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La historia del psicoanálisis en la Argentina es portentosa, como las Minas del Rey Salomón. Sostengo la siguiente tesis: Buenos Aires en 1945 y Viena en 1905 se parecen, encontraron oro en el continente negro del inconsciente.
La onda freudiana llega a Buenos Aires en la década del 40. Se podría pensar que el psicoanálisis latinoamericano nació en el Río de la Plata. Mas no fue así: el Perú de Honorio Delgado y el Brasil de Durval Marcondes, nos ganaron de mano. Delgado, en 1926, escribe una biografía de Freud, siendo el primero en conjeturar que Jacob Freud, padre de Sigmund, tuvo tres esposas en lugar de las dos que la historiografía oficial le otorga. El segundo, Marcondes, en 1936 se tumbó en el diván de Adelhaid Koch, importada del prestigioso Instituto de Berlín (Adelhaide Koch, vienesa de rostro agradable, que podía ser la hermana fóbica de Mimi Langer). Delgado, que yo sepa, nunca clinicó. Marcondes fue un psicoterapeuta erudito.
Buenos Aires entró en el pareo con la llegada de Angel Garma en 1938. Pero, como nos dice Vezzetti, en su excelente libro Las aventuras de Freud en el país de los argentinos, la historia del freudismo es diferente de la historia del psicoanálisis. O sea, Freud como icono cultural antecede al psicoanálisis clínico de diván. La historia del freudismo comienza con José Ingenieros que ya en 1904 menciona a Freud en sus textos. Sucede que el autor del Hombre mediocre lee a Freud desde Janet, su archirrival francés.
Janet merece un aparte. Famoso al comenzar el siglo, fue mágicamente borrado del mapa. Olvido cruel que intriga al perspicaz Ellenberger: "Es como si una mano misteriosa hubiese borrado la memoria de Janet". Algo semejante ocurrió con Lamarck frente a Darwin. El eclipse de Janet aparece dramáticamente ilustrado cuando se piensa que Freud tiene en el hospital de la Salpetrière una placa que conmemora su breve paso durante el invierno de 1885 y que ninguna placa registra el trabajo de más de treinta años de Janet, discípulo dilecto de Charcot, en el mismo lugar. Para mi no cabe duda que Janet fue eclipsado por la gigantesca sombra de Freud. Los grandes hombres, como los árboles gigantes, son asesinos, ningún rival crece bajo su sombra.
En 1904 Ingenieros se siente incómodo frente al "pansexualismo freudiano " y me imagino que estaría más en casa con el "estado hipnoide" de Breuer. Juan Beltrán también habla positivamente del psicoanálisis, mas con la misma reserva, la "sexomanía" de Freud le incomoda. El pansexualismo de Freud en realidad mortificó a muchos. El sutil Jung tuvo una entrada más fácil, sobre todo en los países de habla latina. Y, dicho sea de paso, los críticos en parte tenían razón, el "sexo freudiano" fue el primero a ser revisado dentro del movimiento psicoanalítico. Pero el psicoanálisis no hubiese tenido el éxito "revulsivo" que tuvo de no mediar el escándalo del sexo.
Llama la atención que en la Argentina, a pesar de la excelente traducción de Lopez Ballesteros, la intelectualidad porteña, bajo la influencia de Victoria Ocampo, leía un Freud en francés y se preguntaba si el inconsciente no era, al final de cuentas, un invento de Bergson.
Algo aconteció al promediar los años cuarenta, como coletazo distante de la Segunda Guerra Mundial. Marx, Freud y Nietzsche son descubiertos por la juventud porteña de una clase media en expansión. Elisabeth Roudinesco comenta: "En esta sociedad que refleja como un espejo a Europa, cuando los hijos de inmigrantes comenzaron a acceder al poder, el psicoanálisis parecía proporcionar un conocimiento de ellos mismos, de las raíces, de los orígenes, de la genealogía. En este caso singular, no se trataba tanto de un acto curativo médico, reservado a los verdaderos enfermos, como de una terapia global al servicio de una utopía comunitaria. De ahí su éxito, único en el mundo, en la clase media urbana. De ahí su libertad extraordinaria, su riqueza, su generosidad y su distancia de todos los dogmas". Creo que al final la Roudinesco exagera un peu, pero el "fenómeno argentino" fue realmente extraordinario.
