Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Una vez, un amigo... (hablemos de amor)
Albert Garcia i Hernandez

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Palma de Mallorca, 28 de mayo de 2004

TRES ANÉCDOTAS.

Una vez, un amigo, que estaba pasando el desespero de vivir la pérdida del amor mientras perdía una mujer, me confesó una frase que había pronunciado en una sesión de análisis: "entonces, el psicoanálisis, ¿qué es?, ¿aprender a desenamorarse?"

Probablemente lo logró. ¿Logró qué? Perder a la mujer, el amor por ella restó nostálgico, y perder su interés hacia el psicoanálisis. Lo que nos recuerda que el psicoanálisis no es garantía de nada, salvo la apuesta del inconsciente mediante un extraño amor que se llama transferencia. Hay que decir que puede resultar más frecuente un viaje contrario: que hay gente que sólo logra enamorarse porque se analiza.

Me paro, pues, en la anécdota pero ya pueden vislumbrar por donde voy a encaminarme. Y si el horizonte que les propongo todavía tiene ese color malva de la indefinición, les diré que ya he anunciado la diferencia entre los objetos y el amor.

Me paro pero sigo con las anécdotas. Aquí tienen otra: dio la casualidad, y ya sabemos que el azar no existe, que cuando recibí la invitación para venir aquí, acababa de asistir a la presentación de un libro sobre el amor. No lo he leído. Me bastó con oír aquello que se dijo allí, incluidas las opiniones de la autora, porque era una mujer la autora. No quiero resultar sospechoso de entrada, ahora que la paridad entró incluso en la política del día a día.

Pero me sorprendió que uno de los presentadores, profesor de Universidad a quien se atribuye un listón un poco más alto de intelectualidad allá por mis pagos, se arrancara afirmando que, si alguien hubiera planteado eso del amor en los setenta, lo hubieran tachado de simple, porque entonces nadie hablaba de amor. Me sorprendió, porque no he conocido hasta ahora, otra década como aquella en que la gente no se rompiera las narices desbrozando el mundo de silencio heredado del fascismo que incluía también un buen desbarajuste sobre el amor y la sexualidad. Un desbarajuste no sin víctimas. Se probó de todo, pasando por las famosas comunas que gozaban de más fama morbosa en su exterior de la que los protagonistas estaban dispuestos a llevar a cabo en el interior. Pero, aun estando mezclado con las nuevas ideas sobre la sexualidad, se hablaba de amor. El profesor opinaba otra cosa. Parece que el todo vale minimalista y posmoderno también se aposentó en la institución académica. Y, por consiguiente, que vendrá poco amor desde la Universidad.

Vamos a juntar una tercera anécdota: más que eso, una cita.

Fui lo primero que conocí de un poeta y no sé si era totalmente suyo pues leí algo semejante en otro lugar. El texto lo tomaba para introducir uno de sus poemarios. Un poeta que sabía bastante del amor: Luis Cernuda, tanto que el resto de los colegas diórense por enterados y contribuyeron gozosos a hacer de él un poeta maldito y segregado. Es decir, al menos un poeta interesante.

La cita es esta:

"Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada: queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis
." ("Donde habite el olvido")

 

UN AGRADECIMIENTO Y EL AMOR POR EL ARRAIGO.

Tres anécdotas...y un agradecimiento:

Ustedes me han invitado.

Yo soy, esa es una de mis imaginaciones, una persona agradecida.

Les debo algo, por tanto. (No lo digo tanto por ustedes, sino por mi)

Les debo algo: por lo menos hablaré. Y me arriesgaré, al hacerlo, a poner otra vez en cuestión algo fundamental: si a mi edad puedo hablar ante un auditorio del que debo suponer que acepta, como yo, el reto de reunirse para hablar de amor; si ustedes sostienen eso, espero poder sostener mi presencia en esta convocatoria y no decir demasiadas tonterías.

Ustedes ignoran que no tengo acceso fácil (hablo de dinero, no se hagan ilusiones) a visitar lugares que quedarán y quedaron en mi con el amor imperecedero de las cosas que nos arraigan. Que nos hacen. Que nos ayudan también en nuestra personal elección neurótica para no ser locos.

Ustedes no saben, y por eso lo expongo ahora, que a mis seis o siete años, por unas circunstancias que no vienen al caso, una familia de pageses de Sant Antoni (Ibiza) me permitió unos días que quedaron en mi memoria con las imágenes propias de un capitán de la infancia, con bajeles, piratas, tesoros (aún no había explotado Tolkien, Harry Potter, ni señores de anillos), indios, vaqueros, etc., que se traducían desde una realidad más prosaica: una masía llena de cerdos malolientes, moscas, alfalfa para los conejos, higueras explosivas y fecundísimas, es decir, nada más lejos de mi ciudad ni de la Ibiza que iba a devenir por el idioma blanco. Aún guardo una minúscula cicatriz de una hoz en mi brazo por si alguna vez traiciono algo del recuerdo del amor que descubrí en ese viaje infantil y tengo que recurrir a leerlo en mi piel. Aún guardo algo que debe haber sucumbido: la música especial que componían cuando se comunicaban a gritos entre masías. Como el silbo de los guanches en las Islas Canarias. .

Más tarde, superviviente de la adolescencia, viajé, por primera en vez en avión para actuar en un concierto de la Nova Cançó en el castillo de Bellver. Quiero decir con todo ello que antes de empezar a madurar tuve la suerte de visitar algunas de estas islas cuando no era muy asequible para los peninsulares pero ya lo era para una clase social europea que iniciaba su devastación.

Ustedes me permiten ahora revivir esa cadencia de la cual soy fiel: volver y volver donde se quedó algo de mí que estimo. No es un sentimiento de nostalgia sino lo contrario: amor a la memoria de unas cosas que permitieron ubicarme para el futuro en ese algo inasible que se llama identidad. Seguir masticando la raíz no porque su sabor fue bueno sino porque su esencia me abría el saber de otros gustos para hacerme cargo y transmitirlos. Eso que a veces se llama compromiso. Porque en este largo paréntesis les dije algo que tiene que ver con el amor. El amor a aquello que nos fue haciendo y el compromiso a no traicionarlo. Incluso hacerse cargo de ello hasta poder proclamar un día, como canta Eladia Blázquez de la suya: "Yo te nombre, Buenos Aires, mi ciudad"

Verán que cumplo. Hasta ahora no hablé muy académicamente pero, creo, aún no he dejado de hablar de amor.

Gracias, pues. Y, además, por haber venido a escucharme, porque ustedes no me conocen. Y estar abiertos al conocimiento de otro sin mediar emblema tranquilizador o mediático que calme, siempre pertenece al discurso del amor, si es que un tal Lacan me deja emplear el vocablo para referirlo al amor. Lacan diría, de hecho lo dijo: "El aporte del discurso analítico es que hablar de amor es en sí un goce..." (Seminario "Aún", pag. 101). Más tarde, si quieren, hablaremos (más) de eso del goce.

Pero decía que gracias por venir. Hay algo de amor en estos encuentros, aunque sean excepcionales. A veces las excepciones suelen impedirnos el exilio que nos seduce.

 

TRES ANÉCDOTAS Y SUS PARALELISMOS.

Como, parece ser, me precedieron aportes más sesudos, hora es ya de que adopte otra tesitura del acuerdo y les hable de amor en unos términos menos coloquiales.

Si ahora devolviéramos las resonancias de las tres anécdotas, no sin hacer un poquito de trampa, es decir: interpretándolas desde una perspectiva subjetiva sin remilgos, podríamos plantear que tenemos:

Y, siguiendo ese andamiaje, nos hallaríamos ante la posibilidad de plantear un paralelismo:

Claro que si me lo aceptan, nos encontramos ante un vacío que no parece cubrir ninguna de las tres posibilidades anteriores. Algo así como: sentir del amor.

