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Borges, con la insoportable claridad que lo caracteriza nos dice en un poema titulado "Posesión del ayer" lo siguiente:
Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.
Marcelo tiene 20 años y cuando ingresa a la institución es bautizado, debido a su aspecto físico "El Toba". Es de baja estatura, pelo negro, tés morena y se desplaza como un simio.
Una de sus primeras acciones, con la cual se ganó la antipatía y distancia de muchos fue la de introducirse la mano en la parte trasera del calzoncillo para luego desparramar caca por el aire y las paredes. En la institución circula la versión de que fue criado entre animales.
De su madre se sabe que es soltera, empleada doméstica de una casa de campo del sur argentino y nada mas, y que por intermedio de un familiar que vive en Buenos Aires se tramita la internación.
Marcelo me mira azarosamente de la misma manera que a cualquier objeto. No responde a su nombre y esporádicamente emite un sonido similar al del cerdo. No busca comunicarse ni desea hacerse entender. Es indiferente a todo, excepto a una mancha que hay en una pared de la sala y que ocasionalmente la mira de forma distinta, es decir, se detiene en ella 3 segundos, cosa que no ocurría con nada. Hablo en este caso de mirada y no de vista pues hay una detención o intencionalidad en algo sobre lo que luego volverá. Con el resto es simplemente un paseo de la vista.
Come cuando le acercan algún alimento, de lo contrario ingiere cualquier objeto que por su tamaño pueda introducirse en la boca y que por su textura permita ser mordido e ingerido.
Debido a su torpeza motriz es víctima de algunos accidentes que a cualquiera le significarían un profundo dolor, sin embargo el se muestra inmutable a ellos, inclusive al fuego.
Si el "llamado" está por debajo del lenguaje, como se observa en el animal doméstico quién atrae la atención cuando algo le falta ( por ejemplo, el alimento), estar con Marcelo daba la sensación de estar frente a un animalito salvaje. El único rasgo que lo asemejaba a lo humano era una sonrisa inmotivada que en ocasiones se le dibujaba en la cara.
Hablemos de la transferencia. Cuando me lo derivan para su tratamiento acepto con agrado, con temor, con asquito, con dudas, con la sensación de estar internándome en un campo yermo, con un bagaje teórico que no me orientaba, con la tentación de salir corriendo, con el estímulo de un desafío y con mil interrogantes y uno en especial que articuló el inicio del tratamiento: ¿ es suficiente el deseo del analista para iniciar un tratamiento ? La primera respuesta fue: no sé si suficiente, pero sí necesario.
La realidad para Marcelo era uniforme, indiferente y yo formaba parte de esa realidad, donde mi presencia o ausencia no alteraba el paisaje.
Me senté en el piso, lugar donde transcurría la mayor parte del día, lo miré y le dije: hola, sabiendo que la respuesta sería la misma que la de la pared donde estaba apoyado. Aquel "hola" fue un acto inaugural necesario. Fue un aceptarlo en tratamiento aunque él no lo supiera.
¿ Y ahora qué ? descartado estaba el : buenas tardes, cual es el motivo de su consulta o mirarle a los ojos esperando que diga algo o el ¿a que te gustaría jugar?
Entonces desparramé diferentes objetos en el piso: los mas blandos los llevaba a la boca, los mordía y si podía se los tragaba. Los mas duros también los mordía y los tiraba lejos. Yo repetía la operación (mostrarle objetos) con la esperanza de descubrir algún interés particular por alguno de ellos, pero NADA. Me agarraba de la ropa de la misma manera que a cualquier objeto. Con papel de diario armaba bollos y se los tiraba a la cara con la intención de provocarlo pero, NADA. Le quitaba una zapatilla y la tiraba a la otra punta de la sala, a veces la abandonaba y otras la tomaba y la mordía. Traía un recipiente con agua para salpicarlo y NADA. Desparramaba el agua o se la tragaba del recipiente o del piso. En medio de este despliegue le hablaba y a veces le cantaba persiguiendo alguna reacción pero también para darme ánimo.
Le mostré fotos, algunas de las cuales rompió, otras mordió y otras volaron por la ventana. Lo tapaba con una sábana y a veces él se la quitaba y a veces no. Ocurría lo mismo cuando el que se tapaba era yo. Me quedaba sentado frente a él en silencio, inmóvil y NADA.
Cubría con mi cuerpo la mancha de la pared a la que le había prestado cierta atención y NADA. Le desata sus cordones y los ataba a los míos. Escuchábamos música, bailaba delante suyo, emitía algunos gritos, imitaba sus sonidos, sus movimientos, le dibujé el contorno de su mano sobre una hoja, a la plastilina le di forma de caca y la tiré contra las paredes, incorporé diferentes espejos, intercalando entre estas actuaciones alguna inteligente interpretación sacada de la galera.
