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Si una dificultad se hace ver hoy en la clínica, es esta de apostar a sostener la política del síntoma, ese modo privilegiado que el psicoanálisis supo encontrar para presentificar lo más propio de la dimensión subjetiva: la capacidad de producir síntoma. Síntoma, que en su cara real se interpone con la política del amo, aquella que garantiza que las cosas marchen, pero que al hacerlo ubica un desfiladero productivo para el sujeto, el síntoma produce, más aún cuando se le resta goce por la maniobra propia del análisis.
En el cuadrípodo de los cuatro discursos, en aquel que corresponde al discurso analítico, se escribe S1 en el lugar de la producción. La producción no es sin el síntoma, lo que denota un saber servirse del Nombre del Padre, para poder ir incluso más allá de él. La política del síntoma no puede prescindir de la nominación, es porque la operatoria del nombre del Padre ha quedado escriturada, que el sujeto accede al síntoma, nudo entre significante y goce, apelación a ese significante que representa al sujeto para otro, en la que se recupera goce.
En este sentido es crucial el hallazgo freudiano de pensar el acceso a la cultura con la función paterna. Sin ella, no podría pensarse la sintomática posición del sujeto en la construcción del lazo social. Hay malestar en la cultura, hay goce perdido y recuperado, hay prohibición y hay deseo, a partir de la necesaria esquizia que la represión funda. Lo que lleva a Freud a interrogar por qué las misma instituciones sociales que erigimos tienden a producirnos tanto malestar, y por que en la escena social queda puesta en escena la dialéctica del puerco espín, dado que no es posible acercarnos al otro demasiado por el riesgo del herirnos, pero a la vez es imposible sobrevivir en soledad- sobre todo ese ser afectado por la menesterosidad inicial que es el hombre. La implacable lógica de la elección forzada de la alienación expresa aquí lo necesario del malestar en la cultura.
Una mirada sobre lo fenoménico de las presentaciones clínicas actuales nos revela un predominio de las impulsiones, y gran parte de nuestro duro quehacer se encamina a la construcción del síntoma, apelando a la vía transferencial. Esta tendencia ha tendido a agravarse a partir de la gravísima crisis institucional que soportamos, y aparece multiplicada en un verdadero pandemonium de fragmentación social y política,aumento desmedido de formas anárquicas de violencia tanto en la vida pública como en la privada- expresada en los regodeos de goce de los talk shows, y de los reality shows- versión cruel y obscena de la ficción literaria orweliana- en lo desembozado de la impunidad e los poderosos, en los dobles discursos del etablishment político, en la falta de códigos en la escena delictiva. Estallada la legitimidad del Estado, se ha quebrado la posibilidad de que algún discurso amo garantice que las cosas marchen. La existencia de un discurso amo que posibilite cierta distribución del poder que haga posible el lazo social, no encuentra aquel rasgo que hoy pueda hacer masa. Estamos en tiempos de disgregación y fragmentación. Lo imposible de gobernar en su puesta en acto ha obturado la necesidad de apostar a hacerlo, de tener que hacerlo. El discurso prevalente en el imaginario social lo expresa: " que se vayan todos". ¿.Sería posible, fuera de los paraísos roussonianos, la existencia de lazo social sin la operatoria del discurso amo? ¿Contra qué se pondría en cruz, para entorpecerlo, el síntoma, si no contara con él? ¿ Quién le procura al Amo el saber sino el esclavo? Es interesante la tesis de Badiou, quien revisa la ética de la vida política contemporánea, y que plantea la hipótesis de la desaparición de la Política en desmedro de la Economía, y que en nuestros términos podríamos pensar como la desaparición del discurso amo en beneficio del discurso universitario, aquel donde necesariamente el sujeto queda excluido. Es el saber quien comanda el discurso universitario.
Son estos tiempos de cierto exceso de la cultura de la imagen, correlativa a cierta hegemonía del discurso de la Ciencia. Vivimos un tiempo de creación inédito- en cuanto a la velocidad en los cambios y en cuanto al potencial de destructividad- en el campo de la ciencia y la tecnología. La exclusión que la Ciencia ha hecho del sujeto ha permitido una expansión ilimitada de la capacidad humana de torcer ciertos cauces naturales, que producen un imaginario de poderío infinito. El pasaje al acto que el desarrollo de la Ciencia permitiría al sujeto, no se ha reducido a Hiroshima, sino que pretende más, cada vez más en las innumerables guerras que asolan hoy al planeta. El estructural malestar en la cultura, tiene, en lo espectacular de la capacidad de manipulación que la ciencia ofrece, algo nuevo bajo el sol para mostrar.
