Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Primacía femenina en el mundo psicoanalítico
Manuel Baldiz

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Hay un hecho real, incontrovertible, que consiste en la masiva presencia femenina en el mundo del psicoanálisis. Se ha llegado incluso a bautizar dicho fenómeno como la feminización del país del psicoanálisis.

Las mujeres son mayoría en muchas instituciones analíticas y cada vez hay más mujeres que se interesan por lo analítico. Frente a esa realidad que algunos preferirían ignorar, surge desde diversos discursos exteriores al análisis una pregunta cargada de cierta perplejidad que, en los casos más extremos, se expresa de la siguiente manera: ¿Cómo es posible que haya tantas analistas mujeres y tantas mujeres en análisis teniendo en cuenta lo "machista" que es la teoría psicoanalítica?. ¿A qué se debe que muchas mujeres decidan analizarse o incluso hacerse analistas si lo femenino aparece tan mal parado en la literatura falocéntrica de Freud y Lacan?.

Las tentativas de responder a un interrogante así deben declinarse en diversos planos. En una primera aproximación al problema, es factible distinguir tres niveles:

I - Un primer nivel, al que podríamos calificar de sociológico (aunque es algo más que eso), es aquel desde el cual puede sostenerse que la profesión de psicoanalista se inscribe tal vez en un conjunto de oficios tradicionalmente vinculados a la mujer.

II - Un segundo terreno de respuesta nos llevaría a tratar de demostrar lo infundado de la acusación que tilda de "machista" al psicoanálisis. Para ello deberíamos revisar rigurosamente la actualidad de esos conceptos analíticos siempre prestos a la mala interpretación como son el falo, la castración, la envidia del pene y tantos otros. Sin llegar al extremo de demostrar que Freud y Lacan eran auténticos feministas, una lectura rigurosa y atenta de sus textos, sobre todo del segundo, puede mostrar cómo sus aportes teóricos y clínicos no solamente no dejan a la mujer en un mal lugar sino que representan una herramienta de primer orden para seguir avanzando en el camino de la modernidad femenina.

III - Y un tercer ámbito de intelección del asunto, el más interesante sin lugar a dudas, se basa en postular una posible afinidad lógica o estructural entre la posición femenina y la analítica.

1.La Madre agazapada tras la elección profesional

Sin abundar demasiado en este apartado más o menos sociológico, es cierto que el psicoanálisis como práctica se inscribe a menudo, aunque sea imaginariamente, en un ámbito de profesiones que suelen tener un elevado número de mujeres entre sus practicantes. Se trata de prácticas profesionales que implican una dedicación a sujetos que se hallan ubicados en una situación de precariedad, ya sea por su edad o por el sufrimiento en sus diversas manifestaciones (psíquico, físico, económico). Esa lógica subyacente se ha podido comparar en ocasiones a la posición materna respecto de los hijos.

A la vez es indiscutible que la gran mayoría de personas que se acercan al psicoanálisis para estudiarlo y/o formarse como analistas provienen casi exclusivamente de dos carreras universitarias, Medicina y Psicología. Hay excepciones notables, sin lugar a dudas, pero hoy por hoy el grueso de los que se internan en el mundo de lo psicoanalítico siguen siendo en una abrumadora mayoría personas provenientes de esas dos titulaciones, antes o después de acabar sus estudios. Y esas dos carreras pertenecen paradigmáticamente a ese sector al que hacíamos referencia. Los Colegios Oficiales de Psicólogos de España cuentan entre sus colegiados una mayoría indiscutible de mujeres. Por el lado de las profesiones sanitarias, un breve informe aparecido en la revista médica "Jano" el día internacional de la mujer del año 1999 afirmaba que dichas profesiones adquieren un "cada vez más claro color femenino", tanto en España como en los países occidentales en general.

Las mujeres, según dicho informe, son mayoría indiscutible entre los diplomados de enfermería y casi duplican a los varones en la profesión farmacéutica. Igualmente son, desde hace años, mayoría en las facultades de medicina, y la tendencia a la feminización de la profesión médica es creciente. Aunque en el conjunto de los médicos colegiados todavía se ven superadas por los varones, no pasarán muchos años antes de que se invierta dicha proporción, y en el grupo de edad inferior a los 35 años las mujeres médicos ya sobrepasan en número a sus colegas hombres. Se destaca asimismo que en Francia una de las especialidades médicas con un grado de feminización más importante es la psiquiatría, junto a la ginecología, la anestesiología y la oftalmología.

