Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La ciudad analítica (¿una identificación al síntoma?)
Marina Averbach - Luis Teszkiewicz

Imprimir página

"… por apego a sus opiniones, esas personas parecen comportarse como aquellos que en las discusiones defienden sus tesis contra viento y marea. Soportan sin flaquear cualquier consecuencia, convencidos de poseer principios verdaderos. ¡Cómo si algunos principios no debieran ser juzgados por las consecuencias que de ellos resultan y, sobre todo, por su fin!"
Aristóteles, "De Caele"

"… a menudo se habla de la virulencia del narcisismo que reina en los grupos analíticos. Desde el exterior hay quienes se asombran de que algunos que han hecho un análisis no sean más sabios y sí tan ávidos, y tan vindicativos, cuando se trata de ponerse ahí". (…) "Veo en ello una manifestación del fin (de análisis) por el "hacerse ser", por lo que podemos llamar el narcisismo del ser, que no es el único. Y, después de todo, en efecto, un sujeto puede haberlo aprendido en un análisis".
Colette Soler, "Qué fin para el analista"
en "Estudios sobre las psicosis"

¿Cómo explicar la fragmentación del movimiento psicoanalítico internacional (y local), la multiplicación de instituciones diferentes, aún entre quienes leen a Freud bajo la inspiración de un mismo autor? (Sólo la IPA conserva cierta unidad, y esto al precio de renegar las diferencias). ¿Sólo diferencias teóricas?. ¿Simples diferencias de interpretación en la lectura?. ¿Sólo movimiento pasional (que, en nuestro medio, se bautiza como transferencia)?. ¿Síntomas, entonces, de los analistas que las componen?. ¿Revelación de una crisis que afecta al movimiento psicoanalítico en su conjunto y a las instituciones que pretenden ser depositarias de su saber (casi siempre en exclusiva)? … No lo sabemos.

Pero creemos que se trata de algo que pone en juego la opción política (más que psicoanalítica) de cada uno. Entendiendo el término política en su sentido original: "orientación o directrices que dirigen la actuación de una persona con relación a la "polis" (ciudad y, por extensión, toda sociedad organizada políticamente. En nuestro caso, la ciudad analítica).

La palabra política nos hace pensar en otra palabra: polémica, y no creemos que sea mera asociación fonética. Se trata de algo que responde a otro discurso, el del amo, no al psicoanalítico, aún cuando, en este caso, ambos discursos sean emitidos por los mismos sujetos.

Esto es tanto más interesante (al menos para nosotros) en tanto la crítica de las sociedades analíticas ha podido comenzar a realizarse con cierta seriedad teórica gracias a las contribuciones de Jaques Lacan. ¿Libra esto a las asociaciones lacanianas de la contradicción entre ambos discursos? O, al contrario, la alienación que la constitución de toda sociedad parece inducir, ¿es una alienación inevitable?. ¿Es posible preservarse de esta alienación?.

Freud se percata tempranamente de estas paradojas. En 1902 comienza a reunirse, en su casa, el grupo de los miércoles, que será el germen de la IPA y, por extensión (y sucesivas escisiones), de todas las asociaciones psicoanalíticas. En principio es una fratria, una horda salvaje que ha asesinado al saber heredado (y a la creencia en la certeza positiva de ese saber), al incorporar un nuevo concepto que descentra al Yo y a todo su saber racional: el Inconsciente. Hasta 1908 toda persona que asista a las discusiones tiene la obligación de participar de ellas.

Pero la horda no tiene más remedio que fundar una sociedad (en este caso, la analítica) para no verse destruida por las luchas imaginarias. Cuando en 1908 un nuevo reglamento autoriza al silencio, da cuenta así del crecimiento del grupo, pero también de la aceptación de miembros fantasmas, receptores pasivos de un saber o meros voyers.

Con esta modificación reglamentaria el grupo de los miércoles da entrada a otro discurso, un discurso político, el de la democracia, que garantiza la libertad de palabra y, con ella, la libertad del silencio.

Pero el descubrimiento del Inconsciente demuestra que el sujeto no posee libertad de palabra. ¿Significa esto que una sociedad analítica no puede ser democrática?. Evidentemente, no. Pero esto no niega que la libertad de palabra sea una libertad democrática, es decir: política, que nada tiene que ver con la ética del psicoanálisis.

