Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
El placer del analista
Adrián Liberman

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Resumen:

A partir de reflexiones vivenciales, clínicas y teóricas, el autor se interroga acerca del estatuto del placer del analista como determinante en la génesis y desarrollo de intervenciones durante el tratamiento. Se concluye que el placer del analista tiene un lugar dentro de las motivaciones del tratamiento y se discute la concepción tradicional acerca de ser éste un resto narcicista que obstaculiza los proceso terapéuticos.

"Vengo a devaluar la moneda" (Diógenes)

La introducción a este trabajo pasa necesariamente por la revisión de las motivaciones y vivencias personales que me impulsan a escribirlo. La configuración en mi mente de la aproximación a este tema se nutrió de diferentes eventos, los cuales aunque no los relate en forma cronológica, fueron igualmente decisivos para la realización de este escrito. Pertenecientes al orden de la reflexión teórica me percatè de lo siguiente:

1.- La comprensión de los efectos de las intervenciones analíticas ha sido ya profundamente trabajado por diferentes autores (Glover, c.p. Etchegoyen,1986; Lacan , 1954) generalmente desde el ángulo del analizando.

2.- La existencia de numerosas crìticas, tanto desde dentro como fuera del psicoanálisis a las formas de intervenir y sus riesgos. Por ejemplo, si hacemos "holding" propiciamos la dependencia, si nos inscribimos dentro de la psicología del Yo , la adaptación, si hacemos énfasis en las relaciones de objeto exacerbamos el imaginario en detrimento del registro simbólico y de allì al infinito (Rother,2003).

En vista de lo anterior, me pregunté de que forma podìa pensar las intervenciones del analista que pudiera aspirara a constituirse en algún tipo de aporte al tema. En función de esto, lo que sigue, perteneciente al orden de la experiencia personal me sirvió para cristalizar el tema del trabajo:

a.- Un paciente mìo, que se encuentra en análisis desde hace aproximadamente un año y que se està iniciando en la práctica psicoterapéutica en un contexto institucional, tiene varias sesiones asociando acerca de su labor. Uno de los pacientes que mi analizando atiende aparece reiteradamente en el material. Es un caso interesante y mi paciente habla una y otra vez de cómo logra progresos con esta persona. Cuando le señalo que parece estar disfrutando de su labor, el efecto de esta intervención nos sorprende a ambos. Inmediatamente comienza a culpabilizarse y a decir que le parece inadecuado mostrar tanto el interés despertado por el caso como su placer y orgullo por su trabajo. Intrigado, le pregunto acerca del origen de esta idea de inadecuación y me refiere como durante sus estudios de pre-grado, sus profesores de clìnica le advirtieron acerca de que nadie debe dedicarse al oficio psicoterapéutico buscando ningún tipo de satisfacción personal. Esto me hizo pensar acerca de mis propias motivaciones para mi ejercicio profesional, como también acerca de los mitos existentes acerca del mismo.

b.- Recientemente, un colega me refiere un paciente diciéndome. " es el tipo de persona que da gratificaciones en el trabajo". Se refería , obviamente, a alguien motivado al tratamiento , pero produjo en mí la pregunta de ¿qué gratificación es lícito esperar del paciente y de mi relación con èl?

c.- Durante mi análisis de formación, tuve la sensación, reiteradamente, que mi analista didacta disfrutaba del trabajo que hacíamos. Esta idea contrastaba diametralmente con mi experiencia de mi análisis anterior, que transcurrió en ausencia de cualquier manifestación de humor y donde siempre pareció que había una necesidad de hacer duelo por mi parte que jamás alcanzaba. Así mismo, los logros del Yo eran sistemáticamente vistos bajo sospecha de manía o de resistencia.

d.- La lectura, durante la formación psicoanálitica de una frase de Winnicott (1980), a quien nadie puede acusar de desviacionismo, quien en su introducción al libro "Psicoanálisis de una niña pequeña" (The Piggle) dice: ..."me divierto haciendo análisis" (pág. 13).

Todo lo anterior, a la manera de nubes que se acumulan en el horizonte para generar una tormenta, hicieron que en mi mente comenzara a gestarse la pregunta acerca del placer del analista. Y mi inquietud crecía cuando colocaba estas ideas en contraste con autores que proponen, por ejemplo:

Estas ideas, en oposición me produjeron suficiente disonancia cognoscitiva como para cuestionar el tema a la luz de la ética del psicoanálisis. Esta pregunta acerca de la ética, que considero omnipresente en la práctica, se muestra en aseveraciones como las que hace Angeles de la Mora (1992), analista lacaniana, que sostiene que ésta (la ética) se da en la dimensión del deseo, apartándose de la moral cotidiana para llegar al Núcleo del Ser. Continúa la autora diciendo que según Lacan, la única culpa desde una perspectiva psicoanalítica es la de haber cedido nuestro deseo y a nuestro deseo. Asertos como estos y otros más radicales configuran para mí una especie de "ética de la desesperanza", tan atractiva para algunos para los que la práctica cotidiana del psicoanálisis se construye en una suerte de silencio obstinado que deviene en mutismo y sordera.

