Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La sexualidad a partir del género
Una mirada desde el psicoanálisis
Alexander Cruz Aponasenko

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Resumen

En el presente trabajo se hace una revisión teórica de la bibliografía psicoanalítica acerca de la construcción del sujeto sexuado. Se enfoca en los conceptos masculinidad y feminidad como ejes que definen la construcción de una particular teoría de la sexualidad, frente a la propuesta de construcción de la sexualidad trazada por el género. Según un grueso numero de teóricos del psicoanálisis, el concepto de género permite la construcción de nuevas teorías sobre la sexualidad. Esta idea es aceptada por un buen número de psicoanalistas y rechazada por otra buena cantidad, produciéndose así un fuerte debate en torno a la articulación del término género en el cuerpo teórico del psicoanálisis y las consecuencias que esta inclusión acarrearía.

Abstract

This work consists of a theorethical revision of psychoanalytical literature involving the making and development of sexual subject. It emphasizes on the concepts masculinity and feminity as pillars that define the construction of a particular sexual theory, opposite a proposal of sexual theory emerging from the gender concept. A great number of Psychoanalysts think that the gender concept allows the construction of new theories to explain sexuality. This idea is well seen by a big number of Psychoanalysts and rejected by also a big number, forming a modern debate on introducing the concept of gender into Psychoanalytical concept repertoire, and exposing the results of this inclussion.

Palabras Clave: Sexualidad, Masculinidad, Feminidad, Género, Castración, Falo, Edipo, Identificación, Feminismo, Lenguaje, Síntoma, Psicoanálisis.

Key Words: Sexuality, Masculinity, Feminity, Gender, Castration, Phallus, Oedipus, Identification, Feminism, Language, Symphtom. Psychoanalysis.

 

 

Introducción

El concepto Género es un concepto problemático que trata de abrirse un espacio dentro del psicoanálisis, su uso indiscriminado ha generado en varias ocasiones confusión dentro de la teoría psicoanalítica. Es un concepto que no pertenece a los fundamentos acuñados por Freud y que tampoco es reconocido por sus continuadores.

Algunos psicoanalistas aceptan el género como un aporte importante y significante, especialmente por la posibilidad que ofrece de corregir la dirección aparentemente patologista que han seguido las explicaciones sobre el desarrollo de la sexualidad, ya que la observación de la distinción temprana de los géneros por parte de los niños es un hecho indiscutible; también es importante porque permite una ampliación de las explicaciones vigentes - crecientemente insatisfactorias - sobre las perversiones. Sin embargo, de todas las direcciones en las que el concepto es puesto a trabajar en psicoanálisis se genera un debate, o lo más frecuente, quedan por fuera trabajos que no son incorporados a la corriente dominante en psicoanálisis por la mayoría de las escuelas que la componen. Este aislamiento o resistencia frente al uso del concepto de género, considerado como un nuevo fundamento, solo puede ser explicado a partir de la siguiente idea: el uso del concepto Género impondría una nueva exigencia de trabajo al psicoanálisis, la reformulación de la teoría de la sexualidad (Dio Bleichmar, 1997).

Según Dio Bleichmar (1997) en psicoanálisis el concepto de género se halla incluido en lo que los autores dicen y escriben, aunque se llame y considere de otro modo. La psicoanalista se pregunta ¿por qué no es usado, explotado el término género dentro de la teoría psicoanalítica? A lo cual responde que la articulación sistemática del concepto de género en la teoría psicoanalítica genera un nuevo fundamento de la subjetividad. Gran cantidad de los estudios de género y sobre todo los estudios Feministas apoyan la anterior explicación, pero las corrientes más cercanas al psicoanálisis "ortodoxo", establecen que el mismo concepto de sexo ha sido sujeto de una mala lectura por parte del feminismo (Tubert, 2000), que lo ha tomado como un efecto de lo biológico y no como una construcción social. Freud, en sus Tres ensayos, plantea que es difícil establecer lo masculino y lo femenino propiamente dicho, solo es posible abordar esta tarea tomándola como antítesis equivalente a activo/pasivo, pues lo que hay de hombre en el hombre y de mujer en la mujer desde lo biológico no es claro, dada la existencia de caracteres de uno y otro sexo (biológico) en ambos (Freud, 1905).