La libertad de palabra es opuesta a la asociación libre, en tanto que, paradójicamente, esta asociación libre no es libre en absoluto. Asociar libremente es someterse a la primacía del proceso primario, a un Inconsciente que es Otro. Esta es la única política psicoanalítica posible, pero ¿es una política posible?.

Se produce así una paradoja: por un lado, es inevitable que la teoría psicoanalítica se dé los medios para existir materialmente, so pena de circunscribirse a sus fundadores (y perecer con ellos). Por otro, el discurso político es discurso del Amo, es discurso que resiste al Inconsciente. O sea que se funda la comunidad analítica reprimiendo aquello que es su fundamento: el Inconsciente (¿será por eso por lo que las sociedades analíticas parecen condenadas a ser reuniones en perpetua división?).

Freud se encuentra (como más tarde Lacan) en un lugar imposible: imposibilidad de ser el maestro, imposibilidad de no serlo. ¿Se puede ser Maestro sin encarnar el discurso del Amo?. ¿Cómo ser un dominus, se pregunta Elizabeth Rudinesco, si el descubrimiento del inconsciente implica el reconocimiento de la imposibilidad de dominio?. Y otra pregunta: ¿se puede ocupar el lugar del Amo sin renegar de la herida narcisista que conlleva el descubrimiento del inconsciente?.

¿Cómo ser un maestro sin ocupar el lugar del Maestro?, parece ser la pregunta de Freud en "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico":

"Encaraba, sin valentía, la perspectiva de tener que asumir, en mi vejez, el papel de jefe y de guía y, sin embargo, me decía para mis adentros, que un jefe es necesario".

En 1907 estas contradicciones ya deben ser manifiestas para Freud. Propone disolver el grupo de los miércoles para refundarlo inmediatamente, actos que deberían repetirse cada 3 años. Disolución y refundación que pretenden tener en cuenta al inconsciente en el propio funcionamiento de la institución. Al disolverse el grupo sus miembros quedan libres, no necesitando de ninguna palabra ni de ninguna acción para abandonarlo. Al refundarlo se los invita a una decisión política, un acto de adhesión que testimonia su libre elección más allá de las palabras (y de los silencios).

Freud intenta, con este acto político, acordar su organización a la teoría que la ha fundado. La disoluci ón – refundación sería así un medio político para intentar poner en acto al inconsciente. La disolución es una innovación en política1. Disolverse es "el rapto de una muerte que, al mismo tiempo, precipita". Pero ¿podemos sostener su corrección más allá de sus efectos?.

Lacan comparaba a los analistas con los políticos griegos: "sacar la flota al mar en el momento oportuno". Hacer lo correcto en el momento correcto, he ahí la función del buen político (y la del buen analista). ¿Eficacia política? ¿Eficacia analítica? ¿Punto de encuentro de los dos discursos?.

¿Cómo evaluar la corrección de una decisión si no es por la praxis?. La de esta invención freudiana no fue precisamente exitosa. ¿Es posible anular con una medida legal, estatutaria, la transferencia y sus consecuencias?.

Por un lado tenemos un discurso (el analítico) que pone en juego una ley (la del Inconsciente) por la que ningún hombre es libre en lo que dice o hace. Por el otro, otro discurso (el de la democracia social) por el que todo hombre es libre en sus palabras o actos. La libre asociación nos habla de individuos que se agrupan o asocian según su libre voluntad. La asociación libre de la imposibilidad de libertad.

Sólo 4 de los 22 miembros del grupo de los miércoles no se inscriben en la nueva asociación. Ninguno de ellos está en conflicto teórico con Freud ni es participante pasivo, y Freud deberá recurrir (más adelante) a medidas más enérgicas para desprenderse de aquellos en los que la disensión se ha hecho insalvable (Adler, Jung). Como dice Octave Mannoni, la transferencia, teorizada pero no considerada en la práctica por Freud, ha actuado más allá del deseo de su fundador.

La posición de Freud es, cuanto menos, izquierdista (en el sentido que le daba Lenin a esta palabra, el de enfermedad infantil). La disolución es la conservación de una ilusión: está institución ha muerto pero renacerá purificada, más bella y más feliz. La disolución tiende así a la eternidad, es decir, a la repetición.

