Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Anorexia: el cuerpo del síntoma
Oscar Alonso Mira Rivera - Diana María Carmona Henao

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"El dolor físico hace que el sujeto
olvide sus otros infiernos".
R. Kipling

Con este texto intentamos abordar los nexos entre el cuerpo y el síntoma ligados con las consideraciones acerca de la pulsión, el goce y el deseo, desde lo que permite vislumbrar y comprender la anorexia como fenómeno específico que enlaza de manera particular dichos elementos.

El cuerpo que vivimos

El cuerpo es lo que está inmediatamente en juego en la anorexia. Un cuerpo que, en nuestra cultura occidental, ha pasado por diversas concepciones y prácticas y que actualmente aparece agobiado en la envoltura recurrente de una supuesta liberación de sus posibilidades y sus expresiones, y al que se ha colocado tercamente en el núcleo de la subjetividad mientras se le imprime de manera directa el peso enajenante de los ideales e imperativos sociales, asunto por el que figura contemporáneamente como centro y objeto de las preocupaciones tecnológicas e ideológicas. En el cuerpo han confluido —a través de la historia— los intereses políticos y sociales de una cultura cada vez más "técnica" en la que ahora es objeto no sólo para la producción y el consumo, sino para el espectáculo y la publicidad.

Al cuerpo se le ha tratado, manipulado y usufructuado. Antes, en los tiempos de la hegemonía eclesiástica, desde su rechazo y renuncia tras el influjo nocivo del pecado; ahora, en los tiempos de su alabanza abierta y sin par, desde una positivización y glorificación de aquello que era rechazado: sus rasgos sexuales y eróticos. Aquellos que, anudados a la renovación constante de sus fuerzas vivaces con la ayuda de la actividad física, el esparcimiento y el ocio, le forjan actualmente una imagen positiva de algo bello, libre, sano y armonioso en un intento de negación de su otro correlato: el del desgaste y la finitud. Correlato en el que Freud lo señaló no sólo como fuente primaria de sufrimiento sino "destinado a la ruina y a la disolución, no puede prescindir del dolor y la angustia como señales de alarma".1 El cuerpo, por tanto, lleva siempre consigo el sello de lo inevitable. Es, al tiempo que dinámico y activo, temporal, frágil y precario.

Y es a razón de esto precisamente que nuestra cultura camufla, esconde y disfraza la naturalidad y la lasitud del cuerpo. Por ello se usan toneladas de maquillaje, productos para la piel y el cabello, litros de lociones, frascos, tubos y paquetes su cuidado y el de su presencia. Deben controlarse sus fluidos, eliminar sus olores, minimizar sus irregularidades, tapar los poros y no sudar, corregir sus expresiones, borrar las líneas que sean signos del tiempo, las marcas de desmesura en los hábitos, quitar los pelos inaceptables o teñirlos, acentuar las curvas, ocultar los abultamientos, fajar las carnes que se decaigan, todo para lo que hay objetos, máquinas y ropas especiales, además de técnicas e innumerables cirugías.

Es por la aparición de esta cantidad de acciones y de aditamentos que aparece en nuestra construcción del cuerpo un posible efecto o incidencia en el surgimiento y sustento de la anorexia. No es preciso desconocer el efecto que ha quedado en la manera contemporánea de abordarlo, pensarlo, sentirlo y exponerlo dentro del marco del consumo atravesado éste por la imagen de un bienestar y una comodidad ilimitados, ni negar que en todo este panorama las políticas de la industria y el comercio encontraron en el cuerpo un nuevo mercado de numerosas ramificaciones y la estética ha determinado que fueran la búsqueda de la anti-edad y el anti-peso los nuevos ideales de personalidad y autenticidad.

