Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
El oficio de escritor:
Inter-sexión entre escritura y psicoanálisis
Norman Marín Calderón

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Yo propongo que la única cosa
de la que se puede ser culpable,
al menos en la perspectiva analítica,
es por haber cedido sobre su deseo.
Jacques Lacan

Los seres humanos escribimos porque lo que deseamos decir no podemos expresarlo con el grito o el silencio; ni siquiera es algo que pueda declararse con el amor. Y si no se escribe, no tendríamos la dicha de su magia. Y sin memoria no hay vida, esa única vida de apuestas y oportunidades que insiste en ser tan vulnerable, tan efímera, tan meramente prescindible. Pues escribiendo es como se asume la verdad de la vida. . . y de la muerte. Louis Aragon define la escritura como el acto que moldea al sujeto en quién realmente es: "El resto del tiempo, no escribiendo, tengo tan sólo un reflejo de pensamiento, una especie de mueca de mí mismo, como un recuerdo de lo que es" (55). Por eso, para seguir viviendo, escribimos.

El acto de la escritura obedece a una impronta del deseo del sujeto a plasmar, sobre la página blanca, los trazos dispersos de una historia de vida que no es más que una historia de amor , en tanto el sujeto ha sido atravesado por la palabra allí donde el deseo inflitra su cuerpo erógeno. Acto que trasciende las palabras y perpetúa al ser. Vida, amor, deseo y muerte se fusionan como materia esencial para iniciar la escritura y, de tal modo, construir así la historia de un sujeto. Por eso, "escribir no es fácil". Montserrat Ordóñez Vilá, poeta y ensayista colombiana, en su célebre ensayo "El oficio de escribir", reflexiona sobre la labor de quien escribe:

Escribir no es fácil, porque para llegar hasta la página hay que vencer nuevas barreras cada día, porque es un oficio que se practica sin fin, una carrera sin meta. No es una actividad natural, a la que el cuerpo se entregue como al agua, al sol, al sueño, a la comida o al amor. Es una decisión a veces demencial. Un tiempo sin reloj, papeleras que se llenan, letras que bailan, libros que caminan, caras alucinadas. Escribir no es libertad, porque la persona que escribe vive torturada en un espacio de espejos y aristas, entre lo ya escrito, lo que escribe, lo que quiere escribir, lo que nunca escribirá. No es permanencia, porque su escritura es ajena y no le evitará los desgarros de sus muertes. Es una extraña forma de vivir, una mediación despellejada, que remplaza mucha vida pero no la oculta o la ignora.Y sin embargo, la persona que desea escribir y no lo hace, vive y muere condenada. Por eso, hablar de la escritura y del oficio de escribir es suicida. Los que hoy queremos seguir viviendo con palabras, debemos ahora, ya, callarnos e irnos a nuestro posible o imposible rincón y escribir, escribir para poder morir en paz.

(161-62)

Montserrat Ordóñez se pregunta sobre la labor del escritor, ese creador de signos que a partir de su propio deseo, anhela darle vida a la letra inscrita en la página virginal. Letra que retorna y se repite, y constantemente persiste en escribirse en la vida del sujeto. Pág ina que se irá manchando con la tinta de una pluma que danza rítmicamente insistiendo en contar una historia de amor. La tintura de la pluma cambiará de color dependiendo del contenido de la historia a que se refiera. Pero la escritura siempre será la misma: alegrías y penas, dolor y esperanzas se entrecruzan a lo largo de las líneas del texto escribano dando siempre como resultado un "relato inédito". Este proceso creativo de las palabras que construyen y re-significan una historia de vida se asemeja a la construcción discursiva que se elabora dentro del encuadre psicoanalítico, cuya letra también con sangre entra. No es mi intención tensar los alcances de la reflexión de Ordóñez, mucho menos obligar a su texto a comunicar sus indichos. Con base en el escrito de Ordóñez, mi cometido es comparar las similitudes textuales y subjetivas entre un escritor y un sujeto en psicoanálisis. Tanto escritor como analizante se dan a la ardua tarea de (re)construir un relato de vida que apunta permanentemente al deseo mismo.