Freud, al intentar construir una sociedad alrededor de su causa, produce divisiones internas. En su inevitable y deseable crecimiento deja de ser una asociación entre iguales. Permitir el silencio es reconocer, en la asociación, la primacía del discurso democrático sobre el del psicoanálisis. Forzar una decisión es obligar a hablar. Aquellos que no se van, ganan en democracia lo que pierden en sumisión al inconsciente. Del inconsciente se pasa a la relación social, de la asociación libre a la libre asociación, de la casa de Freud al Colegio de Doctores.

El derecho a la libertad de palabra es un derecho político, no ético. Un derecho que implica la incuestionable libertad de teorizar para cada uno de los miembros. Pero es, también, un derecho imaginario del Yo a defender el goce de la palabra. ¿Cómo evitar que la libertad de teorizar para cada uno desemboque en la lucha imaginaria por el triunfo de las ideas verdaderas?.

La política de Freud, quien pretende ser consecuente con su descubrimiento y, dentro de esa consecuencia, difundirlo; llevará, a pesar suyo, a la construcción de un gigante burocrático que transformará al maestro en un amo sin mando, es decir, en un Tótem (recuérdese la polémica en torno al análisis silvestre y el requisito de la titulación médica, entre tantas otras en las que la opinión del maestro no fue tomada en cuenta). Es la ilusión de un movimiento que simula vivir porque se ha transformado en una institución.

La política de Lacan, permanentemente preocupado por adecuar las formas institucionales a la originalidad del descubrimiento freudiano, llevará a la atomización de su movimiento (pese a los esfuerzos en contrario de la AMP).

Lacan nos dice, en el momento de su excomunión: "Todos saben que la política consiste en negociar, y en su caso, al por mayor, por paquetes, a los mismos sujetos, llamados ciudadanos, por cientos de miles".

¿Es posible expulsar la dimensión política de las instituciones psicoanalíticas (aunque en su caso los paquetes no lleguen a cientos de miles y deban conformarse con cantidades más modestas)?. ¿Es posible preservar a los sujetos analistas en su singularidad de esta dimensión de ciudadanos que el discurso político genera?.

Continúa Lacan, refiriéndose a su expulsión de la IPA: "Algunos, desde fuera, pueden asombrarse de que en esta negociación hayan participado, de manera muy insistente, algunos de mis analizados, y hasta analizados que aún estaban en análisis". Esto hace surgir una pregunta: "¿Cómo es posible una cosa semejante, a no ser que exista, en las relaciones con sus analizados, alguna discordia que pone en tela de juicio el valor del análisis?". Pregunta que resuena cuando recordamos que el propio Lacan reconoció que llegó un momento en el que en su análisis con Lowenstein sólo le interesaba que éste lo promocionara a analista didacta. O que Miller ocultaría en su análisis con Mellman, los actos políticos que preparaba con el fin de excluir de la institución a algunos analistas, entre los que se contaba el suyo.

Podemos rastrear una respuesta en lo que escribiera Colette Soler mucho antes de su propia separación de la AMP:

"… a menudo se habla de la virulencia del narcisismo que reina en los grupos analíticos. Desde el exterior hay quienes se asombran de que algunos que han hecho un análisis no sean más sabios y sí tan ávido, y tan vindicativos, cuando se trata de ponerse ahí". (…) "Veo en ello una manifestación del fin (de análisis) por el "hacerse ser", por lo que podemos llamar el narcisismo del ser, que no es el único. Y, después de todo, en efecto, un sujeto puede haberlo aprendido en un análisis".

Si el análisis no suprime la estructura neurótica, ni los síntomas a que ésta da lugar, ni el inconsciente, ni la transferencia, habrá que aprender a convivir con ellos también entre analistas. O sustraerse a toda institución o grupo. Pero las instituciones analíticas son necesarias si se pretende, no ya seducir al Amo, que no es seducible, sino a algunos de sus esclavos.

¿Se trata entonces de que el discurso analítico no nos sirve de nada en nuestra praxis institucional?. Se trata de hacer consciente, no lo inconsciente, sino el inconsciente, el hecho de que tenemos uno, y desarrollar nuestra praxis, también la institucional, contando con el inconsciente y sabiéndola sometida a sus efectos.

Luis Teszkiewicz y Marina Averbach

Notas

1 En otro momento y con un objetivo político más preciso, Lacan también realizará una disolución – refundación.

Volver al sumario del Número 22
Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 22 - Diciembre 2005
www.acheronta.org