Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La urgencia del analista
Alberto Demirdyan

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En primer término quiero puntualizar que se trata de un tema que bien podríamos incluir dentro del campo de la investigación clínica, en referencia al sentido de la conceptualización de la experiencia que requiere. Lo imposible de representar del momento de la urgencia llama a una escritura particular que quiebre el sentido de un terreno sembrado por el practicismo, demasiado experiencial, en donde solemos chocar con lo inefable, lo imposible de trasmitir. Logicizar esa escritura contribuye al campo investigativo y viene al lugar del momento de comprender faltante o en suspenso que a priori encontramos en muchas de las situaciones que no sin cierto arbitrio denominamos de urgencia. El intento escritural es para que justamente no quede en eso, en una mera acumulación de un anecdotario de guardia, ni se transforme en algo metafísico. En eso radicaría el riesgo y en razón de eso por ejemplo el pase de guardia comparte con el pase analítico en un punto la misma preocupación: testimoniar algo de la experiencia para que esta no sea mistificada, abriendo el camino a transformar esa instancia burocratizada, la del pase de guardia, en un acto creativo. Este lugar del testigo aparece como fundamental a la hora de dejar pasar. Función pasante de una experiencia que de otro modo tiende a amontonarse religiosamente.

El prestigio, así como la experiencia, cuando se sacralizan como "saber acumulado", pueden ser desafiantes blancos, muy tentadores para la precipitación de un acting-out o de un pasaje al acto, en un intento de horadar esa ofrecida compacidad narcisista-especular que solemos por momentos erigir como escudo a lo no-sabido de ese encuentro con lo real. Suelen totalizar nuestra posición dificultando o rellenando el vacío necesario para "hacer lugar" a la prisa del otro.

Es así como en su exacto revés de lo que solemos definir habitualmente como urgencia subjetiva, sea la propia prisa, cuando no la angustia quien precipite o extienda los márgenes de la urgencia del otro, definida como la irrupción de un goce irrefrenable.

Tampoco se trata de emblematizar lo contrario, es decir el no-saber. Sería como salir de una trampa pasional para entrar en otra igualmente problemática para nuestra posición.

El "hacer"analítico con el que Lacan caracterizaba a la práctica del analista y refería al acto puede ser riquísimo mientras no se lo emblematice. Puede tener un sesgo positivo como negativo.

La urgencia en términos muy sencillos es una noción relativa al sufrimiento subjetivo. Algo irrumpe y pide ser inscripto o lo que es igual, enmarcado de alguna manera, cesando así de no escribirse. Es decir que implica la inscripción de algo que una vez inscripto permita suponer que eso era posible. Por ejemplo, el trabajo de guardia en gran medida "es" esa espera que en su latencia recorta en el espacio y en el tiempo una superficie disponible para que algo se inscriba contingentemente. Latencia que participa por supuesto de las mismas pulsaciones del sujeto, y que como tal puede o no dar acogida a lo que irrumpe a veces sorpresivamente, y a veces con la tensión suficiente de un tiempo previo de gestación que permite alguna anticipación, algún cálculo previo.

Es que la práctica de la urgencia está vinculada al manejo de lo real del tiempo y del intervalo que funda la temporalidad.

La pesadilla, ligada al despertar freudiano, es un momento de conmoción de la pantalla del mundo. Es típica de ese momento puntual del despertar. Nadie aguanta mucho tiempo en ese estado del despertar. En sus primeras notas semiológicas, la Psiquiatría, y esto está en todos los manuales, interroga por la consabida orientación témporo-espacial.

La urgencia torna atemporal a un sujeto, su propia historia queda colapsada ya que la misma está fundada en la temporalidad. Por eso muchas veces recurrimos a artificios para que ese tiempo que emplaza la realidad del sujeto se inscriba de alguna manera. ¿Qué hacemos cuando un elemento de lo real irrumpe trastocando la escena que sostiene al sujeto en el mundo? ¿Qué hacemos cuando algo hace estallar la trama simbólica que lo vela, eclipsando al sujeto?.

Eclipse del sujeto que corresponde a un tiempo de vacilación fantasmática en donde ese mismo sujeto no puede reconocerse.

Ahora, ¿cómo se genera un espacio y un tiempo para salir de ese eclipsamiento?

Doy un ejemplo: Soy consultado por una paciente que me es enviada por su analista preocupada por un decir que se detiene, para que evaluara la posibilidad de una medicación .

El temor inducido por pesadillas sin fin que la aquejaban, conjuntamente con un estado de sonambulismo agitado, sin angustia pero sí con mucha desesperación, la aterrorizaban dejándola al borde de un anunciado pasaje al acto desde el umbral de la ventana del 5º piso del departamento donde vivía.

