Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Mi experiencia con la institución psicoanalítica
Fernando Ulloa

 

Comencé los seminarios de la APA hacia 1957. Renuncié catorce años más tarde, en 1971, junto con el grupo Documento. Otros colegas lo habían hecho horas antes con el grupo Plataforma. En ese tiempo de pertenencia institucional transité por todos los niveles: candidato, adherente, titular, didacta.

Fui profesor de seminarios de la formación, integré y coordiné los comité de coloquios que debían determinar el pasaje de categoría de los miembros. Fui director del Centro Racker y como tal, miembro de la comisión directiva.

La renuncia en 1971 se fundamentó básicamente en el cuestionamiento de las funciones didácticas tal como se las ejercía entonces. Recuerdo que alguien que había sido nombrado didacta junto conmigo me acusó, en la asamblea donde presenté mi renuncia al Centro Racker, de haber traicionado a los amigos, porque habiendo sido nombrado didacta un tiempo antes, ahora cuestionaba la modalidad y prerrogativas de dicha función. Quizás esto sea un indicador que muestre el perfil corporativo, en lo que hacía al grupo didacta. Se trataba de un cargo que implicaba un poder asumido por dichos miembros, cuyo poder no había que traicionar con opiniones disidentes.

Luego de increparle duramente su comentario, me fui con una de esas frases que por impensadas pueden resultar afortunadas, o al menos oportunas: "Voy en busca de nuevos amigos". Cuando llegué a casa recibí el llamado de Emilio Rodrigué, a quien poco conocía por entonces, más allá de la común pertenencia institucional, quien me dijo: "Fernando, soy uno de tus nuevos amigos". Se inició con esto una larga amistad, diría una amistad extranjera. Suelo denominar amistades extranjeras -aunque vivan en la misma cuadra- a las que se establecen entre personas distintas en muchos aspectos. En estas amistades lo distinto se puentea con lo esencial, capaz de cursar fácilmente lo que separa, y menos con lo sustancial, que resulta más propio de las amistades íntimas. De hecho, Rodrigué se fue con Plataforma; por esa época era presidente de la Federación Argentina de Psiquiatras, filial Buenos Aires, y fui yo quien habría de sucederlo en la función.

Pero no era solamente la cuestión didáctica la que promovió el cisma; eran tiempos políticos los que corrían, tanto institucionales como nacionales, tiempos que preanunciaban los duros momentos que habrían de sobrevenir. El hecho es que varios de los que renunciamos, ya sea con Documento como con Plataforma, publicamos en conjunto Cuestionamos I y Cuestionamos II, integrados por artículos que trataban de dar cuenta de la presencia del psicoanálisis frente a los problemas sociales. Nunca volví a integrar una institución pública.

De hecho nuestra salida convulsionó la Institución y tiempo después un nuevo cisma volvería a dividirla, ahora por situaciones no cuestionadoras de la función didáctica, y de hecho con menos incidencia de factores políticos. Tal vez sí de políticas institucionales.

Hablé antes de "amistades extranjeras". Resulta que el primer articulo que escribí, siendo aun candidato de primer año, fue un trabajo titulado "Relaciones entre candidatos" destinado a un congreso latinoamericano sobre Relaciones entre Psicoanalistas. En ese trabajo, y sobre todo en las discusiones en torno a él, fui avanzando algunas elaboraciones acerca del lugar que "lo amigo" ocupa dentro de los procesos psicoanalíticos. Bastante tiempo después dediqué un capítulo entero al tema en la Novela Clínica Psicoanalítica. En ese libro desarrollé, y aquí lo quiero destacar, la idea de que se puede identificar con frecuencia, dentro de las comunidades psicoanalíticas, lo que podemos denominar "las amistades psicoanalíticas". Ellas resultan algo así como configuraciones tardías de la novela familiar neurótica; se estructuran transferencialmente con personajes actuales "mejorados" o "idealizados" representantes de figuras familiares. Cuando estas amistades son objeto del análisis en los dispositivos transferenciales de cada "amigo", en general se transforman en amistades entre analistas o incluso en simples amistades. De no ser así, en algún momento el arcaico ligamen transferencial que las estructuró, sobre todo cuando prevaleció la frágil idealización, habrá de conflictualizarse a un punto tal que el odio puede promover rupturas capaces de motorizar verdaderos cismas institucionales. De hecho, con aquel colega que me acusó de traicionar a los amigos didactas por abrir cuestionamientos sobre el cargo, nos unía una amistad que probablemente tuviera algo de "psicoanalítica". Sería un desatino pensar que este fue el motivo de aquel cisma, que respondía a mejores causas, pero resultó la primera observación, y no la última, que entonces hice al respecto. El tiempo me fue reafirmando la validez de lo observado. Ya Freud le había dicho a Jung, en alguno de los encontronazos de su ambivalente relación: "Si usted me hace objeto de culto, en algún momento habrá un cisma". Y tenía razón, aunque tal vez no advirtiera su propio compromiso transferencial, por lo menos no en el mismo grado en que tenia conciencia –y así lo expresaba a sus íntimos- del interés político que lo movía a incluir y mantener a un no judío en el inicial movimiento psicoanalítico.

Como suele acontecer en nuestro país, casi folklóricamente, Documento y Plataforma, que inicialmente sostenían puntos de vista bastante semejantes y concurrentes, pronto entraron en conflicto, también por razones poco claras. Ambos grupos presentamos un proyecto a la filial Buenos Aires de la FAP para organizar el CDI (Centro de Docencia e Investigación). Prevaleció el proyecto de Documento, y también ganamos las elecciones para dirigir la FAP. Fue ahí donde me correspondió continuar la presidencia que dejaba Rodrigué. No obstante ambos grupos pudimos integrar una buena colaboración en la organización del CDI que fue una instancia de capacitación en salud mental bastante importante, del cual se beneficiaron muchos psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, psicopedagogos, y demás trabajadores de la salud mental destinados, precisamente, a ejercer en hospitales públicos.

Fui presidente por dos períodos. Ya no lo era cuando me vi obligado a continuar mi práctica clínica y docente en Brasil

Allí, básicamente en Bahía, tuve oportunidad de trabajar con algunos colegas argentinos y algunos brasileños, ya con experiencia analítica, en la organización de un movimiento que hoy en día ha adquirido una pujanza bastante notable.

Fue ahí, pero también en San Pablo, donde fue cobrando peso mi práctica, no ya en la institución psicoanalítica, sino con la institución. Claro que tenía por entonces una década de experiencia en el abordaje analítico de las instituciones, sobre todo hospitalarias y docentes. Los ámbitos en que operaba como analista institucional, en general, estaban muy atravesados por el psicoanálisis -en grados distintos, por supuesto-, dado que la mayoría eran servicios referidos concretamente a la salud mental. En menor medida trabajé, por entonces, con otras áreas clínicas, más apartadas de cuestiones específicas de índole psíquica. En cuanto a las instituciones docentes con las que trabajé, en su gran mayoría pertenecían al ámbito universitario, y se repetía en ellas el mismo fenómeno en cuanto a la presencia del psicoanálisis. Presencia que me llevó a pensar que el análisis institucional bien entendido empieza por casa, por la propia institución psicoanalítica. De hecho, unos meses antes de haber renunciado a la APA, cuando era director del Centro Racker y como tal, miembro de la Comisión Directiva, ésta me encargó una tarea imposible: un análisis institucional de la institución psicoanalítica de la que yo mismo era miembro. Probablemente la idea, que no rechacé de plano, era una respuesta a la preocupación por los aires cismáticos que entonces ya se advertían.

Obviamente no llevé adelante el trabajo, aunque sí bastantes reflexiones personales y algunas devoluciones institucionales, pero hoy pienso que esas mismas reflexiones fueron las que en mí enfatizaron el cuestionamiento de la función didáctica en la medida en que advertían, tal vez un poco excesivamente, la cualidad corporativa de dicho nivel y aun de la institución APA, hasta el punto de señalar que el psicoanálisis, en muchos aspectos, cursaba ventajosamente por fuera de la institución -de hecho en algunas otras instituciones analíticas-, e incluso en relación con lo que más tarde habría de conceptualizar, en "La institución analítica: una utopía", como la "institución virtual".

Ya había escrito un texto para acceder a la categoría de miembro titular; se denominaba, precisamente, "Psicología institucional, una aproximación psicoanalítica". Es posible que este artículo fuera el origen formal de aquel pedido. De hecho, era un trabajo aun de escaso valor psicoanalítico, pero con un buen fundamento semiológico para el abordaje institucional desde una clínica de linaje psicoanalítico.

En esas intervenciones, ya se tratara de instituciones hospitalarias, docentes, y aun de aquéllas formalmente organizadas como psicoanalíticas, siempre fue un principio rector el ajustarme a pertinencia, es decir, no desconocer la índole de la institución y tampoco –algo básico- la naturaleza del pedido. Esto me llevó a advertir una situación bastante paradojal, presente cuando uno es convocado -o tal vez solamente tolerado-, de hecho no desconocido como analista, pero no demandado en cuanto al despliegue de su instrumental interpretativo. Esto suele ocasionar "sufrimiento" en el operador, de resultas de esta contradicción que vale soportar. En tales circunstancias, en las que uno ni "analiza" ni predica el psicoanálisis, el psicoanálisis pasa por uno mismo, algo que ha adquirido en mi práctica valor de "propio análisis".

Denomino "propio análisis" a esa condición irrenunciable que se va alcanzando, ya por fuera del análisis personal, cuando la experiencia clínica, y aun la cotidiana, por momentos adquiere valor de terceridad interpretativa que devela algo de lo propio. Un efecto interpretación sobre sí mismo.

¿ Y qué acontece con la idoneidad interpretativa interdicta ?

Frente a esta situación paradójica de ser conocido / tolerado, pero no demandado en la especialidad psicoanalítica interpretativa, es posible desplegar tres niveles de interpretación: primero, interpretar actoralmente un rol, desde lo más propio del quehacer psicoanalítico, la abstinencia. No es que se deba asumir un grotesco silencio. Se trata de no predicar ni el psicoanálisis, ni una solución salvadora, ni analizar en el sentido habitual del término. Pero sobre todo, no se intenta cubrir las funciones que no están cubiertas. Si falta conducción, se resiste la tentación de conducir. Esto es algo a resolver por el propio campo, sin asumir "comandos paralelos". El analista permanece al margen pero no marginado. Permanece en el noble margen del texto, aquél donde pueden apuntarse las notas de lectura. La lectura es, precisamente, el segundo nivel de interpretación: interpretar un texto. Leer lo que el campo dice y no dice y, sobre todo, contradice.

Entonces, al psicoanalista convocado y no demandado, pero atento a lo que por sí mismo pasa, en su "estar" psicoanalista aun en esas circunstancias, y poco preocupado por "ser" psicoanalista, es posible que se le vayan ocurriendo las palabras pertinentes para decir acerca de lo que ahí acontece. Un decir con valor de estructura hablada de lo percibido y que no olvida que la palabra es una estrategia que lo animará a decir lo pertinente; si es necesario y tiene la oportunidad, dirá algo que transgreda lo que en ese campo "se usa decir". Entre pertinencia y transgresión "estará" psicoanalista, despreocupado por "ser" psicoanalista.

Luego de esta introducción voy a incluir, algo abreviados, dos artículos que escribí posteriormente a aquella época.

El primero es de 1981, el segundo de 1993. Finalmente, haré una presentación actualizada de mi punto de vista acerca de la institución psicoanalítica en estos momentos.

Texto de 1981:

"Notas sobre el establecimiento y la disolución de la Institución Psicoanalítica"

Fernando Ulloa
Revista Argentina de Psicología, Año XII, Nº 30, 1981

I – Introducción.

