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Quisiera desarrollar en éste escrito, una de las preguntas que se proponen como disparadores, de la temática de éste número de la revista. Se trata de la siguiente cuestión: "El psicoanálisis es un trabajo?".Y si es un trabajo, "cual es el producto que se desprende del mismo?"
Cuando Freud se enfrentó en su gran sueño a la exploración de la garganta de su paciente Irma y prosiguió hasta el final sin despertar, podríamos decir, que en su sueño se anticipaba el deseo de penetrar hasta los confines de esa cavidad, hasta encontrarse con esa carne informe que somos.
He aquí lo que adelanta el comienzo de su duelo. Este sueño del maestro, conocido como el sueño de la Inyección de Irma, inaugura el desarrollo de la Traumdeutung. Al finalizar los cuatro trabajosos años que le llevó la escritura del libro de sus sueños le comenta a Fliess en su correspondencia, que ha elegido como epígrafe una frase de Virgilio que dice "Flectere si nequeo superos,Acheronta movebo",que podría traducirse como: "si no puedo persuadir a los dioses del cielo, moveré a los del infierno" Y es así como comienza su descenso al infierno. El propio.
Dante escoge a Virgilio, un poeta, para que lo conduzca por ese mundo subterráneo de ríos de aguas estancadas malolientes, de aire espeso y de eternas sombras que aguardan al asecho.
Freud penetra en el infierno conducido por sus sueños, a los que cada noche espera en una búsqueda desesperada, que lo puedan sumergir en el oscuro tormento de su radical soledad. Pero también elije a un interlocutor para ese viaje: Fliess, a quien en una carta, de la correspondencia que acompañó su odisea, le dice:"todo te lo debo en consuelo, comprensión y estimulo en mi soledad"
Indudablemente, introducirse en el infierno y someterse al doloroso reconocimiento del tormento al que estamos sentenciados, no es un viaje que se pueda hacer enteramente solo. Y este valiente hombre llamado Sigmund Freud lo reconoce en otra carta a quien tomó como único testigo: "Enteramente sin público no puedo escribir, pero puedo conformarme enteramente con hacerlo sólo para ti"
Dante tampoco está sólo en su ingreso al infierno. Lo acompaña un hombre que se desempeña en el campo de la metáfora, un poeta, Virgilio, quien lo ayuda a vencer el temor y la piedad que le produce el dolor y el sufrimiento de aquellos condenados .
Cada cual en su ingreso al propio infierno, tendrá que atravesar la prueba de enfrentarse a su fiera indomable y batirse a duelo con ella hasta el final.
Cuando somos convocados como analistas, estaremos siendo llamados a acompañar a alguien, a que realice un doloroso trabajo: un duelo.
Me parece importante destacar que no será inocuo en ésta tarea, que el analista haya realizado o no su propio duelo. No porque esto garantice que podrá soportar todos los trabajos de duelo a los que será invitado por cada transferencia, ya que no hay equivalencia entre los duelos. Un duelo, como dice Kenzaburo Oé en el título de una de sus novelas, es "Una cuestión personal."
Quien ha atravesado el reino de las sombras, sabe, que hay muchas mañanas en las que el veneno desolado es demasiado fuerte y lacera todo el cuerpo.
Habrá otros momentos en que ese veneno pareciera fugarse al exterior buscando hacer blanco en otro cuerpo. Es en éste punto donde el analista será convocado en la transferencia a la escena pasional que dice del punto radical donde se ha sido mal amado. Ese punto de donde se sostiene todo el sentido de una existencia. Y es allí donde tendremos que dar cuenta cada vez si hay un analista o no.
Si el doliente en cuestión consiguiera comprometer el cuerpo de la persona del analista en el sentido donde tiene embargada su vida, habríamos obstaculizado el trabajo de duelo que cada quien tendrá que realizar para recuperar una vida posible. En otros términos se habría instalado en la transferencia la intersubjetividad. Si es la disparidad subjetiva lo que propone Lacan para el sostenimiento de la transferencia, entiendo que se trata de tener en cuenta que no hay equivalencia y mucho menos aún correspondencia entre los duelos. Hay disparidad. La indicación de Lacan de no responder a la demanda, a la exigencia pulsional de cada sujeto, podríamos entenderla de éste modo.