Si bien desde la Antigüedad se han utilizado cremas, aromas y otros elementos para conseguir una imagen apreciada y con gracia, el siglo XX consintió el uso colectivo (no sólo ya exclusivo de las clases altas) de productos y prácticas para el embellecimiento. Aunque la preocupación por la juventud no sea un asunto reciente o propio de nuestro tiempo, la lógica de los cuidados de belleza ha dado paso al exacerbado cuidado del cuerpo en todo su conjunto: "hoy es el cuerpo y su mantenimiento lo que moviliza cada vez más las pasiones y la energía estética femeninas".2 Pasiones y energía que buscan no ya disimular y camuflar, como en antaño, sino mantener y conservar altivo y esbelto al cuerpo y prevenir su decaimiento con exigencias nutricionales e intervenciones quirúrgicas. Atrás quedó la exaltación de las mujeres abundantes en carnes y formas de los artistas clásicos que, ya no tan bellas, aparecen "gorditas"; nuestra cultura hizo de la esbeltez el signo positivo de mayor valoración en términos de belleza femenina. Por esto se busca no sólo no estar gordo sino que el cuerpo luzca además tonificado, firme y musculoso, y esta es la norma consensual.

Se considera entonces que de la conjunción del ideal de feminidad (belleza) y de la identidad anhelada y promovida por la lógica consumista (la autenticidad light) ha emergido la belleza bajo la imagen positiva y normalizada de la delgadez, y supuestamente de allí la anorexia, como el efecto más nefasto y temible de tal conjunción. Un sufrimiento que comienza con la ecuación ideal: "verse bien" igual a "estar bien", y que trae como resultado "ser querida", en el que sus víctimas son sometidas a una presión psicosocial que las acosa y les induce a una pesadilla sin fin y en donde el valor estético es equiparado con el valor social. Valoración social que es otorgada por el otro con su mirada. La relación con los demás es lo que le da sentido a la figura en la medida que se la mira, aprecia y avala. En este sentido, se es en la medida que se luce atractivo según el ideal de belleza que se confirma y reconoce a través de la mirada del otro.

Sin desconocer la posible y efectiva influencia de los factores socio-culturales, consideramos que las condiciones principales de la anorexia son de orden singular, es decir, de orden psíquico. Por ello es pertinente abordar el asunto desde la perspectiva psicoanalítica.

El síntoma

El psicoanálisis descarta como única (o la principal) causa de la anorexia el efecto de globalización respecto a seguir ideales estéticos de moda, al enfocarse clínicamente en la singularidad del sujeto, no desconociendo los efectos que sobre ese sujeto tiene el estar inmerso en un orden cultural y social. Para el psicoanálisis, la conexión entre anorexia y la moda de ultradelgadez corresponde más a una generalización penosa y peligrosa que se propone como "válida" para todos por igual sin variaciones posibles.

El psicoanálisis considera los procesos psíquicos individuales y privilegia la particularidad de cada sujeto. Concibe que el sujeto responde sintomáticamente desde su estructura al malestar que la cultura le produce con sus regulaciones e imperativos. El síntoma es entonces el efecto de un acontecimiento que se hizo significante en la historia del sujeto que lo manifiesta, acontecimiento que olvidó y que, además, se olvidó que lo ha olvidado.

Ahora bien, mientras desde la medicina el síntoma es concebido y abordado como la ruptura de un equilibrio básico en la armonía original propia del organismo, desde el psicoanálisis no se considera un orden inicial al cual retornar. La medicina distingue entre el signo médico y el síntoma. El primero, está referido al dato objetivo y verificable por el médico o a la manifestación concreta de la enfermedad, posible de cuantificar y clasificar dados unos saberes constituidos en manuales que buscan el restablecimiento de dicha armonía; el segundo, considera el dato subjetivo que aporta la queja del paciente. Así, la medicina busca objetivar el síntoma para excluir toda subjetividad, es decir, hacer del síntoma un signo. Pero existen signos corporales que dicen más allá de sus expresiones orgánicas, de los que no puede dar razón y que por ello convierte en "psicológicos".4 Con estos, Freud descubre en su práctica que en el cuerpo se suscitan, y se expresan a través de él, tensiones que no provocan enfermedad orgánica pero que activan el síntoma en tanto manifestación de la lógica inconsciente; este es el llamado síntoma psíquico.