Dudé un tanto acerca de entregar para su publicación estas notas inéditas, escritas tiempo atrás. Las juzgué básicamente eso, apuntes introductorios de mi periódico interés por el tema. Descarté la alternativa de rescribirlas y opté por agregar un resumen introductorio escrito hoy a estas notas escritas ayer.

Se puede considerar a la neurosis de transferencia como la primera y original figura psicoanalítica institucionalizada a partir de los clásicos pilares metodológicos de Psicoanálisis: la asociación Libre y la atención libremente flotante.

En la Neurosis de Transferencia se dan procesos de convocación y evocación propios de la regresión transferencial, que permiten el examen simultáneo y solidario de la institución familiar del infantil sujeto y del establecimiento del aparato psíquico como correlato registrado de aquella institución.

La Neurosis de Transferencia, en cuanto dispositivo técnico, hace posible reconstruir el itinerario histórico endo-exogámico del sujeto por su primitiva institución parental y las estaciones que marcaron en él este pasaje: identificación primaria, autoerotismo, Ideal del Yo, Narcisismo, Yo Ideal.

La simultaneidad solidaria de ambos itinerarios vueltos a recorrer en la Neurosis de Transferencia, hace extensible lo que acontece en el orden intrasubjetivo individual al correlato intersubjetivo de la numerosidad familiar. Este es el punto de partida para pensar el Psicoanálisis en relación con el objeto institucional.

Si alguien recurre a un psicoanalista es porque experimenta algún grado de sufrimiento en relación con alguien. Es el sufrimiento de un hombre en situación. Situación que se puntualiza como ámbito institucional en sus múltiples expresiones primarias y secundarias. La neurosis de transferencia captura y concentra ese sufrimiento en el vínculo bicorporal psicoanalítico –es decir, con tercero excluido. El resultado de esa concentración entre dos, propia de la situación psicoanalítica, es de naturaleza trágica. El incremento ambivalente, donde se depende de lo que se rechaza y se rechaza aquello de lo que se depende, es una de las esencias de la tragedia. Otra es la falta de mediatización del tercero: Edipo y Layo sin Yocasta, que al presentarlos haga posible el reconocimiento mutuo; Edipo y Yocasta, sin Layo, que impide el "conocimiento" mutuo, son ejemplos de la naturaleza trágica de la relación de dos. Quizás se podría decir algo de la tragedia de Layo y Yocasta sin Edipo.

En la neurosis de transferencia la alternativa del tercero está coartada metodológicamente desde la referencia interpretativa transferencial. Alcanzados los límites paralizantes propios de la tragedia ambivalente, se recurre al restablecimiento de la circulación bivalente, incluyendo técnicamente la consideración hacia el tercero excluido. Se trata de la transferencia lateral, en la que se hace nuevamente referencia al hombre en situación de sufrimiento o placer en relación con otros. Se promueve el pasaje de la ambivalencia trágica a la divalencia dramática. Así se alivian los efectos de la captura en la neurosis de transferencia, ya que la divalencia abre la alternativa del amor y el odio, en apariencia totales, con distintos vínculos. Algunos psicoanalistas van mucho más allá en esta referencia al tercero. Directamente lo incluyen: grupos terapéuticos, familias, parejas, organismos institucionales, coterapeutas. La propia institución psicoanalítica leída y operada desde el Psicoanálisis.

Pero esta inclusión territorial del tercero trae cambios sustanciales que no sólo se refieren a la variable de la numerosidad o a la calificación de los incluidos. Implica fundamentalmente alteraciones tanto en la posibilidad de la asociación libre como en la atención libremente flotante. Habiendo sólo dos –en roles asimétricamente pautados- fácilmente se estructura el funcionamiento recíproco de ambos términos del campo. La libertad de romper esta situación desde el tercero incluido requiere consenso en la numerosidad triangular.

¿Cómo mantener la intención de la asociación libre, cuando el sujeto está incluido en una numerosidad donde otro debe silenciar su habla y su presencia para que tal propósito sea viable? ¿Cómo sostener la atención flotante que procura capturar un afecto en relación a otro cuando ese otro, o su representante, está incluido? Ambos procesos están aun más alterados si la situación se aplica sobre la institución estructurada en torno a una tarea principal que exige alto consenso en su realización.

De una manera general, propia de esta síntesis introductoria, puede afirmarse que la inclusión de un tercero implica prácticamente la desaparición de la oportunidad para la neurosis de transferencia, tal como fue concebida en la puesta a punto del método que diseñó Freud.

No existiendo este recurso, el psicoanalista se encuentra en vivo y en directo con la transferencia neurótica no capturada, que aparece organizada "al natural" bajo la forma de figuras dramáticas. Son precisamente estas las situaciones a las que se refieren los pacientes cuando hablan de su sufrimiento en relación con otros. Si en la neurosis de transferencia el psicoanalista estaba como un cazador al acecho del retorno de lo reprimido, ahora será un cazador a la busca de dicha captura.

Dejo fuera de este resumen la descripción de lo que aquí denomino figuras dramáticas; diré sólo que su lectura toma en cuenta las categorías metapsicológicas -tópicas, económicas y dinámicas- con que el psicoanalista fundamenta su noción de conflicto individual y toma en cuenta las categorías temporales psicoanalíticas que, como la represión, la repetición, el "après coup", fundamentan las diferentes alternativas de retorno de lo reprimido.

A modo de resumen, diría que un analista interesado en la aplicación de su práctica al objeto institucional, deberá recorrer un camino que, abandonando el refugio metodológico de la neurosis de transferencia, con tercero excluido, se aventure en la selva de las figuras dramáticas propias de la inclusión territorial de dicho tercero. ¿Pero dónde comienza el psicoanalista a percibir esta terceridad incluida? En su propia Institución Psicoanalítica. Cualquiera haya sido el grado de formalización de la misma, siempre habrá pasado por algún tipo de articulación entre las variables del acto psicoanalítico: psicoanalizarse, estudiar los textos y sus comentadores, controlar-supervisar. Entonces, la propuesta sintética sería: el Psicoanálisis Institucional bien entendido, comienza por casa.

II – Notas sobre el establecimiento y la disolución de la Institución Psicoanalítica.

Los organismos sociales en que se agrupan los analistas como tales, llamadas institución psicoanalíticas, han sufrido frecuentes y distintos tipos de crisis desde los tiempos iniciales del Psicoanálisis.

Freud mismo fundó, disolvió y refundó su grupo inicial. Después, más que tradición, se hizo parte del proceso.

Me propongo examinar esta fundación-disolución, como inherente al acto psicoanalítico. De hecho también lo es a la neurosis de los hombres que inventan y habitan estos organismos.

Pensar psicoanalíticamente una institución psicoanalítica, sin desmentir la esencia interpretativa del psicoanálisis, aproxima la oportunidad de introducir un efecto interpretación en el específico conflicto de dicho ámbito. No por esto estaríamos autorizados a suponer una institución sin crisis; tampoco se propone el Psicoanálisis, respecto de los individuos, tal supresión. No obstante es dable prever el beneficio de un pensamiento como el que proponemos, en el sentido de incorporar las crisis, como ocurre con los individuos, a las expectativas de un desarrollo institucional. De ser así, la institución psicoanalítica, inevitablemente del orden del invento, como cualquier organización humana, no amenazaría tanto la oportunidad de descubrimiento que propone el psicoanálisis. Cuando esta institución pretende evitar la agudización conflictiva que con frecuencia desemboca en cismas, lo hace al precio de un rigidización caracteropática, convirtiendo al saber psicoanalítico en exclusivo saber académico, saber establecido al servicio de la represión, tanto intrasubjetiva como cultural. La institución adquiere entonces un fuerte tinte de corporación profesional-confesional, adaptativa al medio y a la moda psicoanalítica de turno. O bien puede asumir una ortodoxia ideológica sin verdadero rigor teórico, preocupada sólo en la administración de la práctica profesional. Ambas vías son indicadoras de un real alejamiento de los textos fundadores, sin avances verdaderamente originales. Por estos caminos se van aproximando, en el mejor de los casos, los inevitables cismas; entonces, los que quedan tienden a reforzar aspectos endogámicos con un alto costo represivo, y los que se van suelen experimentar una incertidumbre exogámica de carácter individualista. Las dos situaciones traen aparejados para el individuo beneficios secundarios, perturbadores de la tarea psicoanalítica, si bien es cierto que estas divisiones hacen factible en ambos grupos nuevos intentos de recuperar un funcionamiento que no desmiente flagrantemente el saber psicoanalítico. Y la historia continúa.

Lo que he dicho hasta aquí atiende fundamentalmente a aspectos descriptivos del problema, que permiten afirmar casi desde una perspectiva estadística algo obvio: la disolución, a título de germen, está presente desde el inicio mismo de la institución psicoanalítica. Ella eclosionará bajo determinadas condiciones históricas, concordantes en general con el contexto social, pero el pre-texto privilegiado en dicha eclosión es innegablemente de naturaleza personal, y está estrechamente relacionado a lo que más adelante desarrollaré como la "edad psicoanalítica" del psicoanalista. Es desde estas edades que se originan crisis y cismas de distintas modalidad y desarrollo.

Y hablando de texto, conviene no olvidar la literalidad del término, referida a los que documentan desde Freud la teoría psicoanalítica. Los cismas suelen deberse tanto al alejamiento o desconocimiento en la práctica de aquello que la teoría sostiene, como al surgimiento de nuevos textos teóricos disidentes. Podría pensarse que en el primer caso se trata más de políticas y en el segundo de teorías. De hecho se trata de hombres que hablan de su deseo singular, ya sea que desde el mismo decir teórico no digan lo mismo, o bien que diciendo acerca de lo mismo reafirmen un distinto decir. Es que el deseo suele condicionar el conocimiento.

Freud ya conceptualizó esta disociación como Spaltung. El concepto tiene tradición psiquiátrica como escisión de la personalidad y tradición psicoanalítica, desde que Freud la utilizó para definir el desdoblamiento intrasistémico del yo a partir del mecanismo de renegación de la castración. Es desde esta disociación que los psicoanalistas reciben la demanda de análisis de quienes se han quedado sin respuestas por haber disociado su aparato de preguntas (realidad perceptual) de su aparato de respuestas (realidad deseante). Claro que también se puede plantear de manera inversa el lugar de la procedencia de preguntas y repuestas –las cosas son del color del deseo con que se las mira- y tenemos un típico enfrentamiento de dos bandos que de hecho responden a diferentes organizaciones del deseo y la represión. De cualquier manera, quien demanda análisis desde la agudización de la Spaltung es porque no encuentra salida a su sufrimiento.

Pero conviene detenernos en la índole de la Spaltung y su posible reflejo en la institución psicoanalítica. Para Freud el concepto constituye un importante acceso para entender el fetichismo y la psicosis, o sea aquellos procesos donde está seriamente alterada la relación con la realidad perceptual. Fetichismo y psicosis no son ajenos a la especificidad conflictiva de una institución psicoanalítica. Así, la utilización ritual y vacía de contenido de la información psicoanalítica, sugiere algo más que una analogía con el papel del fetiche como velo encubridor de lo que falta, sobre todo cuando esta información adquiere el carácter de algo que tranquiliza "maternalmente" a quien habla y a quien escucha, desde una explicación no reveladora de la castración. También la degradación de aquellas ideas novedosas y perturbadoras, reducidas a modas domesticadas de fácil convivencia con lo ya sabido, es una manera de internar tras los muros institucionales el inquietante -¿delirante?- carácter del psicoanálisis. Cuando estas calidades sintomáticas se incorporan al funcionamiento habitual, la institución se caracteropatiza. Entonces cabe una pregunta: ¿es posible en el nivel institucional una práctica psicoanalítica original o la institución sólo es soporte para una enseñanza-transmisión de conocimiento-experiencias entre los individuos?