Entonces hay que hablar de los argentinos, mezcla rara de camaleón y de pícara melancolía. Nosotros, como los japoneses, somos excelentes clonadores de culturas ajenas; no tenemos el talento nipón pero, "modestamente", como decía Vittorio Gassman, nos defendemos. En los años treinta y subsiguientes supimos asimilar a la perfección los productos culturales europeos. Nuestra geografía e historia nos coloca en una posición, digamos, versátil. Somos bicéfalos, con una cara vuelta a las Europas, mientras que la otra es más umbilical, más "cabecita negra".
Roudinesco piensa que esta versatilidad del psicoanálisis platense floreció a pesar del régimen peronista instalado, con su correspondiente represión. No concuerdo con ella. No la culpo, es muy difícil para un extranjero comprender el avispero peronista. A riesgo de ser quemado en la hoguera, yo diría que fue precisamente durante el movimiento peronista que el psicoanálisis decoló exitosamente en Buenos Aires. Perón y Garma fueron los líderes naturales de los nuevos tiempos. Cada época tiene un líder que calza, como pieza maestra, en el mecano social del momento.
Partamos de la base que tanto el peronismo como el psicoanálisis no son estructuras democráticas. Freud, en 1908, antes del primer congreso psicoanalítico de Nuremberg, le escribe a Ferenczi: "¿Qué piensa usted de una organización más rigurosa, con la formación de una asociación?". Ferenczi, a vuelta de correo, responde: "Yo no pienso que la concepción psicoanalítica del mundo conduzca el igalitarismo democrático. La elite intelectual de la humanidad debe conservar su predominio. Creo que Platón preconizó algo semejante [el énfasis en "elite espiritual" es de Ferenczi]". Freud entra en la misma onda: "Alguna vez ya pensé en la hegemonía de los filósofos platónicos". A continuación entra en un clima conspiracional: "le encarezco el silencio, por su propio bien, tenga cuidado en lo que concierne a la organización". Lo curioso es que Ferenczi resultó ser el más democrático de los pioneros, el único que no llegó a ser presidente de la IPA. El psicoanálisis y el peronismo no son emblemas de la democracia. Se desconfiaban mutuamente, no se tenían simpatía, pero coexistían pacíficamente.
Continuando con el psicoanálisis y el peronismo, me gustaría trazar un contrapunto delirante entre Juan Domingo Perón y Francisco José, Emperador Austro-Húngaro, en los tiempos de la Monarquía Dual. El siglo XIX, en Europa, fue esencialmente nacionalista, cuna de las naciones modernas. Encontramos su paradigma en Francisco José, coronado emperador a los 18 años, en 1848. Durante 60 años dominó la política de la Europa Central, imprimiendo su cuño al imperio. Mimi Langer dice en su autobiografía: "Viví un complejo de Edipo Imperial... En 1917, cuando yo tenía siete años, año de la revolución bolchevique, murió el emperador Francisco-José. No lo podía creer, era como si hubiera muerto Dios... Que yo creyera en la inmortalidad del Emperador indica que, para toda mi familia, y quizá para la burguesía austríaca, el imperio de Francisco José, a pesar de sus contradicciones políticas y sociales, era inmutable". Se puede decir que Perón fue nuestro Edipo Imperial.
La sociedad de fin de siglo vienesa trajo un brillante renacimiento cultural en toda una generación de intelectuales que va de Freud a Wittgestein, de Kafka a Weininger, de Richard Strauss a Mahler. Algo parecido aconteció, respetando las diferencias, en la Argentina de Evita y del Che Guevara, de Borges, Cortazar y Astor Piazzola.
En los primeros tiempos de la APA, cuando la asociación tenía su pequeña sede en la calle Juncal, un agente de seguridad, por resolución policial, estaba presente en los seminarios, parado junto a la puerta. Una diversión nuestra, lo juro, era inventar casos clínicos escabrosos, tipo doncellas con padrillos, y ver la cara que ponía nuestra centinela.
