Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Cuando papá no está
La ausencia del padre como un factor generador de violencia
Hilda Botero C

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Resumen

Tres fragmentos de historias clínicas de padres ausentes ilustran la dramática condición de madres y bebés abandonados. La violencia deja su marca en madres y bebés.

La ausencia física y emocional del padre, o su presencia agresiva, demarcan claramente una cualidad de relación tendiente a la muerte y a la destrucción. El lenguaje de la violencia es "violencia engendra violencia".

 

Summary

Three pieces of clinical histories of not present fathers show the impressive condition of forsaken mothers and children. So violence marks mothers and children.

The physical and emotional father lacking or his aggressive presence fix the quality of a relationship which tends to death and destruction. The violence language is "violence generates violence ".

 

Introducción

Cada día la vinculación del padre a la crianza de los hijos se integra más a la vida en el núcleo familiar. En los países Europeos o en Norteamérica ésta es una observación más evidente, de tal forma que se han realizado varios estudios (Baruch, G. D. y R. C. Barnet; Belsky J. y J. Rovine; Crouter, A. C. Et al; Greenberg, M. y N. Morris; Kestenberg, J. et al; Naouri, A.; Pedersen, F. A.; Pruett, K;) 2 de familias en las que el padre participa activamente en la crianza: participación del padre y actitudes sexuales, efectos del paternaje, incidencia del rol del padre en la identidad sexual, desarrollo de actitudes paternales, el padre nutriente, etc.. En los países de América Latina no es tan evidente esta participación, y aún hay muchos aspectos por estudiar. He orientado mis observaciones desde la falla, la ausencia, la deprivación en las relaciones familiares y, específicamente, la ausencia como una forma de violencia, la cual la suscita y la perpetúa.

Colombia, señalado como el país ‘más violento del mundo’, nos cuestiona y mueve hacia la comprensión de este fenómeno que nos acompaña desde la cuna, desde el útero; por eso nuestro tema: la violencia en el ambiente del recién nacido es una invitación impostergable para comprometernos con su análisis

He optado, para esta oportunidad específica, mostrar veladas formas de violencia y sus puestas en escena. De otras manifestaciones más crudas me ocuparé en el resto del estudio. En esta primera aproximación, más que el bebé, es la madre la protagonista en el drama, protagonismo que implementará en el hijo.

La tesis general del estudio plantea la incidencia que tiene la ausencia física y emocional del padre, o su presencia agresiva, en la perpetuación de la violencia, la delincuencia, el sicariato, y demás figuras de terror en nuestro país, y en la descomposición del sistema social.

¿Las fuentes? ... caminan por las calles, duermen el sueño de "los justos" en el cementerio, se matan en las cárceles, están en alguna montaña del país comiendo pan con secuestro; están en las páginas de los periódicos narrando corrupción, deambulan por las calles cobrando su miseria; pero, también están en el diván. Varios estudios realizados en el país sobre esta tópica arrojan datos espeluznantes sobre nuestros niños, nuestras madres, nuestros hombres, nuestra sociedad. Y en el consultorio se hace indispensable, en nuestro medio, el análisis de la historia personal de violencia que prepara para una capacidad de violencia, una tendencia a la violencia en los individuos. Hemos crecido rodeados, amedrentados y víctimas de la violencia, ¿cómo está entonces inscrita la violencia en nuestro sentir, en nuestro pensar, en nuestro actuar?.

 

I

¿Y papá, dónde está?

Sugiero iniciar mirando a la mujer que gesta un hijo del abandono, del rechazo; propongo observar la mujer que gesta, y cómo gesta, cómo es su vivencia con el hijo de la agresión, de la violencia, esa madre sola, llena, ya no de temor, sino de terror, odio, venganza y locura.

Para empezar, y para esta ocasión, voy a mostrar retazos de vida en los cuales se evidencia la ausencia del padre como una forma de violencia. Violencia hacia el bebé y violencia hacia la madre. El estado emocional de la madre viviendo esta experiencia incide de manera contundente en la relación madre-bebé, padre-bebé, mundo-bebé.

Voy a tomar, a modo de premisa, la consideración de la familia conyugal que, aunque no sea la que existe en todas partes, sí se forma como todas, alrededor de una base natural ineliminable, una especie de "invariante biológica", o sea, el encuentro de dos sexos para la procreación; la unión necesaria de un hombre y una mujer para engendrar un bebé (Jaqueline Rabain-Jamin).

Y quiero referirme también a la descripción mítica de Meltzer (1990) de la familia conyugal, con la cual estamos ya familiarizados. Esta descripción me ofrece algunos puntos importantes que quiero resaltar; sin caer en idealizaciones, más como, según el mismo autor anota, una alusión a una tendencia general, y la descripción de estados momentáneos. No son generalizaciones de ningún tipo, son más construcciones nacidas de la observación y la comprensión de las relaciones madre-bebé en primer término, y la cada vez más apremiante necesidad de observar y comprender las relaciones padre-bebé y padre-madre-bebé. Pienso que la composición de esta pieza de realidad está ubicada en el terreno de la hilera C de la tabla de Bion. Allí se construyen, de los datos o elementos derivados de lo sensorial, transformaciones en pensamiento, señaladas como pensamientos oníricos, sueños y mitos (1963). Pueden estas construcciones decaer en A, desbaratarse el mito y acudir a los elementos beta sin transformar, o más aún, pueden precipitarse a –C6 por ejemplo, y actuar con un mito destructivo.

Ya ubicados en la familia y un poco cerca de los sucederes de la misma, sigamos con las funciones de la pareja parental enunciadas también por Meltzer, y que serán lente importante en la discusión de este trabajo; Estas funciones se despliegan también en forma positiva, (+) o negativa (-): Generar amor Vs. Promulgar Odio; Promover Esperanza Vs. Sembrar Desesperanza; Contener el Dolor Depresivo Vs. Emanar Angustia Persecutoria; Pensar Vs. Crear Confusión

Estas funciones no se dividen en aspectos femeninos o masculinos, más bien se desenvuelven de forma tal, que la madre recibe todas las proyecciones del bebé, y el padre, como punto final de esta cadena, recibe los desechos mentales. Si el padre es un padre presente, ayudará a que el aparato de pensar y digerir de la madre pueda realizar su labor de maternaje o su función rêverie con el hijo. Todos estos productos, resultado de las identificaciones proyectivas del bebé adentro de la madre, y en su natural pasaje por el padre y su mente, necesitarán de un trabajo de ‘reciclaje’ que solamente puede llevarse a efecto en la intimidad amorosa de la pareja, la privacidad sexual y la integración del fruto de su relación. Así, el bebé irá identificando a mamá y papá unidos, luchando por su bienestar, pensando su estado mental. La debilidad de la madre se atribuye a las insuficiencias posibles del padre (Meltzer, 1990). Pienso que el abandono y la agresividad de la madre en determinados momentos, puede también buscar entenderse o calmarse en la agresión sospechada en el padre.

Un bebé sostenido y contenido en una atmósfera en la cual las funciones parentales se realicen positivamente, crecerá y se desarrollará con el sentido de seguridad y confianza necesarias para el desenvolvimiento de sus aptitudes individuales, para su crecimiento físico, sus logros intelectuales; lo que redundará en un núcleo familiar autónomo, optimista y benévolo. Su inserción en la comunidad será también libre de sospechas y en aras del crecimiento. Obviamente para que así se promulgue, la comunidad tendrá una función de paternaje en relación con los miembros de su comunidad. Tiene que ser un continente ‘suficientemente bueno’ para sus miembros.

La función del padre desde el momento de la gestación es tan importante como puede serlo la de la madre. Sin embargo, ha sido una función, no sé si olvidada, prefiero reflexionar sobre el hecho de, ¿qué conocemos de la mente, emoción o sentimiento Paternal?; ¿qué conocemos del mundo que se mueve en el padre, y que, considerado siempre en segundo plano, tímidamente hace sus acercamientos, aún sin el conocimiento de su revolución interna?. ¿Cuál es la función de ese compañero en el big-bang de la vida; cómo es su preñez, cómo su función nutriente, cómo su acunamiento?, en fin ... si ambos encendieron la llama, ambos son responsables de ella, y ambos, papá y mamá se necesitan para re-conocer (M. Kyrle, 1968) sus funciones con base en sus propios objetos parentales introyectados. He aquí una Y en el camino, una oportunidad de optar por la reparación de los propios objetos internos, o por la reproducción agresiva de sus aspectos violentos, estados emocionales sin elaborar que todos, en mayor o menor grado, y con mayor o menor intensidad poseemos en nuestro mundo interno.

