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Leyendo un libro de María Zambrano, autora que eleva la filosofía a condición de literatura, donde hablaba de la relación que ha mantenido el hombre con la religión y con Dios, citaba una frase de Hegel que decía: "Quizás la más clara expresión de la tragedia humana es no poder vivir sin dioses" Y dio pie a una reflexión sobre una situación de nuestra historia reciente, la caída del marxismo, y hasta qué punto ésa "caída", más allá de las intenciones puramente políticas y económicas, tiene que ver con la "ausencia de Dios". El vacío de Dios podemos sentirlo bajo dos formas que parecen radicalmente opuestas: la forma intelectual del ateísmo, como medio de sacralización de lo profano, y la angustia, la agobiante irrealidad que envuelve al hombre cuando Dios ha muerto. Quizá esta sea la forma de expresar la universalidad de una necesidad, la de Dios y la religión.
Freud, en diciembre de 1897, en una carta a Fliess (carta 78), le comentaba: "¿Puedes imaginar lo que son los mitos endopsíquicos?. He ahí el último engendro de mis gestaciones mentales. La borrosa percepción del aparato psíquico propio estimula ilusiones de pensamiento que son naturalmente proyectadas afuera, por lo común en el futuro y el más allá. La inmortalidad, la justa recompensa, la vida después de la muerte, son todas reflexiones de nuestra psique interior psicomitología" En esta frase, posiblemente inspirada en el "humanismo realista" de Feuerbach, Freud pone de manifiesto que su interés por la antropología social era muy antiguo y nunca renegó de él (de hecho, declaró a James Strachey, en 1921, que consideraba el IV ensayo de Tótem y Tabú su obra mejor escrita) y nos lleva a plantear otro tema, el de la universalidad del psicoanálisis, ya que éste nos muestra su verdadera intención cuando hace estallar el encuadre limitado de la relación terapéutica y se eleva a un nivel de hermenéutica de la cultura. La articulación del psicoanálisis con las obras de cultura comienza ya en la interpretación de los sueños, con una especial ligazón con la mitología y la literatura. El sueño es representado como la mitología privada del durmiente, el mito como "sueño despierto" de los pueblos, y obras como "Edipo rey" de Sófocles, "Hamlet" de Shakespeare o la "Trilogía de Nathanael" de Hoffman como susceptibles de la misma interpretación que el sueño, viendo que es posible transferir a productos de la fantasía de los pueblos, como son el mito y los cuentos tradicionales, la concepción psicoanalítica obtenida a raíz del sueño.
Antes de proseguir este trabajo creo necesario definir sus elementos, hablamos de antropología y de psicoanálisis y el punto donde se insertan ambos es el hombre y el hombre entendido fundamentalmente como "hombre etimológico", en el sentido de Ortega y Gasset, aquel donde el "origen" da el "sentido verdadero" del hombre (no olvidemos que la etimología es el estudio del origen, y en su acepción más antigua el "sentido verdadero"). Manteniéndonos en lo etimológico lo "humano" deriva del latín "humus" (tierra) y es curioso cómo en la mitología, tanto en la tradición judeocristiana como en la helénica, el hombre proviene de la tierra; en la primera fue creado del barro por Dios, en la segunda es Prometeo (un titán) quien crea al hombre moldeándolo del barro.
Hombre es a la vez un término que empleamos indistintamente en un sentido concreto (ser humano, individuo) o genérico, y en éste caso sería sinónimo de todo lo humano, de la humanidad. Aprovecharemos este aspecto polisémico para entender cómo el psicoanálisis se ubica dentro de la psicología de los pueblos (de la psicología del hombre), pero no de la manera que la escuela de Zurich, con Jung a la cabeza plantea, que sería procurar resolver los problemas de la psicología individual, recurriendo a material de la psicología de los pueblos, sino como Freud básicamente lo desarrolla, estableciendo una comparación entre la "psicología de los pueblos naturales", tal como nos enseña la etnología, con la psicología del neurótico. Partiendo de la premisa de que la vida anímica de los pueblos primitivos es equiparable a un estadio previo bien conservado de nuestro propio desarrollo. De ahí que el análisis del caso Juanito (1909) abriera algunas vías de conocimiento tanto del contenido manifiesto como del latente, respecto a la representación animal de los padres y su correspondencia con civilizaciones lejanas y primitivas, en las que el "animal" adquiriría una particular importancia.