Y esta puede ser la cuestión: que para eso no hay palabras. En fin, hay palabras para pasear sus circunloquios, claro está, es más: hay incluso una sobreproducción de palabras, pero no para asaetar su naturaleza de una manera definitiva. Por eso se puede decir que hay amor cortés o que hay amor platónico o amor narcisístico o vaya usted a saber. Y derrochar palabras, hablar, escribir y leer sobre eso, siglos y siglos.

Pero no hay palabras que lo cojan por el cuello para que ya no pueda escapar. No hay, por mucho que la ciencia lo persiga, el punto biológico o neuronal donde apretar el botoncito.

Recordaré un pasaje de Cortázar que citó un colega y amigo transoceánico, Michel Sauval, para construir una buena ponencia. Un personaje dice "te quiero mucho", y el otro le responde: "no sabes cuánto quita al te quiero ese mucho."

Es decir, lejos de atrapar el amor, las palabras vienen a desampararlo o a trocearlo.

No hay palabras, probablemente hay actos. Yo no pasaría de ahí.

No crean que se van a librar de que les lea algún poema, incluso mío, sobre la cuestión.

Escribí esto:

Amor serà
en no romandre sota el cel
cap altra cosa:
llit on s'adorm l'enteniment
mentre l'oblit
el zel desvetlla.

(Amor será / al no permanecer bajo el cielo/ otra cosa: lecho donde se adormece el entendimiento / mientras el olvido despierta (desvela) el celo.)

Pero no son tiempos para las líricas.

Son tiempos de resultados. Se exige resultados. No importa si se producen o no, eso es lo de menos.

Así que vayamos a por resultados.

 

APUNTAR UNA DEFINICIÓN.

Diré, en aras de la brevedad, que el amor es el encuentro de dos incógnitas.

No puedo ser más directo.

Podría adornarlo. Por ejemplo, con este escenario: el encuentro de dos incógnitas que suelen traducirlo así: una fecha, un lugar y una palabra.

Pregunten a quien quieran. Pregunten el "cómo empezó". Con todos los matices propios de cada uno, coincidirán en algo que vendrá narrado más o menos así: fue el día en que..., o el momento después de... (o sea, una fecha), luego vendrá el yo había entrado en..., o cuando me dirigía a..., o al ir a la fiesta de... ( o sea, un marco) y, por último el: entonces me dijo..., y yo le dije... (o sea, una palabra). Pero también, y sin que normalmente se sepa, interviene algo más profundo. Algo que se ignora.

Si hubiera que traducirlo en términos más ortodoxos, lo podríamos articular así:

Seguiríamos por ese camino y habría que empezar a tomar apuntes. Es decir, esto se convertiría en algo académico. Entonces yo tendría que hablarles de conceptos freudianos o lacanianos o vaya usted a saber hasta donde podríamos llegar.

Pero como mi condición de miembro del consejo de redacción de la revista Acheronta que nos hace leer de setecientas a ochocientas páginas cada seis meses que la editamos llega a saturarme alguna vez y, sobre todo, a enervarme, lo digo sin tapujos, cuando leo un nuevo y baldío intento de psicoanalizar un objeto literario, me permitiré resarcirme y, de paso, obedecer la observación de Lacan que siempre negó tal posibilidad. Añadía: y lean, lean, que a veces encontrarán lo que no entienden todavía. O sea que, más o menos, la cosa es al revés y es el analista quien tiene que ser letrado.

Tan al revés que no puedo evitar traer algunos fragmentos de "El collar de la paloma" de Ibn Hazm de Córdoba, un autor que vivió desde el año 994 al 1.063, para que nos sorprendamos al comprobar que conceptos articulados mil años después ya flotaban en sus escritos:

En el plan de su obra, como él mismo dice, advierte:

"Doce capítulos (que) versan sobre los accidentes del amor y sobre sus cualidades loables y vituperables."

Para añadir a continuación:

"Verdad es que el amor es, en sí mismo, un accidente, y no puede, por tanto, ser soporte de otros accidentes, y que es una cualidad y, por consiguiente, no puede, a su vez, ser calificada." (Pág. 97)

Vaya! Resulta que este señor ya hablaba del amor como un accidente.

También hablábamos del encuentro de dos incógnitas y el real en juego:

"Si la causa del amor fuese no más que la belleza de la figura corporal, fuerza sería conceder que el que tuviera cualquier tacha en su figura no sería amado (...) El amor, no obstante, tiene a menudo una causa determinada y desaparece cuando esta causa se extingue, pues quien te ama por algo te desama si ese algo se acaba ." (Pág. 102)

Uno de los primeros descubrimientos de Freud: El amor narcisístico:

"(...) no se entristeció Hipócrates cuando le dijeron que un hombre vulgar le amaba. 'No me amaría -dijo-, si no me asemejara a él en alguna de sus cualidades'" (Pág. 106).

En palabras de Lacan, sería: "...cuando uno es hombre, ve en su pareja lo que uno mismo usa como soporte, como soporte narcisista." (Seminario "Aún", pag. 105)

Dice Lacan que el amor es signo de cambio de discurso y vean cómo lo vaticinó Ibn:

"Por el amor, los tacaños se hacen desprendidos; los huraños desfruncen el ceño; los cobardes se envalentonan; los ásperos se vuelven sensibles; los ignorantes se pulen; los desaliñados se atildan; los sucios se limpian; los viejos se las dan de jóvenes; los ascetas rompen sus votos, y los castos se tornan disolutos." (Pág. 110)

Y permítanme que añada otro ejemplo en que el amor puede ser signo de cambio de discurso citándoles, en este caso, una película que muestra el recorrido posible desde la melancolía hasta el amor: Azul, de Kievlovsky. Añadan a la película una banda sonora extraordinaria cuyo texto se atribuye a San Pablo y sigue tan actual como siempre, tan actual que se utiliza en las bodas, ya me entienden: "Cuando hable la lengua de los ángeles, si no tengo el amor, no soy sino el bronce que resuena. Cuando tenga el don de la profecía, la ciencia de todos los misterios y toda la sabiduría, incluso toda la fe para conseguir mover las montañas, si no tengo el amor, no soy nada."

Sigamos, mientras tanto, en esa hipótesis que no tuve inconveniente en afirmar.

Si se trata de un encuentro entre dos incógnitas y, además, ese encuentro parece funcionar a las mil maravillas -no entraremos en pequeños detalles o desajustes-. Si funciona a las mil maravillas, ¿por qué se estropea?

Aventuro una respuesta y no aventuro nada porque está bastante comprobada: se estropea porque hablamos. Recuerdo una frase de Lacan: hablamos más de lo que sería suficiente para que nos fusilaran (no sé si empleó "fusilaran" o "colgaran", pero permítanme que siga la corriente desorientada de todos sus traductores, incluido el yerno).

Cuidado. Aunque se estropea porque hablamos, el amor no es si no es declarado.

Voy a decir otra cosa fuerte.

Vaya, he pasado de las divagaciones aparentes a las frases lapidarias y lacónicas.

Voy a decir que porque somos seres hablantes más allá de los chirridos de los delfines o los cantos de las ballenas, somos un cariñoso, enternecedor y lamentable desastre.

En resumen: hablamos porque somos incompletos. Déjenme que aquí no diga esas cosas del yo dividido, del ser faltante, bla, bla, bla. Simplemente: somos incompletos.

Ya podemos imaginarnos que hemos llegado a una especie de nirvana y de satisfacción personal, de triunfo como no perdedor -suelen decir en el capitalismo- que donde menos se espera salta la liebre.

El ser incompletos hace que persigamos el mito de ser Uno. De ahí que el amor tenga un aspecto imposible, porque dos no pueden ser Uno.

Por favor, si anotan algo, anoten esto: dos no pueden ser Uno.