Pero resulta que como analistas no estamos exentos de que se nos presente nuestro propio modo de ser, nuestro propio veneno, sino sería pensar que es posible eliminar el ser definitivamente, pero cuando nos vuelve no habría que rechazarlo como si el único que tuviese fantasma fuera el analizante. Habría un solo inconsciente en la pretendida situación de la transferencia, pero fantasmas hay dos a no ser que el que se encuentre ejerciendo el poder de la transferencia se proponga en su enunciación como un ser excepcional, fuera de serie, y así serán los estragos de una transmisión del psicoanálisis que propone en su enunciación que algún día se llegará a estar fuera de la serie y entonces ocupar el lugar de la excepción salvándonos del destino mortal de todo ser hablante. El lugar de la excepción, ese elemento fuera de la serie pero que determina el sentido de toda la cadena significante ,ese lugar en el lenguaje, le está reservado al falo. No lo puede ocupar ningún ser parlante. La máxima aproximación que se puede tener a él es a través de esa identificación que se llama i(a), la imagen del objeto.
Como analistas deberíamos acompañar a un sujeto en cualquiera de las posiciones por las que irá pasando durante éste arduo trabajo de duelo. Cuando digo acompañar, me refiero a poder reconocer al sujeto en cualquiera de los lugares donde intente guarecerse de la injuria estructural del lenguaje. Ya sea identificado al imperativo del superyó, o a la fuerza destructiva del ello o a esa imagen que guarda en su alma el agujero radical de la estructura del lenguaje. Cuando tome la posición de defensa :i(a) no deberíamos olvidar, que ésta también tiene la función de ser reservorio libidinal, dique contra el pacífico del amor maternal: Tanatos. Reconocer en esa imagen el límite, que te salva la vida por un lado y por el otro, el punto donde se establecieron en esa estructura, las coordenadas del deseo, es lo que permite no rebajar lo imaginario a una pura imaginarería, elevar al significante a su verdadero estatuto y localizando allí un límite estructural , darle a lo real la categoría de un imposible.
Lo que habitualmente se da a llamar el corte con el objeto, no es otra cosa que autentificar al objeto como perdido. La elaboración de esa pérdida es el producto del trabajo de duelo que se realiza en un análisis Con lo cual a esta altura estaríamos en condiciones de decir, que el psicoanálisis es un trabajo, un trabajo de duelo, y que el producto de este trabajo es una pérdida. Ahora bien, siguiendo con las preguntas formuladas, éste producto no cotiza en bolsa, no pertenece al circuito de los objetos de intercambio propios del mercado. Es una perdida a secas. Sin ningún otro objeto que lo sustituya.
Del encierro bajo el cual se experimenta la subordinación al lenguaje a la localización del punto univoco donde el lenguaje parasita un cuerpo, al mismo tiempo que da sentido a toda la existencia, hay todo un recorrido en un análisis. Habremos llegado a los confines de una estructura, en la que tendremos que reconocer tanto su borde significante como el final del hilo del carretel de un discurso. Nos encontramos entonces con el límite donde cada quien tendrá que asumir, que no todo es posible, si se quiere conservar la vida. Como dije anteriormente el analizante planteará a esta altura de su análisis la escena pasional con la que se viene batiendo a duelo, haciendo jugar en la transferencia su contienda primordial.