Ordóñez Vilá sostiene que escribir es un acto complejo que conlleva consecuencias subjetivas y compromete, por ende, el decir de quien escribe. Por su estructura, escritura y psicoanálisis son obras que "se practican sin fin" y que, a la misma vez, son "carrera[s] sin meta". A manera de asociación libre, tanto quien escribe como aquél que " es hablado" desde su historia dentro del gabinete analítico no sabe, a ciencia cierta, a dónde lo llevarán sus palabras. Es una obra que se escribe por pedazos, poco a poco, cuyo alcance se medirá al final del recorrido. En realidad, no sabe lo que dice ni porqué lo dice, extrañándose de su propia escritura. Tentativamente, dicho sujeto podría vislumbrar las posibles consecuencias de su decir, bordeándolo con cada oración terminada o con cada dicho puntuado, mas no se podría percatar de la desembocadura de sus propias palabras. Es en la retroacción del acto donde tanto el que escribe como el que (se) analiza intentan comprender la totalidad del discurso que plausiblemente lograron construir a lo largo de su proceso de escritura. Es decir, la escritura sexual/textual es una actividad siempre a posteriori.

Los actos subjetivos sólo pueden ser comprendidos cuando se les examina en "retroacción ". Sabemos de sus consecuencias hacia el final, cuando ya todo se ha descubierto. Tanto Freud (Nachträglichkeit) como Lacan (après coup) trabajan la importancia de la retroacción en la composición subjetiva dentro de la temporalidad: posterioridad, efecto retardado, acción diferida, retroacción, a posteriori. Freud utiliza este último término en sentido de "acción diferida", la que tiene toda su eficacia a partir de una representación anterior. Por su parte, Lacan afirma que "[l]a historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en el pasado" (Los escritos técnicos de Freud 27). Por lo tanto, sólo cuando se ha pronunciado el último significante de una oración es que el primero adquiere toda su significancia. El escritor asume una carrera que desconoce pues el producto de su trabajo se medirá a la conclusión de éste. De igual manera, el sujeto del psicoanálisis trata de hacerse cargo de su decir a sabiendas de que la responsabilidad de sus palabras no está dada por anticipado. Es una construcción constante e infinita que se gesta con cada acto y con cada palabra. En la retroacción, escritura y psicoanálisis se homologan como enigma hecho letra, inédito hecho palabra, vida hecha lenguaje.

Trazo textual (escritura) y sexual (psicoanálisis) se delinean como un solo escrito en donde siempre hay "barreras que vencer", resistencias que derribar, verdades que revelar, lugares que tomar. O sea, diría Ordóñez, es un acto "a veces demencial". Acto que descubre verdades plenas escondidas entre las líneas torcidas y fallidas de la historia del sujeto. Verdades que guardan el intrincado secreto del deseo. Es a través de la palabra por donde consecuentemente el escritor, tanto textual como sexual, se com-promete. Compromete su ser y su escritura. Primero el escritor se instala en el espacio del estilo, la lengua, la sintaxis, el enunciado propiamente dicho, para dar formal cabida a su historia de amor, cuyas verdades tienden a difuminarse. Es hasta el momento en que el escritor transciende estos aspectos retóricos por donde finalmente su palabra ahora vivida como amor, dolor, felicidad o desdicha, inicia la movilización del deseo hacia su escritura. Escribir, tanto en literatura como en psicoanálisis, es un acto en donde la historia del sujeto se re-escribe y se perpetúa para alienarse a la historia de sus semejantes. Escribir es, pues, escribir por y para el otro. Escribir, acertadamente lo dice Barthes, es "un acto de solidaridad histórica" (22) allí donde mi historia se fusiona con la historia de la humanidad que me precede. Por ello en la ficción del texto, tanto escritor como sujeto, profieren un decir pleno y liberador en virtud del lápiz creador que manuscribe una historia hasta ahora desconocida, sin saber que ese texto es él. Soy lo que digo y lo hago para el Otro.

