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El problema de la alucinación nos propone con actualidad renovada enigmas que han conmocionado primero a la filosofía y luego al campo de la salud mental, interrogando hasta nuestros días la confianza misma que tenemos en la realidad como en la propiedad de nuestros actos, ideas y palabras.
Este fenómeno ha tenido distintas respuestas en la evolución del concepto acuñado con el nacimiento de la psiquiatría, y, si bien el fenómeno no nace con ella, ella lo funda cirniéndolo en las coordenadas del campo de las patologías mentales (1).
Un primer período se abre con su definición desde Esquirol en 1817. La Sociedad Médico Psicológica de París le consagra memorables discusiones en su orden del día entre los años 1855-56, discusiones que cuentan entre sus participantes a Leuret, Baillarger y Moreau entre otros, que quedan sin conclusión precisa.
El primer giro sobre las ideas inicialmente propuestas se introduce con el descubrimiento de las localizaciones cerebrales de la sensibilidad alrededor de 1875. Esta adquisición de orden anatómico sugiere nuevas teorías de la alucinación encabezadas por Tambourini y seguidas por Tanzi, Seglás, Ballet, Blondel y Masselon.
Finalmente, un tercer período en el que se oponen desde principios de este siglo el organicismo con De Clerambault y la psiquiatría dinámica con Mourgue, Claude, Ey y sobre todo Janet, quienes introducen las hipótesis psicológicas con nueva fuerza.
De estos trabajos y de esta historia es imposible hacer un recorrido exhaustivo sin tomarlo como sujeto específico de una investigación en particular. No es este nuestro objeto en este trabajo, sino tan sólo señalar los ejes en que se ordenan las respuestas dadas que, como veremos, hacen serie en un dualismo propiamente cartesiano que busca salvar las paradojas que engendra volviendo a Aristóteles, encontrando al término de su rodeo el mismo fracaso: la incapacidad para dar cuenta del problema de la alucinación.
Todas las preguntas que se han planteado sobre la alucinación pueden reducirse a una, ella ha tenido a lo largo del tiempo distintas formulaciones y según como sea respondida divide las aguas en relación con el problema, sin ornamentos puede formularse así:
¿En tanto el alucinado afirma ver y escuchar en aucencia de un objeto capaz de estimular sus sentidos, en tanto él se comporta como si viera o escuchara, ve y escucha realmente como lo haría en el caso de una sensación verdadera, o al contrario cree ver y escuchar?.
Paul Giraud plantea la pregunta en estos términos: "¿La alucinación es sobre todo un problema de la percepción, un hecho de estesia, o bien por el contrario un problema del juicio un hecho de creencia?" (2).
Esta es la bisagra que articula históricamente las respuestas formuladas al problema. Jean Paulus bosqueja claramente la división que se suscita (3):
Si admitimos que el alucinado experimenta la misma impresión concreta que tiene en el caso de una sensación fundada, como la sensación supone una modificación precisa de los órganos, las vías y los centros sensoriales, será necesario asignar por fundamento de la alucinación una modificación análoga: la explicación será entonces neurológica y mecánica; la alucinación será "anideica", ya que no conlleva ninguna relación con las ideas del enfermo, no forma parte de ningún delirio y, siendo inicial, lo engendra. La alucinación es en sí misma patológica, un fenómeno aislado, orgánico, pudiendo presentarse entonces en un psiquismo sano.
Todas estas proposiciones cambian de signo si respondemos a ellas en términos de creencia. Paul Giraud, situado claramente en la corriente teórica anterior, define con precisión a sus adversarios: "En el fondo estos autores -los teóricos de la creencia- a pesar de todas las afirmaciones de los enfermos, no creen en la realidad de la estesia alucinatoria en los delirios crónicos. Para ellos, los enfermos son víctimas de ideas falsas, de creencias, pero no experimentan realmente los fenómenos que describen" (4). Es claro que en el juicio, el aparato sensorial no tiene, en principio, participación alguna, en consecuencia el fenómeno alucinatorio debe buscar su explicación entre las actividades intelectuales. La interpretación neurológica deja lugar entonces a la psicológica y dinámica. Es subrayado así el contenido intelectual de la alucinación en íntima relación con las ideas dominantes del enfermo. No precede al delirio ni explica su eclosión, sino que es parte de él. Tampoco se trata de una fenómeno patológico aislado, sino de un elemento de conjunto que ha de ser estudiado como tal inserto en el "estado mental global" que lo contiene y lo produce.
