Acheronta  - Revista de Psicoanálisis y Cultura
Las relaciones de objeto a la luz del freudiano perdido
Miguel Kolteniuk Krauze

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La mal llamada teoría de las relaciones objetales tiene sus raíces en la obra de Freud. Considero incorrecta tal denominación porque creo que el estudio de las relaciones de objeto no constituye una teoría en sí y por sí, más bien se trata de un desarrollo específico de uno de los componentes principales de la teoría psicoanalítica que abarca también el estudio de los procesos inconscientes, las funciones estructurales, la constitución del narcisismo y el proceso de desarrollo del aparato psíquico.

Por ello, prefiero hablar del estudio de las relaciones objetales dentro del marco de la teoría psicoanalítica.

Por lo general, se suele considerar a Freud casi un precursor de la "teoría" de las relaciones de objeto. Ha escuchado no pocas veces decir que Abraham (1924); y Ferenzci fueron los impulsores iniciales del estudio psicoanalítico de las relaciones de objeto. Todos sus descubrimientos de las fases del desarrollo psicosexual en relación al objeto, en especial de sus componentes sádicos y su papel en cada fase, así como los mecanismos de introyección descritos por Ferenzci (1909) han sido considerados, junto con las conceptualización de la angustia en relación al objeto hecha por Freud en Inhibición, síntoma y angustia y su concepto de pulsión de muerte propuesto en Más Allá del Principio del Placer, los elementos constitutivos principales que dieron lugar a la obra de Melanie Klein (1948-1952) autora crucial para el desarrollo de la "teoría" de las relaciones objetales.

No creo estar equivocado al interpretar que la así llamada "escuela kleiniana" ha intentado realizar una reformulación de toda la teoría psicoanalítica en términos de su "teoría" de las relaciones objetales. No estoy afirmando que esto sea incorrecto de suyo, simplemente quiero destacar que de llevarse al extremo dicho propósito, quedarían fuera otros componentes principales de la teoría psicoanalítica establecidos por Freud. Pienso que la riqueza conceptual de Freud no es reducible a ninguna "teoría" posible sobre las relaciones objetales.

Desde otro lugar, Hartmann (1950) y sus seguidores también han aportado fundamentales para la comprensión de las relaciones de objeto. Su concepto de "constancia objetal" es piedra angular y punto de partida de las investigaciones de Spitz (1965), Mahler (1968) y Jacobson (1964). Hasta las aportaciones más contemporáneas sobre los precursores relacionales innatos como las de Emde (1988), abrevan en el espacio conceptual desarrollado por Hartmann. A pesar de que la así llamada "psicología del yo" enfatice el funcionamiento estructural del aparato psíquico, no hay que olvidar que de ella surgieron los conceptos de desarrollo y diferenciación de las representaciones del self con respecto a las representaciones de objeto, los conceptos de formación de estructuras a partir de las relaciones objetales, y que en sus formulaciones más ampliadas y actuales, como las de Kernberg (1976), todo el desarrollo estructural del aparato psíquico es inconcebible sin la participación central de las relaciones objetales, De hecho, como todos sabemos, la obra de Kernberg es un intento de síntesis de las aportaciones de la escuela kleiniana y de la psicología del yo, junto con los avances de la teoría del desarrollo.

Desde su "espléndido aislamiento", Fairbairn intenta una reformulación de la teoría psicoanalítica todavía más radical, en términos de su "teoría" de las relaciones de objeto. Al desechar la "psicología de los impulsos" de Freud, al rebatir la variabilidad del "objeto de la pulsión" y al establecer que "la libido es mordente de objeto", y que "el objeto es el fin, no el medio", Fairbairn (1952), efectúa una ruptura epistemológica con respecto a Freud. Su concepción de las estructuras intrapsíquicas constituidas a partir de los mecanismos esquizoides y la introyección de los objetos malos, ha atraído la atención de figuras importantes del psicoanálisis. Su singularidad y originalidad inspiró a Melanie Klein para desarrollar su concepto de "posición esquizo-paranoide", y sirvió de base para el desarrollo de las ideas de Guntrip (1969). También sirvió de blanco para las críticas de Kernberg.

Winnicott (1965), realiza otro avance más en la comprensión de las relaciones de objeto. "La madre suficientemente buena", el "holding", el objeto subjetivo y su asesinato para poder usar al objeto, además de su genial aportación sobre el objeto transicional y el espacio de la ilusión, constituyen elementos imprescindibles para la comprensión actual del funcionamiento psíquico.