Soy enterado en la entrevista del consumo abusivo de alcohol por las noches desde hace bastante tiempo atrás. La proximidad de un viaje al exterior por varios meses impone además un apremio mayor y un trabajo contra reloj.

La aceleración temporal desenmarcaba aún mas lo pulsional, que liberado conducía peligrosamente al sujeto a una orilla mortal.

La tregua que fue necesario establecer a su sufrimiento llegó con la propuesta de algunas pautas de acotamiento del consumo que aceptó conjuntamente con la prescripción de una medicación ansiolítica destinada a disminuir la desesperación concomitante que la tenía perpleja, con grandes dificultades para hablar y muy puntualmente para fechar acontecimientos significativos relacionados a pérdidas abruptas recientes y pasadas. Hubo que optar por el establecimiento de una abstinencia reglada dado el virulento retorno pulsional que la dejaba en el punto pesadillezco de arrojarse por la ventana para así matar al objeto que la atormentaba.

Casi de inmediato de tomadas estas medidas se interrumpen las pesadillas que recibidas con asombro por parte de ambos permiten realizar una primera conexión entre las mismas y el consumo de alcohol como inscripción supletoria. En su lugar emerge la angustia que como respuesta del sujeto indicaba que algo de lo real del goce fue conmovido y que a su vez en cascada trastocaba el circuito adictivo-pulsional. Algo de ese goce compacto de corte inhibitorio que estaqueaba como un palo en la rueda (del duelo) comienza a ceder en la medida que va quedando afuera esa pata de lo real que se había "colado" y que no alcanzado por la palabra, martirizaba al sujeto.

Las vacilaciones calculadas a modo de intervención permitieron al medicador la distancia apropiada al No-superyoico que como riesgo recaía sobre su posición . Estas difíciles maniobras clínicas se desarrollaron sin perder de vista el horizonte de su análisis, aunque hubo que crear una nueva relación transferencial que permitiera intervenir súbitamente sobre la pulsión que no cesaba de retornar injuriante.

Lo que surgió de inmediato permitió recortar la escena adictiva y situar en este caso al fármaco no rellenando, como habitualmente se señala, sino posibilitando el vacío necesario para la emergencia de la angustia balizadora del sujeto. El No en este caso fue un No subjetivante dejando las cosas, en este camino de la pesadilla a la angustia, con chances para un nuevo tiempo en su análisis.

 

Otras veces y muy especialmente en la guardia hospitalaria, con el mismo fin de fabricar tiempo, ponemos a alguien "en remojo" como solemos decir, a la espera de permeabilizar la coraza atemporal de lo actual, de lo presente sin historia. A veces, como ya vimos, los psicofármacos nos ayudan a eso. Ahí es donde en muchas ocasiones, luego de tanta agitación, locura, alucinación o delirio, ya no se acuerdan de nosotros, ni de qué pasó. A veces algo del pudor retorna y la amnesia protectora posterior nos señala que la pesadilla finalizó, para dar lugar al sueño. Trabajo de reanudamiento donde algo de la representación del mundo se recuperó.

La escena se reinstaló porque una pérdida de goce operó, dejando algo fuera del cuerpo.

Para Aristóteles, que lo plantea en su Física, el concepto de Tiempo es inseparable del de movimiento y se puede leer así: "El Tiempo (Cronós) es la medida (Falo) del movimiento (Kinesos), según un antes y un después".

Es decir que sin el concurso del eje cronológico todo tiende a la entropía (0). Máximo movimiento, máxima entropía. Por ejemplo: la así llamada excitación psicomotriz, la manía, la ansiedad extrema, son nombres de lo que Lacan llamó en el cuadro del Seminario de La angustia, Turbación; desagregación máxima con inquietud y desasosiego. Como uno de los nombres del afecto, la turbación es el saldo de una operación sin resto, entrópica, es decir con retención del objeto, que demanda ser refrenada ya que busca al acting-out, que Lacan ubica en el mismo cuadro en el casillero de al lado, en un intento de solución al tormento que esto representa para el sujeto.

El acting-out no cursa con angustia pero sí con extrañamiento y/o despersonalización. Allí el sujeto no se reconoce en lo que dice.

Es en vano que en tales circunstancias intentemos interrogar a quien por otro lado no se ha formulado la pregunta. Es bastante típica la situación de alguien que irrumpe en forma escandalosa en una sala de guardia. Ese estruendoso llamado al Otro es para que desprenda algo. En esos momentos el analista para no quedar en el lugar de completitud tiene que estar dispuesto a soportar la pregunta de alguien que como dijimos, no se reconoce en lo que dice.

