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El trabajo que se leerá a continuación reconoce tres orígenes:
- a) la reflexión del autor en tanto analista acerca de un caso de su práctica;
- b) la exposición del caso en un ateneo clínico realizado en Tierra del Fuego en 1997, bajo la convocatoria de la institución analítica que por entonces conformábamos de nombre Agalma del Sur-, con la coordinación y comentarios del psicoanalista Héctor Braun y;
- c) la relectura de los materiales clínicos y de la discusión de dicho ateneo a partir de lo trabajado en este Posgrado con el módulo "Puntuaciones de la práctica analítica", particularmente las clases de Sergio Rodríguez sobre el recorrido de un análisis.
En los tres orígenes, un concepto sobre el que se pivotea: la transferencia.
Porque, como se comprenderá con la exposición del caso del paciente al que llamamos "José"- es en ese terreno de privilegio dónde intentará dirimirse el por qué del fracaso de su análisis y adelanto con ello, que se trata pues, de la puesta a consideración de un análisis que no llegó a constituirse estrictamente como tal, luego de más de un año de entrevistas-. Porque Héctor Braun, quien me y nos develara en ese ateneo clínico las significaciones de mayor interés de este caso, fue no sólo un reconocido analista del Centro Ameghino de Buenos Aires y maestro de muchos practicantes de la generación posterior, sino también un gran amigo personal de uno de ellos, -quien aquí escribe-, para el que su prematura muerte hace un año fue una mueca gris en las transferencias que a él lo anudaban: por lo tanto no es fútil adscribirle a este trabajo también una connotación de homenaje hacia su persona y su recuerdo. Y porque, finalmente, las palabras de Sergio Rodríguez, su forma de trabajar un caso clínico y testimoniar de su práctica, anudaron las dos primeras causas por constituirse en transferencia de trabajo que vehiculizara una lectura más, una lectura-otra de un material que aguardó casi cinco años desde aquel ateneo, un nuevo deseo que lo pusiese a hablar otra vez, si no para extraerle nuevas revelaciones, a mínimas para generarle nuevos interrogantes.
Material clínico
La demanda de asistencia a José, que contaba entonces con algo más de treinta años, provino de su hermana mayor, quien lo veía cada dia peor a raiz de la ingesta compulsiva de alcohol y cocaína. José acepta mantener entrevistas conmigo, no sin cierto descrédito de las posibilidades del psicoanálisis para con sus padecimientos. Hace referencia a lo que considera como tales, esto es, las crisis subjetivas derivadas de la separación con su esposa quien también lo conminaba a recibir apoyo terapéutico-, separación a la que sigue un incremento considerable de su incipiente adicción a la droga y al consumo -este sí antiguo- de alcohol. Y es que para él, su mujer operaba como marco, como límite de lo que llama "sus bardos". Se va estableciendo un par oposicional: el adentro/afuera. El afuera, representado por la calle, implica invariablemente su "descontrol", su imposibilidad de detenerse luego del primer trago, circuitando por la vía de la inhalación, un goce que se le torna mortífero. El adentro, que remite tanto a las cuatro paredes de su casa como a la representación del matrimonio, hace de borde a las compulsiones en que dicho goce se manifiesta.
Ya aquí, una primera observación. José no demanda asistencia: son algunas de sus mujeres referenciales quienes lo hacen por él. Esas demandas lo hacen concurrir al consultorio de un analista: luego veremos que posiblemente sea otra demanda, la que lo saque de él. El posee una rara habilidad para que otros demanden por él, para que sus demandas no aparezcan, no se pongan en juego. Y ello puede ser inferido, aprés-coup, en la propia operatoria significante, como se verá a continuación, en el aislamiento de lo que podría llamarse el Sq, el Significante Cualquiera (si seguimos el grafo lacaniano del inicio de la transferencia de la Proposición del 9 de octubre del 67) que ofreciera el decir del sujeto.