El síntoma psíquico refiere entonces a una absoluta implicación del sujeto y posee la función de ocultar y evitar un sufrimiento mayor, a la vez que cumple con evitar el reconocimiento de un deseo que aparece como inaceptable. Se piensa pues que la anorexia es un síntoma que guarda tras de sí un secreto, algo de lo que la anoréxica no quiere saber, y con el cual, al mismo tiempo, intenta preservar su deseo haciéndolo visible en su cuerpo.

La anorexia como síntoma

En psicoanálisis, el síntoma psíquico es un modo de satisfacción simultánea (a medias) de fuerzas opuestas que están en conflicto, una manera de transacción, una formación de compromiso entre ellas, y en tanto es cumplimento de un deseo reprimido (igual que los sueños) se hace portador de un sentido5 que es susceptible de ser descubierto por la interpretación, en la particularidad de las vivencias del sujeto quien no conoce de dicho sentido. En tanto se le considera una formación del inconsciente, Freud lo definió como retorno de lo reprimido, y luego al final de su obra como una vía sustitutiva para la pulsión y la falta de objeto.

Por su parte, Lacan definió al síntoma en dos ejes principales que se corresponden con dos tiempos de su enseñanza. En un primer tiempo, el eje del sentido, en donde el síntoma es definido como esencialmente simbólico, referido al campo del lenguaje, portador de un sentido develado en la interpretación. Acorde con él, el síntoma está estructurado como un lenguaje, es una metáfora en la que se articula el circuito semántico al circuito pulsional: el síntoma es el efecto del lenguaje en el cuerpo. Y, en un segundo tiempo, el eje donde el síntoma está referido al goce; se le sitúa ya no en el orden simbólico sino en el campo de lo real. Esta nueva definición del síntoma es contemporánea de la elaboración del nudo borromeo, hacia el último tiempo de su enseñanza.

De la definición de metáfora, de cadena de significantes, pasa a hablar del síntoma que puede ser reducido hasta el evento primordial del trauma que es precisado por la seducción del Otro (el Otro materno), ante el que aparece el cuerpo del niño como algo indefenso a merced de los deseos inconscientes y del lugar indefinible que ocupa como objeto en el fantasma de ese Otro. Este evento fija un goce que es desplazado por la lógica fálica y, a la vez, puesto en el cuerpo como síntoma.

Lacan dice entonces que el síntoma es la fijación de un goce sobre una letra (unidad que pertenece al lenguaje y que puede ser un fonema, una sílaba, una palabra, una frase, todo el pensamiento), la fijación de un rasgo unario. Pero es importante distinguir al significante de la letra. Mientras el significante es diferente de sí mismo dado que depende de otro significante que lo cambie, la letra fija una identidad a sí misma, es del Uno (solo) que fue resignado para entrar en el mundo de los intercambios. El significante introduce el registro del ciframiento y del desciframiento; la letra, en cambio, es un elemento extraído al inconsciente (proviene de él pero que está fuera). El síntoma letra —hecho letra— se ubica fuera del registro simbólico, marca el exceso (de goce) que se manifiesta más allá del sistema de representaciones (Freud), más allá de los significantes (Lacan), que son el campo y el lugar del Otro. De aquí que, mientras el significante vincula el simbólico y lo imaginario para que emerja el sentido, la letra excluye el sentido: instaura el campo del síntoma indeterminado, sinsentido, como efecto del Uno del inconsciente que adquiere su consistencia unaria de la anudación al goce. Esto nos remite a que: hay un componente del síntoma —su núcleo— que por su fijación de goce y su instauración como rasgo Uno no puede alcanzar el sentido que es emergente del anudamiento significante.

