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“Digamos que el psicoanálisis no lleva al acto,
sino que deja en todo caso al sujeto en la puerta del acto,
con la posibilidad de haber superado sus inhibiciones,
las que demoraban su decisión…”
(Gabriel Lombardi, 1996)En el texto que se presenta a continuación se expone un caso clínico sin terminar, como todos los casos clínicos. Está basado en la experiencia de dos años de trabajo analítico con una paciente que llamaré Rita. Hay algunos casos clínicos que se utilizan para ejemplificar aspectos teóricos particulares, dentro de escritos con objetivos más amplios; sin embargo, el presente trabajo trata de ser más bien un recorrido cuidadoso de los hechos (y de los no hechos) en el análisis de Rita, sin omitir por ello referencias teóricas que no sólo se incluyen en este ensayo, sino que en su mayoría tomaron parte dentro del mismo trabajo clínico que se relata y el cual, como este ensayo, tampoco tiene punto final.
El ingreso de Rita al tratamiento se da un poco después de que dejara abruptamente de acudir a la Universidad. En ese tiempo, ella cursaba el segundo semestre de la carrera de psicología y yo le impartía clases. Frente a la sorpresa por la deserción de una estudiante dedicada e inteligente, decido enviarle un correo electrónico para preguntarle si se encontraba bien y en su respuesta me expresa su interés de iniciar un análisis. Acepto su petición de tener una entrevista, apegándome en cierta forma a uno de los consejos primordiales de Freud (1913) sobre la iniciación del tratamiento (1), es decir, estando advertida de que la transferencia ya llevaba un camino recorrido y que por lo tanto, constituiría una apuesta hacerla entrar en el dispositivo analítico y operar en beneficio del tratamiento.
Antes de la primera entrevista, con la fecha de la misma ya acordada, Rita despliega una serie de acting outs que en su momento me dan a pensar que puede estar en riesgo, que puede ser un caso de urgencia. Llama en la madrugada en un par de ocasiones y cuelga antes de que yo pueda contestar, también me envía por correo electrónico un poema que se titula “Muerte” y me pide mi opinión sobre la redacción de los versos, desea saber si en sus frases lúgubres será conveniente incluir signos de interrogación, a lo que le respondo que sí, buscando atemperar el peso del contenido y disponer el tema para el análisis, así mismo, la invito a llevar sus poemas a la entrevista.
Al consultorio llega nerviosa, responde preguntas sobre su vida y su historia familiar. Toda su infancia y adolescencia vivió con su madre, pero no lleva una buena relación con ella. Tiene una hermana mayor con quien está peleada desde hace tiempo y por lo mismo, no conviven. No conoce a su padre, pues ella fue producto de una relación extramarital que duró poco. Inicialmente comenta que vive con una amiga, pero luego confiesa, con dificultad, que es gay y que la “amiga” con la que vive, es en realidad, su novia. Sobre su motivo de consulta, haciendo referencia a su deserción escolar, menciona que no es la primera vez que deja alguna actividad que le gusta y que no sabe por qué lo hace, también comenta que quisiera mejorar la relación con su madre.
Luego de ésta primera sesión, mis sospechas sobre el tinte erótico de la transferencia que Rita había desarrollado hacia mí, encontraron fundamento. Su dificultad manifiesta para iniciar un proceso de análisis se potenciaba debido a las expectativas y fantasías que orientaba hacia mi persona. Freud en su artículo “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), advierte sobre este fenómeno particular que hace de la transferencia, un obstáculo para el tratamiento (2), pues “se vuelve muy difícil confesar una moción de deseo prohibida ante la misma persona sobre quien esa moción recae” (Ibíd. p.102)
Frente a situaciones análogas, aunque siempre de acuerdo a la singularidad del paciente, Freud procedía haciendo conscientes las mociones eróticas (o agresivas, tratándose de una transferencia negativa) que se vehiculizaban en la relación analítica (3).En el caso de Rita mi proceder fue diverso, en primer lugar, debido a que el apego erótico no parecía ajeno a su actividad psíquica consciente, pues me enviaba invitaciones en las redes sociales y recibía sus poemas en los mismos correos electrónicos que dirigía a sus amistades. Pero también, porque una confrontación directa respecto al tema, me hacía pensar en el riesgo de que Rita se precipitara hacia el abandono del tratamiento. De tal modo que se intervino mencionando que por ética profesional, no aceptaba a mis pacientes en mi vida privada y respecto a los poemas, se respondió a cada correo electrónico, invitándola a retomar el tema en las sesiones. Apelando nuevamente a un consejo freudiano, se puede decir que no se buscó ahuyentar la transferencia amorosa aunque sí, marcarle con firmeza un límite (4).
