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Hace casi treinta años un grupo de dieciocho profesionales intentamos cambiar el curso histórico del psicoanálisis en la Argentina. Impulsado por los ecos del Mayo Francés, arrastrado por la onda expansiva del Cordobazo, conmocionado por el auge de masas de finales de los 60, Plataforma se propuso instalar el futuro un poco más acá, sacudiendo conciencias, irrumpiendo irreverente en el sagrado santuario de la ciencia aséptica, y compartiendo barricadas con otros trabajadores de la cultura que se proponían derribar el mito de la neutralidad valorativa del científico.
Hace casi treinta años, al separarnos de la institución psicoanalítica oficial, un grupo de analistas emprendimos el imprevisible (¿imposible?) camino de comprometer nuestros esfuerzos en pos de un psicoanálisis, "otro", que abjurara de la adaptación irreflexiva del individuo a la sociedad y se mantuviera lo más lejos posible de cualquier estrategia de control social.
Esta nota, que será seguida por otras, pretende reconstruir el clima alborozado y efervescente de lo que fue la primera ruptura por razones ideológicas y políticas en el seno de la Asociación Psicoanalítica Internacional desde que Freud la fundara. Insistirá en la elocuente clave de su localización Argentina, en la multiplicidad de sentidos que disparó la precoz disolución del grupo que consumó la ruptura y, mas aún, propondrá iniciar, a través del ejercicio de la memoria crítica, una reflexión acerca del destino posterior de sus miembros y de los efectos que, en el imaginario social, aún perduran y se reproducen.
A finales de la década del 60' el contorno del psicoanálisis se correspondía con el de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Y la Asociación, con una estructura vertical y monopólica, administraba con mano férrea el ejercicio de su práctica, la formación de profesionales, la expansión de esta disciplina prestigiada y en creciente difusión.
Por otra parte no existían, entonces, alternativas institucionales para una formación psicoanalítica sería y rigurosa. La A.P.A. era la mejor desde que también era la única. Pertenecer a ella era muy difícil pero, si se lograba entrar, atravesar los rituales de una iniciación llena de obstáculos y dificultades, todo el confort de la campana de cristal se ponía el servicio de garantizar un estudio responsable de la obra de Freud y de los posfreudianos, de Melanie Klein, de Winnicott, de Bion y de Meltzer, una seguridad económica y un porvenir acomodado, nada despreciable.
Pues bien, ese confort, el de la campana de cristal, es el que, a muchos de nosotros, comenzó a asfixiarnos. El descontento dentro de la institución y la insatisfacción con nuestra práctica, pretendidamente apolítica y por fuera de otros intereses sociales, ofició de factor aglutinante.
¿Quiénes integramos Plataforma? Eramos unos pocos. Personas concretas que firmábamos con nombre y apellido y que nos desplegábamos en el amplio espectro de las jerarquías, institucionales; desde la base a la punta de la pirámide. Eran cuatro miembros en función didáctica: Marie Langer, Gilberte Royer de García Reinoso, Diego García Reinoso, Emilio Rodrigué. Era Eduardo Pavlovsky, Miembro Titular. Armando Bauleo, Hernán Kesselman, José Rafael Paz, Miembros Adherentes. Era Lea Nuss de Bigliani, egresada de Seminarios y éramos otros candidatos: Fany Baremblitt de Salzberg, Gregorio Baremblitt, Guillermo Bigliani, Manuel Braslavsky, Luis María Esmerado, Andrés Gallegos, Miguel Matrajt, Guido Narvaez, y yo mismo: Juan Carlos Volnovich. Pero con nosotros estaban también, y desde el principio, aunque por no ser miembros de A.P.A. no habían renunciado, claro, León Rozitchner, Raúl Sciarreta y Eduardo Menéndez.
De nuestro grupo original hoy faltan: Marie Langer, Diego García Reinoso, Fany Baremblitt de Salzberg y Manuel Braslavsky. También falta Raúl Sciarreta, que renunció a pertenecer a Plataforma aún antes de su disolución y José Bleger que integró Plataforma mientras permanecimos dentro de la APA, pero que no renunció con nosotros.
Después, no mucho después y ya fuera de la A.P.A., otros compañeros se incorporaron a Plataforma. Eran psicoanalistas de A.P.A. que renunciaban individualmente y se sumaban a nuestro proyecto; eran psicólogos que compartían nuestras luchas y nuestras ilusiones, eran colegas del interior, de Rosario, Córdoba y Tucumán, que vibraban en la misma longitud de onda y fueron, también, Rosa Mitnik y Alberto Pargeament que "desaparecieron" víctimas de la represión.