Las diversas acepciones del concepto género entre algunos teóricos del psicoanálisis y su absoluta abolición entre otros, ha llevado a formular la idea de que el psicoanálisis es una teoría sin género (San Miguel, 2004). En este debate se observa claramente la preocupación del psicoanálisis frente a la pregunta por la subjetividad, se insiste en hacer girar la identidad masculina o femenina sobre la problemática, ya sea biológica o simbólica, de los órganos sexuales.

El concepto de género tuvo enorme resonancia, sobre todo fuera del psicoanálisis, en el pensamiento feminista; la sociología, la antropología y las ciencias sociales en general. Su incorporación desde el feminismo acaba haciéndolo un concepto central para la interpretación de todos los tópicos relacionados con la mujer. Los estudios de género están en su mayoría impregnados por esta orientación feminista, tanto que se piensa el concepto como una construcción feminista, en las ultimas décadas incluso ha pasado al lenguaje político y de allí al lenguaje común (San Miguel, 2004).

El concepto de género ha sido excluido casi en su totalidad de los discursos de las corrientes "fuertes" del psicoanálisis, puesto que plantea respuestas a la problemática de la construcción de el Hombre y la Mujer, una condición binaria basada en el dimorfismo. Debe notarse que Freud no habla estrictamente de la estructuración de hombres y mujeres, sino de la construcción de la masculinidad y la feminidad, términos que no se corresponden unívocamente con lo primeros (Tubert, 2000). Para esta autora: "(…)Desde el punto de vista del deseo inconsciente, la sexualidad se dispersa en una multiplicidad de formas, lejos de organizarse según un binarismo basado en el modelo del dimorfismo sexual, aunque no debemos olvidar que este último es también un constructo (…)" (Pag, 4). Más adelante agrega que el psicoanálisis "(…)estudiaría el devenir de la feminidad como efecto singular, situado en la intersección de las exigencias que supone la función sexual, por un lado, y las imposiciones de la cultura, por el otro (…)" (Pag, 5).

El Género

El término género, como lo conocemos hoy, empezó a usarse a partir de 1975 en los Estados Unidos (gender). Con él se pretendía estudiar las formas de diferenciación que el estatuto y la existencia de los sexos inducen en una determinada sociedad.

Los trabajos de Stoller (1968), plantean una nueva definición de género desde la perspectiva de Melanie Klein y la psicología del yo para estudiar el transexualismo y las perversiones. Stoller (1968) propuso que la teoría freudiana carecía de una categoría que permitiera establecer una diferencia radical entre la pertenencia anatómica (sexo) y la pertenencia a una identidad social o psíquica (género), dado que entre ellas podía existir una asimetría radical.

La noción de género se popularizó en los trabajos feministas americanos, que retornaron a Klein y luego a Lacan para afirmar que el sexo es siempre una construcción cultural (género) sin relación con la diferencia biológica. De allí la idea de que cada sujeto puede cambiar de sexo según el género que se asigna a si mismo para salir del sometimiento que le impone la sociedad (Roudinesco, 1997).

Desde este enfoque, Chodorow (1978) retoma la tesis clásica del objeto bueno y el objeto malo kleinianos, para afirmar que la distribución entre ambos sexos de las tareas tradicionalmente asignadas a las mujeres conducía a una transformación radical y positiva para el niño en sus identificaciones, y por lo tanto de su identidad sexual (género), que ya no seria determinada por las desigualdades culturales.

Benjamin (1996, 1998) desarrolla su trabajo sobre la base de un intento superador respecto de la tendencia hacia el estudio del individuo aislado. Si bien el infante puede ser cognitivamente narcisista, su vida se desarrolla en el interior de una red vincular, y su psiquismo se construye a través de la relación con los semejantes, que en un comienzo son sus objetos asistentes. Para esta autora, la satisfacción pulsional se va entramando con la percepción creciente de la respuesta subjetiva del otro, y el juego intersubjetivo, la vinculación va ganando importancia sobre la satisfacción de la necesidad.