Igualmente este texto (analítico o sexual) está inscrito en un tiempo y espacio que sólo le conciernen al sujeto de su producción. Sin embargo, tanto quien escribe como quien se analiza no está regido por un tiempo cronológico, sino que queda atrapado dentro de un tiempo lógico, intersubjetivo, que le constituye y le estructura como sujeto de la creación. Es "un tiempo sin reloj", diría Ordóñez. Este tiempo se interpone entre realidad psíquica y realidad objetiva, y hace del escriba y del sujeto, su producto. Es el tiempo lógico lacaniano. Por lo tanto, este tiempo nos introduce en una temporalidad que desfasa el presente, el pasado y el futuro, con el fin de revelar la verdad del sujeto y las maneras pertinentes de re-escribir su historia. Esta lógica lacaniana le propone al sujeto modificar su historia a partir de la interpretación que éste hace—en el ahora—de los eventos pasados, reescribiendo de esta forma, su propia historia: "[. . .] se trata menos de recordar que de reescribir la historia" (Lacan, Seminario I de los Escritos técnicos de Freud 29). Por ello, la experiencia psicoanalítica arrebatada por el tiempo lógico pone en jaque la temporalidad lineal para darle cabida a la re-escritura de la historia subjetiva. Hermosamente lo expone Catherine Clément en su anécdota sobre la vida de Jacques Lacan:

Lo que se realiza en mi historia no es el pretérito definido de lo que fue, puesto que ya no es, ni siquiera el perfecto de lo que ha sido en lo que yo soy, sino el futuro anterior de lo que yo habré sido para lo que estoy llegando a ser. [. . .] Queda el auténtico tiempo del psicoanálisis, el único válido: el futuro anterior. Yo habré sido esto—el niño mudo, el niño colérico, el niño con la fantasía del lobo, el hijo perdido, la hija abandonada—hasta el tiempo que se precisaba para decirlo. Pero, una vez dicha la cosa, ya voy siendo otra cosa. Habré sido esto, pero ya está terminado: no es imperfecto, ni perfecto, ni pasado, sino recuerdo bien situado, alineado, ahora inofensivo. (Cursivas en el original, Vidas y leyendas de Jacques Lacan 120)

Presente, pasado y futuro se relacionan, no como una sucesión temporal lineal, sino a partir de una lógica donde el advenir re-significa lo anterior. De esta manera, la verdad del sujeto emerge a través de cierta inferencia dialéctica que encuentra sus fundamentos en la elaboración lacaniana del "tiempo lógico".

Por ende, tanto las ficciones textuales como las sexuales están determinadas por un mismo discurso que remite al tiempo lógico del sujeto, tiempo que se plantea, según Jacques Lacan, en tres momentos: El primero, el instante de la mirada sólo dura unos segundos y es por donde, frente al Otro, el enigma de la verdad se entrevé de manera turbia y desconcertante. Es ese instante que fluye por toda la página—textual/sexual—ofreciendo signos para movilizar al sujeto hacia su deseo, instante de la mirada que permite percibir "las caras alucinadas" de los otros de mi historia. Para el escritor, este instante representa el ímpetu que le devela el material de su creación, vía regia para atrapar los fantasmas que moldearán su texto. Estos segundos, para nada efímeros mas necesarios, son asumidos tanto por el escritor como por el sujeto del psicoanálisis para entrar en el tiempo de comprender—tiempo que transcurre haciendo que el sujeto retome su deseo una vez movilizado en el instante anterior. Es todo el tiempo necesario para asir "las papeleras que se llenan y las letras que bailan" a las que se refiere Ordóñez en su comentario. Es, en suma, el tiempo para comprender-se. Ambos, escritor y analizante, atraviesan el tiempo para comprender con el fin de apropiarse de su deseo y lanzarse a una escritura de sí mismos. Finalmente, llega el momento de concluir que depone al tiempo anterior precipitando una resolución del sujeto, un dénouement de su propio relato. Es un momento que impulsa al sujeto textual/sexual a asumir responsablemente su deseo, a sabiendas del riesgo y del compromiso que éste conlleva. Por eso, el momento de concluir se presenta como la paradoja del deseo en tanto lanza a éste a una "escritura sin fin". Así, el momento de concluir inicia al ser del escribano moviéndolo a aceptar la inefabilidad de su deseo inscrita en la asunción del deseo del Otro. Por eso, "escribir no es libertad" porque al escribir se revela la presencia del Otro que obliga al texto a su significación y ciframiento.