La unidad psíquica de la humanidad es la piedra angular de la teoría psicoanalítica, de ahí que insistamos en el paralelismo entre el hombre y la etnia, lo i ndividual y lo colectivo, el inconsciente y la cultura, el sueño y el mito, el síntoma y el rito, la neurosis y la religión. Toda "prehistoria" corresponde a una prehistoria personal psicogenética.
Sobre el Origen de la Religión, Mito y Cultura.
Cuando Freud escribió "Tótem y Tabú" (1913) se inspiró en el texto recién publicado de J. Frazer " Totemismo y exogamia" (1910) y en la obra de Darwin publicada en 1871 "El origen del hombre", sobre estas dos obras y sobre dos conceptos añadidos, uno el de la "Horda Primordial" o "Familia Primitiva" tomado de Atkinson (1903) y otro el "Banquete Totémico" de Robertson Smith (1894) desarrolló lo que podemos llamar Mito Fundamental o Protomito, donde se aprecia cómo el origen de la religión se edifica sobre las raíces violentas de la elaboración edípica y el sentido de los ritos destinados a proteger la vida contra los fantasmas violentos más primitivos. De ahí que el origen de la religión sea el mismo que el origen del sentimiento de culpabilidad.
Según este "mito fundamental" en un principio los hombres habrían vivido en pequeñas hordas bajo el dominio de un macho poderoso y cruel, que ejercía con violencia el poder y acaparaba a todas las hembras. El destino de los hijos varones era duro, cuando crecían eran muertos, castrados o expulsados. Los hijos menores tenían una posición excepcional, protegidos por el amor de la madre, sacaban ventaja de la avanzada edad del padre y podían sustituirlo tras su muerte. Los hermanos expulsados, que vivían en comunidad, se conjuraron, mataron al padre y según la costumbre de aquellos tiempos se lo comieron. Ningún miembro de la multitud victoriosa pudo ocupar su lugar, pues si alguno parecía conseguirlo veía elevarse contra él mismo idéntica hostilidad, seguida de luchas y asesinatos. Finalmente todos se dieron cuenta de que tenían que renunciar a la herencia del padre. En la imposibilidad de satisfacer los impulsos sexuales estos tuvieron que sublimarse en forma de lazos afectivos que unieron a los hijos con el padre y a los hermanos entre sí. Fueron estos lazos afectivos los que una vez perpetrado el crimen, hicieron nacer en el asesino y sus cómplices un poderoso sentimiento de culpa. Buena parte de la plenipotencia vacante por la eliminación del padre pasó a las mujeres, dando origen a la época del matriarcado.
El padre muerto revivía en el espíritu de sus hijos, ya que sus mandatos y prohibiciones permanecían en pie. Los remordimientos y el desgarramiento de los lazos fraternos impidieron a los sucesores poseer a las mujeres, inaugurando así la prohibición del incesto y la ley del matrimonio exogámico, como primera de las formas de expiación y penitencia por su culpa. Formaron entonces la comunidad fraterna totémica, cuyos miembros gozaban de los mismos derechos y estaban vinculados por las mismas prohibiciones totémicas: repetición y conmemoración expiatoria de su crimen por el sacrificio totémico (el animal emblema de la horda, como sustituto del padre) y devoración del animal sacrificado como signo de comunión con el padre y de alianza fraterna. Sin aquella reacción emotiva irresistible evocada por el protocrimen, tal vez los hijos se hubieran exterminado recíprocamente, pero aquella reacción engendró también el mandamiento: "No matarás", y esta prohibición que en un principio se limitaba al animal totémico (sustituto del padre), tomó luego mayor extensión.
El padre muerto era para todos el ideal, a la vez temido y adorado, fuente de la ley y el derecho que implica el tabú. Posteriormente este protopadre fue elevado a la dignidad de "Creador del mundo" y divinizado, y no sin cierta razón, pues aquel engendró a todos los hijos de que se componía el primer núcleo humano, "el primer mundo".