¿Ya está?, pues bien, empiecen mañana a hacer sus cosas diarias con esa nota en la mano. Igual les va un poco mejor. Hasta puede que sientan el cosquilleo de releer a Carlos Marx, un individuo muy interesante que quedó en la cuneta de la globalización o eso quisieran.

Se puede saber eso o no. O puede ser que no se quiera saber eso. O que no se sepa qué hacer con eso. Afortunadamente, en esa desviación del saber, encontramos voces que subliman ahí sus querencias insatisfechas. Por eso podemos gozar con la buena literatura. Podría citarles ahora a una poeta que sabía de esto, Delmira Agustín, que conocí gracias a Luisa Cáceres. Lo digo porque si cito a Delmira ("Yo muero extrañamente... No me mata la Vida, / no me mata la Muerte, no me mata el Amor; / muero de un pensamiento mudo como una herida. / ¿No habéis sentido nunca el extraño dolor / de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida / devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor? (...)"), tendría que citar a Rosalía de Castro ("Cuando pienso que te huyes, / negra sombra que me asombras, / al pie de mis cabezales, / tornas haciéndome mofa. Si imagino que te has ido, / en el mismo sol te asomas, / y eres la estrella que brilla / y eres el viento que sopla. (...)"), o a San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Ramón Llull...en fin, que no acabaríamos. No, miren, puestos a decir cosas, miren lo dicho por unos hermanos argentinos de ascendencia anarquista (lo comprobarán sólo con conocer sus nombres) que se llaman Virgilio y Homero Expósito. Ellos escribieron una canción que se llama "Naranjo en flor" en la que dicen nada menos que esto: "Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, y al fin andar sin pensamiento"

Pero una cosa es navegar en la incógnita (ya saben que navegar es necesario) y otra bien diferente lo que se suele hacer en la actualidad y que fundamenta uno de los malestares culturales de nuestra época: la pasión de ignorancia.

Una pasión de ignorancia unida a la ausencia de asumir la propia subjetividad, es decir, la combinación perfecta para no hacerse cargo de nada. Lo que se llama la impunidad. Lo que están reclamando Bush y Blair después de sus crímenes: yo no sabía, yo no era... (El tercero, el que ya no está, continua hablando y haciendo méritos para sentarse delante del mismo improbable tribunal. Pero, claro, este es ignorante por vocación y disciplina)

La impunidad, les decía.

No es difícil, entonces, ese : "te quiero porque sí". Por tanto: "ya no te quiero por lo mismo". Un pasito más y ya tenemos el "la maté porque era mía". Para que comprueben que esto no es nuevo, les recomiendo el libro de Max Aub "Crímenes ejemplares", escrito en el año 1956, ya ven si hace tiempo.

 

PALABRAS DE AMOR.

Sigamos nuestra trayectoria.

Hasta aquí se dijo más o menos esto: es el encuentro de dos incógnitas que se lo declaran y lo echan a perder cuando siguen hablando.

Añadamos: hablando de cualquier manera.

Uffff!

Ya lo tenemos!

Ya tenemos una definición con la que, por lo menos, trabajar. Con la que discutir cuando deje de hablar, si ustedes aún conservan la esperanza de que eso ocurra.

Pero ya me dirán ustedes cómo lo hacemos desde nuestra naturaleza hablante.

¿Es esto una encerrona?

No del todo.

Alguien podría sugerir: permanezcamos callados.

Pruébenlo.

Seré generoso: pruébenlo una semana. No creo que lo logren más de un día, pero pruébenlo.

Perdonen la cita escatológica que tomo del film "Tesis" cuando les digo prueben a estar callados: "acojona, ¿eh?, ¿a que acojona?"

Más vale que digan algunas palabras. Exactamente, algunas palabras de amor. Unas palabras con esa humedad... en fin, ya me entienden. No crean que es más costoso regar el amor que regar una planta. Al segundo caso se le añade la dificultad de la disciplina, de la observación de los cálculos climáticos, algún conocimiento de botánica, en fin, una barbaridad de cosas; pero hay un gran porcentaje de humanos capaz de hacerlo. E incapaz, al mismo tiempo, de pasear unos segundos su mente por lo maravilloso que fue el encuentro (digo, si fue maravilloso, que parece que siempre lo es) o emplear otros más en telefonear o mirar al otro para regar con ese detalle que son ciertas palabras la plantita que le convive. O ponerle mano en la mejilla, piel contra piel. Aunque sea un simple "¿cómo estás?". ¿Recuerdan esa película, American Beauty? Cuando la cría le pregunta al protagonista "cómo estás", él responde: cuánto tiempo hace que nadie me pregunta eso.

No diría tanto como "hable con ella", pero sí me atrevería a decirles: hablen de amor.

Hemos recorrido brevemente la tragedia que supone ser hablante.

Pero también recorremos cada día la suerte de serlo.

Hablar, escribir, leer esas cosas no es en balde. Puede hacernos llegar, por lo menos, a amar en otro lugar: amar el lenguaje, el habla. Y en tiempos de internet no es poca cosa. Amar las palabras. Amarlas. Es decir, saber algo más de ellas. Tener por ellas algo más que curiosidad. Párense a oír el lenguaje de las palabras. No crean que el amor por otras cosas se diferencia mucho de eso. Mírenlas con cariño. Averigüen quiénes fueron sus padres, sus abuelos. Qué historias arrastran. Cómo se emparejaron con otras lenguas. Cómo con ellas se artículo el arte que las combina, que juega con sus posibilidades.

Vean hasta qué punto son necesarias pues muchas veces sirven de andamio para algo tan extraordinario como es la música.

¿Se pararon a pensar lo extraordinaria que es la música? Sí, ya sé, la tienen accesible, normalizada, asépticamente filtrada, clorada y esterilizada; sólo así se entiende la existencia de un Bisbal o un Julio Iglesias, muy obedientes ellos a lo que no es música.. Párense a pensar un poco qué es eso de la música. ¿Cómo no amar algo tan bello?

Pero recuperemos el inicio, uno de los inicios de todo esto.

Decíamos: el encuentro de dos incógnitas que suele narrarse en un marco: el tiempo, el lugar y la palabra dicha (si quieren, añadan: y oportuna. Lo digo porque algunos son muy torpes o muy infatuados en su habla y lo estropean todo en el primer intento).

¿Qué pasa después? Digamos, aparte de hablar.

Suele pasar que con el tiempo (avec le temps, que dice Leo Ferré), el panóptico desde donde veíamos al otro se va reduciendo, va focalizando mejor el objetivo, y resulta que donde hubo un torrente de incógnitas, va emergiendo lo peor de ellas. Empezando por ese velo en los ojos que nos permitió ver con exactitud y claridad la persona esperada y ahora se levanta para ver mejor lo que tendrían que sellar los párpados: ¡Oh, no es él! ¡Oh, no es ella!

Y esa incógnita, pasado el tiempo, camina hacia lo peor: querer saber por qué esa persona y no otra. Vuelta a empezar: fortalecimiento de las defensas, de los ataques, de los malestares, de las incompletudes, etc., y, paralelamente, la creciente hostilidad hacia aquel ser extraño que nos impide vivir solos. O sea, en vez de agradecérselo, todo lo contrario. Y volver a empezar de empezar: a buscar un nuevo encuentro, un poquito diferente, eso sí, para que parezca nuevo cuando en realidad no es más que una repetición del anterior.

 

FIDELIDAD, TRAICIÓN, LÍMITES.

Miren: en esa falta de riego cotidiano del amor que también es la caída de la máscara de quien encumbramos, nace algo tedioso: la traición del amor. A veces, cuando me pongo muy radical (no olviden que por mi edad es deducible que pueda serlo), llegaría a decir que ese es el límite de lo tolerable. A partir de ahí: adiós.

