Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
La histeria por-venir
Albert García i Hernandez

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Yo soy freudiano.
Allá ustedes si quieren ser lacanianos

(Lacan, más o menos)

Alguien (francesa, quiero decir, mujer y parisina), hace tiempo y en el contexto de una cena lúdico-para-institucional, me trastocó bastante tiempo las neuronas cuando sobreinterpretó -he de decir a su favor que, aparte de ser hermosa, tuvo la politesse francesa y analítica de advertir que estaba hablando(me) más de la cuenta- mis palabras y mis ánimos, no recuerdo cuáles, salvo que estaban, seguro, embarcados en algo parecido a un entusiasmo -o sea, frágil fálicamente hablando-, reduciendo mis dudas (obsesivas, de acuerdo) sobre cuestiones pertenecientes, cómo no, a lo institucional: "usted pertenece al barroco, como los italianos (¿les suena, digo, eso de los italianos en boca lacaniana?), es decir: el sacrificio de la mayoría para el goce de una minoría".

Acostumbrado a una historia de castración histórica en mi país (Valencia), acepté con obediencia y poco rigor y, ya se imaginan ustedes, poca potencia, tal aseveración.

El tiempo me haría preguntar sobre esa misma anécdota por el sesgo de lo que trato de articular. ¿Barroco?, me pregunté. ¿O, simplemente, consecuencia de una vicisitud históricamente histérica: es decir, sacrificio, no por el goce de una minoría, sino por el regalo de un saber a un amo previamente denunciado? (O, lo que ya podría ser más grave, y habría que ir desenmarañando: consecuencia melancólica de lo no asunción de aquello que escribió Borges y sigue en boca de Susana Rinaldi: "Se acabaron los valientes y no han dejado semilla")

Más tarde, como pueden ustedes estar concluyendo, siguió la larga marcha del camino institucional del que creía formar parte -y la formaba- pero en el que no encontré mi lugar. O sea: me encontré el lugar concurridísimo de los que no iban a encontrarlo en la(s) institución(es), como todos aquellos que, libres de toda duda respecto a su trabajo y a sus apuestas, fueron desplazados -"el héroe es el que puede ser traicionado impunemente", dijo Lacan- de los "cargos".

Pero, como todos sabemos a estas alturas, eso nunca ha sido óbice para el psicoanálisis. Vean, con las distancias debidas, los avatares de Freud o Lacan para hacerse una ligera idea. También Miller aportó su granito de arena en, creo recordar, Las conferencias caraqueñas: "el inconsciente sigue adelante; evidentemente un analista puede hacer daño, pero a la larga el inconsciente sigue". (Sic transit gloria)

Y ese es el campo internacional e institucional que todavía nos convoca a todos, por encima o por debajo -underground- de sea cual sea el color o el nombre de cualquier disidencia: el inconsciente.

Aquello que, entre otras cosas, dice para trastocar el orden.

 

Lo de Freud a Charcot debió ser algo así como un balbuceo: "yo creo que lo que les pasa a esas señoras es algo relativo a lo sexual."

Charcot debió responderle: "seguro, pero no se le ocurra decirlo."

No sé, ahora que lo traigo a colación, si este breve pero sustancioso diálogo podría ser sostenido hoy ante ciertos panoramas, pero no es esa, por ahora, la cuestión.

Ya tenemos, si eso es así, trastocado el orden hasta entonces establecido y articulados dos discursos en el mismo pre-texto del psicoanálisis: el discurso de la neurosis en sus dos vertientes, la obsesión y la histeria.

Esas dos vertientes tuvieron su primer "trastoque", pues una recibió el nombre de dialecto de la otra.

Entrado el S.XXI, no están las cosas tan claras como para no fijar la atención en eso de las lenguas y los dialectos. Desde esa no-resolución todavía sigue derramándose sangre. Esos significantes no vienen a denotar lo mismo en un vienés (Freud) o francés (Lacan) que...en un catalán, corso, vasco, etc. De entrada, los primeros no van a poder evitar una jerarquización valorativa entre ambas expresiones lingüísticas. Hay alguna línea escrita por Lacan en ese sentido: hagan lo que hagan, pero avión será una palabra inexistente en una lengua vernácula, tendrán que buscar alguna para denominarlo y eso será un "extranjerismo". Es posible. Pero no deja de sufrir el mismo problema cualquier idioma, por muy actual que sea, por mucha Grandeur que ostente o por mucha globalización que trate de imponer. A veces, incluso, el idioma "moderno" toma prestados prefijos, sufijos, fragmentos, combinaciones, de otros "muertos".