El padre es objeto de situaciones emocionales que lo llevan a un estado llamado ‘regresivo’, o, más bien, prefiero verlo como un momento crítico; el inicio de la gestación desencadena en él sus vivencias infantiles, su historia con sus propias persecuciones, sus satisfacciones y logradas elaboraciones. También él es un bebé necesitado de continente y abrigo. Podríamos señalar, también en la tabla, un estado A1, o sea, los elementos beta desencadenados por la experiencia y, ante la ‘incógnita’ que deberá ser despejada según el desarrollo de la historia, puede plantearse como acudiendo al acting, A6, sin poder transformar el estado emocional, sólo actuándolo. El trabajo hacia el crecimiento podría llegar a B6 que implicaría la transformación en elementos alfa y una acción al respecto, es decir, iniciar el ascenso en la complejidad, e ir transformándose, enmarcarse en un mito, la familia, C4 por ejemplo. Es menester la transformación (Bion 1965).

El padre ha sido cómodamente ‘olvidado’, aislado; situaciones injustas para el bebé y para el padre se han fraguado en aras de la comodidad, la ignorancia, el sometimiento, el autoritarismo, en nombre de, ‘la madre es la que sabe’. Sí, la madre sabe, pero el padre también sabe y, sus funciones de ‘maternaje’ en sustitución ocasional de la madre, o sus permanentes funciones de ‘paternaje’ (J. Herzog, S Lebovici, 1.989), son esenciales desde la concepción. Su presencia física y psíquica, con todas las eventualidades, angustias y regresiones, son vitales para el desarrollo "suficientemente bueno", parafraseando a Winnicott, del niño y sus relaciones. Es necesario entonces en este orden de ideas, un padre ‘suficientemente bueno’, ‘suficientemente presente’, suficiente sostén de la madre y amparo del hijo.

Es un hecho que el padre necesita del apoyo y la guía afectiva de su compañera para convertirse en padre interesado. Hay que recordar que, en la preñez, el padre revive momentos de revolución interna, y una vez nacido su hijo, momentos de confusión y depresión. La paternidad cobija el paternaje, es una función que necesita del sostén de la madre, así como ella, para su labor materna necesita del sostén y de la presencia íntegra del padre, y evidentemente de las buenas relaciones de pareja. El paternaje adhiere en el hombre la procreación, su papel junto a la madre, y sus capacidades de (con base en una relación clara y segura con ambos, madre y bebé) hacer su entrada en la disolución de la diada madre hijo. El padre presente asegura la buena configuración de las vivencias edípicas y ayuda a disponer los elementos del mito para su formulación. En términos de Lacan, para que la ley del padre impere y se establezca la relación con el mundo.

La pareja madre-padre, que ha optado por la procreación, es la primera diada, y ha decidido ‘realizarse’ en un espacio continente para la gestación del producto de su intercambio amoroso y extensivo de sus relaciones. El hijo, producto de una función introyectiva del amor, demandará, para su desarrollo y evolución, que ese continente se mantenga y ofrezca oportunidades de crecer y de ser. Por esta razón la gestación se da en un continente mental compartido entre padre y madre y, a su vez, una sociedad como sostén, apoyo y recurso de este estado de preñez. Ésta sería más una tendencia general en las relaciones, con momentos de plena realización, con momentos de evolución y crecimiento en mayor cantidad que aquellos momentos inevitables de conflictos, contrariedades, pérdidas, desesperanza, y todo lo que son experiencias del diario vivir y compartir. En la medida en la que éste sea el cuadro que prevalezca, el bebé desempeñará la función de objeto introyectivo que enriquece el mundo interno de cada uno de los padres y de la pareja en crecimiento y madurez; de otra forma se tornará en un objeto proyectivo e investido de persecución, atacando los objetos internos de los padres y la pareja.

El bebé es la reconstrucción de bebés inconscientemente engendrados de acuerdo a la historia de la madre, serán los bebés del padre o los bebés robados a la madre (Klein). En la medida en la cual esta experiencia sea la oportunidad de elaborar una historia diferente, con un hombre diferente a ‘papá reeditado’, que la mujer pueda elaborar estos fantasmas con el niño de la realidad, le planteará su oportunidad de ser madre, y al bebé le permitirá ser su bebé. Madre y bebé ahora poseerán un padre que los acoge y apoya. A esto se suman las vivencias del padre con respecto a esos bebés de la madre, y sus bebés con la madre, o robados a la madre o, los bebés nacidos del amor de una elección de pareja ‘que no es mamá’. No sólo la mujer revive o reedita su historia emocional. El hombre también espera un bebé, también está en una experiencia de preñez. Ahora es padre.

Los intercambios afectivos de la madre, el que ella pueda gestar un bebé en su mente, con un padre compañero, viviendo la preñez, dará una cualidad especial y afortunada a esa madre que el bebé se va representando, segura y apoyada. Podríamos pensar que en el bebé, subyacente, habrá una preconcepción (Bion) de un objeto que apoya, sostiene y asegura lo que la madre tiene y ofrece; y en la medida en la cual esta relación sea armónica, la madre podrá rescatar a su bebé real de todos los bebés fantasmas o imaginarios, y podrá sellar la alianza con la vida y la relación. El apego seguro (Bowlby, 1969) se irá instaurando bajo la égida del apoyo seguro y amoroso de un padre que encuentra su paternidad. Es una labor de equipo, el equipo primario que cada uno, padre y madre, haya interiorizado de sus primeras relaciones, y la capacidad que tengan papá y mamá para reparar cualquier falla que haya sido inscrita. Ahora, en la reedición, han de hacerse ajustes y elaboraciones hacia la armonía y el bienestar, hacia una mejor adaptación y evolución.

Con el diálogo hormonal, que se traduce en estados afectivos en el vientre, se plantean diferentes formas, cada vez más complejas, de diálogo emocional. Los estados afectivos se implementan en los movimientos corporales, la mímica, la mirada, el llanto, la sonrisa, los gestos, la palabra. El sentido que adquiere la madre se lo otorga el bebé, y éste, a su vez, recibe el sentido que le otorga la madre. En otras palabras, la razón de ser del bebé es la madre, y la razón de ser de la madre es el bebé: no hay madre sin bebé, ni bebé sin madre. La cuestión parece fácil, sin embargo, es difícil de concertar y, más aún, de mantener su vigencia durante el tiempo que se necesita hasta que el bebé encuentre vértices diferentes para ver el mundo, los cuales precisa para continuar su espiral de complejidad.

La relación de la pareja durante el embarazo, le proporciona a la mujer una estructura fuerte de apoyo y seguridad, ella necesita de un compañero cariñoso, sensible y preñado; él es el continente que le da fortaleza, y esto redunda, esencialmente, en el pequeño. Es el padre quien nutre a su mujer, a la madre del hijo mutuo, de leche amorosa y de cuidado, leche y nutrición que podrán asegurar el desarrollo del bebé. El niño en el útero es sensible a matices emocionales; siente y, a la vez, reacciona a emociones indiferenciadas, pero también a estados afectivos complejos como la ambivalencia, por ejemplo. Una situación de miedo o ansiedad de la madre, mantenida durante el embarazo, tiene consecuencias en el bebé. Las emociones maternas se graban profundamente en la psique del niño y son poderosas a lo largo de su vida.

Los maltratos físicos o emocionales del padre afectan profundamente, y son violencia hacia ese nuevo ser. Pocas cosas son más peligrosas, o violentas, que un padre maltrate o deje sola a la mujer embarazada. La actitud del padre hacia su pareja es de vital importancia. Muchos factores intervienen aquí, desde las relaciones con su propio padre y madre, y luego con su pareja. Y puede agravarse con la situación laboral o económica, que tanto afecta al hombre en determinados sistemas sociales como el nuestro, por ejemplo. La inseguridad social, amenazas como el secuestro, provocan estados de angustia desbordantes en madre y bebé y, en lugar de promover esperanza, se perpetúa la desesperanza.

El padre se comunica con su bebé desde antes de nacer; su voz, su afecto y la compañía a la madre; o por el contrario, el maltrato, los golpes y el desprecio, son asimilados por el bebé no nacido. El alejamiento, el refugio en los amigos, la infidelidad, suelen ser reacciones de defensa del hombre, defensa a una maternidad y paternidad que asustan, revive situaciones tempranas de él mismo, que no ha podido superar. La desdicha de los niños rechazados se manifiesta en la cantidad de problemas físicos y emocionales; la felicidad de los bebés deseados se nota en su relativa tranquilidad; y la ambigüedad de madres y padres indiferentes y ambivalentes se nota en las respuestas también ambivalentes de los niños, a quienes no se ve enfermos, pero tampoco sanos. (Verny, T.)

