Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Leer y escribir, una práctica psicoanalítica
Margarita María Posada

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Cuando Margueritte Duras es interrogada en uno de sus textos sobre su acto, la escritura, dirá que "ella es su escritura". ¿De que está hablando? ¿Qué produce esta afirmación? ¿Acaso intenta aprehender un instante, descubrir huellas, improntas ya inscritas desde tiempos remotos, para con el cuidado y la pericia de un artista grabarlas sobre delgados tejidos, que las conserven, aún cuando el viento arrecie y en un soplo intente borrarlas?

Escribir lo escrito, en el lugar donde ese escrito no cesa de borrarse una y otra vez, en una perpetua repetición. Tal vez este asunto esté mal planteado o constituye una paradoja, debe tratarse de escribir lo que no se ha escrito, pero, y entonces, ¿Por qué al escribirse se toma noticias que ya estaba escrito?

Interrogantes que desde la literatura permiten pensar el acto de la escritura en la práctica psicoanalítica.

Un día descubro, jugando con el azaroso control de televisión, no se pierda de vista que sea precisamente un juego y el inevitable y atractivo azar que todo juego engendra, quienes me coloquen frente a una película ´´El príncipe de las mareas´´. Sin mucha conciencia de mi hacer me dejo envolver en su trama. Cuando han transcurrido diez o quince minutos surge la certeza de haber visto esta película. Olvidar las películas y solo recordarlas cuando estoy terminando de verlas, es una constante, algo que con el paso del tiempo se ha constituido en un juego, que me permite, cada vez, asombrarme, descubrir lo ya descubierto como si fuese la primera vez, como si la memoria solo fuera un obstáculo para el asombro y el olvido la posibilidad del reencuentro con lo desconocido.

Sin embargo, en este caso el juego no se deja jugar, la inquietud ante el olvido, hace que me esfuerce en recordar mientras sigo la trama de la película, hasta que en un instante, como un relámpago, se produce un viraje; una pregunta viene a reemplazar el esfuerzo por recordar:

Qué tiene esta película que hace que decida verla de nuevo?

Un ser enfrentado al drama de ser hombre en un universo femenino—madre---mujer---hermana---hijas----siquiatra. Universo masculino que tiene como referencia, o mejor, que han tenido como recursos: el suicidio en el caso de su hermano, la cólera en el padre y en él la impotencia. En esa sin salida donde cada uno se juega, se eleva desde el universo femenino un grito desesperado, un llamado; la hermana acaba de intentar suicidarse, de nuevo. Cuando todas las puertas parecen estar cerradas, un grito irrumpe, grito que anuncia la muerte pero tal vez, solo tal vez la vida.

Tras él permanecen las figuras de un padre colérico y de una madre devoradora y omnipotente, las hijas y la esposa sufren el drama de este hombre, mientras reclaman, lo que se sienten con derecho a reclamar, precisamente aquello que este hombre ha perdido, su potencia. Reclamo que con el grito de la hermana precipita un encuentro. En escena emerge la presencia de una mujer, siquiatra, que sea dicho, no responde para nada a la ortodoxia freudiana. El enunciar que es mujer y es Psiquiatra tiene su valor, por lo que allí se desenvuelve .

Y es precisamente en esa convocatoria y sus impaces donde queda al descubierto el juego, algunas cartas marcadas y otras extraviadas han dejado a este hombre envuelto en su drama. De un lado se juega la fidelidad, el secreto, el amor a la madre, del otro lado, el amor a su mujer y sus hijas, en el medio la impotencia y la muerte.

Un anuncio que no es mas que una enunciación—por parte de ese varón---"ya, no cargaré mas con ese secreto, ya no compartiré mas esa culpa"-----Gesto que en el encuentro con la madre, parece anunciar, que ya no será mas responsable de su falta. Renuncia que le permite recuperar su potencia masculina, vencer el miedo y la culpa, salir de la posición que con este secreto había asumido, para al final de la película venir a decirnos: "por fin tengo algo que ofrecerles a las mujeres de mi familia".

Hasta aquí, la trama nos coloca frente a lo tantas veces enunciado por Lacan cuando señala en la lógica del fantasma, la referencia a la Madre—lugar del gran Otro—A tachada donde la angustia del sujeto se instaura en el lugar de la falta, ser y tener el falo, taponar el agujero, aún a costa de su deseo, o mejor con solo ese deseo. Lo Masculino puede recuperar, acceder al deseo, cuando renuncia a ser el falo y se reconoce como su portador en la dimension donde solamente, tachando, haciendo el corte, se produce un viraje con relación al otro.

Ahora bien, ¿qué pasa del lado femenino? ¿Qué sucede con la hermana que una y otra vez intenta suicidarse, al parecer sin querer lograrlo, en una repetición que parece actuar un secreto olvidado, sepultado por la represión y la violencia en el encuentro con lo real del sexo?