He ahí que sobre la renuncia de tres deseos pulsionales básicos, como son el incesto, el canibalismo y el placer por matar se edifica el primer esbozo de la cultura, básicamente como una renuncia de pulsión. De ahí que la hostilidad a la cultura esté fundamentalmente producida por la presión que ella ejerce, por las renuncias a lo pulsional que exige.
En "Tótem y tabú" Freud describe las raíces violentas de la elaboración edípica. La matanza de los padres, en el fantasma individual precoz, es vivida como garantía de supervivencia, de independencia y de triunfo del Yo. Como en el mito de Edipo, todo progreso individual o colectivo sólo puede establecerse sobre las ruinas del reino de los padres. La violencia de la que hemos hablado, corresponde etimológicamente (es decir, en la lengua fundamental del inconsciente colectivo de nuestra cultura) a una fuerza vital presente desde el origen de la vida. El término violencia, no es más que la traducción del latín violentia, derivado del verbo violo (que tiene un marcado sentido sexual). Este verbo latino violo procede del radical griego antiguo bi y que ha dado lugar tanto al sustantivo bia (la violencia) como a bios (la vida). La violencia, decía Hegel, es partera de la Historia.
Esta violencia vital la encontramos, por ejemplo en la "Teogonía" de Hesiodo: Cronos que castra a su padre Urano (el cielo) cuando copulaba con su madre Gea (la tierra), lo que dio origen a la Erinias, diosas de la venganza, pero también al nacimiento de Afrodita por las gotas de sangre que cayeron al mar. Cronos a su vez devora a sus hijos para no ser muerto por ellos. Zeus (último hijo de Cronos) que mata a su compañera Matis, embarazada, por temor de ser muerto por el niño que debe nacer, después se casa con Peleas y el hijo de ambos, Aquiles, estará destinado a morir preventivamente a manos de un mortal. Por otra parte, de la unión de Zeus y de Hera nace Ares, dios de la violencia, el cual sólo engendrará personajes violentos (gigantes, cíclopes, amazonas, etc.). Del adulterio de Zeus y Afrodita nacerán, además de Eros y Anteros, el dios del miedo (Deimos) y el del terror (Phobos) y una hija, Harmonía, uno de cuyos descendientes será el mismo Edipo, consecuencia de la unión de Harmonía y Cadmo (hermano de Europa y fundador de Tebas).
En las religiones primitivas era común observar la correspondencia entre la familia celestial y la familia terrenal. El padre era frecuentemente considerado como la personificación del cielo, mientras que la madre se identificaba con la tierra.
En las sociedades protoagrícolas, generalmente eran las divinidades maternas las dominantes. En un momento determinado éste régimen de la sociedad matriarcal fue relevado por el patriarcal. Esta vuelta de la madre al padre define además un triunfo de la espiritualidad sobre la sensualidad, o sea un progreso de la cultura, pues la maternidad es demostrada por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es un supuesto edificado sobre un razonamiento y sobre una premisa.
La tendencia del hijo a ocupar el lugar del padre fue un proceso que adquirió cada vez mayor fuerza en el curso de la evolución humana. La aparición de la agricultura determinó que se incrementara la importancia del hijo en la familia, dando lugar a que se permitieran nuevas manifestaciones de su libido incestuosa en la satisfacción simbólica del cultivo de la madre tierra. Fue entonces cuando nacieron las divinidades juveniles (Atis, Osiris, Adonis, Dionisos) que gozaban de los favores amorosos de las divinidades maternas y realizaban el incesto desafiando al padre. Pero la conciencia de culpa se manifiesta en los mitos, ya que las jóvenes deidades solían tener corta vida o eran castigadas con la castración por la cólera de la ofendida divinidad paterna, representada bajo la forma de un animal. Por ejemplo, Adonis fue muerto por un jabalí, animal sagrado de Afrodita.
La primera problemática religiosa es una problemática de la omnipotencia, propia del deseo infantil, y que se proyecta al exterior mediante una satisfacción de tipo alucinatorio. En el niño, igual que en el primitivo, hay en efecto la creencia en la omnipotencia de las ideas.
La única esencia divina en la que se han condensado, en nuestra cultura, todos los dioses de las épocas pasadas, es el "núcleo paterno" que desde siempre se ha ocultado tras cada figura de dios. En el fondo fue un regreso a los comienzos históricos de la idea de dios, y es a través del monoteísmo como los vínculos con dios pueden recuperar la intimidad e intensidad de las relaciones del niño con su padre.