La mujer debe saber que si se ocupa de ella misma, o se abandona a sí misma, se ocupa o abandona a su bebé en la mente. El padre también como protagonista de esta dinámica, no puede desentenderse de ella. El padre que abandona a la madre activa en ella la situación de abandono.

Las necesidades emocionales de los bebés no nacidos son mucho más primitivas que las nuestras, por eso una actividad de la madre dirigida a pensar o mantener en la mente a su bebé le ayudará a calmarse y armonizarse. Los efectos del abandono emocional en el útero son desastrosos para el pequeño, el silencio de sus madres es devastador y, al nacer, se hará más difícil ponerse en contacto con mamá y con el mundo. Esta comunicación de madre y bebé en el útero es parte fundamental del vínculo madre-bebé; no hay que esperar a que nazca para establecerlo. Como no hay que esperar a que nazca para presentar e introducir al padre en la mente y en la vida afectiva del bebé. Ésta es una tarea desde los inicios de la gestación (y aún anterior). El útero es el primer mundo del niño y como lo experimente, hostil o amistoso, crea disposiciones. Es decir, en el útero, y de acuerdo a su vivencia, se establecen las expectativas del bebé (preconcepciones). Podríamos pensar mucho acera de la cualidad de las preconcepciones que trae al mundo, y de las reacciones, una vez que nace y se encuentra con la madre real, con el padre real y con el mundo real.

El bebé no sólo establece una relación con el pecho y la forma como la madre lo alimenta. El niño percibe de manera precisa a su madre como persona, y su capacidad o incapacidad para sentirse ligada al bebé. Se han puesto en evidencia perturbaciones en niños y adultos causadas por procesos proyectivos provenientes de la madre antes y después del nacimiento. Felton (1985), citado por Rosenfeld (1987), denomina presión osmótica a un proceso predominantemente mental en el cual durante el embarazo se activan en la madre procesos ocultos que nunca fueron conocidos y que son traspasados al bebé. Éste es totalmente indefenso ante esta "presión", que permanece luego del nacimiento y obstaculiza una relación normal con la madre.

Puede vivirse in útero un ambiente lejano a ese paraíso idílico, armónico y confortable. La experiencia vital de bebés productos de actos de violencia, pienso que se enmarca en este contexto; y la experiencia de dichos bebés, es que algo les ha sido introducido por la fuerza, o sea violentamente, dentro de ellos. Es una fuerza violenta, que actúa permanentemente pero con la condición especial de que es algo oculto y secreto que les parece, aún a ellos mismos, extraño, una fuerza extraña. Creo que viven aterrorizados, escapando de la violencia pero, paradójicamente, se defienden con la violencia.

Bion (1978) en su profundización sobre la identificación proyectiva describe de forma, por demás poética, la vida intrauterina; comenta cómo el feto, "incluso un embrión de tres o cuatro ‘somitas’ vive algo que un día llegará a ser lo que llamamos ‘sensaciones’". El feto, opina Rosenfeld (1987), puede cambiar en forma dramática la dirección de su desarrollo y llegar a ser incapaz de tener sentimientos o ideas, lo que termina en una carencia, al nacer, de los elementos importantes de sus dotes.

Podríamos hacer más consideraciones acerca de lo importante que es una experiencia positiva de la preñez, esto es, papá y mamá unidos en la construcción integrativa del bebé. La presencia afectiva de madre y padre en la labor de crianza, desde el útero, jamás podrá ser suficientemente comunicada para lograr la intensidad y concentración en la gestación y crianza conjunta del hijo.

Mi objetivo es llamar la atención hacia la necesidad de observar y estudiar más la emocionalidad del hombre en la vivencia de la paternidad. Para, de esta manera, comprender su mundo interno, saber sus respuestas emocionales, y ayudar con esta comprensión, tanto a entender a los hijos, como a lograr que el padre se entienda a sí mismo y organice sus experiencias hacia una mejor relación consigo mismo y con sus padres internos. De esta forma puede iniciar la experiencia de ser padre.

La observación de la desestructuración y, a veces, de estados de locura que se plantean en la relación madre-bebé ante la ausencia del padre, no sólo durante el embarazo, sino al nacimiento del bebé, ha puesto más en evidencia el olvido en el que se encuentra la consideración del padre al lado de la madre y el bebé. El estado emocional de estas madres nos remite a pensamientos dolorosos de poca esperanza para el bebé. Los casos narrados en esta oportunidad nos hacen reflexionar sobre la necesidad de ‘contener’ y atender estos momentos de la pareja.

 

II

 

Presentaré tres fragmentos de historia, en los cuales la violencia del rechazo paterno marca, especialmente, la relación de la madre con el bebé. El estado emocional de estas madres abandonadas y de sus bebés abandonados nos señala más la ruta hacia la destrucción y la muerte, que una esperanza de vida.

Para esta ilustración tomé tres casos de madres del programa Madre Canguro que se lleva a efecto en la Casita Canguro, programa subvencionado por los Seguros Sociales en Bogotá Colombia.

 

Mariela o la venganza

Mariela, deprimida, aburrida, decepcionada, mira al vacío, navegando en él, persiguiendo imágenes perdidas. Su bebé, aún en canguro, reposa sin ánimo en su pecho, no se mueve, no abre sus ojos. Ha perdido peso y está a punto de ser hospitalizado. Mariela ha sido observada por mí en la recepción del programa, su actitud no cambia y al bebé lo observo cada vez más perdiéndose en la nada. Pasan ahora a atención psicológica. El bebé permanece quieto en su pecho, la madre tiene sus manos a los lados de su cuerpo, afianzando sus brazos en el asiento en el que se encuentra, como eludiendo abrazar al bebé que se sostiene a su pecho con la faja especial para este efecto; un objeto externo extraño lo sostiene al pecho; está desgonzado ... ¿dormido?. La madre responde aletargadamente a las preguntas y narra su actividad. Dice que saca al bebé para bañarse y para "hacer unas compras". (¡!) No cae en cuenta de lo que dice. Los niños en canguro no pueden ser puestos fuera del pecho más de 10 minutos, pero ella ha perdido, además, la capacidad de calcular el tiempo. El niño no sube de peso, está bajando peligrosamente, no se sabe bien cómo lo alimenta, el estado emocional de la madre no le permite pensar en él y hacerse cargo de él. Parece ser que la madre lo está sacando permanentemente del pecho. Ella sola atiende al bebé pues se ha aislado de su familia, siente que la persigue. Está muy deprimida; el bebé actúa esta depresión, no se mueve, no reacciona, pierde cada vez más peso y, observo un ser que está cayendo en el vacío de la inactividad, en la quietud de la muerte.

Un poco de historia

El padre del niño es la segunda pareja de Mariela. De otra pareja tiene dos hijos de 12 y 14 años. Una vez que fue abandonada por el padre de estos niños no pudo seguir haciéndose cargo de ellos. No han vivido con ella, sino con la abuela paterna. La historia se repite con el nuevo bebé. La pareja reciente, padre de este pequeño, es un hombre casado que no deshace su anterior pareja para estar con Meriela, ella ha buscado el embarazo (embarazo deseado, dice), preparando así la separación del hombre y su mujer con base en este nuevo bebé. De esta manera piensa que podría asegurar la compañía del padre. Pero desde el embarazo Mariela pierde la relación con el padre del niño, éste no responde por la criatura y abandona a la madre. Sumida en la desesperación Mariela da a luz prematuramente, 32 semanas de gestación. El bebé y su madre entran al programa canguro. El niño no se recupera satisfactoriamente, en lugar de ello, comienza a perder su salud, permanece más tiempo sin moverse, la madre olvida darle seno, lo saca permanentemente del pecho. Es inminente la hospitalización del niño. Se saca a la madre del programa canguro pues su estado emocional no ofrece garantías para terminar el tiempo de gestación en el programa. El niño tendrá que permanecer en el hospital hasta que se recupere totalmente. Mariela cambió de domicilio, y no fue posible ubicarla, se temió por la salud y la vida del bebé y, desafortunadamente, se perdió todo contacto con esta madre. Es probable que este bebé haya fallecido.