La instalación de la transferencia luego de un tramo de entrevistas- en el análisis puede ser inferida a partir de la siguiente serie asociativa: mientras espera en la sala contigua al consultorio, se percata de una planta que adorna dicho ambiente, y sobre la que, en adelante, no dejará de controlar su desarrollo metódicamente antes de iniciar sus sesiones. Pregunta de ella "¿es un mandarino?". Ante la requisitoria del analista, recuerda un sueño de pocas noches atrás, dónde aparece él "pidiéndole a un hombre -sobre quien recae un matiz de autoridad- que le haga crecer su mandarino". Y la asociación concomitante es un recuerdo situado en el clima familiar de su matrimonio, dónde él poseía un mandarino al cual regaba continuada y abnegadamente noche a noche, pues de secarse, metafóricamente implicaba la ruptura del vínculo matrimonial. Este recorte referido a la transferencia -y más allá de la significación fálica que trasunta el sueño- puntúa a su vez el primer interrogante: su demanda al análisis; ¿apunta hacia el saber y el padecimiento que recorta en sus impulsiones hacia la cocaína y el alcohol, hacia un Otro que garantice la posibilidad del encuentro sexual -puesta ella en un anhelo de reconstrucción de su matrimonio-, o más bien a hacer consistir en el analista a un padre del cual ser él su causa? ¿Sujeto en análisis o entrevistas preliminares al mismo? Por aprés-coup, intentaremos luego respondernos estos interrogantes, sobre todo porque no es impensable que la confusión del analista en lo desplegado por el sujeto en ese recorte transferencial, haya precipitado la interrupción de la cura, al año de haberse iniciado. "Mandarino", en el sentido de "quien obedece mandatos", "el que hace mandados", "el que es mandado", es para el sujeto el significante que lo representa para toda otra serie de significantes, pero que no llegó a articularse analíticamente a su saber inconciente para producir una modificación, un cambio de su posición subjetiva, primero respecto al análisis, segundo, respecto al sufrimiento que pudiese padecer.
Recortaremos renglón seguido, algunos rasgos significativos de su novela familiar, como también de algunas de sus viscicitudes de vida hasta el tiempo de la consulta:
Hace resumir en la figura de su padre un significante central: "inimputable". Su figura es descripta como la de un alcohólico empedernido, frecuentador del "afuera" familiar, del cual regresaba "hecho una piltrafa", en un flagrante contraste con la imágen de la partida, momento en que para el paciente su padre se representaba saludable y del mejor humor. En esta oposición imaginaria, que no admite solución de continuidad entre ambos estados del padre, se reconoce José a sí mismo en el punto dónde "estando bien, de repente, sin motivo alguno y sin saber cómo, se desencadena el reviente con la droga y el alcohol". Con un matiz de mandato divino, asocia al apellido paterno un destino de autodestrucción: a más de la del padre, una figura sobre la que recayeron no pocas identificaciones fue la del tío paterno, quien también poseía rasgos relativos a la compulsión de beber, a la vida fácil, al deterioro físico, en fin, al suicidio. En ocasiones, la madre de José lo agredía señalándole su similitud con dicho tío: en un intento fallido de suicidio adolescente, a José le asaltó al pensamiento la siguiente frase, que por destinatario tenía a su madre: "vos querías que fuera igual que el tío Alberto, ahí tenés". A diferencia del padre, sobre quien recae la adjetivación de "hipócrita", tío Alberto detenta el reconocimiento como quien habría, diríamos en términos de Lacan, actuado en conformidad a su deseo: tío Alberto es el "honesto", a pesar del juicio materno o familiar en general. Mientras el derrotero para este tío fue el suicidio, para su padre lo fue el hospicio.
De su madre habla escasamente, menos por ausencia de recuerdos o referencias a ella que por manifiesta intolerancia a "traicionarla" con su discurso, por temor a barrarla con su queja, buscando preservarla a toda costa de sus responsabilidades en la configuración de la escena familiar, las cuales recayeron imaginariamente y en su totalidad, sobre el padre. A lo largo del análisis va recortando, sin embargo, una figura materna investida de poder sobre el padre, (poder que no está excento de cierto carácter caprichoso), y revelando los puntos de contacto entre la dialéctica de la relación vincular entre sus padres y la de sí mismo con su mujer. Sobre ambas mujeres (madre y esposa) recae la incuestionabilidad de sus juicios y la investidura de la autoridad familiar, mientras que en su padre y en él recaen las representaciones de la culpabilidad. En relación a la actitud culpógena frente a su ex-mujer -quien por desplazamiento ocupa así los significantes que remiten a la madre-, dicha posición hace a su vez de velo a la posibilidad de confrontarse a ella en los temas inherentes a derechos (por ej., los relativos a su relación con los hijos), a la vez que se reconoce autorizándose permanentemente en la palabra de ella, en lo concerniente a la paternidad, lo laboral, etc.