Tenemos así planteada una dualidad:
La alucinación = problema de las funciones sensoriales, fenómeno estésico, orgánico | La alucinación = problema del juicio, fenómeno del orden de la creencia, intelectual o psicológico. |
En todo el curso de la discusión sobre el problema de la alucinación encontramos planteadas estas dos vías, con los matices que los hallazgos neurológicos introdujeron, desviando el problema del aparato sensorial al centro cortical que constituye su base; o más atrás aún, encontramos ambas posiciones aunadas en la teoría mixta o psicosensorial propuesta por Baillarger. Él escribe: "La naturaleza de la alucinación es muy diversamente comprendida por los distintos autores. Unos la consideran como síntoma físico, del que el zumbido en los oídos es el grado más simple, otros como una especie particular de delirio que no difiere de las concepciones delirantes en general más que por su forma. Para unos los alucinados son realmente afectados como si ellos vieran, escucharan, etc., para los otros estos enfermos se engañan y no experimentan nada de lo que dicen. Los partidarios de esta primera opinión preconizan sobre los medios físicos, los de la segunda sobre el tratamiento moral". Baillarger divide en función de la naturaleza del fenómeno -estésico o xenopático- la naturaleza de las causas y del tratamiento, a partir de diferenciar fenómenos no sensoriales en términos de estesia y objetividad espacial, sino objetivos para el yo, es decir, experimentados como impuestos. Así la naturaleza física es atribuida a las alucinaciones estésicas y, la naturaleza psíquica y la "escisión de la conciencia" (preconizada previamente por Lelut) a las xenopatías o alucinaciones psíquicas.
Ahora bien, esta dualidad Jean Paulus en su estudio sobre "El problema de la alucinación y la evolución de la psicología", la propone como heredera de una "ambigüedad secreta" que guarda el cartesianismo en su seno. Paulus toma partido para salvar el problema por una "filosofía realista", heredera de Aristóteles, versus aquella "filosofía idealista".
La base de esta posición es la idea que se tenga de la relación que guardan sensación e imagen, situando a partir de ella el lugar de la alucinación. La tesis de J. Paulus es que a partir de Descartes, imagen- representación mental y sensación no conllevan más que una diferencia de grado. Paulus sostiene que: "Lo propio de esta filosofía es ponernos en presencia de dos realidades fundamentales mutuamente incompatibles: la materia y el espíritu. Ya que estas realidades aparecen como incompatibles forzoso ha sido a los lejanos sucesores de Descartes sacrificar una en beneficio de la otra. Así el cartesianismo ha engendrado por absorción de la materia en el espíritu o a la inversa, sea el idealismo, sea el materialismo".
Esta doble dirección posible imprime su sello a los teóricos de la identidad entre sensación e imagen: -o bien, se eleva la sensación al nivel de la imagen, dejando de lado la estesia y la objetividad que se supone ella comporta; o bien, por el contrario, se resigna la imagen en favor de la sensación, dotándola de sus características "debilitadas".
La primera dirección es la del intelectualismo, que interpreta sensación he imagen en términos intelectuales e insiste en consecuencia en el carácter mental de la alucinación. Sensación e imagen así identificadas pueden ser discernidas normalmente en función de criterios variables, estos criterios desaparecen en el caso de la alucinación, y, teniendo entonces la imagen una vivacidad inhabitual el espíritu fracasa en la discriminación, habiendo "un ejercicio involuntario de la memoria y la imaginación" - al decir de Esquirol-, al que han sido atribuidas causas variadas como insuficiencia del control racional, pero siempre y en todo caso de naturaleza psicológica o intelectual.
