Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Acerca de la clínica y el caso desde una perspectiva psicoanalítica
Una aproximación a la clínica y la construcción del caso con relación a las intervenciones del psicólogo
Ana Cristina Bianco

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"…parece que por una paradoja insigne, el espíritu científico vive en la extraña esperanza de que el propio método fracase totalmente; ya que el fracaso es el hecho nuevo, la idea nueva…"
La noción del método científico en Epistemología
Gastón Bachelard

En nuestra práctica solemos utilizar conceptos sin reparar en sus implicancias. Comúnmente hacemos referencia a "un caso", a nuestra "clínica", etc., pero ¿de qué hablamos cuando decimos "la clínica"? ¿A qué nos referimos con "método clínico"? Resulta fundamental dejar en claro estos conceptos ya que esta definición incidirá en nuestras intervenciones como psicólogos ante un caso.

En la búsqueda de conceptualizaciones nos encontramos con definiciones muy diversas que alternan la clínica como acción y como calificativo.

En numerosas introducciones al tema hallamos su origen etimológico en la palabra griega "kliniké". Con ella se denominaba a la práctica médica junto a la cama (kliné) del enfermo. El médico, de pie al lado del paciente, para dictaminar un diagnóstico.

El diccionario agrega "clínico" es todo aquello que involucra la observación directa del paciente, lo que es diagnosticable o está basado en esa observación.

Hasta aquí podríamos señala que "clínica" es un concepto utilizado en numerosas ocasiones para calificar, para calificar una práctica o una acción; pensemos, por ejemplo, en experiencia clínica, fenómenos clínicos, método clínico, o bien, el calificativo aplicado a conceptos como enfoque, diagnóstico, intervención. La clínica se manifiesta como un modo de hacer. José Bleger (1973), por su parte, define al método clínico como un método por el cual "se procede a un estudio detallado y profundo basado en la observación directa y en la anamnesis, con un enfoque global y unitario. Tiene siempre objetivos prácticos y se caracteriza, además, por un contacto directo y personal del investigador con la persona estudiada, contacto que se puede extender a los miembros principales de su medio" (2).

Ahora bien, nuestra búsqueda arrojó otros resultados que caracterizan a la clínica como el conjunto de conocimientos adquiridos mediante la observación directa de los fenómenos naturales que se suceden en el organismo enfermo, o bien como una práctica fundada en una ética y en la singularidad del caso por caso donde no existe "la técnica" ni la convicción de un saber definitivamente constituido.

Recuperamos del discurso de apertura de la Sección Clínica de Lacan, que "la clínica tiene como base lo que se dice en un psicoanálisis, (...), la clínica no es el acto sino lo que de él se deduce, o sea, la reflexión sobre el mismo" (3). Según este autor, la clínica consiste en interrogar al analista y solicitar sus razones, convocarlo a formalizar la experiencia misma.

Frente a este panorama, la pregunta sigue en pie: ¿de qué se trata "la clínica"? ¿Es una práctica, una forma de hacer y, por lo tanto un calificativo, es un conjunto de conocimientos?

Recurrimos entonces a la historia para iluminar nuestra pregunta. En "El nacimiento de la clínica", en su capítulo IV "Antigüedad de la clínica", Michel Foucault destaca que la clínica tiene un origen remoto: "En el alba de la humanidad, antes de toda vana creencia, antes de todo sistema, la medicina residía en una relación inmediata del sufrimiento con lo que lo alivia" (4). Esta era una relación de instinto y de sensibilidad por la cual el individuo reconocía aquello que lo aliviaba o atormentaba; relación establecida por el hombre mismo y para sí mismo, sin la mediación del saber.

Con el correr del tiempo, estas experiencias individuales fueron transmitiéndose, comunicándose de padres a hijos, "todo el mundo practicaba esta medicina indistintamente" (5) y cada individuo se transformó en sujeto y objeto a la vez.

"Antes de ser un saber, la clínica era una relación universal de la humanidad consigo misma: edad de felicidad absoluta para la medicina. Y la decadencia comenzó cuando fueron inaugurados la escritura y el secreto, es decir, la repartición de este saber en un grupo privilegiado, y la disociación de la relación inmediata, sin obstáculos ni límites, entre Mirada y Palabra: lo que se había sabido no se comunicaba ya a los demás y vestido (vertido?) de nuevo en la cuenta de la práctica sino una vez pasado por el esoterismo del saber"(6).