En el curso de la formación psicoanalítica, al menos en el instituto de la SPC, el aprendizaje de la técnica se centra en la prescripción de reglas que minimizan la influencia deliberada o sugestión sobre el paciente. Este conjunto de principios, de aceptación casi universal en las diferentes sociedades, rara o ninguna vez hacen alusión a las motivaciones del analista para su uso. El deseo del analista aparece bajo la forma de un aforismo Zen, : "el deseo del analista es analizar", una especie de tautología que poco ayuda a desbrozar el problema planteado.

Estas maximizaciones, a veces rayanas en lo caricaturesco del gesto freudiano de favorecer la libertad individual del analizando, promueven la mistificación del oficio analítico, que tomadas literalmente no permiten explicarse entonces la existencia de personas deseosas de ejercerlo.

Frente a este panorama, me interrogo entonces acerca del lugar del placer del analista en la formulación de sus intervenciones: ¿Es un ilícito?, ¿Es un resto narcicista? ¿Y si lo es porque generalmente se lo vé como un estorbo, un artefacto que no debería estar allí?.

¿No es una contradicción teórica suponer el funcionamiento mental de alguien en ausencia de algún monto del principio del placer ?

Si en un ejercicio de reducción extrema, caracterizamos el desempeño de la función analítica como un vaivén entre el escuchar (callar) y el decir (intervenir),¿qué lugar y estatuto tienen las gratificaciones en nuestro oficio?

Parece claro, o así lo espero, ver hacia donde me dirijo. Si habrá algún aporte en estas ideas tendrá que ver con el rescate de esos aspectos, llamados narcicistas del analista, sobre los que recaen tintes negativos, expresión cierta de los efectos ideologizadores de los tratados de técnica.

Dentro de este propósito, y perseguido por fantasías de ser acusado de revoltoso, intenté encontrar referencias de autores que en virtud del principio de autoridad le dieran visado a mis ideas.

Así, en cuanto a los aspectos generales de la técnica,vinieron en mi auxilio:

1.- Sacha Nacht (1954) quien habla de la "presencia del analista", una suerte de deliberada basculación de los principios de neutralidad y abstinencia en las intervenciones que se constituye en uno de los resortes de la cura.

2.- Eliane Amado Levy-Válensi, (1972) analista influenciada por el existencialismo de Buber, quien habla de una "palabra comprometida" en la intervención psicoanalítica como atribución distintiva y singularizante de la misma y destinada al reconocimiento activo del padecimiento del analizando.

3.- Bjorn Killingmo (2002) que hace referencia al cuestionamiento de la neutralidad del analista como un absoluto y que mediante ejemplos clínicos muestra como la relativización del mismo ayuda a sus pacientes a aumentar sus sentimientos de cohesión del Self.

4.- Karl Menninger y Phillip Holtzmann (1956) quienes en su libro sobre técnica afirman que poco a poco el paciente comienza a disfrutar del proceso analítico, en la medida que se va dando la resolución paulatina de sus síntomas y conflictos.

En este punto yo me pregunto, ¿sólo el paciente disfruta del progreso del tratamiento? ¿Acaso el psicoanálisis no es un proceso que se hace de a dos? ¿No es la construcción de un saber hecho con otro? ¿A qué conduce esta visión monocular del proceso analítico?

Por ende insisto en seguir agregando al listado a autores que han tocado el tema antes que yo y aparecen:

1.- Winnicott ( ob. cit.) con la frase antes mencionada acerca de su placer en el análisis.

2,- Thomas Szasz (1965) quién en su libro "La ética del psicoanálisis" propone el modelo del juego de bridge para caracterizar la autonomía que en el analizando debe promover el analista. Y yo adiciono que en un modelo lúdico el placer de los jugadores es la motivación fundamental.

3.- Claude Le Guen (1984) quien en su obra "La práctica del método psicoanalítico" dedica todo un capítulo a demostrar el lugar del placer en la génesis y elaboración de interpretaciones.