Gran parte del material investigativo continente del término género se clasifica dentro de los gender studies o estudios de género, abordados mas por historiadores y filósofos moderados que por psicoanalistas en sus inicios, y que actualmente se consideran importantes estudios transdisciplinarios. Dentro de esta categoría debe mencionarse la obra de Laqueur (1990) y Caro Hollander (1992). En México destaca la obra de Marta Lamas (1996) y en Uruguay la de Carril (1996).

En Argentina se encuentran importantes estudios como los de Burin (1987, 1990, 1996), Fernandez (1994), Fridman (1996), Quirici (1996), Rosenberg (1996), Inda (1996), Meler (1993, 1996a, 1996b, 1996c, 1999), Giberti (1996) y Volnovich (1998), psicoanalistas que se incorporaron a los estudios de género.

En Francia, la noción de género no se ha impuesto y se prefiere hablar de identidad sexual cuando no se utilizan los términos masculinidad/feminidad, aunque se mantiene en curso la discusión acerca de la implementación del término gracias a los trabajos de Laplanche (1987). En lengua inglesa se le deben la mayoría de estos aportes a McDougall (1972, 1985, 1986, 1991, 1995). Y en España a Dio Bleichmar (1985, 1992, 1997), Mayobre (1992, 1994, 1996, 1999, 2000), Alisalde (1996), Carbonell y Segarra (2000), San Miguel (2004), Ramos (2001), López (2003) y Tubert (1988, 1991, 1996).

Una Sexualidad un tanto oscura

Pretender definir objetivamente categorías como hombre, mujer, feminidad y masculinidad desde una perspectiva libre de ideologías es una tarea cercana a lo imposible, dado que esta tarea no puede emprenderse mas que en referencia a los símbolos e imágenes de las mismas que imperan en una cultura dada. Si se reconoce que la función metaforizante (metáfora paterna) que nos introduce en lo simbólico es necesaria para nuestra constitución como sujetos, tendremos que aceptar que los sentidos fijados en lo simbólico llevan impresos alguna ideología. Dado lo anterior, conceptos como masculinidad y feminidad no serian entidades empíricas ni esenciales, sino construcciones en el orden del discurso (Tubert, 2000).

Estas imágenes y símbolos de lo femenino y lo masculino "son las formas en que las prácticas y discursos sociales construyen las nociones de mujer, sexualidad femenina, feminidad" (Tubert, 2000: 18) y masculinidad de forma general.

El psicoanálisis permite desentrañar la especificidad de estas imágenes y símbolos singulares que dan cuenta de la posición de cada individuo frente a las mismas de acuerdo a su deseo. Para no caer en la generalización que hacen las psicologías en busca de significados fijos y comunes, es necesario analizar en el caso singular la búsqueda de sentido de cada sujeto, mas que el hallazgo de ese sentido.

Desde el psicoanálisis, no puede ser un objetivo el proponer nuevas formas de identidad a los hombres y mujeres ni iniciar la búsqueda de un "eterno femenino" o "eterno masculino" (Tubert, 2000). Solo cabe cuestionar y abrir nuevos interrogantes ante toda definición cerrada.

La Esencia

Numerosas criticas de parte del feminismo y los estudios de género han caído sobre el psicoanálisis por su supuesto descuido de la sexualidad femenina; pero debe observarse que el análisis de la sexualidad femenina fue precisamente lo que condujo a Freud a reconocer el carácter no natural del complejo de Edipo, que representa a través del mito la organización de la diferencia sexual. Gracias a la noción del complejo de castración, el Edipo adquiere su dimensión estructural. Así, existen dos requisitos básicos para la configuración de la subjetividad: un sistema de parentesco basado en la prohibición (del incesto) y el lenguaje, el orden simbólico lacaniano que no solo es "la condición y soporte del inconsciente" (Tubert, 2000: 12) sino también la condición de funcionamiento del sistema de parentesco.

Por lo tanto, el orden simbólico es el que establece la diferencia entre los sexos. Esa diferencia, al ser asumida por un sujeto poseedor de un cuerpo sexuado, produce efectos en lo imaginario que se traducen en una construcción propia de feminidad o masculinidad (Tubert, 2000). "El supuesto de que existe un sujeto femenino dado, en concordancia con el sexo anatómico, no es mas que una ilusión" (Tubert, 2000: 12).