En este sentido señala que la medicina ha sostenido una doble relación con el tiempo: "lo que en ella no es sino historia, es decir caída del tiempo, señalaría teorías" (7), sucesión cronológica de sistemas teóricos. Pero por otra parte, la historicidad de la medicina, en la cual una verdad se conserva en el tiempo, se encamina y tiende, sin llegar a ello, a concluirse; historicidad que indicaría un no sistema, un invariable llamado la clínica. Mientras existe una historia manifiesta y estéril, en la que los sistemas se suceden, la historia de la clínica contará aquello por lo cual la medicina significa y mantiene su verdad. La clínica no está enteramente ni en el tiempo, ni fuera del tiempo, "porque es el umbral y la llave de este reino en el cual se anudan el tiempo y la verdad" (8).

Con su método arqueológico (9), Foucault recupera el reemplazo de una enseñanza de la medicina realizada en presencia del enfermo, por otra, la de un saber ciego, saber carente de Mirada. "Después que Hipócrates (siglo IV a.C.) hubo reducido la medicina a sistema" (10) se abandonó la observación, se perdió la relación con el sujeto enfermo. Aprender el arte de la medicina consistía en incorporar los sistemas y teorías especulativas. En el caso de que esta modalidad de enseñanza contemplara algún contacto con los individuos enfermos, estos estaban organizados didácticamente según una experiencia ideal. La necesidad de una enseñanza por la práctica era cada vez mas reconocida y las clínicas reunían los casos que parecían mas adecuados para instruir, o bien, los enfermos eran agrupados según la especie patológica.

La clínica no constituía un encuentro entre médico y enfermo, sino un campo nosológico enteramente estructurado. El papel del médico de hospital era descubrir la enfermedad en el enfermo y éste era apenas el portador de esa enfermedad, el individuo se tornó indiferente, tan solo un ejemplo.

A fines del siglo XVIII, la clínica observó una brusca reestructuración; desprendida del contexto teórico, recibió un campo de aplicación ya no limitado a éste en el cual se dice un saber, sino coextensivo con el todo de la experiencia médica.

No se tratará, entonces, del encuentro con el enfermo desde una experiencia ya formada y de una ignorancia por informar, sino de ausencia de toda estructura anterior, de un dominio en el cual la verdad se enseña por sí misma y, de la misma manera, a la mirada del observador experimentado y a la del aprendiz todavía ingenuo. Continúa Foucault, "contra los sistemas, que pertenecen al tiempo negativo, la clínica es el tiempo positivo del saber"(11). No se trataba, entonces, de inventarla sino de descubrirla de nuevo; existía ya en las primeras formas de la medicina; "basta negar lo que la niega, negar lo que con relación a ella es nada, es decir el prestigio de los sistemas, y dejarla al fin gozar de todos sus derechos"(12).

Resultaba necesario recuperar las variaciones individuales que habían sido eliminadas por la medicina de las especies.

Cabe acotar en este punto que, si bien Foucault se refiere al campo de la medicina del siglo XVIII, podemos pensar en situaciones de nuestros días que nos devuelven a aquella nosología de las especies. Diagnósticos apresurados que subsumen un caso dentro de un cuadro o sistema, donde la generalización desdibuja al sujeto enfermo y lo transforma en ejemplo de la especie.

Decíamos que a fines del XVIII la clínica se reorganiza. En este giro, la Mirada y la Palabra se tornan fundamentales y la clínica se organiza en "un cuerpo complejo y coherente en el cual se reúnen una forma de experiencia, un método de análisis y un tipo de enseñanza"(13).

Es decir que ya, para ese entonces, la clínica se presenta como una práctica, un método y un tipo de enseñanza.

Nuestra pregunta pretendía ubicar categóricamente a la clínica, o bien como práctica, o bien como una actitud, o bien como un cuerpo de conocimientos. Pero observamos que estas formas no se excluyen sino que se articulan en "la clínica".

Situados al comienzo del siglo XX encontramos en Freud un planteo similar. Sabemos que su enseñanza, mas allá de una teoría o una técnica, es una enseñanza de casos. Aprendimos que cada caso debe tomarse como el primero, por lo que al tiempo que se plantea a sí mismo como primero, no puede constituir al siguiente como segundo. Parte de su legado se basa en la enseñanza de la clínica, pues, una particularidad del psicoanálisis, en tanto práctica, es que se encuentra subordinado por vocación a lo más singular del sujeto, y en ese sentido no le caben los sistemas ni los cuadros de especies.