Lo que sucede es que la explicación de que en todas estas profesiones se juega algo de lo materno puede responder a un cierto grado de verdad pero, a la vez, pone sobre el tapete una vez más el gran riesgo de confundir posición femenina y posición materna. Desde el psicoanálisis sabemos que la función materna es una de las posibles salidas del complejo de Edipo en la mujer, pero, aún y así, hemos de advertir cuantas veces haga falta que la madre y la mujer no solo no se recubren por completo sino que, en cierto modo, pueden llegar a constituir posiciones subjetivas bastante antagónicas. Además, el psicoanalista, independientemente de si es hombre o mujer, no debe intervenir en la cura desde un punto de vista maternal. Esa posibilidad, contraria a la lógica y la ética analíticas, fue denunciada explícitamente por Lacan cuando, por ejemplo, aludía de manera crítica a la fantasía de Karl Abraham de ubicarse en el lugar de una "madre completa" para su analizante.

2.Resistencias y malentendidos

Desarrollar este segundo punto desborda por completo las posibilidades de un trabajo como éste. Se trata, no obstante, de un asunto muy importante que merece un debate con luz y taquígrafos y que no quede solamente confinado a los pequeños cenáculos de intelectuales y analistas. Resulta muy penoso leer o escuchar con gran frecuencia en los mass-media acusaciones reiteradas al psicoanálisis de "machismo" o de "incomprensión de la problemática femenina", sobre todo cuando se hacen desde la ignorancia más radical de los textos analíticos o malinterpretándolos de manera interesada. Sería muy interesante tratar de desmitificar un poco esas críticas, debatirlas en razón, aclarando al mismo tiempo las indiscutibles aportaciones psicoanalíticas a la interpretación de lo femenino e, incluso, en ocasiones a la "causa" de las mujeres.

Un ejemplo de los malentendidos crónicos entre la causa freudiana y la causa femenina podría estar representado por una exposición consagrada a Freud en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, dentro de un interesante ciclo dedicado a los "Faros del siglo XX". La instalación referida a Freud estuvo a cargo del filósofo Xavier Rubert de Ventós y de su hijo el pintor Gino Rubert. En el programa de mano de la instalación y en el propio recinto de la misma, figuraban una serie de citas del padre del psicoanálisis sobre muy diversos asuntos, citas variadas elegidas por Rubert de Ventós para ilustrar casi a modo de "slogans" algunos puntos destacables del pensamiento freudiano. Dos de ellas estaban referidas explícitamente a las mujeres, y eran las siguientes:

"Las mujeres no poseen sino en muy escasa medida el don de la sublimación (...) Su indudable inferioridad intelectual ha de atribuirse a la coacción mental necesaria para la coacción sexual".

"Primero quisieron poseer un pene como el hombre(...) entonces sustituyeron este deseo por el de tener un hijo (...) que se transformó al fin en el de encontrar marido, aceptando así al hombre como un elemento accesorio inseparable del pene ".

No es nada extraño que en las diversas reseñas de la exposición que aparecieron en la prensa durante algunos días, prácticamente todos los periodistas destacaran esas dos citas, bromeando sobre ellas o utilizándolas directamente para poner de manifiesto la supuesta misoginia de Freud y su lenguaje tan políticamente incorrecto leído fuera de contexto a las puertas del nuevo milenio. Tal vez era esa una de las intenciones del conocido filósofo barcelonés, que tiene la honestidad de no ocultar sus ambivalencias frente al psicoanálisis, pero el efecto sobre el público de a pié, poco conocedor de los textos freudianos, es sumamente desorientador.

El psicoanálisis pone de manifiesto que en la relación a la lógica del falo y la castración, no hay ventajas para nadie. Los poseedores de pene no lo tienen necesariamente más fácil que la otra mitad de los seres parlantes. Si se transitan los textos de Freud y de Lacan sin demasiados aprioris y con un mínimo de calma, cualquiera podrá encontrar en ellos dicho mensaje. Con todo, los analistas deberíamos intentar hacernos entender algo mejor, aplicando la ética del bien decir no solo en nuestras curas sino también en nuestras tentativas de difundir las nociones analíticas en lo social.