Es probable que la producción original de conocimientos psicoanalíticos sólo sea posible en el acto mismo de analizar. No hay en él ninguna teorización en común; en todo caso, lo compartido se sitúa sólo en el nivel de aquello que hasta ese momento permanece impensado y que hace posible que analizado y analista, cada uno por su lado, accedan al orden singular de lo impensable. Es que el insight es conocimiento abismal y singularizante en el nivel intrasubjetivo, y de separación en el intersubjetivo; son dos saberes que se discriminan.

El psicoanálisis parte de una teoría que, recibida institucionalmente, hubo de instrumentar mediante su propio análisis para amalgamar el saber escuchado con el saber de sí mismo. Desde ahí es posible ajustar e incrementar conocimientos teóricos paralelamente al autoanálisis que significa analizar. Si intenta enseñar-transmitir institucionalmente su nuevo saber el ciclo se repite, ahora ya no en función del psicoanalista que analiza, sino del psicoanalista que transmite psicoanalíticamente. La cuestión es saber en qué momento aquél que lo recibe ha de poder transformarlo nuevamente en conocimiento original. ¿Podrá hacerlo como aprendiz institucional o sólo en función de analista o analizado? El momento señalará la instrumentación de su saber como propio libreto liberador del libreto ajeno. Esto es propio del carácter disolvente del psicoanálisis.

Pero debemos considerar cuál es el origen de esta disolución liber adora que a esta altura parece sólo producto del desarrollo cognitivo singular del sujeto. El acto psicoanalítico es disolvente y promotor de ese desarrollo por obra de la castración simbólica, que recrea y hace posible el establecimiento de lo diferente, tanto en el enfrente y diferente intersubjetivo, como en la más específica objetivación de la diferencia de sexos, base primaria de toda epistemología desde una óptica psicoanalítica.

Resulta claro que hay una dis-solución (solución perturbada), aquélla que engendra la castración real. Comencemos por subrayar lo ya conocido: la castración simbólica se legaliza en nombre de una ley, la de la reciprocidad posible, en tanto la castración real es ejecutada por alguien que se asume como ley; no hay en ella reciprocidad, sólo poder desde la asimetría. Se trata de una diferencia destacable, ya que la dis-solución propia del acto psicoanalítico, de calidad simbólica, implica producción de pensamiento, en tanto la que resulta de la castración real no sólo es contraria al acto psicoanalítico, sino que es concretizadora del pensamiento. No hay amalgama del saber ajeno con el propio, simplemente hay subordinación o rechazo.

Resulta importante subrayar esta diferencia en la acción disolvente de la castración. Una disuelve las presiones endogámicas, la otra cierra el camino hacia la exogamia. La primera afirma la disolución del mito narcisístico y de los aspectos ideales, de engañoso saber del Yo, al que el narcisismo da lugar; la segunda tiende a reforzar esos aspectos ideales yoicos, cristalizando al sujeto como materialización del narcisismo ajeno. Fácil es advertir que nos vamos introduciendo descriptivamente en posibles conflictos de la institución psicoanalítica.

Pero volvamos al acto psicoanalítico. El mismo es consecuencia primera de la actitud y la aptitud de un psicoanalista en función pertinente a las tres operaciones clásicas del Psicoanálisis: psicoanalizar, estudiar los textos y controlar. Cualquiera de estas tres situaciones está estructurada como acto psicoanalítico, en tanto consecuencia de una teoría psicoanalítica que, por serlo, habla del inconsciente y al inconsciente. En esta complementariedad se apoya su carácter interpretativo. Es este doble hablar lo que dispara el acto psicoanalítico. El psicoanalista, desde su actitud (presencia y disposición para la acción), al interpretar su papel, habla básicamente al inconsciente, y desde su aptitud (idoneidad teórica y metodológica), al interpretar una lectura y formular lo leído, habla fundamentalmente del inconsciente.

Demos otra vuelta aun por este acto fundador, enfatizando sus consecuencias. La actitud-aptitud del psicoanalista hablador del y al inconsciente del analizado, genera en el destinatario algo que puede definirse como el paradigma de una oportunidad "misma-otra". Aclaremos: Reactiva en el destinatario la disposición para una nueva oportunidad. Es la "misma", en el sentido en que apunta al reencuentro con la antigua experiencia de gratificación materna. El analista en función materna no afirma ni desmiente la esperanza de tal reencuentro con la felicidad. La calidad materna no es una intención ni una acción, va de suyo en la naturaleza del acto psicoanalítico. La no supresión de este anhelo, manejado desde la abstinencia, es motor esencial del proceso. Es "otra", en tanto la oportunidad apunta al encuentro novedoso. Aquí el psicoanalista, en función paterna, desde el lugar del tercero, con su decir acerca de lo que acontece, afirma la posibilidad de otro conocimiento diferente que haga superar el carácter traumático de la antigua insatisfacción, a la par que limita la posibilidad del anterior "conocimiento".

Lo que funda definitivamente el pasaje expresado en el paradigma "misma-otra" oportunidad, es la acción de la castración simbólica. Gráficamente esta acción está significada en el guión (-), que en la ruptura, enlaza y desiguala ambos términos. Digo desiguala con la intención de atribuir a la castración simbólica no sólo el carácter de acceso a otro conocimiento diferente sino el de fundación del sujeto, ya y a futuro diferente.

El paradigma "misma-otra" nos remite nuevamente a la Spaltung en el nivel individual y al proceso endogámico-exogámico en el ámbito social, la familia en primer término y la institución secundaria, en el segundo.

Podemos avanzar ahora más abiertamente en lo que concierne al funcionamiento de la institución psicoanalítica, enfatizando el difícil problema de la enseñanza del psicoanálisis.

Las contradicciones en que entra el psicoanálisis en su relación con la institución psicoanalítica, en general comienzan cuando ésta no logra enseñar el psicoanálisis psicoanalíticamente y la enseñanza se mantiene sólo en el status del saber académico, perdiendo la posibilidad inherente al insight promotor de rupturas epistemológicas y de acceso a otro saber. Otro aspecto problemático se agudiza o se cronifica, cuando el poder administrativo que sostiene tal enseñanza desmiente su modalidad, o ilustra patológicamente dicha enseñanza. Lo anterior es un desafío que enfrenta toda institución psicoanalítica. Aun no está ni siquiera encaminada su solución; por el momento tiende sólo a promover dis-soluciones que en general incrementan las desilusiones.

Toda enseñanza psicoanalítica es válida en tanto se estructura como acto psicoanalítico –como ya fue señalado- pertinente a las tres fases de tal enseñanza, recibida por quien desea ser psicoanalista: psicoanalizarse, estudiar los textos, controlar. Estos tres aspectos están estructurados con características específicas, en tanto actos psicoanalíticos, y tienen distintas formas de institucionalización o encuadre. Se acostumbra definir como encuadre psicoanalítico al primero –psicoanalizar-, en tanto la organización para el estudio de los textos queda referida como propia de la institución psicoanalítica. El tercero –controlar- puede participar de ambas situaciones, ya que como control se encuadra más próximo al primer encuadre y como supervisión o visión desde afuera, al segundo.

Cada una de estas situaciones en cuanto acto psicoanalítico necesita una particular manera de organizar el paradigma "misma-otra" oportunidad; en última instancia, reorganizar la situación transferencial.

El encuadre propio del analizar al examinar todo acontecimiento como reflejo transferido desde el pasado, refuerza el proceso transferencial, organizando la neurosis de transferencia que, al incrementar la regresión, hace posible acceder al "por qué" genético de la conducta. La transferencia es aquí fundamentalmente ambivalencia creadora de condiciones próximas a la tragedia. Es desde la escucha abstinente que se acciona aquello que es definido como el orden de la castración simbólica y que, manteniéndose regresivamente próximo a la "misma" oportunidad (rol materno), va avanzando en le reconocimiento de la "otra" (rol paterno). Así se irán reactivando y resolviendo los aspectos más trágicos de la antigua historia del sujeto.

Se puede decir que, conceptual y metodológicamente, resulta claro el encuadre en que se desenvuelve el analizado. No resultan tan claras las cosas cuando el acto psicoanalítico se estructura como psicoanalistas que enseñan psicoanálisis psicoanalíticamente. La operación está encuadrada en el nivel institucional, donde entra a jugar el problema de la numerosidad colectiva. Si en el analizar se enfatiza el examen del "por qué" histórico genético, el acento portará aquí sobre el "para qué" prospectivo, en la medida en que toda conducta adquiere el valor de ensayo operativo de un futuro y externo accionar. Esta es la característica fundamental, la intencionalidad, que preside la actitud-aptitud de un analista en funciones docentes y en funciones administrativas e institucionales. Este énfasis en la lectura del para qué prospectivo aún de comportamientos que pueden revestir características sintomáticas, permite en término recuperar el carácter de ensayo propio de un contexto de capacitación, al mismo tiempo que hace posible individualizar aspectos anti-económicos (sintomáticos) de las conductas ensayadas. Esta primacía en la escucha analítica del para qué favorece, en el analista colocado en roles institucionales de capacitador o de administrador, mejores condiciones para detectar los por qué sintomáticos, sin tanto riesgo de incrementar regresiones totales en los aprendices; puede, en cambio, implementar respuestas útiles a las demandas propias de la capacitación.

Si el encuadre psicoanalizar recrea, desde el incremento de la ambivalencia, las condiciones de la tragedia, este otro encuadre desde la numerosidad y el ensayo de lo prospectivo, favorece la alternativa divalente (objetos totales y distintos para la localización de lo temido y anhelado), dinamizando una situación que reúne características del drama, en la medida en que la inclusión del tercero y el afuera hace posible el pasaje de la ambivalencia trágica a la divalencia de la circulación dramática. Si en la tragedia prevalecían condiciones endogámicas, en le drama se dan la movilidad y las alternativas exogámicas. Es posible amar y odiar totalmente a distintos objetos, lo cual permite el surgimiento de figuras dramáticas que dibujan los distintos subgrupos institucionales. Además, habiendo "afuera" hay mañana y hay posibilidad del hecho nuevo. La comedia se avecina. También la "de las equivocaciones".

En relación a la tercera operación psicoanalítica, el control, pueden darse dos modalidades de encuadre. El control mismo, donde un analista en función paterna adiestra la abstinencia del controlado, ejerciendo una suerte de prohibición simbólica que permite a éste asumir el rol del analista, sobre todo desde lo que no se hace más que desde lo que sí se hace. En este aspecto, el control se asemeja al encuadre del analizado; pero en su versión de super o extravisión (visión externa), un analista debe entender que el paciente, aún desde la asociación libre -me refiero al paciente controlado-, ha seleccionado algunas ocurrencias; de ellas, su analista –el que controla- ha seleccionado a su vez otras que reducen el discurso original, y por último, quien controla ha hecho una tercera selección que lo distancia aún más del discurso original. Si se toman en cuenta la condiciones de esta extravisión, se puede entender que, excluyendo la posibilidad anterior de señalar lo que no se debe hacer, -adiestramiento en abstinencia- no resulta viable en especial pretender señalar lo que sí se debe hacer. En el mejor de los casos, se puede explorar lo hecho desde el punto de vista teórico que lo soporta, y confrontar la situación con experiencias similares, no iguales, de quien supervisa. En este aspecto la supervisión se aproxima a lo que hemos definido como el segundo encuadre, el de la transmisión. Cualquiera de las modalidades implica la presencia estructurante de un acto psicoanalítico pertinente y en consecuencia también se está hablando del y al inconsciente.