Si pudiéramos plantear este trabajo de duelo que se realiza en un análisis en distintos tiempos, diría, que a la etapa de la experiencia de encierro en el lenguaje, le sigue la precipitación de esa escena pasional que está sostenida en i(a), la identificación al objeto que aún no ha sido descubierta como la raíz del engaño en la que se encuentra embargada la vida. A éste tiempo podríamos llamarlo Intentos de huida. Para ser más precisos, es un momento donde se comienza a descubrir que las vías de huida que hasta aquí han servido para ahorrarse un duelo, comienzan a gastarse, a resultar insuficientes. Es por esta razón que las llamaría intentos de huida. Ya no se puede huir. El ser hablante se descubre inoculado por el veneno que introdujo el lenguaje con lo cual es ineliminable. Pero igualmente todavía se da pelea. No se ha sacado aun la banderilla blanca que comunica al enemigo la rendición. El final de la batalla. Con lo cual se sigue buscando la salida montado en el punto mismo del engaño. Tiempo de pasión. La pasión ahorra el duelo. El deseo ardiente, lleno de espinas como un erizo de mar se niega a desaparecer. Los demonios se experimentan en un cuerpo embriagado que conocemos con el nombre de acting. El ser hablante pone en acto todo el valor que habita en el. El valor que habita en el interior de esa i(a) a la que está abrazado con todo su ser.
El analista en este punto debería poder distinguir lo que es del otro real, lo que viene del lado de la exigencia pulsional de lo que es la respuesta del lado del sujeto, es decir el modo particular con que cada quien responde con la singularidad de su fantasma. De éste modo comienza a producirse la separación, el corte con el objeto en cuestión ya que esto ubicaría el límite del otro que encarnó la transmisión del lenguaje y del lado del sujeto el punto donde no ha recibido tratamiento humano, es decir la castración. De no suceder que el analista comience a hacer esta distinción, nos encontraremos con esos análisis culpabilizantes que conducen a un estado de melancolización, culposa por cierto, dejando eludida otra vez, ésta falta radical de la estructura. Indefectiblemente no hay modo de resolver un duelo bajo ésta posición. La eficacia de la metáfora tiene un límite y si no se lo reconoce no hay como servirse de ella para ir más allá. Más allá del padre, o dicho de otro modo mas allá de la metáfora, no es ir al infinito y mas allá-como pretende el personaje Buzz Lighyear de esa película infantil llamada Toy story.
Como analistas no podemos no tener en cuenta, que el inconsciente tiene un límite donde faltó la palabra y ya no es hora de interpretar sino mas bien darle un buen trato, a lo que no tuvo tratamiento, en ese ser hablante. Por ese agujero entró el veneno del lenguaje, con lo cual por ese agujero se eyacula la crueldad, ya sea del lado masoquista o sádico, inherente a toda psiquis humana. No obstaculizar el duelo que se está llevando a cabo en un análisis, implica que el analista se corra, del punto donde ese ser hablante pondrá en acto en la transferencia el modo particular en el que fue maldecido. Ponerse maldito, es decir responder con crueldad al mal-dicho impide que prosiga el trabajo de duelo. A ese punto que representa lo inhumano, sería preferible tratarlo humanamente, eliminando todo tipo de pasión: amor, odio o ignorancia.
Existe toda una serie de sentimientos que propongo que los pensemos dentro de la lógica de éste trabajo que lleva a una perdida. La culpa, la vergüenza, la ira. La culpa indica que todo el peso de la falta está en él. No se trataría de exculparlo sino de ir llevando esta falta, de la identidad, que es donde se la sostiene, a la identificación, que como les decía antes se consigue perforando esa i(a) para recuperar la versión en la que se sostiene un ser para que el sujeto luego pueda encontrarle otros sentidos, vía la metáfora, a ese veneno, a ese mal que habita en el. Otros sentidos que ya no tendrán la fijeza del que sostuvo con su fantasma para guarecerse del mal.Tendrán intensidad pero también la caducidad que implica la condición finita de saberse mortal.
La resolución del propio duelo implica una elección, pero no una elección sostenida en el ideal estoico. Una elección en el punto donde llega un momento que ya no se puede seguir cavando en esa cueva privada, en el punto donde se comienza a sentir la fatiga de una búsqueda que empieza a tener el sabor de lo estéril. Así, sin más que buscar, se elije vivir hasta donde lo humano lo permita. Cada vez.
Fernanda Restivo