Sujetos analizados y/o próximos al propio Lacan hablan de los corsos como si algo del saber, aunque sea del saber de su propio entorno, hubiera pasado por su lado sin hacer, ahí, ninguna mella. Dentro del Estado español aún se divide la identidad de ciertas autonomías por el obsoleto "occidental y oriental" por parte de quien debería estar más letrado en ello. Lo que, por otra parte, pone las cosas en su sitio: el psicoanálisis no garantiza nada, al menos en ese campo.

¿Por qué no preguntarnos por otra metaforización de esos dos discursos?

¿Realmente estamos ante una lengua y un dialecto?

Podemos, si aceptamos la saludable invitación a delirar, que, por otra parte, ha permitido que el psicoanálisis tenga historia, lo suficiente para divertirnos y no acabar de estar locos de remate, podemos, digo, seguir adelante.

¿Podemos, pues, en ese gozoso delirio, preguntarnos si, por el contrario, nos encontramos ante una lengua y una escritura, antes que ante una lengua y un dialecto?

¿Podemos plantear un paralelismo: Histeria = acto, por un lado, y Obsesión = reflexión, por el otro? Pero, claro, con todos los matices necesarios. Tomando esos dos ejemplos, acto y reflexión, en todas sus acepciones salvo en aquella que pudiera dibujar su diferencia, aquella que ya ni siquiera fuera ese borde en que ni se pudiera hablar de acto reflexivo ni de reflexión activa.

Si a todo este galimatías le añadimos un condimento que no es un condimento cualquiera, como es la Historia, podremos seguir jugando en el mismo terreno.

 

No hace mucho, hablaba de un País Valenciano del que no acababa de captar el marco desde donde contemplarlo (y que, desde luego, excede el pretendido marco barroco-italiano). No se puede decir, precisamente, que Valencia haya escrito mucho. Más bien no ha escrito casi nada. Pero no ha dejado de actuar. Si alguien pudiera leer las cosas que Valencia ha hecho, se sorprendería. Pero no podría hacerlo porque no "consta". Y hay un coro, a izquierda y derecha, dispuesto a pactar que sólo conste lo más superfluo, banal y efímero.

Es posible, pues, y en una conclusión precipitada, que falten obsesivos "como-Dios-manda" que ayuden a la hipótesis de que su lenguaje pase, no por el dialecto, sino por la escritura.

Pero ampliemos el marco, aunque no se acompañe de una mejor captación desde donde contemplarlo: Europa.

Sigamos el juego: atribuyamos a lo que podríamos pactar como "sur" a la histeria. Y, por el contrario, a la obsesión lo vislumbrado como "norte". No cabe duda de que el sur ha hecho cosas. No ha parado de hacerlas desde el origen de Europa, si tal origen tuviera existencia, como el objeto a, más allá del marco, perdón, del euro.

Sí, aceptémoslo, ha hecho cosas acompañadas de bastante carga de sacrificio. Pero esas cosas han pasado al papel, han sido escritas en el norte. Sin buscarse más complicaciones, hay quien dice que es un problema climático. Que Descartes o Kant, o Marx, son impensables en el sur. Que hace falta frío, una mesa camilla con unas brasas para soportarlo y ciertas dosis puritanas, para esa infinitud en lo escrito. La cuestión es que la inspiración parece venir del sur, incluso cuando viene de una Comuna parisina que se "suriza" en su pre-romanticismo. .

Aducir, desde un lamentable feminismo, que el acceso a la escritura por parte de la mujer era tan restringido como el del trabajo, es mirar el dedo cuando éste señala el cielo. Pues no cabe ninguna duda de que en los actos, sean cuales fueran estos, mujeres las hubo en todos ellos, fuera cual fuera el contexto histórico. (A veces para desgracia de los hombres, colocados en verdaderos aprietos por ello).

Sí claro, está Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburgo, Vera Schmidt, y un larguísimo etcétera, pero creo que, en lo fundamental del juego, podemos estar entendiéndonos.