Los tiempos míticos siempre son heroicos. Juncal en Buenos Aires en 1943 recuerda las Reuniones Psicoanalíticas de los Miércoles en la Viena de 1903. Stekel nos dejó un vívido testimonio de la época: "Las primeras reuniones fueron fuente de inspiración, cada miércoles elegíamos un tema al azar y todos participábamos vivamente en la discusión. Existía una perfecta orquestación entre los cinco. Fuimos pioneros en tierras extrañas y Freud era nuestro líder. Chispas saltaban de nuestras mentes y cada noche nos aguardaba una revelación".
Hay momentos grupales en que las chispas saltan y yo asistí a uno de esos grandes momentos a partir de 1945, cuando ingresé como candidato a la Asociación Psicoanalítica Argentina.
En el 12 de diciembre de 1942 el Acta de Fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) fue firmada y llevaba cuatro firmas: Celes Cárcamo, Angel Garma, Enrique Pichon Rivière y Arnaldo Rascovsky.
La Roudinesco tiene lo siguiente a decir: "Formados en las reglas clásicas del análisis didáctico, tuvieron como primera tarea en el seno del joven grupo argentino, de ser los analistas didácticos y los supervisores de sus colegas. En esas circunstancias, los pioneros argentinos, lejos de reproducir la jerarquía de los institutos europeos, donde dominaba la relación maestro/discípulo, formaron más bien una república de iguales".
Un año después, en tiempo récord, la APA fue admitida a la cofradía de la IPA, En ese mismo año de 1943 aparece la Revista de psicoanálisis. Desde el comienzo la producción escrita del grupo fue copiosa, otro punto en común con la sociedad analítica de Viena de comienzo de siglo.
Montemos la escena y presentemos sus personajes:
Celes Ernesto Cárcamo, psiquiatra de linda pinta de gaucho refinado, fue a Europa en 1936 y comenzó su formación en Neuropsiquiatría en el Hospital Sainte-Anne, bajo la dirección de Henri Claude, jefe de la escuela dinámica organicista francesa, uno de los profesores de Lacan. Es bien probable que Cárcamo y Lacan se cruzaran en los pasillos del hospital Sainte-Anne, el primero entraba en cuanto el segundo salía. En ese mismo año Cárcamo inició su análisis con Paul Schiff, que luego se distinguirá por ser el único analista francés a entrar en el maquis, o sea, en la guerrilla contra los alemanes. Cárcamo fue admitido en el Instituto Psicoanalítico de París. En 1939, dada la inminencia de la guerra, él anticipa su retorno a Buenos Aires. No sé si completó su formación. En Buenos Aires, Cárcamo retoma el contacto con Angel Garma que había conocido en Francia.
Cuando Angel Garma arriba al Río de la Plata, en 1938, a los 34 años de edad, traía consigo un buen bagaje psicoanalítico. Nacido en Bilbao en 1904, se interesó por la psiquiatría desde su tiempo de estudiante, bajo la influencia del versátil Gregorio Marañón. En 1927 se traslada a Berlín para especializarse. Un año después ingresa en el Policlínico de Berlín, donde Max Eitingon, la eminencia parda del psicoanálisis, lo recibe con los brazos abiertos. Eitingon le recomienda analizarse con Teodoro Reik. En el mundo todavía pequeño del psicoanálisis, Garma comparte el diván con Paula Heimann, mi futura analista. Sus supervisores fueron Karen Horney y Otto Fenichel. En 1931, habiendo cursado seminarios y los requisitos de formación, Garma regresa a España, donde ejerce como psicoanalista durante cinco años, en Madrid, en medio de una fuertísima resistencia psiquiátrica. Emigra a la Argentina, donde vivían sus hermanas, cuando estalla la Guerra Civil. En Buenos Aires su clínica pronto prosperó, conociendo una talentosa camada de psiquiatras jóvenes, ansiosos por analizarse. Entre ellos estaban Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichon Rivière. Garma sin duda reconoció en ellos el fuego analítico de los pioneros; fuego que él propio desplegaba en grado sumo. Pocas veces conocí fanáticos del calibre de Garma y Rascovsky. Hay algo que admiro en Garma: su capacidad picapedrera de analizar los mitos, siendo mil veces más freudiano que Freud. Eso lo llevó a concluir, por ejemplo, que la Virgen María era una puta, el pesebre, con su lucecita, un prostíbulo y los Reyes Magos, llevando regalos, sultanes de farra en una noche trasnochada en Belén. Justo el tipo de pensamiento blasfémico que sólo un psicoanalista español puede desplegar. E Ingenieros, repudiar.
