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"Lo esencial es que permanezca en alguna parte
aquello de lo cual se ha vivido.
Y las costumbres. Y la fiesta de familia.
Y la casa de los recuerdos.
Lo esencial es vivir para el regreso..."ANTOINE de SAINT EXUPERY.
Masas en movimiento
Cuándo este siglo amanecía, los vientos de guerra que azotaban la Vieja Europa acercaron a nuestras costas navíos con inmigrantes de muchas razas, de lenguas y religiones disímiles, y en cuyos rostros, surcados por la muerte, no se dibujaba sino la brisa de paz que prometía este lejano y desconocido continente. Los efectos que tuvo este aluvión demográfico sobre nuestra cultura, aún hoy son objeto de conjeturas de todo tipo.
Unas décadas mas tarde, impulsados por factores económicos por un lado, pero también deslumbrados por las luces de una sensual Buenos Aires, hombres y mujeres de zonas rurales, de comarcas lejanas y de ciudades del interior del país, apretujaron su Capital contra las márgenes del Río de la Plata. El conurbano bonaerense se dimensionó rápidamente bajo un auge industrial que no duraría mucho tiempo: tan sólo el suficiente para conformar la mayor concentración humana del país.
Ningún otro desplazamiento geográfico de gente, a excepción de los exilios causados por la última dictadura militar, tuvo relevancia , hasta que en la década del 8'0 la Tierra del Fuego, beneficiada por mecanismos promocionales, se convirtió en la mira de miles de trabajadores argentinos, haciendo de ella un fenómeno socio-político comparable a aquellos dos movimientos de masas. En un decenio la provincia fue la protagonista del crecimiento demográfico mas espectacular de la Argentina desde aquellos. Su población rápidamente se duplicó, transformando virtualmente su estructura social: 35.000 habitantes en el año 1982 hasta llegar en el 92 a 70.000. Los últimos censos revelan que de esa población, más del 30% corresponde a personas de 20 a 35 años, y que más del 25% son niños hasta 10 años. Solo el 5% está compuesto por habitantes de mas de 50 años. De las 70.000 personas que habitan Tierra del Fuego, sólo 20.000 son nativos de ella. Del resto, casi 40.000 provienen de las otras provincias del país y l0.000 son extranjeros, principalmente de países limítrofes, con Chile a la cabeza.
En resumen, la provincia más novel del país es un inmenso bricolage de culturas regionales, constituida principalmente por persona jóvenes del nivel socio-económico medio, y con una creciente población infantil y adolescente que, a diferencia de sus padres, han nacido dentro de los contornos de la isla.
Esta breve introducción cuantitativa nos abre las puertas al planteo de cuál es la realidad de la niñez en Tierra del Fuego, cuáles son los velos imaginarios que la encubren y cual es la modalidad en que estos números puedan hablar a través del cuerpo de sus protagonistas.
El insilio
Si postulamos por hipótesis que el medio es el proveedor simbólico de los significantes que estructuran la subjetividad de la niñez, no será mera pretensión sociológica considerar cual es el imaginario social en que se manifiestan tales significantes, para conformar las matrices identificatorias dónde abrevan las generaciones recientes de esta nueva provincia. Tampoco lo será el proponer que es en sus hiancias, en su cortes, donde es factible ver asentarse los orígenes de las (erróneamente) llamadas "patologías sociales" de la niñez. Se entiende que al adjetivarlos como erróneas debe su razón a que, no pocas veces, éstas son el único recurso (aunque excéntrico al registro simbólico), conque la niñez, y sobre todo la adolescencia, pueden sostener los contornos de un espacio y de un tiempo propios.
Dejemos sentado de antemano que no pretendemos hacer de la niñez fueguina un "todo" que positivice una norma universal. De ese modo borraríamos la singularidad indispensable para el abordaje serio, es decir, en el uno por uno de los casos que nos presenta la práctica cotidiana.
Pero sí debemos precisar que ésta nos revela, por la reiteración, la existencia de los postulados teóricos que expondremos, y que nos fuerzan a la reflexión por las modalidades de su operancia.