Es, pues, aún sin salirse del juego, algo a mirar desde otra perspectiva. Al menos, tratándose desde el tiempo transcurrido en que Freud descifró aquella lengua aún por escuchar (histeria) e hizo lo que pudo con aquello que solventó como dialecto (obsesión). Ha pasado tiempo, bastante tiempo. Tanto que ya no estamos en ese desciframiento, sino que deberíamos estar en otro. Lo que no debe hacer olvidar que el psicoanálisis no debe cesar en indagarlo, por superado que se pretenda.

Lengua-Escritura... sí, podría ser.

Si no nos queremos complicar tanto las cosas, podríamos empezar a hablar de dos lenguas. De dejar ya el vocablo dialecto por su equivocidad valorativa y porque los hablantes de cada uno ya no lo hacen de la misma manera que entonces.

No sea caso que, más lacanianos que Lacan, estemos olvidando sus palabras acerca de, por ejemplo, avión.

Eso en cuanto a la lengua.

Pero el desciframiento no acaba aquí. O, si quieren, no acaba aquí el trabajo. O, si quieren más aún: sería bien triste que la transferencia a ese trabajo fuera ya un cadáver y el trabajo fuera estar dándonos codazos en su entierro.

Dijimos trastocar el orden.

Está la "esperanza" del psicoanálisis que, de un modo más poético o menos, siempre se escribió como algo parecido a: mientras el discurso histérico ponga en cuestión el orden, el psicoanálisis tendrá alguna pista de la que hacerse cargo. No otra cosa es el legado de Freud. Legado, si quieren, originalmente burdo, pero legado al fin y al cabo.

Eso movió todo lo referente al psicoanálisis.

Y eso movió todo lo por-venir en él.

Además, desde sus mismos comienzos: Freud teorizó gracias a los fracasos, desórdenes en sus propias conclusiones, lo que viene a descubrirnos un nuevo tipo de obsesivo -¿dialecto del dialecto?-: el que no se conforma. Punto de vista: trabajar los fracasos. De no perderse esa fundamental perspectiva, orientaría muchísimo más que cientos de debates sobre, por poner un ejemplo, qué es el pase y/o qué es un analista.

Claro, cargar en la cuenta de la histeria tamaña responsabilidad, poner en cuestión el orden, también puede producir los efectos contrarios. Sobre todo cuando ha aprendido tanto del psicoanálisis. ¡Y, además, no es poco lista la histeria como para que le carguen la responsabilidad de algo, incluso sobre las consecuencias de sus actos! Si hoy hasta del lapsus dice que fue culpa del ordenador!

Puede pasar, como ya pasó con la cuestión entre lengua y dialecto, que se sobrevalore o se pierda crítica cada vez que el discurso histérico irrumpa en escena.

Y, vaya que sí, a veces sólo hace eso -por otra parte, bastante antiguo, épica aparte-: irrumpir.

Y...¿qué más?

USA, siempre pendiente de vender lo que sea, corre a ponerse en la cabeza. Así, sus mensajes, inevitablemente vía televisión, apuntan hacia ahí. Personajes protagonistas de series (y de películas) que llevan hasta la parodia lo que podría, en otro horizonte, resultar simpático consiguen trasladarnos a una realidad que por serlo, aún desde el estandarte de lo que quiere evocar, no deja de ser insoportable: es decir, con perdón, una histérica en plena faena. Una histérica trabajando. Pero no trabajando cualquier cosa, sino en una parcela de su propia histeria. Sin ir más lejos: una Aly McBeal (o como se quiera escribir el nombre de este insoportable personaje) que, esto es lo grave, despierta identificaciones en lugares histéricos que deberían estar más sobre aviso o, digamos, menos inocentes.

Una histérica, fíjense donde voy a subrayar, trabajando pero, además, en los albores del S. XXI, con lo que conlleva todo eso que ya saben ustedes acerca del acceso de la mujer al trabajo considerado patrimonio exclusivo de los hombres. Por parodiar: donde hubo Helenas de Troya, Antígonas, advienen Ejecutivas de sonriente frialdad. La delicia que de una manera subliminal viene implícita tras ese laboratorio prefabricado de los guionistas USA: mujeres que abandonaron la cocina para...no saber nada acerca de los electrodomésticos...ni de cocinar. Muy coherente, ya se sabe: mientras haya un técnico, la mujer sólo tiene que apelar a la pregunta (cosa que jamás hará el hombre) pero de lo que se trataba era de ser técnicas también, ¿o no era ese el enunciado de más de una corriente feminista?