Enrique Pichon Rivière nació en Ginebra en 1907 y pasó la niñez en el Chaco y en Goya, provincia de Corrientes. Su madre lo mandó a Buenos Aires a estudiar medicina, donde, según Jorge Balán "llevaba una vida bohemia, al borde del alcoholismo, plena de fascinación por la loca revolución intelectual porteña de los años 30 y los textos de Roberto Arlt". De ahí data su interés por Lautreamont. En esos tiempos se hizo amigo de Federico Aberastury, grafólogo, talentoso y fronterizo, que lo introdujo al psicoanálisis. Su puerta de entrada fue la lectura de Adler, o sea, el psicoanálisis y la educación. Tal vez esa primera vocación pedagógica, considerando su trayectoria ulterior en psicología social, nunca lo abandonó.
El joven Pichon Rivière organiza sus conocimientos en torno de tres polos: la Psicopatologia, la posición psicosomática y los textos de Lautreamont. Lautreamont fue para Enrique Pichon Rivière, el caso Schreber de Freud, la Aimée de Lacan.
En 1936 Pichon se recibe de médico y al año siguiente casa con Arminda Aberastury, estudiante de Filosofía y Letras, hermana de su amigo y mentor Federico. Enrique y Arminda, pareja elegante, culta y talentosa, hacen de su casa un salón literario. En 1938 los Pichon Rivière comenzaron a asistir regularmente a las reuniones dominicales de los Rascovsky.
Arnaldo Rascovsky tenía la misma edad que Enrique Pichon Rivière; nació en Córdoba y vino de chico a Buenos Aires con su familia. Hijo de un judío ruso de escasa educación y de madre analfabeta, el padre hizo una pequeña fortuna que luego perdió en la crisis económica de 1913. "El padre __ nos cuenta Jorge Balan __ nunca se recuperó de esa pérdida y murió en un oscuro accidente urbano en 1936, en el mismo año en que Arnaldo se entusiasma con la lectura de Freud y Jung". Poco después Matilde Wencenblat, bonita y joven heredera de las peleterías que llevaban su nombre, entra en su vida. Los Wencenblat eran muy ricos y la conversión de Arnaldo Rascovsky al psicoanálisis arrastró a toda la familia.
No puedo dejar de asociar a los Wencenblat con los Eitingon; dos grandes familias de ricos peleteros, ambos mecenas del psicoanálisis. [Disculpe la intromisión, pero si quiere saber más sobre Max Eitingon consulte el capítulo "Usted decide" en mi biografía de Freud].
Arnaldo y Enrique se hicieron rápidamente amigos. Fueron hermanos en Freud. Pero eran el Gordo y el Flaco, separados por cuna, etnia y biotipo; Arnaldo, pícnico, locuaz, expansivo; Pichon, longuilingo, esquizoide, reservado. Ambos eran entre talentosos y geniales. Arnaldo, como dije, se parece mucho a Adler; Enrique tiene una extraña semejanza, inclusive física, con Macedonio Fernandez. Por otra parte, ambos usaron la epilepsia como puerta de entrada a la teoría freudiana. Arnaldo, pediatra, estudia la "enfermedad sagrada" en su clínica infantil, desde la observación de reiterados casos donde el colecho es inductor del ataque convulsivo. Enrique se interesa por el "síntoma epiléptico" como fenómeno de conversión.
A este grupo de pioneros los unía la idea mesiánica de salvar al psicoanálisis amenazado por el destino incierto de la Segunda Guerra Mundial. Freud permanecería vivo en las márgenes del Río de la Plata. La antorcha pasaba de Viena a Buenos Aires. Y esta creencia tenía un cierto peso de realidad. La sombra del hitlerismo caía sobre el psicoanálisis, lo que aparece en evidencia en la correspondencia de Jones con Anna Freud en esos años. Fruto de esa inquietud fue la rápida aceptación de la APA como filial de la IPA, cosa que nunca ocurrió, ni antes ni después.