Si aún les quedan ganas, les leo algo que escribí imaginando donde está el límite de lo que entenderíamos, mal, como tolerancia:

Podries dir adéu
i exiliar-te de la casa que no s'abandona
si en estar envaït per l'amor,
única casa hospitalària,
i en oferir a un altre la teva poquesa i grandària,
la teva joia, el microcosmos del teu cada dia,
fins i tot la teva tristesa i la teva follia,
no vol saber que creua la frontera
quan hi ha volgut imposar l'amargura

(Podrías decir adiós / y exiliarte de la casa que no se abandona / si, estando invadido por el amor, / única casa hospitalaria, / y habiendo ofrecido a otro tu poquedad y grandeza, / tu joya, el microcosmos de tu cada día, / incluso tu tristeza y tu locura, / no quiere saber que cruza la frontera / cuando allí ha querido imponer la amargura.)

Verán que se produce un proceso que va desde el encumbramiento del otro otorgándole más atributos de los que él quisiera (recuerden lo dicho por Ibn Hazm de Córdoba) hasta la devastación de ese mismo otro. Y todo, a veces, no queda ahí. Se quiere más. No sólo devastar a quien nos permitió ser idiotas y felices sino devastar también la historia de todo eso. Hay un narrar en las separaciones que duele hasta en los oídos más castos y ajenos a esa pareja: es ese súbito demoler hasta lo que consistió. Es terrible. Y es injusto. Y es patético e inútil, como cualquier revuelta estéril que nace de una herida narcisista. ¡Qué pocas veces sale ileso ese periodo en que ambos testimoniaban su felicidad!

Apunté no hace mucho la advertencia sobre la traición del amor. Esto que digo ahora camina de la mano. Por eso me gustaría citar algo de la fidelidad. Sobre todo ahora en que otra de las zanahorias de lo que llaman nuevo capitalismo (cuando es más viejo que la tos) insiste en un concepto imposible de digerir, ni siquiera filológicamente contemplado pero admitido con una normalidad alarmante, como es el de "fidelización". Un concepto tan absurdo como el de la "personalización", es decir: clonar a los consumidores mediante el slogan "sé tu mismo".

La fidelidad, perdónenme el atrevimiento, es voluntaria, subjetiva, libre, personal, intransferible. No me extiendo para que no acaben deduciendo lo que ya sospechan: que soy víctima del barroquismo valenciano, de ciertos excesos verborreicos. ¿Cómo, entonces, se puede otorgar nadie el poder hacer fiel a nadie? ¿Cómo, para que me entiendan mejor, piensan que con una tarjeta monetaria van a fidelizar al cliente? Esa relación es viciosa, en el peor sentido de la palabra. Con esa tarjeta no se hace fiel a nadie, se le hace esclavo, que, eso sí, es uno de los espejismos del amor. Es más, tiene nombre: se llama perversión.

La fidelidad, si me siguen con la misma condescendencia como hasta ahora, es otra cosa.

No hagamos más elegías ni más romanticismo. Digamos: aún en el peor de los casos, la fidelidad es...a uno mismo, con lo cual citamos a otro poeta: Dylan Thomas. Es curioso eso de los poetas. ¡Hasta tendrá razón Lacan cuando decía: los poetas escriben algo ininteligible que va marcar la siguiente época! O sea, y repito: todo lo contrario de lo que muchos se empeñan en hacer: precipitarse en psicoanalizar a los poetas sin esperar el tiempo lógico de lo que no han entendido aún.

Sé fiel a ti mismo. Será más fácil ser fiel al otro.

Ahora bien, falta saber si ese otro, puede hacerse cargo de tamaña carga. Y, a juzgar por los tiempos que corren, que yo resumiría precipitadamente en una característica, a saber, ya lo dije, la pasión de ignorancia, puede pasar que ese otro no quiera saber nada del compromiso al que es convocado.

¡Ojo!: las cosas no han cambiado mucho. Mucha modernidad, y bla, bla, bla, pero, y perdonen la obscenidad, los cuernos siguen siendo los cuernos. Ya se puede disfrazar de lo que sea pero la demanda sigue en el mismo lugar. En silencio o a gritos vocifera el intento de fidelizar al partenaire. El problema, el verdadero problema, reside en si ese demandante es capaz de sostener lo que no suele serle devuelto, es decir: aquí lo tienes, te soy fiel. No entro a valorar nada. Ni una ni otras posturas ante el tema. Sólo entro a, precisamente, coger al toro...por los cuernos.

Sugiero que, a veces, la gente prefiere los cuernos al compromiso de la fidelidad.

 

LOS OTROS AMORES.

Están, También, los otros amores. No se equivoquen, no se trata del bolero cómo amar a dos mujeres y no estar loco. Porque el bolero tiene razón. Son otros amores

Por ejemplo, si uno es amado. Cuidado, entonces. Si uno es amado, es muy probable que se transforme en amante. Es esa curiosa y maravillosa metáfora del amor: el amado deviene amante.

También está el amor paterno, incluyendo en ese genérico a la madre. Es más, incluyéndola con esa boca grande de cocodrilo que conocimos desde que nacimos. El amor de madre. Cuídense de él con tino. Aprendan a guardar la distancia conveniente. Recuerden esa frase: hay amores que matan. Un exceso de amor puede llegar tan lejos que intente cubrir nuestra falta en ser. Entonces ha de sonar la señal de alarma. Hay que decir, como los clásicos castellanos: déjame en paz, amor tirano. Si llegan a hacernos creer que satisfacen todas nuestras demandas, ¿qué demandaremos nosotros? ¿Qué nos quedará por anhelar? La madre nos transmite la lengua materna, pero también otras cosas. Lo resumiré, si aún les queda paciencia, con otro poema que escribí y se acerca a estas cosas:

LA LLENGUA MATERNA

Vindrà el bocí d'una paraula
com el so singular d'una campana
que fuig i que torna,
quan repica i eriça
avalots de la seva dansa.

És la veu del cos desobedient
que la dóna i la pren
cada cop que la diu,
cada to que harmonitza
des de semblant pronúncia.

La que enlaira millor
els ocells de la llengua
i l'equívoc de la paraula.

La deessa que escriu
un salm en cada pit,
arrels d'església,
la imatge que adorem,
el lloc que ens desempara
amb promeses d'espera i esperança.

La que sap el secret
d'escollir les cireres enredades dels mots.

Serem fidels
a la particular ondina que vàrem convocar
amb el crit amarg d'una boca coronada de llàgrima.

I caldrà mantenir-se lluny
i a prop d'ella. La difícil distància:
l'ateu pendent d'un impossible altar.

(La lengua materna: Llegará la esquirla de una palabra / como el sonido singular de una campana / que vuelve y se escapa, / cuando repica y eriza / alborotos de su danza.

Es la voz del cuerpo desobediente / que la da y la quita / cada vez que la pronuncia, / cada tono que armoniza / desde fonética parecida. / La que mejor hace volar / pájaros de la lengua / y el equívoco de la palabra. / La diosa que escribe / un salmo en cada seno, raíces de iglesia, / la imagen que adoramos, / el lugar que nos desampara / con promesas de espera y esperanza. / La que sabe el secreto / de escoger les enredadas cerezas de las palabras.

Seremos fieles / a la particular ondina que convocamos / con el amargo grito de una boca coronada de lágrima. / Habrá que mantenerse lejos / y cerca de ella. La difícil distancia: / el ateo pendiente de un imposible altar.)

Ese exceso de amor volverá un día con otro pasaporte: el del altruista. Librémonos de él con mayor tino. Estamos rodeados de altruistas. Ejércitos que quieren nuestro bien. A veces no tienen bastante y se reúnen en algo que ahora llaman ONGs. Miren qué peligrosos son: arrebataron a la larga historia del movimiento obrero, historia que tanta sangre costó, la insistencia en reclamar lo robado por la plusvalía. El Estado ha decidido que son más baratos de mantener que las consecuencias de la lucha de clases. De ahí, las subvenciones. Volvemos a lo de antes: resultados.

