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Interrogar el problema de la posición del analista no es sólo una tarea difícil. Es, más bien, compleja. Requiere de vías indirectas, vale decir de aquellas que posibiliten cernir sus bordes, antes que definirla, de nombrarla.
Después de un extenso recorrido, Freud señala una de esas vías: pensar la posición del analista a partir de su relación con la angustia, en tanto ésta se conecta por intermedio del fantasma y la satisfacción masoquista, con el complejo de castración como núcleo de la neurosis.
Es decir que más allá de la fenomenología de la angustia, de la diversidad de sus formas de presentación y del modo de abordaje de la misma por parte del analista, ésta indica ese lugar nuclear en la neurosis que es responsable de la "insuficiencia del resultado de un análisis". Es decir, que señala un punto de imposibilidad en la experiencia (recordemos la afirmación del psicoanálisis como una de las tres profesiones imposibles). Punto de imposibilidad que aparte de operar como un obstáculo para la finalización del análisis, pone en cuestión la posición misma del analista en la cura, así como la producción del analista al cabo de la experiencia analítica.
Una cuestión que resulta ser sumamente significativa es la relación que se establece para Freud entre el problema de la finalización del análisis, la posición del analista y la interrogación sobre la femineidad.
Ésta interroga a las otras dos cuestiones por la vía de una de las vertientes del masoquismo, el masoquismo femenino, y al conectarse, por intermedio de la angustia de castración, con el complejo de castración, que tiene como correlato la "desautorización de la femineidad", válidas para ambos sexos.
Si la interrogación por la femineidad encuentra su lugar en la estructura en la falta del representante de la mujer en el inconsciente, se plantea el problema de cuál es el valor del masoquismo femenino y sus implicancias respecto de la posición del analista.
La pregunta "qué quiere la mujer?", producción de Freud-analista, permite por lo tanto conectar el deseo del analista y el goce femenino. El problema que se esboza entonces es la relación entre el deseo del analista, el goce femenino y el masoquismo.
"El lazo de quien habla con la verdad no es el mismo según el punto en que sostiene su goce". Esto, según Lacan, da cuenta de la dificultad en lo que respecta a la posición del analista, ya que para diferenciar el deseo del analista del sadismo y el masoquismo, no alcanza con plantear la cuestión de qué lugar ocupa en la cura sino "de qué goza él en el lugar que ocupa? ".
Si el lugar al cual es convocado el analista es el del objeto a, ¿cómo podemos pensar su posición sin que conlleve un goce masoquista?.
Este goce masoquista es tematizado por Freud a partir de la "roca viva de la castración". Para la mujer, el "penis-neid". Para el hombre la "angustia de castración". Ambos comparten la función de intentar resolver aquello que el significante del falo no logra: el problema de la diferencia de los sexos. El "penis-neid" lo hace distribuyendo los lugares en términos de un más y un menos: tener o no tener el falo. La "angustia de castración", que es definida por Freud a partir de la posición pasiva del sujeto en relación al padre, en relación al Otro, lo intenta por la vía del binario activo-pasivo.
Lo paradójico es que estas posiciones, que figuran el goce masoquista, no se oponen al goce fálico, sino que son más bien efecto del mismo. La complementariedad del goce fálico y el goce masoquista viene al lugar de la no-complementariedad de los sexos. De ahí que el masoquismo femenino no sea sino un fantasma masculino.
Vemos aquí delineadas las dos vertientes de la "perversión fundamental" del neurótico: el fetichismo del lado del $, y el masoquismo del lado del objeto a.
Es curioso que tanto el término sadismo, como el término masoquismo, deriven ambos de nombres propios: el sadismo, del marqués de Sades y el masoquismo, de Sacher - Masoch.
El objeto a viene a complementar, a suplir al significante que falta para nombrar al $. De ahí que Lacan plantee que el objeto a y el nombre propio cumplen la misma función, la de reemplazar el "uno" que falta para designar el nombre del $.
¿Será entonces mera casualidad que tanto el sadismo como el masoquismo anuden en la producción misma de sus términos, a la perversión con el nombre propio?.
La paradoja del impasse freudiano radica entonces en esta complementariedad del falo y del masoquismo.
Desde la perspectiva de su relación con el sujeto, el objeto a - plantea Lacan - "desempeña el papel de lo que ocupa el lugar de la pareja que falta".
