Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
¿El analista en el banquillo?
Alexander Cruz Aponasenko

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¿Todavía supondrá un ejercicio interesante interrogar cuáles son las preguntas que los analistas de hoy nos hacemos? Ya bien entrados en el capitalismo, viviendo aquellos efectos de segregación que Lacan tanto temía y subidos firmemente en el discurso universitario, nunca viene mal retomar las viejas cuestiones, aunque sea a manera de ejercicio dialectico. Ahora, en la era de las respuestas, quizá preguntarse resulte al menos entretenido.
Por ejemplo, el inconsciente. ¿Es acaso obvio que un analista novel de hoy se pregunte acerca del inconsciente? ¿O que es el Psicoanálisis? ¿Nos seguimos preguntando por el lenguaje, por el significante? ¿Sigue la sexualidad siendo problemática? En todo caso siempre se puede responder que el inconsciente es el discurso del Otro. Si se es más arriesgado incluso se puede aventurar a decir que “no hay relación sexual”. Hoy podemos hablar del grafo del deseo, del malestar en la cultura, del semblante, del fantasma, incluso de algo llamado “litoral”. Pero en estos casos, al repetir las formulas canónicas, ¿de qué estaremos dando cuenta? Porque no hay que desconocer que el analista debe dar cuenta de ciertas cosas. Muy al contrario de cómo suele pensarse, el analista tiene responsabilidades, y sus responsabilidades no son solo ante la cura, sino también ante el psicoanálisis mismo.

En el breve discurso a los psiquiatras, que Jacques Lacan diera en 1971, queda clara su lectura acerca de la formación de los analistas en ese momento y lugar. Sin preámbulos reta a los psiquiatras/psicoanalistas en formación por preocuparse demasiado por su formación como analistas y dejar de lado la razón de su existencia: los “enfermos”. Lacan señala que para poder ejercer la labor de psiquiatra – de donde se extrapola la labor de analista – es necesario estar “irremediablemente concernido” por los enfermos. Que eso a uno le concierna. Y en lo que parece ser una formula del querido sentido común, encontramos una lectura certera del efecto segregativo que produce la escolarización de la enseñanza del psicoanálisis. Efecto inevitable de  masa, pero sobre el cual cada analista debería estar mínimamente advertido. Esto es la entrada del discurso universitario.

Planteemos ahora que en el discurso universitario, aquello de lo que se trata es de la  comprensión. En realidad, todo parte del loco. Tenemos que al loco no se lo comprende, tal como señala Lacan (1967), entonces, por algún afán que aún no ubicamos, se busca comprenderlo. Y es entonces cuando se busca a los psicoanalistas, porque hay una suposición bastante común de que el psicoanálisis ayuda a comprender. Sabemos intuitivamente que no se trataría de eso, de alguna suerte de comunidad de registro entre el analizante y el analista. Sin embargo hay una extrapolación que se desprende lógicamente de este primer movimiento. Si el psicoanálisis sirve para comprender al loco, por supuesto que se hace necesario comprender al psicoanálisis y por supuesto que para ello hay que mínimamente comprender a Freud y a Lacan, al menos. Entonces  hacen aparición los discursos que hacen posible una supuesta exegesis de lo trabajado por los grandes pensadores del psicoanálisis. Un adelanto comprensivo y solo aparentemente necesario para el pobre novel.

Por el contrario, Heidegger (2005) propone que para acceder a lo pensado por un pensador es necesario seguir sus pasos. Recorrer el camino que ese pensador recorrió. Es necesario hallar al pensador para después perderlo. Y en ese proceso arribar a lo no-pensado de ese pensador particular. “Lo no pensado es el don más sublime que un pensar tiene para ofrecer”. (Heidegger, 2005). Lacan sigue esta indicación al pié de la letra y es a partir de allí que formula el retorno a Freud. Retornar a Freud significa seguir los pasos de Freud. Es lo que Lacan hace año tras año en su seminario. Propone pensar en lo no-pensado por Freud, la roca viva de la castración, ¿Qué quiere la mujer? El más allá del principio del placer. Los analistas hoy. ¿Estamos dispuestos a seguir los pasos de Lacan o de Freud?