En principio, digamos que en el discurso social de los inmigrantes de la Isla (sean argentinos o extranjeros) existen ciertos rasgos que pueden ser generalizados en interés de nuestros objetivos. A diferencia de otros movimientos de masas en desarraigo (léase por ejemplo, los exilios políticos por operancia dictatorial en el Poder) los causales de éstos tienen raigambre netamente económica -no menos política que las del ejemplo-, impulsados por la crítica condición socioeconómica de muchas provincias del sector continental del país. Una mayoría de personas jóvenes, de extracción social media en decadencia, generalmente en parejas, buscaron el horizonte austral para realizar las condiciones de vida que sus lugares de orígenes les negaban. Alentados por el mito de la Isla de la Fantasía (tal la denominación que supo ganarse la Tierra del Fuego), que promovía el enriquecimiento rápido de la mano de la Promoción Industrial, los aviones se atestaron de cientos de desafiantes climáticos que apostaban al último recurso que la realidad nacional deteriorada les proponía. Sin dudas, no para "poblar la Patagonia", como rezaban los slogans políticos apelando al confuso sentido del patriotismo, sino más bien para que algunos "patagones" habilitasen sus bolsillos, exiliados de ellos hace ya tiempo. Las familias jóvenes no venían, como el dicho dice "para quedarse", sino a recomponer su situación económica para luego retornar a sus lugares primitivos. Pocos deseaban envejecer aquí. Los bienes que se podían adquirir debían poseer la irreductible condición de ser transportables. Si de propiedades se trataba, la opción era (o es) desde el Sur, invertir en el Norte, pero nunca en el Sur, lugar de tránsito por excelencia. Como era de esperarse, esto en la mayoría de los casos sólo se sostiene en la fantasía, pues la gente no se va de la isla: tampoco terminan de quedarse. Y ello independientemente de los factores económicos que comentamos, pues de hecho, hoy en día la isla está en las mismas condiciones que el resto del país, con desocupación laboral, con escasez de producciones genuinas, etc. Pero la fantasía debe ser sostenida (tal es su condición) mas allá de sus contenidos o de sus probabilidades de concreción, pues es en ella donde los sujetos hallan un refugio vital, en la medida en que sus nutrientes son las representaciones de los espacios que en otro momento brindaran las satisfacciones pretendidas.
Y si de conceptos de raigambre psicoanalítica hablamos (pues no fue sino Freud quien otorgara a la fantasía su carácter axiomático en relación al inconsciente, su descubrimiento), introduzcamos otro para comenzar a dar cuenta de la situación que vamos describiendo. La noción freudiana de duelo, como el trabajo propio que implica la pérdida de un objeto catectizado libidinalmente, nos parece responder sobre aquello que no termina de perderse en el imaginario social de nuestros inmigrantes. Podemos caracterizar -¿por qué no?- la situación de crisis económica, con su correlato de exilio interno (in-silio) al Sur, como un acontecimiento esencialmente traumático, en lo que de agujero, en lo que de pérdida de la continuidad conlleva -recordemos que la condición social predominante de los que arribaron era la vapuleada clase media en descenso-. Postulamos aquí que el desgarro que implica el abandono de los lazos primitivos con los lugares de orígenes, ha sido un desgarro que nunca he terminado de producirse, y es por ello que tal situación primitiva debe ser recuperada de un modo particular en el fantasma -recupero por demás distinto al que promueve el recuerdo. En suma, trabajo de duelo inconcluso, que suspende la segunda pérdida propia de todo duelo a una eternización del objeto, cuyas consecuencias deberemos rastrear, ya no sólo en los agentes de esta historia, sino también (e introducimos así una de nuestras hipótesis centrales) a la sucesión generacional que ocasionalmente les concierna.
Si le damos al trauma el carácter de aquello que queda por fuera de las posibilidades de elaboración por parte de lo que llamamos (no sin ingenuidad) lo "psíquico", podemos autorizarnos a buscar su correlato en la dimensión de lo "social", para hallarlo en la situación que se denomina exilio, término del cual su etimología nos brinda sobrado apoyo, ya que deriva del latín exsilere, que significa "saltar afuera". De allí que nos aventuremos a caracterizar la situación de muchos de los habitantes de la Isla como de exiliados internos (insiliados), dónde la segunda condición, la de internos, no hace más que redoblar la primera, adosándole el sesgo de la familiaridad -de hecho no se han transpuesto las fronteras del país-. Y se sabe, por la pluma de Freud, la conjunción de ambas condiciones mienta la dimensión de los siniestro. El hecho que en nuestro caso falte el ingrediente político (en su faceta autoritaria, se entiende) que sostiene clásicamente el estatuto de exiliado, no va en desmedro de la violencia en la que, en cierto modo, puedan haberse enmarcado tales desplazamientos geográficos. Además, la estoica noción de "voluntad" (pues podría argumentarse: nadie los obligó), es un artilugio más propio de la lógica consciente y de un pretendido humanismo autonomizante, que un atenuante de los efectos imprevisibles de la dinámica del inconsciente y sus determinaciones en las relaciones humanas.