De esta forma, apuntalado suficientemente en las ideas anteriores, paso a decir:

a.- La elección del oficio psicoanalítico, y extensivamente el hacer intervenciones en transferencia durante la cura, se inscriben la puesta en acto de fantasías de transformación de sí mismos y de otros que, fuera de toda singularidad, todos albergamos. Esta capacidad de transformación ( y el psicoanálisis es una tratamiento transformativo) es un derivado del narcisismo que describe Kohut y que incontestablemente produce placer y tiene un lugar en la constitución del psiquismo.

b.- En consecuencia, ¿está ausente el narcisismo cuando le proponemos a un consultante emprender un análisis? ¿Cómo es que se hace esta apuesta si no es que sentimos que poseemos los instrumentos suficientemente buenos para llevarlo a cabo? ¿Còmo, sin sentirnos en alguna cuantía buenos y dotados de conocimientos y entusiasmo necesarios para acceder a semejante tarea? ¿No es acaso esta propuesta la formulación para muchos de la primera intervención que en rigor se puede llamar analítica?.

No parece suficiente el lugar que se le da en la literatura analítica al aspecto de sostén y promotor de la esperanza por parte del psicoanalista. En la propuesta psicoanalítica subyace la idea que se puede colocar un grano de arena en los engranajes de la compulsión a la repetición (Korman, 1995) y por ende que pueden torcerse un poco los hilos del destino. Y esto existe aunque Freud nos advierte sobre dar falsas esperanzas a los pacientes o a alentar creencias mágicas que pueden acompañar a las fantasías de curación. Aquella máxima freudiana acerca de devolver la capacidad de amar y trabajar al paciente entraña cierto grado de creencia, por parte del analista, en instituir transformaciones pemanentes.

c.- Y en línea con lo anterior, al esperar que alguien "trabaje analíticamente", ¿no delata una expectativa cierta pero no dicha de que se nos dé la satisfacción de probar reiteradamente que el método funciona, que lo que vamos a decir y hacer ayudan y que tenemos algo bueno que ofrecer al otro? Me parece aquí imperativo el planteamiento metapsicológico de lograr un saldo libidinal positivo hacia el tratamiento. Y no me refiero al del paciente, sino al del analista, para entender su persistencia, sesión tras sesión en un proceso tan largo. La vivencia de que en cada paciente y en cada sesión está larvada la posibilidad de participar activamente en la constitución de una verdad me parece fundamental para sostener el empeño del analista.

d.- ¿Podemos desconocer que al hacer una intervención durante un tratamiento no lo hacemos sin que haya una petición de aceptación al otro al que hablamos? ¿ Acaso no le pedimos, sin decirlo, que nos escuche, que tome lo dicho por nosotros como palanca válida para el progreso en el análisis? Hay que pensar, siguiendo a LeGuen (ob. cit), que las asociaciones en sí mismas y por sí mismas, aunque estén cargadas de afecto, carecen de poder creador. Es el analista quien las reclama como representantes del inconsciente mediante la interpretación. Este estatuto, esta adjetivación que hace el analista al proponer sentidos inéditos a lo dicho como presentificación del inconsciente es tributaria del placer de re-encontrarse con la teoría encarnada en la práctica por parte del analista. Tal como es el caso de la madre que cuida la bebé (modelo tan caro para muchas teorías psicoanalíticas) en los intercambios que se dan en la dirección analista/analizando, hay una demanda arcaica de que el otro tome lo ofrecido como bueno. Pero esto no significa esperar del paciente un acuerdo completo e irrestricto con lo dicho, o que nos tome como modelo de identificación, lo cual sólo hablaría de sumisión. Me refiero al placer derivado de la sensación de ofrecer lo mejor de nosotros para uso benéfico del analizando. En la modelización antes rederida, de la dupla madre/hijo y la función de réverie, el placer de la madre por poseer esa función y su capacidad de poder dotar de sentido a los contenidos del bebé, parece ser el fenómeno menos estudiado de dicha interacción. Y si así se quiere, llevado a pensar esto bajo una óptica meramente conductual, ¿quién puede negar que tendemos a insistir en aquellas intervenciones que no sólo funcionan para el paciente sino que tienden a incrementar en nosotros los sentimientos antes mencionados?

e.- Pero el orgullo terapéutico, tal como lo dice Freud (c.p. LeGuen, ob.cit.) puede ser una amenaza, si se le exagera. Este ha sido siempre el tono admonitorio con el que Freud escribió acerca de la técnica. Pero esto no quiere decir que el orgullo terapéutico no exista, ni que sea inútil. Aquella cita que reza: "Yo lo cuidé, pero Dios lo curó" , se cristaliza en una mistificación, imposible de sostener.