COMENTARIO

Se podría decir, de acuerdo a la ecuación pene-bebé, sugerida por Freud, que esta ecuación permanece, pero el paso de desear el pene, a desear un hijo no se llevó a cabo. Si el pene no está, el bebé no está, o mejor, no podrá tomar forma en la mente de la madre. Necesita el pene, y en forma más estricta, el pene del padre que la proteja y la adhiera a él. No hay paso a lo simbólico, hay paso a lo psicótico.

Pero más allá de esto, el padre de este bebé está ausente desde la concepción; el padre no quiso tener nunca este bebé. Abandonó a la madre y al bebé, incluso antes de nacer. Nadie se hizo cargo del bebé, pues el abandono del padre a la madre desencadenó el abandono del bebé por parte de la madre. Mariela estuvo preñada de expectativas de retener al hombre a su lado. Más que esperar un bebé, esperaba al hombre, al pene.

La comprensión de esta situación tan dramática sería en los siguientes términos: cada vez que la pelea con el padre se plantea en el mundo interno de esta madre, el bebé sale de allí, lo saca de su pecho y va: "a comprar urgente el pene del padre". El bebé no existe, pierde contacto con él. En la medida en que el padre no existe en su mente, bajo la ilusión de la relación de los dos, y me atrevería a decir, en la medida en la cual ella esté fantaseando el coito y, así, asegurando al pene-hombre en su interior, en esa medida existe, o deja de existir, tanto el hombre, el pene, como el bebé. Solamente puede mantener al bebé a su pecho y sentirlo, en los momentos en los que alimenta la esperanza -o el delirio- de que el padre va a conocer a su hijo; entonces lo guarda en su pecho y lo alimenta; o en los momentos en los que ese objeto interno permanece con ella y no la abandona. Cuando pasa algún tiempo y pierde la esperanza, o el delirio empieza a borrarse, comienza a comprobar que no vendrá, que ya no vuelve, que no está en su interior, en ese instante acude al desaliento y al olvido del bebé, lo saca de canguro y sale a comprar algo que ‘necesita urgente’, el pene del padre. Es un ataque violento al bebé, identificado por la madre, con el padre-pene que la ha abandonado y, a su vez, ella identificada con el padre-pene que abandona.

La necesidad de tener al padre del niño, su pareja, está crudamente simbolizada en la añoranza del coito; tener al niño entre sus senos es la representación del coito, el bebé entre sus pechos simula el pene de su pareja en su vagina. Actúa con insistencia la necesidad de poseer el pene-presencia de su pareja. La búsqueda del pene-padre, es un aferramiento rabioso y violento. El escenario real externo de todo su drama interno es el pecho, y la víctima el bebé.

Se hace evidente que ahora, con este hijo, tampoco tiene medios, no sólo económicos, sino emocionales, para hacerse cargo de él.

El bebé no tiene cómo, ni dónde recibir las proyecciones de los padres que se convierten en fragmentos de realidad imposibles de digerir. El bebé está bombardeado por fuerzas extrañas, ‘ataques extraterrestres’ que lo eliminan poco a poco. El continente, la piel mental que tendría que ir construyendo el bebé con base en la recepción continente de la madre, no puede formarse. Mi observación captaba en el bebé un estado de debilidad de vida, en el cual estaba, parece, dispuesto a dejarse chupar por el remolino de la destructividad. Era una especie de viaje en cono, o en un tornado, hacia la muerte.

Este bebé es un niño que no puede utilizar la Identificación Proyectiva. La temperatura, el peso etc., son apenas las manifestaciones primitivas de estar vivo. Está muriendo. No sabe cómo utilizar la débil vida que tiene, lo podría hacer, en el intercambio relacional con el pecho. La cualidad de mensaje de la madre no puede ser decodificada, y no puede construir un repertorio de códigos significativos para comprender la experiencia de entrar en el mundo. No tiene elementos suficientes con los cuales emitir sonidos emocionales con el objetivo de impactar al mundo-madre, quien no está lo suficientemente cercano emocionalmente para que él pueda conservar el calor y el peso de esa compañía objetal, que sería su salvación en su llegada al mundo. Es un niño abandonado. Un bebé abandonado por una madre abandonada. Es un niño con un padre ausente. Es un hijo de la violencia.

Esta realidad llevó al bebé a una situación delicada, perdió peso con aceleración y su estado general se deterioró.

Podríamos leer, entre muchos, un pensamiento del bebé: "... cuando papá no está, mamá se aleja, o se enloquece, o me odia, o me olvida; y yo ... muero de dolor, de hambre, de soledad ...".

El pecho-mamá estaba ocupado, o más bien destrozado por decepciones, rencores y rechazos, desvalimiento y desesperanza. Y la respuesta era alejar a su bebé violentamente de su mente, de su pecho, es decir, de la vida. Un rechazo a la vida-bebé que había gestado.

 

Laura o la confusión

Laura se encuentra sentada en una banca de espera en la casita canguro esperando ser atendida. Absorta en un punto fijo en el piso, tiene a su bebita con el brazo izquierdo apretada sobre su pecho; con el otro brazo se afianza agarrándose a la banca como si se tratara de una ‘tabla de salvación’, fuertemente aferrada a ella. La nena está con sus ojos cerrados, pero se mueve un poco, sus piernas se estiran, voltea la cabeza de un lado al otro mientras emite sonidos de esfuerzo, y levanta sus manos en el aire. Laura permanece así por mucho tiempo. Parece en otro mundo. Está mal arreglada y tiene aspecto descuidado. La niña comienza un llanto leve y entrecortado, la madre no se percata de ello. La nena llora más fuerte y mueve su cabecita para ambos lados, estira sus labios en actitud de mamar, chupa su lengua y llora más fuerte. La enfermera se acerca a Laura, le toca el hombro y la saca de su letargo. Laura mira e intenta reconocer quién es y dónde está, luego mira a la niña, se suelta de la banca y la lleva más cerca de ella. La enfermera le dice que le dé seno pues tiene hambre; la madre dice "¡ah, sí, sí!", y comienza a acomodar a la nena a su pecho, y a buscar nuevamente el mundo lejano en el que estaba. La niña está de vuelta con su madre, pero la madre aún no llega, no está. El padre no existe.

Un poco de historia:

Laura se entera de su embarazo un día que comienza a menstruar coágulos de sangre, dice ella. Fue al hospital y le dijeron que estaba embarazada y que el bebé iba a nacer ya. Era prematura, 32 semanas de gestación. "… yo no sabía que estaba embarazada, no me había dado cuenta, a mí nunca se me fue la menstruación". Y continúa inmediatamente con: "es que después de la traición a mi marido él me amenazó y me dijo que si yo quedaba embarazada, ese hijo no era de él, y yo tenía que irme de la casa ... imagínese, me quitaba a mis otros hijos y me echaba de la casa ... por eso fue que yo regalé a la niña". En una sola bocanada de angustia me contó la historia, ésta es así, corta y simple. Pero la tragedia emocional no es tan corta, ni tan simple, es todo un drama de dolor y miedo.

Laura ingresa al hospital, la relación con el marido permanecía aún bajo la ‘condena del silencio’. El marido no va a la clínica. Al cuarto día de hospitalización, cuando el marido la visita, al salir del hospital, le dice que la operaron de la matriz y le sacaron unos ‘cálculos’, él no dice nada. La bebita está en la incubadora y allí permanece del 26 de diciembre al 17 de enero. Laura se va a casa y la nena queda en el hospital; se ‘vuela’, dice, apenas el marido sale a trabajar, y procurando cumplir los horarios que él exige, y los controles que hace de su permanencia en la casa. Nadie sabe su historia. Visita a la bebita hasta el día en que se la entregan para ingresar al programa canguro ambulatorio; recibe instrucciones y lleva a su bebita a la casita canguro a revisión y entrenamiento, y ese mismo día, la regala. En la clínica había hecho el contacto con una de las aseadoras para regalar la niña a una señora que la recibiría. Se fue a su casa sabiendo que ya no volvería a ver a la nena. La condición que impuso a la señora intermediaria, como ella la llamaba (porque la mujer que recibía la nena como regalo no se dio a conocer, ni nunca se presentó), fue la de que siguieran el control en el programa canguro. Esta niña necesitaba permanecer en canguro. Laura dice que se sentía destrozada y muy triste cuando se fue a casa sabiendo que ya había perdido a la niña. Pero si no hacía esto, aclara, "me quitaban a mis otros 3 hijitos, me tocaba irme de la casa, mi marido me echaba fuera".