En la película este asunto es abordado desde la dificultad misma, dificultad que al inicio planteábamos, al enunciar ese desfiladero donde el significante femenino se inscribe, figura mortífera y amorosa que solo se aprehende desde los signos que se dejan leer en el cuerpo, el propio y el del otro. Mientras que su hermano intenta desatar el nudo mortífero que los aprisiona, ella permanece en un segundo plano, alejada de la figura materna que la atemoriza y protegida por la psiquiatra que la tranquiliza. Paradoja femenina, entre dos y uno, entre lo Uno y lo Otro.

Sabemos que esta mujer es una escritora, una que al parecer encontró en la escritura la posibilidad de develar unas huellas olvidadas, unas huellas que escribe una y otra vez sin saber que esta escribiendo, para ella el secreto que comparten con su madre, no esta bajo la promesa de conservarlo, sino bajo la custodia de la represión. Este secreto fue reprimido y en su lugar la escritura tomo el relevo. Escritura que solo fue posible a costa de su nombre propio. Ella escribe, pero al escribir renunció a su nombre, escribir lo reprimido pasa por renunciar a su nombre. Un seudónimo parece recordarle que hay "un saber no sabido" que se escribe en su nombre, tal vez sea ese seudónimo quien le anuncia esa verdad, la figura mortífera que siempre regresa con sus intentos de suicidio.

Cuando desde el otro se le revela un secreto compartido y reprimido, en ese momento se hace posible que ella pueda comenzar a escribir no "con su nombre", sino "a nombre propio", puede escribir "el Príncipe de las Mareas".

Pregunta obligada: ¿Por qué insiste, la escritura en esta mujer, aun después de develado el enigma?

Tal vez la referencia Freudiana a la mudez, presentada en ese pequeño texto ´´El motivo de la elección del cofre´´ contenga alguna referencia para pensar este asunto. Mudez de la pulsion mortífera, que Freud articula a la figura femenina, ese femenino que inevitablemente nos coloca frente a una elección donde las cartas estas marcadas. Podríamos, tal vez llamarlo un destino, un borde donde solo logramos mantener el equilibrio mediante un acto. Acto que me atrevo a decir, no es otro que el de la escritura.

Tomar esta película es intentar leer allí algunos signos, en una lectura arbitraria que solo resulta admisible, si esta lectura, se toma por lo que es, una especulación tan buena o tan mala como cualquier otra, que a riesgo de interrogar el instante en que el encuentro con un drama, me convoca para interrogar el acto de la escritura en su encuentro o en el desencuentro con el otro desde la pregunta por la clínica de lo femenino. Lugar donde el azar ha llegado con esta película y con Margueritte Duras para interrogar el lugar donde lo femenino se cruza con la escritura y en la escritura misma.

Ahora bien, es necesario hacer una precisión, no se trata de abordar la clínica de la femenino, pues no creo que halla tal clínica, bien planteado seria, lo femenino en la clínica. Hecha esta precisión, es necesario entonces abandonar las especulaciones e intentar aproximarnos desde la clínica, a la pregunta por lo escrito en la escritura de lo femenino.

En este punto un lapsus resulta atractivo para intentar abordarlo. Una mujer que al cabo de una entrevista, hace referencia a una hermana desaparecida y dada por muerta. Muerte que hace cadena con una serie de pérdidas, la última de las cuales la trae a consulta. Hablando de su hermana, dice: "él", momento que es señalado terminando la sesión. Instante donde esta mujer se levanta interrogándose: ¿"Porque dije "él" cuando quería decir "ella"?

Para esta mujer la interrogación se abre y se cierra en un no querer saber más del asunto. Pero allí, en ese instante, algo insiste, donde se abre y se cierra, donde lo que esta en juego viene a hacer presencia: "él o ella", "él y ella", o tal vez algo se abre y posiblemente lo que allí es dicho solo se inscriba en ese orden discursivo que termina planteándose desde el lugar marcado, que remite a un simple "él o él". ¿Acaso hay otra alternativa?

En ese lapsus, un punto que se abre, un espacio suspendido entre dos, un lugar vacío que deja la posibilidad para abrir el acceso a algo que no sea solo del orden: "él o él", sino, solo tal vez " él y....... ". Gracias al el espacio que se abre con el lapsus, en la enunciación y en la interrogación, algo del orden del mas allá de la ley del falo viene a reclamar su lugar.

Pero, ¿Cómo articular un deseo donde el asunto no se juegue en el orden de "él o él", sino que sea posible pensar "él y ella" desde la pérdida y desde el deseo que allí se engendra?