En base a las mencionadas intervenciones, la transferencia erótica cede terreno a la transferencia positiva denominada “tierna” y comienza a haber un cierto trabajo de análisis. En las primeras sesiones, Rita va reconstruyendo su historia y por momentos, cuando asocia, le va poniendo historia a sus actos. Aquellas deserciones abruptas y enigmáticas de ciertos trabajos que ha tenido y de la Universidad, se van entrelazando discursivamente con su madre. Habla de algunas relaciones laborales que se le tornaron conflictivas y las personas involucradas la remiten por algunos rasgos, a su progenitora, y sobre el asunto de la Universidad, resalta que su madre se ofreció a pagarle sus estudios y aparte de que es inconstante en dichos pagos, cuando Rita deserta, la queja materna se dirige exclusivamente a su dinero desperdiciado. El deseo de Rita no aparece como alojado y aunque ella no articula conscientemente su rebelión frente al deseo materno que irrumpe (o precisamente por eso), se rebela en el acto de abandonar, a modo de síntoma y con todas sus consecuencias. De un modo similar a la anoréxica, cuyo síntoma está más relacionado con alimentar su deseo que con dejar de alimentar su cuerpo (5), Rita no simplemente deja de estudiar, sino que rechaza un ofrecimiento narcisista de la madre.
La historia de Rita está marcada por abandonos. El padre que pesa por su falta en lo Real y por la ausencia de referencias a él incluso en lo simbólico, pues Rita no habla de él ni de sí misma sin él. La madre invasiva y caprichosa, que desde siempre entra y sale de su vida sin reglas y sin límites y que la abandonó simbólicamente (se fue de la casa) cuando encontró un hombre con quien casarse. La hermana no figura para terciar y atemperar el goce materno, se muda constantemente de un Estado a otro; más que constituir un apoyo, fue capaz de involucrar a Rita en un negocio truculento que le implicó a ésta última, perder su casa en un embargo y ella desapareció sin dar razones, abandonando a Rita, literalmente en la calle.
El discurso de Rita va adquiriendo cierta fluidez luego de que comienza a trabajar en diván, aunque sus asociaciones no se libran fácilmente del juicio racional. Reitera con frecuencia que no se puede “dejar ir” porque lloraría y no le agrada llorar frente a los demás porque “eso no soluciona los problemas”. Comenta en tono de broma que solo las muertes son un buen pretexto para llorar, evadiéndose así de aceptar cualquier otro tipo de pérdida y más aún, de hacer el recuento de los daños.
De hecho, buena parte del trabajo de análisis se centra en la defensa sintomática que interpone Rita frente al abandono: “dejar para no ser dejada”. En el transcurso del tratamiento va asociando el abandono con el fracaso que deja la culpa de su lado, por no cubrir las expectativas, por “no haber sido suficiente razón para que alguien se quedara”. Algo similar la ocurre con la escuela, siente que debe sacar excelentes calificaciones y cuando la exigencia la sobrepasa, prefiere desertar que reconocerse en falta. Luego de poner todo esto en palabras pero aún con un trabajo por delante, se reintegra a la Universidad.
Van apareciendo otros temas en el discurso. Rita expresa que mantiene una relación de pareja bastante simbiótica. Se angustia cuando su novia no le contesta el teléfono o los mensajes de forma inmediata y reacciona con celos frente a cualquier amistad que amenace con desplazarla momentáneamente, de ser el centro de atención de su pareja. Si bien lleva tres años de vivir de esa forma, es apenas a partir del sexto o séptimo mes de trabajo analítico cuando surge una destacada incomodidad de Rita respecto al asunto, aparecen las quejas y el comentario reiterado de que no quiere tener una novia que sea sustituta de su madre. Este viraje discursivo, pasaje de las quejas sobre la madre, a las quejas sobre la novia, inicia luego de que acude a la marcha del orgullo gay, aunque también se relaciona con el evento de la muerte inesperada del esposo de la madre, que irrumpe con el efecto de actualizar para Rita la amenaza (pero también el deseo) de pasar a ocupar nuevamente su lugar como compañera de la viuda.