Si seguimos a Heidegger y proponemos que un analista es alguien que transita, que es un “transeúnte” en el sentido del filósofo. Entonces lo que un analista transita es una experiencia, una praxis. Eso lo convierte en un practicante. Alguien que va, que sigue un camino.

El retorno a Freud, por más desmentido en ocasiones por Lacan, es su propuesta de seguir los pasos de Freud. En aquel entonces la consigna estaba claramente dirigida a la IPA. ¿Y hoy? Se trataba de poner en cuestión al analista, pasarlo al banquillo. En 1958 Lacan denunciaba que los analistas de su época se dedicaban a la “reeducación emocional” de los pacientes. Se ocupaban de llevar a los pacientes más cerca de la happiness. Ese fue su punto de entrada en aquellos años.
Hay una expresión muy interesante al caso que usa Lacan en el texto que estamos citando. El analista en el banquillo, tal como Lacan mismo lo está cuando habla. Porque, asumámoslo, hablar es pasar al banquillo, y escribir es básicamente quedarse sentado ahí.

Pasar al banquillo implica dar cuenta de algo. Para el caso, dar cuenta del tránsito por la experiencia. Dar cuenta de la experiencia, en la actualidad, implica el ser evaluado, el ser comparado con otros discursos. Y esto es algo a lo que muchos analistas rehuyen. Laurent (2000) propone que el término de “analista útil”. Entendemos que este calificativo de utilidad está básicamente orientado al psicoanálisis en relación a otros discursos y sobre todo a su existencia en lugares públicos. Más allá de lo privado.  El “analista útil” es alguien que acepta ser evaluado sin temor porque puede dar cuenta de su experiencia. Los analistas hoy, ¿acaso nos preparamos para establecer diálogos con otros discursos y dar cuenta de nuestro transito? ¿Ejercemos la moribunda critica que el capitalismo moderno ha terminado de hundir con su anything is possible? ¿Criticamos al psicoanálisis, siguiendo los pasos del espíritu freudiano?

¿Cómo están orientadas las preguntas de los analistas modernos, desde donde están orientadas? ¿Parten de una clínica y se dirigen de vuelta allí a donde partieron? Es decir, ¿cumplen el circuito freudiano? ¿O son meras interrogaciones intelectuales que pretenden engrosar el caudal de saber referencial que se puede tener?

Si los analistas no nos formamos para tomar partido en los debates, si no hacemos del discurso analítico algo que es definitivamente una praxis. Si no devenimos “analistas útiles”, ¿cómo pueden sostenerse los espacios públicos a los que la experiencia analítica ha accedido? Si el analista es útil en el sentido propuesto por Laurent,  entonces es compatible con los modernos espacios públicos, sean estos, salud, cultura e incluso ética. El análisis tendría que poder salir del exilio de sí mismo (Laurent, 2000) al que fue arrojado por los ideales de una práctica no desarrollada sino copiada, no pensada en un tránsito sino calcada de las imágenes de los precursores.
Flaubert habló de cierta “estupidez doctoral”, es algo que los estudiantes universitarios denuncian todo el tiempo. El saber que el discurso universitario produce, se reproduce de una manera autocomplaciente y a salvo de ser descubierto. Pero lo mínimo que un psicoanalista debería hacer es sospechar del saber y más si sabe de dónde proviene. Si pasado al banquillo, un analista debería dar cuenta de su tránsito, ¿qué del tránsito puede decirse desde un saber que no se atreve a ir detrás de la fachada, que no pretende fallar? Si la equivocación es el camino a la verdad, ¿por qué no tomar el camino de la equivocación? ¿Acaso hay otro camino?

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 28 - Febrero 2014
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