Y está el amor extraño. Ese que nace porque no se sabe por qué. Ese que nos provoca un funcionario en una ventanilla que un día no nos trató mal. O ese médico que nos atendió más tiempo del que disponía por el aparato de la Seguridad Social. O ese que se paró dos minutos para escucharnos. Otra vez los poetas dijeron la suya. Si recuerdan la canción de Georges Brassens, "L'Auvergnat", sabrán de qué hablo.

Es de ese amor que nos nace porque nos dieron nada con forma de algo que no habíamos pedido explícitamente.

Y hay más.

Hubo un grito en la historia (un grito, como los delfines, como las ballenas, también puede ser oído como palabras) que solía acabar en la hoguera o en los calabozos. En el mejor de los casos, en los sollozos. Hasta que alguien escuchó los ecos de su resonancia. Sigmund Freud no hizo otra cosa que escuchar a quien nada escuchaba: las mujeres. De ahí nació un nuevo amor, tan extraño como los otros. Un amor que produce una mezcla de curiosidad, rechazo, fascinación, inquietud, odio, agradecimiento. Porque ahí hay un amante que se encuentra ante alguien a quien le otorga el atributo del saber. Lo cual no es cualquier tontería si hemos aceptado como hipótesis de trabajo eso del encuentro de las incógnitas. Nació ese amor que aspiraba a ser puro pero que no suele lograrlo, pues el falso poderoso puede acabar creyendo lo que se le otorga y entonces el cataclismo vuelve a ser el mismo. A veces peor. Puede ser catastrófico hasta el punto de perder un amigo. Un amigo, que estaba pasando el desespero de vivir la pérdida del amor mientras perdía una mujer y logró enterrar su desespero. Y vio en ese fracaso, no la traición a la fidelidad a sí mismo, sino la devastación de su tiempo: echarle la culpa...pongan ustedes el nombre de cualquiera de todos los implicados en las anécdotas que se han ido coreografiando aquí. Da igual. El caso es echarle la culpa al otro.

Vayamos resumiendo: el amor por los arraigos, por la memoria que de ellos tenemos (no es lo mismo), por las vivencias, por su traducción (no es lo mismo) por el otro o el mismo sexo (no es lo mismo), por las palabras, por la lengua (no es lo mismo), por el amigo, por la música, por un gesto, por un signo, por quien nos escucha y no hace de eso una canallada, por el sostén que nos sostendrá en cada momento real, es decir: en cada momento en que la soledad deviene solitud.

Eso del amor está muy distribuido, ¿no creen? Y eso que en todo momento eludí ese hermano gemelo y también incógnito que es el odio. Pero creo que ya les hablaron de ese odio a si mismo que no puede soportar su incompletud, su necesidad de otro, y le devuelve más odio, a veces peor: violencia. Maltrato.

Muy distribuido eso del amor, muy disperso, y sin embargo nos hacen creer que es una cuestión muy focalizada. Tanto que hasta hay asesores matrimoniales y sexólogos. Los hay porque vivimos en un tiempo virtual en que se quiere resultados. Aunque los resultados acaben en esa impotencia que es comprobar la imposibilidad de las recetas universales.

En la medida en que focalicemos la cuestión, o sea, la reduzcamos, podremos servir mejor a los fines de algo que nos reduce a ser esclavos y, por ende, obedientes, aterrados ante la anormalidad con la que nos autodiagnosticamos (¿Por qué no soy feliz, si todo el mundo lo es?), salvados. Salvados, en el sentido empleado por Benedetti en "No te salves".

El atajo de la salvación..

Pero ya dicen los cubanos, y de eso saben mucho: "Óigame, Compay, no deje el camino por coger la vereda".

¿El atajo de qué? Precisamente el atajo hacia algo que no acabó de leerse bien en Freud: el atajo que recomienda la pulsión de muerte.

La calma. El descanso. El silencio.

La esperanza de volver a un paraíso perdido que, en realidad, nunca existió.

Y traicionar, con ello, el paraíso particular que construimos con nuestros actos cada día.

El paraíso que estamos dispuestos a compartir con otro al que amamos.

Si es que se deja, por cierto.

 

(siguen las preguntas y respuestas)

AG: ¿Alguna palabra, algún silencio, algún...?

A: Por qué has evitado hablar de erotismo, como complemento de amor?

AG: Ahora voy a hacer una trampa que hacía mi ex-analista, citando a Lacan: el que hace una pregunta bien formulada, ya tiene la respuesta -con lo que siempre se escapaba de todas las preguntas-. (risas).

Evitar el erotismo....mmmmhh (más risas)

Anfitriona : evitar hablar del erotismo. No te preguntó eso. (más risas).

AG: Es que estaba traduciendo! (risas)

Sí, es verdad, no he llegado hasta ahí. Un escalón antes: la seducción.

Porque pasa una cosa: Si subimos otro escalón, el erotismo, por ejemplo, entonces empezaremos a hablar de algo que va a marearnos mucho: el fantasma, el fantasma de cada cual. Y cada uno tendrá que decir qué le es erótico, porque no creo que haya un erotismo universal. A cada uno le erotiza una cosa y no necesariamente el cuerpo, ¿eh?....Pero, la respuesta era...(silencio). Invito a la complicidad, ¿eh? (risas)

(Silencio alargado)

AG: Me lo apunto para la próxima (risas). (Silencio)

(dirigiéndose a la anfitriona): Mira, están todos callados, esperando el champagne.

Anfitriona: Están esperando que tu hables del erotismo. (más risas)

(comentarios del resto): no has contestado, te has escapado.

AG: Bueno, pero esto qué es? Adónde me has traído? (risas)

Bien, hablemos del erotismo en el amor. (silencio)

Hablemos, hablemos! (silencio)

Hay un erotismo que es fantasmático, fetichista, yo no lo valoro como negativo. Si me oyeran algunos colegas, igual me matarían.

Tengo bastantes referencias, por mi edad, fílmicas, es decir, literarias pero también filmadas, somos hijos del cine. Se me ocurren muchas escenas de películas, supongo que tiene que ver con lo escópico de la cuestión. Y he visto muchas veces escenas eróticas realmente...que podrían aspirar a ser universales. No lo sé, vuelvo a repetir que hasta lo que pueda decirles, considero que el erotismo es algo personal.

A: Yo estoy hablando del impulso erótico hacia otra persona que puede ser el punto de partida del amor.

AG: Por supuesto. El cuerpo está. El cuerpo está en el amor.

Es más, hay una anécdota (Pierre Rey en "Le decir" y la prostituta coja, la que todo el mundo solicitaba)

Es decir hay un lado oculto de erotizar algo que a lo mejor falta. Pero como eso enseguida se parece al fetichismo, por eso...la rayita...no la acabo de ver...

A: Si lees un poema del Cantar de los Cantares, que tiene un contenido erótico bastante alto, no hay, no hay...

AG: Efectivamente. Estamos trabajando ahora, ella y yo, (hay una cantante entre el público) a Ramon Llull (poeta catalán) y estamos sorprendidos. Nada de "a la caza doy alcance". Hay un componente erótico impresionante. Es más, estuve buscando toda la noche de ayer un pasaje de uno de los seminarios de Lacan, creía que estaba donde habla del amor cortés, pero no lo encontré, seguiré buscando. Un fragmento de un autor del amor cortés absolutamente obsceno.

Hay un punto ahí, es un punto de sublimación, donde, como en todas las pulsiones que se cumplen, se cumplen en otro lugar, no necesariamente en el cuerpo de otra persona. Escribiendo, pintando, haciendo arte...creo que, cada día más, hablando...de ahí el goce.

T: He llegado tarde y no he oído toda la exposición...

AG: Tranquilo, no voy a empezarla de nuevo. (risas)

T: no, no, pero algunas cosas, por ejemplo, por lo que hablabas de los sexólogos, etc., me pregunto por qué la sociedad actual no ha producido la figura del "amorólogo".