Mimi Langer nació en 1910 en Viena, hija menor de una familia asimilada y atea, de alto nivel económico. "Estuve en el colegio con el Hombre de los Lobos", solía decir. Su madre, según ella, era una judía "contrariada" que, se me ocurre, podría parecerse a la Dora de Freud. Ella fue la amante de Eugene Steinach, célebre cirujano, inventor de una cirugía de ligación de los testículos, que operó al propio Freud y que aparece citado en Más allá del Principio del Placer.
Ya de adolescente, Mimi se inclinó por la izquierda. El clima político de la Viena Roja, después de octubre de 1917, era propicio para el marxismo y causa extrañeza que ella no fuera adleriana, ya que esa escuela estaba en la vanguardia de la izquierda psi. Se analiza, en cambio, con Richard Sterba, autor de Reminiscencias de un psicoanalista Vienés.
Sucede que con Mimi puedo afirmar que la historia que cuenta la IPA, o sea la Asociación Psicoanalítica Internacional, es falsa e hipócrita. Ernst Federn, portavoz de la institución dice, en su artículo "Sobre los analistas políticamente activos", que "mientras Freud estuvo vivo, esto es, hasta la declaración de la Segunda Guerra Mundial, el movimiento psicoanalítico se comportó de una forma neutral" y da el ejemplo de Mimi Langer que "pudo ejercer su actividad política en Viena y en España". No puedo dejar de decir "ejercitariola". Basta abrir la autobiografía de Mimi para leer que "para proteger al psicoanálisis, el estado mayor que rodeaba a Freud decidió que ningún psicoanalista tenía derecho a realizar cualquier actividad en un partido político prohibido; en aquella época [1934], o sea, el partido comunista y el partido socialista" . De ahí que la militancia política y la formación psicoanalítica entraron en conflicto. El padre de Ernst, Paul Federn fue el que prohibió la entrada de Mimi Langer a la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Ella tenía poco más de un año de formación cuando fue denunciada por una paciente y tuvo que abandonar los seminarios, a pesar de que Kurt Eissler la defendiera.
Momento decisivo en su vida, Mimi, siguiendo su vena política, se embarca rumbo a España, en plena Guerra Civil, donde trabaja en el campo de batalla, como anestesista en los hospitales de campaña. Fue ahí donde conoció a la Pasionaria que la convidó con una legendaria aceituna. Fue ahí también donde conoció al cirujano Max Langer y se casó con él. Terminada la guerra civil, Mimi y Max emigraron al Uruguay, radicados en un pueblo costero cerca de Colonia. Ahora, escrutando su pasado con peine fino, me doy cuenta que ella dejó de clinicar durante sus cinco años en el Uruguay. Mimi hablaba poco de ese período. En Cuestionamos escribe al pasar: "1939, la muerte de Freud y el principio de la Segunda Guerra mundial nos sorprendieron en un pueblo de Uruguay. Lavaba pañales de mi hijo y cocinaba para pensionistas".
Finalmente, en Montevideo, ella dio una conferencia sobre psicoanálisis y marxismo con el objeto de recaudar fondos para la Comisión de Solidaridad con la República Española. En aquel tiempo, ella se sentía más marxista que psicoanalista porque, hablando de su inserción al grupo psicoanalítico argentino añadió en sus Memorias: "¿Podría haber sido de otro modo? Creo que sí, pero elegí la solución más fácil, aceptar, a cambio de mi ideología, una Weltanshaaung psicoanalítica... Entonces renuncié al marxismo".
Esa conferencia la conectó con el psicoanálisis platino. En Buenos Aires conoce a Bela Székeli __ un húngaro radicado hacía tiempo y ya conocido en el medio psicológico porteño, fundador del Instituto Sigmund Freud. Como dice Balan: "Székeli le pintó el panorama del psicoanálisis en Buenos Aires; por una parte estaba él, y por la otra, los ortodoxos liderados por Garma. Marie Langer se fue con los ortodoxos". Una heterodoxa se vuelve, pasajeramente, ortodoxa.
