobla ante los casos de difícil abordaje, en donde a la palabra tratamiento se le agrega el cauto "posible".

Marcela, de 26 años, es hija única. Su padre, policía, tiene 54 y su madre, de 61, es quien la acompaña siempre a las entrevistas. Las primeras, las realizó con otra terapeuta. De la Historia Clínica anterior, puedo extractar que en estas, Marcela se presenta "escuchando voces" que le dicen "yiro" o "puta"; además, a esto se le agrega insomnio ("por las voces que no la dejan dormir"), anorexia y abulia. Todo esto, dice ella que la terapeuta ya lo sabe ("robo del pensamiento", escribirá la psiquiatra). Por otra parte, la madre "confirma" todo lo que Marcela dice.

Luego de aproximadamente cinco entrevistas con la colega, en las que además es medicada con neurolépticos a bajas dosis, Marcela comienza a "mejorar" un poco, pero abandona el tratamiento. Después de dos meses, me consulta en la misma institución. La terapeuta me la había derivado.

El recorte efectuado en la presentación, abarca aproximadamente 6 meses y es pertinente aclarar que continuó con medicación neuroléptica indicada por mi, en relación al insomnio y al lugar lógico que ocupaban hace años "las pastillas".

Al comienzo, con gran pobreza en el lenguaje, las voces recrudecen "Me dicen yiro... Perdí todo, quiero empezar a trabajar después del tratamiento... Me dicen tantas cosas, no puedo dormir. Me quiero arrancar el estómago. Me da vergüenza mirar a la gente a la cara... Yo no pienso nada. Lo único que sé es que no puedo estar".

El episodio se desencadenó porque le gustaba un vecino que vivía o trabajaba con unos amigos en un taller, al lado de la casa de Marcela. El pasaba por la puerta, pero jamás le había hablado. Ella nunca salía. Cierto día se entera de que el muchacho es casado. Cuando lo sabe, inmediatamente le deja de gustar.

Desde allí, y sin poder dar cuenta de ello, pero con absoluta certeza, los amigos de él saben. Saben que a ella le gusta ("no sé porqué, si a mi no me gustaba más") y le dicen "puta", le dicen "yiro". Y esto se escucha, no se sabe desde donde, pero sobre todo a la noche. "Cuando me dicen eso, me revienta el alma. Yo no pienso en nada, quiero que me dejen tranquila. Es así y nada más".

Los ruidos de la casa adquieren significación: "son ellos". Golpean las paredes, le dicen a la gente que ella es un "yiro". Por eso no puede salir ni hacer ruidos. Le da vergüenza ver a la cara a la gente. Tiene miedo.

Sobre el desencadenante, Marcela no habla mucho; desde las primeras entrevistas, me dice todas las veces que no tiene nada que contar, que no hace nada, que no piensa nada: "Yo ya le conté todo, le conté absolutamente todo. No hay más nada. No pienso en nada, no hago nada. Todos los días son iguales".

El discurso de Marcela era monótono, sin inflexiones. Contaba su vida como si se tratara de otra persona. Decía, que no era común, que quería ser como TODO el mundo, pero en esto, no me era posible leer algo de la implicación subjetiva. No había angustia, solo esa "cristalización" del miedo que era lo único que la interrogaba y quería saber por qué. Si no le preguntaba, ella no hablaba, o se levanta para irse porque no tenía más que decir. Venía porque la traía su madre.

Por esto, se me hace necesario "interrogar", le pregunto por los detalles a partir de lo poco que dice, por su historia, por su miedo. Esto lo pienso desde dos lugares: por un lado, me planteé intentar que la "nada", significante cristalizado que se repetía constantemente, se pudiera transformar en discurso, articulándose con otros significantes. Intento de que se construyera una historia. Por otro lado, mi lugar se tornaba insoportable, ya que lo único que decía era que no tenía "nada que contar". Absolutamente Nada. Mis primeras preguntas sobre cuál o de quién era la demanda en juego comenzaron a presentarse.