Esta breve caracterización de las tres situaciones que se estructuran como acto psicoanalítico, disparado desde este doble hablar del analista, y que han de organizar el paradigma transferencial "misma-otra" oportunidad, permitirán puntualizar cuándo el conflicto institucional es consecuencia del accionar disolvente y singularizante de la castración simbólica, y cuándo dicho conflicto nos remite a la dis-solución de la castración real. El primer caso implica, concretamente, que no se producen extrapolaciones metodológicas entre las diversas estructuras descriptas, permitiendo que el proceso permanezca localizado en ellas todo el tiempo que sea necesario. Por el contrario, cuando esta extrapolación acontece, lo que funcionaba como castración simbólica se torna castración real al perder la condición de artificio legal, para transformarse en la arbitrariedad de lo pertinente. Esto acontece cualquiera sea el sentido en que se deslice tal extrapolación y es frecuente causa de conflictos institucionales esterilizantes.

A veces lo no pertinente queda en un alto nivel de evidencia, por ejemplo cuando el nivel de la enseñanza estructura implícitamente –no es frecuente que lo haga de manera explícita- escuchas y respuestas según una modalidad regresiva, propia de otro encuadre. La reciprocidad de roles se hace entonces poder asimétrico. Otro tanto acontece cuando en el encuadre propio del psicoanalizar, la extrapolación toma forma de práctica de teorías generales y no de conceptualización específica (interpretación) de una práctica singular y singularizante. También en el control la abstinencia puede imponerse, no desde la abstinencia misma de quien controla, sino desde una enseñanza que adquiere el carácter de prohibición transgresora por arbitraria. Es un hecho que, en los controles, es donde suelen acumularse el mayor número de transgresiones teóricas y prácticas.

Ya he señalado como una de las más frecuentes la de pretender, a través del analista en control, "analizar" a un paciente de quien necesariamente estamos muy alejados. Otra cosa distinta ocurre cuando, en función paterna, el control sostiene desde un genuino interés por su colega, su difícil rol materno para, por ejemplo, fundar una situación analítica de un paciente refractario a tal situación.

Las primera propuesta que surge de estas notas acerca de la institución psicoanalítica emerge de lo dicho hasta ahora: el acto psicoanalítico se resuelve en acto disolvente, en el individuo en análisis y en los individuos institucionalizados, en la medida en que van asumiendo desde su propio saber hecho instrumento. Constituye una capacitación en sí mismo. Ello es posible en tanto no haya extrapolaciones arbitrarias entre las tres situaciones analíticas. Si esto ocurre, se instaura la dis-solución subordinante.

La segunda propuesta se refiere, entonces, al proceso de disolución individualizante, desarrollado como "edades" psicoanalíticas del psicoanalista. Está en relación con lo que he llamado "el propio libreto", concepto que merece una aclaración. Recordamos antes el modo según el cual la SPALTUNG establece en el sujeto un lugar donde se ha instaurado la castración a título de aceptación del principio de realidad perceptual, y otro donde está negada tal limitación, permaneciendo entonces bajo el principio de realidad en la escucha psicoanalítica, pues desde ella advertimos dos discursos distintos: el que proviene del principio de realidad perceptual, que se estructura como conflicto, y el que proviene del territorio donde domina el deseo, que se estructura como expectativa de solución. Volvemos con ello a nuestro paradigma "misma-otra" oportunidad.

Son muchos los comentarios metodológicos / metapsicológicos que pueden hacerse a partir de esta situación, pero los postergo para señalar aquí otra división que algunos autores psicoanalíticos definen como la fisura que separa un inconsciente reprimido de un inconsciente escindido. Este es un asunto menos definido que el de la SPALTUNG, pero no por ello menos importante. Con el inconsciente reprimido no hay demasiados problemas teóricos: alguna vez fue registro consciente como verdad material. Su recuperación como recuerdo encubierto tras los recuerdos encubridores, puede ser una práctica ardua pero teóricamente posible. La cuestión se plantea con aquel inconsciente que nunca será acción sobre el sujeto. Está allí en tanto somos, antes que nada, la materialización del deseo ajeno que nos inscribió en el orden de los nacidos, nos eligió un nombre y nos previó un destino. Nombre y destino que, a su vez, fue elegido y deseado por aquellos que intermediaron para que nuestros antecesores existieran nombrados y destinados. Y así hasta el deseo Antiguo, y ese deseo manda.

Sabemos, gracias a la práctica psicoanalítica, y reportándonos a una de las conceptualizaciones que Freud hizo del concepto de "construcción", en términos de construcción arqueológica, que es posible ir corriendo lentamente el límite de la fisura y reducir así esta programación escindida. Es cuestión ardua, casi artesanal, para la cual se dijera que no alcanzaría la vida toda. Pero la solución viene posiblemente por otro camino, "de un solo golpe", no precisamente regresivo.

Quiero señalarlo por estar estrictamente relacionado con el tema de la disolución que promueve el psicoanálisis y su repercusión institucional. Si repensamos el largo proceso que organiza los aspectos ideales del Yo, y sobre todo si lo advertimos desde el psicoanalizar, vemos cómo el sujeto va, por una parte, encaminándose lentamente a un exilio desde su nacimiento, a través de diversas estaciones que se estructurarán como aspectos yoicos: primero será identificación primaria que lo une a su madre organizando la unicidad fantasmática anobjetal, más tarde será la unión al propio cuerpo autoerótico. Ambas uniones desembocarán en lo que Freud llamó la organización de una nueva instancia psíquica, el Yo Ideal, primer objeto total y basamento del narcisismo. Será a través de sucesivas renuncias y recuperaciones narcisísticas en sus excursiones objétales, que el sujeto irá incorporando, como identificaciones, los materiales que perfeccionarán el desmentido de la separación inicial bajo la forma Ideal del Yo. Aquí el sujeto se pretenderá engañosamente "yo soy así" -ignorando que lo hicieron así...

En todas estas fases se va perfeccionando una suerte de autonomía cada vez más engañosa que, como refuerzo yoico, desmentirá el desamor infantil y la antigua nostalgia por lo que ordena desde lo escindido. En todo caso, la perfección de la autonomía yoica desde el Ideal del Yo, disimula la condición de agente secreto del deseo de los Antiguos, y del propio antiguo deseo de unidad.

Todo esto confiere valor a la disolución promovida por el psicoanálisis que, como moderna ruptura, establece el necesario, profundo y temporal exilio que rompa con este engañoso saber que proviene de todas estas estaciones ideales yoicas que pretenden ignorar la separación inicial. En la historia de las ideas son muchos los pensadores -el mismo Freud-, que pasaron por el desierto de un largo desconocimiento hasta soportar las necesarias rupturas para organizar nuevos instrumentos de indagación abismal de la realidad o de la realidad abismal. El psicoanálisis es uno de esos instrumentos y lo será mientras no pierda su condición microtelescópica, para degradarse en una engañosa suerte de ideología de la vida. Cuando esto ocurre los psicoanalistas tienden a fundar instituciones y se quedan endogámicamente a vivir en ellas, trenzándose en mezquinas luchas por el poder. Entonces los manicomios son modelos próximos. El costo de mantenimiento de estas instituciones ahoga al Psicoanálisis y amenaza el crecimiento de los psicoanalistas. Se los aleja de las posibilidades de acceder a la edad de la maestría, producto de un pasaje necesario por el desierto en el cual psicoanalizar se torne simultáneamente autoanálisis. Este largo camino lleva al momento "de un solo golpe" o de ruptura reveladora.

Podría pensarse, y algo de verdad hay en ello, que desde lo anterior, deberían existir tantas instituciones psicoanalíticas como propios deseos y conocimientos, es decir, tantas como analistas. Esto nos enfrenta con algunas preguntas, que escapan al desarrollo de estas notas, por ejemplo, aquélla que concierne las posibilidades de lo que entendemos por democracia institucional y su relación con el diálogo psicoanalítico, diálogo que intercambia teorías que dicen del y al inconsciente. No dudo que la idea de la reciprocidad posible, regulando la necesaria asimetría del enfrente y diferente, es asunto central.

Sin duda para responder a estas preguntas deberíamos tomar en cuenta cómo operan los deseos, los escindidos y los reprimidos, el doble hablar psicoanalítico, y no olvidar que el Psicoanálisis, como actitud instrumental, tiende a trascender lo aparente y a no sobredeterminarse por lo manifiesto. Desde ahí pretende acceder a su objeto, que por resultar finalmente del orden científico, aunque la práctica psicoanalítica se aparte de los caminos habituales de la ciencia, logra una marcada eficacia transformadora sobre los efectos del hábito cultural, es decir, sobre la cotidianeidad. Entonces se pone de actualidad el viejo chiste de psicoanalistas: "Buenos días, colega", respondido por el recíproco: "Tenga usted buenos días, colega". El chiste -o la tragedia-, está en la inquietud con que ambos se retiran meditando: "¿Qué me habrá querido decir?" .

Esto nos remite al "saludo" de la institución psicoanalítica donde el analista reflexiona "¿Qué me querrá decir?", y que en el analizado se transforma en "¿Qué querrá que le diga?", que encubre el "¿Qué quiere de mí?". Transcurre algo más que el curso abstinente de una sesión para que ambos accedan a "¿Qué quiero de mí?" y que esta interrogación sobre el anhelo, más que respuestas definitivas –que no las hay-, vaya organizando en los individuos el camino al exilio exogámico, desde donde será posible transformar la condición de agente pasivo, que responde a la antigua programación escindida y / o reprimida en activa interrogación abismal.

¿Cambia esto las cosas?. Quizás sólo cambia lo que he llamado la "edad del psicoanalista", cuando del analista se trata. Es fácil describir una edad inicial, la del noviciado, donde se impone como posible y útil la identificación con modelos existentes y vivos, en general el del propio analista o el del propio control o bien otro psicoanalista que responde al interrogante precario "¿Qué quiere de mí?".

Tiempo más o menos, si el proceso psicoanalítico funciona psicoanalíticamente, estas identificaciones se irán disolviendo y los modelos vivos serán reemplazados por las identificaciones con abstracciones teóricas generalizadas. Es el tiempo fecundo de los amores con la teoría.

Algunos nunca superan la primera edad o sólo el deseo para la segunda, la de la teoría. Su destino suele ser convertir su práctica en práctica ritual deteriorante. Si quienes han logrado hacer el pasaje, mantienen de la primera identificación algo así como "la marca del orillo", estas prácticas rituales suelen hacer de ellos "el orillo de una marca", la marca de una castración real; quedan así "cortados por la misma tijera".

Ya anuncié la posible tercera edad, la edad de la maestría, en la cual el acto psicoanalítico ha echado suficientes raíces como para transformar cualquier análisis en autoanálisis. Hace tiempo que ha terminado el análisis terminable, el que implicó la presencia de un psicoanalista, pero nunca dejó de funcionar el interminable. Ese constante, efecto de la comunicación de inconsciente a inconsciente, donde el desierto del "exilio" -"no quiere nada de mí"- se va poblando de un sí mismo distinto de las engañosas funciones ideales del Yo.

Esto pertenece a lo que he conceptualizado como "La estructura de demora de la escucha psicoanalítica": siento, quiero / no quiero, creo, pienso, hablo / no hablo. Se trata de un largo proceso que escapa a estas notas, en la medida en que son múltiples los desarrollos que caracterizan cada una de estas distintas edades. Esos momentos sirven para identificar modalidades en la problemática institucional. Así, en la edad del noviciado, cuando los modelos tienden a ser vivientes, el dilema parricidio – castración, o el más regresivo aún del anhelo simbiótico (ser deseo del deseo materno), mantienen toda la insuperable condición endogámica de la tragedia.

Es claro que el único escenario pertinente para superar estos dilemas, es el propio análisis. Pero también es claro que la escucha psicoanalítica colabora en la solución de esta situación, escucha que cuando es correcta en el nivel institucional pone cuidadosamente el énfasis en el para qué prospectivo y que en el control privilegia el adiestramiento en la abstinencia.