En relación a las mujeres en general dice: "No puedo dejar de seducirlas, a todas. No tolero serles indiferentes, necesito serles importante", posición que, conjugada con la cuestión de las adicciones, lo impulsan a identificarse a sí mismo con el personaje protagónico del film "All that jazz". En su encuentro con el Otro sexo, tiende a reproducir la polaridad destacada por Freud en "Un tipo particular de elección de objeto en el hombre" (1910), en tanto traza una barrera entre la "Dirne", las putas, y su ex-mujer, quien de este modo queda, en cierto modo, excluída haciendo excepción. Frente a las primeras, a quienes frecuenta asiduamente, relata escenas que lo ubican en posición de oficiar como instrumento de goce de dichas mujeres, con exclusión de su miembro viril en el acto sexual, eclipsado, según él, por el consumo previo de cocaína. Una frase materna resuena allí, al modo superyoico: "esta bien, pero podrías haberlo hecho mejor", frase que resume imaginariamente su lugar en el deseo de la madre.
Otra linea de recorte en el material asociativo del paciente, la designaremos bajo el conjunto (provisorio) del tema de la "deuda" (a discernir con posterioridad si el mismo se corresponde o no con la "deuda neurótica"). Enumeraremos algunos recuerdos que se corresponden con dicha temática:
a) A los 14 años, sus padres se distancian y se acuerda que José vaya a vivir a una pensión de la tía, pensión exclusivamente para mujeres, quienes lo toman, según sus dichos, como "la mascota". El padre había convenido hacerse cargo de la renta, cosa que no cumplió, dejando a su hijo "siempre esperando que saldase esa deuda". Por dicha época acontece el citado intento de suicidio.
b) Ya más adulto, se relata una escena en la cual el padre lo ofrece a una mujer para que José haciéndole ciertos favores sexuales, saldase una deuda que el padre había contraído con dicha mujer.
c) Lo que el llama "la gran deuda de mi padre" lo constituyó una eterna e incumplida promesa del mismo de dejar el alcohol.
d) En una ocasión, escaso tiempo antes de la muerte del padre, José va a buscarlo con intención de retornarlo a Bs. As., dónde le había conseguido trabajo (de mozo: aquel que da de beber al otro). Al llegar a la provincia dónde aquel estaba, lo encuentra en estado calamitoso, y le implora ayuda a su hijo, reiterándole la eterna promesa de abandonar el alcohol. José no le cree, y lo abandona sin acudir al llamado de su progenitor (que convoca a oficiar de padre del padre). Dos días después el padre sufre un primer infarto, generando en José una intensa culpa inconfesa hasta el momento del análisis.
e) No sabe a ciencia exacta cómo murió su padre, habiéndose negado incluso a conocer su tumba, sin tener conocimiento del lugar dónde ésta se encuentra. Dice: "siento que está vivo, que no se murió", "es una deuda que tengo con él, saber dónde está, ver su lápida".
Para finalizar con el material clínico, transcribiremos una escena infantil, situada a los 7 años, con carácter de recuerdo encubridor: al lado de la cama matrimonial, había una cama pequeña dónde dormían alternativamente él o la madre. En una ocasión el padre vuelve muy borracho y clama ayuda. Se hace presente un psiquiatra. José permanecía cubierto completamente por las sábanas en la cama pequeña, mientras el psiquiatra y la madre hablaban. No recuerda las palabras: sólo ruidos confusos, y una invasión intolerable de angustia. Dice: "mi vieja no pudo protegerme". La internación en un neuropsiquíatrico, que se prolongó por varios meses, nace como posibilidad en esa ocasión. Dirá de la madre: "ella lo hizo internar". En la mesa de luz lindante a la cama matrimonial había una foto de infancia del padre, a sus 2 años. Dice de ella: "en esa foto, lo habían emborrachado, y todos tomaban esa foto como una joda".
Avances interpretativos e interrogantes
El primero de ellos, de los interrogantes, surge al plantearse el por qué la compulsión a beber y fundamentalmente la relación de José con la cocaína adquieren ese carácter -impulsivo, más que compulsivo-, de emergencia pulsional desacotada, a posteriori de la ruptura de su matrimonio.