Desde lo anterior se postula una esencia femenina/masculina previa a la operación de lo simbólico en referencia a la cual el sujeto hombre o mujer se constituye. (Stoller, citado en Dio Bleichmar, 1997)

Las ilusiones de esencialismo han estado ligadas en su mayoría a los debates sobre la sexualidad femenina en psicoanálisis. A diferencia de Freud, que postuló la existencia de una única libido para ambos sexos (ver nota 9), la escuela inglesa (Klein, Jones, Horney, citados en Flax, 1995) defendía la existencia de una libido masculina y una libido femenina. Esto significaría que: "hombres y mujeres estarán definidos, desde el punto de vista pulsional, como diferentes desde el nacimiento, en función de la anatomía, antes de su devenir singular en la historia de sus experiencias infantiles". (Tubert, 2000, p. 12).

Cuando se habla solo de libido "activa" (Freud, 1905) es posible ubicar a un mismo nivel la estructuración sexual tanto del hombre como de la mujer, dado que no se marcan diferencias constitucionales; esto parte del concepto mismo de pulsión como una exigencia de satisfacción de la excitación corporal, concepto que no lleva ninguna marca de género.

Dicho esto, se despejan las dudas acerca de la invisibilidad de la mujer en Freud (Fernández, 1993; Burin, 1996, Meler, 1996, Dio Bleichmar, 1997, Oliver, 1984, Carril, 1996) ocasionadas en parte por una mala lectura o malas traducciones de la obra freudiana.

Lacan (1971) plantea que lo femenino se presenta como enigma, como aquello de lo que no se puede hablar (Verhaeghe, 1999, Miller, 2001), lo que está fuera de lo simbólico, Das Ding (2). Aunque Lacan intenta no naturalizar (lo Real) la feminidad, corre el riesgo de mistificarla (Tubert, 2000).

Irigaray (Citada en Flax 1995) ubica la feminidad en un rasgo propio de los orígenes de la vida psíquica de la niña, buscando de esta forma la esencia de la feminidad en el auto erotismo y las fases preedípicas, lo cual le da un estatuto regresivo y casi psicótico. Montreley (citada en Dio Bleichmar, 1997) considera la feminidad como una mancha ciega en los procesos simbólicos, así que solo es registrada de modo negativo; existiría una feminidad precoz que no seria atravesada por la castración.

Desde el psicoanálisis la feminidad es un problema, puesto que no puede inscribirse en lo simbólico sino de forma negativa, lo cual lleva implícito un malestar generador de síntomas, así, la mujer puede ser vista como síntoma de la cultura (Tubert, 2000).

Tanto la masculinidad como la feminidad son el resultado de la castración, operación que establece lugares opuestos, marcados por una profunda asimetría (Fernandez, 1993; Dio Bleichmar, 1997; Ramos, 2001; Mayobre, 2002) en los que se registran rasgos históricos, ya que esa marca simbólica, al inscribirse en el cuerpo (3), produce efectos imaginarios. Cada persona, al estructurarse como sujeto debe situarse en algún lugar en relación con esa división que le preexiste. Es esta (la castración) la operación cultural que genera las categorías masculinidad y feminidad, así que no puede sostenerse que tales categorías sean previas a la operación que las instituye, tal y como lo plantean los psicoanalistas con orientación de género (4) (Burin, 1996; Meler, 1996; Inda, 1996; Dio Bleichmar, 1997; Quirici, 1996).

Masculinidad/Feminidad y Lenguaje

Para el psicoanálisis la metáfora paterna estructura la subjetividad, ésta tiene como objeto al falo, clave para comprender los complejos de Edipo y castración. Su prevalecía para explicar la sexualidad en psicoanálisis se entiende solo si se considera como referente simbólico y no como órgano anatómico; como significante que aparece en el lugar de la falta y que puede asumir aunque sea imaginariamente, la ilusión de completud (Nasio, 1997).

La diferencia entre los sexos, se construye en torno a la representación de la falta. A pesar de que la realidad anatómica muestra dos sexos diferentes, el niño elabora psíquicamente esa información mediante una construcción teórica centrada en la falta de pene que él imagina que debería hallarse en la mujer; así que la marca de la feminidad es la ausencia (Tubert, 2000).