Freud plantea que:

"Psicoanálisis es el nombre: 1.º De un método para la investigación de procesos anímicos … 2.º De un método terapéutico de perturbaciones neuróticas basadas en tal investigación; y 3.º De una serie de conocimientos psicológicos así adquiridos, que van constituyendo paulatinamente una nueva disciplina científica" (14).

Vemos que también para Freud se trata de una actitud o un método, una práctica y un cuerpo de conocimiento.

Si bien señalamos estos puntos de coincidencia con la clínica de la experiencia médica historizada por Foucault, debemos señalar, antes de continuar, algunas diferencias profundas entre el discurso médico y el psicoanalítico.

Frente a la luminosidad de la razón, la visibilidad puesta en la mirada y la metáfora mecanicista de la medicina, el psicoanálisis subvierte la concepción del síntoma, modifica la pregunta del médico, introduce la prehistoria, pone el acento en la escucha… Valiosos aportes del psicoanálisis que posibilitan una aproximación a lo singular, al sujeto.

En la reestructuración de la experiencia médica de finales del XVIII se observa un cambio en la pregunta "¿qué tiene ud.?" por otra, "¿dónde le duele a ud.?. Mirada y saber vuelven a reunirse luego del alejamiento que se produjo entre los sistemas (saber) y el individuo enfermo. El psicoanálisis transforma el "¿qué le pasa a ud.?" en "¿por qué cree que le pasa?" dando lugar a la significación subjetiva. Al respecto, Cecilia Moisse citando a E. Galende, afirma que "la intervención psicoanalítica resulta una respuesta interrogativa que no quiere centrar el saber del lado del terapeuta; aspira a plantearle al paciente una interrogación acerca de su saber relativo a su propio padecimiento" (15).

Asimismo, en lugar de buscar la enfermedad en el enfermo, apunta al sujeto en el síntoma. Para la experiencia médica, el síntoma tiene un valor de señal preestablecido, en tanto el psicoanálisis no opera por traducción simultánea ni por recurrencia a un método preestablecido. El síntoma se erige en mensajero, como un signo a descifrar y en el que se conjugan la historia del sujeto y el signo de los tiempos. En esta concepción, la historia del sujeto no se limita a lo transcurrido desde su nacimiento sino que incluye también una prehistoria que lo antecede y determina.

Finalmente, el psicoanálisis pone el acento en la escucha, aunque sin descartar la mirada. La palabra tiene plenos poderes; es en el discurso donde algo de lo singular se puede capturar. El saber en juego nos llega en el decir del sujeto.

La verdad finalmente habla por sí misma, en las producciones del inconsciente, en el síntoma, en las equivocaciones del discurso. El saber sistematizado "habla para acallar la verdad rechazada del sujeto que musita en las fallas del discurso" (16).

Retomando, en la clínica se articulan: práctica, método y saberes. Pero, esta clínica no se limita al encuentro médico-enfermo ó analista-analizante. Ya en 1930 Freud plantea que "en modo alguno me atrevería a sostener que semejante tentativa de transferir el psicoanálisis a la comunidad cultural sea insensata o esté condenada a la esterilidad" (17). Traemos esta cita para refutar aquellos prejuicios que asocian la clínica y en particular la clínica psicoanalítica de manera exclusiva con un tratamiento.

Práctica, método y cuerpo de conocimientos atraviesan el portal del consultorio de la psicopatología, por lo tanto, podemos pensar también el método clínico psicoanalítico, trascendiendo la asistencia psicoterapéutica de un paciente en un consultorio. Nos referimos a las intervenciones posibles de los psicólogos en las instituciones.

Ahora bien, de lo anterior se desprende que la clínica es una práctica, un método y un cuerpo de conocimientos. Pero esto no es suficiente para explicarla. Se trata de una práctica sostenida en una teoría que permite definir su objeto de intervención y un método que interroga a la teoría a partir de la práctica dando lugar a nuevos saberes. Esta práctica permite investigar, diagnosticar, prevenir, abordar una situación, intervenir ante el malestar de un sujeto, siempre contenidos en la teoría pero respetando individualidades. Es el estudio intensivo del caso por caso.

Método, práctica y saber se interrogan permanentemente y el psicólogo se vale de ello para llevar a cabo su tarea.

La clínica permite mirar al sujeto en su singularidad. Pero no sólo al sujeto. Lo clínico atraviesa la institución y las intervenciones del psicólogo allí situado: frente a un sujeto en problemas ó como un enfoque posible para interrogar a la institución misma. Si pretendiera asimilarse al método experimental, se trataría de manipular variables que se subsumen en universales y ello implica desubjetivizar a los sujetos involucrados, perder de vista la singularidad.