De tal forma y con estas concepciones, el síntoma del que trata el psicoanálisis está concebido en dos caras: una, es el síntoma relacionado con la idea de un saber inconsciente; otra, la idea del síntoma relacionado con el concepto de goce. Ambas hacen parte del síntoma en conjunto, dado que el núcleo del síntoma (que es de goce) se encuentra recubierto por la envoltura significante.

En la primera, el psicoanálisis opina que existe una implicación directa del sujeto de la que no puede dar cuenta inicialmente, pero que intenta decir aunque balbucee o diga sin saber bien lo que está diciendo. Todo aquel que sufre se hace a una teoría del por qué de su sufrimiento y así el síntoma representa algo para aquel que lo padece. En tal representación, saber que una palabra tenía que aparecer allí en el punto en que lo hace, es dar cabida al saber del inconsciente. En la segunda, del lado del goce, puede decirse que el goce es tanto dolor como satisfacción que se expresa en el síntoma, idea que remite a lo ya señalado: el síntoma es dolor y sufrimiento, pero es también satisfacción porque evita un dolor mayor. El síntoma satisface allí mismo donde se presenta como doloroso.

Con esto, la anorexia es concebida como un síntoma que trata de un mensaje y de un goce pulsional. Revela un conflicto psíquico que posee dos vías: una visible, en tanto no se ingiere alimento, lo que conlleva a un adelgazamiento extremo como consecuencia y para lo que se da una interpretación (justificación) por parte del propio sujeto de eso que se "hace ver"; la otra, no tan visible, se refiere a la significación particular que hace el sujeto respecto a su relación con la comida6, significación en la que un acontecer (abstenerse de comer o provocarse el vómito) anuncia en sí una repetición, un hecho repetitivo observable. Por ello el síntoma surge y sorprende, asusta, o bien, hace reír al manifestarse en una equivocación al hablar o en un acto involuntario en la conducta (no saber por qué no se come o se come y luego se vomita). Lo significante del síntoma representa el hecho concreto de una confusión que sorprende y excede al ser hablante y que remite al saber inconsciente ligado al rasgo hecho marca, al Uno y que por ello se repite. Además, está ligado al empuje de la pulsión a través del cuerpo.

Desde la dimensión significante, se propone que la anorexia como síntoma expresa un mensaje que busca decirse, que se dirige al Otro, siendo la expresión de un deseo que no logra articularse al discurso pero que no obstante es posible decodificarlo, des-cifrarlo a través de la palabra. Desde su dimensión de goce, se acentúa su carácter pulsional ligado a la oralidad, manifiesta el resto pulsional que implica el goce y que el sujeto no tramita sino con su cuerpo, un cuerpo sintomático que "denuncia" la lógica del inconsciente en la que se ata una manera singular de gozar.

El goce en el psicoanálisis

El concepto de Goce en psicoanálisis es posfreudiano. Si bien remite a aquello que Freud señalaba respecto del síntoma en términos de un dolor que es sufrimiento a la vez que satisfacción, es Lacan quien lo introduce en la teoría para hablar del "Más allá del principio del placer" referenciado por Freud.

En el sentido corriente, goce es sinónimo de placer y está emparentado con el "gozo" o la "dicha" más que con el goce en sentido psicoanalítico, en donde remite a un exceso intolerable, a una manifestación corporal que es tensión extrema del —y en el— cuerpo. El goce emerge en el cuerpo y se remite a él finalmente. Para gozar se requiere de un cuerpo que se experimenta en una exigencia persistente que excede los límites del propio placer bajo el retorno incesante de excitaciones constantes que desequilibran y son indomeñables. Límites que señalan la vivencia de la tensión como una dimensión que activa experiencias del organismo que de otra forma no se lograrían.

El goce se asienta así en el intento de exceder los límites del placer en un movimiento continuo ligado a la búsqueda de la presunta Cosa perdida, esa experiencia mítica y originaria que se supone previa al nacimiento del sujeto: la experiencia "plena" de la satisfacción "originaria", la búsqueda de aquel estado primario de indistinción entre el yo y el mundo, siendo primordialmente éste último el cuerpo de la madre con el cual, según Freud, se consolida un yo-real (un ser en lo real) anterior a cualquier diferenciación; anterior al yo-placer que será el definitivo y con el que se enfrentarán las coerciones de la realidad.