Describamos otra característica local. Las corrientes migratorias que arribaron, centraron casi con exclusividad su interés en la producción del capital. Poco a poco se fueron diferenciando los dos ámbitos que cubrían la casi totalidad de los espacios temporales: el trabajo y la familia. Claro que, en la alienación producida por el primero, la segunda fue perdiendo cada vez mayor terreno. Los espacios de socialización diferentes a éstos no se generaron o lo hicieron pobremente, y las dificultades climáticas con sus bajoceros punzantes, no alcanzan -sin dudas- para justificar sus ausencias. La deriva fue una sociedad de neto corte endogámico, de espacios cerrados, haciendo culto a las ideas burguesas que siguieran a la supresión del feudalismo. Recordemos: la privatización del espacio es un fenómeno de los tiempos modernos.
La Isla en su conjunto se constituyó en un adentro, aislado ( nunca con mayor justeza dicha adjetivación) del exterior, pero con los ojos puestos en él. Para mentarlo en otros términos, diremos que estas localizaciones espaciales -adentro y afuera- se confunden en el registro imaginario en una comunidad topológica cuyo representante es la Banda de Möebius, figura que, como se sabe, implica la continuidad en ausencia de corte. "Tengo mi alma en el Norte y mi cuerpo en el Sur". La sinonimia ubica en el Norte al "continente" (del Estrecho de Magallanes hacia arriba) y en el Sur, la Isla, el "aislamiento". Si la frase encomillada rezuma melancolía, no es éste uno de los sesgos menores rastreables en los quejosos discurrires del habitante fueguino, por poco que se les preste oídos. No es de extrañar que la creciente población adolescente de la Isla sea la encargada actual de ir produciendo algún tipo de corte a esta estructura, demarcando sus particulares contornos de lo externo, allí dónde sus propias subjetividades desiderativas puedan ser tanto constituidas como preservadas, aún a costa de una visión adultocéntrica que estigmatice sus avatares como "antisociales".
Retomando el mapeo por sobre las condiciones sociales de la provincia, deberemos decir que, al tratarse de una zona predominantemente fabril, las posibilidades laborales estarán vinculadas a los vaivenes que el mercado les impone a los dueños de la producción, pero lo más importante en relación al objetivo que nos ocupa, es decir, la niñez, es que la fuerza laboral más importante de las fábricas la constituye la población femenina. Obviamente, esto cuestionará radicalmente el discurso tradicional que se sostenga sobre la familia (y aún más, el lugar del padre en ésta), en tanto la mujer ha debido abandonar los ropajes de la reproducción (biológica) para ponerse los de la producción (del capital). El cuidado de sus niños, por ende, y en las etapas más precoces, debe ser sustituido por instituciones, públicas o privadas, cuyas intenciones más humanistas (reveladas por un ingenuo cambio de nombre: de "guarderías" a "jardines maternales") no siempre alcanzan a superar el obstáculo de la despersonalización en la cual se han sostenido históricamente. Subrayemos de paso, que esta función sustitutiva que otrora fuese cumplida por los abuelos, en la Tierra del Fuego halla su impedimento, en la medida que su sociedad está amputada de viejos. Y esto constituye un cuestionamiento más a la idea de familia, la cual tiende nuclearse día a día aún más. Sería una visión reduccionista encasillar las consecuencias de la ausencia de abuelos a este punto, sin contemplar por ejemplo, el papel predominante que éstos pueden jugar en la historización subjetiva de todo niño. Al respecto, consideremos:
La historia: allí dónde abreva la vida
Entremos ahora a la consideración de la operancia en la niñez, de las características descriptas para la sociedad fueguina en su conjunto. De inicio, establezcamos los principales "síntomas" que la población infantil evidencia (las comillas se refieren a que éstos síntomas pueden en realidad no siempre ser tales, sino tan sólo un modo de expresión de la dominancia del discurso del Amo).
El síndrome más frecuente se refiere al abandono y al maltrato de la niñez. No existen, como en las metrópolis, "niños en la calle", aunque en muchos casos podamos atribuirles el estatuto de tales a no pocos niños que en apariencia no trasponen sino escasamente las paredes del ámbito familiar. El proceso infantil que parece presentar mayores dificultades y ambivalencias -según constatan las instituciones que trabajan con niños- es aquel que concierne a la identidad individual y sus referencias al arraigo local. Tal como lo demuestra nuestra pirámide demográfica, la población más numerosa la constituyen los niños de 0 a 4 años, pues la inmigración reciente fue de personas jóvenes. Se trata pues, de niños fueguinos con padres foráneos. Como se sabe, el atributo de "fueguino" (como el de cualquier significancia identitaria) no viene dado, sino que se precisa de su apropiación, vía procesos subjetivos de significación. Para ello, es necesario un Otro donante de los significantes que podrán hacer lugar a tales significaciones que, compartidas o no, irán conformando la mentada identidad subjetiva de aquellos a quienes se los ofrece.