La teoría del amor primario de Balint (1959), la de los objetos central y orbitales de Wisdom (1963), la de las cuatro dimensiones del objeto de Meltzer (1975) y la de la depositación de roles objetales complementarios de Sandler (1976) ejemplifican el fecundo desarrollo que ha tenido la comprensión psicoanalítica de las relaciones de objeto.

Desde la perspectiva del narcisismo, Kohut (1984). También tiene que ser mencionado en esta breve reseña. Su concepto de "Self Object", todavía intraducible al castellano, rescata y desarrolla el concepto de "relación de objeto narcisista" introducido por Freud en su célebre ensayo. No obstante, Kohut también propone una ruptura epistemológica con respecto a Freud. Incluso, pretende crear "un nuevo paradigma" en los términos de una "psicología del self", convirtiendo al complejo de edipo en una manifestación psicopatológica de las vicisitudes del narcisismo.

No puedo dejar de mencionar a Bion (1962), con sus aportaciones sobre la funciñon alfa, la relación continente contenido y los vínculos en H, L y K. Destaco en especial, su noción de "reverie".

Tampoco puedo dejar de citar a Esther Bick (1968), y sus desarrollos de la piel como continente, ni a Anzieu (1987) con su "envoltura sonora del self" y sus hallazgos sobre el yo-piel.

Las limitaciones de espacio me impiden incluir el resto de las aportaciones que recientemente han contribuido al conocimiento de las relaciones de objeto. Basta para mis propósitos esta breve semblanza.

Ante este panorama yo me pregunto: ¿Y Freud, qué diría al respecto? ¿qué nos enseñó sobre las relaciones objetales? ¿cuál es su concepto de "objeto"?.

La complejidad de Freud es exhuberante. En la carta 52 a Fliess (1986), (en realidad, la 112, según la edición de las cartas completas) afirma que "el ataque de vértigo, el espasmo de llanto, todo esto cuenta con el otro, pero las más de las veces con aquel otro inolvidable prehistórico a quien ninguno posterior iguala ya…" (T.I.p. 280) Freud está hablando del objeto perdido, noción crucial en el desarrollo de su pensamiento.

En el Proyecto habla del "lado cosa" del objeto, su lado incognoscible al que nadie puede acceder y que es causa del deseo.

En la interpretación de los sueños Freud define el deseo como la búsqueda de la huella mnémica de la vivencia de satisfacción originaria. Esta huella mnémica primordial es el objeto del deseo.

En Pulsiones y destinos de pulsión, afirma que el objeto de la pulsión es lo más variable y substituible, es el medio para lograr el fin, que es la satisfacción. Está definiendo al objeto de la pulsión.

En Tres Ensayos, sostiene, además, que todo encuentro es en realidad, un reencuentro con el objeto.

En Introducción al Narcisismo, distingue la relación de objeto "por apuntalamiento, basada en la necesidad, de la relación de objeto "narcisista", basada en la proyección de "lo que yo fui, lo que yo soy y lo que quisiera ser", es decir, el ideal del yo.

En pulsiones y sus destinos, distingue el objeto de la pulsión, del objeto de amor-odio, que es un objeto del yo, y no "del ello", como diría posteriormente.

En Duelo y Melancolía, define al objeto interno como un conjunto de representaciones de objeto pulsionalmente investido. Se trata de una organización representacional sostenida por una carga energética continua dentro del espacio psíquico.

En Más allá del principio del placer, propone en relación al objeto, que la fuerza de la pulsión está dada por la diferencia entre el placer logrado y el placer buscado.

En El yo y el ello, el yo es el precipitado de las investiduras de objeto abandonadas, y contiene, además, la historia de esas relaciones de objeto.

En Inhibición, síntoma y angustia, la angustia de pérdida de objeto es la principal conquista del yo para poder lidiar con la angustia automática. Esta será, en este artículo, la angustia arquetípica que explicará las otras angustias en relación al objeto: la de pérdida de las heces, la de castración, la de pérdida del amor del objeto y la pérdida de amor del superyó.

¿Cuál es, entonces, la "teoría" de las relaciones objetales de Freud? ¿Cómo puede correlacionarse y resignificarse su "teoría" a la luz de las de sus continuadores y desidentes en la actualidad?.

Al abordar estas interrogantes no es posible esquivar a Lacan (1978), con su insistencia en "el otro ", "El Otro", el "Je" y el "Moi", el "semejante" y el "gran Otro" con todo su discurso; "la pequeña ´a´ y la grande"; autor que en lo imaginario, lo simbólico y lo real, a su modo, le ha hecho justicia a Freud.