De nuestro grupo original, los que con la renuncia a la A.P.A. produjimos la ruptura y apertura, solo tres compañeros permanecieron en el país durante los años de plomo, manteniendo viva la llama: José Rafael Paz, Guido Narváez y Manuel Braslavsky, que falleció antes del advenimiento de la democracia. El exilio fue el común destino para los demás.
Marie Langer, Gilberte Royer de García Reinoso, Diego García Reinoso, Miguel Matrajt en México. Hernán Kesselman y Eduardo Pavlovsky en Madrid. Armando Bauleo en Venecia. Lea Nuss de Bigliani y Guillermo Bigliani en Sao Paulo. Gregorio Baremblitt en Río de Janeiro. Emilio Rodrigué en Bahía, Fany Baremblitt de Salzberg, Andrés Gallegos y Luis Maria Esmerado en Barcelona. Juan Carlos Volnovich en La Habana. Cada uno en su lugar. Cada cual a su manera llevó adelante un proyecto en el que el desvelo por el psicoanálisis y lo social, jamás estuvo ausente.
¿Desde cuándo Plataforma? Desde que en el Congreso Internacional de Psicoanálisis de Roma, en 1969, pero no en el Cavallieri Hilton Hotel, sino en el modesto Carletto de la vuelta, otro discurso empezó a escucharse.
Desde que Armando Bauleo y Hernán Kesselman empezaron a agitar la consagrada estructura institucional y removiendo el avispero propusieron una asamblea en la que se escucharon, por primera vez en el salón de ese espléndido petit hotel de la calle Rodríguez Peña, palabras como "revolución", "internacionalismo" y el proyecto de un congreso de psicoanálisis en La Habana. Desde que Eduardo Pavlovsky usó su autorizada voz de Miembro Titular para leer en sesión plenaria el trabajo escrito por Gregorio Baremblitt. (voz no autorizada por ser sólo candidato) que criticaba, implacable, la ponencia oficial de la institución al próximo Congreso Internacional de Viena.
Desde que frente a una huelga general algunos de nosotros osamos distribuir en la Asociación volantes de la Federación Argentina de Psiquiatras (gremio al que pertenecíamos) fijando, así nuestra posición frente al paro.
En fin, desde que el "adentro" de la Asociaci6n y el "afuera" de la historia empezó a tironearnos y, en algunos casos, a desgarrarnos.
Cuando en el momento de entregar la renuncia firmada por todos, casi en la puerta por la que no volveríamos a entrar, el Dr. Joel Zac nos paró, resignado, para ensayar su excusa y sostener su posición: -"Yo estoy de acuerdo con la crítica que ustedes hacen pero soy de los que piensan que hay que pelear desde dentro...", Guillermo Bigliani le respondió: -"Sí, pero, sabés una cosa, Joel... estar dentro de la Asociación en estos momentos, es estar fuera de la realidad".
¿Para qué Plataforma? Para rescatar el psicoanálisis de la estrechez teórica en la que estaba sumido. Para ayudarlo a recuperar su misión crítica. Para apartarlo del establishment que lo incorporaba como opción novedosa. Para salvarlo de la certidumbre tecnocrática. Para acabar con el cientificismo.
Pero, también, para poder salir, nosotros, psicoanalistas, del consultorio privado y romper con la condena a atender, solo, cuatro veces por semana durante cincuenta minutos e interminables años a pacientes de clase media bajo la amenaza omnipresente de no estar haciendo psicoanálisis si en algo se transgredía esa norma. Para poder ir con el psicoanálisis a los hospitales, a la Universidad, a otras clases sociales. Para atender grupos e instituciones sin vernos obligados por eso a reconocer la pérdida de nuestro instrumento psicoanalítico. Para poder pensar un psicoanálisis fresco, sin ataduras que lo deformen, un psicoanálisis libre de compromisos y alianzas con el Sistema.
Sí. Para todo eso, Plataforma. Para hacer una revolución psicoanalítica que ayude a hacer una Revolución Social.
Hoy en día todo esto suena tan ilusorio, tan ingenuo y confuso como todos los 60 y los 70 juntos. El proyecto de Plataforma se convierte, así, en blanco paradigmático para la crítica que, desde la posmodernidad, se ensaña con las utopías; crítica a la omnipotencia descomunal que Plataforma albergaba y al mesianismo que, de hecho, destilaba. Pero lo cierto es que, desde Plataforma, el psicoanálisis argentino no volvió a ser el mismo y la A.P.A., pese a les modificaciones democráticas que las circunstancias económicas y políticas le impusieron, tampoco volvió a recuperar le hegemonía de entonces.