Pero, ¿cómo hace el psicólogo para abordar cada caso como si fuera único? ¿Cuál es su relación con la teoría? ¿Con la ciencia? ¿Cómo es que cuestiones generales toman, en un caso particular, un rasgo que le es propio, y es ese rasgo el punto que dirige la intervención? Es fundamental pensar este dilema para quienes trabajan en relación al sufrimiento humano, pero atendiendo al malestar de cada sujeto.

Cuando hacemos referencia a la clínica, en el sentido amplio que defendemos, resulta necesario hacer algunas salvedades de corte epistemológico, pero que, sin duda, tienen efectos en la práctica.

Habitualmente se escuchan discursos que la descalifican como un "método" no científico que ha perdido lo que la ciencia ha ganado en extensión. A esta crítica subyace una concepción de ciencia en el que la física suele instituirse como modelo. Para ser consideradas científicas, las disciplinas deben cumplir con requisitos generalmente impuestos desde un lugar exterior a ellas: objetividad, neutralidad, rigor metodológico… Este modelo de ciencia aspira a descubrir las regularidades escondidas en la naturaleza para dar cuenta de ellas a partir de leyes generales y en un lenguaje común, por ejemplo, el matemático. Las teorías se ofrecen como sistemas en los que dichas leyes se articulan prolijamente para dar cuenta de la realidad; existe una incuestionable correspondencia entre realidad y enunciados teóricos. Las teorías son el reflejo de esa realidad.

Un modelo epistemológico tradicional es el de la física galileana, preocupada por las generalizaciones y las coincidencias, donde se prioriza lo repetible, lo medible y cuantificable, centrando su interés en lo universal, en las reglas, descartando las características sólo individuales para abocarse al estudio de lo típico.

A mediados del siglo XIX se enarbola una concepción empirista de la ciencia donde la validación se cimentaba en la recopilación de leyes que expresaran regularidades entre fenómenos observables. La propuesta de Newton, por ejemplo, intentaba explicar la regularidad de los fenómenos en términos de leyes de aplicación universal que permitieran modelar matemáticamente los fenómenos. Esta concepción dominante apuntaba al monismo metodológico, el conocimiento nomotético, la correspondencia entre conceptos, observaciones empíricas y hechos u objetos. "Es así que la precisión, la exactitud, el control, la predicción y la contrastación con la realidad se convirtieron en factores imprescindibles en la definición de la verdad" (18).

Este paradigma ha sido ampliamente cuestionado en muchos de sus puntos: en cuanto el lugar de "La Verdad", al monismo metodológico, al lugar desde el cual se establecen los criterios de demarcación, la correspondencia entre enunciados teóricos y la realidad, entre otros. En "La formación del espíritu científico", Bachelard dice: "los conocimientos largamente amasados, pacientemente yuxtapuestos, avariciosamente conservados son sospechosos. Llevan el mal signo de la prudencia, del conformismo de la constancia, de la lentitud".

Si bien las críticas han surgido principalmente desde las ciencias sociales, también desde las ciencias naturales comenzaron a repensarse algunas debilidades del modelo, por ejemplo, acerca de la supuesta objetividad y la incidencia del investigador en la experimentación.

Debido a los límites de este trabajo no podemos adentrarnos en este complejo y siempre presente debate, pero nos es útil para interrogarnos acerca de la clínica en este contexto.

Mas allá de estas discusiones, la ciencia aspira a formular enunciados generales. Entonces, nos preguntamos, cuál es el lugar que le cabe a la clínica en tanto prioriza lo irrepetible, lo singular, lo original, con un interés particular por lo individual, el caso.

Sobre la clínica psicoanalítica pesan quizás sospechas acerca de su falta de cientificidad y de rigor. Entre lo singular y lo general nos preguntamos, "cómo llegar a resultados que no respondan a la única característica de un particularismo estéril?" (19).

El enfoque clínico, y en nuestro caso particular la clínica psicoanalítica, no se desentiende de la teoría, pero establece con ella una relación diferente. En tanto pretenda mantenerse en el marco de lo científico, no perderá de vista los enunciados generales: la clínica articula lo singular a lo general, pero devolviendo al caso su status de originalidad.

La teoría psicoanalítica enuncia generalizaciones pero no olvida que los procesos de constitución subjetiva tienen lugar de manera única en cada sujeto.