3.Una afinidad estructural: el objeto y el vacío

La relación estructural entre la posición femenina y la del analista puede examinarse desde varias perspectivas.

Tres afirmaciones, aparentemente contradictorias, nos pueden servir de punto de partida para desarrollar esta tercera cuestión.

Las mujeres pueden ser las mejores analistas.

Las mujeres tienen dificultades en la posición de analista en tanto en cuanto tienen dificultades en ubicarse en el lugar de objeto.

Todos los "verdaderos" analistas, en lo simbólico, son mujeres ya que están de algún modo en posición femenina.

Las mujeres pueden ser las mejores analistas. Es, pues, una posibilidad, pero si solamente fuese eso, una pura contingencia, no tendría ningún sentido afirmar explícitamente dicha posibilidad. Y Lacan, sin embargo, lo hace, aunque sea tangencialmente, en diversos momentos de su enseñanza. Al final de dicha enseñanza, en "L’Autre manque" sostuvo que las mujeres son las mejores analistas por cuanto "ellas pueden escuchar lo que del inconsciente no tiene ganas de decirse".

La extraña tensión dialéctica que se genera al tratar de conciliar teóricamente las tres proposiciones mencionadas hace un momento es en sí misma un índice de la naturaleza del problema, en un arco que va desde aquello que no es únicamente contingente hasta lo que tampoco está tan claro que sea del orden de lo necesario.

Más allá de la mayoría numérica femenina en las asociaciones psicoanalíticas, es indiscutible también que bastantes mujeres ocupan un lugar muy destacado en la historia del psicoanálisis. Pero, como es lógico, no siempre ni su gran número ni sus invenciones suponen un avance real en la teoría y en la clínica psicoanalíticas. En ese sentido, la publicación cada vez más completa de estudios biográficos de esas mujeres que hicieron historia en el campo del psicoanálisis (Melanie Klein, Lou-Andrea Salomé, Karen Horney, la princesa Bonaparte, y algunas otras) nos muestra crudamente algunos de los peculiares atolladeros de esas féminas arrasadoras.

La dificultad para las mujeres de ubicarse en el lugar del objeto guarda una estrecha relación con el problema que estamos abordando desde varias perspectivas. Lacan, en el seminario 17, nos dice que para la histeria, "su verdad es que le es preciso ser el objeto a para ser deseada". Aún y teniendo muy presente la consigna de no aplastar todo lo referente a la mujer con la categoría de la histeria, en lo que concierne a este punto no podemos obviar el hecho fundamental de que para toda futura analista no hay otra opción que la de pasar, de algún modo, por el discurso de la histeria. Y al hacerlo tendrá que resolver, como pueda, aquello que se deriva de esa verdad, y lo que sucede es que dicha verdad no es fácil de ser aceptada. Un eco muy transparente de esa dificultad es la protesta ya clásica de la mujer frente a la posición de mujer-objeto.

Sostener, aunque sea transitoriamente, el lugar de objeto para el deseo de otro no siempre es una tarea cómoda. De ahí que, a pesar de los diferentes vaivenes de la historia, se disfrace ese lugar de mil maneras, fundamentalmente con los ritos del amor y/o con los ropajes fálicos.

Dice J.A. Miller (en "De mujeres y semblantes") que el análisis puede ofrecer a muchas mujeres, al inicio del mismo, un cierto descanso, un relevo del semblante. Efectivamente, durante un tiempo, en el dispositivo analítico, las mujeres pueden descansar de la captura que, en tanto objeto *a*, se ejerce sobre ellas en el fantasma de los hombres. Pueden delegar dicha posición al analista, pero tarde o temprano si desean acceder a la posición analítica deberán enfrentarse de nuevo a esa cuestión. La mujer tendrá que atravesar analíticamente lo que supone para ella ser objeto para otro como condición si ne qua non de la puesta en acto del deseo del analista.