Si en esas difíciles circunstancias apelamos a una operatoria imaginaria y nos ponemos a la par, diciéndole a alguien que no está en condiciones de responder ahora cuando la transferencia no es posible aún, prestando nuestra presencia y acompañando con un semblante de conversación que sin duda nos incluye, abre las chances para que un mínimo engarce con el semejante colapsado del entorno se instituya. Son muchos los analistas que en esta misma dirección privilegian las condiciones del diálogo analítico como generador del vacío imprescindible que siempre debe quedar de nuestro lado.

Ante la ausencia de conflicto, pregunta, no hay posibilidad de implicación subjetiva, y si uno fuerza la interrogación redobla el avasallamiento de un sujeto que se presenta sin el soporte de los recursos fantasmáticos que le permitirían localizarse en alguna escansión para poder desde allí reconocerse en alguna letra que lo determine.

 

Es cierto que a veces alguna situación nos encuentra mal parados, cansados o agobiados, muy armados por algo que nos embaraza momentáneamente absolutizando nuestra posición. En tales circunstancias es nuestra propia angustia la que convoca precipitadamente al sujeto dejándonos out de la posición de ofrecer o donar ese vacío, esa falta, ese objeto que descomplete el integrismo del Otro. Otras veces como bien lo señala Pablo Kovalovsky, en el marco de una comunicación personal a partir de la lectura del Seminario del Envés, alguien queda atado a una estructura de saber y queriendo apresurar la lectura produce un forzamiento tal que no deja lugar a lo contingente mostrando la cara hostil de una nueva presentación del amo moderno que reclama superyoicamente: ¡Hay que saber!, sin que importe qué cálculo estructural previo realicemos. Con el agregado, siguiendo la misma comunicación, que esta precipitación no sólo se da en la extensión del psicoanálisis, como versión de un imperativo de saber que tapona la transmisión, sino que también en la intensión misma de la cura. Por ejemplo, concibiendo a la misma como exaltación de lo simbólico y no en una topología temporalizada en los tres registros que no excluya la contingencia.

Nadie que se precie está exento del error de cálculo y de cierto efecto de precipitación de su propia urgencia. Pero por ejemplo pidiéndole al otro que responda desde ese lugar imposible podemos ahondar el problema. Aún con la mejor voluntad lacaniana, podemos "psiquiatrizar" la situación por ponernos en la impostura del que arrasó al otro, sin tener en cuenta que no tiene elementos que le permitan responder.

Estas últimas circunstancias señaladas son las que nos autorizan a enunciar la hipótesis de que sin duda el analista forma parte del concepto mismo de Urgencia, habida cuenta que esta allí desdoblado: como sujeto, duplicidad que como objeto produce el acto.

De los muchos ejemplos de la guardia hospitalaria recuerdo aquel de una paciente cuyo llanto desesperado escuché largamente una noche y que marcó el comienzo de lo real de una transferencia cuya masividad no tardó en desplegarse. Lo apremiante de esa demanda precipitó mi propia urgencia, absolutizando de ese modo mi posición que desembocó en una expulsión cuyos efectos no tardaron en retornarme.

El escándalo que armó días después en otro sector del hospital, hizo que volviera traída en esa ocasión por dos colegas de ese Servicio para que me hiciera cargo, ya que mencionaba con insistencia mi nombre.

Mi reacción espontánea de fastidio arrancó de sus manos una receta que antes había extendido por pedido de ella que decía que con eso bien podía haberse suicidado.

Hice un bollo con la receta y la pateé en el pasillo de la guardia sin saber que a partir de allí todo cambiaría.

Yo que no había querido prestarme a soportar esa transferencia que intuía problemática, recibí contingentemente la urgencia de quien clamaba inscribir algo. Recién allí, haciendo un bollito de la receta y pateándola, pude ofrecer el lugar posible para que esa inscripción ocurriera. Seguidamente me hizo el honor de tomarme por testigo de su testimonio, estableciéndose un largo vínculo terapéutico que me incluyó como destinatario de decenas de cartas con trazas de su vida que a modo de colage solicitaban, según sus palabras, la escritura de su Historia Clínica para que a posteriori pueda cerrarse con un Alta.

Evidentemente la paciente no quería recetas, mas bien el recetado era yo. Su intento desesperado y elocuente de reintroducir la necesaria dimensión tercera no encontraba alojamiento. Resultaba imposible la escritura de la urgencia en una superficie no vaciada por temor a ser aspirado por lo real de la transferencia. Captura responsable del desalojo psiquiatrizante denunciado por la paciente que no cesaba de interrogar mi lugar.

El acto en este caso fue el deponer del lado del analista el lugar del Otro con mayúscula. Dejar caer, patear el bollito de papel de nuestra propia urgencia, para que la urgencia del otro se escriba.

(Trabajo presentado en el Lacanoamericano de Recife, septiembre 2001)

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 14 - Diciembre 2001
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