Es esta solidaridad la que hace del goce masculino un goce fantasmático, y del goce masoquista un fantasma masculino. Lacan decía que el "fi" del falo era precisamente la primera letra del fantasma...
La diferencia radica solamente en la posición del $. Mientras que el goce fálico se define por la posesión del objeto a, el goce masoquista se sostiene en la identificación al mismo objeto.
Es por eso que la castración, abordada desde la perspectiva del significante fálico, sostiene la existencia del universo del discurso a partir de la excepción, pero fija el límite respecto del sujeto deseante en la positivización del cuerpo del Otro, en la positivización de la falta.
El significante fálico no puede sino distribuir lugares. Masculino-femenino, hombres-mujeres, no valen sino como estandartes, como símbolos patrióticos... de una patria... sexual. Y como suele ocurrir con los emblemas, no pueden dejar de tomar al otro, al otro sexo como enemigo, y agrupar al propio en forma de grupos, a veces, y de "barras bravas" en otras.
El abordaje de la femineidad desde la perspectiva de la castración, condena a la mujer a una posición en la que el único destino posible es el de obtener eso que le falta, en la búsqueda infinita de un goce, o bien a la posición sacrificial desde la cual se ofrece para la satisfacción del Otro.
El discurso de la histeria encuentra su límite precisamente en este lugar del objeto a como la verdad del $, sea el objeto a como verdad en tanto "la otra", sea el objeto a como verdad en tanto cuerpo del padecimiento, ese cuerpo del padecimiento que sostiene al síntoma.
Inclusive, esto nos permitiría pensar -valga una disgresión- que el existencialismo, al postular a la angustia como la verdad de la existencia, no sería nada más que una teoría histérica.
Por eso, Lacan dice que "hay castraciones", remarcando el plural. Retoma el señalamiento de Freud respecto de las condiciones de eficacia de la castración. Por un lado, el padre como agente de la castración sosteniendo la función de la prohibición, de la prohibición del incesto, función sostenida en el decir, el decir "no". Por otro lado, la visión de la falta de genitales en la madre, es decir, la castración ya no como amenaza, sino la castración definida desde el Otro, la castración en la madre.
Por un lado el decir paterno, fundamento del goce fálico. Por el otro, la "mostración de la falta", de lo que no puede decirse, de un lugar vacío que in-existe, en tanto no existe para el decir. Lugar del no-todo. "La esencia de la mujer no es la castración", dice Lacan.
Si el $ se inscribe no en el falo, sino en la castración, y hay castraciones, se esboza una alternativa al abordaje de la castración que no sea por la vía del fantasma.
El masoquismo es una vía de abordaje de la castración por medio de su fantasmatización. Si la pregunta por la femineidad, "¿qué quiere la mujer?" es planteada por Freud aún disponiendo del concepto de masoquismo femenino, es posible plantear que el goce masoquista no responde por el goce femenino.
Más allá de la posición femenina, que sostiene la referencia del objeto a al que se identifica el $, su caída abre la dimensión del goce femenino, que no es el goce del objeto a, sino el goce de ese vacío, de esa hiancia, de esa falta del Otro. "La mujer no sabe gozar sino de su ausencia", dice Lacan. Goce que nos atañe como analistas en tanto "el real fundamental de la experiencia analítica es el goce y, especialmente, el goce femenino". Goce que es un nombre del $, del $ como conjunto vacío.
Más allá del efecto de subjetivación que produce el reconocimiento simbólico, el $, al encuentro de lo real en su carencia de sentido, es el vacío mismo. Lacan afirma que la posición del analista es una posición que habla, pero por la búsqueda de un (je) que puede ser que no exista.
Que el analista in-exista, no es sin el deseo. Este deseo del analista que hace que, en el final del análisis, del analista haya des-ser.
Entonces, quizá sea necesario pensar que la posición del analista es insuficiente para dar cuenta de la cuestión del acto analítico. Porque si bien la posición del analista es solidaria de la posición del objeto a, no es de ahí que obtiene su goce.
Recordemos la interrogación de Lacan "¿De qué goza el analista en el lugar que ocupa?". Si se trata de una posición destinada a caer, en el acto se alcanza esa hiancia del des-ser. No se trata de que en el acto no hay sujeto, sino que, como dice Lacan, "en el acto, el $ no es".