Concentrarnos en las generalizaciones sería, por ejemplo, intentar una psicología evolutiva que describa los procesos regulares que, cronológicamente, se presentan en todo y cada individuo. Nos quedamos, así, con una generalización descriptiva que termina por transformarse en prescriptiva y perdemos de vista, por ende, lo singular.

El psicoanálisis posibilita poner en tensión lo singular y lo general. Recordemos, por ejemplo, la teoría freudiana de las fases (oral, anal, fálica, etc.) en donde la formulación general no niega la posibilidad de pensar que cada sujeto las transita singularmente.

Recapitulando, la teoría que sustenta nuestra práctica es el psicoanálisis y la cuestión teórica es fundamental en tanto sostiene nuestra definición del objeto (no hay empiria desprovista de teoría). Tener en claro nuestra posición nos señala desde dónde intervenir; la teoría nos brinda herramientas para nuestra práctica, pero, parafraseando a Maud Mannoni:

"no hay que buscar en la práctica una pura aplicación de la teoría (...) Una actitud dogmática sólo podría hacer que el analista se vuelva sordo a lo que el paciente trata de hacerle entender en su idioma, con sus palabras. Está claro que en mi propio proceso, estoy obligada, según los hechos concretos que se presentan en la práctica, a privilegiar a veces el aporte de Lacan, a veces el de Winnicott o Bleger (...) Cuando me preguntan con qué parámetros trabajo, contesto: con todos estos parámetros, sin olvidar aquellos que el mismo paciente me indica, ya que es él quien me sirve de guía" (20).

Nuestra teoría y nuestro modo de teorizar, posibilitan un modo de investigación diferente que permite escuchar la riqueza de un saber que no puede sistematizarse. Es necesario oír lo que la teoría no dice. Es necesario superar aquella concepción en la cual la teoría es el fiel reflejo de la realidad, sin caer en un relativismo extremo.

Recuperando una analogía de Alicia Fernández (21), la teoría es como una red que permite un libre accionar. Como la red de un equilibrista, la teoría nos protege, pero resulta imposible caminar sobre ella. Caeríamos en los agujeros de lo singular.

La teoría, dice la autora, "nos brinda un espacio de creatividad y juego" para un trabajo creativo. Permite descubrir, decidir y elegir cuáles son las técnicas que se van a utilizar.

En tanto cada caso es único, el psicoanálisis debe recrearse cada vez y evitar las respuestas técnicas sobre el qué hacer en cada situación.

Esta es la diferencia y la importancia de la clínica, ya sea que hagamos referencia a la práctica, al método o al conjunto de conocimiento. Podemos pensar en situaciones cotidianas de la práctica en las que, contrariamente a nuestra posición, se recurre a generalizaciones, en las que el caso es concebido como un caso de una especie y así se lo incluye en determinada categoría. Saber y verdad, en este caso, van de la mano. La formulación de Lacan, en tanto, pone al descubierto la escisión entre saber y verdad, y el síntoma adquiere un estatuto diferente. El síntoma irrumpe en Un saber y, topológicamente, podemos visualizarlo como un agujero en el saber, que abre por otra parte la posibilidad de que surja Una Verdad; verdad que, hasta ese momento, ese mismo saber venía obturando.

El método clínico no es un método en tanto normas y pautas, sino una actitud que exige el reconocimiento de lo singular y utiliza la teoría, pero no lo es. La teoría como punto (o red) de referencia desde donde lo singular del caso se articula a lo general.

Pero, por la definición misma de la teoría, éstas tienden a hacer masas de las cosas. Esta tendencia de la teoría hacia la masificación de las personas tiene consecuencias trágicas. En su afán de objetivar al sujeto, lo que hace es desubjetivizarlo. Lo que se percibe es el borramiento de las diferencias individuales y el psicoanálisis, por el contrario, apuesta a las diferencias. La clínica psicoanalítica se mueve interrogando a la teoría desde los avatares de la práctica, a partir de lo que surge en la escucha de un padecer. "El pretendido rigor de las ciencias exactas quizás sea inalcanzable e incluso indeseable para las formas de conocimiento... donde el carácter único e irremplazable de los datos sea decisivo para quienes allí están implicados" (22).

El error está en no respetar la singularidad del caso, la subjetividad del individuo involucrado. Y, a lo mas singular, podemos aproximarnos a través del enfoque clínico. La clínica es el modo de encuentro de una teoría con un real, real en términos del Real-Simbólico-Imaginario lacaniano, real como instancia desde la que se piensa el objeto " a".