Mimi Langer fue recibida de brazos abiertos por los cuatro miembros fundadores y al año siguiente, con el aval de Richard Sterba, comienza a ejercer funciones didácticas. Así se completan los cuatro mosqueteros que ahora son cinco. Creo importante consignar la juventud del quinteto: Garma, el venerable del grupo tenía 39 años, en 1943, cuando se funda la APA; y Mimi, la menor, tenía la edad de Cristo.
Quiero presentar dos retratos de Mimi. El primero es de la feminista Marta Lamas: "Conocí a Marie Langer en 1974, en la privada de Goya en Mixcoac, a donde se instaló recién llegada de Buenos Aires. Yo había ido a ver a unos amigos, y de pronto apareció, con su cabello corto y sus blues jeans, fumando y riendo, una mujer que me impactó. En el rato que estuve me enamoré de ella; su sentido del humor, su radicalismo, su manera tan libre de hablar, su expresión corporal, me impresionaron. Era la primera vez que veía a una mujer mayor tan joven y energética, tan atípica e interesante. Ya sé a quién me quiero parecer cuando envejezca, pensé".
El segundo retrato es una anécdota de Mimi en Cuba. Cortazar muerto, ella fue elegida como directora de la Casa de las Américas y conoció a Fidel. Este, con una copa de champán en la mano, le preguntó como se hacía el Apple Strudel [torta de manzana] y ella responde: "Esa, Comandante, es una pregunta machista, yo soy una militante política y no una cocinera". Conociendo a Mimi, existe la posibilidad que esa anécdota no sea apócrifa.
Comencé a asistir a los seminarios en la primera sede de la calle Juncal. Estábamos en 1946, a tres años de la fundación. Celebrábamos el séptimo año de la muerte de Freud. Nos sentíamos portadores de la peste, la nueva plaga que iba a revolucionar el mundo y nuestra sede era la nueva catacumbas ahí en el Bajo, a la sombra de la Torre de los Ingleses.
Balán, en su libro, Cuéntame tu vida, habla de mi de la siguiente manera:
"Emilio Rodrigué comenzó su análisis con Arnaldo Rascovsky cuando tenía veintiún años, en marzo de 1944. Rodrigué, niño mimado de una familia francesa afincada el siglo pasado en Tucumán, dueña de ingenios, era por ese entonces estudiante de Medicina y quería ser analista. Rascovsky pronto le diagnosticó hipotiroidismo que se manifestaba en somnolencia, apatía y una actitud dependiente. El tratamiento lo mejoró a ojos vistas: de estudiante mediocre se convirtió en excelente alumno, ganó independencia económica, su vida sexual se volvió más adulta y desaparecieron los síntomas hipotiroideos. Para Rascovsky era un verdadero éxito terapéutico que describió en un trabajo publicado en la Revista de Psicoanálisis en 1946. Poco después Rodrigué que ya era candidato en la APA, se rebeló contra su analista y dejó su análisis. Primero fue a ver a Marie Langer, quien lo tomó por algún tiempo como paciente; luego, en 1947, se fue a Londres".
Bien, así contado, salgo mal parado. Soy un desastre: hipotiroideo, mimado, con sexualidad perverso polimorfa. Balán además pinta un paciente ingrato que tiene una cura milagrosa y, el muy desgraciado o desagradecido, rompe con su analista que tanto le dio. Balán, en su esfuerzo de síntesis, cargó las tintas. No fue bien así. En realidad, en la vida, las cosas nunca son "bien así".
En El Antiyoyó cuento la historia de ese primer análisis con cierto detalle. En 1946, cuando ingresé en los seminarios, entré en un grupo militante, con una misión: nos sentíamos misioneros al servicio de la causa psicoanalítica. La APA de los años 40 era muy pequeña, como en las escuelas rurales pobres de provincia con una sala única de aula, donde candidatos participaban junto a analistas ya formados. En ese año Arminda Aberastury, Heinrich Racker y Rebe Alvarez de Toledo, " repetían de grado" y se sentaban junto a Mauricio Abadi, Tallaferro, los brasileños Alcyon Bahía, Danilo y Marialzira Perestrelo y Walderedo de Oliveira, más el mejicano José Luis Gonzalez y algunos candidatos locales entre los que me incluía.