Correlativamente a este descrédito de la palabra, que va mucho más allá de lo equívoco de la función significante, porque se habla para no decir, para no horadar lo real con ninguna diferencia, las cosas han dejada de funcionar, lo que indica la crisis cierta del discurso amo, al menos en nuestro contexto específico. Nada de lo que hoy acontece en este "Extremo Occidente"- según la categoría propuesta por Alain Rouquié- es ajeno a la crisis global de occidente. Hemos podido leer, en los momentos más candentes de nuestra crisis, comentarios acerca de lo premonitorio de anunciar lo que podría ocurrir en el Occidente ya no tan extremo. Un interrogante en este sentido - coincidente con las tesis de Badiou - es si la actual crisis de representatividad de los sistemas políticos tradicionales no tendría que ver con el hecho de que se ha abandonado la actitud de "hacer política", en función de "dejar hacer un saber", en este caso la Ciencia Económica, en su versión neoliberal- hegemónica después de la caída del edificio ideológico marxista.. El saber de la Economía pretendería encarar el saber hacer con lo que falta, o al menos escasea -según sus propios enunciados- pero para ello excluye al sujeto. En este sentido nuestro estallido es el de un discurso, de un saber, que en lugar de permitir armar síntoma, produce el pasaje al acto donde se evidencia el costado más real de su impotencia.
Entonces, la política del síntoma no puede venir a agujerear, tal como en los tiempos victorianos de Freud, al discurso amo. Las impulsiones orillan todo el tiempo el borde del pasaje al acto, desnudando a la vez la inexistencia, no ya la impotencia, del discurso amo. Hay una pura deriva de goce que impide ordenar el discurso alrededor de algún rasgo que asegure la legitimidad del poder, que procure algún consenso. La idea que domina hoy en el centro del poder político de la nación que se ha autoerigida en custodia del bien de la humanidad es la de una guerra contar el mal, encarnado en los designios casi diabólicos del terrorismo. Esta idea no logra ordenar -unificándolo- al discurso amo en los bloques dominantes- es evidente la fisura en el marco de la Unión Europea. Hay una exacerbada ineficacia para que la cosas marchen. La guerra global, la partida con dados cargados contra las naciones emblemáticas del Eje del Mal, no asegura que el problema comience a resolverse t se cumpla el famoso paradigma de Fukuyama del " Fin de la Historia". Si esta predicción hubiera resultado correcta, la "razón capitalista" podría haber logrado erigir el significante amo que hubiera ordenado la endemoniada trama de conflictos entre las naciones, aquejadas hoy más que nunca del narcisismo de la pequeña diferencia"- modo de resistencia al aplanamiento cultural que propone la globalización. Así las cosas, la guerra interminable sigue poniendo un enorme palo en la rueda del desarrollo capitalista pero no lo hace, indudablemente, desde el síntoma, desde la construcción de un rasgo que haga diferencia y que de ese modo pueda nominar a los marginados, procurando evitarles el lugar de " fuera de discurso " que se pretende de ellos. Peor aún, lo que se le opone a este nuevo orden mundial es un pensamiento religioso, teñido de fanatismo.
La chance de que el discurso amo quede comandado por algún significante que arme lazo, está en relación con la versión paterna que encarne, con los desfiladeros de goce que proponga. La versión paterna que ciertos liderazgos políticos encarnan, posibilita o impide el armado de un discurso que logre sostenerse en su estructura, permitiendo la producción del síntoma No es lo mismo cuando se trata de un liderazgo autoritario, fuera de ley, encarnado la figura de un Padre cruel, voraz, omnipotente, que conduce inexorablemente al acto violento o al acting. Padre del totemismo, padre gozador, exigente de toda clase de sacrificios e infortunios llamados a sostener su voluntad de goce. Padre que, como Kronos, goza devorando a sus propios hijos, con lo cual no ha perdido la vertiente totémica, brutal, pre-civilizatoria. Cuando el liderazgo supone una versión aplacada, marcada por la castración, por la ley, aparece una capacidad verdaderamente filiatoria. Hay nominación, hay rasgo, esto posibilita el lazo social, y desde allíla perspectiva subjetiva de poder hacer síntoma, de producir. Es el pasaje a la civilización, el predominio de lo que Freud llamara "espiritualidad", la capacidad de hacer posible la convivencia entre los hombres.