La construcción del caso

Nos hemos ocupado hasta aquí de caracterizar "la clínica". En este recorrido nos hemos referido a la posibilidad de intervención del psicólogo cuando un caso se constituye, casos que involucran a sujetos y en los que procedemos clínicamente. Pero resta definir, entonces, de qué hablamos cuando hablamos de un caso.

Vamos a concentrarnos en la actividad del psicólogo en una institución, la educativa, pues este trabajo se desprende de una investigación realizada en ese contexto. No obstante, consideramos que las ideas aquí expuestas pueden hacerse extensivas a otro tipo de instituciones o bien a la práctica en el consultorio.

El Licenciado Horacio Maldonado, docente de la Universidad Nacional de Córdoba, sostiene con relación a las intervenciones del psicólogo en la escuela:

"La función básica del psicólogo es trabajar en la resolución de conflictos y diferencias que suelen presentarse entre los actores involucrados en los procesos educativos (formales o informales) o en establecer las mejores condiciones psicológicas posibles para la realización de los mismos. Tal es el objetivo que debe perseguir en su actuación profesional" (23).

Por su parte, las disposiciones del ejercicio profesional para el psicólogo educacional le señalan la posibilidad de "operar en todos los niveles de la educación en la medida que en ella incidan factores psicológicos con el fin de crear, juntamente con el educador y con los datos provenientes de los otros profesionales, el clima más favorable para lograr el éxito del aprendizaje".

Contribuir al proceso de enseñanza aprendizaje es un objetivo que comúnmente las instituciones fijan para el asesor psicopedagógico.

En la cotidianidad de la escuela se encuentran sujetos y de ese encuentro enmarcado en la institución surgen conflictos intra o intersubjetivos que inciden en el proceso específico que los convoca: el hecho educacional en tanto acto de transmisión y recreación de cultura.

Ante un conflicto, el síntoma suele ser una respuesta del sujeto. Pero, a veces, el síntoma no alcanza a constituirse y la respuesta al conflicto se percibe como malestar. El sujeto en la escuela acude al Equipo Técnico Psicopedagógico con la queja por su dolor, o bien, alguna otra persona que, a raíz del silencio, la hiperquinesia o la violencia de aquél, recurre a los Asesores Psicopedagógicos solicitando su intervención.

Es aquí donde se invoca su función: establecer las mejores condiciones psicológicas, crear el clima más favorable, contribuir al proceso de enseñanza-aprendizaje.

Una demanda puede ser formulada por cualquiera de los actores de la institución y, por lo tanto, está teñida de un modo original la lectura que del problema realicen; "por lo que al trabajar sobre esa demanda es indispensable, es imprescindible, contextualizar, problematizar e historizar tal formulación trabajando sobre ella" (24).

Tenemos, entonces, la emergencia de problemas (según la percepción de quien lo padece), en un contexto particular, la escuela y, en cada caso, una institución singular. Institución que implica procesos específicos y una territorialidad donde los mismos se asientan. Y en esta realidad surgen requerimientos de intervención psicológica

"Las demandas son expresadas en términos de problemas o dificultades por quien las enuncia y deben ser transformadas en objetos de intervención por quien las recepta" (25). El proceso de delimitación de un objeto siempre se debe interpretar como un proceso de construcción o producción del mismo. El caso ha de ser constituido.

¿Cuál es, entonces, el objeto de nuestra intervención? No es, pues, el acontecimiento en sí. No es el conflicto, ni tampoco el sujeto, sino esa construcción a la que llamamos "caso" y que en el mismo proceso de su configuración da cuenta, ya, de nuestra intervención.

En el proceso de deconstrucción del pedido, vamos construyendo el caso, objeto posible de nuestra intervención, tratando de descubrir su singularidad, como aquello que lo hace esencialmente único. La respuesta de un sujeto (o de la institución, por qué no) a un conflicto, "no por ser típica deja de ser única en su estilo" (26).

Para poder comprender el caso como una construcción debemos introducir previamente la diferencia entre acontecimiento y dato, en tanto ello nos permite dar cuenta del "salto" que se produce al constituirse un caso.

La palabra acontecimiento denota el presente irrepresentable del acto en el instante en que se produce; el hecho o dato, por su parte, implica un registro o lectura retroactiva de lo ya acontecido "que lo articula - como un dato - al universo simbólico" (27).

Así, un acontecimiento que involucra a un sujeto, una demanda que se esconde detrás de un pedido, se vuelve un hecho o dato en la medida en que pretendamos explicarlo, asignarle un lenguaje, una lectura.