La edad que he caracterizado como la de "los amores teóricos", es la edad institucional por excelencia. Sin duda es edad de rigor por los textos, única manera de protegerse de desviaciones dogmáticas que, por el contrario, indican desconocimiento o sometimiento no hermenéutico a ellos. Desde lo dogmático, la letra teórica no permite conceptualizar prácticas, sólo queda en prácticas de teorías. Si la anterior edad se enmarca en el dilema padre–hijo y su correlato dramático parricidio–castración, ésta se secundariza en el modelo profesor–alumno, con el riesgo del academicismo represivo. La sabiduría radica en mantener la transmisión teórica en el valor de lo aun no pensado por quien la recibe. Lo impensado, aquello que en "Construcciones ..." Freud postula que promueve en el paciente –aquí, en el aprendiz-, el sorprendido comentario de " no lo había pensado así".

Desde un punto de vista topológico, la comunicación teórica psicoanalítica, en su hablar del inconsciente, en la medida en que promueve lo hasta ahora impensado, funciona como preconsciente, y a la manera del resto diurno del sueño, puentea el abismo tópico consciente / inconsciente, accediendo así a la singularidad exclusiva de lo impensable. Si la teoría psicoanalítica transmitida ha hablado además al inconsciente, promoverá en el sujeto afectos y la necesidad de indagar la causa de los mismos, es decir, pensamientos. Este pensamiento se amalgama con lo transmitido como hablar teórico del inconsciente, un producto que va siendo singular para cada sujeto. Por este camino se va superando el riesgo del paternalismo académico profesor-alumno; quien funciona como profesor va accediendo a la maestría en tanto el alumno adviene a la condición de discípulo. Ambos en grados distintos, en la tercera edad. El maestro lo es porque quizá va a vivir menos; el discípulo porque va a vivir más. Lo contrario no es antecedente ni prerrogativa importante.

La transmisión de conocimientos que se daba en la edad anterior, aquí da lugar a la transmisión de una manera de acceder al conocimiento. No se transmiten modelos ni consignas. No se cree en el maestro; por momentos no se lo respeta, pero tampoco se lo ignora. Acontece que la maestría, al no hacer posible ninguna idealización sacralizante, no funciona como ideal para el discípulo. Esto obliga al discípulo a confrontarse con sus propios ideales yoicos, que a esta altura están maltrechos. Lo doloroso de esta confrontación es lo que perturba inicialmente la relación entre maestro y discípulo. Ha llegado para éste el tiempo del desierto. Más tarde, desde la propia maestría, se empieza a entender.

El maestro se defiende de quienes se acercan en condición de alumnos. En todo caso, tiende a buscar la condición de los discípulos, pero es probable que no lo intente con individuos próximos. En Psicoanálisis, suele ser un riesgo. Posiblemente elija el camino de la escritura; así se van originando nuevos textos y se aproximan nuevos episodios cismáticos. Algunos de estos textos más tarde son recuperados e integran lo integrable como caudal de conocimiento.

Cada tanto algún texto resiste toda integración. Se trata de algo más que un episodio cismático. Una ruptura ha inaugurado un nuevo acceso al conocimiento. Ello supone que ha nacido un sabio. En el caso del Psicoanálisis se llamó Freud. Fue el primero. Si el psicoanálisis funciona no puede ser el último. Ya hay otros. Esta es la tesis "disolvente" propuesta en estas notas. Entonces los cismas son datos importantes con los que trabaja el psicoanalista: preanuncian mejores organizaciones.

Epílogo (Incluido en el texto de 1981).

Comencé anteponiendo una introducción a estas notas escritas tiempo atrás. Agregaré a manera de epílogo un enfoque más reciente. Se trata de una formulación abarcativa que me permite pensar cualquier situación psicoanalítica, y que aplicada al tema que nos ocupa, señala el núcleo organizativo elemental para un diseño de capacitación psicoanalítica.

La formulación es la siguiente:

La primera propuesta se refiere a la acción del Psicoanálisis sobre el individuo, ajustada a la pertinencia metodológica de cada uno de los tres actos psicoanalíticos. Esta acción es instauradora de singularidad. Pensando en términos de numerosidad se trata de una acción disolvente y anti-institucional, porque opuesta, de hecho, a todo consenso.

La segunda propuesta, tarea principal, implica, por definición, consenso; representa la fundación institucionalizante contradictoria con la disolución anterior.

Si la capacitación es realmente psicoanalítica, la situación anterior probablemente bordee o se introduzca en momentos de caos. Es como si la construcción laboriosa de un dispositivo orgánico de capacitación, evocara alguna variable del mito bíblico de la confusión de lenguas. La Torre de Babel institucional tendrá distintos desenlaces. Si lo que pre-existe es la noción de un saber sacralizado al que se aspira y desde el que alguien o algo que no presenta una ley sino que es la ley, sanciona, la confusión reflejará la dis-solvencia , la lucha por el poder acceder al esterilizante orden "iano", donde toda marca singular se borra sin la posibilidad que, a su tiempo, alguien acceda a la propia palabra teórica. Tan sólo accederá a una suerte de esperanto oficial o a algún dialecto menor. El "iano" en función de psicoanalista se identifica simultáneamente con la literalidad paterna y con la invalidez del paciente. Así pierde este analista secularidad, mediatizando sólo entre abuelo y nieto una práctica teórica sin la conceptualización singular de una práctica.

La otra alternativa frente a este inevitable momento de desestructuración, propia de la capacitación psicoanalítica, de por sí en algún momento desestructuradora del saber establecido, se apoya en los otros dos términos de la formulación propuesta, aquellos que dan cuenta del carácter interpretativo del Psicoanálisis operando sobre lo silenciado; es mediante esta operación que un analizado "adquiere lo que le es propio". Esta última frase, es algo más que una vaga afirmación psicoanalítica periódicamente reactualizada desde los tiempos en que Freud parafraseó a Goethe. Señala el carácter específico del proceso de capacitación.

La capacitación psicoanalítica se encuadra en cuatro parámetros estructurales:

La formación psicoanalítica implica que un sujeto escuadrado –por así decirlo- en un encuadre, internaliza y metaboliza en un proceso ascendente –también por decirlo así- este encuadre.

Su estilo personal se irá haciendo experiencia desmitificada a la par que instrumento. Como instrumento pasa a integrarse "ascendentemente" al tercer parámetro, eje central del método que permitirá la mediatización de una práctica, gracias a la teoría –insight mediante. Pero esta inclusión personal confiere al esquema referencial una calidad ideológica sofisticada: una manera singular de proyectarse como psicoanalista, un proyecto identificatorio que desde el mañana tiñe el presente. Necesariamente este proyecto sobre sí, lo confrontará de una manera no inocente con el proyecto del campo, o sea con el segundo parámetro del encuadre.

Es esta confrontación la que hará posible desde su autonomía discriminada, establecer los grados necesarios de concordancia y discordancia con los otros, para garantizar o para negar la posibilidad de una producción común. Cuando se ha adquirido campo -o sea, aquello que representa el primer parámetro del encuadre-, entonces la exogamia comienza a ser un hecho y un oficio, una manera de vivir.

Cualquier acción psicoanalítica, prevalentemente aplicada en situaciones de numerosidad institucional, debe enfrentar los avatares de esta contradicción entre disolución y fundación, entre singularidad y consenso. No es casual el orden en que coloco los términos que emergen de cada una de las dos primeras propuestas de las cuatro que formulé como epílogo. Primero, la instauración del deseo individual y luego, desde esta ardua capacitación, que a eso se refiere la metabolización ascendente del encuadre, la aspiración a nuevas y distintas fundaciones y consensos.

Este es el sentido dialéctico del proceso psicoanalítico, que a partir de la neurosis de transferencia o de las transferencias institucionalizadas, siempre recorre el mismo camino.

Pichon Rivière había conceptualizado en términos de espiral dialéctica lo que aquí describo como la ascendente internalización metabolizada del encuadre capacitador. El acceder a lo propio es camino que supera la confusión de lenguas, desde la inteligencia discriminadora del enfrente y diferente. Ello no garantiza la construcción de la institución de Babel, no porque sea construcción imposible, sino por el viejo pleito humano acerca de quien será su propietario. Pero abre la esperanza de menos psicoanalistas fortificados en el privilegio de sus torres de marfil. La confusión fragmentaria de las torres conceptuales, también puede ser objeto de lectura y de manipuleo no ecléctico del Psicoanálisis.

Texto de 1993

La Institución Psicoanalítica. Una utopía"

Fernando Ulloa
Revista "Cínica y análisis grupal", Vol. 15 (2), 1993, Madrid

Para atender la especificidad de este tema y al mismo tiempo no apartarme de aquello que es mi practica, voy a ocuparme desde el proceso psicoanalítico de una forma inmediata, del contexto histórico social, el que representan las vicisitudes, formas y crisis de la institución psicoanalítica. Legitima este enfoque el hecho de que estos organismos suelen constituir lugares donde se ponen a punto los postulados conceptuales y donde se capacitan los analistas.

Capacitación y conceptualización constituyen ejes sobre los que gira la práctica teórica, clínica e ideológica que, con mayor o menos marca institucional, habrá de multiplicarse en los encuadres donde cada uno opera el contexto social. Adelanto global y sintéticamente la idea que desarrollaré.

En sus largas décadas de existencia el psicoanálisis ha ido organizando prevalentemente dos modalidades institucionales: una que denomino escuela y otra que denomino –tal vez con mayor imprecisión- iglesia. La primera suele exagerar en la pretensión de "una teoría verdadera" psicoanalítica. La segunda "hace culto" en ordenar los escalones de una carrera profesional. Cada una de estas figuras institucionales polariza estructuras y conflictos con alguna especificidad.

Aludir a estos modelos no excluye, sobre todo en los últimos tiempos, la presencia de otras alternativas de organización. Por otra parte, no necesariamente, los afiliados a una u otra modalidad están linealmente recortados por la tijera institucional. Describiré con algún detalle el desarrollo histórico de ambos modelos y de una tercera alternativa. Al final presentaré algunas ideas acerca de lo que denomino La Torre de la utopía psicoanalítica.

Cuando alrededor de 1910 Freud impulsó la fundación de la Sociedad Internacional Psicoanalítica (IPA), pareció coincidir bastante con algunas sugerencias de Ferenczi acerca de la modalidad de conducción de la institución psicoanalítica; Jones, el biógrafo oficial de Freud, atribuye a Ferenczi más o menos el siguiente pensamiento: "El enfoque psicoanalítico no conduce a un igualitarismo democrático, tiene que hacer una élite dentro del espíritu de las leyes del Platón acerca del gobierno de los filósofos". Un poco antes, Freud había recibido la propuesta de integrar una "fraternidad internacional para la ética y la cultura". Al respecto escribía Jung: "...lo que me atrajo fue un punto del programa práctico, combativo y protector a la vez: la obligación de luchar directamente contra la autoridad del Estado y la Iglesia, cuando estos cometan una injusticia manifiesta agregando que en ningún caso, estaría dispuesto a unirse a un movimiento contra el alcoholismo...". Pronto abandonaría este proyecto para impulsar una asociación puramente psicoanalítica –la IPA-, cuya conducción implicó desde los comienzos una serie de conflictos entre su grupo vienés y el grupo suizo de Jung.

En 1921 Freud conceptualiza en Psicología de las masas y análisis del yo, valiosas observaciones acerca del papel del narcisismo, en la constitución de institución como la iglesia y el ejército, grupos que se estructuran desde la identificación con una imagen idealizada soportada en un líder. Es posible que Freud haya reflexionado entonces sobre semejanzas y diferencias en la estructuración de los grupos psicoanalíticos, principalmente en grupo vienés y la IPA.