Si por el contrario, concebimos esta identidad desde el punto de vista materialista, en lugar de despojar a la alucinación de su estesia (de lo que constituye la materialidad de la alucinación, por ejemplo, en el caso de la alucinación auditiva-verbal que tenga sonido), se le confiere esta estesia a la imagen (en nuestro ejemplo, acústica). Dejamos el plan mental por el sensorial y a la interpretación psicológica nuevamente por la mecánica. De los procesos neurológicos pertenecientes a la percepción condicionaremos sensación e imagen. La amplificación de los mismos en ausencia de estimulación externa -el objeto a percibir- implicará pasar de la imagen a la alucinación que tiene todos los atributos de la sensación.
La teoría cartesiana de la imagen avala en este sentido a las dos teorías contrarias que explican la alucinación: como trastorno de las funciones sensoriales o como trastorno del juicio. El materialismo como el idealismo nacen de la meditación cartesiana, por lo que ambos responden a la filosofía idealista en relación a los supuestos en los que se cimientan.
La crítica de J. Paulus al idealismo, es el reduccionismos de la relación del individuo a los objetos, en el yo -cognoscente de los sentidos, aislado de toda relación verdadera al mundo. De este modo entiende que el sujeto cartesiano del conocimiento inaugura el borramiento del objeto, de los hechos del conocimiento, al sustituirlos por representaciones mentales, es decir, bajo el carácter común de "hechos de conciencia", y no ya hechos independientes del sujeto que los concibe. Es por esta razón que la percepción objetiva, en otros términos, la sensación y la imagen ya no se oponen más que por su vivacidad, intensidad y riqueza en detalles, ya que ambas se identifican desde el punto de vista de la conciencia. El cuestionamiento para este autor, de la identidad entre sensación e imagen se funda en que, colmando la distancia que las separa, ya no hay ninguna razón para tener que responder sobre la naturaleza de la alucinación sensorial o mental y aún más puede parecer que la alucinación no plantea ningún problema entendiendo que viene a intercalarse entre dos fenómenos normales.
Acordamos con él, que llevada en su lógica al extremo, esta filosofía engendra paradojas insalvables, como lo demuestra el trabajo de Taine "De L´Intelligence" en el que concluye proponiendo a la percepción como una "alucinación verdadera", lo que no deja de ser coherente con la filosofía clásica entendiendo lo verdadero como garantizado por la existencia de una Dios que no engaña.
J. Paulus considera tal paradoja ya instalada en las premisas, por lo que su respuesta es diferenciar estas dos realidades confundidas escindiendo lo que constituye "un concepto bífido yuxtapuesto". Propone entonces una dualidad más antigua, la del individuo y el objeto, de corte aristotélico. Realidad no cuestionada en tanto "objetiva", por un lado; y un sujeto "activo" por el otro, que con la "psicología del acto" y el "funcionalismo" pasa a ser objeto de actividades observables y funciones mensurables. Buscando volver por este camino a la tan mentada "objetividad" necesaria a la ciencia, para lo que toma su apoyo en Meyerson, Watson y sus seguidores, Paulus nos propone el encuentro de un sujeto con un objeto con "acciones" y "reacciones" respectivas, encontrándonos con una nuevo problema y es que se trata en la alucinación justamente de la aucencia del objeto. La solución es más que sencilla en este nuevo planteo: no siendo la imagen la reproducción mecánica y debilitada de la sensación que recuerda sino "el espíritu activo que imagina", en el caso de la alucinación se tratará del "espíritu activo que alucina". El planteo de Paulus concluye con el siguiente interrogante: "¿Debemos decir que el espíritu está alucinado, preso de falsas sensaciones, o que alucina activamente como cuando imagina?".
En esta última oposición hacen serie, nuevamente, de una lado De Clérambault, a la cabeza del organicismo, dando cuenta de la pasividad; y las teorías psicogenéticas de Claude y Janet, con Ballet como antecedente, en la respuesta contraria, quedando la creencia sustituida por la actividad.