Dice Lacan: "No hay hechos que no sean hechos del discurso" (28) y, con referencia a ello, retoma una cita de George Devereux: "Ningún fenómeno, por limitado y específico que sea, pertenece a priori a ninguna disciplina en particular. Se le asigna a determinada disciplina por el modo de su explicación, y es esta asignación la que transforma un fenómeno (acontecimiento) en un dato, y concretamente, en un dato de una disciplina determinada".

El predicado más universal y general es el "es…". De cualquier acontecimiento podemos, una vez que lo hemos representado, predicarle el "es…". Pero por ese mismo acto deja de ser un acontecimiento, siendo capturado por el lenguaje como un dato o hecho. La palabra (o palabras) que representa a aquel acontecimiento es ya una representación, algo de un nivel totalmente heterogéneo al acontecimiento que lo inspiró.

Las palabras, los hechos, los datos entran en la dialéctica particular - universal. El acontecimiento no, ya que su estatuto es heterogéneo al orden simbólico.

Autores como Roxana Ynoub, de la UBA, afirman que al singular se lo aborda reconociéndolo formado por una infinidad de particularidades. Conociendo estos particulares podemos acercarnos al singular. Así, en el intento de singularizar un hecho (recordemos que el hecho, por haber sido articulado al orden simbólico, es ya del orden particular - universal), según esta autora, debemos continuar particularizándolo según un conjunto de dimensiones que resultan significativas a los fines de la descripción.

Decíamos que el enunciado de máxima generalización es aquel que predica que algo "es" ; a partir de ello, debemos ir particularizando con conceptos mas acotados. Cuando acotamos, lo que se acota es el predicado y no el acontecimiento sobre el que se predicó. E inversamente este acotamiento es guiado por el acontecimiento y no por aquel predicado abstracto "es".

En coincidencia con la autora, podemos señalar que la descripción de lo singular se alcanza por medio de un trabajo de particularización, pero según vimos al definir a nuestro sujeto, lo singular es de otro orden y por lo tanto imposible de ser capturado. Sostenemos la heterogeneidad de niveles entre lo singular, por un lado, y lo particular y universal por el otro. Cuando se trata de interpretar los "acontecimientos", debemos dar un salto y conectar el andamiaje simbólico-racional con aquello que no lo es. Así concebimos de una manera más rica a la singularidad que no puede agotarse en una totalidad de particularidades

"Al final, lo singular acaba rebasando siempre a los particulares con lo que se lo quiere ceñir" (29). En términos del psicoanálisis, ahí donde se pretende encapsular al sujeto (singular) en un saber universal/particular, algo desborda, irrumpe o "reacciona".

Lo singular es irreductible a lo particular, podemos aproximarnos a aquél con particularizaciones, pero sin olvidar que sólo se trata de rodeos. Lo singular es mas que la suma de infinitas particularizaciones; lo particular es un constructo teórico, una forma de intelección de la conciencia epistémica que interpela los fenómenos. Lo novedoso sólo aparece cuando hacemos "reaccionar" lo real, aquello que era hasta entonces desconocido y estaba fuera de nuestro sistema de saber, y de nuestro universo de representaciones. Aquí cobra sentido la frase de Charles Sanders Peirce citada por Manson y colaboradores, "Lo que no es general es singular; y lo singular es aquello que reacciona".

Existe, entonces, una diferencia esencial entre "fenómeno-acontecimiento" y "hecho-dato", ya que entre ambos media la operación por la cual ponemos en palabras algo del mundo que nos interesa. En nuestro caso, por ejemplo, el padecer de un sujeto.

Y esta diferencia es fundamental para dar cuenta de qué hablamos cuando hablamos del "caso" y cuál es la importancia de la clínica en esta tarea.

El caso es una construcción, sumatoria de particularizaciones que, abordadas desde la clínica, pretenden dar cuenta de un singular, reconociendo que no lo es.

Hemos definido a la clínica como una forma posible de abordar un caso en el que estén involucrados sujetos, mas no cualquier sujeto, sino el sujeto entendido como escindido. Y la clínica exige una actitud de respeto por el caso concebido como único.

El sufrimiento del sujeto es singular, ese sufrimiento es de ese sujeto; y al caracterizarlo, al nombrarlo, le asignamos una serie de enunciados particulares, lo predicamos. Decimos algo acerca de él, decires que nos permiten rodear, aproximarnos a eso singular con los recaudos necesarios a raíz del peligro que implica clausurar el saber en una particularización en relación a un universal.