No es fácil resumir en pocas palabras el concepto de objeto a que supuso uno de los grandes aportes teóricos de Jacques Lacan. Se trata de una función que permite cierta recuperación de goce después del pasaje por la castración y de la inscripción de la Ley. El objeto *a* da cuenta de que cuando el viviente se sujeta a lo simbólico que le precede, haciéndose por tanto sujeto, dicha sujeción no implica una pérdida total de la dimensión objetal y libidinal del narcisismo originario. En la estructura psíquica no todo es significante, aunque el inconsciente esté estructurado como un lenguaje, y el objeto *a* es esa parte nuclear de la estructura que sirve para causar el deseo y a la vez es susceptible de hacer gozar al sujeto. Es la alteridad radical alrededor de la cual gravita la economía sexual de cada neurótico. Y, desde esa perspectiva, tiene como dos caras: una, fascinante, valiosa, agalmática (en el sentido del "agalma" del que se habla en el Banquete de Platón), y otra de algo caído, abyecto, de puro desecho, al modo del "sicut palea" de santo Tomás ("abjet", le llama Lacan en "Radiofonía y Televisión").

Todos los verdaderos analistas son mujeres en lo simbólico porque asumen hasta las últimas consecuencias su función de alteridad. Ante un enunciado semejante puede destacarse además cierta homología entre esa apelación, probablemente ingenua, de los "verdaderos analistas" y la búsqueda siempre infructuosa de aquello que definiría a las "verdaderas mujeres". No obstante, podemos retener la idea de la alteridad extrema. Esa alteridad, que desmiente la ilusión de una correspondencia intersubjetiva entre el conductor de la cura y su paciente, es el modo constante en que Lacan pensó la posición del analista a lo largo de toda su obra: en un primer período como lugar del gran Otro (aunque sin confundirse con él) y en un período posterior como semblante del objeto *a*.

La posición analítica de alteridad tiene un íntimo parentesco con el otro-sexo para todo sujeto: la mujer. Así, si La Mujer (con mayúsculas) no existe, tampoco existe "El Analista". Ambos, mujer y analista, responden a la lógica del uno-a-uno, no pudiendo universalizarse. Ambos, también, solo se autorizan por sí mismos. Pero todo ello no nos exime de formalizar al máximo sus condiciones de posibilidad.

Todo verdadero analista es mujer (independientemente de su sexo anatómico o de su condición erótica) porque, como escribió Michel Silvestre (en "¿Para qué sirve un analista?"), actúa "dejándose guiar por lo que el analizante anhela hacer de él". La función de semblante de objeto que opera en la dirección de la cura puede entenderse de dos modos. El mismo Silvestre nos ayuda a entenderlo cuando diferencia, primero, su sentido negativo: "no es el objeto, dado que el que tiene el secreto del objeto es el analizante". Y, en segundo lugar, definiendo esa función de semblante como la de "traer lo que es del orden del silencio del sujeto a la dimensión de lo simbólico, estableciendo el vínculo entre el fuera del lenguaje de la pulsión y el significante del mismo".

Si tenemos en cuenta que el ser no se opone al parecer sino que se confunde con él (y de eso l as mujeres saben mucho), la verdadera oposición que debe interesarnos es la de semblante y real. Debemos situar entonces al ser del lado del semblante y regresar al problema de la escena analítica. En ella el analizante es quien tiene que trabajar, hablando. Si lo hace, el analista es forzosamente relegado a otro lugar, un lugar en el que no tiene nada propio, solo suposiciones del analizante, un lugar paradojalmente vacío al que, siguiendo de nuevo a Silvestre, " podríamos llamar el peso del ser, el ser-ahí". Entonces, si subrayamos esta cuestión del ser confrontado al tener y a lo real, hallamos la clave conclusiva de todo lo anterior.

Ocupar el lugar del semblante es ocupar el lugar del ser, pero haciendo algo del no-tener, lo cual es justamente aquello que vincula la posición femenina con la operación del analista. Hacer algo con el no-tener es un modo de referirse tanto a la operación analítica como a la posición femenina. El analista no tiene el saber ni la clave de lo que le pasa al analizante, pero se ofrece a escucharle y a causar el deseo de proseguir su análisis. La posición femenina de no-tener el falo (factible, en teoría, de ser ocupada tanto por un hombre como por una mujer) y a pesar de ello, o precisamente por ello, causar el interés de alguien que cree poseerlo, responde así a la misma lógica subyacente.

El análisis lleva a los sujetos a ir más allá de la roca de la castración. Por tanto, un analista producido en un análisis llevado hasta el final, podrá ubicarse en ese lugar que es a la vez un objeto y un vacío.

 

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Revista de Psicoanálisis y Cultura
Número 14 - Diciembre 2001
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