De su historia anterior, tampoco hablaba demasiado. Nunca trabajó, hizo la primaria sin problemas. Sin ningún problema. Sin ningún hecho sobresaliente; perfectamente normal. "Casi no recuerdo nada. Sí, a partir del secundario". "Era un bagayo, una vaca, gorda y fea, con bigotes. No podía mirar a la gente a la cara. Tenía vergüenza. Yo quería ser común, como todo el mundo".

En la escuela secundaria, al parecer, una mirada sobre su sexualidad se hace presente. Una mirada que le devuelve que es un "bagayo", que define como fea, bigotuda, un asco, una escoria. Nadie podría fijarse en ella. Le pregunto por esto, si alguien le gustaba, y me cuenta que tuvo un novio con el que se pelearon, que no tuvo relaciones sexuales y aquí, nuevamente no me es posible situar nada más.

Con respecto a su novio y a los hombres en general, no decía "me gustaban, pero cómo se iban a fijar en mi"; sino que la lógica se invierte y responde "Cómo me iban a gustar si yo era un bagayo". Lo mismo ocurre con la masturbación "Yo no me masturbo, cómo me voy a masturbar si no me gusta nadie".

Es decir, en el punto en que algo de la sexualidad se manifiesta, el cuerpo aparece como algo horrendo ante la mirada del Otro, bajo la forma de ser un "bagayo", una vaca. "Me daba vergüenza ser una vaca" -Y con una literalidad asombrosa que me hacía preguntarme dónde estaba la metáfora, agregaba- "fui vegetariana siete meses porque me daban lástima las vacas". A partir de este episodio, y sin explicarlo, se pasa al turno nocturno (¿Para qué no la viesen?) y luego abandona el colegio cuando sólo le faltan dos materias para recibirse.

El relato del pasaje de turno con el posterior abandono de los estudios, mezclada con la vaga, imprecisa y fragmentaria referencia al novio, me hacen pensar en una probable crisis anterior, pero la lógica de lo acontecido en la secundaria, difiere de la consulta actual. La falta de miradas que la deseen, porque era un "bagayo", se transforma esta vez en las miradas de los amigos del que ahora sí le gusta, pero al precio de un retorno: las voces que le dicen "yiro". Son las voces que no ubica muy bien; ante el "¿de quién o quiénes son?" ella dice "Pueden ser ellos, deben ser ellos". En el pasaje del "pueden" al "deben", pienso en un intento restitutivo delirante.

Con respecto a su familia, Marcela cuenta: "Mi mamá se debe creer que tengo cinco años. Será porque yo hago todo lo que ella me dice". "Soy cómoda, vaga. A veces me gusta que ella haga todo; otras, me da bronca... Yo sé que estoy atada a ella... Dejo mucho que mi mamá me mande... Me aplasto ahí, dejo que ella decida por mi". "A veces se encapricha en que tengo que hacer lo que ella dice y no me queda otra".

"Mi papá, ahí está. El no tiene tiempo de estar en mi casa. Con todo lo que trabaja. Yo me acostumbré. El es policía. Toda la vida trabajó así. Siempre está cansado. Con lo que me pasa está preocupado". En sus relatos, su madre está siempre presente. De ella habla gran parte del tiempo. La acompaña siempre y no va a ningún lado sin ella. Su padre, lo que la psicología llama "un padre ausente" y de quien la madre sin pudores, con una mezcla de resignación, fatalismo y desidia, me cuenta que tiene "otra" familia paralela, pero que su hija nunca lo supo. Marcela, nunca manifestó nada -en el plano del enunciado, claro-.

A partir del decir de Marcela que siente que está muy "pegada" a su madre y esto le da bronca a veces, pero que se deja aplastar, decido no realizar entrevistas con la madre, salvo en contadas ocasiones. Esto se podrá pensar après coup, si habrá sido un corte en acto. Es así que faltarán "datos" que pueden considerarse necesarios para arribar a un diagnóstico, pero pensé que éste debía poder leerse a través del posicionamiento discursivo de Marcela. Por otra parte, en las dos o tres encuentros con la madre, no pude rescatar más que la segunda familia del esposo, el resto: Decía lo que decía Marcela, o Marcela decía lo que decía la madre.