Impase que permite saber, o no desear saber, en fin, cualquiera que sea la alternativa elegida, el hecho esta registrado, en el espacio que se abre cuando se dice "él" en el momento en que es "ella" quién habla y de quien se habla. Una conjunción toma el valor de verdad, no en tanto se dice, sino que cuando se dice, algo se desliza en el medio, algo que seguramente no es sino el espacio vacío que se produce cuando se dice uno u otro. Algo que denuncia que "él y ella" no están seguramente a lados opuestos, diferenciados, separados, delimitados, sus contornos no son figuras que se recorten en el espacio, y sus tiempos no son pausas que se registren en un encuentro. No. Cuando la muerte de "él" evoca la desaparición, "la falta de ella", todo parece lo mismo. Y un instante que dura lo suficiente para un gesto, tal vez demasiado ominoso, se abre una posibilidad: "un él y un ella", la sospecha de que el asunto no se juega sol o en: "él o él", o en "ella o ella", una sospecha que tal vez horroriza y que abre la posibilidad para que "él y ella" sea también una entre las múltiples posibilidades.

En este punto, el juego absurdo de rebotar entre lo Uno y lo Otro, parece obligado detenerse y dejar a "él y a ella", para pensar la escritura y el lugar de lo femenino en tanto se intenta escribir con el espacio que se abre, la barra que separa y une; a "él" o "ella" con esa muda y silenciosa figura que firme y certeramente acompaña nuestro camino. Tal vez ese espacio enigmático sea tal porque no tiene un signo que lo represente, que lo instituya y con ello garantiza su existencia; la de la muerte y la de la escritura.

Ahora bien cuando se señala la posibilidad de nombrar múltiples salidas que convoca el asunto de la escritura y la femineidad en psicoanálisis, se hace necesario entrar a precisar un asunto que esta en el centro de esas salidas, y hace referencia al método que permite nombrarlas. Esta pregunta es central en el punto en el que se ubica en el discurso psicoanalítico. Pregunta que obligatoriamente nos remite a la famosa frase Lacaniana: "El inconsciente esta estructurado como un lenguaje", que resuena con la frase de Margueritte Duras y con el lapsus que abre la escucha, el método psicoanalítico.

Con la frase de Lacan nos ubicamos en un campo, el campo del lenguaje, campo que Freud hizo suyo para constituir una praxis. ¿Porque Freud lo hizo suyo? Tal vez por que su salida se constituyó en una experiencia de escritura, le permitió proponer un método que devela su gramática, la de la escritura del sujeto, precisamente en el lugar donde esa gramática devela su falta. Dedico su vida a ese develamiento, colocándose en una posición donde solo se hacia evidente, lo inconsistente, la fragilidad de ese ordenamiento.

Lacan lee los escritos de freud, hace de esa lectura una enseñanza, un permanente ejercicio donde muestra esa gramática, sus surcos, nudos y fundamentalmente su falta. Devela repeticiones, surcos que de tanto repetirse han terminado por configurar discursos, que reclamar consistencia, practicas discursivas que hoy reclaman el derecho de ser verdad, de ser él discurso. Y es en ese camino donde con Freud, mejor con el método propuesto por él, nombra el lugar que vacío da la movilidad a cada gramática, le da su inconsistencia, le quita el derecho a "la Verdad", Lacan l o nombró "objeto a". Nombre que le permite como a la mujer de la película hacer un viraje en su escritura y por ende en su prá ctica. Anuncia que hay una practica que se funda en su falta de fundamentos. Entendemos fundamentos como puntos firmes e inamovibles sobre los que se construye un edificio. La practica psicoanalítica renuncia a esa consistencia, a esos fundamentos que reclaman otras practicas discursivas, su disposición esta dada por un método que se propone como una invención permanente, tal vez esa sea su única permanencia para que cada sujeto devele su gramática, su falta en ser, y tal vez, solo tal vez agregue letras en la escritura, en su escritura, devele el punto desde el cual y con el cual a escrito su historia.

Freud, develó un discurso; el histérico, propuso otro discurso, el Psicoanalítico, se desprendió del científico y coqueteo con el universitario. Lacan recoge la enseñanza de Freud y siguio escuchando, para venir a mostrarnos esas gramáticas en un punto donde solo nombrando, adquiere consistencia la inconsistencia. Estos discursos ponen de manifiesto las analogías, las repeticiones, las desviaciones pero sobre todo la apuesta de cada individuo en el encuentro con la falta que le da su consistencia.

¿Cómo se las arregla cada sujeto con la falta que configura su gramática? Freud y Lacan nos han trasmitido las que conocieron en sus praxis. Margueritte Duras nos dice que ella sabe de su gramática y que esa gramática son letras, escritos que devela su encuentro con la femineidad, en un punto donde la gramática o las gramáticas escuchadas por el psicoanálisis apenas están por construirse. Margueritte Duras abre la posibilidad de escuchar otra vía, o tal vez solo la posibilidad de sospechar en el lugar donde se hace dogma de una practica, asegurando que los discursos se agotan en el lugar donde fueron nombrados y cuando se renuncia a abrir nuevos espacio para que surjan nuevas practicas discursivas. Allí en ese espacio germina esa nueva discursividad sobre lo femenino que tal vez asegura la inconsistencia de nuestro discurso y nuestra practica.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 15 - Julio 2002
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