Esto impone la necesidad de separar los registros del amor, registro del objeto en tanto elección de objeto, del registro de la satisfacción, en términos freudianos, equiparable a sexual, es decir, registro del objeto en tanto objeto pulsional. Las condiciones del objeto amoroso para nuestro sujeto parecen remitir a aquellos rasgos que, tomados de la madre en lugar del Otro normativizante, se ubican en su ex-mujer en el punto preciso en el cual se demuestran aptos para encauzar un goce pulsional en desborde. Ello se explica en la medida que el estado subjetivo de José previo al inicio de la relación con ella, tenía características similares al desencadenado con posterioridad a su ruptura: del goce acéfalo de la pulsión, deviene por la intermediación de esa mujer, un sujeto ético, es decir "responsable" (es su término), es decir, imputable, lo cual lo distingue del significante que enmarca a su padre, desidentificándolo. Sin embargo, dicha elección, moldeada por, para decirlo con Freud, una fijación incestuosa al objeto primario, no alcanza ante la exigencia pulsional, cuya satisfacción es por definición siempre fallida: el matrimonio estuvo permanentemente marcado por pequeñas transgresiones de José que bastaban para ubicarlo a él en posición de deuda y culpa permanente ante ese Otro encarnado por la mujer. Hallamos aquí, respecto al lugar de la mujer, una situación paradojal. Pues, si bien ese lugar pudo ser normativizante, lo fue en un plano que podríamos llamar preconciente para José, pues en otro sentido, la figura femenina deviene para él en algo enloquecedor, algo que se juega en un plano completamente superyoico, "mandándolo" a él hacia la droga. Y es que su acercamiento tanto a la droga como a la mujer, lo es a partir del lugar fantasmático del "mandarín".
Al decir de la madre, no hay hombres que valgan la pena, lo que lo incluye a él, por supuesto. En el horizonte discursivo de la madre, el lugar del hombre está destinado a la impotencia y no sólo la genital, de la que supo José en sus encuentros con las prostitutas-, sino a la impotencia vital. José es un obediente a ese designio materno, su madre puede estar tranquila con él. Héctor Braun señalaba que quizás esa hubiese sido una intervención factible mucho tiempo después ("su madre puede estar tranquila con Ud."), pues en ese tiempo del análisis un intervención así no hubiese sido sino iatrogénica. José no sólo no la traiciona en su discurso, sino en acto. Transcribo, por su pertinencia, un párrafo de los señalamientos de Braun en aquel ateneo clínico:
"El se define como un instrumento de goce de las mujeres "con exclusión de su miembro viril en el acto sexual". Se vislumbra también en el recuerdo que dice que a los 14 años lo mandan a una pensión de mujeres dónde él es una "mascota". Otra vez es mandado. Es mandado a ser el instrumento de goce de una mujer. Ni las mujeres de la pensión, ni las mujeres con las cuales tiene relaciones, ni su madre, ni su esposa, saben lo que es un hombre. Si uno se guía por este caso, ninguna de las mujeres que aparecen en el relato, tiene o han tenido un hombre al lado: o son borrachos, o son adictos, impotentes, mujeriegos, etc.. O sea: no hay hombres para las mujeres de esta historia. El en este sentido, además de estar identificado a los trastornos de su padre, queda coagulado en los designios fantasmático de su madre, y de todas las mujeres que la representan en esta historia, incluída la de José. La mujer designa al hombre como su instrumento de goce: para que un hombre pueda ser instrumento de goce, tiene que ser adicto, borracho, impotente. Si no, un hombre es un hombre. Para que sea instrumento de goce, tiene que desaparecer lo masculino o lo viril que tenga ese hombre. Esto al decir de las mujeres, validado fantasmáticamente por el paciente."
Una primera hipótesis podría surgir aquí: si la mujer en tanto deseo del Otro, presentifica la castración, de lo que nada quiere saber José es de la castración en el Otro, materno, por excelencia. Sus subterfugios pueden haberlo sido durante el matrimonio, las pequeñas transgresiones, pero fuera de él, la cocaína y el alcohol, se constituyen en garantía contra dicha castración. Se trata del goce del Uno, de un goce unificado, que al romper con el goce fálico (definición de Lacan en relación a la droga), suprime la alteridad, la particularidad en los pequeños otros. El objeto droga, o el objeto alcohol, permitirían obtener un goce sin pasar por el Otro, anulándolo, radicalmente como Otro del sexo, es decir, castrado, sin perjuicio que la droga misma sea también su Otro gozador, como ocurre con la mayoría de los adictos. Porque, podríamos preguntarnos: si existe en José una vocación donjuanesca de seducir a "todas" las mujeres, pues ¿por qué no toma otra, sustituyendo a aquella que imaginariamente se pierde con la separación matrimonial? ¿Por qué no hace de la mujer un significante, y por tanto, objeto de intercambio? El tiene relaciones con otras mujeres, pero son degradadas en el mismo movimiento en el cual constata cualquier interés amoroso de ellas hacia él. ¿Acaso su "impotencia" con las prostitutas (no constituída para él como síntoma), en la cual preserva su "hace-pipí" a la par que lo conminan a "trabajar" (término suyo) para hacerlas gozar, no es acaso esa impotencia un signo de esa defensa ante la angustia de castración? Si "interés" es un nombre del deseo de la mujer, y él precisa consumir antes de abordarlas, de lo que él se escapa a través de la droga, es del deseo de la mujer hacia él. Saca el pene de la escena erótica y lo fetichiza, pone en su lugar "la línea", la cual no corre ningún riesgo de detumescerse, por eso ocupa el lugar del fetiche, sin que con ello estemos haciendo referencias a una estructura perversa de su subjetividad.