Esta relata paradójicamente que reprende a su hija diciéndole que tiene que salir como los chicos de su edad, que la quiere ver bien, pero por otra parte: le cocina, le elige la ropa, le lleva el desayuno a la cama a las once de la mañana porque Marcela se levanta a esa hora. Dice "Yo no le digo nada porque quiero que ella elija, ya es grande".

Marcela no sale a la calle, sólo va a casa de su abuela materna y al quiosco a comprarle cigarrillos a su madre. Cualquier otra cosa, le da miedo. Miedo a que le digan "yiro".

A partir de esto, que de algún modo empieza a historiarse a lo largo de muchas entrevistas y realmente con gran esfuerzo, comienzo a fomentar todo lo que ella propone como "tener ganas de...". El tema de la "gastada de los vecinos", va dando lugar al de que ya es grande y tiene que terminar el secundario para ser una persona común, ya no es una vaca. Pero a pesar de mi posición propiciatoria, el acto se frustra una y otra vez. Todas las semanas piensa en irse a anotar y luego no va. En el lugar del miedo, se instala la alternativa "arrepentimiento o vagancia". "Digo lo hago y lo dejo para después, Después las cosas pasan y me arrepiento de no haberlas hecho".

"Venir todas las semanas, no se para qué, no tengo tanto para contar. Salí a hacer mandados. Hay días en que me siento mal y otros bien. Me volvió a agarrar el miedo de vuelta. Es un ratito, un minuto. Cuando me agarra el miedo salgo afuera, vengo y se me pasa. Después no hago nada. Pienso pavadas, nada en especial. Mis pensamientos son en que quiero trabajar. Todo el tiempo pienso en eso". Sin embargo, el miedo aparece esporádicamente. Miedo que le es difícil encadenar a un objeto, alternando entre "no se a qué", algunas veces, y "miedo a que me digan yiro", otras.

Luego del vencimiento en la inscripción del colegio, el trabajo (las pavadas en las que piensa?) será lo central en las entrevistas. Cuando esté bien, va ir a trabajar con una tía. Planifica su futuro, pero también cura mediante, lluvias, falta de ganas, miedo a salir y problemas de todo tipo, sólo queda en el marco del consultorio.

Comienzo entonces a preguntarle por el "no hice nada", frase que insistía . El cambio del "no hice nada y no tengo nada para contar" al relato de lo cotidiano, se relaciona en parte con mis preguntas y en parte con una con la que insiste constantemente: "Ud. tiene toda mi vida en esos papeles. ¿Por qué escribe, qué es lo importante si siempre digo lo mismo, nunca hago nada... Hasta esto escribe?. ¿Escribe todo lo que digo?.

Ahora me cuenta los programas que ve, la música que escucha, los conjuntos que le gustan. Mirando de reojo lo que escribo, me cuenta las charlas con sus primas cuando va a casa de su abuela. Me dice que le gusta escuchar radio, el rock, Soda Stereo; me pregunta si me gusta Roxette. A partir de estos relatos, se reconstruye la escena familiar.

Pregunto de dónde viene el gusto por la radio y se despliega una descripción lúgubre del ambiente familiar: a todos les gusta la música y la radio, cada uno tiene su aparato y no hablan casi nada. Ella es muy callada, "Con mamá hablo poco, con el que más hablo es con Ud.". Durante casi todo el día la madre escucha su radio y Marcela la de ella, algunas veces la misma emisora. Pero a Marcela le gusta el rock, lo que no le gusta es el tango, que es lo que su padre escucha las pocas veces que está .

Es aquí cuando me pregunto si este padre que no está es lo que retorna en los lunfardos tangueros "yiro" y "bagayo", con los que Marcela insiste y que la ubicarían en el lugar de segunda mujer, de amante, presa de las burlas y "gastadas" de los vecinos, del Otro; construcción que evoca la historia paterna en el discurso de la madre.