El grupo vienés que en 1902 funcionaba como Sociedad Psicológica de los Miércoles, fue disuelto por el mismo Freud en 1908 reorganizándose en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Es conocido cómo Freud se dirigió a todos los miembros en una circular donde anuncia la disolución y propone que quien quiera seguir siendo miembro, simplemente lo comunique antes de determinada fecha. Explica que "...La disolución de la sociedad y su posterior reorganización tienen el propósito de devolver a cada uno la libertad de separarse de la sociedad sin perjudicar las relaciones personales". Sugiere además en dicha circular, que cada 3 años se emplee el mismo sistema. De hecho, el procedimiento fue empleado por última vez en 1910. Por motivos distintos, otras sociedades psicoanalíticas repitieron esta modalidad años después-

Puede pensarse que Freud advertía en su pequeño conjunto vienés, el beneficio de una agrupación abierta y transitoria donde los miembros no quedaban a vivir en ella. Pero la necesidad de consolidar formalmente el psicoanálisis, visualizado movimiento, lo llevaría a coincidir con pensamientos como el de Ferenczi acerca de liderazgos de élite que se aproximaban al modelo de Iglesia y ejército que habrá de describir 10 años después. Así fue que surgió un modelo de sociedad psicoanalítica que frecuencia rigidizado en corporaciones profesionales muchas veces destinadas a afirmar la presencia social de los psicoanalistas a expensas de psicoanálisis y su efecto específico.

El grupo de Viena en los tiempos iniciales no parecía desmentir en su funcionamiento la movilidad propia del fenómeno psicoanalítico. Curiosamente este grupo se reunía en la sala de espera de Freud, lugar donde simbólicamente debe detenerse toda estandarización instituida, si no se quiere desmentir el aserto que presenta al psicoanálisis reivindicando la singularidad de cada individuo en cuanto sujeto inconsciente. Sala de espera y transitoriedad en la fundación y desfundación periódica propuesta por Freud, simbolizan un antecedente no despreciable cuando se piensa en una situación institucional que no desdiga en la práctica lo que sostiene en la teoría.

Pero, poco después, habría de accidentarse este proceso de movilidad. Ferenczi, siempre elitista, se propone fundar en 1912 el llamado Comité. Un grupo de personas que, a decir de Jones, "estarían cabalmente analizadas por Freud" y que en distintos centros y países, garantizarían la pureza del psicoanálisis. La idea no fue viable, quedando reducida, ahora por sugerencias del propio Jones, a una suerte de vieja guardia, un pequeño grupo de confianza alrededor de F. Eran diferentes reacciones frente a los enfrentamientos con Adler, Stekel y los que empezaban a hacerse evidentes con Jung.

En cierta forma estas dos alternativas, la pureza del planeado comité y la lealtad de la guardia de amigos, prefiguran las modalidades que he adelantado en tanto vicisitudes políticas institucionales.

La verdadera fundación de Freud, como primera y original figura psicoanalítica, fue la neurosis de transferencia, puesta a punto a partir de la atención libremente flotante, desde donde se escucha, y de la asociación libre, con intención de pensamiento en libertad. Dos libertades para una captura. Aquella que en la especularidad narcisística –con tercero excluido-, atrapa el sufrimiento de alguien precisamente en relación a un tercero. Establecimiento y disolución de la neurosis de transferencia serán la base del movimiento de fundación y disolución esenciales en el proceso psicoanalítico y en cualquier institucionalización del mismo.

Puede intentarse una tipología psicoanalítica en base a la mayor o menor presencia real y virtual del tercero, rompiendo esta captura de la neurosis de transferencia. Tercero que marcará su existencia en ocasión de los otros dos actos reconocidos como típicos en la capacitación de un analista: la lectura y debate de los textos mediante los cuales se transmite la teoría y el análisis de control como pasaje de la experiencia metodológica.

Antes de continuar con la descripción de las dos modalidades a las que voy aludiendo, me ocuparé de una tercera institución en la cual, al menos en nuestro medio, suele capacitarse con suma frecuencia quien aspira a acceder a la condición de analista. Esta alternativa está centrada donde debe estarlo toda capacitación: el propio análisis personal como experiencia de fundación y resolución de la neurosis de transferencia. Denominaré a esta alternativa "la institución virtual". El aspirante hace jugar al máximo la terceridad eficaz, desde los lugares donde accede a la teoría y a la práctica, como lugares autónomos escogidos por sí mismo. Lo especifico de esta situación es que, quien se encuentra en ella, articula virtualmente en su propia experiencia personal de análisis los tres momentos de su habitación psicoanalítica, sin que estos converjan materializando una institución, ni administrativa ni geográficamente.

Gran número de analistas, en su momento categorizados como silvestres, alcanzaron en nuestros días reconocida idoneidad con este sistema. Es también cierto que muchos permanecen dispersos, prontos a la convocatoria en congresos y otros eventos episódicos, en tanto suelen integrar reducidas agrupaciones de trabajo y estudio. Pero es un hecho que quienes se han beneficiado con una acertada experiencia personal psicoanalítica, suelen mantener la libertad en cuanto a dónde y con quién estudiar y controlar. Otros, preocupados por la calidad de su nivel teórico, o porque les resulta legítimamente necesario un grupo de pertenencia, se reclutan en las instituciones tipo, buscando el refugio de un saber de pretendida coherencia o protección para una práctica segura. Debemos pues volver al examen de estas instituciones tipo.

Merece destacarse una vez más que cualquier modalidad de institución psicoanalítica, girará en torno a cómo y dónde se articulen los tres actos típicos de la habilitación: propio análisis, lectura y debate de textos, análisis de control. En la institución virtual no hay convergencia administrativa ni geográfica de estas articulaciones, más allá del pasaje por un análisis que, por el sólo hecho de serlo, adquiere, en quien se propone advenir analista, calidad didáctica. No implica esto la existencia de una categoría analista-didacta que, como todas las categorías institucionales, son cristalizaciones narcisísticas hechas escalones formalizados.

Aunque la dinámica estructural de las instituciones que denomino escuela e iglesia es sumamente compleja, uno de sus organizadores es precisamente el vector narcisístico como articulador de los tres momentos.

La escuela

Empecemos por la institución escuela. En ella prevalecen los efectos de la neurosis de transferencia como vínculo singular de dos. Cualidad dual que persiste aun en la terceridad institucional, marcando fuertemente con carácter instintivo la transmisión teórica y la práctica, no sólo conceptual u clínica, sino además u de manera muy evidente, los usos y giros idiomáticos. Todo esto, no implica necesariamente la materialización de una experiencia transferencial dad en un análisis, sino más bien se trata de una experiencia ideal con una figura analítica a la que, incluso, puede no conocerse personalmente. Se organiza así una calidad circular con marcado incremento de ambivalencia como ocurre en los vínculos duales. La sumatoria de identificaciones narcisísticas con una figura penosamente compartida por muchos, genera un clima de conflictos y estilo trágico propio de la ambivalencia.

Esta situación posterga el debate singular con un maestro, degradado pese a él a figura idealizada que, por estar colocado con frecuencia en situaciones de irritación y ahogo, suele ser proclive a la intemperancia, tal vez enmascarada como actitud magistral.

Entre quienes personalmente comparten y disputan la misma figura de identificación narcisística, tiende a crearse una unión precaria, como precarios son los consensos narcisísticos, sobre todo cuando favorecen el fenómeno que he denominado iano. Fenómeno en el cual preexiste la noción de una saber sacralizado al que se aspira y desde el que alguien o algo que no representa una ley, sino que es la ley, sanciona lo que debe entenderse por verdad o falsedad. Entonces toda singularidad se borra obstaculizando la posibilidad que a su tiempo acceda a la propia palabra teórica. Será fácil, en cambio, la existencia de una suerte de esperanto oficial o algún dialecto menor. El iano pro freudiano, keiniano, lacaniano, etc., en función de psicoanalista, se identifica simultáneamente con la literalidad paterna y con la invalidez del hijo. Fácil es extrapolar ambos términos en literalidad teórica e invalidez del paciente. Así pierde este analista secularidad, mediatizando sólo entre nuestro paciente una práctica teórica, sin la conceptualización singular de una práctica. Algo así como un hijo disminuido que habla al nieto de las glorias del abuelo, pero sólo de memoria.

La iglesia

Veamos ahora la otra alternativa extrema, la que he denominado iglesia. En esta alternativa institucional se rigidifica el consenso administrativo de normas burocráticas. Esta figura desciende directamente de la IPA y de la idea de "vieja guardia", de amigos de confianza. El aglutinamiento administrativo de los notables, se ajusta bastante a aquellas ideas que Ferenczi le sopló al oído a Freud acerca del papel del conductor de las élites. Típicamente, esta élite está representada por el escalón didacta. Escalón de apóstoles, de elegidos, donde el énfasis burocrático profesional, conlleva una calidad empresarial tipo corporación profesional. La divalencia promueve una modalidad política administrativa de alianzas y enfrentamientos menos trágicos que en la ambivalencia de la escuela y más propios del drama y la comedia de equivocaciones.

Estas figuras institucionales, operan como torres demarcadoras de un territorio psicoanalítico de distinta articulación con la geografía social.

Enumeraré un repertorio confrontado de las características de ambas instituciones, algunas de ellas conflictivas: en la modalidad escuela prevalece un repliegue que podrá analogarse autoerótico, promotor de una producción teórica "verdadera", dentro de lo que vagamente suele definir el término ortodoxia.

La forma iglesia asumirá, en cambio, un estilo negociador buscando ventajas para la practica profesional. Los primeros son visualizados prevalentemente sólo como teóricos y estos lo son como clínicos prácticos.

Aquellos ambicionan incursionar en el campo de la cultura, estos lo hacen con más frecuencia en el campo asistencial. La escuela permanece en general fiel a la relación dual propia del análisis individual. Los otros en cambio experimentan en la numerosidad de la pareja, del grupo y la familia. Son afines a la psicología social.

Los primeros generan hábitos y giros idiomáticos que con el tiempo devienen modismos; los segundos son propensas a la divulgación hablada del psicoanálisis que también generan modos culturales. Los "escolásticos" procuran sustraer el acto psicoanalítico de cualquier semejanza con los antecedentes de la clínica médica, enfatizando más que el tratamiento, el acontecimiento, Los "eclesiásticos" enfatizan la destreza clínica típica de la eficacia de la clínica médica.

Si se exagera, unos pueden llegar a producir una suerte de delirantes iluminados y los otros, disertantes popularizados. Por supuesto que estoy haciendo una deformación caricaturesca. Debo insistir con justicia en que no necesariamente este es el destino de quien deviene psicoanalista por estas vías. Hablo casi de sus personajes pintorescos. En general, ambos se enfrentan y rechazan desde sus excesos y estandarizaciones de procedencia institucional.

En nuestro país el psicoanálisis está representado por las dos modalidades, y no es mi intención precisar una tipología diagnóstica de las diferentes instituciones.

Una Babel feliz.

Después de este repaso histórico, es válido preguntarse si existe alguna alternativa de institución psicoanalítica que no se transforme en obstáculo del psicoanálisis. De hecho me he referido indirectamente a ella al hablar de la institución que denominé virtual.

Habrá que partir reconociendo al psicoanálisis su carácter de empresa utópica. ¿Qué otro nombre dar a la indagación abismal del inconsciente? La nostalgia del reencuentro imposible sustantivado en la neurosis de transferencia, reafirma tal utopía. Es que la condición humana suspendida entre la pulsión y el instinto, entre dioses y animales, coloca al hombre en lugar sino imposible, al menos difícil.

Freud no inventó la aventura de la pulsión, su mérito es haberla nombrado poniendo en evidencia el destino del hombre marchando con dolorosa inconsciencia, como dice el poeta León Felipe: "De tumbo en tumba – entre pañal y sudario".

Toda institución humana es la organización de una tarea principal. La materia prima, la sustancial de esta tarea, es generadora espontánea de normas. Si el deseo utópico es la materia prima que trabaja el psicoanálisis, fácilmente se advierten las consecuencias normativas sobre su institución. El único envase para el deseo es la represión, más el psicoanálisis trabaja para perforar dicho envase. Por eso, la represión inherente al proceso de institucionalización, inevitablemente termina "haciendo agua" cuando de institución psicoanalítica se trata.