Se está hablando (no se para de hablar) del desdibujamiento de la función paterna. Pero, ¿no va parejo a la recuperación de lo peor de la queja metonímica en las figuras hoy de moda? ¿No está a la orden del día ese no querer saber de lo que ya se ha ido sabiendo a lo largo de sus actos?

¿Cabe esperar algo de ese nuevo discurso viejo que va instalándose donde estaba el joven discurso histérico?

¿Qué clínica encuentran los colegas ante esta realidad?

¿Dónde, por decirlo de otro modo, avanza el psicoanálisis sin la escucha de la histeria actual? ¿Puede avanzar por otro lado? No parece así, cuando hay intentos loables, como testimonios de pase, sin ir más lejos, que no acaban de tirar suficientemente del carro teórico.

¿No será que, lejos de avanzar y espolear el psicoanálisis, ese tipo de discurso provoca un retroceso pues parece ser que viene acompañado de una mayor dificultad en el paso hacia la subjetivización?

¿No añade más dificultades a la metáfora ya de por sí difícil en ese sólo terreno?

Veamos: el desorden actual, ¿es fruto claro, como otras veces, de los decires y actos histéricos actuales?

Desde luego, muchas cosas se parecen rabiosamente a otras anteriores (hasta en la historia del psicoanálisis). (Hasta en la vuelta a la identificación obsesiva -y/o salvaciones de padres-), (hasta en las florituras de los nombres: El Mal, Daños Colaterales, Asesinatos Selectivos, etc.).

Uno toma, como diría Engels, un burgués cualquiera, un país cualquiera, un acontecimiento cualquiera y le aplica ciertas reglas del S. XIX y puede salir bien parado, sobre todo cuando el nivel del saber científico sigue su escalada...hacia abajo, incluso hacia la desmemoria, en lo referente a su parcelación, aparente especialización y, por supuesto, descontextualización de cada objeto -cosa, por otra parte, que sorprende: a ese saber, a pertenecer de algún modo a él, parece aspirar más de una ponencia acerca del lugar del psicoanálisis en la, pongamos por ejemplo, Universidad (¿para qué?, se pregunta uno, ¿para hacer imposible que un Freud actual -digo, por lo menos, alguien algo honesto- escriba un nuevo "Análisis profano" sin ser anatemizado o condenado al ostracismo ? ¿Para intentar sacar tajada de los posibles cursos y seminarios futuriblemente subvencionados?)-.

Pero uno no es cualquier cosa. Al menos a juzgar por la sangre (simbólica, si quieren) derramada en los últimos años institucionales.

Uno, dado tal sacrificio (aquí sí, si quieren: barroco; y de italiano, nada: aquí, todas las naciones en juego), debería aspirar a no conformarse con la explicación, por otra parte satisfactoria, que ya fue dada hace casi doscientos años, al menos si elegimos ser lacanianos: pues el saber ha pasado antes por la amargura. ¿Y qué amargura sería esa que se conforma con aplicar antiguas teorías al uno a uno? Tampoco olvidarse cínicamente de ese cúmulo argumentándolo con un determinismo que nunca existió en las metáforas lacanianas: "La mujer no existe", "no hay relación sexual", etc. Ahí, uno, al menos, deberá aspirar a ser radical. Es decir: ir a la raíz de las cosas.

El psicoanálisis, ante hechos tozudos que no quisiera enumerar por el temor a excluir alguno en el ejercicio de la memoria, pero vaya algún ejemplo reciente: Argentina, Palestina, Francia de Pétain, perdón, de Le Pen (en fin...ya saben), debería decir alguna cosita. De hecho, lo hemos leído, ya ha ido diciendo alguna cosita -curiosamente, en lugares "vetados a la política"-, como por ejemplo: recomendar el voto a Chirac.

Pero no es eso.

Al menos, no todo es eso.

Debería decir alguna cosita más.

Sin miedo.

Sin miedo a errar.

Pero decir.

Albert Garcia. Ciutat de Valencia, juliol 2002

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 15 - Julio 2002
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