El relato de lo cotidiano me permite entonces situar algunos fenómenos de estructura. Por un lado, fenómenos elementales, sobre los que podríamos hacer varias consideraciones, pero también en relación a la dirección de la cura, creo que le permite a Marcela posicionarse en relación a algo que no me atrevo a llamarlo más que gusto, en forma singular, diferencial y opositiva a sus padres, pero portando la marca del gusto en común por la radio.

Me cuenta también el encierro que siente en su casa a pesar de que su madre le dice que salga. Ahora lo que le preocupa es salir. Quiere salir, tiene ganas. Nuevamente, yo promuevo, ¿qué deseo? (y valga el malentendido).

El miedo empieza a ceder, casi nunca lo tiene; pero resalta el "casi". Los "yiro" ya no la molestan, pero no habla mucho de ello. A partir de sus ganas de salir y de no estar tanto con su madre, le propongo que venga sola, pero durante un tiempo continúa concurriendo con ella.

Hasta el día que viene sola. En esta, una de las últimas entrevistas que transcribo en parte, me relata espontáneamente por vez primera un sueño, luego de casi siete meses. Anteriormente, al comienzo del tratamiento, me había dicho "antes soñaba, ahora no", como una cosa más.

"Vine sola, estuve bien toda la semana. Eso si, mamá me acompañó hasta la parada del colectivo. Ojalá yo no hubiera tenido miedo, esta semana tuve ganas de hacer las cosas. Lo mío es vagancia, pero ya no tengo miedo. Los miedos se me curaron. Antes tenía miedo hasta de hacer ruido. La verdad que me acostumbré. Además tuve un sueño. Yo me soñaba con la cabeza ensangrentada. Yo estaba en una escalera. Casi bajo la escalera, casi me resbalo. Yo estaba en la terraza, era en mi casa, la había subido. Yo nunca me había soñado así. Fue hace unos días. Tenía miedo de resbalar de vuelta. Era miedo, ya que la había subido.

Para mi lo interpreté como miedo a volver como antes, que me vuelvan a decir. Estaba arriba, me estaba resbalando y no quería bajar. Había algo que me empujaba. Miedo que me empezaran a gastar, que me carguen. Esa fue la pesadilla, vos que crees que sea".

Yo le pregunto por "escalera". "Era la escalera. No tiene ningún significado, para mi deben ser las ganas de curarme. Pero ese resbalar que tuve... Era la terraza de mi casa. Yo me levanté enojada ese día. Volver a lo de antes, no. No me vas a decir que estoy peor que antes. Hace mucho que no sueño y cuando sueño, tengo una pesadilla; ves que no pego una".

Le pregunto por "cabeza ensangrentada". "Fueron tres pesadillas distintas. No me acuerdo las demás, lo único que sé es que salía mucha sangre de la cabeza. Pienso que deben ser las películas; esas pavadas que veo".

¿Qué te empujaba?. "Nadie, sola me resbalé. Me resbalé un escalón. Ahí me desperté.

Ahora tengo ganas de hacer las cosas. El único miedo que tenía era volver a lo de antes y ya no lo tengo. Ahora me voy a la casa de mi abuela, para no dejarla sola. Después nada más, hice cosas comunes... bah, común para los demás, para mi saber el porque es importante. Tenía miedo que me empezaran a gastar. Por eso no le ayudaba".

Tomo este último "le" con el que se podía realizar un juego significante, y le digo "Parece que ahora le ayudas", pero pienso ¿A quién, a la madre, al analista, al deseo?.

Le propongo que si quiere ir hasta la parada del colectivo sola, también puede hacerlo... y termino la entrevista resonándome muchos interrogantes acerca de la estructura clínica en juego aquí, de cuál es el estatuto de un sueño en esta paciente. ¿Formación del inconsciente?. ¿Cuál es aquí el lugar del analista?.

Marcela, continuó concurriendo sola unos 6 meses más, hasta que dejé la Institución situada muy lejos de mi residencia habitual. No pudiendo viajar a La Plata ella ni a San Justo yo, la derivé a un colega.

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 3 - Abril 1996
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