Al placer, mecanismo de orden vital, de orden reflejo, que está incorporado en el funcionamiento del organismo, se liga posteriormente una prohibición: la Ley. Aquella que establece una distinción entre la ley del placer (de orden natural) y lo que será la Ley del deseo (remitida al orden simbólico) siendo la primera el fundamento de la segunda. La ley del placer entra en la Otra Ley, la del deseo. Con ésta, el goce se hace restricto, prohibido, sacrificado y queda recaído sobre el símbolo de dicha prohibición: el falo, aquel que determina que todo lo accesible del goce queda fuera del cuerpo: en la cadena de significantes. Así, El naciente sujeto renuncia a su "estado pleno" a cambio de la promesa de un goce propio de los sujetos de la Ley que, primero, se localiza en un lugar del cuerpo y, segundo, queda prohibido mientras no pase antes por una demanda dirigida al Otro, en el amor. Del "estado inicial" queda la nostalgia de haberlo cedido al Otro y a sus disposiciones, de haberlo negociado por imágenes y palabras como goce fuera del cuerpo, goce permitido, goce fálico.

Sin embargo, la renuncia no es toda; el goce rechazado por la Ley vuelve e insiste fundando lo que en teoría se conoce como la compulsión a la repetición, que hace de lo perdido una memoria inconsciente, un anhelo de recuperársele. Movimiento continuo que revela que, adicional a lo orgánico, existe una acción interna de la sexualidad en la manifestaciones corporales y señala que aquello que siempre insiste y persiste en el sustrato físico es algo que está más allá de la organicidad, algo más que el simple instinto. Es la pulsión que siempre deja un resto de insatisfacción que motiva a la repetición.

En el psicoanálisis aparece entonces la distinción entre el goce fálico, aquel fuera del cuerpo, aquel ligado a la palabra, aquel establecido entre lo real7 y lo simbólico, y el goce Otro, aquel que se mantiene intacto sin dejarse limitar por el ordenamiento fálico, que está más allá de las restricciones de la Ley, que es inefable e inexplicable, que escapa a toda localización, que está más allá del falo y es "próximo" al "estado inicial" (previo a la incorporación de la Ley) en el que prevalece la Cosa como una experiencia plena y total, real.

Este goce Otro se presenta como enigma, enigma propio del goce femenino en tanto no se registra en el conjunto de los significantes uno que nombre el ser de mujer, uno que diga de ella como universal. Mientras el hombre tiene de su lado el nombramiento universal que le permite el falo (y el correlato de la representación imaginaria que se sostiene en su órgano anatómico, en su pene), para la mujer no aparece un significante que la nombre, por lo que debe, una por una, conseguir y dar una respuesta a la pregunta por su ser. Para ello, la mujer no se choca con el órgano que haga de barrera a su goce como semblante o imagen del falo para ella; en ella, el corte de la castración es entonces no todo y deja un más allá sin mediación simbólica, la falta de un significante para su condición femenina.

Esta es la mítica psicoanalítica: en el principio es el organismo en un estado y condición del que no se sabe sino hasta quedar imposibilitado, hasta que está perdido. Eso es lo que se persigue en tanto imposible. Será pues la palabra (venida del Otro) el remedio que discierne y evoca al goce, al tiempo que el veneno, ya que lo marca con una pérdida insalvable, un minus entre la palabra y las cosas, un menos que marca con la imposibilidad a los objetos del deseo. Pasamos de la Cosa al falo en una sucesión de vaciamientos de goce; de lo Real anterior, a la simbolización como resultado de la intromisión (necesaria) del Otro que exige intercambios. Intromisión que provoca una significación, una vivencia siempre imaginaria del menos que marca a los objetos: falta que es el deseo, algo perdido como deleite del cuerpo.