Adicción entonces, como goce más allá del falo, artilugio frente a la castración femenina. Una vía para pensarlo. Otra vía la constituiría el concebirla como rasgo identificatorio, ya que todo en ella remite a los rasgos paternos, a los significantes que a ellos conducen. Rasgo identificatorio, ¿posibilidad de síntoma, entonces? Coloco aquí una serie de puntos suspensivos.
Más arriba expusimos recortes del material que agrupamos bajo la categoría de la "deuda". La alternancia en la serie permite la lectura entre "deuda del padre hacia el sujeto", "deuda del sujeto con el padre", o "deuda de cada uno consigo mismo". Deuda que, sin embargo, se dirige al nombre, al apellido, a la herencia de y con el padre. Si convenimos en darle a lo que él llama sus "bardos", rasgo identificatorio que remite al padre, podemos decir que la adicción es para él su "père-versión", su modo de hacerse una versión del padre, una versión propia y particular, en ruptura con la que deviene de los significantes maternos, a los cuales, dicho sea de paso, jamás cuestionó: la representación conciente de su padre no fue sino la tomada a préstamo de ella. También lo que no sería excluyente- su modo de presentificar la operancia de la metáfera paterna, su " en el Nombre del Padre", con ese "en" subrayado tal como lo hace S. Rodriguez para mostrar su estatuto de representante. Tal vez sea su modo de erigirse en causa del padre, allí dónde este declinó su función paterna en función de su propio goce autoerótico. A su vez, el carácter de imposible de estas deudas, cuyo paradigma lo constituye su imposibilidad de ir a ver la tumba de su padre (es decir, dónde un significante -el de la lápida- lo designa a la vez que muerto, como habiendo sido más allá del deseo de la madre), faculta a un posible diagnóstico diferencial de neurosis obsesiva. ¿Qué en sus padecimientos trasunta de una imposibilidad de realizar un trabajo de duelo, en principio con referencia al objeto de su elección matrimonial, pero no sin nexos con este otro, más crucial, duelo inconcluso relativo a su padre, quien se halla condenado a una inmortalidad fantasmática? De su relación con la droga dirá no pocas veces que ella es su "matarse". Quisiera aquí transcribir la textualidad de Braun al comentar los alcances según su parecer, de la función paterna para el caso. Dijo en el ateneo lo siguiente:
"Aparece un punto que es importantísimo. Y me parece que es más importante porque es un detalle secundario. En el relato Luis dice -y yo les aclaro que para mi el dicho del analista en este contexto es un retorno de lo reprimido del paciente (pues al comentarlo con Luis, el me dijo "ojo que el paciente no lo enunció en este orden")-, Luis dice: "el padre del paciente había convenido hacerse cargo de la renta, cosa que no cumplió, dejando a su hijo siempre esperando que saldase esa deuda". Punto seguido. "Por dicha época acontece el citado intento de suicidio". En la teoría se dice que el superyó es la marca de las deudas del padre: el superyó en el sujeto son las deudas impagas del padre. Las deudas impagas del padre son sufrimiento en el sujeto. Uno en algún momento podría preguntarle al paciente qué tiene que ver su intento de suicidio con lo que su padre no pagó. Que relación encuentra él en eso, dado que para el paciente seguramente debe haber una relación casi natural, la intervención debe desnaturalizarla, desanudarla, desabrocharla. Dejar que cada una trabaje por su cuenta. No necesariamente las deudas del padre deben ser intentos de suicidio en el hijo. En este punto reaparece el "mandarín" con más fuerza todavía. "Ya más adulto se relata una escena en la cual el padre lo ofrece a una mujer, para que José, haciéndole ciertos favores sexuales, saldase una deuda que el padre había contraído con dicha mujer". Ese es el lugar que el padre le da a su hijo: hacerle el favor sexual a una mujer. Una cosa es "hacerle el favor sexual" y otra cosa es hacerle el amor a una mujer... Hay un momento que es muy conmovedor, y que yo le comentaba a Luis que, mucho tiempo después hubiese dado para una