Dice Ordóñez Vilá que "escribir no es libertad" porque para precipitarse a un instante de descubrimiento subjetivo, el sujeto se ve comprometido en el deseo del Otro y se descubre alienado en Su discurso. "Escribir no es libertad" porque mi texto no es mi texto y yo ya no soy yo. Ahora devengo esa imagen que me devuelve el Otro con su deseo. El sujeto está preso en la cárcel del Otro que le define y le constituye como lo que es. El ser no es libre porque, de entrada, se ha alienado en la imagen del Otro, en el deseo del Otro. Dice Ordóñez que "la persona que escribe vive torturada en un espacio de espejos y aristas". Y es precisamente el espejo que le devuelve al sujeto su imagen por donde la sujeción del ser toma su lugar. Antes de la aparición del espacio especular, el sujeto percibe su cuerpo como pedazos sueltos, como fragmentos desarticulados sin principio ni final. Ambos, escritor y analizante, empiezan la constitución de su subjetividad y oficio como seres despedazados, perdidos en el universo del Otro, haciendo con el Otro un solo ser. Somos sujetos divididos, barrados, alienados en ese Otro que nos significa y precede. Advierte Ordóñez que el sujeto deplora sus propios "desgarros" en tanto siente que su cuerpo está "despellejado". La unión de los pedazos y la armazón de sus fragmentos sólo tienen lugar y sentido posteriormente, en virtud del soporte deseante del Otro que se refleja a través del espejo— la Madre Nutricia—y que fortalece al indeleble humano con su mirada, y lo sostiene con su deseo. Esa imagen, que el sujeto percibe de sí mismo frente al espejo, se le devuelve ante la postura firme de ese Otro que abraza su fragmentación. Para el escritor, es ante esa imagen donde la verdad de la escritura crea su poder. Así, en la especularidad de su representación, el cuerpo del sujeto se unifica y en su subjetividad se separa alienándose, ya que en su fundación aprende a reconocer que eso no es él. Siempre habrá Otro aparte de él mismo, aunque quiera hacer de su yo, su objeto. Objeto perdido y desechado, jamás recuperado, mas deseado: ni el Yo ni el Otro. En definitiva, el ser del sujeto viene del espejismo proveniente del Otro en tanto lo desea y lo unifica separándolo de sí y de los otros. ¡Magnánima paradoja! Por eso, escribir una historia, sea textual o sexual, "no es permanencia", bien dice Ordóñez, "porque su escritura es ajena", ya que es por medio del deseo del Otro que el texto se escribe, se dispersa y se precipita a una (re)escritura perpetua.

El sujeto de la escritura sin-fin se estructura a partir de un deseo indescifrable que no deja de insistir. La escritura de una ficción textual/sexual se realiza por medio del reconocimiento del deseo, fuente de toda creación. Dice Ordóñez que "la persona que desea escribir y no lo hace, vive y muere condenada". Es decir, la fuerza continua y esencial que precipita el acto de la escritura es el deseo, ése cuya quitanza significa la muerte. Quien resigna su deseo en la escritura mata su propia "esencia" de sujeto, "por eso hablar de la escritura y del oficio de escribir es suicida", vehementemente concluye Ordóñez Vilá. El sujeto que acaba con su deseo, acaba con su historia, la cual queda ins-cripta a medias. Aquí psicoanálisis y escritura se entrecruzan para aseverar que el fin del acto escritural es llevar al sujeto a reconocer la verdad sobre su deseo, deseo articulado en la palabra de quien escribe su propia historia de amor. Por ello, la escritura deviene en una especie de sublimación del deseo que se sirve de esa palabra que da forma y sentido a este deseo. La literatura siempre se ha ocupado de los fantasmas del sujeto para sublimar en la escritura el deseo impetuoso del escritor. En La otra escena, Octave Mannoni asevera que "el deseo de escribir es también, más oscuramente, deseo de escribir sobre el deseo; en el fondo: deseo imposible de escribir sobre el deseo imposible. La escritura siempre contiene, aunque oculte, la huella de un deseo que no tiene nombre verdadero" (79). Por consiguiente, el ejercicio de la escritura textual/sexual trae a la existencia ese deseo imposible que no deja de importunar al sujeto, incluso hasta la locura. Por eso, dice Ordóñez, escribir "es a veces demencial" pues al hacerlo, el sujeto se enfrenta a la angustia de una falta y a la insoportabilidad de una pérdida. De diferentes maneras, quien escribe un texto nombra la imposibilidad de su propio deseo y con tal nominación, paradójicamente engendra una nueva presencia en el mundo. Por lo tanto, la escritura insiste y perpetúa al sujeto haciendo de su deseo sostén de un decir que recupera su verdad, al punto de constituirlo en quien verdaderamente es. Pero al igual que el sujeto del "espacio de espejos y aristas" referido por Ordóñez, ahora contextuado por el deseo del Otro, el que escribe debe luchar para mantenerse en su deseo y hacerle frente porque ceder, sería morir—un morir sin fin.