El deseo en el psicoanálisis

El psicoanálisis supone un comienzo mítico y absoluto en lo se que llama la primera experiencia de satisfacción. Esta está ligada al desamparo del organismo frente a la necesidad que no le es posible aliviar y colmar con una acción específica y apaciguadora. Esta debe venir de Otro que sea alertado por el llanto angustiante que será interpretado. Si la incapacidad de valerse por sí mismo enviaba al neonato a la muerte, esta intervención auxiliadora hace viable la posibilidad vital de sobrevivir, en términos orgánicos primero y en términos psíquicos luego, ya que se inscribe también la marca del rumbo para el deseo.

Esto es, el deseo es el movimiento constante de búsqueda (basada en el recuerdo) por repetir la dicha de aquella primera experiencia de satisfacción que se tuvo y con la cual se confrontarán las vivencias posteriores a ella. El recién nacido a partir del momento de la acción primera (la succión) origina, al satisfacer la necesidad (hambre), logra para sí un placer que está más allá de esta simple satisfacción, dado que el pecho no sólo será el objeto de la satisfacción de la necesidad sino que será inscrito como el objeto que procurará aquel placer, un bienestar más que orgánico.

La necesidad (toda ella de orden biológico y que logra su satisfacción) pasa pues al orden de la pulsión definida como una exigencia impuesta a lo anímico como consecuencia de su conexión con lo somático. La pulsión, a diferencia de la necesidad, no se agota en la satisfacción (temporal para ella), ella se repite dado que siempre falla su objetivo, siempre fracasa en su aspiración de goce dado que debe reconocer al Otro que regula y coarta sus empeños, no se sacia e insiste creando tensión nuevamente, mientras su objeto cambia en tanto no determinado.8 Tal insistencia deja un resto como efecto, un goce faltante, un más de goce, como aquello que marca la falta en ser y que por ello se hace causa del deseo: aparece así en la teoría el objeto "a" como designación de tal resto.

Esta es entonces la lógica del deseo en el psicoanálisis: algo que se tuvo en un momento inicial y que al perderlo se le busca incansablemente por el resto de placer que se advierte no logrado. En Freud se le conoce como la pérdida de la primera experiencia de satisfacción, en Lacan es la pérdida del goce puro del cuerpo. Esta pérdida recibe el nombre de "falta". Falta como resultado de la comparación de lo que hay con lo que (se supone) hubo; como resultado del deseo (inconsciente e inarticulable) luego de aceptar las leyes de la significación y trasladar el goce a palabras que lo depuran. Falta, como diferencia, como resto, entre lo que se tiene y la experiencia "mítica", "perfecta" y "plena" de lo que alguna vez (supuestamente) se tuvo y nunca más fue.

De esta manera, lo que nunca falta es el desengaño al que queda condenado el ser hablante como efecto de esa forma inicial, original, de dicha experiencia "plena". Pero, a su vez, es precisamente la disparidad, el desencuentro, la desemejanza lo que lanza al trabajo de pensar. La no coincidencia entre lo que se espera y lo que se tiene, entre la percepción de las cosas y el "recuerdo fundamental" es lo que despierta el interés, pues mientras está la Cosa no hay ni puede haber juicio sobre ella. Es cuando ella falta, cuando se la pierde de forma definitiva e irreversible, que se establece una discrepancia, una incongruencia insuperable con los objetos que buscan representarla y que queda en el sujeto como huella de lo que nunca habrá. Se da el desengaño sobre las experiencias en la realidad por lo que habrá que pensar y discernir la diversidad y variedad de los objetos del mundo.