intervención casi puntual: el momento en que José dice, refiriéndose al padre, "siento que esta vivo, que no se murió", el analista podría decirle "Yo tengo pruebas de eso: lo tengo enfrente". Yo acuerdo absolutamente con la hipótesis diagnóstica de Luis, de que se trata de neurosis obsesiva. Y esta es la prueba: lo que marca al obsesivo es la imposibilidad de la matanza del padre. El padre del Hombre de las Ratas que se le reaparecía en el espejo en las noches; el padre de la película de Bergman, "Fanny y Alexander", que también reaparecía casualmente en un espejo noche a noche. El padre del obsesivo es un padre que no puede morir. Muchos obsesivos, de un modo casi inocente piensan que cuando muera biológicamente se acaban los problemas: José podría dar la prueba que esto no es así. El suyo sigue vivito y coleando, inscripto en su propio cuerpo. Dice "es una deuda que tengo con él, saber dónde está, ver su lápida". Su lápida la podría haber visto en análisis. Porque esa es la muerte de que se trata. Encontrar su lápida no le hubiese resuelto demasiadas cosas. Esa muerte, la que todavía no ocurrió en relación a su padre, el entierro, el velorio, la tumba y la lápida, son procesos que José tendría que haber hecho en el contexto de su análisis: ahí es dónde lo iba a matar, a ese padre que no podía morir."
Una tercera vía de pensamiento referida a sus adicciones, la daremos con la posibilidad de adscribir a sus relaciones con la droga y el alcohol, carácter de actings, de acuerdo a la conceptualización que Lacan hace de los mismos, es decir, conductas de carácter mostrativas, con direccionalidad hacia el Otro en el montaje de una escena, que si llaman a la interpretación, éstan no la reducen.
Destacamos primero la polaridad que indicábamos al principio: las ingestas se desarrollan con mayor frecuencia e n el contacto con el escenario de la calle, dónde incluso el sujeto reconoce cierto regodeo en la admiración de sus pares ante la resistencia al consumo, pares ante quienes fácilmente se erige en posición de lider -y también, ocasionalmente, de "dealer"-. Un fantasma recurrente se monta en su discurso: ser abandonado, no ser tenido en cuenta en la escena. Paradigma del mismo lo constituye la relatada escena primaria, fantasmática, en la cual no es preservado de la angustia por su madre, quedando a merced de la emergencia de lo real irreductible al significante, que se vehiculiza en la violencia que culmina en la coagulación del padre en el significante "loco", paso previo a su internación posterior. La intolerancia a no tener cabida en el interés femenino, aún a costa de ser reducido al carácter de "mascota", participa también de esta armazón fantasmática, recordando asimismo, que el recrudecimiento compulsivo de sus conductas ocurre ante la ruptura matrimonial o en forma previa a ese vínculo. En segundo lugar, si pensamos estas conductas en el contorno de la transferencia, debemos decir que éstas se redujeron notoriamente en el tiempo de instalación del dispositivo, para recrudecer en otros, al punto de hacer temer al analista una posibilidad cierta de pasaje al acto suicida. Anticipamos que fue en una de estas alternancias, en la cual los episodios del "matarse" se habían incrementado, coincidiendo con un nuevo "desalojo" efectuado por su ex-mujer hacia él, que, preocupado por su estado, el analista le sugiere doblar el número de sesiones, propuesta que si bien en su discurso fue aceptada, en lo fáctico, terminó con la interrupción de la cura.
Ahora bien, dijimos que las impulsiones referidas al consumo podían ser leídas como actings: ¿Por qué no, mas bien, como francos pasajes al acto, en tanto es una satisfacción pulsional la que se halla en juego, un posicionamiento subjetivo del lado del "yo no pienso", más que del "yo no soy"?¿No podría pensarse más bien, en "caídas de la escena" (sus "desalojos", sus "no tener un lugar"), en la cual se produce una identificación con el objeto a, que a nivel del yo hace obtener una ganancia, una recuperación de goce, con el cual vuelve al Otro consistente? Cuestión a discernir.