Al día siguiente aparece la intermediaria, con la niña, en el control del programa canguro, y dice la intermediaria que Laura se fue de viaje con el marido y le dejó la niña. Esto alarma al personal, que llama inmediatamente a la madre de Laura. Sólo entonces se entera la madre de Laura que ésta había dado a luz. Llaman luego al sitio de trabajo del marido y allí se entera él también que su esposa había dado a luz. Son requeridos inmediatamente en el programa canguro. Laura se altera y se defiende de las acusaciones del marido. Le dice que no se había enterado que estaba embarazada hasta el día que estuvo en el hospital. Dice que esa hija es de él, que no dijo nada pues le quitaba sus otros hijos porque él le había advertido que no era hija de él. Laura no tiene cómo ponerse en contacto con las personas que tienen a su hijita, tiene que esperar a que llamen. La intermediaria se comunica con Laura dos días después y le pide los papeles del seguro médico. Laura cita a esta mujer, en un lugar cercano al canguro. La intermediaria, asustada porque en canguro se habían enterado ‘de la verdad’, se negaba a llevar más a la niña al control médico indispensable en el programa canguro.

Allí está el marido con los profesionales del canguro. Después de aclaraciones y advertencias la niña es devuelta a Laura. Pero la niña está mal, muy grave, está baja de peso y es necesario hospitalizarla inmediatamente. Permanece 8 días en cuidados intensivos. La niña no pudo digerir esta experiencia y comenzó su retirada hacia la muerte. Luego, ya recuperada, se la entregan a la madre, quien la lleva en su pecho, en canguro, y la somete a quedarse allí dos semanas más de lo necesario, pues ella quería que se recuperara allí, y aún no la veía recuperada. El padre exige prueba de paternidad para reconocer a la bebita.

COMENTARIO

Laura en todas las observaciones lleva a su hija ahora en brazos, tomándola angustiosamente, acercándola y alejándola al mismo tiempo, en una posición en que a la niña se le dificulta mirarla, mantenerla en su campo. La nena hace esfuerzos buscando a la madre con su mirada y llamándola con los chasquidos de su boca y su lengua, mueve sus manos y emite sonidos fuertes para llamar la atención de la madre que, en una actitud de no presencia, y sin mente para la bebita, la coloca de tal forma que ni ella la mira, ni la bebita puede verla. La mece con su pierna y su brazo, pero como una autómata, sin el sentimiento puesto y modulado en el movimiento. La actitud de Laura, de terror a su marido y completo sometimiento, sólo le permite poner a disposición de la niña sus brazos, la mente esté invadida por el rechazo amenazante del padre de la niña. No puede hacerle espacio a su hija dentro de ella. Su mente está violentamente secuestrada por la presencia del padre ausente.

Desde la posibilidad de embarazo la niña fue rechazada por el miedo, el terror de la madre. Laura no sintió la preñez, no se enteró de su existencia. El padre, antes de engendrarla, ya la había condenado al rechazo y a la no existencia. La única forma de entender esta situación mental de la madre es pensándola en términos de verse precipitada, del miedo, al terror. Esto es, su parte psicótica realizó el ataque al vínculo, no había bebé. La madre pasó del miedo al terror sin nombre (Bion, 1962b), la presencia del pensamiento desapareció y el llamado a la muerte se hizo claro y contundente. Su hija tenía que desaparecer, y también su maternidad. Una lucha que la enloqueció. La amenaza de su compañero, que precipitó su locura, no le permitió iniciar el vínculo con la bebita, le buscó quién se la llevara, quién la recibiera, no quien la sustituyera a ella, allí no había qué sustituir. La maternidad estaba presa en sus otros hijos que no la precipitaban en la locura.

Pienso que la maternidad de Laura estaba escondida, agazapada en su interior, y permitió, según como organizó las cosas, que los de la casita canguro salvaran la situación. Ellos se enteraron y la confrontaron con la situación total y no parcial, reunieron a madre-padre-bebé, para rescatar a su hija perdida. Ésta fue su manera de solucionar, de contar, de pedir por su hija y por su maternidad. Es la manera que tuvo para presentar su hija al padre y el padre a su hija. No recupera al marido de todas formas, pero recupera a su hija, y ahora la utiliza a ella como instrumento para atraer al padre. Le dice a éste que su hija se parece a él, que se ríe con él, que lo busca. Aunque él no responda jamás a estas súplicas de Laura, ella dice que eso la va a ‘salvar’, la nena se va a ganar al padre y la va a salvar a ella. Le va a devolver un marido.

Cuando ya la niña está con ella después de los cuidados intensivos, Laura acude a mecanismos de reparación maníaca, la mete en canguro y la mantiene dos semanas más de lo conveniente. La mete otra vez a su útero para ahora sí gestarla, y parirla, y tenerla; algo así como ‘la nena salvada del abandono’. Éstos son los intentos de la madre por reparar el daño causado a la bebita. Supone su pecho ahora como reparador y acogedor. Pero su estado mental continúa en la zozobra y la desconfianza, Laura está sumergida en la confusión. La violencia del marido continúa, y cuando Laura era observada estaba entrando en el período de desesperanza ante la pérdida del compañero y padre de la niña. Silenciosa, absorta y sin actitud maternal, permanecía horas sentada, mirando al vacío, sin bebé y sin compañero. La nena parecía adherirse al estado mental de la madre y permanecía inmóvil, escurriéndose de entre sus brazos, perpleja ante la posible disolución de su precaria existencia.

Si pudiéramos leer un pensamiento en la nena, podríamos entender algo cercano a: "… si papá no está, si papá no me da existencia, mamá no existe ... yo no existo ".

 

Camila o la desesperanza

Camila es observada por algunos días en la casita canguro durante los cuales se revela una historia impresionante. ¿Por qué es observada? Llama la atención la tristeza de su expresión. A su niña la mantiene apretada contra su pecho, en canguro, abrazada con ambas manos, aferrada más bien ella a la bebita, como si ésta fuera quien sostiene y protege a la madre

Un poco de historia

Camila es hospitalizada por hipertensión 15 días antes de inducirle el parto. Parto natural. 34 semanas de gestación. No sabía si era niño o niña. No quiso enterarse antes por la ecografía, pues era víctima del pánico de llegar a estar gestando una niña. El marido le había sentenciado que no quería una niña, por lo tanto, tendría que deshacerse de ella, o criarla sola sin que él la aceptara. Esta zozobra durante la gestación causaba permanente tensión, y la fantasía era de abortar, o al contrario, que nunca naciera ese bebé. El miedo al ‘castigo’ del esposo por gestar una niña la fue tornando temerosa y aislada. Ya no quería cuidar de sí misma ni de su embarazo.

Camila tiene 5 hijos con la nueva bebita. Tres hombres y dos mujeres; la otra mujer, también rechazada por el padre, en estos momentos de 14 años, se ausenta de casa con frecuencia y permanece en las calles; consume droga y rechaza el colegio. Camila tiene pésima relación con esta hija también, temerosa siempre de demostrarle su aceptación pues esto implicaría la censura y el desprecio del padre.

El padre no asistió al parto; una vez que se enteró que era una niña no quiso acercarse más a la madre ni a la bebita. Repetía su sentencia y su rechazo hacia la niña.

Camila y su bebita entran al programa canguro. La madre profundamente deprimida y temerosa comienza su cuidado. El marido no la acepta y ella se siente culpable por haber tenido una niña y no un niño. Nadie ayuda a esta madre en la dura tarea del canguro, 24 horas al pecho y la lucha por la alimentación. El hijo mayor, 18 años, se acerca poco a poco, temeroso, desafiando la ira del padre, y la ayuda en su maternaje.

Es el tercer día de la bebita en canguro ambulatorio, es decir, ya está en casa, y aún así el padre no la conoce; duerme en otro cuarto para no estar en contacto. Tiene mucha rabia, se siente atacado por el nacimiento de una niña. Estos días en los controles diarios del programa se ha examinado a la niña y se observa lentitud en el desarrollo, la nena está muy deprimida, quieta, no despierta. No gana el peso necesario. La madre por momentos disocia su malestar, su temor y tristeza, y logra sacar adelante a la bebita concentrando su atención en ella.

Al cuarto día de nacida la nena, su padre sufre un accidente de trabajo; no le informan a la madre en qué hospital se encuentra, y la angustia en Camila comienza a tornarse amenazante. Se va con la nena en su pecho a recorrer hospitales; al fin logra saber dónde está, consigue ir acompañada de su hijo y del hermano del marido. Del primer hospital al que fue remitido su esposo, ya lo habían trasladado, estaba grave y requería atención especial, el golpe fue en el cráneo. Se van para el otro hospital, pero a Camila no la dejan entrar por su bebita en canguro. Pasa la noche adentro del auto del hermano del marido, su hijo es quien trae noticias del padre, noticias que no son muy claras aún.