El Moro Abadi narra esos tiempos del siguiente modo: "Teníamos la idea de ser una gran familia, donde éramos todos solidarios, hablábamos un lenguaje en código que nadie de extra muros comprendía y accedíamos a un conocimiento superior, que todo lo podía resolver. El psicoanálisis era una herramienta todopoderosa para entender y curar a los individuos y también a la sociedad. Los seminarios adquirían una formalidad aparente, impostada, que se rompía cuando salíamos todos a tomar una cerveza en el bar de la esquina [se llamaba el Adams]. Yo, por ejemplo continúa Abadi -- entré bajo la égida de una leyenda sobre la severidad de Arnaldo Rascovsky. Me contaron que cierta vez Rascovsky abrió un seminario preguntándole a Jorge Nollman lo qué decía Numberg sobre el tema del día. Nollman se quedó sin poder hablar, mudo, totalmente inhibido por cinco minutos, sin que nadie se animase a ayudarlo. Ese era uno de los tantos rumores terroríficos que circulaban, pero después, si yo lo trataba de usted a Arnaldo, él insistía en que nos tuteáramos, lo que no era común en aquellos días. Como el grupo era pequeño, todo se sabía aunque a menudo sólo se sabía a medias. Yo conocía la rivalidad entre Garma y Cárcamo pero, en realidad, sólo después supe los detalles. Dos destacados discípulos de Cárcamo, Tallaferro y Rebe Alvarez de Toledo, trabajaban con Pichon Rivière; yo suponía erróneamente que ellos estaban en el grupo de Garma, ignorando que Pichon, discípulo de Garma se había peleado con él".
Este texto trae cola. Yo estaba en el día que Nollman enmudeció. No fue bloqueo, sino un grave síntoma de malestar grupal: Nollman, discípulo de Cárcamo, no se daba bien con Rascovsky. Su silencio fue una penosa pulseada psicótica. El Moro está hablando de los primeros inevitables síntomas de la enfermedad juvenil de una utopía. Hablando de edad, los fundadores constituían, como vimos, una cúpula sorprendentemente joven. Jóvenes y brillantes, no le dieron lugar a la segunda generación que quedó aplastada. Sólo se salvaron Racker y Rebe Alvarez de Toledo. Nollman naufragó en la locura.
La APA, en ese entonces, pretendía ser un grupo de iguales y era, en efecto, un grupo muy cohesivo y cerrado. Partió, como vimos, de la idea mesiánica que la Argentina iba a salvar la obra de Freud y otra idea, también mesiánica, que el psicoanálisis todo lo puede y todo lo cura. En la ausencia de un líder absoluto, en el vértice de la pirámide, surgieron problemas dentro de la horizontalidad de las relaciones. En ese momento, los análisis cruzados tuvieron un efecto devastador. Angel Garma se separó de su mujer, Simone, cuando ella estaba en análisis con Cárcamo. Garma, conflictuado, procura a Mimi como analista. Mimi, a su vez, busca a Cárcamo como analista y el dispositivo explosivo estaba montado. Recuerda el caso de Freud, Tausk y Helene Deutsch.
En 1918, en Viena, Freud recusa analizar al talentoso pero problemático Victor Tausk y lo deriva a Helene Deutsch que, a su vez se analizaba con Freud. Este triángulo fue mortífero para Tausk y, según Roazen, lo llevó al suicidio. La situación triangular resultaba insostenible: durante los meses que duró el tratamiento, Tausk sólo hablaba de Freud con Helene Deutsch y ella sólo hablaba de Tausk en su análisis con Freud. Transferencia envenenada a tres bandas.
Las circunstancias hicieron que Mimi Langer pasara a ocupar el papel de Helene Deutsch entre Garma y Cárcamo. Ella le contaba a Cárcamo en asociación libre las andanzas de su paciente Garma. Cuando éste supo de los tubos comunicantes, el daño era irremediable.