Pensamos que estas tres líneas de pensar clínicamente la cuestión de la adicción en José (goce pulsional más allá del falo, rasgos de identificación con el padre -père-versión-, y acting-outs/pasajes al acto) no necesariamente son excluyentes entre sí, sino que pueden entrecruzarse en la complejidad fantasmática y pulsional del analizante. Sin embargo, en última instancia, podría pensarse que la preeminencia mayor de esas conductas fue la de ser francos pasajes al acto, pues si bien nunca es "pasaje al acto o acting-out" en sí mismo, muchas veces es el destino que va a tener esa conducta, lo que va a dar, por aprés-coup, lo que era esa conducta. Si se aprecia dónde lo dejó la droga a este paciente, podría pensarse que tuvo más forma de pasaje al acto que de acting. Es decir, no le dio ningún lugar, ni le hizo escuchar ante ningún Otro: lo dejó solo y prácticamente melancolizado. Recordemos que decía de las drogas que eran su "matarse". Pasaje al acto aparece reforzado por otro significante, que es el del "abandono". "No ser tenido en cuenta en la escena", por ejemplo, en el recuerdo infantil traumático de sus 7 años. O bien, cuando es él quien abandona a su padre cuando éste le pide ayuda, y luego sufre un infarto. Esto es un retorno de lo reprimido en torno de la escena del padre, dónde él es el que siente que abandona, y dice que es la primera vez que puede decirlo desde que eso ocurrió. Ahora es él el abandonado, este es un punto identificatorio. Pero el problema es que él lo actúa, a través de su pasaje al acto. El "se-hace" (retomando el hacer-se en su movimiento pulsional), se hace abandonar por el Otro, cae de la escena del Otro.
Un párrafo final para situar lo que al inicio plantéabamos en relación a la transferencia y la interrupción del tratamiento: ¿cuál era el ó los síntomas de José?¿Llegaron a constituirse sus "bardos" verdaderamente como síntomas en el sentido analítico del término?¿Acaso él no saldaba su deuda simbólica con el padre a través de su "libra de carne", de su goce? En este sentido, es posible que la toxicomanía en este sujeto no haya sido sino el rompimiento con un goce acotado, es decir, limitado por la normativización simbólica, formación no transaccional (como es propio del síntoma) sino de ruptura con goce fálico. La confusión en la dirección de la cura que finaliza con su interrupción puede, entonces, haber sido la de tratar los significantes que enmarcaban dicha toxicomanía como provenientes del retorno de lo reprimido, atento a la profusión de conexiones asociativas con los mencionados rasgos identificatorios en el padre. O sea, tratar como verdadero, lo que no era sino falso-síntoma. Podríamos pensar entonces, cuál era la brújula de su demanda de análisis. En su última sesión, por ciertas asociaciones producidas en ella, se le señala su anhelo de rehacer el matrimonio con su ex-mujer. A diferencia de otras ocasiones, ello lo conmueve sin denegarlo vehementemente, como en aquellas, pero esto no es retomado. En la misma sesión, hace las referencias al recrudecimiento de su goce tóxico. Buscando el bien del paciente -pero desatendiendo su deseo-, le demando más sesiones: antesala al abandono del análisis. Por aprés-coup se puede inferir que su síntoma era en verdad, la relación con su ex-mujer.
Digamos mejor: su síntoma (aún cuando no se hubiese sintomatizado, es decir, subjetivado), era LA (tachada) mujer. Cocaína y alcohol, los nombres de la tentativa de evadir la pregunta por la relación (que no hay) entre los sexos, por la posición sexuada. Aquel sueño transferencial, que ahora podemos decir figuraba la impotencia paterna para transmitir el uso del falo respecto a las mujeres, atestiguaba de su verdadero síntoma. Pero también, ese sueño inaugural del material, denota en su lectura retroactiva, la referencia al lugar que le pide al analista: que se erija en el lugar del padre, lugar que el analista al final y luego de sostenerlo durante el tiempo que duraron las entrevistas-, erróneamente, rehusó. ¿Qué diferencia existe entre un analista en posición transferencial de padre, y un padre? Que el analista, en su estrategia, está preparando su salida de ese lugar. En la estrategia transferencial de este caso, se colocó en su lugar, una demanda: "más análisis". Y es por ello que decíamos al principio que este "análisis" se desarrolló entre dos demandas, de inicio e interrupción, la primera vehiculizada por sus mujeres referenciales, la segunda, por su analista. Si José en su historia halló preponderantemente dos ropajes "el mandarino" y "la mascota", con los cuales fue algo para alguien, sin haber podido encontrar otro, el analista le proponía ese otro ropaje, pero que no estaba aún en condiciones de ponerse. Y por ello abandona su análisis. Pocos días más tarde a la interrupción del mismo -si bien debiéramos precisar ahora: de las entrevistas preliminares-, percato en la sala de espera que el mandarino se había secado. Recordé entonces, que José me lo había anunciado poco tiempo atrás. No lo escuché.