Cuando Camila recuerda a su bebita, es porque de manera muy dramática ha dejado de moverse, entonces alarmada la mira y, "estaba como muerta" dice, "no me volví a acordar de ella". Ha olvidado alimentarla todo el día. La prende al pecho y, con mucha dificultad, luego de un buen rato de esfuerzo, la nena comienza a beber su alimento. "... me tocaba estar viendo si estaba respirando, pues me parecía que se había muerto", decía la madre. "Y sobre todo se me estaba enfriando, no sé por qué". La madre no había comido desde el día anterior .

Después de ir un rato a la casa llega nuevamente al hospital, convence al portero para que la deje ingresar, va a buscar al marido, obviamente no lo encuentra, está en cuidados intensivos y no lo dejan ver. Allí se queda y ve pasar la camilla con el marido para un examen, pero ella mira y no lo reconoce, dice que ése no es él. Le explican que una viga cayó en su cráneo y está irreconocible; ella lo niega por un buen rato, se resiste a creer que es el marido. Luego la invade la angustia y, sin ingerir alimento alguno durante la últimas 24 horas, y en estado de ansiedad, siente que se desvanece, y que la niña murió. En verdad la niña no se mueve en el pecho de ella; la madre interpreta que "estaba deprimida... como muerta", dice, "no se movía, yo le ponía el pecho y no reaccionaba". La bebita en estos momentos está muerta, tal como había percibido al marido, la nena está muerta para Camila.

El marido muere ese día. Su lamento, su "pena", como dice Camila, es que se murió y ni siquiera quiso conocer a la niña. La madre estuvo todo el tiempo cerca al ataúd, velando a este hombre que no quiso ser padre, con su niña al pecho, una niña también muerta para ella, como ese supuesto padre.

En las observaciones la madre está ahora con su hija en brazos, ha salido del canguro. Al hablar de su esposo y de toda aquella situación que llevó a la muerte de su marido, llora. La nena se inquieta, mueve brazos y piernas con movimientos fuertes y rápidos, mira a la madre, frunce el ceño y rezonga hasta que inicia el llanto, la única música de esta niña a la tragedia que narra la madre, la muerte de un padre que no quiso ser padre de esa niña.

Después de sepultar al padre, la niña había perdido mucho peso, y estaba en peligro de muerte. Ausente, parecía muerta, no se movía; como el padre. Quizá para la madre murió, aunque fuera por unos momentos. Estaba deprimida, muy triste, dice la madre. "Y sin conocer al papá, imagínese".

El hijo mayor comenzó a hacerse cargo de la nena y a reemplazar a la madre en su maternaje, la llevaba en canguro y la acercaba a la vida. Muchos días fueron necesarios para que la bebita se repusiera, y para que la madre la aceptara viva y sobreviviente. El estado mental de esta madre era de reproche, culpando a su hijita, y culpándose ella misma de la muerte del esposo.

COMENTARIO

La angustia contenida en el vientre de Camila durante los meses de embarazo amenazó con explotar, explotó. Un nacimiento prematuro, una incapacidad de retener más tiempo la angustia, se rompió su capacidad continente-contenido. Quince días con la tensión tan alta, y con tanto miedo de parir porque: "... qué tal que fuera niña". Pero al mismo tiempo gritaba: "¡sal de una vez ya, no tolero más la angustia, ya no tolero no saber quién eres!". Este enfrentamiento con la realidad, reconocer el bebé real, significaba ser rechazada y desaprobada por su compañero, representaba hacerse cargo del abandono del padre a la bebita. Al fin se sumó la culpa de Camila por la muerte de quien no quiso hacerse cargo de su paternidad, y dejó a su hija sin existencia, sin registro ... sin padre.

Camila cargó dos días a su hija muerta, identificada con el padre que moría. La beba moría: "como muerta, no se movía, yo la veía muerta..." decía la madre; olvidó su existencia propia y la existencia de su niña. Fueron momentos duros para la bebita, y podría adivinarse una decisión de no vida, y un refugio en no ser, obedecer al rechazo declarado del padre. La madre quedó muerta también para la nena, no la sentía, no encontraba el alimento, estaba ausente, lejana. La muerte creo que habitó por un tiempo importante a estos tres personajes, decidiendo a quien llevaría en su travesía.

"Papá murió sin dar fe de mi existencia". "No existo para papá, mamá no puede reconocer mi existencia, mamá puede morir y yo puedo morir

Si papá muere y yo aún no existo, mamá muere con papá y yo muero con mamá".

La presencia y la función de la que se hizo cargo el hijo mayor rescataron a la niña de su letargo moribundo. Él, intuitivamente puso a disposición de la niña sus capacidades de maternaje y funciones de paternidad, que fue ofreciendo como rescate y reparación de la madre, y como respuesta a un llamado de vida de la bebita.

La madre parece que reparaba (maníacamente) un poco al padre recibiendo la actitud solícita y dedicada del hijo. Camila retornó a su hijita para terminar el período de gestación en su pecho. Sin embargo, una nota amarga queda en Camila cuando mira a su bebita, y observa la muerte de su marido. No puede aún desatar el nudo de dolor, amargura y culpa que ata su maternidad.

El golpe que mató a su marido fue el golpe de tener una niña. Ese podría ser el significado que la madre da al suceso. Una experiencia emocional que el padre no pudo pensar, se rompió la cabeza, y el alma, tratando de solucionar su rechazo y su abandono a la hija. Un hombre perseguido por objetos internos femeninos destructivos, por los bebés de la madre, las bebitas de la madre que él en su fantasía decapitó, mató. Él era un bebé buscando a su madre para su parte femenina, escindida en el abismo de su inconsciente. Una niña abandonada dentro de sí, sin esperanza de ser re-conocida (Money-Kyrle, 1968). Se adivinaría un objeto interno de este padre, como una niña muerta, sin esperanza de ser contenida y de ser parida, una parte femenina-niña condenada a la muerte.

 

III

 

DISCUSIÓN

Tres casos en los que el padre no estuvo, ni durante la gestación, ni en el parto, ni en los inicios de la relación del niño con la madre y el mundo. Estas madres no contaron con el apoyo y la compañía necesarios en ningún momento. Hablamos de padres ausentes. Padres que rechazan a sus bebés. Ésta es la genuina perspectiva donde se gesta la violencia de nuestros países. Madres e hijos abandonados, víctimas de la violencia, y en Colombia, en medio de una guerra fratricida.

El significado mismo de la palabra nos lleva a su comprensión:

- Violento: tomado del latín violentus, derivado de vis, ‘fuerza’, ‘poder’, ‘violencia’’. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana Joan Corominas Ed. Gredos tercera edición 1973 sexta reimpresión 1994, Madrid

- Acción injusta con que se ofende o perjudica a alguien;

- Obligar a alguien por medio de la fuerza física o moral a hacer algo contra su voluntad

- Para que exista violencia debe haberse empleado una fuerza irresistible, intimidación o coacción moral, qu e se produce al inspirar en uno de los contratantes el temor racional y fundado de sufrir un mal inminente y grave en su persona o bienes, o en la de su cónyuge, ascendientes o descendientes. La violencia invalida el consentimiento. Nueva Enciclopedia Larousse Editorial Planeta 1982, Barcelona

- Dícese de lo que hace uno contra su gusto Diccionario enciclopédico Espasa 1 Espasa Calpe 1985, Madrid

- Violento ta: Dícese de lo que se hace o sucede con brusquedad, ímpetu, fuerza o intensidad excesiva; dícese de la manera, del medio o del procedimiento etc., para ejecutar algo que se sirve de la fuerza contra la razón y la justicia; (mantener por o con el miedo) Nueva Enciclopedia Larousse Editorial Planeta 1982, Barcelona

La historia emocional de cada uno de estos hombres los convirtió en protagonistas de una nueva historia que comenzó con dolor, abandono, y yo diría, estados de psicosis que se proyectaron en las madres y compañeras. Cada madre, a su vez con su propia historia de violencia y con un mundo interno también violento. Los bebés de estas historias, desde sus inicios, son víctimas de la violencia. Es difícil indagar por las experiencias tempranas de estos padres y madres, pero con el conocimiento del ser humano que nos asiste, incluso de forma natural, podría pensarse que ellos, a su vez, fueron víctimas de situaciones de violencia, sutil o drástica, en su infancia. Y esta historia de violencia explica las especulaciones genéticas acerca de la violencia que muchos autores esgrimen, por su imposibilidad de comprender el mundo psicológico. Pero más allá de esto, y de manera más psicoanalítica, podemos entrever algo del mundo interno de estos padres y estas madres al enfrentarse a la preñez. Es evidente que se activan las ansiedades más primarias que con tanto genio describió Melanie Klein.