Entonces recordé a Borges diciéndonos que somos lo que perdimos.
Al cabo de varios meses de tratamiento concluí: inexistencia de palabras y de lenguaje, como así también de algo que asemeje un llamado, momento en que el sujeto establece relaciones de dependencia y de la alienación como operación fundante del sujeto con el Otro. Habitaba un espacio al margen de lo simbólico donde imaginario y real aparecían como equivalentes. Nada daba cuenta allí de un sujeto por advenir.
Entendemos a la intervención del analista como un ordenador del goce y del deseo. Marcelo nos mostraba puro goce. Goce mortífero. Lugar de objeto petrificado que no permite metaforización alguna. Si el juego es el escenario en que el niño se apropia de los significantes que lo marcaron nada daba cuenta allí de ninguna marca, pues nada adquiría el aspecto de juego. Si el mecanismo de expulsión primordial fracasó y como consecuencia de esto se instala la imposibilidad de la emergencia de lo Real, por ende inexistencia de sujeto, nos encontraríamos frente a un caso de autismo, pues no hay emergencia del sujeto sin la expulsión instituyente. En cambio, si lo que ocurrió fue que quedó forcluido el Sgte del Nombre del padre, nos estamos refiriendo a una psicosis. Posiblemente, con lo ocurrido posteriormente, podamos orientarnos hacia alguna posición
Transitando por la dirección de la institución escucho que la madre de Marcelo envió una carta, me la entregan y en ella leo lo siguiente: les envío los bolsones de pañales que me pidieron como así también la medicación correspondiente. Firma.
Eran 2 líneas y no estaban dirigidas a Marcelo. Me llevo la carta, me siento a su lado, bien cerca y le digo que llegó una carta de su mamá y que quería leérsela.
Empiezo: Querido Marcelo, ¿como estas ? espero que bien. Por acá hace mucho frío, pero yo estoy muy bien. Te mando un beso. Tu mamá.
Marcelo me aprieta el brazo como si tuviera una garra y se le cae una lágrima.
Obviar lo conmovedor que resultó aquel momento significaría soslayar que allí hubo un movimiento subjetivo que como se sabe en pacientes con estas características, conmueve.
Marcelo. R mostraba alguna pérdida que lo acercaba a lo humano. Tímidamente me buscaba con la mirada y algo del juego comenzó a instalarse. Ya no mordía todas las pelotas o las lanzaba por la ventana sino que algunas me las devolvía e incluso esbozando una sonrisa motivada.
Cuando me paraba delante de la mancha en la pared se mostraba molesto y me empujaba para que quede a la vista. Cuando yo amagaba taparla se interponía para evitarlo.
No todo los objetos que pasaban por sus manos eran destruidos. A veces los miraba, los chupaba, los manipulaba, comenzaba a libidinizarlos, a jugar con ellos.
Se mostró sensible a una pérdida que se inscribió en él. Registro de una pérdida que con el sostén de una transferencia podía ahora soportar.
La carta, de eso se trataba.
La carta como agente provocador, elemento éste que traza desde el inicio la dirección del tratamiento. Carta que provoca y produce un efecto que nos permite preguntarnos si algo allí se inscribe.
¿Lo provocativo de la carta se debe al contenido de la misma o al lugar donde él queda instalado como consecuencia de la ubicación que le da el analista?
Una relación imaginaria, indiferenciada y la carta aparece como estableciendo una función de corte.
Un brazo apretado escuchado como una demanda que nos invita a incluirnos en una escena. En el momento en que se produce el llamado es cuando se establece la relación de dependencia. Algo de lo simbólico acaricia ese cuerpo librado a lo mortífero del puro goce. La ley cayendo con su fuerza sobre el campo del goce.
La lectura de la carta, lejos de acercarlo a la madre, lo que provoca es una escena que lo confronta con una pérdida ( ¿primer vacío? ).
A partir de entonces (simbolizaciones mediante) se puede comenzar a desarticular la dupla imaginario/real como elemento único y entonces jugar con esa mancha en la pared como presencia o ausencia de una marca que lo representa. Mancha que aparentemente comienza a circular por un proceso de metaforización. El juego allí como un tiempo instituyente en la producción de la realidad, recreando un vacío apto para un movimiento constitutivo.
Es a partir de las intervenciones y los efectos que se produjeron que podemos preguntarnos si se trató de un caso de autismo que viró hacia una psicosis o ésta estuvo presente desde el inicio.
CLAUDIO CALOMITI