¿Hasta cuándo Plataforma? Hasta que comenzamos a descubrir que nuevamente volvíamos a cometer los mismos errores que criticábamos en la Asociación de la que nos habíamos apartado. Cuando avizoramos el peligro de que nuestro proyecto pudiera ser desactivado y neutralizado. Cuando el vicio de un profesionalismo de nuevo cuño empezó a rondarnos.
Entonces, al año de haber renunciado a la A.P.A. decidimos ratificar aquella ruptura (que fue también un acto político) con la autodisolución del grupo; disolución que era, ahora, un gesto ético.
A partir de entonces cada cual tomó el camino que consideró más pertinente. Para muchos, y tal vez no por casualidad, al principio fue el gremio, la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental y el Centro de Docencia e Investigación. También la Cátedra de Psicología Medica de la Facultad de Medicina nos convoco por un breve tiempo; hasta que la intensidad de la represión interrumpió, precozmente, todos estos proyectos y nos condenó, a casi todos, al exilio.
¿Dónde Plataforma? Fuera de la institución oficial. Apartada de todo proyecto de control social. En el psicoanálisis "donde los psicoanalistas sean, entendiendo el ser como una definición clara que no pase por el campo de una ciencia aislada y aislante, sino por el de una ciencia comprometida con las múltiples realidades que pretende estudiar y transformar".
En los trabajadores de salud mental que vienen, desde hace más de treinta años, reflexionando sobre sus prácticas, luchando contra los limites impuestos y tratando de evitar que esas luchas sean desactivadas o neutralizadas.
En cada psicoanalista que se enfrente a las trampas del individualismo burgués; en la multitud de jóvenes psicólogos que, desde la trinchera de las instituciones asistenciales, en los equipos de salud mental de los Organismos de Derechos Humanos, se cuestionen sobra la eficacia, la pertinencia y el sentido de sus prácticas -sobre el saber de su quehaceres- aunque jamás hayan oído hablar de Plataforma.
En la conciencia desgarrada; en la conciencia angustiada. En el autocrítico desdoblamiento cotidiano. Allí está Plataforma: en ese amplio movimiento que no lideró pero que sí hizo posible.
Entonces, ¿dónde Plataforma? En el imaginario social. En la memoria y en la ausencia. En la derrota de las ilusiones de los 60. En nuestra lastimada conciencia de vencidos. En la próxima alborada.
La historia oficial del psicoanálisis miente la historia e intenta encerrar a Plataforma en un museo. Nuestros enemigos saben que la memoria es clave para recuperar la identidad. Por eso se nos vacía el recuerdo y nos ofrecen una versión desfigurada. Cuando no es omitida, cuando no es borrada y "desaparecida", Plataforma se presenta como una momia: nombres, fechas, datos desprendidos del tiempo, irremediablemente divorciados de nuestra realidad actual.
A los psicoanalistas, para que ignoremos lo que podemos ser, se nos oculta y se nos miente lo que fuimos. Por eso, tal vez, el porvenir del psicoanálisis, el porvenir de esa ilusión, se juegue en el tenaz desempeño de la memoria, en el propio ejercicio de la critica, en la renuncia a hacer política con el pasado, en poder despojarnos de exitismos y mesianismos y llegar así, con paciencia y humildad, a construir las claves de la larga tarea por venir.
Nadie es, sospecho, demasiado ajeno a la sociedad que lo genera. Los prejuicios que caracterizan a los sectores dominantes, interesadas en justificar y perpetuar la desigualdad y la injusticia, se reflejan también en nosotros. Incluso en aquellos que decimos o queremos ser de izquierda o que, al menos, nos negamos a ser cómplices de esta organización injusta y desigual. Nosotros tampoco estábamos vacunados contra la ideología de la opresión. Quizás nuestra salud consistió en saber que estábamos enfermos, no mucho menos enfermos que el sistema que nos hizo y que quisimos ayudar a deshacer. Quizás nuestro futuro se apoye, entonces, en la firme decisión de reparar los filamentos rotos de una maya social agujereada y, sobre todo, en poder recuperar la posibilidad de la ilusión, el gusto por la esperanza. Allí donde a pesar de una ausencia que ya lleva casi treinta años, Plataforma sigue estando.
JUAN CARLOS VOLNOVICH
Diciembre de 1999
Ver también artículo sobre el mismo tema en el foro "Situación del Psicoanálisis", capítulo de los "Estados Generales del Psicoanálisis"