La teoría se constituye en nuestro referente y posibilita que prediquemos acerca de ese acontecimiento y lo pongamos en relación a universales: que construyamos un caso. Pero como no se trata de cualquier teoría, es la teoría psicoanalítica y su clínica, no perdemos de vista su singularidad.

El psicoanálisis nos brinda una teoría. Por lo tanto, ofrece enunciados universales y particulares, pero que, paradójicamente, refieren a la singularidad del sujeto.

Construir el caso apelando a la clínica psicoanalítica consiste en intentar capturar esa singularidad, al amparo de la teoría. Teoría capaz de enunciar generalizaciones que se ofrecen, como dijimos, a modo de una red que nos protege en nuestro accionar, pero que a la vez nos posibilita escuchar lo que ella no dice, y desde ahí interrogarla nuevamente.

Decimos, entonces, que el caso se construye pues es leído; al decir de Lacan, el caso es un hecho del discurso y, en tal sentido, se construye y por este acto deja de ser un acontecimiento para transformarse en un dato sobre el que hay que operar. Pero la intervención del psicólogo, a partir de la clínica, consiste en devolverle el status originario del acontecimiento singular y constituir un saber a partir de él, de lo nuevo, de lo sorprendente.

Reconocer que ante un caso nos enfrentamos a una construcción mediada por lo simbólico también nos advierte sobre los riesgos que se corren y sobre la necesidad de vigilar permanentemente nuestra posición.

El mismo fenómeno puede ser "leído" de formas diferentes y ello trae consecuencias en la realidad.

Pensemos una situación concreta, cualquiera que involucre a un sujeto y su malestar. Una forma posible de encarar la tarea consistiría en operar, según lo señala Foucault, como lo hacían los médicos de mediados del XVIII; método aún vigente que, a partir del síntoma, subsume el caso en un universal o generalización. El síntoma es tomado como un particular y la desubjetivización opera en el instante en que el sujeto deja de ser tal para transformarse en síntoma (recordemos que el síntoma es ya un dato, pues ha sido leído desde una teoría).

Este aséptico proceder podemos expresarlo, también, en términos hipotético deductivos. Por ejemplo: una alumna llega al Equipo Técnico Psicopedagógico derivada por el equipo médico a raíz de los persistentes dolores de cabeza.

Enunciados universales (supuestos):

Particulares:

Consecuencia: la alumna bebe

¿Qué nos dice esto acerca de la singularidad de la alumna?

Una opción diferente y consecuente con la clínica psicoanalítica que proponemos apela a la escucha del decir de esta niña y su dolor, atento a lo "no nomenclado", a la pesca de un saber no sabido que está en juego en ese dolor. Nuestra actitud es diferente.

El primer caso se asemeja a la nosología de las especies que se apresura en ubicar el ejemplo dentro de la categoría que lo contiene. El cuerpo evidencia signos que confirman la validez de un sistema teórico, ciego y dogmático.

Un caso puede llegar como un pedido, detrás del cual debemos escuchar la demanda del sujeto. Es necesario estar alerta a la mirada, la palabra, el gesto, el silencio. La construcción apela a datos que se obtienen por distintas vías: la voz de la maestra, los padres, la secretaria.

Al construir un caso, desde la clínica, detectamos ciertos elementos que permiten formular una hipótesis sobre un cuadro de la situación. Nuestro hecho clínico, el caso, "se construye a partir de una hipótesis teórica que interroga la experiencia" (30). Ello exige de un posicionamiento teórico-metodológico, una concepción del sujeto y una forma de intervenir. "Se trata de poner a prueba la teoría, suspendiendo todas las suposiciones previas sobre su diagnóstico, evolución y pronóstico" (31). Esto requiere cierta prudencia para evitar los riesgos de una precipitación.

En la construcción del caso, para la formulación de una primera hipótesis, podemos, por ejemplo, apelar a la escucha de el ó los involucrados y de otros, que pueden estarlo sin saberlo o que pueden aportar a nuestra tarea. Pero, hemos de tener en cuenta que el proceso mismo forma parte de nuestra intervención. Podemos realizar interconsultas, proponer pasos para nuestra acción y, fundamentalmente, recordar que no se trata de recetas sino que es necesario contar con la flexibilidad necesaria para realizar giros en nuestro accionar.

Diferentes datos, distintos predicados, permiten construir el caso, el objeto de nuestra intervención, con una actitud clínica que le devuelve el status de originalidad en un proceso en el que, desde los avatares de la práctica, se interroga a la teoría y, desde éstas, podemos escuchar lo "no-nomenclado".

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 21 - Julio 2005
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