Pero, ¿qué ocurre cuándo, a la luz de lo descripto más arriba, los progenitores hacen cortocircuito en su propio proceso de arraigo al nuevo sitio elegido? La identidad de los hijos en cuanto a sus raíces, marcha a contrapelo de la historia parental, cuyas brújulas desiderativas no dejan de tener su norte en el Norte. Apelar al concepto de historia -rehuyendo a la consabida y estéril disputa "historia vs. estructura"-, apelar entonces a dicho concepto, polarizándolo en dos vertientes que incumban tanto a la célula parental como a sus descendientes, nos es autorizado por la letra misma de Freud, quien en su "Moisés...", para dar cuenta de la herencia arcaica, nos dice:
"La conducta del niño neurótico frente a sus padres, en los complejos de Edipo y castración, está colmada de reacciones que parecen individualmente justificadas y que sólo filogenéticamente se tornan comprensibles, es decir, por medio de su vinculación con vivencias de generacionales anteriores" (itálicas nuestras).
¿Puede entonces el psicoanálisis arrojar luz sobre la historia en tanto plasma germinativo dónde la subjetividad deseante irá a constituirse?
Psicoanálisis al Sur
Nuestra hipótesis -ya adelantada- es que la fijación en el proceso de duelo inconcluso de los progenitores por los lazos libidinales que sostienen con sus lazos de origen, que impide la cesión de los objetos en ellos implicados, tiene como correlato el que sean sus hijos los que tomen la posta en la tramitación de tal proceso. Dos son las modalidades en que ello puede hacerse evidente en los niños: como síntoma o como repetición en acto (acting out).
Sabemos que para Freud síntoma es sinónimo de retorno de lo reprimido. Decimos (con Lacan) que el niño puede ocupar el lugar del síntoma en la pareja parental, es decir, encarnar el retorno de lo reprimido, no sólo de sus mociones pulsionales, sino de los mecanismos represores de sus padres. Parafraseando a ambos autores, digamos: lo reprimido en la cadena simbólica del deseo parental retorna en lo real del síntoma del niño. Aclaremos: no estamos hablando de estructuras psicopatológicas, sino de modalidades de presentación del significante y del objeto en el niño.
Si la relación de los padres con el proceso (de ello se trata, de un Works in progress, joyceanamente dicho), si la relación con el proceso de arraigo-desarraigo se sintomatiza (deteniéndose ese progress), el síntoma del niño se encuentra en posición de responder a esta estructura. No es otra cosa lo que Lacan expone, de manera tan concisa como rica, en sus "Dos notas sobre el niño". Ello nos permite referir las dificultades de identidad y apropiación de referencias locales de los niños (con el recaudo de no universalizar), y que pueden adquirir estatuto sintomático, a la verdad que la pareja parental está representando a través de ellos. De tal modo, los significantes que el niño presentifica en sus síntomas son aquellos que quedan forcluidos del proceso de historización de sus padres. Utilizamos la noción de forclusión en sus alcances jurídicos, es decir, el "no ha lugar, por presentación fuera de tiempo y forma". La gama de modalidades sintomáticas que pueden revelarse es tan extensa como singular al uno por uno, por lo que nos eximimos de presentarla.
Ahora bien, existe otra posibilidad de posicionamiento del niño en relación, ya no al deseo de los padres, como podríamos pensarlo para el caso anterior, sino al fantasma de éstos. Esta posición Lacan la teorizó en correlación al fantasma materno. Nosotros, por la lógica y objetivos de este trabajo, nos tomaremos -no sin recaudos- la licencia de hablar de un "fantasma parental", incluyendo en aquél la operancia particular de la figura paterna, que Lacan describiera para el caso antedicho, como en déficit en relación al deseo materno. La deriva significante y etimológica que conduce de "padre" a "patria" refuerza la pertinencia de la mentada inclusión de esta figura, al menos en la dimensión imaginaria del fantasma, dimensión que a su vez permite una cierta compatibilidad intersubjetiva del mismo (cf. los desarrollos de Lacan acerca de la función fantasmática en Sade). Para cernir lo que nos interesa: lo que adquiere relevancia en esta posición, es el lugar que se le reserva al niño, esto es, el lugar del objeto.