Dice Cioran (1976), en "Saint-John-Perse", compilado en su libro Contra la historia "Una obra está condenada sin remedio si un sentido unívoco se adhiere a ella; desprovista de ese halo de indeterminación y de ambigüedad que halaga y multiplica a los glosadores, se hunde en la miserias de la claridad, y, al no despistar, sufre el deshonor reservado a las evidencias. Si la obra quiere evitarse la humillación de estar comprometida, debe, al dosificar lo irrecusable y lo oscuro, al cuidar lo equívoco, suscitar interpretaciones divergentes y fervores perplejos, indicios de vitalidad, garantías de duración. Está perdida en cuanto permite al comentador saber a qué nivel de lo real se sitúa y de qué modo es el reflejo. El autor, no menos que la obra, tiene que disimular su identidad, entregar todo salvo lo esencial, perseverar en su hechizo y su soledad, soberano infeudado a sus palabras, su esclavo deslumbrado…" (p. 122-123). Tal es el caso de Freud.

Como un glosador más, me atreveré a incursionar en el terreno discutible y equívoco de su relectura. Creo que en Freud es posible distinguir las siguientes acepciones del término "objeto":

¿Qué dirían Abraham, Ferenczi, Klein, Hartman, Spitz, Mahler, Jacobson, Emde, Fairbairn, Guntrip, Winnicott, Balint, Meltzer, Wisdom, Sandler, Kernberg. Kohut, Bion, Bick, Anzieu y Green, al respecto? En todos ellos sólo he podido identificar fragmentos, a veces notables, de la riqueza freudiana. Sin embargo, no veo, salvo contadas excepciones, como Green, -entre otros- la cosecha fecunda de la siembra freudiana en muchos de los autores contemporáneos. Creo que la aseveración de Lacan: "Freud ha sido, como el inconsciente, reprimido", sigue siendo verdadera. El argumento cientificista y casi, neoliberal, de que Freud, como Newton, pertenece a la historia de la ciencia, me parece una derivación perniciosa del pensamiento ávido de esquivar lo "indomeñable y lo indeterminable" que nos develó el fundador del psicoanálisis".

Creo que, contrariamente a lo que sostuve en un principio, el psicoanálisis no es una ciencia, sino una "poe-ciencia" . Si tuviera que reescribir mi primer libro, lo titularía: El carácter "poe-científico" del Psicoanálisis. La precisión que en las ciencias físicas otorgan las matemáticas, la ofrece, en psicoanálisis, la poesía. La metáfora es su instrumento artesanal más frecuente. Por eso, actualmente creo que la teoría psicoanalítica puede definirse epistemológicamente como "una microfísica del símbolo" cuantificable por medio de una "álgebra del deseo", tarea que Lacan, con toda su insensatez, ha intentado explorar.

Volvamos a la dinámica de la relación de objeto en Freud. Me parece que la noción básica alrededor de la cual, gira todo el movimiento vincular es la del "objeto perdido" "…aquél otro prehistórico inolvidable a quien ninguno posterior iguala ya…" (T.I.p. 280). El objeto perdido es como el unicornio azul de Silvio, además de que nunca existió, se perdió ayer.

El objeto perdido inscribe la marca de su ausencia, esta huella mnémica primordial es el objeto del deseo. Hacia él apunta el deseo, "A una corriente de esta índole producida dentro del aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo…" (T.V. p. 588). "La próxima vez que esta última sobrevenga (la excitación), merced al enlace así establecido se suscitará una moción psíquica que querrá investir de nuevo la imagen anémica de aquella percepción y producir otra vez la percepción misma, vale decir, en verdad, restablecer la situación de la satisfacción primera. Una moción de esa índole es lo que llamamos deseo…" (T.V. 557-558).

Mientras que el objeto del deseo es una marca interna, el objeto de la pulsión es un objeto externo. "El objeto de la pulsión es aquello en y por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más variable de la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio…" (T. XIV. P. 118). Se entiende que no por ser parte del cuerpo es intrapsíquico. El objeto de la pulsión no es igual al objeto del deseo.

La relación que Freud establece entre el deseo y el placer permite pensar que, para cumplir su cometido, el objeto de la pulsión debe conjugarse en algún momento, como en un eclipse, con el objeto del deseo. Es decir, debe existir un momento en que el objeto de la pulsión ocupe el lugar del objeto del deseo. Me parece que aquí cabría el hallazgo de Winnicott, se trataría del espacio de la ilusión, momento transitorio y maravilloso en el que se da la creencia de que se reencontró al objeto perdido. "El hallazgo (encuentro) de objeto es propiamente un reencuentro". (T. VII. O. 203).