Comienza a hacerse preguntas sobre lo no inscripto, y en esa elaboración, algo de la repetición queda coartado. Volviendo a Freud (1914), en este punto no hablamos del trabajo de hacer consciente lo inconsciente, sino de trabajar con lo que antes se actuaba y ponerle palabras (6). Rita confiesa, por ejemplo, que no es capaz de visualizar una relación que no sea la de madre e hija y se pregunta en voz alta, “¿cómo es una relación de pareja?”. En las sesiones siguientes, pero dentro de la misma secuencia, surgirán otros interrogantes: “¿cómo se demuestra el amor?”, “¿por qué los hombres no pueden estar con una sola?” y finalmente, hablando sobre su padre “¿quién es él?”.
Desde su trabajo analítico, Rita va planteándose el objetivo de separarse de su novia. Decidir una separación en vez de actuarla es un camino que se va trazando con la tiza de la transferencia. Finalmente, termina la relación y su novia se va de la casa. A partir de entonces, transcurren varios meses en los que diversas personas del entorno inmediato de Rita se alojan en su casa, llegan intempestivamente y de modo muy parecido, desaparecen actualizando el abandono. En algunos de estos episodios, ella retoma con molestia la sensación de “invasión” a su espacio, en otros casos, expresa su sufrimiento por la pérdida de alguien especial. En estos ciclos empieza a leerse algo del juego del fort-da. Rita se expone a la angustia de la pérdida, pero también aprende a anticiparla.
Incursionando en la independencia, encuentra dificultad para autorregularse y cuidar de sí misma. Se excede en gastos y en desvelos y no se alimenta bien. Pero el asunto se vuelve tema de análisis hasta que se muestra en acto (o quizá Rita procedió a actuar aquello que quedó fuera de la escucha analítica). El acting out que produce es bastante escandaloso; llega a sesión claramente alcoholizada y desaliñada, ante lo cual, se interviene explicándole que no se la podrá atender en ese estado puesto que el análisis requiere lucidez. Se opera introduciendo un límite.
Un acting out, nos dice el psicoanalista argentino Gabriel Lombardi (1993) es “una acción dirigida al analista, le es relatada, mostrada, y como todo lo que es dirigido al analista, pide interpretación, llama a la interpretación (…) y por lo tanto interpretarlo lleva al analista a caer en la obviedad” (p.78-85). La intervención, nos dice Lombardi, debe entonces apuntar a la confrontación y a la sorpresa “porque la sorpresa es el efecto que produce sobre el sujeto la revelación de lo inconsciente” (Ídem).
Después de la intervención con Rita, se logra al menos que los límites entren otra vez al discurso. Para ella, vuelven a ser un problema en el plano de las relaciones; sus faltas y excesos ya no implican directamente al cuerpo. Se pregunta por su identidad fuera de las expectativas de los otros, se defiende racionalmente de la proximidad afectiva reiterando que únicamente utiliza a la gente por conveniencia, incluyendo a su madre y a su ex novia (con quien sigue frecuentándose). La dificultad para concretar la separación se hace evidente pero Rita la evade, se plantea reiterativamente el objetivo de hacerla definitiva, pero siempre vuelve recurrir a los mismos objetos de conveniencia (dinero, comida, etc.) para justificar lo que llama su “reincidencia”.
Finalmente, actúa la separación en transferencia (7); falta a una sesión y cuando vuelve al diván expresa que ha estado pensando en dejar de acudir a análisis por un tiempo, argumenta que se fue de viaje sola para reflexionar y encontró que es tiempo de cerrar algunos asuntos de los que ha trabajado en el espacio analítico. Como intervención frente al nuevo acting out, doy lugar a Rita en su falta, cobrándole la sesión. Respecto a la resistencia, la nombro como tal y le digo que aún hay muchos cabos sueltos y aspectos que no ha podido externar y que en caso de continuar el tratamiento, definitivamente no será con una intención de cerrar asuntos, sino de seguir abriéndolos e ir asumiendo las consecuencias. A los pocos días me comunica que desea continuar.