Como empresa utópica, la institución psicoanalítica reconoce su antecedente mítico en el primer conflicto consignado bíblicamente: La Torre de Babel. Los componentes de este mito son conocidos. Empresa utópica, confusión de lenguas, dispersión de pueblos.

La estructura del mito es ejemplar cuando se trata del psicoanálisis. Es empresa utópica compatibilizar el consenso normativo propio de la fundación de toda institución humana, con los efectos desfundadores del accionar psicoanalítico laborando lo inconsciente.

La confusión de lenguas se dispersa en tantos decires como individuos que, diciendo de lo mismo, dicen distinto. Confusión de lenguas que, a semejanza de la asociación libre, es oportunidad para la escucha dl analista. Dispersión de gentes camino al desierto temido, necesario y fecundo de la exogamia con efecto psicoanalítico. Estas condiciones son propias del psicoanálisis y, por extensión, de la institución psicoanalítica. Desconocerlas es negar la naturaleza conflictiva del psiquismo humano con el que trabajamos.

Pero hablo aquí de una utopía eficaz. Una utopía que sí tiene ligar. Tiene tópica. La eficacia de la utopía radica en que al negar el saber cultural, establecido como cultura dominante, devela lo que está negado en esa cultura poniendo palabras donde sólo había silencio.

Hablemos del contexto histórico-social. A nadie resulta ajeno el paralelo babilónico con lo acontecido en nuestro país. Los intentos de construir condiciones sociales más justas parecen una y otra vez utopías. ¡Cómo negar la confusión de lenguas, la dispersión de pueblos, la desaparición de gentes, la muerte de muchos!

Mas el mito de Babel tiene una salida: la convocación de dispersos, la convocación de experiencias, la convocación de esfuerzos. Quienes estamos en estas prácticas, podemos no estar ajenos a este esfuerzo. Más allá del accionar político como individuos sociales, nuestro quehacer opera sobre lo silenciado. El silencio como palabra diferida, puede llegar a adquirir el valor de estrategia válida frente a la represión máxima. Pero sólo como palabra diferida. Silencio que busca palabras en el adiestramiento de la escucha, que advierte sin negar. Hoy resulta, momentáneamente, más fácil hablar. Importa extender y consolidar la oportunidad de romper tanto silencio.

Voy a leer algunos párrafos finales de un trabajo que presenté en un congreso tiempo atrás, cuando aun era un poco más difícil hablar, reivindicando aquél que, desde su silencio lúcido, prepara la irrupción de su propia palabra.

Decía entonces: "Pero estos silencios representan no sólo estrategias, sino adquisiciones de un adiestramiento en la escucha y advertencia del pentimento –o sea lo que se dibuja en fondo- que la confusión de lenguas va haciendo surgir, brumosamente, tras la claridad aparente del discurso oficial. Quien asume esta habilidad se transforma –como gustaba decir Pichon Rivière aludiendo a alguien válidamente analizado- en un líder, quizás aun enmudecido, pero haciendo hablar los cambios visibles de su actitud. El efecto interpretación permitirá, a su tiempo, la puesta en palabra y el pasaje a la acción, de esta actitud. El individuo se irá recortando, instituido desde su nuevo saber, como institución utópica contrastando con su entorno. Puede que la conciencia de sí sea sólo medida de lo posible y no aun medida de lo real. Más trabajará su pertenencia institucional apurando la crisis dormida en lo establecido. La institución y su cultura en tanto alienada y alienante, perderá la significación de dadora primaria de identidad para adquirir valor de instrumento trasformador. Valor político".

Con toda intención, decía entonces y repito hoy, he procurado teñir estos últimos párrafos de un coraje utópico, en el sentido develador que doy al término, imaginando a este líder de eficaz y económica palabra, como aquel personaje que refiere la milonga borgiana cuando dice: "...alto lo veo cabal- con el alma comedida- capaz de no alzar la voz- y de jugarse la vida".

En un momento histórico en que es una amenaza cierta la mediocridad prepotente dibujada por momentos propuesta política, el individuo secreto, multiplicado en lúcido silencio, no es hombre callado, es hombre que calla, hasta que las procesiones vayan por fuera. Sólo falta el replique de campanas oportunas convocando dispersos. La Bastilla también era una torre, hoy es un símbolo.

Voy a terminar con una cita de Roland Barthes que sí conlleva cierto valor utópico, como anhelo sino imposible, tal vez lejano. Es que, como decía antes, el deseo perfora los envases, incluso el de este texto. Vaya pues en esta cita mi deseo que, como todo deseo, pretende mezclar no por secretismo, sino por cierta superación de la contradicción lógica, lenguajes y dialectos hoy incompatibles.

Dice Barthes: "En ese momento, el viejo mito bíblico cambia de sentido. La confusión de lenguas deja de ser un castigo. El sujeto accede al goce por la cohabitación de los lenguajes que trabajan conjuntamente el texto de placer de una Babel feliz".

 

Consideraciones actualizadas

Posteriores a los trabajos de 1981 y 1993
Fernando Ulloa - Julio 2000

Hasta aquí he presentado antiguos textos, luego de introducirlos, que reflejan mis opiniones acerca de la institución psicoanalítica, tanto a partir de mi pertenencia formal a la APA hasta el cismo de 1971 como, y básicamente, la experiencia extraída de las distintas ocasiones en que trabajé, pretendiendo sostenerme pertinentemente como analista, con diferentes instituciones de las que podría considerarme consultor externo.

No es que en estos treinta años (el doble del tiempo en que fui miembro efectivo de la APA, haya permanecido ajeno a los importantes beneficios de la terceridad dada por la relación con otros colegas psicoanalistas. No en vano suelo señalar que la clínica psicoanalítica es un oficio en soledad, ya sea por lo inefable como algo propio de nuestro quehacer, o por el silencio que obliga la abstinencia, ya sea como gravamen ético o como recaudo metodológico. Una soledad que impulsa al encuentro Inter-pares.

Por otra parte, la discusión clínica de propia y ajenas experiencias, es un momento privilegiado para considerar la calidad y la eficacia metapsicológica de una teoría, despojándola de lo que aun queda como remanente del goce –tal vez exhibicionista- o como resistencial encubrimiento personal, borroneando lo sustancial a saber y a transmitir. Es este levantamiento de lo superfluo que opera en una teorización, lo que permite que una producción psicoanalítica hable no tan sólo del inconsciente, sino al inconsciente. Entonces -tal como acontece con la poesía- es posible lograr eficacia transmisora, haciendo decir a las palabras lo que las palabras no alcanzan a decir, y esto sin el aditamento equívoco de lo rebuscado, sino con la tenue claridad propicia a la transmisión metapsicológica.

Podría pensarse que esto es una función esencial de la institución psicoanalítica, de hecho es lo esperado y es lo que ocurre cuando la institución no desmiente en la práctica lo que sostienen sus propósitos. Pero encuentro que esta situación es más propicia y frecuente por fuera del peso de lo instituido y los costos "de mantenimiento" que esto implica para la producción psicoanalítica.

A lo largo de estos años no he permanecido alejado de los beneficios del acompañamiento amigo y su lugar dentro de distintos dispositivos psicoanalíticos, ni tampoco de la posibilidad de acrecentar la inteligencia clínica en el juego plural del intercambio. Hace mucho que integro FORO, un encuentro entre psicoanalistas, la mayoría salidos de la APA en los comienzos de los años ´70, aunque alguno permanece miembro de la institución psicoanalítica. Periódicamente nos reunimos en torno a una mesa amiga con valor de domus, o domicilio, el "del pan y el vino" (más queso que pan), que apunta a lo personal y doméstico sin el precio, no siempre justo, de aproximar domesticación como obligada o vocacional servidumbre instituida.

En este sentido FORO no es una institución psicoanalítica. Ha permanecido vigente para nosotros a través de los años, según un estilo propio, que comunica a un conjunto de "solistas" en encuentros quincenales. Cada tanto hacemos pública presencia en ámbitos ampliados. El último, y con buen suceso, fue en Barcelona coasociados con IPSI bajo el significativo título que presidían las jornadas: "Transformaciones ...". Años antes también mantuvimos reuniones durante un año discutiendo y discurriendo acerca de las condiciones de producción del pensamiento crítico y de la naturaleza de dicho pensamiento. Fue una experiencia particularmente interesante, encuadrada en una organización que intencionalmente llamamos "Asociación Libre". Estaba integrada por invitados que provenían de otros oficios de la palabra, próximos y diferentes del psicoanálisis: la filosofía, la sociología, la política, el teatro, la música, etc. Y por supuesto, psicoanalistas. Pero nos habíamos propuesto un lugar y una posición en el debate que mostrara, a partir del clásico texto de Freud: "Del múltiple interés del Psicoanálisis para otras disciplinas ", la otra cara, en una experiencia más próxima al múltiple interés de los psicoanalistas por otras disciplinas.

Pero si caracterizo mi experiencia psicoanalítica durante estos treinta años, diré que he optado prevalentemente por lo que en el texto del año ´93, que articula la institución psicoanalítica con la utopía, conceptualizo como la institución virtual. Una institución virtual "materializada" en distintas instancias de tiempo, que van desde lo breve y lo mediano a lo muy sostenido: grupos de estudio, equipos de trabajo, seminarios, ateneos clínicos, etc. –y aun jornadas y congresos. En algunas ocasiones estos encuentros logran la intensidad de lo que habré de describir, un poco más adelante, bajo la denominación de "recintos de perelaboración", necesarios al acompañamiento y desarrollo de las distintas etapas de capacitación de un psicoanalista. Capacitación que comienza por el noviciado, sigue luego por los "amores teóricos", y marcha hacia el oficio psicoanalítico entendido como una forma de vivir. Esto último contradiciendo el conocido aforismo, algo cínico, y no por eso inexacto, que afirma que la vida es eso que acontece mientras uno hace otra cosa. Un oficio como vocación que alude no sólo a un determinado quehacer, sino a una manera de hacer. Si en el noviciado prevalecieron las identificaciones necesarias para que el novato pueda sostener sus comienzos, identificándose con maestros vivos o con aquellos a quienes atribuye maestría, por lo que tenderá a "profesar" a la manera de ellos, fácil es entender que de este profesar resulte un período durante el cual el novicio consolida su profesionalidad, en cuanto a la ética propia de una profesión y en cuanto a la economía de procederes. Vendrá luego un largo trayecto, el de los "amores teóricos", acrecentados ya sea en los libros o en las propias producciones. Es el tiempo de asumir las propias pertenencias como base de la pertenencia conceptual de un analista. De no mediar lo propio, es posible correr el riesgo de que una pertenencia conceptual sea sólo oportunista. Si insisto en la cuestión de la pertenencia, también debo insistir en que ella es función de la curiosidad, término profundamente entrelazado a cura, como curación y tan alejado del otro significado de cura, el de "pastor de almas". De haber proximidad con esto último, el novicio podría quedar detenido en la condición de predicador, predicando a la manera del pastor a quien sigue.

De un novicio, mientras permanece en esta condición, puede decirse que es lo que le hicieron, sea esto bueno, malo, pésimo, etc. De la misma manera, en los amores teóricos uno será reconocido por lo que hace. Pero si este proceso se va desenvolviendo y las identificaciones que hicieron andamiaje se disuelven a su tiempo, se irá aproximando el tiempo del oficio. Aquí, sin desconocer lo propio del rigor de la profesión, se logra ir más allá de ella, en tanto ya no se es lo que se hace sino que se abre la chance de hacer lo que se es.

Desde estas consideraciones es que voy a intentar responder, algo escuetamente, a la siguiente pregunta: ¿Qué es lo propio de la institución psicoanalítica?