El esquema básico de la religión, según Llobet i Llavari, es:
1)- Omnipotencia del deseo, de las ideas. Proyección paranoica. Magia y Animismo 2)- Desplazamiento del padre al animal, repetición ritual del crimen contra el padre y de la rebelión filial a impulsos de sentimientos de culpabilidad. Totemismo 3)- Latencia y retorno de lo reprimido. Monoteísmo Mosaico 4)- Conmemoración enmascarada del triunfo sobre el padre. Cristianismo El Mito y el Psicoanálisis
El mito, tal y como lo comprendían las sociedades arcaicas, designa una "historia verdadera, sagrada, ejemplar y significativa" (el mito cosmogónico, por ejemplo, es "verdadero", porque la existencia del mundo esta ahí para probarlo). Más tarde, en la cultura griega, "Mythos" fue un término opuesto a "Logos " y a "Historia" y terminó por significar: "todo lo que no puede existir en realidad". Elio Theon (siglo II d. c.) definía el mito como "una exposición falsa que describe algo verdadero".
Hay cuatro grupos fundamentales de mitos, que tienen que ver con el origen y nacimiento, ya sea de los dioses (teogonías), del universo (cosmogonías), del hombre (antropogonías), y los que se refieren al fin del mundo (escatológicos), y estos últimos con una idea, la idea generalizada del pecado, como una constante en estos mitos y relacionada con un castigo divino.
Si he hecho mención a algún mito en concreto ha sido sobre la cultura helénica, tanto por razones de proximidad cultural como por pensar que ésta cultura es la primera que se edifica sobre la idea y desarrollo del conocimiento, a diferencia de otras que lo han hecho sobre la idea de la religión, la guerra, la muerte, etc. Las primeras especulaciones filosóficas derivan de la mitología y principalmente de los mitos cosmogónicos, que plantean un problema ontológico como principio de la desmitificación y dan lugar al nacimiento de la filosofía. El pensamiento se esfuerza por identificar y comprender el "comienzo absoluto" del que hablan las cosmogonías, de desvelar el misterio de la creación del mundo, el misterio, en suma de la aparición del ser.
Pero ¿cómo ubicar el psicoanálisis dentro del mito?. Quizás la antropología estructural nos ayude a entender que mitos como el de la horda primitiva o el de Edipo, no corresponden a ningún acontecimiento históricamente situable. En una forma simbólica, traducen el sueño más antiguo y más constante de los hombres. El mito, como la ilusión, es una creencia que en su motivación esfuerza, sobre todo, el cumplimiento de deseo. El mito es pues un relato imaginario encargado de representar de forma alegórica la generalidad de una situación afectiva. Los mitos hablan a los hombres, no del mundo externo, sino del mundo interno, no de realidades sino de fantasías, así como de los deseos y las angustias con ellos relacionados. Son los encargados de integrar datos simbólicos universales en el seno de lo imaginario colectivo, con la función de "tranquilizar", y tranquilizan porque reafirman al hombre en su pertenencia a la permanencia de lo real. La elaboración del mito necesita ciertas adquisiciones, una cierta integración sociocultural de las necesidades pulsionales y de sus represiones.
El cuento, el mito, contribuyen a la figuración simbólica que desvela no sólo el contenido latente, inconsciente, sino también el desplazamiento que distrae la atención de este contenido; pues el verdadero simbolismo desvela y disfraza, a la vez, la pulsión prohibida.
La función simbólica del mito, que no puede venir más que a posteriori, es absolutamente esencial y explica en gran parte la existencia y perennidad de éste.