El hombre, al entrar en la experiencia de la gestación, revive su propia experiencia en el vientre y en la mente de su propia madre, y en la mente del padre, o fuera de ella. Revive sus primeras experiencias con el pecho-mundo, y amenaza con sacrificar la experiencia actual por la repetición de la historia anterior, sólo que con protagonistas actuales, esto es, ya no es mamá, es la esposa, ya no es papá, es el hijo 3. Los cambios en las identificaciones sólo surgen de acuerdo a la fantasía inconsciente cuyo motor es el miedo, la angustia, y cuyo material es, o son, experiencias de difícil digestión, y que han quedado como concepciones erróneas, y el sujeto ha quedado orientado hacia una base falsa o una base confusional (M. Kyrle, 1968) en el modelo de relación.

El padre ‘ausente’ está huyendo hacia el intento de resolver un conflicto interno, pero utilizando instrumentos errados, uno de éstos es la violencia. La violencia de no reconocer la existencia del hijo, la violencia del abandono, la violencia física; del maltrato a la madre, del abandono a la madre. Podría pensarse que se revela una fantasía en la cual, cuando llega a su realidad la necesidad de ejercer la paternidad, dentro del individuo se plantea la ruptura, o el matar al padre, y si no entra al nivel de lo simbólico, se establece un estado mental dentro de lo psicótico. Renuncia a ser el hijo que deja al padre y que, buscando su mismidad, puede llegar ahora a ser él mismo un padre, pero dentro de su deseo y su identidad (Muniz de Rezende, 1996). Si no ha habido desarrollo en esta realidad interna, se plantea la imposibilidad de ser padre, se rechaza la paternidad en primera instancia y, como consecuencia, se rechaza al hijo. Cuando el hombre no puede acceder a dejar de ser hijo, no puede dar entrada a ser padre. Si se mantiene como hijo abandonado o maltratado, más fácil se convierte en la versión de un padre abandónico o violento. Reescribe la historia con el mismo argumento. Si no hay capacidad para reparar esos objetos primarios, esas experiencias primeras, el mismo argumento se repetirá, una y otra vez. De la experiencia infantil revivida en el embarazo, no deviene el hombre en un padre de ese niño que se está gestando; permanece siendo niño, ahora perseguido por experiencias que lo abruman, que no puede decodificar y reactivan el abandono. La huida, y no la transformación de la experiencia, es lo que se impone. Se realiza la identificación proyectiva con un objeto interno a la vez abandónico y violento.

El hijo debe encontrar que es responsable por la respuesta que dé a su propia experiencia, ser el sujeto de su propio deseo es la forma en la cual el hijo empieza a ejercer la función paterna con relación a sí mismo, sin pasar siempre por la mediación del padre. Tiene que ser iconoclasta y derribar ciertos valores que mantienen la alienación y la infancia, y establecer nuevos valores, una jerarquía nueva, esto es, permanecer en la búsqueda de la verdad, en el sentido psicoanalítico, a la que se refiere Bion (1970). La verdad siempre va enfrente nuestro y nunca se revela definitivamente; la cuestión está en buscar la verdad, no en encontrarla, a lo que en su sabiduría Bion describe como el estar siendo (Being). Es un estado, un espíritu.

El bebé se convierte en el objeto de las proyecciones de los padres, lo vimos con claridad en cada uno de los casos expuestos. Mariela lanza con fuerza contra su bebé la ausencia y el abandono del padre. Saca a su bebé del pecho y lo somete al peligro de morir. Laura utiliza la negación como un ataque, más que como defensa, y ataca su embarazo, no se percata de él, no existe; su nena, el producto de su preñez no existe, la expulsa fuera de su vida, la regala. Se conjugan las proyecciones de ambos padres sobre el bebé. Camila vive una bebé muerta como su esposo, como lo fue para él mismo, no la conoció o la reconoció, para que la madre pudiera concederle existencia propia. Pareciera que estas madres sufrieron el impacto de la psicosis proyectada de sus compañeros. Volverse psicóticas ellas mismas, fue la única forma que encontraron para contener la psicosis de ellos.

La madre preñada y, por ende, ya hipersensibilizada, en la situación de pérdida del amor y el apoyo del compañero, padre del bebé que espera, entra a un estado crítico de sensibilidad afectiva, y de delirio. La pérdida, el rechazo, o el daño causado por el compañero, son experimentados con la dificultad de concertar un duelo. Los sucesos psíquicos son crudos y crueles; el objeto que se está perdiendo es introyectado y odiado dentro de su mundo interno (o/y dentro del útero) y, según el estado de la madre, sus afectos van de un lado a otro, odia y ama al compañero, lo añora y lo desaloja; puede vivir momentos de esperanza y confianza, pero la desesperación, el dolor y el odio reaparecerán. En el caso de Mariela y su bebé, ésta es la puesta en escena. El hecho de que el padre que abandona, traiciona o se pierde, en principio es un objeto que está fallando en estos momentos a la madre en su maternidad y en su procreación, desencadena duelos y situaciones anteriores no elaboradas, son madres en las cuales la incapacidad para el duelo es clara, y es resultado de su propia historia

En cada una de las observaciones narradas vemos bebés, que desde que están en el vientre, son atacados por las proyecciones de sus padres, esto configura esta relación madre-bebé con una cualidad especial. Los pensamientos de la madre van modelando o perfilando la vida emocional de su bebé. Desde el vientre el bebé es capaz de discriminar los sentimientos de su madre, y lo que es más, es capaz de responder a ellos. Las intensas ansiedades maternas pueden alterar los reguladores emocionales del bebé. Se crean disposiciones emocionales hacia la ansiedad en el bebé. ¿La prematurez, no será una salida a esa angustia desbordada de la madre, un estado protomental en el que falla la función continente-contenido? (Botero, 1998). No cabe duda de que sentimientos fundamentales como amor o rechazo afectan al niño intrauterino desde muy temprano. A medida que madura su cerebro, las sensaciones y sentimientos primitivos van transformándose en más complejos cada vez, en pensamientos e ideas, y estructurando las preconcepciones que trae al mundo. O, contando con las partes constitucionales del individuo o partes instintivas, ello, y las capacidades del yo, podríamos aludir a la zona libre de conflicto que propone Hartman (1964), como débil, restringida, o, capturada, por una reacción arcaica desde el vientre a las experiencias de rechazo del padre. Situación ésta que, por medio de un diálogo hormonal, al unísono del diálogo emocional incipiente, mente a mente, se constituyó en un mensaje permanente de dolor y sufrimiento, desamparo y soledad.

El mecanismo de la Identificación Proyectiva es usado para deshacerse de fragmentos del yo producidos por la propia destructividad (Bion, 1962a). El niño abandonado es objeto de la identificación proyectiva omnipotente, cruel y no realista, por parte de los padres. Los fragmentos de la personalidad de los padres, o fragmentos de odio, rechazo, miedo, sumisión etc., que recibe el bebé, son de imposible digestión, de inútil comprensión, por lo tanto lo invaden y no le permiten la utilización pertinente de sus instrumentos constitucionales. El área libre de conflicto en estos pequeños es ínfima en el sentido de que es ‘apagada’ por los ataques violentos de las identificaciones de los padres. Desde este momento, tan primitivo, se van planteando las cualidades de los vínculos que comienzan a estructurarse.

En otras palabras, el padre en la mente de la madre, es el primer contacto que tiene el bebé con su padre, si es un objeto que produce dolor y frustración, será ésta la lectura que haga el bebé. Según la cualidad de ausencia, falla, rechazo y violencia, la escisión se hará más drástica y abarcativa, los objetos gratificantes y de amor ocuparán un lugar mínimo en el espacio mental o en su inscripción en el self. Los objetos dañados y violentos comandarán la personalidad del bebé y, así, las partes idealizadas malas o destructivas serán las que reaccionen con violencia ante la frustración.