Una primera forma de responder, respuesta algo obvia, es pretender que la institución psicoanalítica constituya una oportunidad para no desmentir en su funcionamiento, aquello que el psicoanálisis propone en sus producciones metapsicológicas. De hecho esto incluye la consideración ya expresada según la cual, siendo el psicoanálisis una práctica en soledad, los analistas se convocan al encuentro.

Suelo aludir -no sólo yo- a las instituciones en general como "ese oscuro objeto de trabajo". La institución psicoanalítica, con frecuencia desmiente su condición de tal (y es casi imposible que no tienda hacerlo), por el cruce entre el estatuto consensual de lo instituido y el estatuto propio del psicoanálisis, de hecho no consensual. Estatuto en que cada analista articula singularmente la ética de su deseo con la de su con la de su compromiso. Es así que este oscuro objeto de trabajo suele resultar pesado objeto (¿yoico?), situado por encima y en general a la derecha del psicoanálisis. Aquí derecha connota el sentido habitual que el término tiene en sociedad. Si se tratara de un corrimiento a la izquierda, posiblemente también caeríamos en otro contratiempo del psicoanálisis. Aquel que se da cuando los psicoanalistas se asumen militantes de su causa. Pero ya situar este pesado objeto por encima del psicoanálisis es bastante problema.

En esta situación en que el psicoanálisis viene a ser encimado por la institución, resulta importante no eludir la dinámica conflictiva del efecto Torre de Babel que resulta del choque de estatutos. Será cuestión, entonces, de no eludir tampoco el trabajo de convocar dispersos sin estandarizar saberes, ni postergar cismas cuando la disolución es propicia a favorecer la afiliación institucional según el deseo de cada uno.

Hasta aquí esta institución corresponde bastante a mi trabajo de 1993, "La institución psicoanalítica, una utopía", donde caracterizo tres instituciones, o tres modalidades, psicoanalíticas: iglesia, escuela e institución virtual. En los últimos años, es esta última la que más corresponde a mi experiencia, privilegiando la idea de 1981, acerca de que la neurosis de transferencia es la más original y básica institución freudiana, y el núcleo de todas las otras.

Pese a mi simpatía por la institución virtual, es posible que ésta no tendría expresión significativa sin la existencia de instituciones formalmente establecidas, con sus ventajas y desventajas. Tal vez cabe pensar a la institución virtual como un estado, un desarrollo no ajeno a la existencia de la institución formal, en última instancia no ajena al deseo personal y al modo según el cual, cada uno estructura la ética de su deseo y de su compromiso. Es probable que quien optó por la institución virtual responda a un compromiso político, más encaminado hacia lo social, que aquél que lo hace por la formal, probablemente con un compromiso mayor con las políticas institucionales.

Quiero volver sobre la institución psicoanalítica girando en torno a la neurosis de transferencia. Los dos pilares de la neurosis de transferencia son la asociación libre y la atención libremente flotante, pilares que constituyen básicamente intenciones. Digo esto porque es imposible, tanto asociar libremente como mantener una atención libremente flotante. Pero en la intención de hacerlo reside la diferencia. Decía Freud que gobernar, educar y analizar, eran tareas imposibles; es claro que dejan de serlo cuando se afirma la intención de gobernar, de educar y de psicoanalizar.

La idea de este modelo institucional podría ser expresada así: "La institución psicoanalítica: una intención".

Si bien no he escrito de manera explícita un texto que así se llame, es una idea que con frecuencia expreso en debates y en diferentes textos. Estas instituciones se corresponden a situaciones de encuentros diversos y habituales: seminarios, grupos de estudio, etc., y más concretamente, en mi experiencia, en todo lo que he dicho aludiendo a FORO. También tendría que incluir en la misma categoría un grupo de trabajo en prácticas y abordajes psicoanalíticos de las instituciones asistenciales y docentes, prevalentemente las que integran el campo público. Este grupo tiene más de una década de funcionamiento bajo el nombre de H8. Se trata de una institución de procesamiento, en general psicoanalítico, que se ajusta a la idea, que luego desarrollaré, como recinto de perelaboración.

Hace poco tiempo que también integro un grupo con un nombre entre gracioso y doméstico: FIDEOS CLÍNICOS (resulta que nos reunimos a cenar en casa de uno de nosotros). Se trata de un grupo de psicoanalistas y psiquiatras que discutimos y procesamos cuestiones acerca de pacientes no sólo graves, sino de muy difícil manejo clínico. FIDEOS CLÍNICOS, para mí, tiene un carácter muy particular, porque no responde sólo a la búsqueda de acompañamiento frente a la soledad que estos pacientes exacerban, sino que podría decirse, de manera algo metafórica, que esta agrupación de psicoanalistas y psiquiatras -estos últimos también con formación psicoanalítica-, no sólo produce un oportuno procesamiento clínico desde las perspectivas de ambas disciplinas, sino que conlleva la intención de "internar" al clínico, a cargo de una difícil construcción terapéutica. " Internarlo" en un dispositivo de procesamiento clínico solidario, algo así como establecer alguna instancia de institucionalización que haga posible conducir, desde la complementación psicoanalítica y psiquiátrica, una situación que por su gravedad abarcativa aparece imposible de conducir. Nuestro grupo crea la intención de hacerlo y en eso precisamente también radica la diferencia entre lo imposible y lo posible.

Una tercera manera, algo más elaborada, pero que va incluyendo a las anteriores, de responder acerca de lo propio de la institución psicoanalítica, supone pensarla como la convergencia de tantos aconteceres psicoanalíticos como psicoanalistas integren ese campo. Cuando digo aconteceres psicoanalíticos, comienzo por señalar el inaugural acontecer del propio Freud. Muy sucintamente diré, de un tema tan extenso, que antes de dicho acontecer freudiano, al continente inconsciente correspondía la denominación de "lo inconsciente", así con artículo neutro presidiendo y adjetivando inconsciente. En el arduo proceso del propio análisis -que Freud denominó "autoanálisis" y que en escritos anteriores yo empleé el mismo nombre inadecuado por toda la connotación que de autoerótico tiene-, éste "lo" inconsciente -sueños y demás producciones inconscientes mediante-, permitió a Freud acrecentar significativamente la construcción de su teoría psicoanalítica. Entonces lo inconsciente, y la metapsicología como reflejo del mismo, vuelto sobre aquello de lo que es reflejo, trocó lo inconsciente en el inconsciente personalizado de Freud y de cualquiera que posteriormente asumiera este oficio. Es que el inconsciente no tiene propietario, pero admite una relación personalizada. Tiene sí, propietario el campo metapsicológico de cada analista, y esto entendiendo la metapsicología, no sólo como algún valioso texto, sino como la actitud, la manera de ser, de un analista en todo acto psicoanalítico, y en especial, para el caso, cuando se trata de inter-pares, con intención de producir psicoanálisis. La metapsicología no sólo es reflejo teórico del inconsciente, sino parte de ese acontecer donde, dicho muy escuetamente, lo inconsciente hace psicoanálisis, y el psicoanálisis vuelto sobre él, hace a el inconsciente.

Si el campo y su producción metapsicológica, a diferencia del inconsciente, resulta pertenencia de cada psicoanalista, en tanto consecuencia del personal acontecer en que advino a tal condición, es dable esperar que del debate que confronta producciones singulares, estas se vayan despojando del plus de goce, quizá exhibicionista, y de los valuartes resistenciales incrustados en toda teorización. El beneficio resulta en que dicha teorización va adquiriendo eficacia transmisora, suficiente para "hablar" al inconsciente y no sólo del inconsciente. De hecho una teoría así, deja de tener propietario y pasa a "ser del que la necesite", por ser parte del edificio conceptual, digamos universal, del psicoanálisis.

Este ámbito de debate, que tanto puede darse, con características propias de la institución iglesia, o de la institución escuela, o de las diferentes instancias de la institución virtual, es un ámbito que voy a denominar recinto de per-elaboración. La idea de recinto es fácil de entender, en tanto alude a todo ámbito donde se debate públicamente, ya sean leyes, políticas, teorías, métodos, etc. Mas lo propio de un recinto es que sus paredes no son los muros materiales que lo entornan, sino que están constituidos, metafóricamente, por lo que no se dice dentro del recinto, tal vez sí en los pasillos. Concretamente, por lo que queda sin decir por parte de cada uno, ya sea por inhibición o por estrategia.

A medida que el debate de ideas avanza y se crean mejores condiciones, las paredes metafóricas del recinto se harán cada vez más permeables para que tenga lugar lo que no fue dicho ahí, o en ninguna parte. Esto, sin olvidar que la palabra siempre es una estrategia, pero es por la palabra que circula la producción psicoanalítica.

En cuanto a la idea de per-elaboración, si bien en psicoanálisis alude a un proceso complejo mediante el cual alguien va haciendo consciencia acerca de sí (me doy cuenta que siempre supe lo que acabo de saber...), sólo señalaré que el término per-elaboración contiene la partícula "per", con su doble significado de intensidad y de prolongación en el tiempo. El término "perdurable" ejemplifica bien esta situación. De este intenso intercambio de campos metapsicológicos propicios a la producción de pensamiento crítico, es que se consigue ese efecto de per-elaboración con intensidad en el tiempo. La idea más extendida del término, aunque no quizá la más exacta, alude a aquello que acontece cuando un paciente se va curando y no se puede dar cuenta del por qué de ese avance desde la causalidad interpretativa.

Pues bien, la institución psicoanalítica, en tanto recinto de per-elaboración, no solamente deberá acrecentar la circulación de la palabra, sino constituir una instancia no ajena a los factores de curación. Por supuesto, cuando desmiente en los hechos lo que dice en la teoría, también puede convertirse en factor de enfermedad.

Lo dicho acerca del recinto per-elaborativo permite concebir el intercambio de ideas psicoanalíticas, y también su clínica, como un proceso productivo de pensamiento crítico. Para exponer sucintamente lo referido al pensamiento crítico, señalaré que el verbo "suceder", en su connotación de sucesivo a lo anterior, es propio del pensamiento lógico cuando a partir de algunas premisas que dan cuenta de un campo determinado, es posible deducir un nuevo pensamiento. Pensamiento que referido a la clínica permite afirmar que los diagnósticos suceden, es decir se leen. Pero hay otro verbo, "acontecer", ya no referido básicamente a lo anterior, sino que juega sus efectos a futuro, y esto es algo propio del pensamiento crítico. Podría agregarse que así como suceder remite a diagnósticos que se leen, acontecer lo hace a pronósticos que se construyen.

En relación con el pensamiento crítico, propio de un recinto de per-elaboración, habría que señalar que no hay pensamiento crítico sin procederes críticos. Entonces la institución psicoanalítica que ahora estoy imaginando, más que describiendo, es fundamentalmente un proceder crítico, como lo es, en general, la clínica psicoanalítica, promotor de un pensamiento de igual naturaleza.

En la ya comentada experiencia propiciada por FORO, donde se trabajó la producción de pensamiento crítico, al dispositivo que enmarcó ese trabajo lo denominamos "Asociación Libre". Un dispositivo que configuraba la intención de un recinto de per-elaboración.

Entonces, el nombre que asignaría a la institución que estoy dibujando, tal ves bastante utópicamente, sería el de "Asociación Libre: un recinto de per-elaboración".

Es posible que este modelo no se corresponda necesariamente con una determinada institución psicoanalítica, sino con momentos dados en cualquier convergencia de psicoanalistas que intercambian ideas y experiencias a partir de su práctica clínica, y de su práctica teórica, y que no desmienten la intención del acontecer psicoanalítico. Desde esta perspectiva puede pensarse que la institución psicoanalítica más formalmente establecida, puede albergar en su ceno esos momentos que la validan como inherente al psicoanálisis.

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 11 - Julio 2000
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