Una de las cuestiones, y en esto con las referencias que tu también hacías en relación a la ciencia, no podemos hablar de el amor. Hay amores. De ahí que no se pueda cientificizar. Y lo que sí que pediría un poco es...,y también echando mano de tu faceta artística, es la cuestión de cómo pensar el amor: del lado de la creación o del lado de la invención, justamente por esa cosa de que tiene que ver con la particularidad de cada uno. Cada cual se inventa o crea un amor. Esa es la dificultad que hay. En un determinado momento, es ese juego de incógnitas que tu planteabas. Un poco, cómo lo piensas eso?

AG: En primer lugar, creo que la función de "amorólogo", que me parece muy interesante como planteamiento, por eso que está en estos días -me acuerdo del principio, en la primera página he hablado de alguien que decía que en los 70 no se hablaba de amor-, está en la televisión; es decir, que se ha creado un colectivo, no, un espejismo de que se está hablando del amor. De lo que se está hablando es de una obscenidad terrible que es hablar de, o aprovecharse de, precisamente, de las incógnitas de la gente para hacer de eso espectáculo. Pero no cabe duda de que la gente, si es verdad que eso es la "audiencia", existe para ver esas cosas. Luego, creo que por ahí se cubre algo de la "amorología".

Hay una cosa que me sorprendió muchísimo cuando era joven, haciendo el servicio militar, me sorprendió, más que las borracheras y todo eso que ustedes saben, era ver rudos soldados con novelas de Corín Tellado y con revistas de las llamadas del corazón, devorándolas. En absoluto hacían de eso luego una cosa pública, no. No, no, eran muy machos, pero lo que leían era eso. Efectivamente, ahí falta algo

El amor desde la creación y desde la invención. Con esto ya me gané alguna bronca, exactamente en el campo de la crítica literaria, pues se me ocurrió decir sobre Harold Bloom que no estaba de acuerdo en que ya estaba todo inventado, prácticamente, desde Shakespeare. Además es un hombre muy combativo, en Estados Unidos, antilacaniano de una manera estúpida (siempre me ha parecido estúpido ser anti-algo). Él hablaba de la falta de creación. En la medida en que las piezas del ajedrez están colocadas y las reglas son las que son, como, si quieren, nuestras vidas: está todo colocado ahí. Pero cada jugada, incluso cada inicio de partida, puede determinar diferentemente las demás jugadas...para mi la creación es eso. Pero en definitiva, qué diferencia entre creación e invención? Creación ex nihilo ya podría ser invención? O...si acaso, para salirme por la tangente, diría que todas las invenciones han hecho lo que la ciencia niega: dejar actuar al sujeto. La ciencia dice: para que eso sea verdad, sea científico, tiene que reproducirse en laboratorio, etc. No, porque realmente la historia de la ciencia es una historia de casualidades; sí, hay un trabajo continuo, pero de repente Madame Curie se encuentra con el polonio, o Volta con el filamento para la bombilla, de casualidad. En esos ejemplos es donde creo que podríamos situar el campo de las invenciones Pero en estos momentos me cuesta pensar la diferencia entre invención y creación.

T: Se puede pensar desde el punto de vista subjetivo, pero también desde el social. Porque cuando tu hablas del amor cortés es un producto del siglo XIV. También se puede mirar con la producción literaria. Cada época tiene sus modos de amor o de relación entre las incógnitas. En la sociedad actual no hay propiamente un discurso. (Ininteligible)...pero que tenga que ver con el posmodernismo, con el mundo global, con este capitalismo actual. Se escapa, a pesar de todo el cientifismo. Tu mismo hablabas del tiempo y de los resultados: enamorarse da mucho trabajo y nadie cobra por eso.

AG: Cobra, cobra...(risas)

T: Bueno, se paga.

AG: Ni se compra ni se vende el cariño verdadero, como dice la copla.

Otro: se cobra comisión.

T: Esa es otra cuestión (risas)

AG: Ahora, hasta lo firman antes de casarse.

MM: Y por qué no? Yo pagaría ahora mismo por enamorarme.

(Se cruzan opiniones semejantes)

Otra: yo te preguntaría por qué hablas de fidelidad en vez de lealtad.

AG: Admitido, de acuerdo. Alguien da más?

Otra: No hay proporción en el amor. Siempre hay uno que da más.

AG: Bueno, eso es lo que dice uno, mientras el otro, probablemente, está diciendo lo mismo (risas). No, aparte de bromas, hay un componente de relación de poder y entonces quien es más listo aparentemente gana. Me viene a la cabeza una serie de casos particulares, de ejemplos que todos podemos conocer: los viejos trucos, las artimañas en pareja, sujetos que aparentan llevar las riendas y al, final...En fin, esa creencia en que mantener un extraño morbo va a estimular mejor el deseo del otro. No sé, porque al final resulta que está todo muy calculado y como todo no se puede calcular, pues eso.

Otra: El problema está en todas esas complicaciones cuando se trataría de amar, algo que podría ser tan simple. O sea, amar generosamente.

AG: Bueno, de todos modos hay que llevar cuidado porque, si no, luego vuelve el balance, ese "yo que fui tan generoso contigo".

Otra: por ahí volvemos a la lucha, al poder, y ahí el amor tiene poco que hacer.

Anfitriona: bueno hay que saber hacer, saber decir...saber estar. Cómo perdonar sin caer en la relación de poder. No ser minusvalorada, la tentación del dominio. También está el sabor del amor. Es todo un arte saber amar.

T: Ahí es donde yo diferenciaría el saber del conocimiento. En el amor hay algo que se escapa del conocimiento. Por eso se escapa la posibilidad de que alguien pueda saber desde un conocimiento que pueda servir a todo el mundo.

Otra: (ininteligible)

AG: también es verdad que hay poca gente que prueba a hacer lo contrario, que da el paso de arriesgarse.

Anfitriona: Lee el poema de la ventana, por favor, el de la ventana.

AG: No lo tengo aquí.

Anfitriona: qué maravilloso. La ventana azul. El que habla de no atreverse a cruzar esa calle. Termina el amor suicidándose.

(Otros comentarios ininteligibles hasta que se habla de los contratos de matrimonio de los famosos. Donde se especifica hasta los "polvos" que hay que cumplir.)

AG: Hay una cosa que se podría reclamar. La única que se podría reclamar. Es cuando se empieza esa cosa de, bueno, la televisión para ti, la nevera para mi, y es, cuando el otro pregunta: "y tu, qué quieres?", poder decir: yo quiero que me coloques en la situación en que empezamos. Porque, cómo se paga eso? Cuánto vale? Pongo un ejemplo no tan amoroso: te expropian una casa y te la valoran por el precio que te costó. Ahí hay que decir: mire no, póngame usted en el tiempo en que me volví loco hasta encontrar esta casa, que es la quería realmente, y que entonces valía X, cuya correspondencia hoy es de X multiplicado por a saber cuánto de pluses urbanos. Eso es lo que se debería reclamar. Ahí hay una pérdida. Siempre hay una ganancia también. Y esa ganancia es la que tendría que salvarse siempre. Porque, particularmente, no tolero que cuando la cosa va mal se diga "y siempre fue mal". No, mentira, hasta ahí hemos llegado. Siempre ha ido mal, no. Iba muy bien. Que luego se deteriore es otra cosa. Me niego a que se me arrebate ese primer tiempo. Y que además nunca es reivindicado como ilusorio. Es el tiempo de la construcción, que la hay, a poco que cualquiera de los dos se deje. Es decir, como dije anteriormente, a partir de ese momento en que cayeron las máscaras, cuando ya se llegó a la parte humana, a ese descubrir que el otro ronca, que tose, etc. Y ahí ya se hace otra cosa que es construir esa convivencia. Eso es lo que no tiene que ser arrebatado. Que se quede el televisor, si quiere. Por eso les dije al principio que ya les había anunciado la diferencia entre el amor y los objetos. Porque en esta época es de lo que más sabemos, de los objetos. Del amor, pocas diferencias. Hay quien dice que el amor cortés, que las cruzadas, todo fue un invento de los hombres para escapar de sus esposas. No, fue un gran invento. Se corría poco riesgo porque en la medida en que en el amor cortés la amada es imposible -con lo cual se ajusta perfectamente a lo que puede ser la estructura de un varón- genial!, no se pone en riesgo nada. Porque lo que pasa es que el amor pone en riesgo una cosa que nombraré con el vocablo de moda: la autoestima, el reforzamiento de la autoestima. Todas esas cosas, ya saben, ese ejército de psicólogos que van cuando...eh?...como antes iban los curas cuando hay una hecatombe...