Ahora bien, en la medida que el objeto real (la comida) falta, se le constituye como un don que es demandado al Otro; pasa del valor habitual alimenticio a una función simbólica propia del sistema cultural en que se inscribe. De esta forma, la demanda define todo pedido al Otro en dos vías: las demandas (en plural) que reclaman el objeto de satisfacción al Otro de los bienes, y la demanda (en singular) que pide un objeto no determinado (un gesto, una mirada, un beso, atención) como prueba de amor. La primera se colma gracias a los objetos reales de la satisfacción de la necesidades; en la segunda, lo que interesa es quién lo da y si puede darlo o negarlo ya que está en juego un más allá del pedido. No importa la presencia o ausencia de objeto sino la presencia o ausencia del Otro como agente que otorga o niega sus dones. La demanda es entonces de amor, de presencia incondicional del Otro al que encarna la madre en un primer tiempo.

Surge precisamente en esta lógica un espacio entre la demanda de satisfacción y la demanda de amor, espacio donde se abre el deseo como un más acá de la necesidad y un más allá de la demanda.9 Esto significa que cuando el sujeto pide algo y se le otorga, pide otra cosa. El deseo sólo es posible justamente en la medida que la demanda no es satisfecha.

Lo que señala específicamente la anorexia, lo que evidencia es que el alimento es más que un objeto de la necesidad y, a su vez, que el deseo marca la incidencia del lenguaje sobre la necesidad al separarla de su objeto. "Lo que se manifiesta en el intervalo que cava la demanda más acá de ella misma, en la medida en que el sujeto, al articular la cadena significante, trae a la luz la carencia de ser con el llamado a recibir el complemento del Otro, si el Otro, lugar de la palabra, es también el lugar de esa carencia. Lo que de este modo al Otro le es dado colmar, y que es propiamente lo que no tiene, puesto que a él también le falta el ser, es lo que se llama el amor, pero es también el odio y la ignorancia".10 Luego, el deseo se constituye en torno a una falta y porque algo falta existe el deseo; se dirige al amor como objeto frustrado, al amor que el Otro no tiene. Por lo que podemos decir que la anoréxica demanda algo de amor, algo de nada.

Esta "nada" es interpuesta ante el atiborramiento que provoca ese Otro con su deseo; alimentándose de nada la anoréxica hace que la madre dependa, que le ame. La madre trata de colmar las necesidades y en el lugar de lo que no tiene, llena de comida e interpreta esto como amor. Por eso quien rechaza el alimento juega con su rechazo como un deseo. Para mantener su deseo, la anoréxica lo quiere (y lo necesita) fuera del deseo de la madre, no quiere comer para mantenerse como sujeto deseante y no ser comida (devorada por el deseo de la madre). Dicha nada le permite estar más allá de la demanda incolmable y de los cuidados excesivos de la madre. La anoréxica no dice sino que se expresa a través de un acto compulsivo, repetitivo, ligado al objeto a que, en su caso está presentificado en la nada como objeto para su deseo. Evidencia un encuentro con lo real fijado en la insistencia del retorno, re-petición de lo lleno y lo vacío sometido al más allá del principio del placer.

El síntoma que vivimos

Hoy por hoy, con la aparición y designación de los "síntomas actuales", aparece un intento por esclarecer cómo la noción de síntoma se ha configurado finalmente en la actualidad, lo que relanza inevitablemente la inquietud por el hacer clínico y por la pertinencia de los postulados analíticos en estos tiempos. Los tiempos han cambiado y el discurso de la época marca e influencia los "malestares" subjetivos. La realidad de la época actual muestra de una manera rotunda que el sufrimiento humano ha mutado en sus formas clásicas de presentación, en su fenomenología.

Los síntomas que aparecen en la actualidad apuntan hacia formas en las que la Ley ha modificado su presencia en la subjetividad. Y la tendencia a agrupar los síntomas cuya posible causa es completamente diferente, responde más a una estandarización como forma de controlar el "malestar", sin atender a que cada uno revela  la fuerza con la que se impone el goce al deseo en nuestro tiempo. En este sentido, referirse a  los "nuevos síntomas" designa la dificultad de encontrar en el sujeto mismo lo que le anude a la lógica del lazo social en los términos de cohesión y renuncia a gozar. La subjetividad actual muestra una cierta laxitud en la represión y en la identificación. Este declive, unido a la instalación del discurso capitalista, es el marco con el cual se piensa la manifestación de los síntomas actuales.