El corte epistemológica operado desde el psicoanálisis.
La inversión de la pregunta.
Hasta aquí hemos hecho el recorrido que nos introduce al problema de la alucinación y las razones de los callejones sin salida que la estructura del planteo conlleva. Quisiéramos señalar en qué sentido el planteo del psicoanálisis invierte las coordenadas de la pregunta formulada reduciendo a uno el salto epistemológico que constituye su error.
Podemos plantear dos respuestas bifurcadas a su vez:
1.Partiendo de Descartes, "el idealismo" y la primera bifurcación: a) la corriente "materialista" y b) la "intelectualista".
En oposición al idealismo:
2. "el realismo" que pone toda su pregunta en: a) la "actividad" o b) la "función" alterada con la alucinación, reproduciendo la dicotomía anterior.
La pregunta respecto de esta "percepción sin objeto" siempre cae del lado del sujeto que percibe, eso que nadie percibe o en lo que nadie cree. Más aún con la vuelta final de las llamadas "teorías psicológicas" en que el planteo confluye en la actividad alucinatoria.
Sea una lesión neuronal, sea un problema del juicio; o bien que alucina activamente o que está alucinado: todas estas teorías dan cuenta del fenómeno sin interrogar el perceptum en juego, todas las respuestas son buscadas del lado del sujeto.
El punto de partida inédito desde el psicoanálisis, propuesto por Lacan a partir de Freud, es invertir los términos. En lugar de pedir razón al percipiens -el sujeto que percibe- de ese perceptum -lo percibido- sin objeto, Lacan plantea que se ha saltado un tiempo: el de interrogar la estructura del perceptum y como ella afecta al sujeto en juego (7).
Podemos decir que esta es la tesis positiva, en el momento en que Lacan se ocupa de la teoría de la alucinación específicamente. Esta tesis tiene como antecedente una oposición previa que no vamos sino a puntuar:
En 1936 "Más allá del principio de realidad", texto en que discute con Taine, unificando empiristas e idealistas; en 1945 "Acerca de la causalidad psíquica" y la crítica a la teoría de Henri Ey, donde se inscribe ya contra el mecanicismo situando, más cerca de la fenomenología, a la locura en el registro del sentido. La causalidad psíquica lo opone tanto a H. Ey como K. Jaspers, y aunque compartiendo el terreno de la significación, Lacan ya ubica al fenómeno alucinatorio como fenómeno de lenguaje, criticando a Ey el fisicalismo ligado a la división cartesiana (8).
En estos textos Lacan prosigue una polémica con las tesis anteriores referidas al problema de la percepción y la realidad. Pero vamos a detenernos en su tesis ya no crítica, sino positiva respecto de la alucinación en particular, expuesta en el apartado "Hacia Freud" de "De una cuestión preliminar..." Lacan hace allí un barrido, dice: "Nos atrevemos a meter en el mismo saco todas las posiciones, sean mecanicistas o dinamistas en la materia, sea en ellas la génesis del organismo o del psiquismo, y la estructura de la desintegración o del conflicto, si todas, por ingeniosas que se muestren, por cuanto en nombre del hecho manifiesto, de que una alucinación es un perceptum sin objeto esas posiciones se atienen a pedir razón al percipiens de ese perceptum, sin que a nadie se le ocurra que en esa pesquisa se salta una tiempo, el de interrogarse sobre si el perceptum mismo deja un sentido unívoco al percipiens aquí conminado a explicarlo" (9).
¿Qué las homogeiniza?. El que percibe es el agente, y más aún el perceptum recibe algo de la realidad, es decir hay un objeto y se supone que lo percibido se engendra a partir de las impresiones que parten del objeto, a condición de que el percipiens introduzca la unidad en las impresiones recibidas. Lacan por esto habla de percipiens unificador para oponerle el sujeto equívoco y dividido.