Si, tal como lo esbozáramos más arriba, al hecho del insilio lo abordamos por el sesgo del traumatismo, deberemos decir que, si no es elaborado, simbólicamente resignificado, se transmitirá de un modo transgeneracional, y su modo de expresión será la compulsión a la repetición, ya no vía significante, discursiva, sino en acto, es decir, mediante la puesta en escena de lo que es irrepresentable, aquello que corresponde a la dimensión del objeto. Nos dice Lacan en el texto citado -"Dos notas sobre el niño"-:
"La función de residuo que sostiene (y a un tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las sociedades, resalta lo irreductible de una transmisión...que es la de una constitución subjetiva, que implica la relación con un deseo que no sea anónimo".
"Deseo que no sea anónimo": damos cuenta allí de la necesidad (lógica, no tanto exclamativa) de nombrar por parte de los padres una historia, en la cual el desarraigo y la relación con las raíces esté incluida. A riesgo que, a falta de ella, sólo quede a la generación subsiguiente una historización en la cual , el lugar del a previo -la "función de residuo"-, desecho de lo que no entra en la trama de esa historia, quedará subrogado por el niño. ¿Por qué no pensar entonces, que los síndromes de abandono o maltrato familiar, harto frecuentes en la Isla, deben ser puestos en sintonía con esta descripción que atañe a determinadas estructuras familiares? Pues los niños, en tanto que restos, sustitutos de objetos que conciernen a los fantasmas parentales, pueden ser dejados de lado o vejados, en una identidad perceptual imaginaria que los condena a perpetuar una operación de separación que nunca termina de producirse y que, como tal, es siempre fallida, aún cuando el Estado intervenga sancionando y condenando tales actitudes, aún cuando el abandono se produzca en forma absoluta o que el maltrato llegue al límite aberrante de acabar con la vida del niño.
Por último, consideremos brevemente cuáles pueden ser fenomenológicamente los efectos de esta posición. Los englobaremos bajo la dimensión de acting out. Según el diccionario Webster, "to act out" es "representar un juego sobre una escena, una historia en acción, acción como opuesta a la lectura". Vemos cómo desde la definición misma recuperamos uno de nuestros términos: es la historia la que está en juego, pero una historia sin palabras, sin significantes. Se trata pues, de una mostración en el límite de la significancia, en la cual el niño pone en acto lo que no puede entrar en la cadena discursiva. En tanto mostración, lo que se muestra es el objeto, digamos, con un solo objetivo: nombrar la angustia de no tener otra cabida que esa en el discurso parental. Es un recurso último de convocar al Otro a su lugar anormativizante y legalizante, por demás contrario a la tiranía (e incluimos aquí no sólo a padres, sino a la sociedad en su conjunto) conque pueda respondérseles.
Tanto las "conductas antisociales" de la adolescencia como muchos de los "problemas de aprendizaje" o "trastornos de la conducta" pueden ser por tanto rubricadas no pocas veces bajo estos modos de actuación, de actings, que llaman menos a su condena social o a intentos compulsivos de readaptación, que a un esfuerzo conjunto por parte de la sociedad para darles su cabida en un proceso de historización que nos tiene a todos como protagonistas. No meros espectadores, no meros voyeuristas de los escenarios desde los cuales la Niñez y la Adolescencia no hacen otra cosa que parodiarnos.
Queda el hecho que, sin dudas, existen otros modos posibles de hacer "uso del objeto" (en el empleo que Winnicott da al concepto), cuyas vías se entroncan con la creación, siendo también reconocibles en las manifestaciones de las subjetividades de la niñez fueguina. Modalidades de a-raigo, de entierro del a, para oficiar de semilla causal de una historia propia, no sin las determinaciones de la herencia, pero también a pesar de ella. Una historia en la cual lo esencial no sea vivir para el regreso.
Bibliografía
- S. Freud, Moisés y la religión monoteísta, Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva
- S. Freud, Duelo y Melancolía, Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva
- S. Freud, Pegan a un niño, Obras Completas, Ed. Biblioteca Nueva
- J. Lacan, Dos notas sobre el niño, Intervenciones y Textos, Ed. Manantial
(*) Trabajo leído en el VII Congreso Metropolitano de Psicología, Buenos Aires, octubre de 1993. Publicado en "Salud, Problema y Debate" Nro.11. Publicación del Ateneo de Estudios Sanitarios y Sociales. Buenos Aires, 1994