(risas)

...yo estoy asombrado, pero qué función está cumpliendo esta gente?

Bueno, ahí hay un punto que poca gente está dispuesta a arriesgar, a compartir con otro las faltas, lo que de verdad uno es, no lo que se cree que es, sino lo que es: que uno tiene ganas de que le abracen, de que le toquen la manita, de ir con alguien, de estar calentito...ea!, de que un día entra en esa casa y se encuentre que le han hecho unas patatitas muy bien hechas. Oiga, pues entre en esa casa y dígale: "gracias", que no cuesta nada.

 

Otro: tu no crees que cuando uno no ama sistemáticamente la autoestima queda dañada?

AG: sí, o reforzadísima. En fin, ya se apañará el cuerpo con eso. La autoestima incólume me parece dificilísima y más en los tiempos que corren, pues conceptos que yo he conocido, por ejemplo el de la solidaridad, han desaparecido. Yo, al menos, estoy encantado de haber vivido, por razones de mi edad, la solidaridad (ejemplos en política, en el núcleo familiar), incluso en la familia, ese nido de víboras, pero siempre hay un tío raro, un abuelo extraño, a veces un abuelo muerto, en fin eso crea un campo, una burbuja donde poder acogerse a algo. Esto ha desaparecido y hay una querencia por ello muy grave. (Otros ejemplos cotidianos: la boda real, el fútbol). La realidad se construye ahí.

Otra: pero hay gente supersolidaria.

AG: cuidado, entonces me expresé mal. Cuidado con eso. Hay poca gente que pueda reclamarse inocente. En la medida que ya sabe algo debería saber algo más. Sería la exigencia mínima. Perdonen que salte de una cosa a la otra. Pongo otro ejemplo: el año pasado, la perplejidad general cuando después de salir todo el mundo a la calle, volvió a ganar el PP en las elecciones. Yo me lo explicaba así: estábamos viviendo los resultados de una operación sencilla (a veces se hace fusilando, desapareciendo, otras idiotizando): acabar con una generación, no vamos a entrar ahora a si existen o no los generaciones, pero si tu tomas a esas personas que entran en un taller, en una fábrica, en un instituto, desde los 13 hasta los 21, por poner un margen, y las idiotizas, te garantizas al menos diez años hasta que vuelva a surgir otra alternativa.

Otra: sí, pero si no salimos idiotas nosotros, nuestra generación, con todo lo que teníamos alrededor...

AG: no es lo mismo aunque es lo mismo. Veamos, miren este paquete de tabaco, hay escrito "fumar puede matar", no les entran unas ganas horribles de fumar? No les entra curiosidad por saber si es cierto? Hay algo de la trasgresión. Curiosidad por lo prohibido.

Otra: entonces se trata de prohibir....?

AG: (interrumpe) no, no, no, en absoluto. Miren, cada vez que algún cretino dice eso de que contra Franco vivíamos mejor...La gente se olvida del fascismo cotidiano. No de los fusilamientos, de las torturas, de las cárceles, afortunadamente, sino de la vida diaria bajo una dictadura: que no te alquilen un piso; que si te lo alquilan, el portero es un confidente de la policía; que en un taxi debías bajar la voz porque el taxista también podía ser confidente; que te besabas en un bar y te echaban a la calle cuando no te denunciaban, miren, no estoy hablando de la prehistoria, esto aún existía a mediados de los 70...

(falta grabación por olvido de dar la vuelta al cassette)

T.: ...de un nuevo amor, que es el amor de transferencia; cómo alguien, partiendo de un sufrimiento, se enamora de otro al que le supone un saber que solucionará ese sufrimiento. Pero hay un ir más allá de esta cuestión que es Lacan y lo que propone como una de las posibilidades de final de análisis que es un nuevo amor, como la invención de un nuevo amor. Cuando desde el psicoanálisis abordamos la cuestión amorosa es cierto que la abordamos desde el lado de la patología y no tomamos la vertiente de los poetas, de los artistas. Por ahí si que me parece interesante pensar esa novedad amorosa que tendría Lacan, en qué términos se puede pensar, porque la gente que ha terminado un análisis poco habla de esto.

AG: Sobretodo: poco hace.

T: De todas maneras lo que sí encontramos del lado del amor, de las patologías amorosas, es que lo que es patológico no es el amor en sí sino las fantasías de las que se sostiene; que es otra posición para pensar todo el sufrimiento amoroso, y es por eso que se puede de alguna manera intervenir por el lenguaje porque es algo que tiene que ver con la estructura de la palabra. Tu, como te mueves mucho en el campo tanto del psicoanálisis como de palabra, qué ideas tienes de ese nuevo amor que plantea Lacan con efectos de un análisis y de un proceso analítico.

AG.: Ahora es cuando se dice eso de: voy a hablar lo suficiente como para ser colgado.

(risas)

AG.: Lo que he visto, de quien ha acabado un análisis, hasta ahora, es, cómo se dice "esgarrifant"? (espeluznante, apunta alguien), eso es: espeluznante y para tomarse en serio muchas cosas: volver a la clínica, ver qué está pasando y sobre todo ver qué está pasando con los analizados. Porque, de nuevo, nada. El narcisismo continúa ahí, las heridas duelen más que a nadie, las reacciones son peores porque saben más, se llega a situaciones canallescas.

T.: Bueno, hay modernidades y modas y hay manejos políticos y hay (ininteligible) pero sí se puede volver a los textos de Lacan. Imbéciles y estúpidos los hay siempre. Ahora, la cuestión es: se puede volver a los textos de Lacan en relación a esto, ver qué es lo que dice.

AG.: Sí, sí, lo que pasa es que en eso...

T.: Supongo que has leído algo referente a esto.

AG.: De qué?

T.: De la cuestión del nuevo amor.

AG.: Sí, sí, por supuesto, tengo ciencia además de cachondeo (risas) No será esto una consecuencia más del estrago, no? No, vamos a ver, voy a decir algo prepotente porque "me pongo" en boca de Lacan: allá ustedes si son lacanianos, yo soy freudiano. Y Freud dijo: si la clínica tropieza con la teoría, hay que revisar la teoría. Entonces, si Lacan dice -respecto a lo que estamos hablando- es que se haga un pase y todo lo que vemos todos los días es que ese pase no funciona, hay que revisar la teoría de Lacan. Si lo que dice es que hay un nuevo amor y ese nuevo amor no lo vemos, hay que revisar la teoría de Lacan. Volver a los textos, pero no como dogma.

T.: Pero, un poco, qué es lo que piensas de eso?

AG.: que hay que revisar la teoría de Lacan.

(varias voces)

T.: Desde la vertiente patológica no sería el amor en sí sino las fantasías de las que se sostiene el amor. Entonces en ese proceso analítico algo se opera sobre ese cuadro fantasioso. Ahora, la pregunta es, de entrada no hay amor sin fantasía amorosa, es posible pensar la existencia de un amor que no se sostenga de la fantasía: Tu qué piensas al respecto?

AG.: Que es posible. Pero que tiene poco futuro, bueno, poco presente de momento. Se lanzarán como cuervos.