f.- Este orgullo terapéutico, este placer del que tanto habla LeGuen, está asociado con el placer de descubrir. Esta vivencia de "haber dado en el clavo", que todos conocemos y que saludamos por sus consecuencias (de lo más variadas: disminución de la angustia, aparición de nuevos significantes, el a veces mal visto alivio sintomático) produce en el analista, entre otras cosas, un aumento en la sensación de consistencia interna, o de verificación de sus supuestos técnicos o de haber tenido la dicha de un buen análisis personal. Además, creo que el placer epistemofílico del analista se adscribe históricamente a la identificación anibaliana de Freud, descrita en sus diferentes biografías.

g.- La dimensión del placer del analista en la génesis y desarrollo de sus intervenciones reclama un lugar en la conformación de lo que se da en llamar el "estilo interpretativo" de cada quién. Hablo de esas relativas invarianzas que muestran las señas de identidad de cada cual. Hace tiempo que ya sabemos, merced al principio de inderteminación de Heisenberg, que no existe actividad científica libre del sesgo de nuestras subjetividades. El ideal del analista como superficie plana refractante es una aporía de la técnica psicoanalítica que ha sido tomado en algunos contextos y prácticas para postular un análisis que derive en un "quién sabe donde". Habrá que pensar en estas ideologías de la interpretación, donde la consigna de que "menos es más", invariablemente, se constituyen en ejercicios de minimalismo verbal. Muchas veces llegan a ser una especie de impostura ascética, impregnando el dispositivo analítico de una artificialidad que quizás produzca muchas interrupciones tempranas del tratamiento. Los análisis en los que el paciente espera largamente una palabra de su analista, empecinado en el silencio, contribuyen en mucho a la idealización transferencial y a la deshistorización de la intervención. Pienso que es válido muchas veces mostrar al paciente que elementos tomo en cuenta para realizar una intervención, lo que la desinviste de cualquier aspecto mágico y la muestra como producto del pensamiento.

h.- Una prueba de que los analistas buscamos gratificación se encuentra en los relatos que hacemos de nuestros tratamientos exitosos, o de una sesión feliz, a otros analistas. Esta pasión por el relato clínico, por la narrativa de nuestro hacer busca no sólo la felicitación en un ejercicio de solipsismo narcicista, sino el estímulo que nuestro relato produce en nuestros colegas a narrar a su vez y a asociar ideas y experiencias.

i.- Para terminar, me pregunto entonces, si he logrado el objetivo de traer de vuelta el placer del analista al terreno legítimo de las sobredeterminaciones de las intervenciones en la cura. Aspiro a haber podido crear un terreno fecundo para la discusión del tema y dar cuenta de mis inquietudes acerca del estatuto del placer en la práctica oficio. Espero haber podido transmitir también algunas de las sensaciones e ideas que me sobrevienen en los momentos en que creo encontrar la hebra que desanudará los nudos gordianos de mis pacientes, en el contexto de la ética del psicoanálisis.

BIBLIOGRAFÍA:

De la Mora, Angeles (1992). Acto analítico: una ética frente al goce. México, Siglo XXI.

Dolto,Francoise (1977). En el juego del deseo. México, Siglo XXI.

Etchegoyen,Ricardo H. (1986) Los fundamentos de la técnica psicoanlítica. Buenos Aires, Amorrortu.

Freud,Sigmund (1919) ¿Debe enseñarse psicoanálisis en la Universidad?. Buenos Aires, Amorrortu.

Killingmo,Bjorn (2002) El principio de neutralidad revisitado. Aperturas psicoanalíticas,julio 2002 (aperturaspsicoanaliticas.org)

Korman,Víctor (1995) El oficio de analista. Barcelona, Paidos.

Lacan, Jacques (1954) La dirección de la cura y los principios de su poder. México, Siglo XXI.

LeGuen,Claude (1984) La práctica del método psicoanalítico. Barcelona, Gedisa.

Lévy-Valensy, Eliane A. (1972) El psicoanálisis: perspectivas y riesgos. Madrid, Marova.

Menninger, Karl y Holtzmann, Phillip (1956) . Teoría de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires, Psique.

Nacht, Sacha (1954) La presencia del analista. Buenos Aires, Proteo.

Rother de Hornstein, Cristina (2003) Además de la interpretación,¿qué otros recursos están implicados en el proceso analítico?. En www.sps.org.ar

Szasz, Thomas (1965). La ética del psicoanálisis. Barcelona, Labor.

Winnicott, Donald (1980) Psicoanálisis de una niña pequeña (The Piggle). Barcelona, Gedisa.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 19 - Julio 2004
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