Para finalizar el recorrido de esta presentación clínica, me permitiré una vez más, la trascripción de las palabras de Héctor Braun respecto a su visión de lo acontecido con este análisis y posibles vías alternativas que pudiesen haberse implementado:
"El analista, en un momento, empieza a temer por la posibilidad de un pasaje al acto suicida. Frente a esto sugiere más sesiones. Creo que acá se podrían haber agregado otras cosas, que hubiesen resultado casi necesarias, como la intervención de un psiquiatra, y como cierta "alianza" con algún personaje allegado al paciente. Yo pienso que los psicoanalistas no podemos hacer todo, sino más bien lo contrario: es muy poco lo que podemos hacer, mucho más en estos casos; está muy acotado. La intención de Luis es darle más lugar para hablar, pero el paciente no está en condiciones de tomar lo que se le está ofreciendo. El paciente necesitaba algo, por eso pienso en interconsulta psiquiátrica, que a través de cierta medicación podría quizá haber acotado esta especie de goce ilimitado al que estaba sometido. Además probablemente a esta altura ya tenía dependencia orgánica a la droga y al alcohol, cosa que el análisis no puede de ningún modo acotar. A su vez, pedir una entrevista o con su ex-mujer, o con su madre, o con un amigo, o con quien sea, con el cual uno pueda trabajar con cierta alianza cuando uno ve que hay riesgo de vida. En ese punto el analista tiene que armarse como una malla de contención, para poder dedicarse a lo que uno puede dedicarse, si no uno empieza a dedicarse a otras cosas: se convierte en padre, madre, asistente social, amigo, o un montón de otras cosas. Por eso me parece que en casos tan severos como éste, hay que realizar como alianzas con personajes cercanos al paciente para preservar más el lugar de uno. Luis ofrece más análisis, y el paciente no está en análisis: esto es lo que al paciente lo hace caer de la escena. Este paciente tiene varios otros consistentes: las mujeres, en particular su madre y su esposa, pero también las que lo hacen instrumento de su goce, son otros consistentes, que él les da consistencia con su propio trastorno. La droga es un otro consistente: él es un instrumento de goce de la droga. En realidad uno suele pensar al revés: que la droga es un instrumento de goce del sujeto, y es exactamente al revés. Finalmente, respecto a la relación de José con el padre en sus diferentes registros, yo pensaba que saldar la deuda es matarlo. Saldar la deuda del padre y del sujeto con el padre, es matar al padre: esto necesariamente se iba a dar en el terreno de la transferencia. Al primero que iba a tener que matar es a su analista, pero primero lo iba a tener que erigir como tal. Creo que ese es el primer tipo de trabajo con estos pacientes: que el analista se encarne y se erija en el lugar del padre, para que después, ya en el análisis, el paciente lo barre. Es en el terreno transferencial dónde el paciente iba a matar a su padre, y no en otro. Pienso entonces, que estábamos en entrevistas preliminares, no hubo constitución de demanda de análisis. Me pareció encontrar dos hipótesis de fantasma: la primera es "el mandarín que crece", o si quieren, "la imposibilidad de crecer del mandarín", y la segunda es "tomá hasta morir", que es un axioma que aparece en boca de la madre. La mujer y la droga aparecen en el mismo lugar: ambas lo gozan. Y las deudas del padre son el superyó como imperativo de goce en el sujeto."
Mucho ha sido lo que me ha enseñado la dirección de esta cura, enseñanza que se renueva a pesar del paso de los años de la implementación de aquella, precisamente por hacer blanco en los impasses de la transferencia, que en tanto pueden ser reflexionados en el lazo con otros analistas, trastocan su connotación de fracaso particular en oportunidad para extraer del equívoco alguna verdad, alguna experiencia general con la que sostener con más brios aún esa posición nada apacible que es la del analista. Mucha ha sido la influencia en esa enseñanza por parte de Héctor Braun, quien tuvo esa curiosa capacidad de los maestros, de trascender la finitud del cuerpo y causar al deseo en las distintas formas que atañen al psicoanálisis, a despecho de su presencia, birlada caprichosamente por la muerte.
Luis Camargo
Setiembre del 2002