De lo anterior es posible desprender que el deseo no es igual a la pulsión. Me parece que el deseo establece la dirección de la pulsión, mientras que la pulsión determina la fuerza del deseo. En esta dinámica gravitaroria de los movimientos del deseo y la pulsión se inserta un objeto externo que ingresa como objeto de la pulsión para crear la relación de objeto.

En este momento, el objeto de la pulsión se convierte también, en objeto del yo, en un objeto de amor-odio. "De vernos precisados, podríamos decir que una pulsión "ama" al objeto al cual aspira para su satisfacción. Pero que una pulsión "odie" a un objeto nos suena bastante extraño, y caemos en la cuenta de que los vínculos de amor y de odio no son aplicables a las relaciones de las pulsiones con sus objeto, sino que están reservados a la relación del yo-total con los suyos…" (T. XIV: p. 131-132). El objeto del yo no es igual al objeto de la pulsión. El yo es el agente que ama y odia. Es la sede de los afectos, dirá Freud en Inhibición, síntoma y angustia. Sin embargo, el establecimiento de la relación con el objeto del yo, la relación objetal propiamente dicha, presupone el interjuego y entrecruzamiento de los objetos del deseo y de la pulsión en el espacio ilusorio del reencuentro.

Cada experiencia de placer o displacer obtenida con el objeto va a ser representada intrapsíquicamente, va a ser almacenada como huela mnémica. Ese conjunto de representaciones de objeto organizadas por una investidura libidinal constante y estable es el objeto interno. Dice Freud a propósito del duelo: "…la representación cosa inconsciente del objeto es abandonada por la libido. Pero en realidad esta representación se apoya en incontables representaciones singulares (sus huellas inconscientes), y la ejecución de ese quite de libido no puede ser un proceso instantáneo, sino, sin duda… un proceso lento que avanza poco a poco…" (T. XIV. P. 253). A partir del descubrimiento del proceso del duelo, Freud descubre y define el objeto interno como ese conjunto de representaciones libidinalmente investido. El objeto interno no es igual al objeto externo. Tampoco es igual al objeto del deseo ni al objeto de la pulsión, porque el objeto interno, como su nombre lo indica, no es extra-psíquico. Llevamos ubicadas hasta ahora, cinco nociones del concepto de objeto en Freud: el objeto perdido, el objeto del deseo, el objeto de la pulsión, el objeto del yo y el objeto interno.

En su Introducción al Narcisismo Freud destaca la dimensión narcisista de la relación con el objeto de amor. ",,,Un amor dichoso real responde al estado primordial en que libido de objeto y libido yoica no eran diferenciables..:" (T. XIV. P. 96). "El enamoramiento consiste en un desborde de la libido yoica sobre el objeto. Tiene la virtud de cancelar represiones y de restablecer perversiones. Eleva el objeto sexual a ideal sexual. Puesto que en el tipo de apuntalamiento (o del objeto), adviene sobre la base del cumplimiento de condiciones infantiles de amor, puede decirse: Se idealiza a lo que cumple esta condición de amor". (T. XIV. P. 97). El objeto de amor debe ser idealizado para garantizar su permanencia. Es precisamente esta dimensión narcisista la que vuelve al objeto difícilmente intercambiable y es la que lo vuelve "mío" y de nadie más.- "Ser de nuevo, como en la infancia, su propio ideal, también respecto de las aspiraciones sexuales: he ahí la dicha a la que aspiran los hombres". (T. XIV. P. 97). Por consiguiente, toda relación amorosa se sustenta en una base narcisista. Este es el hallazgo freudiano no explicitado por Kohut en su descripción de las relaciones con los "self-objects". Esta dimensión narcisista de la relación amorosa se basa en la proyección del ideal del yo sobre el objeto.

La idealización alcanza no sólo al objeto externo, más bien se asienta en el objeto interno, en ese conjunto organizado de representaciones que fungirá como depositario tanto de la libido objetal, como de la libido narcisista proveniente del ideal. Todo este sistema logra sosternerse por el suministro que proporciona el objeto externo. Por ello, resulta catastrófica su pérdida.