Superada la castración y establecida la dialéctica del tener, cada sujeto se inscribirá en ella de un modo diferente en función de su sexo: el niño, que renuncia a ser el falo materno entra en la dialéctica del tener identificándose con el padre que supuestamente lo tiene. La niña abandona también la posición de objeto del deseo de la madre para buscar el falo allí donde aquella lo busca, en el padre (Tubert, 2000).

Este modelo de posicionamiento del falo es estructurante para ambos sexos en la medida en que el padre, que supuestamente lo tiene, es deseado por la madre. Lo cual permite que el niño(a) oriente su deseo a objetos sustitutivos del objeto materno primordial perdido.

Dice Tubert (2000):

La simbolización primordial de la ley se produce al sustituir el significante fálico (significante del deseo de la madre) por el significante nombre-del-padre, operación que coincide con la represión originaria: se trata de un proceso estructurante que consiste en una metaforización y que hace posible el pasaje de lo real inmediatamente vivido a su simbolización en el lenguaje. (p. 16)

La represión originaria afecta al significante fálico en tanto significante del deseo de la madre. Tanto para el niño como la niña la madre es el objeto primordial, así que el objeto privilegiado de su deseo (de la madre) habrá de buscarse en el padre.

El rompimiento de la relación narcisista con la madre implica: reconocerla diferencia entre uno mismo y otro, para poder constituirse como sujeto; reconocer la diferencia entre ese otro (la madre) y un tercero (el padre) para constituirse como sexuado. De ahí que sea necesariamente en ese tercero donde se busque un elemento diferenciador, y que ese referente sea el mismo para la niña y el niño: el falo (Tubert, 2000; Nasio, 1997; Verhaeghe, 1999).

Según el psicoanálisis ninguna forma de sexualidad puede definirse como tal sin el referente de la diferencia entre los sexos. Las teorías sexuales construidas a partir de los términos masculinidad y feminidad tienen un único referente: el falo.

Tanto el psicoanálisis como el feminismo de la diferencia (Mac Dougall, 1998; Fernández, 1993; Meler, 1996; Burin, 1996; Oliver, 1984; Quirici, 1996; Fridman, 1996) han rechazado la idea de una sexualidad biológicamente determinada, la identidad sexual, nunca definitiva, ni inmodificable, es el resultado de un proceso. Feminismo y Psicoanálisis concuerdan en considerar que no es posible definir lo que la mujer es, sino como se construye.

El psicoanálisis intenta articular lo común y lo diferente en ambos sexos. Desde el punto de vista del feminismo actual, este intento de articulación corresponde a lo que en feminismo se entiende como la aporía igualdad/diferencia. El reconocimiento de las diferencias de cualquier orden es compatible con la lucha política por la igualdad de derechos. Mientras que el psicoanálisis estudia la diversidad psíquica desde la perspectiva del inconsciente, el feminismo es un movimiento político que no se conforma con el reconocimiento de la diferencia si no que intenta reivindicarla.

Masculinidad/feminidad y género

Como hemos podido ver con anterioridad, la noción de género contradice en cierta forma la teoría del psicoanálisis, puesto que se abandona la concepción de la sexualidad centrada en las pulsiones para sustituirla por el sentimiento de pertenecía a un colectivo, el de los hombres o el de las mujeres (Stoller, 1968, citado en Dio Bleichmar, 1997; Roudinesco, 1997).

Esta perspectiva de género introduce cambios importantes en la teoría psicoanalítica por ejemplo: reintroduce un determinismo biológico, puesto que como dice Stoller (1968, citado en Dio Bleichmar, 1997): "La identidad de género comienza con el conocimiento y el reconocimiento, ya sea consciente o inconsciente, de que se pertenece a un sexo y no al otro". De esta forma el género comienza con el sexo (biológico) y no deja de ser su referente (Tubert, 1996, 2000).

La identidad de género en tanto representación coherente y unificada de si mismo, se opone al carácter múltiple, fragmentario e indeterminado de las pulsiones. Esta pluralidad, da cuenta de la existencia y de la efectividad del inconsciente desde un sentido metapsicológico y no solamente descriptivo, esto es teniendo en cuenta su carácter dinámico, económico y tópico (Dolto, 1983, 2000; Mac Dougall, 1998; Carmona, 2002; Carbonell & Segarra, 2000; Aguilera, 2004).