T.: No, si es pensable eso. Y sobre todo como poeta, por ejemplo.

AG.: La....

Anfitriona: Yo quiero decir algo. A mí los dogmas no me gustan. Y me pareció la posición de Lacan un poco dogmática. Hay una parte que sí, que me parece más cierta de lo que dice Lacan y es que en un proceso analítico en que uno va atravesando esos fantasmas tiene que ver, a veces, con creación, si no seríamos animales de laboratorio. Pero esa fantasía que nos engaña, que nos trampea, que nos hace creer que eso es la verdad, depende de cómo se entiende esa frase de Lacan queda como que seríamos libres y que el final del análisis sería una especie de garantía, sin fantasías, libres, una especie de seres indemnes, algo así como vacunados para el sufrimiento. Entiendo el nuevo amor como algo que plantea Lacan y que como que no hay retroceso en la posición de "ya no seré más ingenuo", "ya no seré más naif", "ya no seré más crédulo", ya no hay posibilidad de creer en el amor que completa, aquello que te va a satisfacer y a lo que te vas a agarrar y para todos los discursos y para todas las responsabilidades y para todos los compromisos y para echarle la culpa al otro que es, en general, a lo que se viene a un análisis. Porque si se viene a un análisis, en general, es por problemas de desamor, donde uno no tiene la capacidad, y ahí yo diferencio la condición masculina y femenina. En general, la mujer busca: dígame, por favor, las palabras para solucionar este vacío que no puedo soportar. Y el hombre dice: dígame lo que tengo que hacer para recuperar ese objeto que perdí; no puede soportar perder un objeto y por eso lo sustituye por objetos similares, eso lo vemos, se parecen todos y da igual...(ininteligible)...por eso les hace frágiles, y descubre la falta de lo que no se quiere enterar. La mujer, las mujeres nos manejamos de otra forma. Estamos a acostumbradas a perder. Perdemos en el cuerpo desde que nacemos, perdemos con todos los acontecimientos que nos atraviesan por el cuerpo, lo que queremos es otra cosa. No esas pérdidas en el cuerpo, nosotras nos manejamos muy bien con los objetos sustitutos, no es eso sino la pérdida de la palabra. Aquella palabra que de alguna manera nos conmueve, aunque sea una simple "cómo estás?" Cuando una atraviesa eso y se da cuenta de que lo que busca ahí es toda una concepción que pertenece a algo de nuestra historia y que esa fantasía se va estructurando alrededor de lo que es simplemente un alibí, algo que nos ha estado consolando durante toda la vida pero que es efímero, que es vacío, que es vacuo, llegamos a un final de análisis donde de pronto descubrimos que hay una manera de amar que es sobre la particularidad, algo, algún rasgo en una persona, en una situación, en la música, en la creación, en la cultura, en la forma de representación, que de alguna manera pueda, desde el tu, nada, desde tu falta, poder hacer algo con eso. Ahí entiendo eso del nuevo amor; partir desde el deseo y hacer algo con eso pero no buscar a otro. Pero, ahora, entender el nuevo amor como una especie de "estoy curado porque estoy analizado" esa es la radical impostura de Lacan.

T.: Voy a dar otra vuelta más a la pregunta. Está la cuestión de ese nuevo amor que no apuntaría o una completud toda o a una descompletud toda, sino lo otro, si eso es sin sostenerse de una fantasía.

Anfitriona: No es sostenerse de una fantasía. Es hacer de la fantasía algo. Pero por qué no reivindicar el poder de fantasear? Por Dios! Por Dios! Si de la fantasía está creada la poesía, la música, todo! Viva la fantasía! No para vivir de ello esclavo.

T.: Sí, sí, pero, a ver, vuelvo a diferenciar la cuestión de la creación y de la invención. Es cierto que cuando hablas de la creación aparece la cuestión de la fantasía. Pero a mí lo que siempre me ha llamado la atención, cuando se plantea esto en términos de Lacan, es que habla de invención, es como pensar, si quieres, la cuestión del amor no del lado de la creación sino del lado de la invención.

Anfitriona: Ah, yo lo entiendo así: para mí la creación es una creación a dos, eso es lo del nuevo amor: el crear un territorio, y eso es lo más bonito; el poder bailar con alguien. El problema de la invención es que cada uno se lo monta como puede. No puedes sostenerte sólo con eso.

T.: No, no, no, yo no voy a entrar ahí. A mi lo que me interesa es el término de la invención. Eso no quiere decir que vaya en contra de la creación amorosa. Lo planteo como un interrogante.

Anfitriona: Pero es que tu lo haces de una manera muy tajante. La creación la entendés desde "ex nihilo", como dejando en suspenso todo tipo de fantasía, todo tipo de pensamiento y a partir de nada surge la creación ex nihilo.

(Otra intervención ininteligible sobre el amor y sus manifestaciones actuales: el amor ya no se dice, se hace.)

AG.: Bueno, en esa época en que todo estaba normalizado, estaba todo realmente normalizado. Uno se casaba e inmediatamente tenía una amante.

Otro: Pero no se convivía con ella. Al no estar en la realidad. Los poetas no reflejaban nunca la vida real. (ininteligible)

AG.: Yo no sé si todo eso es así. Me pregunto hasta qué punto han asumido la mujer y el hombre sus roles sociológicos. ¿Es seguro que querían ese hombre frágil las mujeres? (murmurando: vaya, vaya lo que estoy diciendo!) Hablo de funciones. Ahora se produce bastante el hecho de las parejas del mismo sexo. No importa, las funciones siguen ahí, la función masculina y la femenina. Igual que hay padres que no son padres: el padre biológico, a lo mejor, no se corresponde al padre que la madre designa como tal, y no estoy hablando de cuernos, eh? Y eso lo capta el hijo. A veces no se sabe cómo, pero lo capta. Bien, es posible que poco a poco vayamos asumiendo esos cambios donde las mujeres se van a encontrar con algo que no se habían encontrado hasta ahora. Se lo oí a Susana Rinaldi, quizá citando a Borges: "Se acabaron los hombres..." Es duro pasar de una situación a otra, hay que masticarlo poco a poco.

(Sigue la intervención, ininteligible.)

(Hablan todos.)

T: Es cierto que cada época tiene sus dificultades.

(Vuelven a hablar todos. Imposible distinguir.)

Otra intervención: Actualmente el ochenta o el noventa por ciento de las parejas nacen o por un correo electrónico, o por un teléfono...

Anfitriona: Es la nueva forma del amor cortés: palabras, palabras, que es lo que falta en la convivencia.

(Nuevamente hablan todos.)

Otra: No, lo que digo es que el amor ahora entraña mucho más riesgo porque el tercero siempre está presente. Ahora es arriesgado porque ya no es apostar para toda la vida, ya no hay la fantasía de que el amor es para toda la vida

AG.: Hay un tercero, incluso más. En la cama de dos aparece mucha gente.

Sigue intervención: Vuelvo al tema de la lealtad que estaría más en esta línea mientras que la fidelidad estaría más relacionada con la sexualidad.

AG: Sí, yo creo que...(el público sigue hablando). Dirigiéndose a la anfitriona: oye, aquí la destitución subjetiva funciona de maravilla, no me hace caso nadie (risas)

Hay una canción de Jacques Brel que se llama "La chanson des vieux amants" en donde hay una frase "Il nous fallut bien du talent pour être vieux sans être adultes", tuvimos que tener mucho talento para ser viejos sin ser adultos. La canción también habla de todo lo que han pasado, de que ya es difícil engañarse, pero dice esa frase que he citado. Es como metaforizar el no perderse en los fantasmas.

Anfitriona: Qué bonito!

AG: En fin, estaba pensando si en Palma no cenan, no sé si saben qué hora es. (risas).

(Anfitriona): Bueno, qué tema, eh? Amores y desamores...

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 19 - Julio 2004
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