Vencida la resistencia, la tristeza irrumpe en el espacio analítico. Rita se remonta a recuerdos de su infancia, específicamente, a los maltratos y abusos sexuales de su madre, “a lo mejor tiene una explicación, pero aun así, había un exceso de su parte” refiere y luego, se queda sin palabras por largo tiempo. Ese goce materno, Rita no lo puede amortiguar con el recurso simbólico, ni siquiera la culpa que se adjudica (bajo la forma de justificaciones para su madre) le alcanza para salir de esa indefensión frente al Otro, ni de su forma particular de sufrirla: “después de que me pegaba, yo la abrazaba para consolarme, porque sólo la tenía a ella”. Solo queda la tristeza silenciosa y en transferencia, mi presencia como analista para soportarla. Tal como dice Juan David Nasio (1996), el rol principal de un analista “no es el de escuchar e interpretar, sino el de prestarse, prestar su propio cuerpo pulsional” (p.103).
Siguiendo el curso del análisis, Rita continúa sus estudios no sin dificultad, en ocasiones se ausenta por varios días, pero es capaz de regresar, nombrar sus escapadas como “descansos” y asociarlas con sus estados de ánimo. También se inscribe en un taller de teatro, después de expresar en varias ocasiones y durante varios meses, que actuar es su verdadera pasión y vocación, y además, una que no comparte con su madre.
Expresa sus deseos de ser madre y considera que le gustaría que su hijo tuviera un padre, “para no repetir la historia”. Llega a mencionar que le gustaría “curarse” de la homosexualidad aunque no imagina una relación sexual con un hombre, “en realidad, me da miedo solo pensarlo”, comenta. De forma cíclica, en ciertas temporadas ya avanzadas del proceso analítico Rita comienza a hablar de los hombres, se interesa en emprender la búsqueda de una pareja heterosexual pero se siente desconfiada porque “los hombres sólo quieren sexo y luego, se van”. En cada ocasión, el tema desemboca progresivamente en la búsqueda de su propio padre.
El trabajo del inconsciente ofrece dos sueños que Rita lleva a análisis; en uno de ellos, se ve comprometida a despreciar a un hombre que le gusta por no perder a una mujer que también es importante para ella, lo que destaca de este primer sueño es la mirada vigilante de una mujer y la reiteración de su elección homosexual. En una sesión posterior, Rita comenta que soñó por primera vez a su padre, concretamente, su madre se lo presentaba en una fiesta. Este segundo sueño se presenta después de rastrear la idea de que “los hombres sólo quieren sexo y luego, se van”, hasta relacionarlo con los novios de su madre. Tres de estos novios se fueron sin que mediara una explicación, Rita se acuerda con afecto de los primeros dos, pero sobre el tercero surge el recuerdo de una escena sexual entre él y la madre y luego el comentario “ese no fue tan padre”.
Paralelamente a esta fase del análisis, Rita se entusiasma con una chica que conoce en el trabajo, comienza a salir con ella y al poco tiempo inicia una relación de noviazgo. Al hablar de esta relación, inicialmente retoma las similitudes respecto a su anterior noviazgo, sobretodo la dificultad para marcar límites a la convivencia. También ubica con temor, la posibilidad de estar buscando nuevamente un sustituto de su madre. Poco después, con la repetición suficientemente acotada por lo simbólico, se abre lugar para notar las diferencias. Rita comenta que su nueva pareja le exige a menudo una toma de postura diferente a la del dominio; generalmente recurren al diálogo para resolver sus diferencias. “Ella me ubica”, dice Rita, y ubicar no sólo toma el sentido de poner un límite, sino también (y quizá, más importante aún), el de dar un lugar.