Además de lo anterior, la idea de una identificación homogénea isomórfica o no con el propio sexo evacúa la noción de bisexualidad (Freud, 1905) en sus dos dimensiones: indeterminación sexual originaria, e identificaciones cruzadas; la primera obliga a pensar la sexuación como historia y la segunda hace referencia a las identificaciones con los modelos de ambos sexos (Nasio, 1997; Tubert, 2000; Miller, 2000; Verhaeghe, 1999; Laplanche, 1987; Winnicott, 1996).

Feminidad y masculinidad son términos relacionales, que solo tienen sentido en referencia a la diferencia entre los sexos. Plantear una identidad nuclear de género –gender core- (Stoller 1968, citado en Dio Bleichmar, 1997) seria intentar ocultar la falta, lo que se resiste a la representación, puesto que mediante el género se hablaría de una unidad del sujeto. Para el psicoanálisis, feminidad y masculinidad son significantes cuyos efectos de significación son imprecisos: "rebasan la delimitación de los dos sexos opuestos y, al mismo tiempo, no bastan para significar la diferencia sexual" (André, 1993 citado en Tubert, 2000, p. 21).

Desde el psicoanálisis, la sexuación se inscribe en el cuerpo de cada sujeto como diferencia y no como término absoluto ligado a determinados órganos sexuales. Las identidades de género en cambio son entidades plenas distintas y opuestas entre sí, ajustadas a modelos culturales (Belgich, 1996; Fernández, 1993) que tienen por función separar a los sexos y establecer privilegios para uno sobre el otro.

El psicoanálisis no pretende dar una definición de lo femenino y de lo masculino, plantea que el sexo biológico es una condición necesaria pero no suficiente para que un sujeto se piense y se sienta hombre o mujer; mas aún para pensar la sexualidad no basta con articular los datos biológicos con los sociales, esto es con los roles definidos como masculinos o femeninos, en palabras de Tubert (2000): "La sexualidad no es el género" (p.23). Lo que hace único a cada sujeto sexuado es el lugar en el que se ubica en relación a la diferencia, y qué fórmulas utiliza para articular sus experiencias con las figuras del Otro, a través de los significantes que circulan en su espacio social (Lacan, 1971; Verhaeghe, 1999; Mc Dougall, 1998).

Teniendo en cuenta lo anterior, el concepto de género vendría a fijar el sentido, a establecer un único camino para la interpretación y creación de la identidad sexual. La definición de identidad sexual partiendo del género ocultaría de cierta forma la particularidad histórica del sujeto sexuado y su deseo particular, puesto que de ninguna forma una significación elaborada a través del sentirse hombre o mujer corresponde al sentido de lo que hay en el inconsciente (Tubert, 2000).

El género se mostraría difuso en cuanto al deseo, el inconsciente, el fantasma y la elección de objeto, puesto que estas dimensiones son completamente singulares y no genéricas, no puede hablarse de un fantasma femenino, de un inconsciente masculino/femenino.

A pesar de que el uso del concepto género, por parte de algunos psicoanalistas (Stoller, 1996; Dio Bleichmar, 1996; Burin, 1996; Meler, 1996; Volnovich, 1996; Inda, 1996; Ramos, 2001; Lopez, 2003) ha rendido frutos, debe notarse que formula una teoría de la sexualidad paralela a la del psicoanálisis, que aunque aporta valiosos elementos para la comprensión y el estudio de la sexualidad humana en relación con los sistemas de poder, no se afilia por completo al mismo.

Notas

  1. Este artículo es una reseña de la tesis de pregrado titulada Masculinidad/Feminidad y Género, una investigación documental desde el Psicoanálisis, realizada por Alexander Cruz Aponasenko y Julián Fernando Duarte Niño, presentada al comité evaluador de la Facultad de Psicología de la UNAB en Mayo de 2005.

  2. Das Ding, del alemán. La cosa, el objeto en si.

  3. Se refiere al cuerpo del psicoanálisis, una construcción, no al organismo biológico.

  4. Algunos psicoanalistas con orientación de género plantean que el género, al formar parte de lo simbólico, preexistiría a la construcción de las categorías masculinidad y feminidad.

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