Las funciones parentales: generar amor vs. promulgar odio; promover esperanza vs sembrar desesperanza; contener el dolor depresivo vs. emanar angustia persecutoria; pensar vs. crear confusión, las ejerce la pareja, padre-madre. Las cuatro positivas, con los padres unidos para luchar por el desarrollo de los hijos, dirigen hacia el crecimiento y la modulación del dolor mental. En la medida en la cual falle uno de los dos, o la presencia sea catastrófica, las funciones se cargarán a uno de los padres, el que queda. Cuando es la madre la que, en las circunstancias de abandono, e incapaz de hacer duelo, o invadida por el odio y la venganza, queda a cargo de las funciones parentales, ella se configura como un miembro débil e incapaz, o enfermo en la familia, y no puede llevar a cabo las funciones introyectivas o positivas. Más bien, hay una tendencia a ponerlas afuera, a exigir del entorno su manifestación, dando por segura la benevolencia y la generosidad, o evacuando todo el dolor mental en la comunidad mediante acciones predadoras. Si el medio en el que se desenvuelve es un medio hostil, agresivo y dominado por la proyección, se agrava la situación. Las funciones se cambiarán hacia funciones proyectivas o negativas de odio, desesperanza, angustia persecutoria y confusión, generando organizaciones -o desorganizaciones- familiares de tipo familia pandilla, familia invertida, con la consiguiente enfermedad mental en los integrantes, o la franca delincuencia (Meltzer, 1990). Esta es una configuración (Bion, 1966) del escenario perfecto para la perpetuación de la violencia.

Un bebé sin padre es un niño, o un bebé deprivado, enmarcado en el llamado por Winnicott (1990) el "complejo de deprivación". Una criatura se convierte en un niño deprivado cuando se le priva de ciertas características esenciales de la vida de hogar. La presencia, el apoyo, el amor, el cuidado y, sobretodo, la ubicación segura del padre en la mente de la madre, el sostén de la madre, son indispensables para configurar el medio ambiente familiar necesario para su desarrollo. La falta del padre, por cualquier causa será un factor que, cada vez, en la medida en la que observamos y comprendemos la mente humana, es más decisoria en la deprivación. Porque el bebé no está solamente privado de la presencia, amor, aceptación del padre; el niño está privado de una madre en la plenitud de su función para amar, atender y comprender las necesidades emocionales del hijo. La función del padre cuando éste falla, por ausencia física o emocional, puede quedar en suspenso y nadie tomarla a cargo. Así se crea una atmósfera de confusión y angustia catastrófica. Lo vemos en cada una de las madres de las observaciones y su reacción ante la violencia del abandono, y se refleja en las reacciones de sus bebés. Éstos eran bebés que habían perdido la esperanza, todos volvieron a ser hospitalizados para frenar su depresión, su llamado a la muerte. Sólo Camila con el acercamiento de su hijo mayor hacia la niña, una vez muerto ese padre, pudo ella misma reconocer y aceptar la función que buscaba reparar el abandono, y luego la pérdida del padre de la bebita.

La angustia catastrófica (Ibid) de los miembros de la familia se deposita en la madre, prescindiendo de la intensidad de amor que pueda sentirse por el padre. Y la debilidad de éste es evidencia de que el sistema está sobrecargado con odio, persecución proyectada, deseos de venganza. La función ejercida es promulgar odio. En Mariela y en Laura esta angustia se tornó en locura, sus bebés desaparecieron violentamente. El sentimiento de seguridad es una necesidad específica y urgente de la familia, la impregna de autonomía con respecto al sistema, y crea a su vez, respeto y confianza en el mismo. Si falla en la madre y el padre, fallará en la familia y, aquí ya hay un desarrollo caótico que lleva a la confusión.

El padre que abandona realiza precisamente un ataque al vínculo (Bion, 1962a) y es posible que dañe definitivamente las capacidades del bebé para vincularse. Lo que podrán reproducir estos niños abandonados, basados en un modelo primario de relación, será el ‘ataque al vínculo’, cualquiera que sea. En un medio donde éste sea el lenguaje, se extenderá sin ningún extrañamiento, y con rapidez: violencia engendra o genera violencia.

El ataque que se lleva a efecto, es al vínculo madre-bebé y madre-padre y por lo tanto padre-bebé. Este vínculo no puede repararse en estas primeras etapas, a menos que se restablezca en el interior de la madre la relación con su pareja bien estructurada. Al atacar este vínculo el bebé se queda sin el modelo vincular positivo o de crecimiento, y lo que se plantea es el vínculo en –L que implica inmediatamente –H y –K. El funcionamiento general se revertirá hacia el funcionamiento negativo. En términos de la tabla se daría una tabla negativa, delincuencial. El niño no tiene un modelo de crecimiento con el cual operar en la vida y en las relaciones, sólo tiene el modelo de la violencia. La violencia genera violencia y su lenguaje es la destrucción. Una compulsión a la destrucción, como consecuencia de la destrucción in status nascendi de la capacidad creativa y amorosa. Inclinaciones y talentos quedan bajo el dominio de la parte destructiva de la personalidad, y no disponible para el desarrollo o la relación en la esfera de los objetos buenos y los sentimientos de amor y gratitud. Winnicott plantea en forma contundente y, sin lugar a dudas, las consecuencias de la deprivación afectiva: la tendencia antisocial, en cuyas raíces se encuentran dos orientaciones, la búsqueda del objeto y la destrucción. "Cuando existe una tendencia antisocial ha habido una verdadera deprivación, y no una simple privación" (1990, pag. 148) (cursiva del autor)

El paradigma cara a cara (Trad. Paul V. 1986) se ha empleado como modelo para obtener datos sobre fenómenos depresivos en neonatos y lactantes. Se han podido explorar depresiones importantes desde las primeras semanas de vida. Los lactantes con madres deprimidas por ejemplo, muestran conductas restringidas y pasivas. Field (1984) citado por Trad, parece evidenciar marcadas desviaciones de conducta entre los hijos de madres con depresión clínica. La interacción inadecuada entre madre y lactante desde sus primeros días puede determinar el desarrollo de patologías psicóticas. Las diadas madre-bebé observadas, y que ilustran este trabajo, son madres que miran muy poco a sus bebés, especialmente durante esas primeras semanas cuando el abandono se hace sentir de forma tan profunda y dolorosa. Las expresiones faciales de los bebés, como fruncir el ceño cuando la madre hablaba del padre, buscar el pecho y succionar en el aire con sus ojos cerrados son llamados hacia la madre, reclamos por su atención y su mirada. Pienso que son intentos de recuperar períodos de contención.

En los tres casos expuestos se ve claro cómo el padre ataca su aptitud para vincularse. Es el ataque a la propia capacidad de pensar, la cual, el padre sustituye por la violencia. Ataca la capacidad de amar de la madre, su capacidad de vincularse, y pone en peligro la capacidad de amar y pensar del bebé. La madre abandonada, sin poder elaborar un duelo, entra en un estado grave de depresión. En lugar de pensar, la función que ejercen el padre y la pareja es la de generar confusión, en sí mismos, y en el bebé. El funcionamiento es en términos de -K, y en términos de la tabla podría ser -A6. Si consideramos las fallas en la construcción de conceptos, el padre representa dramas basados en malentendidos (missconception) (M. Kyrle.1968). Este padre jamás podría llegar a E6 por ejemplo. Y, a mi entender, con todo el cuadro que hemos observado, se configura más bien una tabla negativa.

El ataque hacia madre-bebé, es un ataque similar al que podríamos observar en el consultorio cuando el paciente ataca el vínculo creativo que se realiza en el analista, entre él mismo y la comprensión analítica de su paciente. El bebé-comprensión-interpretación que el analista está gestando y que va a comunicar en términos de realidad verbal, es atacado por el paciente y, lo que resulta, puede ser un aborto de pensamiento, de creación, o un pensamiento que puede, en un momento determinado, ser fragmentos arrancados al analista en sus intentos por construir una interpretación. Restos de comprensiones atacadas, con frustración y venganza del analista ya involucrado contratransferencialmente, pueden atacar violentamente su propia mente y la del paciente config urando una situación iatrogénica y violenta que da cuenta de la violencia que se anida en el paciente y en el mismo analista. Esta sería su única forma de vincularse, por medio de la violencia o el ataque. Violencia engendra violencia.

Si nos acercamos con lupa a cada caso de los narrados, creo que sería difícil discriminar cuál de las funciones se está ejerciendo en la familia, más bien, diría yo, que están las cuatro funciones negativas buscando intercambiar protagonismo. Ésta es la realidad en la que se desenvuelve la familia objeto de la violencia, en este caso particular, la violencia del abandono … cuando papá no está.

Notas

1 Presentado en el V Coloquio Internacional de Observación de Bebés, Esther Bick. Río de Janeiro, 2.000

2 Estudios comentados por S. Lebovici, 1.995.

3 O, de las diversas formas en las que se planteen las identificaciones

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 15 - Julio 2002
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