Luego de un receso vacacional, Rita envía un correo electrónico diciendo que de momento no tiene dinero porque renunció a su trabajo y que temporalmente dejará el análisis. Pocos días después, llama pidiendo una cita de urgencia, a la cual llega retrasada y acompañada por su novia, quien se queda en la sala de espera. Explica que tuvo un problema muy fuerte precisamente con su novia, porque ésta se enteró que había salido con más mujeres antes que ella, aunque se lo había negado en repetidas ocasiones “por miedo a que pensara que estaba jugando con ella”. No se advierte una desorganización discursiva, ni una angustia desbordada. Al preguntarle por su estado emocional indica que no puede parar de llorar, incluso llora frente a otras personas imaginando la posibilidad de perder a su novia. Muestra sorpresa frente a este nuevo síntoma, dice “nunca antes había llorado así”, “nunca me sentí así con mi ex novia”, se le interpreta que probablemente se deba a que en su relación actual hay alteridad en vez de simbiosis y ese cambio tiene consecuencias, entre ellas, admitir la posibilidad de una pérdida. Retoma los puntos positivos de su relación principalmente en materia de comunicación, pero también de que ha logrado frenar su propia impulsividad e incluso, limitar la irrupción de su madre, pues su novia le ha dicho: “ahora eres mi pareja, tu mamá tiene que entender que no puede llegar cuando se le ocurra”. En esta última sesión, Rita se va hablando de planes futuros con su pareja y comprometiéndose a retomar el análisis una vez cada quince días, mientras consigue un empleo. Cancela la siguiente sesión mediante un mensaje y algunos meses después envía otro para saludar y decir “no me he olvidado de mi análisis, pronto me comunicaré…”
Algunos puntos a considerar sobre el caso¿Qué se puede pensar frente a los puntos suspensivos? Respecto al análisis ¿Rita tomó un descanso, concluyó o lo abandonó? Sólo el tiempo hará evidente lo que incluso ella podría no saber aún. Sin embargo, ahora sabe de límites, de los propios y de los ajenos; reflexiona para ubicarlos y se esfuerza en defenderlos. Sabe reconocer los abandonos en su historia como huellas que le permiten caminar por lugares diferentes. Anticipa aquello que la puede hacer sufrir para amortiguar el impacto y soporta su propio llanto frente a sí misma y frente a los demás porque sabe que la ausencia de alguien ya no la deja vacía, se ha hecho preguntas y ha construido mucho de sí. Además, para máscaras, ahora tiene el teatro.
Notas(1) Freud en su artículo Sobre la Iniciación del Tratamiento (Nuevos Consejos al Médico sobre la técnica del psicoanálisis, I) retoma las consecuencias poco favorables, para las que es preciso estar preparado cuando existen vínculos previos entre el médico y la persona por analizar, pues ésta última ingresa al tratamiento con una actitud transferencial ya hecha y el analista deberá descubrirla poco a poco, en lugar de observarla desde sus inicios.
(2) “…en el análisis la transferencia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al tratamiento, siendo que, fuera del análisis, debe ser reconocida como portadora del efecto salutífero, como condición del éxito” (p.99).
(3) “Cuando nosotros <<cancelamos>> la transferencia haciéndola conciente, sólo hacemos desasirse de la persona del médico esos dos componentes del acto de sentimiento; en cuanto al otro componente susceptible de conciencia y no chocante, subsiste y es en el psicoanálisis (…) el portador del éxito” (Ibíd.p.103).
(4) “Uno debe guardarse de desviar la transferencia amorosa, de ahuyentarla o de disgustar de ella a la paciente; y con igual firmeza, uno se abstendrá de corresponderle” (Freud, S., 1914, p.169).
(5) “Ya les dije que la anorexia mental no es un no comer, sino un no comer nada. Insisto-eso significa comer nada. Nada, es precisamente algo que existe en el plano simbólico” (Lacan, J., 1957, p.185).
(6) “Cuando la ligazón transferencial se ha vuelto de algún modo viable, el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición más significativas y utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico” (p.155).
(7) Freud en su texto “Recordar, repetir y reelaborar” (1914), advierte sobre los abandonos del tratamiento que producen algunos pacientes: “en ocasiones puede ocurrir que no se tenga tiempo de refrenar con la transferencia las pulsiones silvestres, o que el paciente, en una acción de repetición, desgarre el lazo que lo ata al tratamiento” (p.155). En el caso de Rita por ejemplo, la transferencia ya bien establecida posibilitó que el abandono del tratamiento se abriera como tema de análisis y surgiera una nueva apuesta al trabajo del inconsciente.
Referencias Bibliográficas
Freud, S. (1912). Sobre la dinámica de la transferencia. En Obras Completas, vol. XII. Bs. As: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1913). Sobre la Iniciación del Tratamiento (Nuevos Consejos al Médico sobre la técnica del psicoanálisis, I). En Obras Completas, vol. XII. Bs. As.: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1914). Recordar, repetir y reelaborar (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, II). En Obras Completas, vol. XII. Bs. As.: Amorrortu Editores, 1986.
Freud, S. (1914). Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. En Obras Completas, vol. XII. Bs. As.: Amorrortu Editores, 1986.
Lacan, J. (1956-7). Clase 11. El falo y la madre insaciable. 27 de Febrero de 1957. En El Seminario. Libro 4, La Relación de Objeto. Barcelona: Paidós, 1994.
Lombardi, G. La clínica del psicoanálisis 2. El síntoma y el acto. Bs. As.: Atuel, 1993.
Nasio, J. Cómo trabaja un psicoanalista. Bs. As.: Paidós, 1996.