El mito es una forma de contacto con el inconsciente que sujeta a éste a distancia. Cuenta un suceso que aleja en el tiempo y eventualmente en el espacio; y aún más que en el sueño la elaboración secundaria, sin duda, por ser colectiva distorsiona las representaciones inconscientes. D. Anzieu, por ejemplo, refiriéndose al mito de Edipo, muestra que cada elemento de la leyenda corresponde a cada uno de los aspectos fantasmáticos del complejo que constituye el pivote de la concepción psicoanalítica de lo imaginario humano, y describe cinco "mitemas": el primer mitema, el del abandono, correspondería a la angustia persecutoria kleiniana. El segundo mitema, el que se refiere al asesinato del padre, correspondería al fantasma parricida clásico de acceso a la madre fálica. El tercer mitema, el de la victoria sobre la Esfinge, evocaría la escena primitiva al mismo tiempo que una imagen fálica de la que el adolescente escapa. El cuarto mitema, el del matrimonio con la princesa, correspondería a la evocación de la madurez genital y de la interacción de los deseos de los "partenairs" sexuales. El quinto mitema, el de la unión con la madre, evocaría no solamente el incesto sino la superación de la culpabilidad ligada a él.
Todo esto nos sirve para hablar de los mitos colectivos pero ¿y los mitos individuales o familiares?. El mito individual toma como horizonte significantes colectivos de una cultura históricamente situada, pero se focaliza a través del prisma familiar para llegar a la representación imaginaria que constituye para el sujeto el relato fantaseado de su existencia. El mito individual, como el familiar, es operativo, dinámico, inestable, jamás reíficado, bien al contrario, trama de una creación siempre inacabada.
La función del mito familiar, a caballo entre el entramado inconsciente relacional e identificatorio y las formaciones sintomáticas, sería la de anular el tiempo (mediante la actualización constante del mito y la compulsión a la repetición) y negar tanto la muerte como la sexualidad. La función del analista, por el contrario, sería la de poner en marcha la temporalidad.
El mito individual del neurótico y el mito que vincula una colectividad se revelan en los momentos de regresión. Cuando un individuo, una familia, una cultura, no pueden resolver racionalmente, técnicamente los problemas que se les plantean, cuando la situación les desborda, les angustia, éste individuo, ésta familia, ésta cultura regresan y encuentran en ellos, en ése fondo "arcaico" del fantasma, del "complejo", del mito, los recursos y el esquema en función de los cuales se van a relacionar.
"No es enteramente desdichado el que puede contarse a sí mismo su propia historia" (M. Zambrano).
El Mito en el Psicoanálisis
También el psicoanálisis, partiendo de una idea de Mircea Eliade, lo podemos relacionar con los mitos cosmogónicos y escatológicos: ha habido un "paraíso" (para el psicoanálisis la relación dual del niño con la madre) y una ruptura, una catástrofe (el traumatismo infantil) y cualquiera que sea la actitud del adulto en relación con estos acontecimientos primordiales, no son menos constitutivos de su ser.
El psicoanálisis podemos entenderlo como la mitificación de dos pilares concretos, la pulsión y el conflicto; y edificado fundamentalmente, sobre cuatro figuras míticas: Eros y Tanatos por un lado y Narciso y Edipo por otro.
Eros y Tanatos, metáfora de lo pulsional, pulsión de vida y pulsión de muerte. "Las pulsiones decía Freud- son seres míticos grandiosos en su indeterminación". Por el otro lado lo conflictivoestructurante. Narciso metáfora de narcisismo, término que Freud recogió de Nacke, pero que curiosamente en sus obras nunca hizo mención alguna al mito de Narciso. Y Edipo, sinónimo de la estructura edípica. Me detendré, por un momento, en éste punto para enlazarlo con un quinto elemento: la cultura.
Dentro de la estructura edípica, coexistirían dos subestructuras (Marucco), una sería la "triangulación edípica" que conforman la función materna, la paterna y la filial; y la otra sería la "estructura triangular", formada por las pulsiones del hijo, las pulsiones de ambos progenitores y su intersección con la cultura. Cultura que penetra a través del orden simbólico, donde el lenguaje como sistema simbólico tiende a suplantar a las pulsiones y cuya moral delimita los movimientos pulsionales cuando ha ocupado el lugar de la moral edípica; no olvidemos que el fortalecimiento del Super-yo es un patrimonio psicológico de la cultura (Freud).
