Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Paradojas de la segregación
De los lazos fraternos a las ataduras globales
Luis Camargo, Rubén Guriérrez y Néstor Demartin

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Partiremos de una premisa que Lacan establece en su seminario sobre los discursos, "El envés del psicoanálisis", y no sin un efecto paradojal. Allí correlaciona uno de los pilares imaginarios en los que se sustenta la sociedad moderna, esto es la "fraternidad" con lo que en apariencia sería su contracara, la "segregación". Sin dejar de evocar la trilogía de la Revolución Francesa, que completa fraternidad con libertad e igualdad, nos dice que "la fraternidad -aquello que constituye el humus de la sociedad- no puede concebirse sino por estar separados juntos, separados del resto." Todo lo que existe en la sociedad tiene su basamento en la segregación. No sería forzar los conceptos si acercamos este hecho de la segregación, que Lacan da estatuto de fundante -no por nada, renglón seguido analiza el mito freudiano de la horda primitiva- con aquella otra operatoria que puede ubicarse en otra fundación, esta vez del sujeto, operatoria lógica que Lacan designa con el nombre de "separación", articulada a la alienación. Pero nos interesa aquí constatar si nuestra premisa de partida puede echar luces sobre otro orden de cosas.

La Tierra del Fuego, en el extremo austral de la Argentina y del mundo. Tierra de las nieves y los vientos, de las micro culturas en bricolaje y de leyendas de Verne, desde su inicio fundacional porta como emblema, precisamente, una historia de segregaciones; la de las culturas aborígenes que fueron evangelizadas, al sur por los anglicanos, al norte por los salesianos, y la de los reclusos que habitaron la famosa "Cárcel del Fin del Mundo". Ese presidio, que antes de convertirse en base naval y luego en museo operó como tal desde 1895 hasta 1947, hizo coincidir en sus inicios a su población de intramuros prácticamente con el total de habitantes de Ushuaia. Más de 20 años después, la proporción aún mostraba la relevancia de aquel recinto de exclusión: en 1919 la ciudad contaba con un total de 1050 habitantes, de los cuales 550 eran presidiarios. De modo que es legítimo decir que la operación social fundante de Tierra del Fuego fue una política de segregación, diseñada en las lejanías del poder y que no obstante aquí logró establecer lazos. Así los talleres de la cárcel fueron por entonces los únicos servicios con que contaba la ciudad. Transitando el borde, hicieron de él superficie dónde los lazos sociales comenzaron a bordarse con la estofa de la fraternidad –que no niega el horror que pudo habitar también tras los muros de ese presidio-, con ese humus, que haciendo metáfora del fangoso suelo fueguino cobraba estatuto de nueva civilización.

Luego de 1972 con la promulgación de la ley de promoción industrial, se generó una profunda y repentina transformación en la Tierra del Fuego, el que por entonces era el último territorio nacional y estaba poblado por mayoría de extranjeros, sobre todo originales de Chile. Las corrientes migratorias provenían de diferentes provincias, y así el desarraigo se instaló como un tema recurrente en las relaciones que comenzaban a establecerse en ésta nueva sociedad. Entonces los centros de residentes surgieron como un recurso alternativo frente a ello, un fenómeno que sólo había ocurrido a fines de la década del ´40 en la ciudad de Buenos Aires y el Gran Bs. As. Hombres solos, y mujeres en menor número, fueron haciendo aquí las bases de ésta nueva sociedad, la que ha ofrecido por muchos años una alta movilidad dónde se crearon vínculos que raramente hubieran podido formar las mismas personas en su lugar de origen; también esta movilidad ha sido muy intensa en sentido vertical ascendente, lo que se hizo más notable cuando comienzan a organizarse los poderes del Estado luego de la provincialización del territorio en el año 1991, momento en el que podríamos decir que estaban vacantes todos los cargos de la función pública, por lo cual, personas sin trayectoria debieron poner en marcha instituciones sin historia. La nueva dimensión que tomaba el viejo territorio promovió un arraigo que lo fue menos por el enlace a una historia que por aferrarse a los bienes que dieron al afincamiento un tinte de suntuosa precariedad.

En tanto profesionales de la salud mental, podemos preguntarnos qué efectos subjetivos pueden tener esas significancias que ubicamos en el corazón mismo de la génesis de una comunidad, de una provincia. No proponemos aquí que nos encontremos ante singulares estructuras subjetivas ni mucho menos, sino que ante la reducida extensión del grupo familiar, la breve historia construida en este lugar austral por cada uno, tanto como aquella en la cual inscribirse, mas el precedente de un desarraigo en cada una de la mayoría de las familias, se bordea un agujero -y no el de la capa de ozono- en la trama de la red social, que deja expuesta a cada subjetividad a las inclemencias de éstos tiempos modernos.

