Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
El psicoanalista ciudadano en contra de la colegiación de psicólogos
Susana Sifran

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Históricamente se reconoce al psicoanalista como un profesional enigmático, silencioso, ubicado cómodamente en la penumbra de su consultorio y tratando de mantener un ambiente lo más aséptico posible, previniendo la contaminación de su paciente del mundo exterior. En el siglo XXI, el psicoanalista no puede seguir sosteniendo la ilusión de que al cerrar la puerta el malestar en y de la cultura quedará afuera de su consultorio.

El psicoanálisis debe adaptarse a la vorágine de cambios técnológicos y científicos para poder sobrevivir sosteniendo su discurso, discurso que cada día se hace más necesario para enfrentar la fiebre evaluadora que presupone que todo sujeto puede ser incluído en el cálculo.

El psicoanalista está obligado en su función de ciudadano a salir a la calle y opinar sobre ese malestar en la cultura que se hace síntoma en el sujeto. Más allá de la neutralidad analítica, la ética del psicoanálisis supone tomar partido dentro y fuera del consultorio.

El proyecto del senado 1842 es un proyecto de ley para disponer respecto de la constitución de un Colegio de Psicólogos en Puerto Rico con el requisito de colegiación obligatoria. Este proyecto me invoca como psicóloga y me convoca como psicoanalista a verter mi opinión sobre él.

El proyecto consta de 17 artículos que enumeran los beneficios y el apoyo que recibirán los psicólogos que paguen obligatoriamente su colegiación para tener la oportunidad de trabajar en aquello por lo cual pagaron por aprender y probaron que aprendieron pagando por su exámen de reválida. Dicho proyecto sustenta la equivocada, sino delirante idea, de que el colegio solucionará el deterioro de la salud mental en Puerto Rico y castigará a los psicólogos irresponsables que no sepan curar al pueblo de sus males mentales. Propone además, una consulta por correo que incluye la menor participación posible de psicólogos, asegurándose así su aprobación con una mínima minoría.

Sostengo que este proyecto de ley de colegiación no es más que un burdo sistema con el cual se intenta sostener el mismo dominio. Se lo despoja al psicólogo de su estatuto ético al escamotearle su derecho de elección por mayoría y dudar de su integridad profesional.

La hipótesis falsa de la que parten es considerar a la conducta como lo representable del ser humano, es decir, el hombre es sólo lo que observamos de él, degradándolo a un mero organismo, que vale según el precio en el mercado de sus órganos transplantables.

Se trata otra vez del dominio de la ciencia médica en su afán de controlar dicha conducta con los últimos adelantos en psicofármacos.

Se trata del dominio del Estado, al cual le urge el control de una industria tan redituable asegurando ganancias en una sola dirección. Desligándose de la responsabilidad de la salud mental del pueblo para derivarlas a aseguradoras privadas que sólo buscan su propio provecho creando un hipermercado de clientes medicados.

El paciente deja de ser paciente, porque al pa sar al circuito del valor comercial, se convierte en cliente. Un cliente que es aconsejado sobre lo que es bueno o malo, normal o anormal. La ciencia se presenta como repetidora del discurso del amo, ambos son los dueños del saber, de un único saber, de todo el saber. He ahí la conexión entre ciencia y estado.

El estado, en posición paternalista, a través de sus legisladores, viene a regir sobre la comunidad de psicólogos,imponiendo un "colegio", para capacitarlos a fin de mantener el control "adecuado" sobre el resto de los ciudadanos.

Sus consecuencias pueden ser catastróficas. ¿Qué garantía tenemos que aquellos que legislan las leyes conozcan sobre la esencia de esta profesión y sobre los recovecos de la existencia humana?

La psicología no puede ser homologada a otra profesión, no debería trabajar con generalidades sino con singularidades, en el caso por caso. Es íntima, no sólo por su imperiosa confidencialidad, sino porque en ella se juegan las pasiones más privadas y profundas del ser humano.

¿Sería este proyecto un intento de hacer público lo privado a pesar de HIPPA?

Una vez más nos encontramos ante la desaparición del sujeto, tanto del psicólogo como del paciente, ambos son aplastados por la "alianza mortal del cientificismo y de la ideología de los managers" y reducidos a un valor de cálculo y un valor comercial, como lo afirma Jean Claude Milner, lingüista.

El discurso capitalista, teorizado por Lacan, no sólo propicia la acumulación, es el discurso de la negación de la imposibilidad. El discurso del Amo es totalitario y aniquilador, pretende domar todo lo real, es el discurso del miedo; lo desconocido resulta amenazante es por eso que pretende la uniformidad. No en vano los militares usan uniformes.

El psicoanálisis, en este contexto se presenta como amenazante, incita a pensar, a pensar más allá de las reglamentaciones, en el por qué de ellas y el vacío que vienen a llenar. Es un discurso que nunca podría entrar en el circuito de lo contable y de lo comercial, porque los psicoanalistas no recetamos pastillas mágicas ni sacamos radiografías de la libido, ni mandamos muestras de goce al laboratorio.

El psicoanálisis se ocupa de esa misma imposibilidad, de la lengua, la muerte y el sexo. Aquello que jamás podrá ser conquistado por la reflexión de la conciencia ni por el dominio del yo o el autocontrol o las leyes de senado. La existencia se subjetiviza desde lo endeble de lo imposible y el psicoanálisis rescata ese imposible inscripto en la particularidad de cada sujeto.

El discurso analítico posibilita la intimidad dónde, a pesar de todo, sobreviva la libertad de pensar y de gozar. Tal vez, proponiendo otras opciones más allá de una regulación ad infinitum.

Sólo es necesario tomar posición, ocupar un lugar que no sea el de la uniformidad, los psicólogos ni los psicoanalistas pueden ser masa, una masa de psicólogos, uniformados por un colegio, serviría al Amo a los fines de control y apoderamiento.

Lo urgente es sostener una postura ética.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 19 - Julio 2004
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