En Más allá del principio del placer Freud vuelve a destacar el carácter de desencuentro y desengaño que atraviesa la relación con el objeto. Si la experiencia de reencuentro se da en el espacio de la ilusión forjado por la fantasía de que el objeto de la pulsión es, en realidad, el objeto del deseo, y de que el objeto de amor coincide con el ideal del yo, no tardará el principio de realidad en hacer valer sus prerrogativas. "La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones substitutivas y reactivas, y todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra el factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, en las palabras del poeta, ´acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante´…" (T. XVIII p. 42).

Por eso no tenemos acceso a los unicornios, por más que los deseemos. Sólo tenemos acceso a los caballos y a las yeguas, que a menudo, son los que instalan el cuerno, convirtiéndolo a uno en un unicornio.

A pesar de todo, el objeto externo, el único real, sitio de idealización y desengaño, es lo único que tenemos para sostener el equilibrio libidinal, narcisista y agresivo de nuestro sistema psíquico.

Sin embargo, la complejidad de la relación de objeto, según Freud la concibe, no termina aquí. Al introducir la pulsión de muerte y la compulsión de repetición ligada a ella, nos obliga a acceder al componente traumático repetitivo imposible de extirpar de la relación con el objeto. El objeto va a ser convertido en protagonista principal de nuestros escenarios del dolor. El enamoramiento va a ser el pasaporte que le permitirá al objeto ser colocado en el centro de la dramaturgia repetitiva. No deja de resultar un misterio siniestro que el objeto de amor que el inconsciente coloca en el lugar del objeto del deseo y del ideal del yo, termine ocupando el sitio fatal del objeto que repite el trauma, el maltrato, el abandono, la destrucción. ¿Es el enamoramiento la promesa de una elaboración irreparable de lo traumático?. No lo se. Pero al ubicar al enamoramiento junto con la psicosis y el suicidio, Freud sabía que estaba abordando distintos perfiles del colapso narcisista.

Queda el problema del vacío, la ausencia del objeto, el objeto "re-perdido", el trauma puro, como diría Baranger (1988).

Siempre he pensado que, a pesar de su demonología imaginaria, el mundo kleiniano es, en el fondo, optimista. Las relaciones objetales son parciales o totales, buenas y/o malas. En lugar de encontrarse solo, tembloroso en el vacío que produce la ausencia del objeto, uno se encuentra lleno de objetos malos, parciales y persecutorios. Me parece que la concepción Kleiniana propone una simbolización completa de la pulsión de muerte. No deja lugar a lo no simbolizable, al vacío, a la nada, a la esencia misma de la pulsión de muerte. De esto se percataron sus discípulos prominentes: Bion y Winnicott, al proponer "el terror sin nombre" y la "agonía" o "angustia impensable". Guntrip es, quizá el "teórico" de las relaciones objetales que mejor recoge esta dimensión. Tustin (1981) Green (1986) y Anzieu (1987 a), están estudiando este problema. Lo que más me llama la atención es que la mayoría de los autores que abordan esta problemática hayan decidido prescindir del concepto freudiano de "pulsión de muerte". Hay, desde luego, excepciones, como Green, sin embargo, salvo algunos franceses, nadie parece recoger el concepto de pulsión de muerte tal como Freud lo planteó, como energía desvinculadora, como suceso puro de trauma, como reino de lo no simbolizable, como anclaje de la compulsión de repetición y como dominio del masoquismo primario.

En suma, el freudiano perdido nos recuerda que no es suficiente alcanzar la "genitalidad postambivalente" de Abraham, "La constancia objetal" de Hartmann, La superación de "la posición depresiva de Melanie Klein, La "separación-individuación" de Mahler, "la madre suficientemente buena" de Winnicott, "el amor primario" de Balint, "el continente con reverie" de Bion, "la relación tetradimensional" de Meltzer, "el self-object empático" de Kohut, etc., parra encontrar la solución definitiva al conflicto insoluble que plantea la relación con el objeto. La proclividad al desengaño y el par antitético ilusión-desilusión parecen ser sus elementos constitutivos fundamentales.

"El hombre es una pasión inútil, -escribió Sartre en El ser y la nada- la pasión inútil de ser Dios". Cioran agrega: (1973) "El paraíso no era un lugar soportable, de otra forma el primer hombre hubiera hallado acomodo ahí; este mundo tampoco lo es, ya que se tiene en él nostalgia de paraíso o se vive en espera de algún otro. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? No hagamos nada, no vayamos a ningún sitio, simplemente". (p. 107).

Notas

(*) Trabajo presentado en la reunión científica el 7 de septiembre de 1996, en la Asociación Psicoanalítica Mexicana.

 

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