En nuestra circunstancia concreta, parte de nuestro malestar en la cultura queda expresado en nuestra creciente disgregación, fragmentación y exceso en los fenómenos de exclusión. Digo creciente, porque la brutalidad, la violencia, los enconos políticos llevados a su máxima expresión no son temas del presente. Hacen más bien a nuestra historia, acaso, podríamos decir que son fundantes. Hemos tenido una propensión a la fragmentación, a la incapacidad de establecer pactos mínimos de convivencia, como o demuestran los largos años de la anarquía del siglo 19, que culminaron con la solución del líder mesiánico, del "Restaurador", del salvador, de la "mano dura"- fantasmas que aún acechan ante la amenaza de disgregación. Sin dejar de contar nuestra propensión a las divisiones absolutas y a la intolerancia, que llevaron más de una vez a quebrar toda frágil legalidad que pudimos construir. Uno de los últimos capítulos, el de la dictadura militar en los años 70, ha golpeado nuestra capacidad de convivencia al reflotar y conjugar en una versi ón amplificada, lo peor de nuestras prácticas sociales y políticas: la desaparición, el exterminio del adversario, el silencio cómplice, el terror, la violación de toda legalidad, el doble discurso, la división maniquea entre el Bien y el Mal, la violación de toda legalidad, la impunidad. Estos rasgos están presentes en toda nuestra historia, que estará condenada a cíclicos estallidos, si no hacemos un trabajo de análisis de los modos en que nuestra vida social, nuestra capacidad de hacer lazo, están afectadas por la repetición de estas escenas, donde se ha jugado la construcción de esta nación donde hemos nacido, donde trabajamos, dond e nos cuesta a veces sentirnos parte, aunque paguemos todo el tiempo por los excesos que se despliegan, y no sólo en tiempos de crisis. La idea de hacernos responsables de un destino afectado por estas trazas que no deberíamos ignorar, no significa que utilicemos la coartada simple de la culpabilidad. No se trata de que todos henos sido culpables, pero sí de que cada uno tendrá que hacerse cargo de qué hacer con todo esto, de hacer síntoma con esto, de producir a partir de esto. Como analistas, no podemos sino apelar a la responsabilidad subjetiva, más allá de las coartadas simplificadoras de las teorías conspirativas y la búsqueda del mal. De lo contrario, estaremos padeciendo cierta enfermedad infantil, donde estaríamos aún esperando a padre bueno que nos redima, mientras nos quejamos amargamente de nuestra impotencia.
Nuestro quehacer funda un lazo diferente basado en el discurso analítico. Pero justamente cuando el sujeto ingresa en este dispositivo, lo hace para poder afrontar la dificultad de vivir. Porque lo que se juega en el interior del discurso analítico lo hace quedar advertido de su complicidad con los diferentes amos que de algún modo sostiene, a puro goce. Pero no es sino con el amo, a partir de la propia operatoria de la alienación que lo instituye como sujeto, que pueda pensarse la separación. El sujeto trabaja dentro del dispositvo esta dialéctica, que no puede ser saldada por la marca misma de la castración: no hay desalienación de la alienación. Sin embargo, apostamos a que el sujeto pueda hacer algo diferente a la salida de un análisis, entre otras, cosas, responsabilizarse por su deseo. Dejar de culpar al Amo por sus inhibiciones, dejar de estar a la espera de lo que el Amo pudiera procurarle. Progresar desde la posición de irresponsabilidad, de "locura", esa donde el sujeto nada tiene que ver con lo que le pasa, y menos aún con las consecuencias de su decir o de sus actos, a tener que hacerse responsable por su decir, implicándose subjetivamente en las consecuencias de sus actos.
Es en este punto que la ética que sostiene nuestra práctica tiene bastante que aportar a poder pensar qué rasgos se repiten en este devenir cíclico de tragedias nacionales, y cómo responsablemente aportar para hacer con ellos otra cosa, otra cosa a nivel institucional, social, económico y político.
Lic. María Teresa Ferrari
Notas
(*) Trabajo leído el viernes 13 de diciembre 2003 en el salón azul. Mesa: "Ideales actuales y Ruptura del lazo social" del Primer Congreso Argentino "Psicoanálisis, lazo Social y adversidad" de Convergencia, Movimiento Lacaniano por el Psicoanálisis Freudiano