Es ésta una época en la que nos toca asistir a la vacilación y caída de por lo menos tres funciones -función del padre, del nombre y de la Ley-, lo que ocasiona que sea necesario asistir a la queja, tanto como al sufrimiento, al dolor y a la marginación que tales vacilaciones provocan. El padre como función experimenta una caída que se refleja en sus diferentes rostros en lo social; todos han perdido el sesgo de fe y credibilidad sobre el que se constituían hasta mediados de éste siglo, para que hoy su poder deba ser refrendado muchas veces por cierto rasgo de autoridad en la que se inviste el funcionario. Tratamos de pensar cómo en el contexto de esas generalidades es factible abrochar la singularidad de una historia regional con esas significaciones particulares, que lo son ya por pertenecer a significantes-amo que sostienen la discursividad de éstos tiempos en los que aquella lucha por puro prestigio que Hegel proponía además como humanizante, y en la que Lacan supo ver una lucha a muerte sostenida por el deseo de reconocimiento por parte del A, ha hecho devenir a tal reconocimiento en una categorización bajo un nombre en la referencia social que rotula al sujeto y lo enajena de sus preguntas por la existencia. Algunos de los que fueran los más emblemáticos nombres de referencia en ésta sociedad están perdiendo su valor. La nominación de antiguo poblador que distinguía honrosamente a quien alcanzaba tal galardón de quienes no lo habían logrado, ya comienza a mezclarse con quienes hoy son viejos inmigrantes, la divisoria entre nativos y los llegados del norte ha sido borrada por los NYC (nacidos y criados); el trabajo, que era la primera y única razón por la cual esta sociedad se refundó, ya no alcanza para todos, a quien lo pierde le espera un drama por lo menos similar al de sus semejantes de nuestro país, y a quien debe dejarlo por haber llegado a su edad de retiro, difícil le resulta encontrar un nuevo lugar en la trama social, ya que no hay nada que hacer para quienes ya no tienen un quehacer. Los bienes que con su peso relevaron a las raíces ausentes, ahora no resultan tan accesibles y la aventura de trabajar aquí por algunos años para luego retornar al norte ya hace una década que es una posibilidad cada vez más lejana, y ésa había sido desde siempre la utopía de ésta sociedad de migrantes. Esto alcanza a muchos de los hijos de aquella generación, los que no consiguen desandar por ellos el camino de migración de sus padres, se encuentran aquí con escasas propuestas laborales, culturales o de formación; así muchos, no exclusivamente por lo señalado pero al mismo tiempo que aquello sucede, se encuentran arrojados a una suerte que es causa de fenómenos como el alcoholismo, las adicciones, la violencia callejera, el ataque a la propiedad privada o pública, el robo, el crimen y otra actuación, que por fortuna aún a nadie se le ha ocurrido encuadrarla como figura delictiva, tal es la procreación adolescente de hijos cuya paternidad es asumida por sus abuelos. Así tenemos un salto desde una generación que no los tuvo de un modo cercano, a otra en la cual éstos ocupan directamente el lugar de los padres. Esto inscribe una particularidad más en la saga de lo que muchos coincidimos en llamar la declinación de la función paterna.

Para éstas circunstancias que se dan aquí la red muestra que aún no ha podido tejerse en torno a éstos agujeros. Así, por éstas carencias, más temprano que en otro contexto, las crisis y los conflictos que vive cada persona trascienden rápidamente de lo íntimo al espacio público, porque así lo solicitan o porque de hecho el funcionario interviene desde alguno de los dispositivos oficiales, de éste modo quienes han mostrado alguna vulnerabilidad y vacilación, suelen además ser objeto de una victimización secundaria por la exposición temprana a los dispositivos de tratamiento y asistencia que suelen indicarse como respuesta. Una más entre las consecuencias que causa una red que se interrumpe allí donde debería armar un lazo; una red que es efecto de un discurso que plantea un sistema cerrado, una consistencia sin falta, sin equívoco, sin hiancias, que alienta resoluciones narcisistas ante la capitulación de los referentes simbólicos y hasta propone relevar al sujeto de la responsabilidad sobre su síntoma para poner en su lugar a un gen, un neurotransmisor, o hacer una categorización fenomenológica de los diferentes padecimientos del sujeto.

La aldea global tiene paradójicos efectos de segregación que dejan como alternativa para algunos el repliegue a actitudes retrogradas como lo prueba el resurgimiento del fascismo; otra vez estar juntos-separados, ya sea en la tribu o en la ciencia; atrapados por la ilusión de haber alcanzado un nombre logrado para su ser, un falso nombre por cierto. Desocupado, adicto, delincuente, jubilado, recluso, pánico-atacado; cada uno de éstos nombres y otros no dejan de mostrar que no asisten a los verdaderos padecimientos subjetivos en juego y podemos ver lo que en cada uno de ellos retorna de lo no-dicho.

Finalmente, reiteramos, no creemos que un lugar -la particularidad de una conformación localista- determine una estructura, mucho menos que cree las condiciones de imposición de una subjetividad colectiva, pero seguramente cada habitante de una región no deja de estar impregnado de tales marcas en la estructuración de sus síntomas. Y si bien la dimensión pueblerina hace que la queja o el padecimiento encuentren un lugar común y, a su vez sean de alguien que no es anónimo, resta aún una operación que permita a cada quien desagregar de allí el rasgo que le es singular.

Como psicoanalistas creemos encontrarnos frente a la tarea artesanal de acercar a cada quien a la posibilidad de construir un nombre que disuelva aquellas consistencias alienadas y alienantes.

Bibliografía de referencia.

- DOBON, Juan. Drogadependencia: la vacilación del padre, el nombre y la ley. Instituto de investigación del campo psí-jurídico.

- JERUSALINSKY, Alfredo. La declinación del valor simbólico del trabajo. Conferencia de 1998 en las Jornadas de Agalma del Sur.

- EIDELSZTEIN, Alfredo. Seminario del padre en psicoanálisis. Clase II. Publicado en Psiconet.

- CAMARGO, L.; GUTIERREZ, R.; DEMARTIN, N. Ensayo sobre victimología en Tierra del Fuego. Inédito.

* Trabajo leído en las JORNADAS DEL HTAL. AMEGHINO 2001 – Buenos Aires, Nov.2001

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 15 - Julio 2002
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