Desde las consideraciones clásicas, la angustia de castración lleva a que se ponga en juego la represión, uno de los mecanismos para enfrentarla; la represión elabora, transforma y baja el nivel de la angustia. La ausencia de este mecanismo obstaculiza el pasaje del goce por el campo del Otro. Estos no serían entonces síntomas en el sentido freudiano, es decir, el síntoma como el resultado de la represión y el retorno de lo reprimido. Estas nuevas formas del síntoma no se dirigen entonces al Otro del sentido en la forma que lo hacía el síntoma freudiano.

La angustia actual denuncia un sujeto capturado en un goce no acotado. Esto da pie a que no emerja la dimensión social del síntoma (hacer lazo a través de la represión) y más bien aparezca un grito corporal. De esta manera, aparecen sujetos —des-sujetados para la lógica clásica del lazo social— que se manifiestan a través de su cuerpo sin poder decir nada sobre aquello. Los sujetos quedan fijados en ese punto, que sólo les permite responder con el cuerpo.

La anorexia marca una vertiente del síntoma que va más allá de la vertiente social: la vertiente particular, privada, definida como "la manera como cada uno goza de su inconsciente, en tanto que él lo determina".11 Esta dimensión del síntoma es considerada como resultado de un conflicto entre la satisfacción pulsional y los ideales, "donde la represión: el "yo no quiero saber" sobre el goce, sirve de soporte al síntoma, permitiendo que lo particular, lo íntimo del objeto pulsional sirva para que el sujeto resista a la exigencia del ideal".12

De esta manera la anorexia podría ser considerada un síntoma que protesta contra la universalización, contra el intento del ideal de reducir al sujeto a un objeto de saber del Otro, lo cual le coloca fuera de cualquier sentido que la lógica cultural quisiese darle e impugnarle y ante lo que se evidencia el mutismo que hace del cuerpo el único y último receptáculo de un goce librado a su expresión constante y mortificante; goce que tiene la condición de ser no todo acotado, la condición de no estar bajo la determinación de aquello que lo social espera, busca y desea.

Referencias Bibliográficas

1 FREUD, Sigmund, El malestar en la cultura, Obras Completas, Volumen XXI, Buenos Aires, Amorrortu, 2001, p. 76.

2 LIPOVETSKY, Gilles, La tercera mujer. Barcelona. Anagrama. 5ª edición. 2002. p. 121.

4 ASSOUN, Paul-Laurent, Cuerpo y síntoma, Buenos Aires, Nueva Visión, 1977, p. 18.

5 Siendo estrictos con los términos, el síntoma en sí mismo no posee ningún sentido; es precisamente cuando adquiere uno, cuando llega a él, que deja de cumplir su función y desaparece.

6 FENDRIK, Silvia, "La dirección de la cura en la anorexia nerviosa". En: Revista Acheronta Nº 8, 1998.

7 Se hace necesario señalar que hay una distinción entre lo real referido al sustrato físico, a la materialidad misma del cuerpo, y lo real en sentido psicoanalítico, donde remite a aquello que no logra ser aprehendido por el orden simbólico, aquello que no es registrado por el significante.

8 FREUD, Sigmund, Pulsiones y destinos de pulsión, Obras Completas, Volumen XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1976.

9 LACAN, Jacques, "La dirección de la cura y los principios de su poder", en: Escritos II, México, Siglo XXI Editores, 1999. p. 609.

10 Ídem. p. 607.

11 PALACIO, Luis Fernando, "Síntoma y lazo social", en: Trazos "Lo social y el síntoma", Medellín, Departamento de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, 1999, Nº.2. p. 76.

12 Ibídem.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 23 - Octubre 2006
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