Ya se trate de que el enfermo cree ver o escuchar realmente una "representación mental", o imagen que la memoria reproduce sin intervención de los sentidos; o que realmente vea o escuche por una excitación de una centro sensorial; como "representación muy viva" o como "sensación patológica "; que activamente alucine o que esté alucinado, todas suponen:
En el caso de la alucinación, faltando el objeto el "registro falso" es un problema del sujeto.
El sujeto es activo, constituyente de la realidad que capta a través de los sentidos, M. Ponty dice: "pensamos ver las cosas mismas y que el mundo es lo que nosotros vemos". ("Lo visible y lo invisible").
La primera subversión operada es que la percepción se encuentra bajo la dependencia del orden simbólico ya estructurado, y no del sujeto. No es un sujeto constituyente, sino constituido, no es activo sino pasivo. El campo de la percepción es un campo ordenado en función de las relaciones del sujeto con el lenguaje. El lenguaje ya no es instrumento de expresión, sino operador que produce al sujeto mismo. En "De una cuestión preliminar..." Lacan va a considerar el campo de la percepción del lenguaje y la palabra, acotando el problema de la alucinación a la alucinación verbal, a la cadena significante en tanto perceptum (cierto es que hay una tesis más radical en Lacan, que concierne a todo el campo de la percepción, por la que es posible postular que incluso lo que veo, lo veo en tanto humano, en tanto sujeto del significante). Nos vamos a ocupar de este perceptum singular. En oposición a las teorías clásicas donde el perceptum es una actividad del percipiens, la tesis de Lacan consiste en mostrar que el perceptum ya está estructurado (12), que la estructura no viene del percipiens, y que es esta estructura la que determina no al percipiens sino al sujeto.
El sujeto es afectado por la cadena y Lacan lo demuestra en términos de los efectos que ella tiene sobre él. Puntualiza un número de fenómenos solidarios del hecho de que la palabra y la cadena tengan una organización previa y determinante. Cuando es el otro quien habla, el sujeto es afectado por un efecto de sugestión; cuando es él quien habla, también se escucha, y esto conlleva un efecto de división sobre sí. La alucinación verbal no se reduce, ni a un problema del sensorium en tanto es indiferente para producir una cadena significante (además de mostrarlo de modo patente el hecho de que los sordomudos padezcan alucinaciones "auditivas", lo que en sí mismo es una paradoja); ni a un problema de quien percibe, dándole la supuesta unidad; sino a tres condiciones impuestas por la estructura, siendo este el "punto crucial" no articulado -según Lacan- cuando los clínicos, Seglás precisamente, descubrieron la alucinación motriz verbal por detección de los movimientos fonatorios esbozados (esto es que los pacientes decían escuchar las palabras que ellos mismos pronunciaban).
Cito aquí las tres condiciones impuestas por la estructura del lenguaje y el circuito de la palabra, a toda cadena significante:
- Que se impone por sí misma al sujeto en su dimensión de voz,
- Toma como tal una realidad proporcional al tiempo, perfectamente observable en la experiencia, que implica su atribución subjetiva,
- Su estructura propia en cuanto significante es determinante en esa atribución que, por regla es distributiva, es decir, a muchas voces, y pone pues, como tal, al percipiens pretendidamente unificador, como equívoco. (13).
Del primer punto no podemos mas que hacer una corroboración clínica, sólo voy a comentar los otros dos, ya que en ellos se sustenta a mi entender un punto original: el percipiens como equívoco.
Problema: El ejemplo de la cita quizás nos sirva para echar la luz a la cuestión. Puedo decir _"Yo vengo del fiambrero", balbuceaba la paciente de la presentación de Lacan; y aunque hable en la primera persona del singular, puede no ser yo quien dijo "vengo del fiambrero" (14), la frase queda atribuida al sujeto de ese enunciado, diferenciado del sujeto de la enunciación.