Existe el riesgo de la idealización de la cultura (un ideal siniestro) a costa de vivir como patológico todo deseo narcisista de los padres hacia los hijos. La cultura exige, cada vez, una renuncia mayor del narcisismo parental erógeno hacia el hijo. Esta renuncia de los progenitores hace entregar su hijo a la cultura, casi como una ofrenda religiosa, como un ritual, ritual que hace pensar en el sacrificio pedido a Abraham por Yavhé respecto a su único hijo Isaac, pero que termina con la ejecución simbólica de un cordero y después con el sacrificio, no menos simbólico, de un prepucio. Esta entrega del hijo a la cultura, bajo la promesa de una "salida exogámica", hace correr el riesgo de que esta se apropie de él y lo trague en sus fauces si el desprendimiento fue prematuro. ¿Contribuiría esto al surgimiento de las personalidades sobreadaptadas, de las "normopatías"?. Caeríamos en el mismo riesgo si ligásemos la "ilusión de felicidad" a las pulsiones de vida, cuando por su tendencia nirvánica están ligadas a la pulsión de muerte.
El Analista y el Mito
Para hablar de la figura del analista en el mito, aparece un nombre: Tiresias. Es este un personaje mítico perteneciente al ciclo tebano de la mitología helénica. Cuenta el mito que en su juventud, paseando un día por el monte Cileno, vio dos serpientes copulando, parece que separó a los animales y como resultado de su intervención él quedó convertido en mujer. Siete años más tarde, paseando por el mismo lugar, volvió a ver a otras dos serpientes acopladas. Intervino de igual modo y recupero su sexo primitivo.
Esta aventura le había hecho célebre, de modo que un día en el que Zeus y Hera discutían por saber quién, si el hombre o la mujer, experimentaba mayor placer en el amor, se les ocurrió la idea de consultar a Tiresias, el único que había efectuado la doble experiencia. Tiresias afirmó, que si el goce del amor se componía de diez partes, la mujer se quedaba con nueve, y el hombre con una sola. Esta respuesta encolerizó a Hera al ver revelado el secreto de su sexo, y privó a Tiresias de la vista. Zeus, en compensación, le otorgó el don de la profecía y el privilegio de una larga vida (siete generaciones), así como el privilegio de conservar después del óbito, el don de la profecía y de la memoria.
Se atribuyen a Tiresias cierto número de profecías relativas a los acontecimientos más destacados de la leyenda tebana; por ejemplo, profetizo a Creonte que daría muerte a Antígona. Pero nos interesa su papel en dos mitos, el de Edipo y el de Narciso. En la senda del psicoanalista, interviene con Edipo dándole a conocer a este sus crímenes y su fatídico porvenir "El ve ahora pero quedará ciego" y con Narciso pronuncia a su nacimiento un oráculo: "Narciso sólo llegará a viejo si no se mira". La asociación con Edipo es forzosa. Curioso cómo este ciego comenta A. Green- es sacerdote de la ceguera física y psíquica. Hay una curiosa sentencia que pronuncia Tiresias en la obra "Edipo rey" de Sófocles "Cuán atroz es saber, cuando no trae provecho ni siquiera al que sabe" Para Bion, Tiresias ocuparía el lugar del falso analista.
Volviendo a la obra de "Edipo rey", estaría bien comentar una frase de Yocasta: "En cuanto a ti (refiriéndose a Edipo), no temas la unión con tu madre, pues numerosos son los mortales que en sueños han compartido el lecho materno. Quien vive despreocupado de todos esos temores soporta mejor la vida"...
Yocasta se expresa aquí como el psicoanalista cuando recuerda que lo imaginario incestuoso constituye una inscripción simbólica fundamental común a todos los humanos: El sueño, el teatro, el arte, la vida, la elección de pareja, comportan obligatoriamente tales fantasías.
Como dijera el psicoanalista Olivier Flournoy: "Edipo nunca fue el hijo de Layo y de Yocasta. Sólo fue un sueño de Edipo que nos contó Sófocles y que dura el tiempo de un espectáculo. Mal sueño en el que Edipo consigue condensar toda su vida bajo la forma de una novela familiar y que acaba en una horr ible pesadilla. Cuando Edipo despierte de este sueño, que no acaba nunca, encontrará con alivio a sus verdaderos padres, el rey y la reina de Corinto, que lo cuidaron y mimaron como ellos sabían hacerlo Así descubrí el complejo de Edipo, no como un concepto estructural y espacial, sino como el tiempo mismo, el tiempo del sueño de Edipo, el tiempo de la experiencia analítica"
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