El Moro Abadi tiene razón cuando habla de la omnipotencia imperante. Voy a dar un triste ejemplo. Cuando tenía 22 años, o sea, en mi segundo año de diván, Arnaldo me encamina la primera paciente: una mujer con Mal de Cushing, enfermedad fatal de las suprarrenales. El mensaje: "¿Por qué no? El psicoanálisis puede curarlo todo, desde la tartamudez al cáncer". Trataba a la paciente en el Hospital Francés, ella era piel y huesos y estaba tan consumida que no toleraba el peso de las sábanas sobre las piernas. Día tras día la veía envuelta en el silencio de marasmo. Cierta vez, poco antes de morir, ella me llama mi nombre y tiende su mano huesuda y yo no le tendí la mía, lo que hasta hoy en día no me lo perdono. La técnica de la abstinencia no me lo permitía. Imperdonable. El episodio incidentalmente ilustra cuan verde estaba en la época.
Acabo de hacer una asociación estrafalaria que, de haberla pensado, nunca la hubiera comunicado a Paula Heimann, para no quemarme. Ahora caigo en cuenta que yo en le época era una especie de pequeño Jung de la APA. Gentil, en el sentido de no judío, "de buena familia", talentoso, con una cura milagrosa en mi curriculum. Cuando, vía e-mail, toqué este tema con el historiador Hugo Vezzeti, él se opuso terminantemente a verme como Jung, pero creo que la ecuación es válida, con un poco de soda. Hugo es mi superyó historiográfico
Bueno, Jung o no Jung, Arnaldo engendró un monstruo; el cambio había sido demasiado rápido y espectacular. El joven pasivo, abotagado, dependiente, dejó de serlo. [Bueno, lo de pasivo y abotagado es relativo, recuerden mi tercer lugar en Tucumán]. En 1945 pasé a liderar en los seminarios. Comienza a leer a Melanie Klein y a cuestionar la conducción de mi análisis. Arnaldo era un analista activo que "dictaba" el curso de la cura, para hablar en términos actuales. Si alguien me apura yo diría que Arnaldo fue un pensador tal vez más brillante que Adler, pero era un mal analista al pie del diván. Y yo dale que dale, machacando con las bondades de Melanie Klein y Fairbairn, criticando las interpretaciones recibidas; hasta que llegó el día en que el pobre Arnaldo no aguantó más y dijo:
__ Rodrigué, si no te gusta, jodete.
Me impactó el "jodete", sobre todo porque fue la primera vez que me tuteaba. Yo me levanté y me fui. Peligrosa separación.
Alcyon Bahía, candidato brasileño, acababa de pelearse con Garma. La joven APA se sentía amenazada, temiendo una reacción en cadena. Entonces se proclamó un edicto que decía que si un candidato dejaba su análisis didáctico ningún otro didáctico podría tomarlo. Su carrera quedaba trunca. Yo estaba realmente jodido. Fui a ver a varios didactas, Mimi Langer, Pichon y Cárcamo quienes, dando muestras de simpatía, me negaron su diván. Fue aquí donde Balán se equivoca, yo nunca me analizé con Mimi. Quería pero no podía.
Matilde, la mujer de Arnaldo, me contó muchos años después, que su marido pasó un par de días en cama, deprimido. Arnaldo estaba deprimido y yo paranoico. Me sentía perseguido y con razón, lo que magnificaba la paranoia. Cuando uno está bien paranoico se enciende una lamparita en la cabeza que no te deja en paz; una lamparita roja que ulula tipo sirena. Corría el año 1947. Acababa de recibirme de médico y ya trabajaba como analista. La única salida era continuar mi análisis en el exterior. Trabajar fuera de la APA, como analista silvestre, era suicida en la época. Entonces le escribí a Fairbairn, un analista escocés, pidiéndole hora. No le pedí hora a Melanie Klein por parecerme que ella era demasiado importante. Fairbairn me contesta que no es didáctico y sugiere que le escriba a Paula Heimann, lo que hago. A todo esto, en el almuerzo mensual con mi padre, le cuento mi situación golpe por golpe. Él concuerda en bancarme el viaje; comprometiéndose en girarme el equivalente actual de 300 dólares mensuales.
Paula Heimann me acepta como paciente, o sea, primero debía realizar un análisis común, terapéutico; luego se vería, sobre el diván, si podría hacer el didáctico como candidato.