El "acto de oír" como percepción, implica siempre un acto de atribución, incluso si fuera mi voz la que anunciara la frase "Vengo de la fiambrería". Se trata para "el sujeto de la percepción" de atribuir una frase que es enunciada a la voz que la anuncia, concibiendo la voz aquí como puro punto de enunciación. Basta aún, que la palabra sea percibida, para que la pregunta se le plantee a nivel de la percepción en éstos términos: ¿Es el sujeto o es el otro quien habla?. Que una secuencia se articule no es suficiente para que la respuesta sea inmediatamente aportada; no sólo porque la cadena sea polifónica, sino porque me escucho del mismo modo que escucho a los otros. El enlace entonces entre el sujeto de la enunciación y del enunciado, entre quien profiere la frase y el sujeto de la frase proferida, no está dado por la percepción, ya que el sujeto en este sentido es equívoco y doble. La cadena nada dice de quién es yo, no está en su estructura que sea yo quien hablo, por eso alguien puede decir yo y no saber a quién se refiere, alguien puede decir yo y no ser él el sujeto que habla, incluso ¿cómo saber que soy yo quien hablo si ni siquiera digo lo que quiero?.
Este es todo el problema que nos plantea S. Beckett descarnadamente en la relación del que habla y la voz (15). La pregunta de sus escritos es radical: ¿ es su voz o es una voz?. Él dice: "ella sale de mí, ella me colma, ella clama contra mis muros, ella no es la mía, yo no puedo detenerla, yo no puedo impedirle que me atormente, que me sacuda, que me asedie", y termina diciendo "ella entra en mí". Beckett continúa, "ella no es mía, yo no tengo voz y yo debo hablar, es todo lo que sé, es en torno de esto que debo dar vueltas, es a propósito de ello que es necesario hablar, con esta voz que no es la mía, pero que no puede sino ser la mía porque no hay nadie más que yo". La voz que habla y que dice yo en "El innombrable", quien escribe no la tiene por propia y busca el modo de concluir a quién pertenece. El se pregunta: "¿hay una sola palabra de mí en lo que yo digo?". La única certeza es que él escucha, que está sujetado a su voz en la que es pasivo.
Beckett concluye dando una respuesta: "yo soy ella, yo lo he dicho, ella lo dice...". No deja de ser vacilante, mostrando crudamente que el sujeto de la enunciación es la voz, y que este ser, desde el momento en que dice yo, es innombrable.
Citas bibliográficas
(1) Nos remitimos aquí al trabajo previamente publicado: "La alucinación en el campo de la psiquiatría. Reseña histórica". Andrea D. Perdoni. Cuadernos de extensión. Cátedra de Psicopatología 1. Edit. de la U.N.L.P.
(2) Discusión de 1855-1856. Société-Médico-Psychologique et l`état actuel du problème de l`activité hallucinatoire. Annales Médico-Psychologique 1935 páginas 478-482.
(3) Jean Paulus "le problème de l`hallucination et l`évolution de lo Psychologie" páginas 11 y 12.
(4) Ob. Cit 2 página 619.
(5)
(6) Ob. Cit 3 páginas 16 y 17.
(7) Ob. Cit 3 página 22.
(8) J. Lacan "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis". Apartado "hacia Freud".
(9) Nos remitimos con relación al recorrido por los antecedentes a los siguientes trabajos publicados: "El problema de la percepción en el "Más allá del principio de realidad": L. Rizzo y D. Gorostiaga."De la verwerfung a la forclusión". A. Bertolotto. "La psicosis en los complejos familiares" A. D. Perdoni. Todos publicados en Extensión número seis boletín de la Cátedra de Psicopatología 1 Editorial de La Campana.
(10) Ob. Cit 8 página 514.
(11) Esquirol. "Traité des maladies mentales" 1938.
(12) Tesis que está de acuerdo con Jakobson quien deslinda leyes del lenguaje que determinan sus patologías mas allá de toda lesión cerebral. "Los fundamentos del lenguaje". R. Jakobson.
(13) Ob.cit 8 página 515.
(14) S. Beckett "Compagnie". Editions de minuit. París. 1895. Y "L´innomable". Editions de minuit. París. 1953.
(15) Si esto fuera dicho oralmente sería aún mas claro. La escritura pone de manifiesto el equívoco posible sirviéndose de las comillas como marca que diferencia los dos sujetos en juego.