En la escritura de una ficción, aquél que escribe historias de papel y lápiz se asemeja a quien se atreve a reconstruir su vida dentro del encuadre analítico. Ambos, escritor y analizante, atraviesan un laberinto de aciertos y desengaños cuyo advenimiento es posible por el acto escritural mismo. Escritura que conlleva un texto y un ser. En el comentario de Montserrat Ordóñez Vilá se logró elucidar, y tratando de construir nuestra propia "disciplina del comentario" [1], algunos de los aspectos que comparten ambos sujetos, pues los dos están ya inscritos en el deseo del Otro, atravesados por un mismo lenguaje y de terminados por un mismo tiempo. Así, para seguir viviendo, escritor y analizante deben emprender la travesía del deseo (des)cifrado en su propio discurso. Transigir el deseo o enmudecer las palabras, lo que es redundante, sería matar al sujeto. "[No] escribir es suicida". Las palabras gritan deseo y verdad. Palabras que vociferan esta sentencia plena rebasando el cuerpo y el alma de quien la profiere. Ambos sujetos se estructuran a partir de las palabras que conviven y se revuelcan en el lupanar de su propio ser, palabras que trillan e insisten en ser dichas para sacar a la luz la verdad que les hace libres. O como les espetaría Octavio Paz a las palabras, en su célebre poema sobre el oficio de escribir: "Chillen, putas". Así, tanto para el escritor como para el analizante, escribir es (re)construir su propio deseo. Escribir es reescribir. Y continuar (re)escribiendo esta historia de amor que sólo se consume con el fin del deseo mismo; o sea, con la muerte. Por ello, "los que hoy queremos seguir viviendo con palabras, debemos ahora, ya, callarnos e irnos a nuestro posible o imposible rincón y escribir, escribir para poder morir en paz".

Notas

[*] Norman Marín Calderón. Docente investigador de Estudios Hispánicos en Ball State University, Estados Unidos. Doctor en Letras de Purdue University. Magíster en Psicoanálisis por el Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos de la Fundación Mexicana de Psicoanálisis y en Literatura Inglesa por la Universidad de Costa Rica. Autor de Borges ÿ Freud ÿ Lacan: Los senderos trifurcados del deseo (Ediciones Eón, 2009), y de artículos sobre psicoanálisis, literatura, teoría crítica y estudios culturales. Reside en Indiana, Estados Unidos. [normanmarin@hotmail.com]

[1] En "La Cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis" y con respecto a la disciplina del comentario, Lacan elabora lo siguiente: "Textos que se muestran comparables a aquellos mismos que la veneración humana ha revestido en otro tiempo de los más altos atributos, por el hecho de que soportan la prueba de esa disciplina del comentario, cuya virtud se redescubre al servirse de ella según la tradición, no sólo para volver a situar una palabra en el contexto de su tiempo, sino para medir si la respuesta que aporta a las preguntas que plantea ha sido o no rebasada por la respuesta que se encuentra en ella a las preguntas de lo actual" (Escritos I 386-87).

Referencias

Aragon, Louis. La défense de l’infini. París, Gallimard: NRF, 1986.

Barthes, Roland. El grado cero de la escritura y nuevos ensayos críticos. Trad. Nicolás Rosa. México: Siglo XXI, 1996.

Clément, Catherine. Vidas y leyendas de Jacques Lacan. Trad. Joaquín Jordá.Barcelona: Anagrama, 1981.

Lacan, Jacques. Escritos I y II. 1966. Trad. Tomás Segovia. México: Siglo XXI, 2001.

_____. Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud. Trad. Diana Rabinovich. Buenos Aires:Paidós, 1985.

Mannoni, Octave. La otra escena. Claves para lo imaginario. Trad. Matilde Horne. Buenos Aires: Amorrortu, 1973.

Ordóñez, Monserra. "El oficio de escribir". Ed. C. Davis. Women Writers in Twentieth Century Spain and Spanish America. Nueva York: Edwin Meller Press, 1993. 161-62.

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Número 26 - Octubre 2010
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